Publicado: 13:10 11/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
Rímili Vázquez, mirando a su alrededor, quedó maravillada ante la majestuosidad de Villa Autor. Una gran escalera, bifurcada a mitad de camino, unía las dos plantas que tenía la mansión.
Una voz sacó a la chinchilla de su ensimismamiento. Debía ser quien había abierto la puerta. Tenía aspecto de bedel. Se presentó, pero la chinchilla no le prestó ninguna atención. El pobre bedel estaba acostumbrado a ser ninguneado, qué le iba a hacer. Le indicó a Rímili Vázquez que Lord Autor (que así se había empeñado el bedel en llamarle) estaba en su despacho, en el piso de arriba, aguardando su visita. Continuó hablando, pero nuestro impaciente roedor se marchó. La de Albuquerque subió con celeridad la escalera mientras, en el recibidor, el bedel decía: “Pero... si te estaba hablando...”. Al llegar a la bifurcación, la chinchilla dudó qué camino tomar. Optó por el del centro. Por desgracia, ese camino no existía, por lo que Rímili Vázquez degustó la rica pared. Se incorporó y, asegurándose de que nadie había visto la ridícula escena, la chinchilla subió por la izquierda. Un vez arriba, vio que ambas escaleras llevaban a la misma habitación. La sala era amplia pero, a excepción de dos puertas y de un intercomunicador, estaba vacía. Rímili Vázquez se acercó a la puerta de la izquierda. En ella, podía leerse: “Lo aún no escrito”. Una tímida voz, habló desde el otro lado de la puerta: “Oye, que yo ya salí en un cuento. No sé por qué estoy aquí. Debería estar tras la otra puerta”. La chinchilla de Nuevo México pensó que, por una vez en su vida, debía hablar normal y dejarse de tonterías. Le dijo a la voz que, ya que iba a ir a hablar con el autor, podía llevarle un mensaje de su parte. La voz contestó: “Pues si no te supone mucha molestia, dile que soy Perry, la Muerte. Él ya sabrá quién soy... espero. Gracias.” Rímili Vázquez, tras decirle que vería lo que podía hacer, se dirigió a la otra puerta. Mientras se alejaba, pudo escuchar a la voz decir: “Odio mi trabajo”. En la puerta de la derecha, el cartel rezaba: “Lo ya escrito”. Ninguna de las dos opciones indicaban que allí estuviese el autor. La chinchilla, resignada, caminó hasta el intercomunicador y pulsó el botón. Respondió una dulce y agradable voz. Era la del humilde autor. Inteligente como pocos, el autor ya era conocedor de los pesares y problemas del tetrafóbico roedor. Le contó, con una amabilidad digna de admiración, que debía atravesar la puerta de “Lo ya escrito” y caminar hacia el fondo. Rímili Vázquez, sin demora, fue hasta la puerta de la derecha y la abrió. Un pasillo, en el que reinaba un silencio sepulcral, se extendía ante ella. Caminó por el pasillo, encontrando puertas cerradas a ambos lados del camino que llevaba hasta el autor. Cada puerta tenía un nombre. Jimmy, Andy o Harold eran algunos de esos nombres. Por fin, encontró una puerta abierta. Acelerando el paso, la chinchilla corrió hasta ella y se adentró. La puerta se cerró con un portazo. En ella, podía leerse: Rímili Vázquez. Su misión había concluido. 1 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (primero los más recientes) 16:14 11/08/2010
"Al llegar a la bifurcación, la chinchilla dudó qué camino tomar. Optó por el del centro. Por desgracia, ese camino no existía, por lo que Rímili Vázquez degustó la rica pared" Vaya descojone he cogido con la frase xDD Participa con tu Comentario:
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