Publicado: 12:51 12/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida, sujetando el capítulo siete en la mano, comenzó a perder visión. La cabeza le daba vueltas. Sólo un último esfuerzo y su objetivo estaría hecho. Amy esperaba que Rímili Vázquez hubiese cumplido su parte y, sobre todo, que estuviese a salvo. Bueno, no. Prefería que hubiese cumplido su parte.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, el meningococo arrancó el coche color torrezno mohoso y avanzó hasta el estanco más cercano. Sin preocuparse por aparcar, dejó el vehículo en mitad de la calle y caminó, renqueante, hacia la puerta del establecimiento. Aunque no tenga relevancia para el desarrollo de la historia, la depresiva socuellamina se fijó en el número de licencia del estanco. Era la expendeduría número 2. Abrió la puerta y vio que, a excepción del dueño, el estanco estaba vacío. Se acercó al mostrador y pidió un mechero. Lucio, que así se llamaba el propietario, le dijo que costaba un euro. Por desgracia, Amy sólo llevaba dracmas. Lo cierto es que, hoy en día, es complicado encontrar un sitio en el que te permitan pagar con dracmas. Ni siquiera en la Grecia actual. En la Antigua Grecia, por lo visto, sí era posible. El problema es que el viaje hasta la Antigua Grecia es caro y no todos los días salen autocares de Samar o La Veloz hasta allí. Por no hablar del desgaste físico que supone saltar en el tiempo y las posibles paradojas temporales que se pueden generar. Vamos, un lío de proporciones bíblicas. Cuando dice bíblicas, el autor se refiere, sobre todo, a la parte del Nuevo Testamento en la que se relatan las Cartas de San Pablo a los Tesalonicenses. Por esta serie de impedimentos, Amy no consideró la opción de viajar a la Antigua Grecia. Optó por la vía rápida. Cogió el mechero de manos de Lucio y echó a correr. Amy no tuvo en cuenta su estado terminal. Lucio la atraparía. Por suerte para ella, Lucio era disléxico y aunque en la puerta de su cabina ponía “empujar”, él se empeñó en tirar hasta que Amy, el meningococo desapareció con su coche calle abajo. Tres semanas después, la policía descubriría el cadáver de Lucio agarrado al pomo de su puerta. Al llegar a un descampado, Amy se bajó del vehículo. Encendió el mechero y prendió fuego al capítulo siete que tenía en la otra mano. Ardió durante cuatro minutos hasta que, finalmente, se apagó. Sólo quedaron rescoldos. Ahora sí, había cumplido su parte. Con una sonrisa en el rostro, Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida se marchó de este mundo. Ante los vítores de los “conspiranoicos” el autor debe aclarar que se refiere a que Amy murió, no a que fuese un ser de otro planeta, así que los vítores, mejor para otra ocasión. En ese mismo momento, en Villa Autor, el bedel le llevaba a su Lord Autor la mochila de Rímili Vázquez. Al recibirla, el autor sacó del interior el pergamino. Ahora que había recuperado el capítulo siete, lo podría publicar. Lo sucedido en él iba a ser revelado. 2 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (primero los más recientes) 00:22 13/08/2010
¡Qué presión tengo encima para escribir el capítulo siete! Ya me lo han dicho dos personas, jajaja. 15:57 12/08/2010
"Tres semanas después, la policía descubriría el cadáver de Lucio agarrado al pomo de su puerta" xDDDD PD: Tengo ganas de leer que puñetero capitulo 7!! xDD Participa con tu Comentario:
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