Publicado: 12:20 17/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
El bedel tuvo que bajar corriendo las escaleras para preparar las tres lonchas de queso, pero sabía que no le iba a dar tiempo. Las consecuencias serían terribles.
Los pseudónimos nunca llaman dos veces. Cuando el bedel bajaba el último peldaño, la puerta se abrió de par en par. Una terrible tormenta sacudía la calle. Dos seres normales, como tú y como el autor (bueno, el autor no sabe cómo eres tú, así que no puede asegurar que los pseudónimos se parezcan a ti), permanecían de pie en el umbral de la puerta. Los relámpagos otorgaban a los pseudónimos un aspecto fantasmagórico. El bedel se dejó caer al suelo, de rodillas, aguardando la más dolorosa de las muertes. Los dos pseudónimos entraron y, con las más tétricas voces que el bedel había oído jamás, dijeron: - ¡Hay que ver la que está cayendo! - Y que lo digas, Luis Eduardo. Con este tiempo, ni queso, ni nada. - ¿Sabes lo que más me molesta, Juan Carlos? Que la gente luego dice que nuestro trabajo es muy sencillo. - Te entiendo perfectamente. Ya me gustaría a mí verles a ellos yendo casa por casa para recolectar lonchas de queso. - La gente piensa que lo hacemos por gusto. Somos unos currantes, con una familia de pseudónimos que alimentar. Vamos, como cualquier otro trabajador. - Yo creo que el problema es la leyenda negra que pesa sobre nosotros. Como el jefe, en su día, se dedicó a ir contando el asunto del monstruo de Las Pedroñeras… - Si es que esto no está pagado, Juan Carlos. ¿Y si buscamos otro trabajo? Que a mí se me hace muy cuesta arriba levantarme cada mañana sabiendo que la gente se va a asustar de mí. - Y además, luego no puedes ir ni al súper a comprar tranquilo. - Hombre, el hecho de tener la sección de congelados sin gente, está bien porque no tienes que esperar cola. - Ya, pero sin alguien que te atienda en la caja, tampoco podemos pagar y nos toca irnos con las manos vacías. - Cierto, Juan Carlos. Vale que seamos recolectores de queso, pero me niego a que nos llamen ladrones. - Honrados ante todo. ¿Te parecer entonces que le digamos al jefe que lo dejamos? - Si es que la cosa está muy mal como para ir dejando trabajos así como así. - ¡Hombre, Luis Eduardo, yo decía encontrando primero otro trabajo! - ¡Ah, entonces sí! ¡Qué ilusión! ¿Podemos mirar en el sector textil? - Donde tú quieras, Luis Eduardo, donde tú quieras. - Bueno, ya que estamos aquí, vamos a pedir el queso de hoy. Para consolarnos, pensemos que nos queda poco para encontrar la felicidad. Los dos pseudónimos miraron al bedel para que les diese lo que venían a buscar, pero éste no estaba. Se había marchado hacía rato, mientras los dos seres conversaban. Los pseudónimos, hastiados, comenzaron a subir las escaleras buscando al propietario de la casa. En la planta de arriba, y debido al pánico que ambos les tenían a los pseudónimos, Miley, el humilde lactobacilo pedernoseño rústicamente contradictorio de familia estructuradamente desestructurada y el autor, decidieron suicidarse. El autor guardaba un arma para estos casos pero, por desgracia, solo contaba con una bala. Tuvieron que jugárselo a la ruleta rusa. Tras los dos primeros intentos, la bala no se había disparado. La tensión se podía mascar, cual pan correoso. Las opciones se agotaban. Poniéndose la pistola en la sien, apretó el gatillo. Sabía que ahí estaba la bala. 1 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (primero los más recientes) 12:22 17/08/2010
¡¡Gracias a los que habéis llegado hasta aquí!! ¡Nos vemos en septiembre! Participa con tu Comentario:
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