Publicado: 12:34 09/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
El asesino de Stephen, el salmantino pomo intempestivo, consiguió arrastrarse hasta el interior de su coche. La herida que el lactobacilo le había infligido iba a acabar con su vida. Lo sabía. Pero aún tenía algo que hacer antes de morir.
La chinchilla de Albuquerque llamó a la puerta de Villa Autor. Al otro lado de la puerta, en la distancia, se escuchó una voz refunfuñar: “Pontones, pontones... siempre igual.”. Rímili Vázquez, confuso, volvió a golpear la puerta. “¡Que uses el telefonillo!” La tetrafóbica chinchilla miró hacia arriba. Lejos, pero que muy lejos, divisó un botón redondo. Después de lo que le había costado encontrar la residencia del autor y llegar hasta ella, al ver el telefonillo de las alturas, Rímili Vázquez decidió desistir. ¡Eso ya era demasiado! ¿Un telefonillo? ¿En serio? ¿Qué le costaba al autor haber eliminado del guión el telefonillo? ¿Realmente era necesario hacer pasar por todo eso a una pobre chinchilla para, al final, poner un telefonillo inaccesible? Ya que estaba en ese plan, ¿por qué no la mataba de una vez? ¿Por qué no lo hacía? ¿Eh? ¡Venga, hombre! Con ese acto despiadado, el autor demostraba no tener corazón. Poner un telefonillo... De pronto, la puerta se abrió y la chinchilla fue introducida en Villa Autor, mientras una voz decía: “¡Anda pasa, cansina. Todo el día protestando!” Mientras tanto, en El Pedernoso, Orson, el roedor conquense y típicamente etimológico abría, como cada día, su tienda de ultramarinos. Lo que aún no sabía era que no iba a volver a ver a Miley. Se enteraría de los terribles sucesos unas horas después. 0 comentarios :: Enlace permanente
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