Publicado: 20:54 22/11/2007 · Etiquetas: · Categorías: Ciencia
Victor Noir (1848-1870)
En el cementerio Père Lachaise de París, sobre la sepultura de un joven periodista y escritor, hay una estatua tumbada y extraordinariamente dotada un poco más abajo de la cintura. En la tumba están los huesos de un jovenzuelo que murió de un disparo en la víspera de su boda. La historia de su vida fue corta, pero la de su muerte, aún hoy, trae cola. Victor Noir era redactor del diario La Marseillaise, una publicación antibonapartista. El joven periodista medió en una disputa entre su redactor jefe y un primo de Napoleón III; el Bonaparte se ofuscó y mató al mensajero. Noir fue enterrado en el cementerio de Neuilly, y allí quedó sepultado hasta su traslado al Père Lachaise, donde se le había preparado una sepultura de honor. La estatua que debía presidir la tumba fue encargada al escultor Amédée-Jules Dalou, y el artista, en un arrebato de realismo, decidió representar la escultura tal y como quedó el periodista en el momento justo de su muerte: tumbado boca arriba y con una portentosa erección que se adivina bajo la tela del pantalón. No se sabe en qué momento ni quién extendió la superchería de que frotar, besar o rozarse con la bragueta de la estatua asegura la fertilidad de la tocadora. El resultado es que todo el bronce de la estatua ha adquirido el lógico color oscuro menos la zona de la bragueta, que brilla de forma insultante de tanto y tan continuado rozamiento. Los comentarios junto a la sepultura no varían mucho. ¡Qué barbaridad!, dicen ellas. ¡Eso es mentira!, replican ellos. Formoso (816-896) El Papa Formoso cuenta en su currículo el haber sido el único Pontífice desenterrado para regañarle. Formoso coronó emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a un tipo llamado Arnulfo de Baviera, y esto enfadó muchísimo a Lamberto de Espoleto, quien aspiraba a la misma corona. El Papa llevaba sepultado nueve meses cuando Lamberto recuperó el control de Italia y exigió al Papa reinante, Esteban VI, que desenterrara a su predecesor y le juzgara. Fue el principio del célebre show conocido como Concilio Cadavérico, o Sínodo del Terror. En unas condiciones fáciles de imaginar, Formoso, hecho un manojo de nervios, piel y huesos, fue sentado ante un tribunal. Como es difícil sentar a un muerto, le tuvieron que atar al sillón, para que no se escurriera. Se inició un interrogatorio a la momia, que, por supuesto, se negaba a responder. Fue declarado culpable, e indigno servidor de la Iglesia. Luego vino lo de despojarle de las vestiduras, del solideo y de todos los símbolos de su reinado. San Valentín (siglo III) Allá por el año 270, este obispo italiano, con santa paciencia, se empeñó en casar a parejas en secreto. El emperador Marco Aurelio Flavio prohibió el matrimonio de sus soldados porque creía que los casados eran malos guerreros. Al obispo Valentín se le fue la cabeza casando a diestro y siniestro por llevarle la contraria al emperador, y acabó perdiéndola. Literalmente, porque fue decapitado. Aun a riesgo de restar romanticismo, no estaría de más aclarar cómo es posible que con los restos de San Valentín se puedan reconstruir, al menos, tres santos: en Terni, Italia, hay varios huesos, incluidos siete centímetros de cráneo; en Madrid hay dos fémures y una calavera; en Almería aseguran que guardan el esqueleto entero; en otras dos localidades italianas (Turín y Belvedere Marittimo) tienen otro montón de huesos, y en una iglesia de Roma, la de Santa Práxedes, más restos. Las cuentas no salen. Una de dos: o alguien falta a la verdad o San Valentín tenía un esqueleto formado por 745 huesos, incluidas las piezas dentales. Cuando el Vaticano se lava las manos con el asunto de las reliquias, sabe lo que se hace: según el Martirologio existen 7.000 santos, pero si sumáramos sus huesos, nos saldrían unos 23.507. O más. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) Una cosa es el brazo incorrupto, otra la mano incorrupta y otra el corazón incorrupto de la santa. El brazo está momificado; el corazón, amojamado; y la mano, seca. El brazo y el corazón reposan en sendas urnas en un convento de Alba de Tormes, Salamanca, y la mano está en el de la Merced de Ronda (Málaga). Francisco Franco, en contra de lo que se cree, no se apropió del brazo incorrupto de Santa Teresa. Se quedó con la mano, y la tuvo en su poder entre 1936 y 1975, para que le ayudara a gobernar sin que le temblara el pulso. Franco durmió con la mano, viajó con la mano, tomó decisiones de Estado mirando la mano; firmó sentencias de muerte con una mano mientras con la otra agarraba la de Santa Teresa, y murió frente a la mano aquel 20 de noviembre de 1975. Solo después de su muerte, la mano, agotada tras 40 años de trabajo, volvió a Ronda. Los avatares de Santa Teresa comenzaron el día de su muerte. La santa tuvo la ocurrencia de morirse un 4 de octubre, y fue enterrada al día siguiente, el 15 de octubre. Aquel 4 de octubre, España cambió del calendario juliano al gregoriano. El ajuste de almanaque se hizo suprimiendo diez días; por eso, Santa Teresa se murió el 4 y fue enterrada el 15. Inés de Castro (c. 1320-1355) Hubo en Portugal un rey a quien no le gustaba nada, pero nada, la amante de su hijo. El rey era Alfonso IV; la amante, la gallega Inés de Castro; y el hijo, el infante don Pedro. Tanta ojeriza le cogió el rey a Inés, que mandó asesinarla. Y aquí, más que terminar la historia, comienza. Del infante don Pedro se apoderó un cabreo monumental, y no paró hasta que le arrebató a su padre el trono y comenzó a reinar con el nombre de Pedro I. Lo primero que hizo fue llamar a capítulo a quienes asesinaron a su amada y, una vez saldadas las cuentas, exhumó el cadáver, sepultado dos años antes. Lo que quedaba de él lo engalanó y lo sentó en el trono. Obligó a la corte a rendirle pleitesía, a besarle la mano y a tratarla como si estuviera viva. Inés de Castro, con el cutis un tanto deteriorado, aguantó el tipo como pudo. Luego la volvieron a enterrar en la abadía cisterciense de Santa María de Alcobaça (Portugal). La costumbre en las iglesias era colocar en paralelo los sarcófagos de reyes y reinas, pero los sepulcros de Inés de Castro y Pedro I están enfrentados. Y esto es así por deseo del rey Pedro, para que cuando llegue el Juicio final y los cuerpos salgan de sus tumbas, lo primero que vea sea el rostro de Inés. Es lo que se llama un rey enamorado; pero, sobre todo, optimista. Fuente: Quo 7 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (del primero al último) 21:05 22/11/2007
Muy interesante. Saludos 21:08 22/11/2007
Tremendas las anécdotas O_O pero la primera es de traca... o tranca xDD La última la conocía de haberla leído de pequeño. 21:28 22/11/2007
Muy interesante,la fecha de Santa Teresa me dejó descolocada hasta que seguí leyendo;por cierto no sabía lo de Franco con la mano,que bestialidad. 22:42 22/11/2007
Joder, la noche de bodas de Pedro I sería apoteósica. 22:51 22/11/2007
jajaja el mas gracioso el primero jaja! ^^ no te sorprenderia si te digo ke me encanta tu blog, no?? (si, ya esta aki la pesada esta... xD en fin) 22:56 22/11/2007
La primera la conocía, el resto no. No dudo de la veracidad, pero todos sabemos que Quo adorna mucho lo que cuenta ;) 15:35 23/11/2007
Para Talim157: Después de las 150 primeras veces (o mas) ya me ha dejado de sorprender XD Participa con tu Comentario:
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