Un día cualquiera allá por 1997 David Lynch salió de casa con la intención de tomar una copa en el bar de la esquina. No sé con quién se encontraría, no sé de que hablarían, no sé que clase de sustancias llevaría en el bolsillo, no sé donde estuvieron, pero cuatro años después regresó, se dio una ducha y en 2001 dirigió Mullholland Drive.

Hay gente que dice que a Lynch solo hay que sentirlo, no entenderlo. Yo no estoy de acuerdo. Por supuesto que sabe crear una atmósfera única y mágica y se sienten cosas viendo ciertas escenas de forma independiente, pero aún así me es obligatorio hacer siempre una interpretación general de un argumento. Y para cada persona puede ser diferente, porque es lo que tienen las narraciones tan abiertas.

En este caso tampoco es que resulte difícil acercar posturas -spoiler-. Todo comienza con unos ojos acercándose a una almohada, que pertenecen al personaje interpretado por Naomi Watts (grrr) y que sueña que es Betty, una actriz novata recién llegada a Los Ángeles. Allí conoce en extrañas circunstancias a Rita (Laura Harring), que sufre amnesia y se refugia en la casa donde Betty va a vivir. Juntas intentan recuperar los recuerdos de Rita y acaban enamorándose, dando fruto a una de las escenas lésbicas más calientes de esto del cine.

Y en el climax de la felicidad se despierta del sueño y se da cuenta de que es ella la que depende de Rita y esta la que triunfa como actriz y la que se va a casar con el director de su película (de ahí que al director le fuera todo mal durante el sueño). Una putada en toda regla que todos hemos vivido al despertar de un sueño mágico.

Diría que incluso me ha gustado más la forma de plasmar un sueño de Lynch que la de otras películas como podría ser Origen. Quizás en el caso de Nolan dentro de la incertidumbre es todo más claro, más científico. Es otro estilo y otra intención. El sueño de Lynch te envuelve, transmite más oscuridad, confusión, desorden, lógica y ausencia de la misma.

En cuanto a sensaciones el film va sobrado. Desconcierto en las escenas más abstractas propias de Lynch como las actuaciones del teatro o el descenso a la locura final sobre la cama. Tensión e incluso miedo en algo tan simple como comprobar que hay detrás de una esquina. Sensualidad en los momentos de cama o en el casting de Betty. Mucho humor en escenas como la del personaje intentando efectuar un asesinato limpio y teniendo que eliminar hasta al portero del edificio por desafortunados incidentes. Ritmo viendo a la bella Melissa George haciendo playback con I've told every little star.

En definitiva, un conjunto genial. Y como no sabía que imagen poner, ahí queda una señal, porque todos hemos estado y volveremos a estar allí.

soyunsuperheroe.blogspot.com/2011/03/resultado-1er-concurso-hoy-me-ha-pasado.html

He sido uno de los dos ganadores del concurso que organiza el escritor Daniel Estorach Martín y que consistía en escribir un relato de no más de 250 palabras y con temática de superpoderes. Recibiré como premio un ejemplar de su novela firmado y dedicado.

La verdad es que aunque sea algo menor me ha hecho mucha ilusión y me ha animado a seguir leyendo y escribiendo, que falta me hace. Aquí dejo el microrrelato para el que le apetezca leerlo, que también aparecerá mañana en el blog de Daniel.

AL DESCUBIERTO

Cuando la conocí conectamos al instante. Utilizaba las palabras adecuadas en cada momento y a la vez las mías parecían ser recibidas con agrado. Me reconfortaba, me divertía y me animaba estar a su lado. Era una sensación maravillosa sentirse complementado. Supongo que era eso que llaman amor.

Sin embargo, pasado un tiempo empezó a incomodarme tanta dependencia. Su nombre había quedado grabado en algún registro de mi cerebro, al lado de la nicotina.

Todo se había vuelto demasiado perfecto. Se adelantaba a mis movimientos y apenas había hueco para la improvisación. La complementación dio paso al agobio y el agobio a la paranoia. Cuando me miraba a los ojos ya no me sentía bien, me sentía desnudo, desprotegido, como si mi conciencia y recuerdos se proyectaran hacia fuera y careciera de toda privacidad.

Parecía haber estado viviendo un sueño desde la más absoluta inocencia y haber despertado en un momento de lucidez. Empecé a reflexionar. Gastaba demasiado dinero. Sacaba demasiadas buenas notas. Daba por supuestos pequeños detalles de mi vida cotidiana de los que estaba seguro que no había contado a nadie. Tenía muy pocos amigos para ser tan encantadora. Creo que no quiere que esto se le vaya de las manos.

Demasiado surrealista para contárselo a alguien. Demasiadas evidencias para dejarlo pasar.

Ahora mismo estamos en la biblioteca. Ella se encuentra dos mesas más allá estudiando con unas compañeras. Me está mirando mientras escribo esto. Creo que sabe lo que estoy pensando. Tengo miedo.

Escrita por Andreu Martín y Jaume Riber en 1988.

Esta novela dio vida al personaje de Juan Anguera alias "Flanagan", un adolescente que en su tiempo libre trabaja de detective privado y cuenta sus vivencias en primera persona. Mi primer contacto con el personaje fue con "Todos los detectives se llaman Flanagan" (del que guardo muy buen recuerdo) y no sería hasta tiempo después cuando descubriría la existencia de la saga.

Flanagan se mueve por una Barcelona llena de vida, desde las zonas de más categoría a las más suburbiales. En un principio todo puede parecer un simple juego de niños con encargos inocentes como investigar si tal chica del instituto lleva tanga o quien es el chivato de cual cosa. Pero al final Flanagan, de forma accidental, siempre acaba teniendo la puntería para verse metido en temas de bastante mayor importancia con gente que quiere de todo menos jugar. En esta ocasión se ve envuelto en un asunto de chantaje y tráfico de drogas (entre otros temas) donde los implicados harán cualquier cosa para que la información no acabe en manos de la policía.

Una gran ambientación y un desarrollo muy divertido con un estilo sencillo y ameno. Ideal si te apetece leer pero te da pereza.