Publicado: 01:29 07/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
Mientras el autocar entraba en el pueblo, Rímili Vázquez se cercioró de llevar consigo el importante pergamino. Lo guardó con celo en la mochila. Cuando el vehículo paró, la chinchilla se bajó del mismo y miró a su alrededor. El hogar del autor tenía que estar cerca.
Caminó durante seis minutos hasta que, en un lejano banco, divisó un grupo de chinchillas. Obviamente, estamos hablando de un banco de los que hay en la calle para sentarse. Sería absurdo pensar en un banco de los de sacar dinero, comer kebab y otros actos financieros. ¿Cómo van a entrar chinchillas en un banco? Además, hemos de tener en cuenta que ni los cajeros ni los mostradores están adaptados para la altura “chinchillesca”. Por tanto, repito, estamos hablando de un banco con sus maderas, sus patas de metal y sus personas de la tercera edad pasando el día y contemplando obras. El autor no cree conveniente especificar a qué tipo de obras se está refiriendo. Es que, como tenga que ponerse a explicar cada palabra, no avanzamos. La culpa es de las palabras homófonas. La emoción se apropió de Rímili Vázquez, pues nunca había visto ningún otro ser como él. Pensaba que era un tipo de raza alienígena que había llegado a la Tierra para recibir abrazos de los infantes de distintos hogares. Sabía que, a pesar de lo que le había sucedido a su dueña, ella aún tenía algo muy importante que hacer. A su llegada a Mota del Cuervo, el coche color torrezno mohoso frenó en seco. El harapiento y misterioso conductor se bajó y, dejando un rastro de sangre, caminó hasta el maletero. La luz procedente del exterior cegó a Stephen, el salmantino pomo intempestivo. Su secuestrador lo sacó del coche y, a punta de escopeta, le hizo ponerse en pie. Sin mediar palabra, disparó al intempestivo pomo en el vientre (¿tienen vientre los pomos? ¡Qué pregunta! ¡Por supuesto que no!). El retroceso del arma tiró al suelo al, ya de por sí, ajado y harapiento ser. Ninguno de los dos iba a aguantar mucho. De las cuatro horas dadas, sólo restaban veintitrés minutos. El tiempo estaba a punto de agotarse. 0 comentarios :: Enlace permanente
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