Publicado: 21:56 28/12/2009 · Etiquetas: · Categorías: MÚSICA PUNK-ROCK : QUEMANDO LA VIDA (OTRAS COSAS)
ÉSTAS SON LAS FOTOS TOMADAS POR MÍ QUE ACOMPAÑAN AL ARTÍCULO "CRÓNICA DE LAS FIESTAS DE ARANA 09' (CONCIERTO)
(ÉSTE VÍDEO NO ES DE ESTE CONCIERTO, NO ENCONTRÉ A GATILLAZO EN LAS FIESTAS DE ARANA) Publicado: 21:44 28/12/2009 · Etiquetas: · Categorías: MÚSICA PUNK-ROCK : QUEMANDO LA VIDA (OTRAS COSAS)
Un día más en clase de informática, aburrido delante del ordenador mientras intentábamos configurar una máquina virtual. El día era horroroso, el cielo estaba grisáceo, las nubes vertían grandes cantidades de agua y se empezaban a escuchar truenos. Así es Cantabria. Yo, la verdad, pasaba de todo, y me centraba en buscar en distintas webs el tiempo que hacía en ese momento en Vitoria, y el que haría el resto del día. Creo que al final miré unas cinco páginas distintas, y en cuatro de ellas pronosticaban lluvias moderadas con tormenta. Y se preguntarán el por qué de esta obsesión con la meteorología alavesa. Ya teníamos los billetes de autobús para viajar a la capital de Euskadi para asistir al concierto de los tres grupos de la imagen superior, pero con más ganas de ver a Evaristo, una leyenda del punk nacional en su 4º grupo: Gatillazo, y claro, la paranoia de que el concierto sería suspendido asaltaba mi mente una y otra vez. Me sabía todas las canciones de su antiguo grupo, La Polla Records, y como no, también de Gatillazo. Encima mi padre, que les sigue desde el año 1981 me había hablado de sus tremendos directos, y claro, yo andaba con unas ganas tremendas de verlos. Eran las 12:15 de la mañana, hora del recreo, en el que la actividad principal de la mayoría de alumnos es ir a una tienda de alimentación y hartarse a comer panchitos y demás fritos. Yo fui dirección a la tienda para no levantar sospechas a los profesores que se encontraban deambulando por esta zona, y en cuanto ví que no había ninguna amenaza, crucé la carretera y me dirigí a casa del colega con el que me iba de viaje. Llego, llamo al timbre y a los cinco minutos sale de su portal y nos vamos a tomar una caña a un bar cercano. Después nos dirigimos a la estación de trenes para ir a Santander, y ya allí, tomar el bus hacia tierras vascuences. Los 35 minutos que duraba el tren se nos pasaron volando mientras echábamos unas partidas a la PSP, concretamente al Return of Invaders (lo tenía que decir). Ya en Santander, antes de partir rumbo a Vitoria, nos acercamos al estanco a pillar tabaco de liar y papel, ya que a mi amigo le entusiasma hacerlos (nunca lo entenderé). Entramos en el autobús a las 13:50 y nos dirigimos a nuestros asientos. Mayúscula fué nuestra sorpresa cuando vimos que estaban ocupados por dos señoras de unos 70 años, lo que nos hizo pensar que nos habíamos confundido de autobús, pero miramos nuestros billetes y certificamos que no era así. Nos dirigimos a las señoras con educación, mostrándolas los billetes para que vieran que aquellos sitios no eran los suyos. Entonces se ponen a la defensiva, convencidas de que los equivocados éramos nosotros. Las pedimos sus billetes para ver que lugares tenían reservados, y se niegan a dárnoslos, con una cabezonería propia de dos chimpancés ebrios. Claro, nosotros estábamos de pie, entorpeciendo a unos cuantos viajeros en tan estrecho pasillo, y se formó un escándalo propio de una película de la hermanos Marx. El conductor tuvo que intervenir, y pidió los billetes a las dulces señoras. Resulta que eran de otro día, pero lo habían anulado y posteriormente confirmado...en fin, un lío. Total que el chófer nos dice que ese es nuestro sitio y desaloja a tan rebeldes señoritas a otro autobús rumbo a Pamplona. Ya sin "okupas" en el interior, se enciende el motor y partimos rumbo a nuestro destino. Estaba nublado, pero ya no llovía ni se oían truenos. Yo seguía obsesionado con el tiempo, ya que sería una faena que se suspendiera el concierto, mirando al cielo continuamente desde el otro lado del cristal. Mi colega estaba ya liando cigarros como un poseso mientras yo les iba dando el visto bueno y los colocaba en una cajetilla normal. Con el movimiento del viaje, se iba cayendo de vez en cuando el tabaco al suelo del bus. Paramos en Laredo, Castro Urdiales y llegamos a Bilbao, donde hacemos un breve descanso. A los diez minutos volvemos a ponernos en camino de nuevo. A medida que nos acercábamos a Vitoria, el cielo se iba despejando de forma mágica, sin hacer caso a los desesperanzadores pronósticos, como si las nubes sintieran lástima por nosotros. De todas formas, yo no me fiaba. Tras casi tres horas vamos entrando en la ciudad mientras contemplamos la cantidad de zonas verdes que posee (es la que más tiene de toda Europa por metro cuadrado), hasta que paramos en la estación de autobuses. Al fin salimos al aire libre, y lo primero que hicimos fue conseguir un plano de la ciudad, para buscar la calle en la que se encontraba el albergue en el que habíamos reservado habitación (según el plano, enfrente de un psiquiátrico). Nos ponemos a deambular por el centro de la ciudad y preguntamos a dos chicas de nuestra edad sobre los horarios de los autobuses para ir a nuestro albergue. Nos informan con mucha educación, nos acompañan hasta la parada y se despiden. En ese momento sentí un “click” en mi cerebro y me dio por gritar ¡ez kerrik asko!, pero me salió con un acento andaluz impresionante, lo que hizo que me dirigieran una mirada extraña, como si se pensaran que en vez de al albergue, quisiéramos ir a la clínica mental ya citada. Cinco minutos tuvimos que esperar hasta que apareció el autobús interurbano. El viaje nos salió a 0,80€ (en Santander son 1,10€), y tardó unos 15 minutos en llegar a nuestro destino, la calle Escultor Díez, pero ni rastro del albergue. Debía de estar por ahí cerca, pero como somos muy vagos, enseguida preguntamos a un señor, pero no supo decirnos donde estaba el dichoso albergue. La misma información obtuvimos de otras dos personas, hasta que mi compañero, optó por parar a un hombre de unos 65 años, y le pregunta por el psiquiátrico (ya que estaba enfrente de nuestro destino), y el hombre va y le empieza a decir que si, que hay una clínica mental tirando por la calle de abajo. Bueno, nos dio una charla de unos cinco minutos acerca de los locos que poblaban la zona y de que salió una vez en las noticias (nosotros aguantando la risa) y se fue. Siguiendo sus señas encontramos el albergue Carlos Abaitua con facilidad. Ahí estábamos, parados en la entrada esperando a que nos abrieran la portilla desde dentro. Tardaron un poco, pero al fin pudimos entrar en el edificio, propio más de un hospital que de un albergue. El “segurata” nos guía hasta la habitación donde se confirman las reservas, y nada más entrar nos quedamos paralizados. Jamás imaginamos una belleza así en un sitio como ese. Su mirada, su sonrisa, sus…ejem, podría estar horas hablando de esta obra de arte, pero no habíamos ido a ligar, sino a pasarlo bien en un concierto y conociendo la ciudad. Nos pide los DNI, el dinero, una firmita…todo normal. Mi colega estaba tan embriagado por la dulce voz de la chica, que se le cayó el dinero al suelo, le preguntó su número de teléfono (ya que perdió el DNI la semana pasada dios sabe donde) y no se le sabía…en fin, que parecía que se había metido alguna sustancia ilegal. Ya el papeleo hecho, subimos a la habitación a dejar nuestro equipaje y ya de paso a descansar media horita antes de emprender la marcha hacia el lugar del concierto. Coincidió que nos llamaron nuestros respectivos padres casi a la vez. Hablamos con ellos un ratito, nos fumamos un par de cigarros (con el alarma de humo en el techo), plantamos unos pinitos, vaciamos el agua al canario y salimos del albergue. Cogemos de nuevo el autobús para acercarnos lo más posible al barrio de Arana, mientras nos extrañábamos de ver todos los cajeros en óptimas condiciones. El conductor a pesar de nuestras preguntas no nos hacía caso y nos tuvimos que guiar por nuestro fiel amigo, el plano de Vitoria. Con su ayuda nos bajamos muy cerca de la estación de autobuses, es decir, que nos confundimos un poco y nos tocaba andar un ratillo. Como es una tradición en nosotros, preguntamos a una persona más. A lo lejos divisábamos lo que parecía un escenario por detrás, y estábamos en lo cierto. ¡En ese escenario veríamos a nuestro héroe, el señor Evaristo Páramos en acción! El único problemilla es que quedaban cuatro horas para que empezara el primer grupo y la plaza estaba casi desierta. Era demasiado tiempo para estar esperando sin nada que hacer, así que nos pedimos un botellín de cerveza en una de las “txosnas” (carpa en la que sirven bebida). Mientras lo degustábamos con calma, empezó a ocurrir lo que más temíamos: chispear, lo que en dos minutos se tornó en diluvio. Ya estaba pensando en la posible suspensión del evento con todo mi pesimismo cuando decidimos entrar al único local que se encontraba en la plaza abierto, una cafetería aparentemente bastante burguesa. ¿Nos pones un par de cañitas, por favor? Le decimos al barman. ¿Cuánto es? Nos responde que 1,60. Le pagamos, y en un minuto nos plantó en la barra unos pedazo vasos de medio litro aproximadamente rebosando birra. Atemorizados quedamos, pero felices, pues en Santander estábamos acostumbrados a una copa no muy grande. Ya había dejado de llover, incluso empezaba a despejarse el cielo con rapidez. Salimos a la plaza de nuevo y preguntamos a un grupo de gente que estaba litrando en unas escaleras donde podíamos encontrar un supermercado para pillar provisiones para el concierto. Nos dan las indicaciones y llegamos sin problemas al Eroski, donde compramos dos litrucos de calimocho para cada uno (total, quedaban dos horas todavía). Nos sentamos en las escaleras para beber con tranquilidad, mientras charlábamos, admirábamos mozas y contemplábamos como la plaza de Arana se iba llenando con rapidez. Habían empezado a poner actividades para los niños, las txosnas servían bebidas sin parar, la cafetería estaba a reventar, el grupo de gente de nuestro lado fumaba cigarros clavados en una naranja y en un callejón un grupillo se ponía hasta las trancas de ciertas sustancias. El tiempo pasaba con rapidez, ya faltaba sólo media hora para comenzar con el Reno Renardo, así que nos levantamos de la escalera y nos acercamos al escenario a coger un buen sitio. Bromeamos y charlamos con gente que se encontraba cerca nuestro mientras los integrantes del grupo se preparaban para comenzar a tocar. Por lo visto era el primer concierto que daban en su carrera, pero ya eran conocidos por sus cachondos temas en Internet. Tocaron durante una hora y cuarto, dejando muy buen sabor de boca. Tiraron unas cuantas bolsas de Risquettos al público y bromearon con los allí presentes. Se nos pasó rapidísimo, pero en seguida vendrían los Sioux, de los que no nos sabíamos ningún tema (o eso creíamos). Avanzamos hasta la primera fila para ver a Gatillazo de cerca cuando terminara Sioux. Nos dejaron muy buen sabor de boca, temas potentes y melódicos. Lo que no nos esperábamos es que tocaran tres canciones de Kaos Etíliko, lo que nos hizo enloquecer y cantar a grito pelado. Sufrimos un poco contra las vallas de contención, pero lo superamos sin problema. Terminaba el concierto y el batería arrojaba las baquetas al público, pero una se le quedó corta y cayó delante de la valla. Un colgao que me había estado aplastando contra la barrera una parte del concierto y al que casi le metemos una buena hostia se agacha para cogerla, a lo que respondió mi compañero con un salto de cabeza brutal, se llevó por delante al hombrecillo este, y se hizo con la preciada baqueta. Se acercaba la razón por la cual nos habíamos desplazado a la capital alavesa, a Gatillazo le faltaba muy poco para aparecer, pues Evaristo estaba por el escenario como quien no quiere la cosa bebiendo una botella de vino. Yo estaba motivadísimo al estar tan cerca de un auténtico artista, ya que a mi padre y a mi nos ha encantado su música desde siempre. Mientras esperamos a que comience se nos coloca al lado una pareja de “okupas” con su perro, al que atan a las vallas con cadenas como si fuera una bici. La tía se nos pone borde, a hacernos el saludo nazi y a hacer el gesto de “os voy a cortar el cuello”. En cambio con la pareja de ésta hablábamos muy bien. Me recordaba mucho a Santiago Segura en el Dia de la Bestia. Nos decía que conocía a Evaristo desde pequeño y a hablaba con nosotros de buenas. Pensábamos que era un colgao (lo era) que se inventaba las cosas, pero de repente pegó un berrido, a lo que el cantante le dirigió una sonrisa y tiró una colilla encendida hacía nuestro peculiar compañero. Éste se subió al escenario y habló con él durante un buen rato (pues si que se conocían). Gatillazo empezó a tocar con gran potencia, el “okupa” se tiró del escenario y se despeñó contra la gente y su mujer se volvía loca dando patadas a la valla y un pogo brutal sobre la gente que estaba cerca de ella. El pogo fue inmenso, nos llevamos unos cuantos codazos, pero gritábamos sin parar todas las canciones que tocaban, la mayoría enlazadas, lo que no daba ni un segundo de descanso. Las vallas cedían y la gente se tiraba del escenario de locura, mientras el pobre perro intentaba zafarse de la cadena desesperado. Algunas botellas de cristal llovían contra el escenario, lo que nos hizo retrasar nuestra posición, pues a pesar de tener experiencia en este tipo de conciertos preferíamos evitar una brecha. Terminamos agotados, machacados, mientras el grupo se retiraba a las 2:30 del escenario. Entonces saqué fuerzas de donde no había, salí corriendo hacia la entrada dispuesto a subir al escenario y sacarme una foto con Evaristo, pero un guarda jurado me paró cuando me faltaban unos pocos metros. Se aglutinaba la gente para charlar con él un poco, pero era imposible pasar. El guarda se ponía violento, pero de golpe y porrazo dice que se aburre, que quiere una cerveza y que hagamos lo que queramos. Subí me hice la foto (salgo fatal, lo sé), hablé un minutillo con él, busqué a mi amigo y emprendimos el camino al albergue. Por el camino vimos arder un contenedor, algo característico de allí XD. Dormimos, nos levantamos, dimos una vuelta por la ciudad, comimos una tortilla de esas asquerosas precocinadas en el parque de la Florida muy a gusto, pues hacía un tiempo buenísimo. Esperamos fuera de la estación de autobuses hasta que llegara el nuestro (en ese rato calló la granizada más espectacular que he visto). Acabamos en el autobús empapados y rendidos. Dormimos todo el viaje y nos recuperamos en casa, con la idea de ir a Burgos, al Cebolla Rock dos meses después, lo que escribiré en otra ocasión, pues fue un viaje maravilloso. |
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