Claraboya virtual (Kiwiland)

Categoría: Final Fantasy VII: La novela

Publicado: 03:39 29/05/2006 · Etiquetas: · Categorías: Final Fantasy VII: La novela
Realmente no se qué me indujo a introducirme en este grupo, Avalancha... Podría decir que fue simplemente por Tifa, para devolverle un favor que no le debía pero que en realidad era la deuda más grande que un ser humano puede contraer con un semejante...una deuda de amistad y cariño.
  Pero mentiría. Han pasado tantas cosas que ahora mismo no me siento capaz de reorganizar mi mente. Los sucesos se agrupan unos encima de otros y no tengo tiempo para pensar en estas cosas.¿O sí?
Quizás este es el momento idóneo porque de otra manera no voy a ser capaz de seguir adelante con esto...

  No me encontraba en mi mejor momento. Acabábamos de asistir a una ridícula lucha entre uno de mis compañeros del que no conocía ni el nombre y uno de los salientes de la locomotora siete-H-nosequé encargada del suministro de cableado y demás parafernalia técnica del reactor uno. Mi compañero había decidido que la maña no serviría de nada y de un brusco tirón había regalado parte de su chaleco al sobrecargado tren. En esos momentos, como en tantos otros a lo largo de los últimos días, me cuestioné la eficiencia de un grupo que se autodenominaba salvador y que era  buscado por una ya nada desdeñable cantidad de tres distritos, todo un logro teniendo en cuenta que prácticamente ningún grupo terrorista había conseguido apenas armar alboroto con algún disparo enfrente de alguna comisaría de Shinra.
  Porque Shinra Inc. lo dominaba todo. Suyas eran las comisarías, suyos eran los mercados (aparte de los contrabandistas), suyos eran los bancos y suyas eran hasta las gentes de Midgar.
  Avalancha, nombre del grupo de rebeldes del cual ahora formaba parte, nombre que por otra parte no me extraña si me paro a analizar el carácter de su líder, se había autoimpuesto el deber de salvar a la ciudad e incluso al planeta entero de esta temible corporación que era ya considerada imperio en todo el mundo. Por supuesto todas estas cosas a mi no me importaban mucho; Shinra y yo teníamos algunas cuentas pendientes, pero las labores ecologicohumanitarias de este ridículo grupo que no tenían ni siquiera una jerarquía organizada me parecían cuanto menos ingenuas. Qué equivocado estaba. Pero es normal, en Soldado nunca hubieran permitido que semejante grupo de fantoches hubiera ocupado siquiera la última fila de sus batallones, la encargada de recoger los cadáveres...
 Y sin embargo aquí me encontraba, dispuesto a arriesgar el pellejo para realizar una labor poco menos que imposible.

  Acabábamos de salir del túnel de Thirap, lo que equivalía a decir que llegábamos al final del polígono industrial y por ello al final de nuestro trayecto. A pesar de que la noche era cerrada y había humo por doquier se podía vislumbrar la muralla literalmente de tuberías e instalaciones que fácilmente podía alcanzar los 300 metros de altura, eso sin contar la subciudad. Íbamos en la espada que luego nos acorralaría contra la pared de tubos. Y no había otro camino.
  Los gases que desprendía la locomotora eran asfixiantes, una mezcla de carburos que no dejaba ver, oler ni siquiera respirar. El final del camino se intuía pues ya oíamos las sirenas de final de trayecto. En ese momento te das cuenta de si los compañeros que te rodean te podrán salvar de algún peligro o si más bien tendrás que dedicar uno de tus sentidos a ellos. En ese momento pensé en saltar del tren y ponerme a gritar a los guardias... Por lo menos no nos matarían. O sí, quién sabe, el caso es que acallé esa voz interna y le presté más atención al bozarrón de un tipo grandísimo, cuya principal característica aparte de su potencia sonora era una especie de absurdo armatoste que semejaba un cañón de metralla que tenía incorporado en lo que debía ser su antebrazo derecho, y que era nuestro líder, que nos avisaba de la presencia de los guardias que acababa de avistar, a la vez que me miraba durísimamente como si supiera lo que momentos antes se me había pasado por la cabeza.
  La locomotora se detuvo, con un particular chirrido por el cual mi compañero de al lado miróse las uñas para comprobar que seguían en su sitio.
  Entonces todo comenzó. Y muy rápido.
  Los guardias no eran novatos, sabían lo que se hacían, pero la sorpresa fue demasiado para ellos. Y la impresión, porque del humo que se había aglomerado en el andén donde esperaban los guardias surgió de pronto la figura imponente del jefe rebelde que agarró al primero de los guardias y lo estampó contra las tripas metálicas casi al rojo de la locomotora. El segundo poco tuvo que hacer ante el ataque casi felino, pero no exento de torpeza, del chico del chaleco, todo mientras el otro chico trataba de bajar sus 100 generosos kilos de la cansada y humeante máquina.
  Salté en una pirueta y toqué suelo. Comenzaba la cuenta atrás. En ese momento escuché a nuestro jefe, Barret, que se dirigió por segunda vez a mí desde que llegué días antes al bar de Tifa.

--- ¡Vamos, novato! ¡¡Sígueme!!

  El hombretón me hizo un gesto para que le siguiera, y sin esperar respuesta giró en carrera hacia la salida de la estación. No había dado tres pasos cuando aparecieron dos guardias más. La cosa empezaba mal. Ya no disponíamos del factor sorpresa, y estos guardias traían con ellos dos perros rebith, cuya fiereza era reconocida por toda la sección de entrenamiento especial. Pensé en mi espada y esta pensó en mí, pues apareció en mi mano tan pronto la añoré.
  En ese momento la reputación de Barret ascendió un escalón hacia mi reconocimiento pues, y muy a pesar de su envergadura, saltó de forma brutal plantándose en las narices del primer guarda, estampando con desagradable y familiar sonido su miembro superior metálico en la cara del desgraciado. Cayó sin remedio, mientras de la boca de la ametralladora, ahora sangrante, relampaguearon balas de fuego hacia los furiosos canes. Su furia se desparramó desmembrada por la sección A-1 del andén.
  El otro guardia reaccionó, y rodó en el último momento, otorgándose posición favorable de cara al gigante pero desfavorable de espaldas a mí. Y ese fue su error.
  Concedimos cinco segundos al silencio, y tras comprobar que sólo nosotros y la locomotora podíamos romperlo cruzamos el corredor de la estación hacia la salida. Allí volvimos a la realidad, una realidad triste e industrial. Barret desapareció por el lado derecho de la calle, rumbo hacia las sospechosas sombras de una torre de vigilancia que parecía abandonada, no sin antes ordenarme que siguiera el rumbo planeado, izquierda, hacia las instalaciones del Makoreactor.
  Fijé rumbo poniendo todo mi instinto militar en el kilómetro cuadrado que me rodeaba. Era una calle pavimentada con ladrillo rústico, aunque la acera poseía unas baldosas ciclópeas, y estaba bañada por la milagrosamente cálida luz d un farol ricamente adornado situado a la entrada del corredor. Enfrente había lo que parecía una pequeña estación eléctrica, aunque las luces estaban apagadas y parecía no menos abandonada que la torre. La calle desembocaba en otra perpendicular a ella y más ancha, destinada casi con seguridad a grandes transportes. A partir de allí, un frío y no muy alto muro de hormigón chapado marcaba la frontera entre el polígono industrial y la fortaleza-reactor de Shinra, el reactor Uno. La puerta de acceso, que tenía justo enfrente, era una majestuosa pieza de metal bipartito construida con la clara intención de desanimar a un posible intruso... pero lo que me desanimó realmente era el grupo de colegiales que se habían puesto en su regazo sin el más mínimo sentido del sigilo a trabajar con la cerradura electrónica. Eran mis otros tres compañeros del tren, el sin-chaleco, el electrónico y el gordo, que estaban inmersos en una escandalosa (desde el patrón de un soldado entrenado) discusión. En cuanto aparecí de las sombras que me cobijaban en la esquina para cruzar la calle principal uno de ellos saltó y me apuntó con su arma, un modelo antiguo de Pacificador cuya potencia dejaba bastante que desear, mientras que los otros se ponían en posición de ataque. Al reconocerme, bajaron la guardia y el electrónico volvió a su rompecabezas. Cuando llegué a la puerta se produjo un silencio bastante pesado, hasta que el sin-chaleco, que por lo visto tenía curiosidad, rompió el hielo:

-- Tú pertenecías a Soldado en el pasado,¿no? -- asentí -- ¡Uauh! No te encuentras todos los días a uno de vosotros en nuestro grupo. Yo me llamo Biggs, y estos son...

  Su compañero, que me iba a ser presentado en ese momento, se enderezó rápidamente mirándome con desconfianza...

-- ¿Soldado? ¡Pero si son el enemigo! -- dudó -- ¿Qué estás haciendo con nosotros en Avalancha? -- La pregunta tenía un claro despropósito, incitarme a una confesión. Yo me lo tomé como una prueba de suspicacia y una falta de profesionalidad; nunca en esos momentos debía hacerse semejante pregunta. Pero había que contestar...

-- Tranquilo, Jessie. Él – aquí el tal Biggs enfatizó -- pertenecía a Soldado. Lo echaron y ahora es uno de los nuestros... Por cierto, no se cómo te llamas...

-- ...Cloud -- Mi nombre no era ningún secreto, además, mentir en ese momento no hubiera sido conveniente...

-- Cloud, ¿eh?.... Yo soy....

  No iba a permitir que una misión, destartalada y condenada al fracaso pero misión al fin y al cabo se convirtiese en una reunión de viejos colegas...

-- No me importan vuestros nombres, una vez se acabe este trabajo, me largaré de vuestro grupo...-- Se hizo el silencio, y noté que se miraban entre ellos disimuladamente pero dejando entrever claramente lo que pensaban de mí. Hice caso omiso, sin duda fue un buen estímulo y siguieron con sus quehaceres, aunque Biggs parecía dispuesto a seguir... si no hubiera sido por el gigante que apareció del final de la calle y se acercó rápidamente con la cara roja de ira (o eso me pareció a mí, ya que aquello parecía un rasgo normal en su rostro).

--¡¿Qué demonios estáis haciendo?! ¡Creía haberos dicho que jamás os movierais en grupo! Nuestro objetivo es el Makoreactor Norte, cuando Jessie nos proporcione el código nos separaremos en dos grupos. Nos reuniremos en el puente enfrente del reactor.

  En ese momento, tras un pequeño gruñido victorioso de Jessie que sirvió de preámbulo, las enormes puertas dejaron de rozarse para dejar entrever las instalaciones de la corporación. Rápidamente, Jessie, Biggs y el gordito, que se hacía llamar Wedge, entraron sin pensárselo dos veces. El hombretón, Barret, se quedó quieto mirándome y, hablando casi para sí mismo dijo:

-- Ex-Soldado, ¿eh?... ¡No confío en ti!

  Barret, con un carácter muy peculiar del que tendré que profundizar, me lanzó una última mirada y entró en la estación. Algo me sacudió en el interior cuando miré hacia el reactor, muy arriba desde donde estábamos (por algo lo llamaban uno de los Siete Techos) y sólo ahora empiezo a entender porqué me pasó aquello.
  Nada más cruzar las inmensas moles de metal notamos la necesidad imperiosa de elevar a la máxima expresión nuestras dotes felinas y redujimos el nivel d decibelios en la marcha a un nivel para mi sorpresa aceptable. Nos deslizábamos en grupos de tres y dos, siendo el primer grupo el formado por los tres charlatanes y el otro por el gigante y yo mismo. Jessie y compañía avanzaban paralelamente a unas paredes formadas literalmente por anclajes y contenedores gigantes hasta llegar a algún cruce, dándonos, tras otear y dar el visto bueno, la señal para que el gigante y yo nos reuniéramos con ellos. Buscábamos evitar de esta manera la posibilidad de una redada comunal que haría fracasar por completo la misión y convertiría en leyendas populares el final de cinco intrépidos miembros de Avalancha. Todo discurrió sin mayor incidente hasta el tercer cruce, donde se encontraba un pequeño almacén repleto de metal retorcido y herrumbroso, hogar de numerosas ratas y demás fauna industrial. Repasando concienzudamente la pared del edificio nuestros tres compañeros estaban a punto de alcanzar la esquina cuando el suelo del camino que cruzaba el nuestro alcanzó un fulgor propio de la proyección de un foco cercano sobre él. Los tres se paralizaron en el acto , a la vez que el gigante a mi lado recluía por tiempo indefinido aire en sus pulmones. Pasados unos segundos Jessie hizo una gesto hacia nosotros. No sabían qué hacer. El gigante liberó su presa y movióse hacia ellos sigilosamente, seguido por mi a una distancia prudente para evitar un fatal traspié. Al llegar a ellos los arrimó a la pared con su fabuloso brazo y se asomó ligeramente. Allí contempló cómo un temible tanque d clase Esfera, un Barrena Motorizada, aguardaba apaciblemente mientras un guardia discutía con el encargado del almacén colindante para poder dejar la inútil y oxidada carga y devolver la dignidad a tan temible aparato de guerra. La cara de estupor que puso el gigante lo dijo todo.
  Convendría quizás que demorara los acontecimientos y explicase un poco la razón del miedo de nuestro líder. El Barrena es un clase A entre los vehículos acorazados de Shinra, y uno de los distintivos de lo único que sabe hacer realmente bien la corporación: armas. El Barrena tuvo su momento de máxima gloria en la ya legendaria batalla del valle Nibel que tuvo lugar treinta y tres años atrás, al final de la guerra que sumió al mundo en la más profunda de sus devastaciones, sin contar por supuesto las leyendas a cuenta de los viejos que hablan del flujos interrumpidos y demás cuentos de niños. En ella, toda una civilización, los llamados Wutai, unas gentes que  por lo que se cuenta eran el único nexo entre las ancestrales tradiciones de los antiguos y la era actual, desapareció sin dejar rastro ante el terrible poder militar y tecnológico de Shinra. Shinra vio en ellos una gran traba pues los Wutai, en aquella época dispersos por el mundo, amigos de muchas gentes y pueblo fuerte de carácter, negaba los ideales de Shinra que decían estaban por encima de la moral y la ética, y exacerbaban a los dioses con su falta de respeto hacia el planeta que los cobijaba. Decían en Soldado que la guerra tuvo en realidad otros motivos mucho más oscuros y secretos, relacionados con los experimentos que hace cuarenta años comenzó un misterioso joven científico que se convirtió en el ojo derecho del por aquella época jovencísimo presidente de Shinra, y de cuyos frutos no hablaré sino más adelante....
  Como iba diciendo, el gran secreto del Barrena consiste , más allá de sus terribles ametralladoras "Fuego Volador" y su increíble resistencia a magias tan terribles como Fuego, en un cañón servodireccional con múltiples girocápsulas de Fuego disperso de última generación que podían provocar auténticas masacres en los siguientes 60 metros respecto de su posición de tiro. Esto, en manos de una tripulación entrenada y con experiencia de combate podía abrir brechas en un campo de batalla de treinta kilómetros en una hora. Un tanque admirable...
  No, no podía hacer comentario despectivo alguno porque el gigante reflejara el miedo en su rostro. Me acerqué a su posición y confirmé mis sospechas. El gigante me miró. Le dediqué una mirada fría y asentí resuelto a atender sus órdenes. Él pareció recuperar fuerzas, tragó saliva y volvió al refugio de la sombra para explicarnos el plan. La estrategia era muy simple, y no puse objeción alguna. Era lo más lógico que podíamos hacer, ya que una vez Jessie había cerrado las puertas de entrada y dada la cercanía de los encargados, que posiblemente tardarían horas en realizar toda la descarga,  podrían escuchar fácilmente el leve pero presente chirrido metálico de las puertas. La otra posibilidad era confiar en su eficacia y esperar a que acabaran antes de que amaneciese. Y eso no era una opción.
  Preparé mis músculos para el combate y desenvainé, comenzando a concentrar mi energía al modo Erthanpier, y esperé la señal del gigante. Me había preparado por si surgía algún inconveniente, y menos mal que lo hice.....
  Barret sobresalió por la esquina, lo suficiente para que su brazo metálico tuviese la movilidad adecuada. Nunca me había parado a pensar en cuánta era la potencia que podía albergar. Tampoco lo hice en ese momento. Simplemente...esperé.
 Los cristales del foco reflector saltaron violentamente, la repentina ausencia de luz y el estallido del foco asustaron al encargado que rápidamente se tiró al suelo. El guardia, un sargento de rango Rojo reaccionó como se esperaría de él; saltó en dirección al foco del disparo rozando el suelo y con una velocidad impresionante sacó su arma dispuesto a disparar. Era mi turno. En pleno salto suyo lancé mi estocada directamente a su brazo. El miembro, tras el terrible tajo, quedó colgando del desdichado sargento, que aún aferraba su arma más por su voluntad que por numero de tendones, pero se vino abajo tras medio segundo. En seguida salieron de la parte trasera del tanque dos guardias más que estaban descargando. Jessie y Biggs dieron buena cuenta de ellos, mientras que Wedge disparaba sobre un guardia más que estaba metiendose en el tanque. Todo parecía haber concluido. En ese momento se confirmaron mis sospechas. Alguien había permanecido en el interior del Barrena. Mis compañeros dieron un alarido, mientras que el gigante hacía algo con su arma-brazo. A partir de ese momento, me olvidé de ellos y me concentré un segundo para liberar la energía que había reservado. En mi interior dibujé un pequeño filamento hueco para que la energía pasase y se manifestase a través de él, y luego miré fijamente al tanque.

-- ¡Por Bahamut, salgamos de aquí! -- gritó Biggs

  Entonces un rayo surgió de la nada, o eso me figuro, pues yo había cerrado los ojos fuertemente mientras materializaba la energía. Rayo era una de mis especialidades, y dio sus frutos. Al no haberse activado aún los escudos, la maquinaria se recalcitó y tras unos chisporroteos y una pequeña y casi sorda explosión, el tanque dejó de ser útil...

   Cuando mi sentido de la vista reclamó la sentencia que había impuesto al Barrena, me percaté de las miradas de asombro que compañeros y superior cargaban en este ex-Soldado. Procuré devolverles el sentido del peligro y cubrí el tramo de camino pendiente hasta la siguiente sección de contenedores, parapetándome en la esquina y buscando a cualquier sujeto factible de haber oído la refriega. Ellos reaccionaron y alcanzaron mi posición, atendiendo los flancos que no podía cubrir. De esta manera aparté de su pensamiento los posibles sentimientos de admiración o respeto hacia mi persona. Ése no era mi papel, ni lo buscaba. Era una cuestión de lógica militar. Tus acciones nunca deben permitir que el líder proclamado del grupo pierda autoridad o respeto en favor tuyo, pues la cadena de mando correría el riesgo de desestabilizarse y jugar una mala pasada en un momento crucial en el que dicha autoridad tuviese que impartir órdenes cuestionables. Y las órdenes de tu superior nunca deben cuestionarse, por lo menos hasta que la misión finalice.
  Desde nuestra posición podía avistarse la entrada a la monumental infraestructura, cuyos cimientos partían de casi un kilómetro en vertical bajo nuestros pies, muy por debajo de los  suburbios del Distrito Uno, unos seiscientos metros abajo nuestro. La llanura sobre la que Midgar se sitúa, es un compendio muy heterogéneo de areniscas, limos y gravas que, dado el aire relativamente seco y la carencia de aguas subterráneas otorgaban un mínimo de cohesión al suelo, aunque no lo suficiente para la babilónica ciudad que Shinra había conformado bajo los designios de un presidente que tenía, por si fuera poco, la osadía de abrir brechas kilométricas hacia el subsuelo del planeta con intenciones tan lucrativas como peligrosas, poniendo en duda la integridad de los casi cuatro millones de habitantes de la ciudad a cada día un paso más.
  Los reactores eran el esqueleto de la ciudad, a la vez que su verdugo. Por una parte hacían la función de grandes pilares, dispuestos en forma circular alrededor de toda la ciudad y en numero de siete, que junto a la impresionante muralla compuesta de miles de cables, tuberías, andamios, contrafuertes y pequeños puestos de mantenimiento daban a la ciudad la apariencia de una ciudad fortificada, siendo los reactores almenas de proporciones bíblicas. Esta "muralla" estaba unida radialmente desde los Siete Techos al centro, donde se encontraba la directiva de Shinra y, según algunos, parte de los laboratorios secretos donde se trabajaba con los genes... Los radios, situados en el segundo nivel de la ciudad, sostenían los impresionantes forjados-cimiento de la llamada "Midgar respetable", cuya sociedad la formaban empresarios, comerciantes, empleados de Shinra, ex-militares de renombre y el gobierno. El tercer nivel lo componía la clase alta, formada por la directiva de Shinra, que controlaba desde su cuartel general las actividades de la corporación en todo el planeta.
  El nivel inferior, situado en el enorme cráter que Shinra había excavado y de donde nacían las grandes estructuras, eran los llamados suburbios, donde vivían las gentes pobres de la ciudad: obreros, comerciantes arruinados, mineros y también donde las bandas mafiosas y los contrabandistas ejercían su poder. Era el nivel donde se hablaba del Sol más como una leyenda que como el astro cálido y luminoso que conocemos...
  Tras confirmar la aparente falta de audiencia indeseable y maniatar y esconder al encargado del almacén entre su oxidada colección hicimos cuenta de la última sección del bloque desguace y llegamos al primer puesto de control de nuestra infiltración. Esta nueva zona, preliminar a la entrada del reactor, era mucho más abierta y por lo tanto peligrosa, así que el gigante nos convocó en un pequeño rescozo entre dos anclajes y allí esperamos a observar el movimiento del enemigo.
Asomándonos por encima de una especie de puntal que sostenía junto a varios de sus hermanos un enorme depósito en fase de derrumbamiento busqué los puntos clave de paso, zonas liberadas de sufrir el acoso de los focos que el puesto de control hacía danzar por toda la plataforma a su libre albedrío, algo astutamente programado por los técnicos para dificultar el paso de intrusos. Busqué una pauta camuflada en la aparente aleatoriedad de su recorrido pero no obtuve resultado. Giré la cabeza y pude ver al gigante llegando a la misma conclusión. Me miró y yo negué con la cabeza. Volvióse al resto del equipo. Estaban discutiendo un ataque directo mientras yo observaba el puesto de control. En ese momento un guardia tosco y gordo abrió la puerta hermética y salió a la plataforma. Estaba muy lejos respecto a nosotros pero llegué a distinguir el movimiento de sus manos llevando algo a la boca. Un segundo después una nube de humo prometía unos minutos de paz al agobiado guarda. Me volví a mis compañeros. Jessie y Biggs miraban ociosos el olvidado depósito, tratando de derramar en él sus nervios y dejarlos encerrados en su olvido. El gigante miraba su brazo mutilado como tratando de convertir los salientes del cañón metralla en dedos de acero para cerrar un imaginario puño. Wedge contemplaba a su líder, al cual adoraba y temía por partes iguales, mientras acariciaba su Pacificador con el canto de la mano. La calma que precede a la tormenta... Pero esta vez sabía que el ataque a bocajarro no era la táctica más adecuada. Medité unos segundos y murmuré algo a oídos del gigante. Ël asintió y me miró, reflejando en su rostro la duda. ¿Por qué no explicaba al grupo mi idea y por contra le daba a él los méritos?. Tenía mis motivos...
  Todos asintieron nerviosos a Barret. Agradecían en lo más profundo de su ser una alternativa a lanzarse al peligro. No se lo reprocho. Aquello sin duda se lo imaginaban de una forma muy distinta, exacerbados por los discursos de triunfo y libertad que el gigante había proclamado los días anteriores. Aquello era algo más real, una misión de infiltración en un medio hostil. No era algo que se pudiese tomar a la ligera. Había que seguir.
 El gigante dio con su brazo metálico en el puntal que nos resguardaba, que emitió un sonido semiagudo que se prolongaba en el tiempo. El guardia levantó la cabeza en nuestra dirección. Estaba nervioso. Lanzó el cigarro y atravesó la plataforma hacia nuestro escondite. Conforme se acercaba el sonido se iba apagando y se volvía el típico zumbido propio de la vibración del metal a gran velocidad. Biggs y Jessie pasaron por debajo del puntal situándose tras un pequeño respiradero próximo a nosotros. El guardia estaba llegando. Wedge cargó el arma. El gigante se parapetó bajo el puntal esperando la señal, lo mismo que yo.

-- ¿Quién anda ahí?... ¿Jeff, eres tú? -- al guardia le temblaba la voz. Eso era favorable, pues una emboscada a dos bandas no sería capaz de asimilarla en ese estado.

 No fue necesaria. Con gran precisión y una rapidez envidiable nuestros dos compañeros arrastraron al despavorido guardia a la sombra del respiradero, haciéndole perder el conocimiento con un inseguro pero eficaz uso de la asfixia con el brazo. Comenzaron a desnudar al desdichado y un minuto después Biggs trajo el uniforme al refugio. Efectivamente pertenecía a una persona oronda, de tallaje similar al de Wedge. Mi idea comenzaba a fructificar. Mi excitado compañero dejó el arma a un lado y se vistió con su nuevo atuendo, no sin expresar al gigante promesas eternas de eficiencia.
   Realmente jugábamos una mano peligrosa, puesto que un observador mínimamente sagaz se percataría enseguida de los torpes andares del gordito, delatando con ello nuestra presencia y firmando con ello la sentencia de muerte inmediata de uno de los nuestros. Pero era menos arriesgado que un asalto directo a un puesto de control situado en una plataforma de setenta metros de largo y sin resguardo. El plan era simple, y a nuestro favor jugaba la cerrada oscuridad de esa noche y nuestro improvisado topo.

-- ¡¡Jophia, qué estás haciendo en el depósito...!! -- la voz salía del megáfono de la torre del foco este, asustándonos sobremanera -- ¿No sabes que ahí no hay nada para rellenar tu estómago...??

 Wedge apareció rápidamente pasando por encima del puntal, mientras trataba de encajar la pequeña gorra en su cabezón. Había cogido el Pacificador por error. El gigante gruñó mientras asistíamos al improvisado teatro, temerosos de este nuevo detalle terminara por abrir los ojos a los mofosos guardias. Llegó a la plataforma y se dipuso a cruzarla. Los focos daban buena cuenta de sus deslices pero los guardias no hacían comentario alguno. Probablemente habrían desconectado el megáfono y estarían despachando risas a costa de nuestro valiente compañero.

-- ¡¡Espera....!! ¡¡Quieto!!

  Dejamos de  respirar. Algo ocurría. Había percibido el tono de formalidad y reproche del guardia, señal de que se habían dado cuenta de que...

-- Jophia Jophia,... ¿Cómo quieres que te admitamos en nuestra aclamada sección si no eres capaz siquiera de esconder ante nosotros tus ganas de mear? -- Risas -- ¡Esconde ese pedazo de vela que tienes por camisa dentro del pantalón!... ¡Quizás deberías dejársela a los de Junon para cuando zarpe el próximo transporte... por si se les estropea el motor... Ja ja ja!!

 Wedge hizo un gesto de enfado hacia la torre de vigilancia, lo que provocó el flujo de un nuevo torrente de carcajadas hacia su persona, y cumplió el tramo de plataforma restante, llegando a la puerta del puesto de control y cruzándola. Ahora el plan era sencillo; nuestro guardia particular cambiaria la secuencia aleatoria de trayectoria de los proyectores por otra que dejara huecos oscuros por donde poder escabullir la vigilancia y cruzar la plataforma. De ninguna manera debía apagar los focos pues los vigilantes sospecharían y darían al traste con nuestra misión. Ahora sólo era cuestión de esperar...
   Nuestro compañero se hacía de rogar. Habían pasado ya diez minutos desde que vimos desaparecer la larga y azulada cola del cinto, rasgo común del uniforme de guarda de Shinra, que había sido la última prueba de su entrada a la sala de control, y no teníamos vestigios del obligado éxito de su misión. El gigante comenzó a desesperar, recordándose a sí mismo descuartizar al pobre gordito y repartir sus miembros entre las bestias del barrio en cuanto lo tuviera frente a él. La demora en realidad no era preocupante; más lo era que cometiese un fallo al cambiar la secuencia de giro. Y los minutos seguían corriendo. Poco a poco, y sin apenas darnos cuenta, fuimos observando que la oscuridad se adueñaba de la franja este de la plataforma, de forma casi imperceptible puesto que la danza ritual del foco izquierdo parecía no haber decidido saltarse ninguna parte de su coreografía. Rocé levemente el brazo de nuestro irritado líder y él también se percató del cambio. Con el mismo brazo señaló a Biggs y a Jesse la zona libre  abierta a nosotros. Ellos, que se habían entregado a la poco honorable labor de saquear al inconsciente guardia, asintieron levemente y salieron raudos en dirección al pasillo oscuro. El gigante me hizo el mismo gesto y ambos seguimos el camino de nuestros compañeros. De pronto el foco que vigilaba encima nuestro se alzó bruscamente apuntando a la torre de enfrente, cegando a los guardias que todavía estaban riendo a carcajadas. Aullidos de confusión se oyeron desde el refugio de la torre. Rápidamente el foco volvió a su posición habitual, pero el mal ya estaba hecho.

--  ¡Maldito gordo! ¡Ésta nos la vas a pagar, Jophia!...  ¡Antes de que la noche toque su final te habrás arrepentido, no lo dudes! Atreverse a desafiarnos.... ¡Ésta va a ser tu última noche en la guardia de los Tughe-Alhad!

  Nuestro orondo compañero no había podido resistirse a devolver los insultos a los mofosos guardias, y con ello había puesto en peligro la misión y nuestras vidas. Recorrimos los últimos metros de plataforma y el gigante se abalanzó contra nuestro imprudente guardia disfrazado.

-- ¡Qué clase de demencia te ha invadido! ¡Suerte tendrías si los guardas bajaran ahora y te acribillaran, pues ello te salvaría de mi furia! No vuelvas a cruzarte en mi camino cualquiera que sea la dirección que te lleven tus pasos, Wedge Sarphton, soldado de pacotilla, o te arrollaré como a un perro sarnoso y dañino.
   
  Los cinco permanecimos ocultos tras el barracón, uno de nosotros totalmente descompuesto y desdichado, aunque también orgulloso, y así esperamos unos minutos a comprobar si las amenazas de los guardias querrían verse cumplidas inmediatamente. El gesto de Wedge había sido totalmente absurdo y fuera de lugar, y habría sido causa de Tribunal Militar y posible ejecución alegando imprudencia, desobedencia o incluso traición en el caso de que estuviéramos en el Servicio. Sin embargo sólo la amistad y los principios guiaba este peculiar grupo y lo más a lo que llegó el enfado del gigante fue a una reprimenda y varios días de malas caras. Era algo a lo que yo no estaba acostumbrado, pues aunque yo mismo había procurado ser mínimamente condescendiente con mis subordinados, jamás tal falta de seriedad se había castigado de forma tan nimia y ridícula. Empecé a darme cuenta que la fuerza del grupo no se basaba en la disciplina y la rigidez, sino en unos ideales que mucho más tarde llegarían a afectarme de un modo que jamás podría haber llegado a imaginar.
  Pasado un tiempo prudente Jesse entro en el barracón y sometió a los controles para abrir las compuertas principales. Un zumbido profundo aunque bajo acompañó a las puertas que se abrían pocos metros delante nuestro. La entrada del Makoreactor dejaba pasar a sus enemigos, y a menos que los Ancestros lo impidiesen su fin estaba próximo. Rápidamente, no sin antes devolver la configuración inicial a los reflectores y hacer acopio de valor, entramos en la fortaleza de metal.

La primera sección era un pasillo oscuro armado de cables y tubos de sección octogonal que se entrecruzaban de forma que daban al techo la apariencia de una bóveda nervada de aspecto gótico. Una neblina persistente vagaba por doquier, metiéndose entre los recobijos y entrantes de las paredes irregulares y confundiéndose con los terminales de andamios y salidas de refrigeración semejando gárgolas siniestras de imperturbable actitud. Lucecitas de control a modo de pequeñas luciérnagas revoloteaban aquí y allá en la basta oscuridad del corredor, oscuridad sólo contenida por una fantasmal aura mortecina tintada de triste amarillo que podía distinguirse al fondo, como un pozo de tinieblas que albergase un misterioso caudal de luz muerta. Cruzamos el pasillo silenciosamente, mientras escuchábamos extraños sonidos de máquinas que parecían lamentos de criaturas agonizantes. Al final del corredor topamos con una puerta de seguridad. Jessie pulsó un botón y la puerta se abrió, dando paso a una nueva sección. Era otro pasillo totalmente distinto al anterior, de dimensiones desproporcionadas sobretodo en altura. Tanto era así que la neblina pasó a ser nuestro nuevo y asfixiante techo. El corredor estaba limitado literalmente por torres de andamios cobrizas de brillo áureo y marchito, y creció en mí una sensación de melancolía, como si asistiéramos a una vieja estampa de un pasado remoto y esplendoroso. Los andamios cubrían como una telaraña de hilo de oro inmensas computadoras y aparatos cuyas lucecitas brillaban como si de diminutos ojos de araña se tratasen. Avanzamos con suma cautela y llegamos a una sala con una consola de control en su centro en forma de U con la obertura orientada hacia unos macizos portones de acero que franqueaban nuestro paso. Las paredes las formaban versiones reducidas de las torres de computadoras que habíamos visto en el corredor anterior, y el suelo era un combinado de baldosas metálicas y secciones acristaladas por las que podían verse familias de cañerías, tubos de acondicionamiento y reguladores de presión. A la derecha se abría una puerta a una pequeña habitación tan desierta como las secciones que habíamos visitado hasta entonces. Jessie dirigióse rápidamente a la consola y examinó el panel principal con suma atención, sumiéndose en reflexiones sobre su funcionamiento y posible manipulación. Biggs y Wedge conversaban en voz baja en un extremo de la sala, mientras Barret observaba como si de un tutor se tratase la actuación del electrónico. Yo decidí ojear la habitación contigua.
   Era un pequeño cuartucho plagado de informes y discos ópticos, así como de tazas vacías pero aún humeantes y chalecos y cintos desparramados sobre las sillas. Parecía una sala de descanso para empleados y guardias. Me acerqué a las tazas y les presté atención, buscando signos que me permitiesen discernir el tiempo que llevaban abandonadas por sus dueños, cuando distinguí entre las ropas que estaban a un lado un reflejo blanco que se me hizo familiar. Alargué el brazo y saqué de un bolsillo algo que para muchos podía considerarse un tesoro. Era una preciosa pluma de un blanco cegador y un pelo suave y fino como las briznas de un césped fresco en el apogeo de una primavera hermosa. Su tacto y forma inspiraba a la vida y su primer dueño había sido una de las criaturas más maravillosas que el mundo había albergado en cualquiera de sus épocas. Había encontrado una Pluma de Fénix, el Tesoro del Sanador o también llamado Ilhamter, un regalo que sólo unos pocos podían exprimir, y unos muchos codiciaban en todo el mundo. Era el atuendo mágico de un ave ancestral cuyas plumas nunca marchitaban y su corazón siempre volvía a latir. Era el vestigio de un poder que el Flujo Maestro había concedido a la más bella de sus creaciones para evitar que pudiera llegar a desaparecer si el Mal acabara con todas las cosas preciosas del planeta. Era un símbolo de vida y objeto de culto de los pueblos del Mundo. Sólo los Sanadores y guerreros instruidos en el arte de la Cura podían utilizar sus maravillosos poderes, y no todos, pues se necesitaba una vida de estudio y meditación para entender la naturaleza de sus secretos. Para el resto era un signo de riqueza y un distintivo social, una reliquia de un pasado colmado de leyendas ya olvidadas y muy valorada como condimento en la alta cocina de la capital. Guardé la Pluma con delicadeza en uno de mis pequeños saquitos de viaje y volví a la sala principal.

  Alli el brio habia dado paso a la cautela. Barret se apoyaba pensativo sobre una tubería de enormes proporciones mientras los chicos se desahogaban simulando tiroteos victoriosos. Jessie se centraba en un panel táctil y jugaba a combinaciones de nulo éxito. Me acerque al gigante el cual resoplaba ya impaciente y no menos inquieto. Jessie, con ademan de suficiencia,  

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