Claraboya virtual (Kiwiland)

Categoría: Gates of the Realm, el Zelda más épico

Publicado: 03:50 29/05/2006 · Etiquetas: · Categorías: Gates of the Realm, el Zelda más épico
     

                     
     Una oscuridad se cierne sobre las encrespadas picas de roca y nieve de Agahn-Geruthô, lugar de leyenda donde el Hombre y el Elfo vieron nacer una vez la Sombra del Mal y todo signo de vida queda erradicado por la maldición del Kriertzu. La antinatural borrasca, un cúmulo de nubarrones que se arremolinan unos contra otros como si cobraran oscuridad por arrebato, avanza y tiende un lienzo de sombra sin resquicio sobre los Grandes Blancos, tiñendo sus inmaculados sayos de amargura y desesperación. Una extraña quietud se adueña de todo. El viento, guardián severo del yermo escarpado, humillado y derrotado por la Nube del Presagio que se opone a sus designios, rinde sus armas a la desazón y da paso a la Calma Negra. El silencio es ahora Señor de los Grandes Blancos. Arriba en el cielo, la Nube grisácea, envuelta toda ella en un hálito de sulfurosos vapores bácaras, comienza a arremolinarse en su centro al tiempo que se conforma una especie de cono de vapor cuyo vértice apunta al Hydjah-Moën, el pico más alto de Hyruland, el continente del Oeste. El Mal perpetra sus planes a la sombra del mundo. Sin embargo, son muchos los ojos que asisten a tan extraños acontecimientos…

    El Krumak-Solón es de todos el pico más oscuro y siniestro del Agahn. Su estrafalaria forma, resultado de las muescas que han difamado su antaño orgulloso perfil, recuerda vagamente la cabeza de un ave rapaz, pero el cráneo aparece totalmente hundido abriendo un desfiladero y conformando los dos picos característicos del peñasco. La leyenda cuenta que el monte fue moldeado por el mismísimo Kriertzu a golpe de Magia y Fuego, y que su roca es de un material jamás visto o labrado por la mano del Hombre. Sin embargo, al pie del Desfiladero del Kruân se encuentra aposentada una magna construcción, un Castillo de piedra negra que se templa imbatible en el Pico de Krumak, enfrentado eternamente a las faldas distantes de Hydjah-Moën. Sus torreones, cuatro falanges deformes de labra ruda y ventanucos semblantes al rabillo de un ojo felino, se yerguen desafiantes en torno a una torre mucho mayor, una construcción imponente de más de cien metros de altura coronada por cuatro gigantescas astas de negro acero, orientadas con el norte puesto en el Techo de Hyrule…  

    En la Torre del Asta, un balcón de gran voladizo se abre a pocos metros de Krûan, el cuerno que apunta siempre al Norte. Una figura se apoya en el balcón de púas de acero que se enfrentan simulando una horripilante dentada. Su despreocupado talante deja entrever que las maldades que acontecen a unos pocos kilómetros del Castillo no son inesperadas ni adversas. Una mueca de satisfacción se dibuja en su rostro, dibujando unas falsas y extrañas arrugas que no parecen propias de la piel que las guarda. Por muchos se cuentan los años que el misterioso Caballero lleva esperando este momento. La señal se adviene sobre el Agahn-Geruthô y marcará el principio del despertar de los Depositarios, y la Historia conocerá su devenir.

   El cono nubloso marca el ritmo de una danza giratoria que embarga el Cuerpo Maligno de gas y azufre en una pausada rotación mientras dedos fantasmales de vapores siniestros rodean el Hydjah-Moën y lo pervierten en la cólera del veneno. Un temblor repentino comienza a remover de sus aposentadas lomas la capa de Blanca Nieve y provocan estampidas de blanco como si regueros de sangre nacarada enturbiasen la faz del majestuoso monte. El temblor se vuelve sacudida, y todo comienza a oscilar bruscamente, desequilibrando por un momento al mismísimo Caballero Negro, Agnab-Dar el Desterrado, Príncipe de Hylian, que se aferra pronto a la barandilla a la vez que una expresión de venganza cumplida se esculpe en su rostro. De pronto, el vértice del Cono de la Sombra toca en su vertiginoso descenso la Cumbre del Techo de Hyrule, y un destello rojo cegador tiña de sangre el Agahn. La última visión de Agnab-Dar hasta que el brillo cegador lo hizo sucumbir en las tinieblas fue la de una Trifuerza de Luz que se fragmentaba en Tres Pedazos y que, acompañados de un tremendo estruendo, salían cuales estrellas de luz hacia el Continente… Su último pensamiento fue:

-- “Es la hora”

   
           -------------------------------------------------------------------------------

    Éborah se encontraba desfallecida. Ella y Murohn llevaban ya tres días de marcha repleta de retrasos, de problemas y de sustos… El devenir de un nuevo día desde la partida era siempre el de un nuevo temor. Temor ante un nuevo ataque de las Bel-Lothas. Temor por la aparición de un nuevo tramo escarpado o pedregoso que les obligara a dar un nuevo y desesperante rodeo. Desde la partida no se les había concedido un tiempo al reposo. Desde aquella amarga despedida de lo que había sido su hogar durante dos años no habían permitido a Gasdar, su caballo, detener la carreta para dejarle pastar… Ellos mismos apenas habían comido.  Desde el primer momento se había tratado de una carrera contra el tiempo, mas éste les había engatusado con falsas esperanzas…

    El bebé había nacido esa misma noche.

     Hacía ya dos días que se habían topado de bruces con una tremenda elevación del terreno justo donde comenzaba la meseta de Hylianel. Era una colina de ladera cubierta por innumerables zarzas y brezales que hacían de la ascensión un imposible. Por lo menos con la carreta. Así que prestos y sin dilación comenzaron un fatigoso rodeo rumbo a lo desconocido. Se trataba del monte Gorsbeth, más comúnmente conocido como “la colina de Lon”, una frontera natural que separaba las provincias de Hyrule e Hylian y cuyo único paso habían obviado como se había demostrado para su desánimo. Murohn calculaba que el Paso de Lon se encontraba a unos cuarenta kilómetros al sureste, jornada y media de camino dadas las circunstancias, y habían partido rumbo al sur con el desánimo del viajero maldito. Sin embargo un rayo de esperanza desbordó su aliento cuando a mitad camino encontraron una pequeña cabaña, propiedad de un tal Dogacoz, que les sirvió una cerveza deliciosa y un cocido como el que no probaban en lo que parecía un siglo. Dogacoz era un arrendatario de Don Lon Lonhar, un ganadero cuyas propiedades eran conocidas y admiradas más allá de Hyrule y célebre por su experiencia en la crianza de caballos, considerados en todo el Reino como los animales más puros y veloces que se conocen. Dogacoz era un hombre feliz, pues quería a su señor y amaba su trabajo, aunque no más que a su mujer, la señora Dogacoz, una oronda y simpática señora que contrastaba descaradamente con el perfil moreno y sagaz de Éborah. Murohn y ella gozaron de una sobremesa distendida y agradable. Sin embargo Murohn recordó que llevaban retraso y a primera hora de la tarde partieron rumbo al Paso de Lon, no sin antes recibir una burjaca de panecillos blancos, obsequio de Dogacoz, y una retahíla de consejos de su señora sobre el retoño que en unas semanas Éborah daría a luz… O eso esperaban…

    A lo largo de la tarde vieron el cielo ensombrecerse en el oeste más allá del Bosque de Janeh, en el Agahn-Geruthô, un mal presagio para el viajero pues la Sombra en los Grandes Blancos era el origen de una oscura leyenda del pasado. La leyenda hace mención al Kriertzu, un mago terrible que azotó de maldad la tierra de Hyrule en el pasado y que tenía dos hechiceras temibles a su cargo… Una historia dueña sólo del recuerdo remoto pero presente sin embargo en las posadas y las aldeas de paso. En el transcurso de las horas siguientes Éborah comenzó a sentir algo en su interior, como si el bebé estuviese nervioso, y un dolor agudo se presentó al poco para martirizar a la bella joven de un modo inconsolable. Los nubarrones en el Oeste crecían en tamaño y horror, pues no eran nubes corrientes sino perpetradas por algún extraño maleficio, y estaban envueltas en un halo amarillento y corrupto que no daba tregua al temor. Murohn estaba preocupado por su esposa, pues hacía ya unas horas que había roto aguas y las contracciones se hacían más y más fuertes. Era demasiado tarde para regresar a la cabaña de Dogacoz y al amparo de su señora. Por ventura o compasión Gasdar dio con un pequeño algar a cobijo de la noche cruel, donde el viento furioso se hacía dueño y señor del Gorsbeth y la tierra hacía temblar con su ira invisible… Murohn se acercó a su mujer, que estaba tendida sobre la parte trasera de la carreta, y le apretó fuerte la mano:

-- Valor, Éborah, no sucumbas a las sombras que se abaten fuera, en la oscuridad de la noche… Tú estás dentro… Conmigo… -- Murohn contuvo el llanto…

-- Querido – Éborah estaba sudando y temblaba fuerte al paso de cada contracción.— No ahora, amor. No ahora después de todo… -- En ese momento apretó los dientes y tuvo una contracción. —  … No ahora que mi hijo va a nacer…

   

    Dogacoz contemplaba preocupado y abstraído el temporal que se abatía en la campiña mientras sostenía en sus temblorosas manos el último travesaño que cerraría las frágiles ventanas de su cabaña a la maldad que esa noche se había apoderado del Gorsbeth y del mundo entero. Su mente se cerraba, al igual que sus ventanas, al espectáculo que acontecía ante sus ojos, y su corazón temía por la simpática pareja a la que había recibido no hacía sino unas horas atrás… Rogaba para que encontrasen un refugio en el Lon, una cueva o un árbol de curvas agradecidas y diámetro generoso, pero conocía bien el paraje y sabía que no encontrarían nada excepto alguna pequeña gruta a la altura del Fresno de Maloneh, y eso quedaba bien lejos… Su mujer le acosaba preguntándole sobre la situación de la pareja, y aunque en boca la tranquilizaba diciéndole que con suerte ya habrían llegado al Paso, de corazón le expresaba su temor por el muchacho y la joven encinta.
     Dogacoz no había visto en su vida una mujer semejante a la joven. Era muy bella, de eso no había duda, pero se trataba de una belleza exótica, lo que junto a su casi imperceptible acento y su piel atezada la hacían misteriosa y distante. Dogacoz no había oído hablar de una raza similar sino en cuentos, y él no hacía mucho caso de los cuentos… Aunque esa noche el fulgor de los relámpagos que se abatían sobre el Agahn-Geruthô, la llamada Tumba del Kriertzu, palidecían el corazón de Dogacoz como si la más oscura de las leyendas se hubiese materializado frente a él. Con un esfuerzo denodable, Dogacoz levantó el último travesaño y lo clavó a las paredes de la cabaña.

    Murohn estaba desesperado. Ya hacía dos horas que su mujer había roto aguas y las contracciones cada vez eran más y más fuertes. El cuerpo de la joven tiritaba y su frente ardía, y Murohn no tenía ni la más remota idea de cómo aliviarla. “¿Por qué la desgracia se ha hecho presa de nuestro camino?” Se preguntaba en el arrebato de la desesperación. “¿Qué  hechicería ha tornado al mundo en nuestra contra el día que nace nuestro hijo?” Un temor que el tiempo había conseguido ocultar en lo más hondo de su mente se rebeló entonces a su encierro y reapareció entonces con inusitada fuerza: “¿Tendrá algo que ver el Rey del Desierto en todo esto?” La duda se hizo certeza al tiempo que el herrero asistía impotente el dolor de su mujer…
    Murohn recordó entonces el día que Éborah y él se encontraron por vez primera. O casi sería mejor decir el día que Éborah lo encontró a él, hacía ya siete años. Él por entonces era  un conocido Maestro del Acero residente en Hyrudan, la Ciudad del Castillo. Su maestría en el arte de la fundición y concretamente en la fabricación de hermosas espadas lo habían hecho famoso y los últimos meses incluso había recibido algunos pedidos del Castillo Real. Los que le conocían lo describían como un tipo austero y noble como el acero con el que trabajaba, de gran corazón aunque algo puntilloso, y todos le querían. No era amigo de las verbenas y las grandes fiestas pero sí se rendía a los placeres de la cerveza y el tabaco, y en la posada conversaba y reía a gusto con sus amigos. Su vida era tranquila y agradable, aunque Murohn siempre echaba en falta algo, un pesar que ni la mismísima confección de la Espada Real podría suplir. La noche del 3 de Marzo del año 36 todo cambió para él.

    La guardia de la Ciudad Real hacía ya décadas que no enfrentaba un peligro real, apenas unas incómodas escaramuzas con maleantes del Janeh que frecuentaban los Pasos para ganar botines fáciles a viajeros incautos. Aquella noche era distinto. Sombras casi invisibles y contadas por decenas se aproximaron en pos del más sorprendente de los asaltos que la Ciudad había vivido en los últimos treinta años. Sombras de una raza que se consideraba leyenda. Una leyenda que esa noche escribiría una nueva página en la historia de Hyrule.
    Con presteza y una rapidez sorprendente, los misteriosos asaltantes dejaron inconscientes a los Guardias de la Puerta, saltando desde la oscuridad del foso mediante cuerdas y artilugios desconocidos para los Hylian. Uno de los asaltantes se llevó a un guardia al Cuarto de Vigilancia y se encerró con él. El resto, un grupo de treinta, cruzó el Pórtico Real y se internó en Hyrudan.

    Murohn despertó sobresaltado. Hacía unas horas que daba cuenta del día y las cervezas en la posada estaban por cierto ya olvidadas. Era raro que despertase en mitad de la noche, él, hombre de costumbres fijas y dormir quieto, pero un sonido distante y familiar había turbado al herrero y pronto había salido del dulce trance. La luna llena filtraba su pálida luz por un resquicio de su ventana. Todo parecía hallarse en calma. Su lecho, mullido y cómodo al sueño como de costumbre, reclamaba reposo y olvido. Pero Murohn era hombre de instintos y sabía que aquel ruido no había sido inventado. Lentamente, cómplice del silencio, deslizó su mano hacia el farolillo que descansaba en la mesita. Conocía de sobras el crujir característico de su puerta al abrir y era algo en lo que había decidido emplearse al día siguiente o el otro… En ese momento se oyó nuevamente un sonido en el piso inferior. Habían forzado la puerta. Deseó encontrarse en otro lugar. Su mano ya rozaba la agarradera del farol, y con sus dedos tanteó el encendido. De pronto algo arrancó de su mano el farol y éste salió despedido contra la pared estrellándose en una lluvia de fragmentos que brillaban a la luz de la luna. Murohn saltó aterrorizado pero dos manos se aferraron a sus antebrazos como tenazas forzándolo a quedar sobre el lecho, a merced de su atacante. Se hizo un silencio tenso, roto por la respiración entrecortada del herrero y su agresor. Muhron contempló la figura envuelta en una capa que lo miraba desde la sombra de su capucha. Pasaron así varios segundos. Gotas de sudor titilaban como estrellas de tímido resplandor al paso por la cortina de luz plateada que el ventanuco cedía a la habitación. Entonces la figura sacudió la cabeza y la capucha se retiró. Lo que Murohn vio entonces jamás se le borraría de la mente. Una larga melena apareció entonces moviéndose rebelde al giro de la cabeza de una bellísima joven de piel azarada como si de un cielo de atardecer se tratase. La capa resbaló y dejó ver unas sinuosas curvas que rebelaban la casi plena desnudez de la joven, apenas cubierta con una faldilla blanca sujeta con un cinto dorado. La joven miraba fijamente a Murohn, y éste comprobó que ella había dejado de hacer fuerza con sus delgados pero increíblemente poderosos brazos. Suavemente ella se acercó hasta su rostro y le besó fuertemente en los labios…  
    Murohn estaba aturdido y extasiado. No comprendía lo que sucedía, pero pronto se acogió al beso que aquella increíble joven reclamaba y sus labios latieron al unísono. La cogió por los hombros y presionó suavemente mientras la magia del momento embargaba el lecho que los unía en el éxtasis del amor. Sus cuerpos se tocaron y Murohn pudo notar el palpitar frenético del corazón de la joven que a cada beso que encontraba en sus labios suspiraba y gemía de placer como si una pasión descontrolada se hubiera adueñado de ella. Murohn cerró los ojos y la veía igual, mientras notaba que la larga melena resbalaba de su espalda y se mecía rozando suavemente sus brazos. Entonces él la cogió dulcemente de la cabeza y le dio un beso que les hizo estremecer a ambos. Ella se separó entonces de golpe y sudorosa y ahogada le miró como sorprendida. Él trató de mirarla pero, al igual que ella, apenas distinguía los rasgos de los ojos y la nariz. La joven parecía dudar de algo, y Murohn quedó aún más perplejo, pero no hizo sino mirarla. Ella se abalanzó de pronto sobre él como si toda su vida se empeñara en ese momento y allí se unieron en el hechizo de la noche…

 Poco a poco sus cuerpos se separaron. Todavía temblaban de la emoción y respiraban afanosamente, y Murohn no dejaba de ver la oscura figura de la joven que con las piernas tendidas sobre la suyas se erguía y miraba hacia su regazo como si guardara un tesoro en él. Él trató de acariciarla pero de pronto notó un cambio brusco en su actitud. El detuvo su mano y la vio dudar nuevamente, y en esta ocasión ella se apartó evitando al joven herrero. Una ráfaga de viento huracanado hizo presencia repentinamente, trayendo en su aullido un grito desgarrador. Era un grito de dolor que llevaba muerte en su horripilante nota. Murohn trató de levantarse asustado y sorprendido, pero la joven no se lo permitió. Se vio empujado contra el lecho fuertemente al tiempo que con una mano la joven lo retenía. En la otra sostenía una daga larga y curvada de acero templado. Murohn, totalmente desencajado y horroizado, comprendió que iba a morir. Y entonces ocurrió lo inesperado.

 En el momento que la joven se abalanzaba con la daga empuñada en seña de muerte, una ráfaga de aire todavía más fuerte abrió de golpe las puertas del ventanuco y una cascada de luz plata invadió la habitación. Murohn, totalmente petrificado, pudo ver los ojos bañados en lágrimas de la joven que había detenido el golpe mortal a sólo unos centímetros del cuello del Maestro de Armas. Y a la pálida luz de la luna llena pudieron contemplarse por vez primera. Murohn no había visto en su vida una mujer tan bella y maravillosa. Sus rasgos eran afilados y puros como la daga que estaba a punto de segar su vida. La melena de un rojo brillante con briznas de negro en las puntas resbalaba suavemente del hombro de la joven como si una cascada de luz cálida quisiese alcanzar su atormentado corazón. Sus senos se movían arrítmicamente al son de la respiración de la muchacha. Ella le miraba, traicionada por la visión que la luna plateada le regalaba, y entonces ella se dio cuenta que lo amaba.
    Un silencio envolvió con lazo de rocío matinal la mágica escena. Entonces fue cuando la voz de alarma se dio en Hyrudan, y ya no hubo tiempo para el desenlace de sus miradas. La joven se incorporó asustada, recogió su larga melena en un práctico moño y se envolvió con la capa. Murohn la contemplaba en silencio y maravillado. Pese a su fulminante encuentro con una muerte casi inevitable, entendió que aquel gesto no había sido algo que naciese de ella sino que formaba parte de algún oscuro designio de la misteriosa raza a la que pertenecía, y que ella no compartía sino detestaba. Murohn había percibido amor en su mirada, y él no podía sino corresponderlo. Un dolor mayor que el que le podía causar la daga brillante era la certeza de una separación. La joven estaba temblando mientras se ceñía la capucha a la cabeza, y en un descuido se deshizo el moño y la melena volvió a caer libre sobre sus hombros. Murohn hizo un gesto de moverse, y ella saltó.

-- No te muevas – Su acento era muy pronunciado, tanto como bella su voz.
-- Sólo quiero ayudarte
-- Quédate donde estás… Por favor… -- Murohn notó que la joven luchaba contra sus propios impulsos. Anhelaba al igual que él sus labios y el calor de su cuerpo. Pero era una mujer fuerte de carácter y de recia disciplina
-- Por favor, quédate… -- Murohn lo deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

    La joven dudó. No había nada en el mundo que desease con más ganas que permanecer al lado de ese hombre. Pero las consecuencias de la traición serían… Por un momento recordó las  historias que las Ymaitrah les contaban en Geruthô cuando eran apenas unas niñas acerca de la maldad innata de los hombres y su carácter de bestias estúpidas y torpes. Recordaba que luego sus compañeras jugaban a atizar con el látigo a los esclavos que en ocasiones  traían las propias Ganiah-Rova, las Sirvientes del Rey, antes de que las Brujas los matasen como a bestias. Ella no compartía semejantes atrocidades y siempre desde el secreto había odiado a las Twineh-Arnova, las Hechiceras del Rey. El hombre que se encontraba frente a ella no se parecía en nada a aquellas historias. Él no se había abandonado al sexo que ella le ofrecía, había dudado y tratado de comprender la situación, además de ser dulce con ella, y eso no se parecía en nada a las mentiras que las Ymaitrah les habían contado. Sin embargo dejarse llevar por sus sentimientos conllevaría la traición a su pueblo y muchas cosas correrían peligro entonces…

--Tengo que irme. Tu sangre no se derramará y con suerte vivirás días sabiendo que tu hija cabalga orgullosa por las llanuras del Gon-Sahra. No hables jamás de nuestro encuentro pues correrías peligro de muerte. – La aflicción hacía mella en las palabras de la Gerudo.
-- No tienes por qué marchar. Tu congoja delata tu rencor por lo que estás obligada a cumplir y tu decisión demuestra que eres contraria a sus ideas…
-- ¿Qué puede saber un hombre  alejado de la llanura y el Desierto de nuestras ideas…? No tientes al destino, Valsöec, y hables de cosas que te son veladas por condición. Tu sitio está aquí con los tuyos, y yo marcharé con mi Pueblo pues tengo obligaciones. – La joven hizo  gesto de cruzar la puerta. Muhron le dijo:
-- Dime al menos el nombre de aquélla que será la madre de mi hijo.
    La joven Gerudo vaciló.
--Éborah. Y tu hijo ya te digo yo que será hija, y responderá al nombre de Evnathel, la colina más bella y alta del valle Gerthó.
    Muhron no preguntó cómo Éborah podía saber si estaba embarazada y más aún si el retoño era niño o niña. En vez de eso contestó:
-- Yo soy Murohn, Maestro de Armas de Hyrudan, y juro aquí mismo que los nombres de Éborah y Evnathel jamás se esfumarán de mis pensamientos hasta que muera o estés tú aquí para recordármelos.
-- Tengo… Tengo que marchar… Adiós

    Éborah bajó corriendo las escaleras y, tras echar un furtivo vistazo a la desierta calle, se desvaneció en la neblina que envolvía Hyrudan en el albor de un tardío amanecer…

    Murohn alivió el sudor frío de su esposa con un paño. Fuera en la noche cerrada el Señor del Agahn, el Viento Blanco, arremetía contra el Gorsbeth con la furia del Noble que ha sido expulsado de su tierra, y en su desatino helaba corteza y roca, y muchos árboles perecieron y la tristeza se adueño de la falda de Hylianel. Cada contracción de Éborah acercaba más y más al bebé al mundo al tiempo que parecía que alejaba a la joven del mismo. Murohn yacía desconsolado pero animado en apariencia al lado de su esposa, y le contaba historias y le hablaba de los planes que ambos habían hecho los últimos meses. Éborah rebufaba y gemía de dolor, y de pronto agarró fuerte la mano de su esposo a la llegada de la más fuerte de las contracciones. Murohn apretó fuerte la mano de su mujer y fue a auxiliar su esfuerzo, pues el bebé estaba a punto de nacer.

    En ese mismo momento, cientos de kilómetros más al oeste, en el corazón del Agahn, la Sombra del Destino alcanzaba en su extensión la cima del Hydjahn-Moën, y entonces la Profecía se cumplió.
    El Techo de Hyrule dibujó junto a su Oscuro Reflejo, el remolino de sombra, el signo del Doble Cáliz, la Llave del Reino, y con él se rompió el Sello de Poder y trajo de nuevo la Trifuerza al mundo. Un resplandor abrumador, como si una nueva Estrella naciese en el corazón del Agahn, bañó con su luz aquella parte de la tierra llegando a palidecer en su fulgor las mismísimas faldas de la Montaña de la Muerte. Aún años después las gentes de Kakariko hablarían del extraño suceso en las noches claras de verano. Si hubieran existido ojos capaces de soportar el brillo cegador que nacía del Hydjahn, habrían sido obsequiados con un espectáculo que no acontecía en milenios. La majestuosa cumbre cubierta de un manto de plata ahora iridiscente se hacía soporte del Fahdinnay, el Presente de las Diosas, mientras un círculo de noche se dibujaba con trazo nublado encima del Triángulo Sagrado.

    De pronto un zumbido agudo asoló el Agahn. Torrentes de blanco se formaron en todos los picos del entorno como si la nieve se postrase sumisa al temor de la montaña, y toda roca y zarza supo entonces de la llegada del Fahdinnay. El temblor se extendió y todas las tierras se hicieron eco del quiebro del Sello Sagrado. Murohn levantó la cabeza y percibió aterrado el temblor de tierra. Éborah seguía empujando y apretaba los dientes como si fuera ella misma la causa del terremoto. En el Agahn, la fuerza de la sacudida removió los cimientos de la tierra y algunos penachos se desprendieron impotentes al poder que los sacudía. Un nuevo fulgor acompañado de un zumbido más estridente hizo presencia por encima del Hydjahn, y una columna de luz atravesó el cielo y batió la Trifuerza. Entonces un silencio solemne se adueñó de la escena. El instante pareció congelarse y el Triángulo Dorado dejó de girar. La noche volvió a hacerse dueña de la bóveda celeste y la Nube Oscura se retiró todavía más haciendo crecer el claro de cielo.

    Entonces ocurrió que la Trifuerza comenzó a resquebrajarse. Pequeños hilos de luz que como una telaraña se extendían por toda la superficie del Triángulo envolvieron su forma y hacían estragos en su lisa superficie. Y fue cuando la Hiedra de Luz cubrió con sus puntas el Fahdinnay cuando la Profecía se cumplió y el Triángulo se descompuso en los Tres Fragmentos y abandonaron el Techo de Hyrule hacia las Tierras Vivas.

    El temblor cesó. Murohn miró las paredes de la gruta temeroso de un inminente derrumbamiento. Un gemido de su esposa hizo que bajara la cabeza.

    “Está sangrando demasiado…”

    Las gasas, totalmente inservibles y ensangrentadas, eran un desesperado reflejo del estado de Éborah… Su tiempo se consumía en el triste páramo del Melonah. Murohn, con lágrimas desbordadas y silenciosas animaba a su mujer a un último esfuerzo cuando contempló al fin la cabeza del niño que ya sobresalía… Éborah ya hacía rato que daba muestras de un agotamiento excesivo y Murohn temía que su mujer no aguantara hasta el final, a pesar de su gran fortaleza física. De pronto se oyó un zumbido, distante y extraño, que parecía venir de las mismísimas entrañas de la tierra, y Murohn escuchó. Levantó la cabeza al techo de la gruta, pues el zumbido se trasladaba sobre sus cabezas, y justo cuando miró a la entrada quedó totalmente cegado por un resplandor que inundó algar y carro y lo empujó contra el fondo de la cueva. Antes de caer y sumergirse en las tinieblas de la noche a Murohn le pareció distinguir la casi etérea figura de una mujer alada cuyo brillo invitaba al cálido sueño… Antes de cerrar los ojos, el herrero le pareció que unas palabras salían de la maravillosa figura:

--Tú serás el Amoël´Labié,
 
             

                                                  El Paso de Lon

    Cuando Murohn despertó el nuevo día ya había alcanzado el Melonah. Tímidos rayos de Sol entraban como espigas doradas por la entrada de la gruta y bordaban la humedad de la cueva, confeccionando densas cortinas de un tejido ambarino y volátil. El carruaje se aposentaba en el centro del nicho y parecía viejo y destartalado por los embates de la terrible tormenta que había asolado la comarca la noche anterior. Gasdar había desaparecido, probablemente estaría fuera pastando en el llano. Murohn volvió a cerrar los ojos. Se encontraba mejor. Aquel calor fortalecía sus músculos y le reconfortaba. Ahora estaba dispuesto para afrontar un nuevo día y llevar a su mujer y a su hijo recién nacido a…
   
     Entonces todo acudió a su mente. Éborah…. El niño… La mujer alada.

    Se levantó aterrorizado. Había dormido toda la noche. Corrió hacia la carreta totalmente desencajado. Había dejado a Éborah sola con el niño a punto de nacer. Apartó la tela que se había desprendido del techo del carruaje buscando con avidez a su mujer. Allí estaban. Din, perdóname. Éborah yacía con los ojos cerrados y un bulto entre sus brazos. Era su hijo. Murohn quedó totalmente absorto, contemplando la escena. No puede ser. Murohn no percibía ningún signo de movimiento, de respiración… De vida. No, por favor. Se restregó los ojos, temblorosos y prestos a la llamada del sollozo, mientras su mente se engullía en un pozo de desesperación. Sin embargo no podía dejar de contemplar la trágica escena, inmóvil, torpe, totalmente ensimismado. No puede ser cierto. Cerró los ojos y seguía viendo la imagen de su amada con su hijo en brazos, ambos muertos. Entonces oyó un gemido. Abrió los ojos, y entonces se encontró con Éborah que lo miraba feliz. Le dijo:

-- Murohn, Maestro de Armas de Hyrudan, Herrero del rey, mi amado esposo, contempla a tu hijo. Se llamará Norhael, que en tu lengua se traduce como Link, y crecerá y será fuerte como un rey del Desierto.

    Murohn se acercó a su mujer y, tras darle un dulce beso, levantó al niño y salió de la gruta con él. Éborah los miraba feliz pero exhausta; la noche había sido muy larga. Recordaba vagamente algunas cosas como el rostro triste de su marido, la fuerza con la que apretaba su mano, el temblor de la tierra…  Y el Hada. Porque aquella mujer que radiaba luz era sin duda alguna un Hada Mayor, una Edayaeh, moradora de cuentos y leyendas antiguas. Recordaba que de pronto la cueva misma parecía haberse encendido y que Murohn salía despedido contra la pared de roca. Entonces apareció una figura de luz, una mujer alada, bellísima en su desnudez, que la miraba dulcemente y le decía con el pensamiento que se relajase, que todo iría bien. Entonces pronunció unas palabras extrañas y tras un fugaz relámpago vio que aquella mujer le tendía entonces a su hijo, ya limpio y llorando saludablemente. Éborah lo había cogido emocionada y bajado la cabeza levemente en señal de gratitud. La mujer le dijo entonces, con voz musical y solemne:

-- Has traído al mundo a uno de los Depositarios, el Amoël´Labié, elegido por el mismo Fahdinnay, el Presente Divino. Cuídalo y aléjalo en su niñez de las Sombras del Mal, pues este niño está marcado por los designios del Destino, y será llamado a cumplir grandes tareas en el futuro

    Después de esas palabras la Edayaeh había desparecido y Éborah estuvo acariciando a su hijo hasta que el cansancio pidió cuentas de la noche a la joven Gerudo.

    Y así fue como empezó una nueva etapa en su viaje, temerosos más que nunca por el niño recién nacido. Éborah no habló nunca a su marido de las palabras de la Edayaeh pues las palabras del Hada, según la leyenda, no eran para más oídos que para los que las escuchaban. A mediodía de la tercera jornada desde que habían partido desde Gelhat, Muhron espoleó a Gasdar y la carreta vio de nuevo el Sol brillar y los campos ondear a la brisa de un viento seco y fresco. A las pocas medias horas divisaron un sendero que transcurría paralelo a las faldas del Golsbeth, a la sombra de un gigantesco árbol que daba nombre a toda la comarca del Melonah, un fresno gigantesco de unos cuarenta metros de  altura, de corteza cenicienta con placas doradas y tronco desproporcionado en su base que era una pequeña ciudad para la flora y fauna del la zona. Una infinidad de ramillas ornamentaban su tronco, el cual quedaba rematado por tres increíbles vástagos que extendían la copa en un radio muchísimo mayor al de cualquier árbol de la Campiña. Unas florecillas blanquecinas y colgantes adornaban como un manto de estrellas nacientes en un atardecer de verde ocaso la fastuosa copa del Fresno, todo un orgullo para la comarca y un hito para el viajero que cruza los campos del Lon. Murohn detuvo la carreta a la sombra del Fresno y allí comieron y Éborah amamantó al niño. Sus miedos, aún presentes y acechantes, fueron por un momento recelo del pasado para gozo de sus castigados corazones, y la joven pareja rió y disfrutó lejos del pesar.
    Ya entrada la tarde decidieron continuar. Según los cálculos de Murohn y las palabras de Dogacoz la Encrucijada no debía quedar a más de quince o veinte kilómetros, y el sendero se presentaba llano y cómodo al avance. Aquel tramo del viaje renovó sus ánimos. Atrás parecían quedar los pesares que como una pesadilla les habían asolado durante todo el camino, y ya estaban acercándose a la provincia de Hyrule donde malhechor y asaltante debían cuidar sus pasos pues la Guardia de Hyrun patrullaba los campos y eran severos en su castigo. Éborah y Murohn se sentían reconfortados; su hijo mostraba una salud envidiable y reclamaba casi de continuo la leche de su madre. El cielo empezaba a teñirse de un naranja brillante en el oeste mientras que en el este el anochecer avanzaba mostrando su manto de azul estrellado, y entonces divisaron la Encrucijada. Como su nombre indica, la Encrucificada era un cruce de senderos que venían de todos los rincones de Hyrule. Era uno de los principales puntos de encuentro para los viajeros antes de entrar en la provincia Real por el Paso de Lon, unos cuarenta kilómetros al norte. Se encontraba sobre una planicie cubierta de frutales y arboledas que embriagaban al caminante con el aroma de sus frutos y el verde de sus hojas. Unas tiendas se extendían en el entorno del cruce y unas figuras tendían unas ropas y encendían unos fuegos al lado de un arroyo cercano. Muhron espoleó suavemente y Gasdar llevó el carruaje hacia aquel pequeño rincón de humanidad.
   
    Su recibimiento fue todo menos cálido. Una gran actividad profesaba el campamento, y nadie parecía querer pararse a recibir a los recién llegados. Hombres corpulentos llevaban fajos enormes de herramientas y equipo. Otros transportaban enormes barriles repletos de vituallas, forraje o incluso armas. Las mujeres llevaban las ropas recién lavadas cerca de los fuegos para secarlas. No había rastro de niños. Murohn hizo ademán de preguntar a uno, mas éste escapó furtivo hacia una gran tienda que sobresalía en el centro del campamento. Finalmente un hombre curtido bien por años pero más por trabajo se acercó y les preguntó:

-- Saludos a los viajeros del Melonah. Tendrán que disculpar a mis compañeros pues estamos muy afanados y el tiempo últimamente corre más deprisa que una liebre asustada. Mi nombre es Tárone y si quieren de mi consejo les diré que descansen ahora y partan con nosotros mañana a primera hora, pues imagino que se dirigen al Paso de Lonhart.
-- Saludos a ti, Tárone, y si bien disculpamos sin reparo alguno a tus compañeros, pues bien se ve que la faena aprieta y el tiempo apremia, sí que nos gustaría saber el porqué del consejo que tan desinteresadamente nos ofrecéis, desconocidos como somos para ti. Pero antes te diré nuestros nombres. Yo soy Murohn, Maestro de Armas de Gelhat, y estos son mi mujer Éborah y mi hijo Link, y agradeceremos tus palabras bien sean de consuelo o de congoja.  
    Tárone miró un momento a Éborah, sorprendido por su belleza y su piel morena, y después siguió:
-- Tendrán que disculpar mi falta pues se de buena fe que no soy yo quien debe ponerles al día de lo que acontece en estas tierras, pues desconozco gran parte de los hechos. Pero me harían feliz si me acompañaran adonde se encuentra mi Señor, el cual les explicará sin duda lo que quieren saber.

    Murohn dejó el carromato cerca de una tienda que hacía las veces de cuadra. Cuatro caballos imponentes que no dejaban de relinchar y sacudirse como si la Sombra misma los espolease ocupaban sus plazas. A Gasdar le dieron un pequeño recinto, y al lado de los majestuosos corceles semblaba un mísero pony de carga aunque digno y fuerte. Tárone llevó a Éborah y al pequeño a la tienda donde descansaban las mujeres, y allí atendieron a la Gerudo y limpiaron y cuidaron al recién nacido a pesar del ajetreo que reinaba. Tárone entonces se llevó a Murohn y de camino intercambiaron impresiones sobre los últimos acontecimientos. Todo el mundo coincidía en que la tormenta del día anterior era un presagio de maldades para el mundo, pues ya lo decía la leyenda, “y entonces la Sombra del Kriertzu batirá sus alas de Muerte sobre el Agahn y el Fahdinnay volverá para tentar al mundo”. Muhron detectó en las palabras de Tárone la sombra de un miedo implícito… Una certeza que movía las almas de aquellos ganaderos y campesinos con apremio y por necesidad. El herrero escuchó entonces a su guía que seguía hablando:

-- Ahora entraremos en la Jidav, la tienda del señor Talonhart, hijo de Don Lonhart. Nuestro joven amo es una persona afable y bondadosa, y os explicará la situación mejor que este vulgar criador de caballos. No obstante ahora está por cierto nervioso, pues hace sólo unos días que anunció su compromiso con Meladar, una joven Hyrudan, y los últimos acontecimientos lo están desbordando. – Tárone calló entonces y parecía reflexionar…
-- Mi intención se cuidará mucho de alejar a tu amo de sus obligaciones, si es eso lo que tratas de de decirme, Tárone.
-- Por cierto que no trato de decirte eso, amigo, sólo te advierto del humor de mi amo que ahora no podrá recibirte como él mismo deseara.
-- Quedo advertido pues. Gracias, Tárone

    Murohn observó que cerca de la tienda la actividad del campamento era todavía mayor. Hombres ataviados con capas y grandes sacas salían de la tienda y montaban sus caballos prestos a una partida inmediata mientras unas mujeres les daban pequeños morrales con alimentos y alguna bebida fuerte. Muchos cruzaban el pequeño llano previo a la entrada con barriles que depositaban en un gran carruaje a rebosar de material que en pocos minutos abandonaría la Encrucijada rumbo al Paso de Lon. Otros simplemente corrían de un lado a otro con algún mensaje que dar o una orden que cumplir. Murohn comenzaba a preocuparse pues tal actividad en horas de reposo no podía significar otra cosa que un posible ataque o algo peor. Tras cruzar el llano Tárone corrió la tela de entrada, un bello tapiz con un gran caballo estampado, y entraron en la Jidav.

    Dentro de la tienda reinaba la confusión. Discusiones afloradas por el nervio enfrentaban a un grupo de hombres y ancianos mientras los jóvenes recogían en silencio muebles y telares. Murohn se dio cuenta de que la carpintería del mobiliario era todo menos común. Mesillas, armarios, ménsulas… Todas las piezas marcaban claramente la separación de sus partes por numerosas hendiduras y se unían mediante complejos sistemas de bisagras. El efecto a la vista era grosero y aparatoso, totalmente en desacorde con las magníficas telas y los exquisitos tapices que colgaban de las maderas que sujetaban la carpa y que representaban figuras de labradores y campesinos en épocas de recogida y de caballos corriendo libres por las verdes colinas de Hylianel. En ese momento cuatro fornidos muchachos tendieron un gigantesco ropero en un lado y… Lo plegaron. Murohn no daba crédito a sus ojos. El ingenio con el que la pieza había sido montada era tal que en pocos minutos los jóvenes convirtieron el armario en cuatro pilas de maderas que embalaron en un abrir y cerrar de ojos. Muhron se acercó a una pila que aún no había sido guardada y  preguntó a uno de los jóvenes la clase de madera con que estaban hechas. El muchacho, de apenas catorce años, respondió: Fieloh. Murohn no había visto en su vida una madera como aquella, tan oscura y tan brillante. Era madera de leyenda, el Fieloh, presente sólo en las grandes historias del pasado, y su mención hacía referencia siempre a bosques encantados, lugares donde nacían los cuentos sobre hadas resplandecientes y árboles parlantes. Era extraño que en esos momentos, cuando extraños sucesos asolaban la región, se encontrase con semejante pieza de fábula. Tuvo entonces la sensación de que algo grave acontecía al mundo, algo a lo que no iba a ser ajeno y tendría que enfrentar en algún momento. Retiró el pensamiento de su mente y prestó atención a la discusión que  mantenían los ya encendidos compañeros de Tárone. Un hombre aparentemente joven, ataviado con un mono de trabajo descolorido, y que parecía erigirse como el jefe del bando de los ganaderos, saltaba colérico entonces encarándose con el portavoz de los ancianos:

-- ¡¡Presagios y malos augurios…!! ¡Vuestras palabras son veneno para nosotros! -- el joven miró hacia sus compañeros -- ¡El Galed ha sido infectado por ancianos andrajosos que ven en oscuras leyendas el reflejo de nuestra situación, y turban los corazones de nuestros muchachos con temores olvidados y oscuros despropósitos…! – giróse entonces a los ancianos -- ¡Morada de ratas asustadizas estáis levantando con vuestras lindezas, maese Tolorecio!
    El ganadero jugaba bien con las palabras y hacía exaltar el ánimo de sus seguidores, y éstos pronto comenzaron el abucheo al grupo que ancianos. El hombre que enfrentaba al jefe de los ganaderos, un anciano colmado de primaveras florecientes pero también de inviernos infernales, esperaba en silencio y paciente al cese de los abucheos contra su persona. Sus compañeros, detrás de él, se removían inquietos aunque no se pronunciaban. Tolorecio, viejo pero aún fuerte y de gran presencia, contestó:

-- No es el miedo y el desaliento lo que incito a despertar en el corazón del joven, Ingothé,  sino cautela y apremio. Las historias del pasado son ahora testimonio del presente…
    Tolorecio hizo una pausa miró entonces a los hombres de Ingothé.
-- A lo largo de los últimos meses hemos presenciado fenómenos insólitos en la historia de Hylian, sucesos que eran presagio de una oscuridad que el Agahn ayer desveló y que trae el mal del Exterior tal y como anunciaba la Profecía del Tesoro. Ahora los Jasnem, nuestros preciados mensajeros, confirman nuestras sospechas. Y hénos ahora aquí, en la Encrucijada del Maloneh, huyendo de nuestro propio hogar, pues unas extrañas gentes han llegado desde el Lago y atacan nuestras aldeas y matan a nuestras gentes… ¿No son ya demasiadas coincidencias?... ¿Acaso la necedad nubla el discernimiento de los ganaderos del Gelhadel, obcecados en su propio mundo y ajenos a la realidad que asola el Reino? ¿Acaso sois lacayos de vuestro propio temor y os negáis a ver la realidad que acecha Hyrule? Vuestras familias encontrarán cobijo en los verdes prados del Zoraeh, pero no así vuestros corazones, sabiendo del peligro que se cierne sobre Hyrule y nuestro Rey, y amparados por su generosidad y la de Don Lonhart
 
    Los ganaderos se miraron entonces, claramente turbados con las palabras del anciano. Ingothé, dubitativo pero no más que orgulloso, rebatió al viejo:

-- No cuestiones nuestro honor con palabras escogidas, anciano. Nuestra decisión aleja al Galed de la tempestad y ésa es la prioridad del Señor. Nuestra intención es alejar del peligro el ganado y la producción de Don Lonhart, instalándonos en los Prados del Norte y manteniendo la cría y todo lo que tenemos a salvo. Don Lonhart estaría de acuerdo con…
-- Don Lonhart estará de acuerdo con la decisión que tome el consejo del Galed, por supuesto, pero no trates a la ligera sus prioridades, Ingo, pues el Señor vela por los suyos pero no es ajeno a las gentes que pueblan Hyruland.

    La nueva voz, grave y profunda como un bostezo largo, hizo del silencio la respuesta del joven ganadero. Murohn vio entonces que una figura se levantaba de un viejo sillón apoyado en un extremo de la tienda. Era un hombre grande y fuerte, aproximadamente de la edad de Ingo, ataviado con un mono grana y una camisa azulada, que aunque no demasiado alto sí desprendía un carisma fuera de lo común. Así fue como Murohn se encontró con Talonhart Loné, hijo de Don Lonhart.
    El comentario paralizó a Ingo. En un gesto de rabia contenida el representante de los ganaderos cerró los puños y bajó la cabeza. Talonhart permaneció de pie delante del asiento mientras observaba imperturbable al joven, al tiempo que los compañeros de Ingo empeñaron sus exaltadas emociones en un silencio tímido y avergonzado. Tolorecio miró entonces a su amo y comprendió que Talon era fuerte por sí mismo. Murohn se sorprendió de la inmediata sumisión por parte del grupo de jóvenes ganaderos, muchos de los cuales abandonaron el Jidav silenciosamente, y muchos de ellos tuvieron mal sueño esa noche pues Talonhart había herido su orgullo y sabían que el miedo los había consumido. Ingo respiró hondo y levantó la cabeza y miró a Tolorecio con la furia en sus ojos. Talonhart volvió a hablar:

-- Ingo, ahora reúne a tu cuadrilla y dispón tus prioridades para con el grupo. Si marchar a las tierras del norte es vuestro deseo os será concedido sin rencor aunque sí con desazón. Si permanecéis con nosotros y os dirigís al Rancho de mi padre y luego donde nos lleve el destino entonces mi corazón se llenará de vuestra compañía. En cualquier caso mis mejores deseos irán con vosotros, ganaderos de Hylian.
    Ingo parecía rendido a las palabras de su Señor. Giróse a sus compañeros y vio que éstos aprobaban con gestos de conformidad al hijo de Don Lonhart. Ingo volvió la cabeza a Talon y dijo en tono humilde y arrepentido:
-- Vuestras palabras son sabias y sinceras, y mis ganaderos están de acuerdo con vuestro reclamo al valor. Así pues nuestras familias y carros acompañarán a Maese Talonhart al Rancho Lon Lon y adonde el Señor nos convoque. Ésta será la resolución de la Cuadrilla de Ingohart.
-- Me alegra que así sea, Ingo. – Talonhart sonrió – Siempre fuiste duro en tus palabras y preocupado con el deber. No faltes ahora a tu promesa y tenedlo todo dispuesto para la salida al canto del gallo. El Galed permanecerá unido en estos tiempos de incertidumbre. Ahora reuniros con vuestras familias, que tengo invitados que atender.

    Muhron se percató de que le tocaba a él. En realidad no tenía la más mínima idea de lo que iba a decirle al hijo del poderoso Don Lonhart, uno de los hombres más ricos del Reino y dueño de la mayor producción de lácteos y ganado de la región.

Kwisatz Haderach
Blog de Kwisatz Haderach
Blog de Kwisatz Haderach

Posts destacados por el autor:
· MAKING OF DE UNA TOMA DE EFECTOS ESPECIALES DE MI CORTOMETRAJE
· VIDEO FRIKI PARA UNA BODA QUE HICE HACE POCO
· Mass Effect 3, desgranado personal de un final polémico...
· 3DS. Primeras impresiones...
· GRAN TURISMO 5,  Analizando las primeras 20 horas...
· REACH, Impresiones
· UNCHARTED 3, nuestro granito de arena
· Otro versus Kz-Halo?
· STAR WARS... Borrador personal
· Princesa del Ocaso
· Recetas 360
· Valencia y el papa-nfleto
· Wii... ¿Revolución obsoleta?




Blogs amigos:
ConK
Espiritu-obi-
HeinzCube
Kwisatz Haderach
Nahar
Scroll


Categorías:
Fakes
Final Fantasy VII: La novela
Gates of the Realm, el Zelda más épico
Metroid Prime: Guía novelizada
Nuevas producciones, nuevas esperanzas
Reviews


Archivo:
Agosto 2020
Septiembre 2015
Julio 2015
Junio 2015
Mayo 2015
Abril 2015
Febrero 2015
Diciembre 2014
Septiembre 2014
Marzo 2014
Julio 2013
Mayo 2013
Marzo 2013
Febrero 2013
Diciembre 2012
Junio 2012
Marzo 2012
Marzo 2011
Febrero 2011
Noviembre 2010
Septiembre 2010
Diciembre 2009
Octubre 2009
Noviembre 2008
Agosto 2008
Mayo 2008
Julio 2007
Diciembre 2006
Noviembre 2006
Julio 2006
Junio 2006
Mayo 2006


Vandal Online:
Portada
Blogs
Foro

Blogs en Vandal · Contacto · Denunciar Contenido