Publicado: 10:40 02/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
Teniendo en cuenta que la historia ya estaba escrita, ¿qué sentido tenía matar al autor? El humilde lactobacilo no iba a conseguir nada... en serio. El autor, de un modo totalmente desinteresado, instó a Miley a que abandonase tan ardua misión. Le dijo que se lo pensase, que aún era joven y tenía toda una vida por delante.
Nada consiguió, ya que nuestra protagonista estaba decidida. Mientras, Rímili Vázquez dormitaba en un bolsillo. Miley, el humilde lactobacilo pedernoseño rústicamente contradictorio de familia estructuradamente desestructurada no conocía el paradero del autor, lo que dificultaría un poco más su labor. Por suerte para ella, había un puesto de información cerca del ayuntamiento. Al llegar, tuvo una extraña sensación. Tras cuatro minutos pensando qué podía ser, se dio cuenta de que eran gases. Desde pequeñita, a Miley le habían dicho que, cuando fuese a hacer un viaje largo, comiese ligero. Pero ella, cual linfocito siciliano, nunca había escuchado a sus padres. Y por eso les pasó lo que les pasó. ¿Que qué les pasó? ¡Qué gente tan impaciente! Con una valentía como pocas veces en la historia se recuerda, Miley, el humilde lactobacilo pedernoseño rústicamente contradictorio de familia estructuradamente desestructurada hizo caso omiso de los gases y se acercó al puesto de información. La caseta estaba regentada por Tommy, el apocado y rubenesco cubilete. Antes de que Miley pudiese preguntar nada, sonó el teléfono. Tommy, como buen salmantino, lo cogió. Era el autor. Las órdenes eran muy concretas. Bajo amenaza de muerte, el rubenesco Tommy debía encargarse del intrépido lactobacilo. 0 comentarios :: Enlace permanente
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