Publicado: 20:17 19/09/2008 · Etiquetas: · Categorías:
Augusto Rey tendría más de sesenta cuando yo era niño. Y vivía con su mujer cerca de las vías del tren. Mi madre me explicó que antes había vivido en la misma estación puesto que fue toda su vida el encargado de cambiar las agujas, es decir, la vías, para evitar que los trenes chocaran. Pero que algo hizo mal una sola vez y lo jubilaron forzoso.
A nosotros, Augusto Rey nos caía bien, pues era de los pocos mayores que siempre iba con las manos en los bolsillos y nos preguntaba siempre por nuestros padres y se sabía siempre de quién éramos cada uno de nosotros. Incluso a Crespo, a pesar de que su padre hablaba mal de Augusto Rey. Pero los mayores no trataban bien a Augusto Rey, pues pocas veces entraba en los bares. Él prefería andar por las calles o hacerle algún recado a su mujer o ir detrás de ella con las bolsas de la compra cuando bajaban al mercado. Era un hombre tímido. Siempre con la cabeza agachada y una sonrisa así como infantil que pretendía agradar y, de hecho, a nosotros nos agrada tanto que un día incluso lo invitamos a jugar al fútbol y hasta casi conseguimos que se pusiera de portero. A veces los mayores lo emborrachaban. Eso se lo dijo el padre del Crespo al Crespo y luego se lo dije yo a mi madre y me dijo que era verdad, pero que eso no estaba bien. Porque Augusto Rey nunca le hizo mal a nadie queriendo. Físicamente era un hombre pequeñito, con el cuello muy delgado y largo que acababa como las cerillas, en una cabeza redonda con los pelos como un cepillo de los dientes. Solía llevar siempre un chaquetón gris donde metía las manos en los bolsillos y en invierno una bufanda muy larga que se notaba que siempre era la misma y que su mujer se la había tejido con lana. Ahora mismo no me acuerdo cómo se llamaba su mujer. Pero sí de que cuando lo emborrachaban en el bar de la plaza, acababa con el chaquetón abierto y la bufanda arrastrando. Sin embargo, cuando sucedió todo esto fue en junio, y Augusto Rey iba vestido con su camisa gris y sus pantalones oscuros. Eran las fiestas del pueblo y, como todos los años, para elegir a la reina de las fiestas se organizaba un desfile y una presentación de jóvenes candidatas vestidas con el traje típico de las fiestas. Lo cierto es que a nosotros todo eso nos resultaba muy aburrido y sólo íbamos porque nos obligaban y porque todo el pueblo se reunía allí y podíamos sentarnos juntos si prometíamos estarnos quietos y no quitarnos los zapatos. Pero en realidad era un aburrimiento, porque primero hacían una obra de teatro que dirigía el cura, luego el desfile de damas de la fiesta, luego la votación de la reina, luego la coronación de la reina saliente a la reina entrante, luego el alcalde daba su discurso, luego nuestros padres nos separaban estirándonos del brazo y pegándonos en el culo porque nos aburríamos y preguntábamos cuánto faltaba para el descanso. Y aquel año el descanso duró lo de siempre, pero cuando fuimos a mear, vimos a Augusto Rey con el padre de Crespo y los demás mayores que estaban bebiendo y bromeando con Augusto Rey y le daban palmadas así en la espalda pero se reían de manera rara mientras él parecía que no se encontraba muy bien de pie. Lo que sucedió después, aparte de que nos separaron a nosotros pegándonos en el culo, fue que a mitad del discurso del señor alcalde, por el fondo de los telones y entre las damas de las fiestas que estaba la hermana del Esteban, apareció de repente Augusto Rey con una borrachera que no se tenía y todos comenzaron a rumorear y el alcalde se giró y nadie supo qué hacer y el padre de Crespo y los mayores se pusieron a aplaudir y entonces Augusto Rey avanzó entre las damas de las fiestas vestidas de princesas pisando algún vestido y se colocó en medio del escenario y sin dar explicaciones, completamente borracho, se bajó los pantalones y los calzoncillos. A Augusto Rey le llegaba la picha a la rodilla. Era una picha enorme. Todo el teatro se calló de repente. La reina de las fiestas y las damas inclinaban las cabezas para ver lo que pasaba delante de ellas. El alcalde se quedó mudo mirando a Augusto Rey. Luego no sé lo que pasó porque mi madre me tapó los ojos y me sacó a rastras del teatro, pero recuerdo que allí no hablaba nadie. A partir de aquella noche, nada cambió en mi pueblo. Augusto Rey siguió paseando con su abrigo gris y su bufanda azul oscuro preguntándonos por nuestros padres y siendo amable con nosotros. Es más, creo que nadie le dio importancia aquello. Quizás no en público. Pero sí que sirvió, de una curiosa manera, para que todos dejaran de recordar a Augusto Rey como el guardagujas que provocó aquel accidente de tren en la estación donde murió el abuelo de Crespo. Es curioso. Seguramente, él fuera el único que no lo dejó de recordar. Quizás porque él no nos vio desnudos a los demás. -----------------
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