Publicado: 15:00 26/12/2012 · Etiquetas: · Categorías:
El hombre del tiempo tenía razón: diciembre empezaría con mucho frío. Casimiro Hudson está tiritando a causa de la baja temperatura. Eso le pasa por entender lo que quiere. Al escuchar al meteorólogo, pensó que la sensación termita era lo que se sentía al querer mordisquear muebles, por lo que no creyó conveniente abrigarse en demasía. Sí, a pesar de sus doce años, Casimiro Hudson sigue siendo idiota.
Muerto de frío, contempla el huerto que con tanto mimo cuidan él y sus padres. -¡Casimiro Hudson, a cenar! -grita su hermana. -Estooo... narrador -dice ella, saliéndose totalmente del guión. -No está bien cortar así la historia para temas personales, hermana de Casimiro Hudson -me indigno un poco-. Me parece muy poco profesional por tu parte. Si algo tiene esta historia es que es directa, no se va por las ramas en ningún momento. Es el Impactrueno de las historias. El Látigo Cepa de los cuentos. Si cortas la acción, no será más que un Gruñido o un Malicioso. -Ya, lo siento, pero es que tengo algo que decirte. -Para empezar, trátame de tú que soy tu superior -y es verdad, un narrador de postín como yo no puede permitir esas confianzas. -Perdón, señor narrador -aprende rápido la muchacha-, tengo algo que decirle. -Así, sí. Dime, hermana aún sin nombre de Casimiro Hudson. -Que... Casimiro Hudson no tiene hermanas -inventa la joven Hudson. -¿Ah, no? ¡Si lo sabré yo, que soy el narrador! -menudo soy. -Bueno, puedes ser el narrador, pero no el escritor -responde Impertinencia Hudson. -Podría ser -me envalentono- pero, en este caso, soy narrador y escritor, lista. -Ya... pueees... es que soy la madre de Casimiro Hudson. -¡¿Cómo vas a ser la madre, si ella está ahí?! -señalo a un punto donde, inexplicablemente, no hay nadie. -¿Ves? -¡Ostras! Pues lo mismo tienes raz Una teja suelta se desprende y golpea la cabeza de esa misteriosa mujer, matándola en el acto. El narrador/escritor quiere dejar claro que esta muerte es totalmente accidental y las disputas internas no tienen nada que ver. Desgraciadamente, Casimiro Hudson ha observado la escena y rompe a llorar, mientras corre hacia el cadáver de su difunta hermana. El señor Hudson sale y, horrorizado, contempla lo sucedido. ¡Qué desgracia! Durante los siguientes días, lo que queda de la familia Hudson hace lo que se suele hacer en estos casos. Aprovechando el parón, el narrador lleva a cabo un casting para encontrar una madre adecuada para la historia. Son días duros para todos, que no se quejen tanto los Hudson. Conforme pasan los días, todo va volviendo a la normalidad. Una noche, Casimiro Hudson tiene una pesadilla que le hace revivir fantasmas del pasado. En el sueño aparece su madre, de pie, junto a la puerta. A cámara lenta, Casimiro Hudson ve caer la teja sobre ella, sin poder hacer nada por evitarlo. Mientras corre hacia el cuerpo, escucha una risotada que le hace levantar la mirada, descubriendo así un objeto redondo y naranja en lo alto del tejado. Casimiro Hudson se despierta empapado en sudor y chillando. Pero lo que ve al despertar no es mucho más tranquilizador. Naranja, la mandarina, le observa fijamente con sus ojos de fruta, fríos e inertes. -Las frutas no mandan, ¿eh? -pregunta la rencorosa mandarina-. Ahora vas a hacer lo que yo te ordene. Vístete, que nos vamos. Minutos después, Casimiro Hudson y Naranja, la mandarina salen por la puerta. Es la mañana del 21 de diciembre de 2012. El día de la Profecía. El día del Apocalipsis. Publicado: 20:41 20/12/2012 · Etiquetas: · Categorías:
No podía ser. Casimiro Hudson era consciente de ello, pero no podía negar que la mandarina estaba hablando.
-¿Q...q...qué quieres? -dijo el pobre chiquillo. -Tu alma -respondió la mandarina-. No, es broma, las mandarinas no creemos en el alma. Somos más de pepitas (o Josefinas). Sólo queremos que nos escuches. -Pero, ¿cómo es posible que habléis? Las mandarinas no tienen ese don, porque son frutas -afirmó un muy documentado Casimiro Hudson. -¡A ti qué te importa, cotilla! -la mandarina comenzaba a enojarse-. Te vas a limitar a escucharme y a hacer lo que te ordene. -¡Tú no me mandas...rina! -¡¿Ah, no?! ¡¿Estás seguro?! -la mandarina estaba fuera de sí. -Claro que estoy seguro. Soy muy listo y sé que eres una mandarina. Las frutas no mandan. -Pues... tienes razón. ¿Me adoptas, Casimiro Hudson? -preguntó la mandarina, poniendo una carita de pena a la que no se le podía negar nada. -¡Vale! ¿Te puedo llamar Naranja? -No, ya tengo nombre. -¿Y cuál es? -¡A ti te lo voy a decir! -¿A que no te adopto? -¿A que te mato y devoro a toda tu familia? -Eres una mandarina. -¿Y? -Que no puedes matar a nadie. Eres bondadosa por naturaleza. -No sabes nada, Casimiro Hudson. -¡Más que tú! -Eres más listo que una mandarina... ¡logro desbloqueado! -¡Toma ya! ¿Ves, Naranja? -¡Soy una mandarina! -Ya, pero tu nombre es Naranja. -¡Que no, que ya tengo nombre! -¿Y cuál es? -Si te lo dijese, morirías de la impresión. -Prueba a ver. -No quiero. -Pues te como. -Pues te repetiré. -Pues me da igual. -Pues cómeme. -Pues ya no quiero, que es tarde y se me junta con la cena. -Pues te callas. -Pues tu amigo no habla mucho. -Lógico, es una mandarina. -Y tú. -No, yo soy otra cosa. -Mentira, eres una mandarina. Llevamos todo el rato hablando de eso y es la primera vez que me lo dices. No te saques cosas de la manga...rina. -¿No te lo crees? ¿Quieres saber qué soy? -Me importa bien poco. -Casimiro Hudson, yo soy tu padre. -No, mi padre está ahí -dijo el niño señalando a un señor alto que había en la puerta y que, efectivamente, era su padre. -¿Con quién hablas, hijo? -preguntó el padre, preocupado. -Con Naranja, la mandarina. -Hijo mío, las mandarinas no hablan. -¡Ésta sí, papá! -Ni ésta, ni ninguna, Casimiro Hudson. -¡Tú qué sabrás! -¡A mí no me hables así! -¡Te hablo como quiero! -¡Castigado! ¡Vete a tu habitación! Mientras era arrastrado a su habitación, Casimiro Hudson escuchó a Naranja, la mandarina, reírse maléficamente. -¡Que no me llamo así, narrador de pacotilla! -señaló la iracunda mandarina. Cuando se tranquilizó, le susurró a su compañera: -Ya ha empezado. Pronto, Casimiro Hudson cumplirá su cometido. -... -respondió su compañera, pues no hablaba: era una mandarina. Publicado: 23:20 19/12/2012 · Etiquetas: cuento apocalipsis fin mundo mandarinas · Categorías:
Aunque nadie lo crea, así es: las mandarinas serán las responsables del inminente fin del mundo. A priori, no tiene ningún sentido. A posteriori, tampoco. A Niña Pastori, prefiero no escucharla. Así comienza la historia que narra el fin de la Historia:
"Durante el verano del año 2000 nacerá un niño muy especial llamado Casimiro Hudson. Gracias a un peculiar don (o doña, si es mujer), el pequeño salvará o destruirá a toda la raza humana. Llegado el momento, Casimiro Hudson tomará una sencilla decisión que desencadenará uno de los dos posibles finales". Así rezaba una ancestral texto sobre el Apocalipsis. La leyenda tenía razón... Actualmente, Casimiro Hudson tiene doce años y siente una profunda admiración y devoción por el huerto de su familia. Desde pequeñito, le han ido enseñando a cultivar diversas hortalizas y frutas y ahora es feliz con la vida que lleva y con el futuro que le aguarda, pero no siempre ha sentido esa pasión por la agricultura. Como muchos niños pequeños. Casimiro Hudson rechazaba comer frutas y verduras. Sus padres ya no sabían qué hacer, pues habían probado con todo tipo de estrategias. Un día, como no quería tomar las dos piezas de fruta que le habían preparado para merendar, le dijeron que hasta que no se las tomase, no se levantaría de la mesa. Era algo habitual, aunque no solía dar resultado. Pasaron los minutos y las horas y Casimiro Hudson seguía sin dar su brazo a torcer, sentado en la silla de la cocina, con la mirada perdida. - Casimiro Huuuuudsooooon, Casimiro Huuuuuudsooooon -susurró una dulce voz. El pequeño dirigió la vista hacia la puerta, buscando a Ruth, su madre, pero allí no estaba. De hecho, no había nadie en la cocina. Sin tiempo para pensar, Casimiro Hudson volvió a escuchar la voz. - Casimiro Hudson... ¿eres lerdo? -dijo la impertinente voz-. ¿Desde cuando tu madre tiene esta voz? Hay que ser cortito... La atónita mirada de Casimiro Hudson se posó en el plato con las dos mandarinas. Una de ellas estaba hablando. Publicado: 16:21 18/12/2012 · Etiquetas: · Categorías:
Amadeo era un calamar nacido en San Clemente, Cuenca. Un buen día, murió. Así, sin más y sin previo aviso. Su vida entera había transcurrido sin pena ni gloria.
Os preguntaréis por qué se habla de él, si no hizo ni le sucedió nada digno de mención. Pues bien, la respuesta es harto sencilla: se habla de él porque el narrador quiere que se hable de él. Y punto. Como estaréis empezando a intuir, el narrador tiene un poder que no conoce límites. Estáis en lo cierto, ya que es un ser todopoderoso que podría acabar con la raza humana con un simple chasquido de dedos. Así que ojito con él. El último que le llevó la contraria... se fue de rositas porque era un buen tipo. Pero la otra osada criatura que se atrevió a contradecir al narrador, fue asesinado varias veces a lo largo de tres días. Los que no hayáis muerto, no lo sabréis, pero el ciclo muerte-resurrección-muerte es bastante pesado, a la par que aburrido. Por esto mismo, aquí se habla de lo que el narrador quiera. Por ejemplo, de koalas. Es que son tan monos... Podríamos estar hablando horas y horas de lo adorables que son, pero no va a ser así. El tema elegido por el excelso narrador es: las mandarinas y cómo éstas serán el desencadenante del Apocalipsis. En serio. Será así. El narrador viene del futuro y lo sabe. Por desgracia, no será hoy cuando descubramos la verdad oculta tras tan jugosa fruta, pues la mente del narrador es demasiado voluble para mantener lo que ha dicho previamente. Él hace lo que quiere y no tiene por qué dar explicaciones a nadie. Faltaría más. Como si le da la gana terminar con una palabra que no venga a cuento. Continuará... ¡Epíteto! |
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