Que los niños lean nuestra loca y triste historia por su luz.
Publicado: 18:54 26/10/2007 · Etiquetas: · Categorías:
Es un texto largo sí, pero recomiendo encarecidamente su lectura, a mi me ha encantado personalmente y he descubierto ciertas cosillas bastante interesantes que desconocía.


Joseph Bell House ( de este último apellido viene el nombre de nuestro famoso doctor House )

Escrito por Roberto Puig.

Se cuenta que hace alrededor de un siglo, en una reunión en algún lugar de Escocia, los asistentes, personas todas muy cultas, estaban cambiando ideas acerca de monstruos humanos, homicidios célebres y crímenes no resueltos. Uno de los invitados, el Dr. Joseph Bell, eminente cirujano y profesor de medicina, captaba vigorosamente la atención de los demás al hacer uso de la palabra.

Afirmaba que el problema de la mayoría de la gente es que ve, pero no observa. "Cualquier buen detective, agregaba, debiera poder decir, ante un extraño, cuál es su ocupación, qué hábitos tiene y cuál es su historia, valiéndose rápidamente de la observación y la deducción. Fíjense en un hombre y verán que tiene su nacionalidad reflejada en la cara, sus medios de vida en sus manos, y el resto de su historia en su modo de caminar, en sus manerismos, en sus tatuajes, en sus adornos, por ejemplo en la cadena del reloj, en los cordones de sus zapatos y en los hilos o fibras que se adhieren a su ropa".

Los circunstantes se mostraban fascinados, aunque algo escépticos, ante tales revelaciones. Alguien desafió al Dr. Bell a probar su teoría con un ejemplo, y por fortuna éste accedió. Contó que una vez un paciente entró en el aula donde estaba con sus estudiantes. El caso parecía muy simple, y comentó a la clase que el hombre había sido soldado en las tierras altas de Escocia, y probablemente pertenecía a la banda de algún regimiento. Al comentar su manera de andar, dijo que le sugería la del gaitero local, a la vez que su corta estatura le decía que, de ser soldado, probablemente integraba la banda de música. El interesado dijo que era solamente zapatero, y que nunca en su vida había estado en el ejército. Esto parecía un problema, pero entonces el Dr. Bell hizo que dos de sus ayudantes trasladaran al individuo a una pieza contigua, y que le despojaran de la ropa. Descubrió entonces que bajo la tetilla izquierda tenía marcada una "D" en la piel: era un desertor del ejército; de tal modo los marcaban durante la guerra de Crimea. Resultaba así comprensible su reticencia; pero luego el hombre confesó además que había integrado la banda de un regimiento escocés en la guerra contra los rusos. "Fue realmente, elemental, caballeros", concluyó.

Quedaron impresionados los invitados, y uno de ellos retrucó: "¡Pero Ud. casi podría ser Sherlock Holmes!", ante lo cual el Dr. Bell rápidamente contestó: "Mi querido señor, yo soy Sherlock Holmes!".

Y no bromeaba. Era, ciertamente, el Sherlock Holmes original, el inspirador del famoso detective cuyas aventuras inmortalizaron el nombre de Arthur Conan Doyle.

El Holmes real

El propio Doyle reconoció la fuente en que abrevó para crear a su personaje en una carta dirigida en mayo de 1882 al Dr. Bell, que había sido profesor suyo. La anécdota precedentemente relatada fue luego objeto de una solicitud de Doyle a Bell, que autorizó su difusión, junto con otros elementos que el escritor agregó para armar un cuento. Años después de la muerte de Bell, Doyle confesó que había utilizado y ampliado el método de su antiguo maestro para crear un auténtico detective que resolviera los casos policiales en forma científica. Cuando, luego de la desaparición de Doyle, sus herederos dijeron que éste había sido el creador del famoso y sagaz investigador, salió a luz la refutación del propio Doyle, que en la dedicatoria de una de las aventuras de Holmes dirigida al Dr. Bell reconoció que había tenido la suerte de hallar las cualidades de su héroe en la vida real.

Por otro lado, muchos de los rasgos visibles de Sherlock Holmes eran ajenos a la influencia de Bell: éste no empleaba la cocaína, no usaba la gorra de doble visera, ni la capa hasta los pies, ni andaba con una lupa encima. Holmes era un personaje excéntrico, soltero, émulo de Paganini, fríamente deductivo; Bell, por el contrario, era más comunicativo, afable, era casado, tenía dos hijas, poseía dos casas; había sido elogiado por su obra por la misma reina Victoria, en ocasión de su cruzada en pro de la formación de enfermeras siguiendo el ejemplo de Florence Nightingale. Su influencia en las aulas cubrió varias décadas en la Universidad de Edimburgo, donde Arthur Conan Doyle fue su discípulo.

Lo que los asemejaba no era, entonces, lo exterior, sino el don de la observación y el análisis, lo que se llamó "la ciencia de la deducción".

El Dr. Bell, en su carácter de médico y por su inclinación por los problemas policíacos, ayudó más de una vez a las autoridades a esclarecer crímenes; su enorme talento para el diagnóstico le fue decisivo al respecto, de tal modo que su fama no sólo derivó del ejercicio de su profesión y su docencia sino de su actuación en la esfera policial.

Lo elemental

Numerosas son las alusiones motivadas por sus deducciones, basadas en la atenta observación de casos y cosas, que los estudiantes disfrutaban de oír, analizar y comentar, y que se ven reproducidas y aumentadas en los diversos escritos de Conan Doyle, quien reiteradamente explota brillantemente la facultad deductiva del personaje. A lo largo de sus páginas se van desprendiendo las reglas del maestro: "Es un error capital teorizar antes de poseer los datos, porque insensiblemente se deforman los hechos para que se adapten a las teorías, en lugar de hacer lo contrario ..." "Hay que comenzar por lo más elemental, aprender de un vistazo a hallar la historia de un individuo, averiguar a qué ocupación o profesión pertenece; hay una serie de detalles -uñas, mangas, calzado, rodilleras, puños de la camisa, etc. etc.- que revelan a la persona, sabiendo observar". "Más de una vez he averiguado algo sobre el carácter de los padres estudiando a sus hijos..... es curioso que una máquina de escribir tenga tanta personalidad como la escritura de puño y letra ...". "Siempre me pongo en lugar del otro, y habiendo primero estimado su inteligencia, trato de imaginar cómo hubiera procedido yo en las mismas circunstancias".

Estas consideraciones son un mero eco de las enseñanzas del Dr. Bell, que en sus escritos sobre la delincuencia más de una vez insistió en la importancia de los detalles, y de lo que él llamaba "lo infinitamente pequeño": "Envenénese un pozo en la Meca con el bacilo del cólera, y el agua santa que lleva el peregrino en su cantimplora infectará a un continente, y las víctimas aterrorizarán a todos los puertos de la Cristiandad". En su sala de hospital o en el aula, diariamente trató de probar a quienes le escuchaban que la observación no es cosa de magia sino una ciencia. Hay al respecto innumerables anécdotas, algunas sumamente divulgadas, de la que recordaremos sólo una, conocidísima: Tomando ante sus estudiantes un frasco lleno de un líquido de color ambarino, dijo una vez: "Aquí hay una droga potente, de sabor muy amargo. Quiero ver ahora cuántos de Uds. han educado su facultad de observación. Claro, sería fácil analizar esto químicamente, pero quiero que Uds. lo huelan y saboreen personalmente. Como yo no pido a mis estudiantes que hagan lo que yo no hago, primero lo voy a hacer yo". Entonces sumergió un dedo en el líquido, se lo llevó a la boca, e hizo una mueca de desagrado. Luego hizo circular el frasco por la clase: los estudiantes hacían una mueca de asco después de chuparse el dedo. Entonces, el Dr. Bell, sonriendo, les decía que se veía afligido por el hecho de que ninguno había desarrollado sus facultades de percepción, de las que tanto hablaba; porque si hubieran observado cuidadosamente, habrían advertido que él había introducido en el amargo líquido su dedo índice, pero se había llevado a la boca, en cambio, el dedo medio!

Día tras día, en la clínica, en el hospital, se beneficiaban los estudiantes de tales pruebas, de las que quedan muchos interesantísimos relatos de quienes fueron sus alumnos. Arthur Conan Doyle reprodujo en muchos casos tales experiencias, algunas de las cuales parecen algo exageradas o improbables, pero se basan en hechos reales de los que hay constancia. El talento del Dr. Bell para la observación hizo a menudo que no sólo médicos sino también enfermeras se dirigieran a él en procura de ayuda.

Pero de los graduados de Edimburgo, ninguno prestó tanto interés a las enseñanzas del maestro como Arthur Conan Doyle. Siendo éste todavía estudiante, estando ambos una vez reunidos, entró una persona a la sala. El Dr. Bell le preguntó: "¿Le gustó su paseo hoy en el campo de golf, cuando venía del distrito sur de la ciudad?" El paciente respondió: "Sí, mucho. ¿Ud. me vio?" El Dr. Bell no lo había visto, y Conan Doyle no podía entender cómo lo había sabido. Posteriormente, aquél explicó: "En un día húmedo y lluvioso como había sido ése, la arcilla rojiza en las partes sin vegetación del campo de golf se adhiere a los zapatos, y algo de la misma suele quedar pegada. No hay arcilla de ese tipo en ningún otro lado. Y en cuanto a la dirección del transeúnte, Doyle la aplicó en uno de sus trabajos, al advertir en el calzado de un visitante una mezcla de creta y arcilla que no se hallaba en otra parte sino por donde Sherlock Holmes había deducido que aquél venía.

Jack en la intersección

Al hablar de su mentor de Edimburgo, el novelista decía que los notables talentos del Dr. Bell se dirigían hacia la individualización o caracterización de la enfermedad, más que hacia el crimen, pero ello no obstaba a que cediera ante la tentación de esclarecer algún delito cuando se presentaba la ocasión, lo cual constituía su primordial actividad extracurricular.

Llamado por la policía a colaborar en el famoso caso de Jack el Destripador ("Jack the Ripper") en 1888, el Dr. Bell recibió informes sobre todas las pistas, pero hizo casi toda su investigación a distancia. No llegó a saberse con certeza si los atroces asesinatos se debieron a hombre o mujer. Circularon al respecto varias teorías sobre las víctimas, prostitutas londinenses, y sobre la posibilidad de que su asesino, dado el tipo de heridas y evisceraciones de aquéllas, fuera un médico que deseaba vengarse por haberse contagiado de las mismas, él o a algún familiar, una enfermedad venérea. Los crímenes fueron varios, y en procura de su esclarecimiento en determinado momento el Dr. Bell solicitó la ayuda de un amigo. Tiempo después comentaba: "Cuando dos personas se ponen a buscar una pelota de golf en general, esperan hallarla donde las coordenadas mentales que tienen se cruzan y lo indican. Análogamente, cuando dos personas se ponen a investigar un crimen misterioso, llegan a un resultado al intersecarse sus investigaciones." El Dr. Bell y su amigo hicieron tal pesquisa separadamente. De los sospechosos hallados dedujo quién podría ser el asesino, y escribió su nombre en un sobre que quedó sellado. Su amigo hizo lo propio. Se cambiaron los sobres, y en ambos coincidía el nombre. De inmediato el Dr. Bell lo puso en conocimiento de Scotland Yard. Una semana después dejaron de ocurrir los homicidios. Si esto fue casualidad o no, o si el Dr. Bell tuvo que ver con ello, nunca se sabrá; pero tampoco Jack el Destripador fue arrestado jamás.

Hay que vivir y morir

En cuanto a Arthur Ignatius Conan Doyle, su historia es más conocida; ha sido objeto de diversas biografías, como la de Hesketh Pearson, o escritas incluso por autores de novelas policiales, tales como John Dickson Carr. Además, numerosos artículos han aparecido, y siguen apareciendo, en periódicos y revistas de todas partes, sobre él y su personaje. A este último Jorge Luis Borges dedicó incluso un luengo poema. De su célebre creador, digamos brevemente aquí que nació en Edimburgo en 1859, de padres irlandeses. Estudió en su país, en Inglaterra y en Alemania.

Recibido de médico, y ya trasladado a Southsea y a Londres, donde incursionó en la oftalmología, sus magros ingresos le inclinaron a la literatura, como medio adicional de ganarse la vida, lo cual le proporcionaría más adelante sustanciales ingresos. Debutó en 1879 con un relato publicado en Chambers’ Journal, pero sólo a fines de la década siguiente surgió el personaje que habría de convertirse en el prototipo de detective moderno (inicialmente llamado Sherrinton, no Sherlock), que actuaba en compañía de su bonachón e ingenuo amigo y médico, el Dr. Watson, a cuyo cargo corren las narraciones de las aventuras de ambos. Su inteligencia, según observa Borges, está un escalón por debajo de la del lector, lo cual sirve, naturalmente, para destacar la superioridad de Holmes.

Comenzó a gestarse así, a partir de la publicación en 1887 de "Un estudio en rojo", escrito inicial de una larga serie protagonizada por este personaje, lo que llamaríamos una cautivante mitología alrededor de Baker Street, morada del detective, que incluye todo un mundo particular, el de las nieblas londinenses, los coches de alquiler victorianos, los clientes que acuden a la hora exacta anunciada al domicilio del investigador a plantearle sus problemas. Las Aventuras de Sherlock Holmes aparecieron luego en forma de serie en Strand Magazine de 1891 a 93, seguidas pronto de otros relatos.

La frase "¡Elemental, mi querido Watson!" se convirtió desde entonces en parte integrante del habla diaria (aunque parece no haber sido creación de Doyle sino de un actor estadounidense llamado William Gillette, que a la sazón también interpretaba Hamlet en los teatros londinenses, y a quien se debe, por otra parte, en la obra "Sherlock Holmes", la divulgación o visualización en la escena de la figura del detective con la gorra a cuadros, fumando una pipa colgante, que se ha convertido en la imagen clásica, convencional y simbólica de los dibujantes, sobre todo norteamericanos). Algunos episodios se publicaron en forma de libro, con los títulos "La marca de los cuatro", "El Sabueso de los Baskerville", "Memorias de Sherlock Holmes", etc., que deleitaron a millones de ávidos e interesados lectores. Mas de tal suerte se popularizó no sólo a los representantes de la justicia sino también a los del mal, en especial el archienemigo de Holmes, el Profesor Moriarty.

Con todo, hay que recordar también que pese a la enorme popularidad de las aventuras que escribía, en determinado momento Conan Doyle hace morir a su personaje, al despeñarse de un acantilado. Podría conjeturarse que estaba cansado de su héroe, o que tal inesperado fin se debiera a su temor de no poder seguir estando a la altura de sus anteriores producciones, o que deseara insistir en otro tipo de escritos, que cultivaba a la vez. Mas la reacción y las exigencias del público lector prontamente hicieron que lo volviera a la vida en un próximo episodio.

Doyle escribía novelas históricas, y ensayos, en los que depositaba más fe que en sus relatos policiales; no obstante, la fama no le habría de llegar por ese lado, a pesar de que algunas de tales obras alcanzan gran altura literaria. Nunca había querido encasillarse, por otra parte, en el género detectivesco. Incursionó además en el ensayo pseudo-científico, en que da rienda suelta a la fantasía.

Como médico, sirvió asimismo en Sudáfrica durante la guerra angloboer entre ambos siglos (1899-1902), tarea que, además de servirle como experiencia profesional, le dio tema y base para escritos patrióticos, todo lo cual le valió su título honorífico de "Sir". De su pluma salieron también una obra teatral de un acto y varios libros sobre espiritismo, tema que lo fascinó en las últimas décadas de su vida, y al que no debió ser ajena la pérdida de un hijo en la primera guerra mundial.

En tanto que investigador, colaboró en la dilucidación de enigmas policiales, siguiendo las enseñanzas de su mentor y ampliadas por su talento detectivesco.

Inglés, pero no tanto

Mucho se ha escrito también sobre Sherlock Holmes y el Dr. Watson; hasta hoy sus admiradores forman legión, y una casa situada en Baker Street 221 B, en pleno centro de Londres, se ha convertido en un interesante museo victoriano, sumamente visitado. Mucha gente cree que allí vivió realmente el personaje: allí se hallan su pipa curva, su violín, su gorra, su jeringa hipodérmica, sus pertenencias de siempre. Incluso se divulgó una publicación, que no sabemos si continúa apareciendo, llamada la "Gaceta de Sherlock Holmes" ("Revista clásica de detectives"), donde campea a veces el humor, que llega a tomar en solfa al mismo culto que la sostiene.

La literatura y el cine se han apoderado de las creaciones de Doyle, y han interpretado con mayor o menor talento algunas de las correspondientes aventuras, que también han servido de base para posteriores desarrollos, no previstos por el autor: se han escrito también comedias, o farsas, para ambos personajes. Entre los actores que personificaron a Holmes, primero en la pantalla grande y luego en televisión, recordamos especialmente a Basil Rathbone, Peter Cushing, Jeremy Brett; Watson fue encarnado, entre otros, por Nigel Bruce y John Mills.

El propio Watson nos da elementos de sobra para conocer mejor al gran detective. Holmes admite su supina ignorancia acerca de la teoría copernicana, pero evidencia vastos conocimientos de química, de la literatura sensacional y de cosas tan especiales como las variedades de ceniza de cigarro. "Tenía un santo horror a destruir documentos", escribe su amigo, " especialmente los relacionados con sus casos anteriores, y sin embargo, solamente una o dos veces al año se veía obligado a hacer gala de energía rotulándolos y ordenándolos ... Y así sus papeles se iban acumulando mes tras mes, hasta que no quedaba un rincón de la habitación libre de legajos manuscritos, que de ninguna manera podían ser quemados ni apartados, salvo por su propietario". El Dr. Watson habría podido decir lo mismo de su propio creador; como dato ilustrativo digamos que los materiales documentales dejados por Conan Doyle, que ascienden a unos cuantos centenares, o quizás a miles, solamente en 1946 quedaron ordenados.

No obstante haber nacido en tierras británicas, se ha dicho que nuestro detective es poco inglés: Anthony Burgess, el autor de "La naranja mecánica", afirmó alguna vez que su lógica es francesa; no es empírico ni se dedica al juego como los ingleses; fuma opio, se droga (¿quizás como su contemporáneo, el Dr. Freud, para alejar la depresión?), intenta simular a Sarasate con su violín, y otras cosas más. En puridad, no es creación inglesa, sino escocesa, de un descendiente de irlandeses con educación jesuita, agrega Burgess. No hay en su vida, tal como la cuenta Watson, amor femenino tampoco; hay cierta arrogancia en él, pero es caballeresco, sensible a lo artístico, desconfiado de las representantes del mal llamado sexo débil; su excentricidad le lleva a veces a disparar su revólver contra las paredes y formar las iniciales "V.R." (Reina Victoria) con los agujeros de las balas; mas, de un modo u otro, es el prototipo del detective inglés, cuya labor se desarrolla en la capital del imperio y en las localidades inglesas que sus clientes y sus casos le hacen visitar, en compañía de su inefable amigo.

Tiene comienzo así la tradición de la novela policial angloamericana, surgida hace un siglo y medio, en momentos en que, sobre todo en Francia, nuevas ideas y desarrollos científicos iban abriéndose paso en la investigación del crimen. Esta corriente cuenta en sus orígenes nada menos que a Edgar Allan Poe, cuyo Auguste Dupin inspiró también a Doyle, y se difundió por todos los continentes, donde otros autores siguen cultivándola, en algunos casos brillantemente, continuadores también de los grandes autores franceses, entre los más conocidos en nuestro medio. Las aventuras de Holmes y Watson han sido traducidas a un importante número de lenguas, que continúa ampliándose, ya que persiste la fama del gran detective. Tres años antes de la muerte del autor, apareció en 1927 una nueva y última recopilación, llamada "The Case Book of Sherlock Holmes", con 12 narraciones cortas.

Digamos, para finalizar, y volviendo al Dr. Bell, que éste falleció en 1911, a los setenta y cuatro años, treinta años después de su última entrevista con su célebre ex alumno. Conan Doyle, tiempo antes de su muerte -ocurrida en 1930 a los setenta y un años- se había interesado sobremanera, como decíamos, en el espiritismo, y asistía a reuniones con otros iniciados como él. En una determinada sesión anunció que el Dr. Bell se le había presentado, y llegó a mostrar una fotografía del espíritu, con cabello largo y vistiendo una larga capa. Cuando la hija del difunto la vio, se puso furiosa y dijo que la imagen no se parecía en nada a su padre, y que si su espíritu volviera se le aparecería a ella, no a Conan Doyle, como éste desde hacía años lo esperaba. A partir de allí sí cesó toda comunicación con su admirado mentor y maestro.

Fuente: www.chasque.apc.org/frontpage/relacion/0110/mundanalia.html#top
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Comentarios: (primero los más recientes)
Anónimo
19:32 20/11/2007
muy bueno!
realmente fue un artículo muy interesante! ^^
me encantó!
19:40 26/10/2007
Muy largo pero muy interesante también.Ha sido una grata lectura-
saludos
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