Publicado: 15:10 10/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
La infancia de Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida, no fue fácil. Ella estaba convencida de que en su familia no era demasiado apreciada. El primer indicio lo tuvo a los tres años: su primer día de clase duró cuarenta y dos días. Sus padres se olvidaron de recogerla. Pensando que cada día de escuela duraba tanto, Amy comenzó a odiar el colegio. Años más tarde se enteraría de que la jornada intensiva era otra cosa.
En su sexto cumpleaños, el depresivo meningococo recibió, a modo de regalo, un papel doblado. Completamente ilusionada con el regalo de sus padres, Amy lo desdobló con avidez. Era la lista de la compra. Y, para colmo, tenía que pagarlo todo de su bolsillo. Cuando Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida, tenía siete años, sus padres decidieron comprarse un monovolumen, ergonómico a la par que familiar, pero había un problema: no tenían suficiente dinero. En un gesto que los más exagerados tildarán de cruel, los padres del meningococo vendieron la cama, los libros de texto y la ropa de invierno de su única hija. Dos semanas después, los servicios sociales se llevaron a Amy al orfanato “Elnoloharía Center”. De los, para algunos, malos padres, nunca más se supo. Una agradable familia adoptó a Amy al cabo de un mes. El joven matrimonio tenía ya una hija, pero no habían sido capaces de concebir otro bonito engendro. Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida, se integró a la perfección en su nueva familia. Por fin se sentía querida. Por desgracia, a los tres años, su felicidad se vio truncada de nuevo. Unos temibles seres, llamados pseudónimos se llevaron a sus padres. Nunca los volvería a ver (a sus padres. A los pseudónimos… ¿quién sabe? A los pseudónimos lo mismo sí. A lo mejor el autor aún no lo sabe). Su hermana y ella lloraron desconsoladamente la pérdida de sus padres durante un tiempo. Un día, sus llantos se vieron interrumpidos al encontrar algo que se les debía haber caído a los pseudónimos. Era un maltrecho cuaderno. En su portada, podía leerse: “La cruzada del lactobacilo”. Las dos hermanas lo estuvieron ojeando. Al terminar de leer el capítulo siete, Amy, el meningococo miró con temor a su hermana. Miley estaba temblando y lloraba desconsoladamente. Al día siguiente, cuando Amy despertó, estaba sola en casa. Tanto su hermana como su chinchilla habían desaparecido. Salió a buscarlas, no sin antes desayunar, por supuesto. Es de creencia popular que el desayuno es la comida más importante del día. Ante esto, el autor considera necesario hacer un comunicado: “Es cierto”. A pesar de lo verídicas y sabias que han sido sus palabras, el autor cree que su comunicado ha sido demasiado escueto. Por eso, debe hacer otro: “El desayuno es tan importante que todos los seres deberían desayunar nueve o diez veces al día. Y no leche con galletas, no. Para estar sanos y esbeltos han de desayunar kebab, pizza y pasta en general”. Tras un desayuno meningocócicamente satisfactorio, Amy salió a la calle. Aunque no había pasado mucho tiempo desde que salió a buscar a su hermana y mascota (dos seres diferentes, por supuesto. Si no, estaríamos hablando de una hermana-mascota o de una mascota-hermana, que a su vez podría ser lo mismo que una mascota-monja), a Amy le pareció que habían pasado siglos. En ese instante, convertida en asesina y desangrándose en aquel coche color torrezno mohoso, Amy, el meningococo socuellamino demasiado depresivo para ser capaz de ver lo bueno de la vida, abrió la guantera y sacó la mitad de un documento de vital importancia. A poco más de seis kilómetros de distancia y con temor a lo que le aguardaría en Villa Autor, Rímili Vázquez portaba la otra mitad del documento. Era el temido capítulo siete. 0 comentarios :: Enlace permanente
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