Publicado: 17:01 13/08/2010 · Etiquetas: · Categorías:
En Motilla del Palancar no había metro. Cintas de medir, sí, muchas; agrupaciones de mil milímetros, también; medio de transporte subterráneo, no. Miley desconocía este dato. Hay que tener en cuenta que nunca había salido de su pueblo debido a su nula orientación. Por suerte, su fiel escudera Rímili Vázquez le servía de guía. Otra cosa no, pero las chinchillas son muy de guiar a la gente a los sitios. ¿Quién no ha visto a una chinchilla ayudando a algún desvalido anciano o invidente a cruzar un paso de cebra?
Cerca de la parada del autocar había unas escaleras que se adentraban en la tierra. La inocente Miley, pensando que era el metro y que, con fortuna, alguna parada indicaría la ubicación de la casa del autor, bajó decidida por las escaleras. Mientras bajaba, canturreaba una canción típica de los lactobacilos. Por desgracia, el teclado en el que escribe el autor no tiene los caracteres precisos para reflejar la profundidad de sus letras y la belleza de sus rimas. Abajo reinaba una inquietante oscuridad. Los ojos de Miley tardarían unos minutos en adaptarse a la poca luz del lugar. Rímili Vázquez salió de la mochila y guió a Miley a través de lo que parecían unos baños públicos. Debido al silencio sepulcral, el humilde lactobacilo y la chinchilla dieron un bote al oír un grito proveniente del exterior. Nuestra protagonista, asustada, le cedió a Rímili Vázquez la mochila, no sin antes sacar de la misma el cuchillo de carnicero. Con el cuerpo en tensión, Miley se encaminó hacia la salida. Dos sombras comenzaron a bajar las escaleras. Al llegar abajo, la luz se encendió. “¿Por qué no encendéis?” Un ser con aspecto de picaporte, acarreando un pesado paracaídas, acababa de pulsar el interruptor de la luz. Junto a él estaba un individuo harapiento que, la verdad, daba un poquito de asco. Estaba semiinconsciente. El pomo volvió a hablar: “Eres Miley, el humilde lactobacilo pedernoseño rústicamente contradictorio de familia estructuradamente desestructurada, ¿no? Yo soy Stephen, el salmantino pomo intempestivo y se me ha encomendado la tarea de acabar contigo en el capítulo siete. ¡Oh, qué coincidencia! Pero si estamos en el capítulo siete.” Stephen lanzó al harapiento ser contra Miley que, por acto reflejo, se protegió el cuerpo con los brazos e, involuntariamente, le clavó el cuchillo de carnicero a la sucia criatura. Creando un absurdo y divertido juego casero de lanzamiento de objetos, Rímili Vázquez cogió el backgammon de la mochila y se lo lanzó a Stephen. La dura madera impactó en la cabeza del intempestivo pomo, haciéndole perder el conocimiento. De pronto, la luz se volvió a apagar. Una voz dijo: “¡Cuatro!” Rímili Vázquez entró en una especie de trance y comenzó a dar vueltas en círculo mientras repetía, una y otra vez: “¡Fermático!” El misterioso ser al que Miley había atacado caminó, sangrando por la zona que une el hombro y el pecho, hacia el interruptor. Una vez más, encendió la luz. Lleno de terror, el ser observó que Miley... había desaparecido. Teniendo claro lo que haría, cogí el paracaídas de Stephen. Con las cuerdas, até al pomo de pies y manos. Puse el resto sobre Rímili Vázquez consiguiendo, al quedar privada del sentido de la vista, que se tranquilizase. Ya más calmada, la chinchilla me miró y, con una sonrisa en el hocico, juraría que me reconoció. Un sonido interrumpió la escena. Era un teléfono móvil. El teléfono móvil de Stephen, concretamente. Una voz, al otro lado, dijo: “Si no me traéis el capítulo siete antes de tres horas y cincuenta y nueve minutos más un minuto, Miley morirá”. Al llegar a Santa María de los Llanos, buscad una mansión.” Por suerte, Rímili Vázquez no sabía sumar. En la academia de chinchillas de Nuevo México las matemáticas estaban prohibidas. La de Albuquerque y yo decidimos nuestro plan de acción: Rímili Vázquez le entregaría esta versión del capítulo siete al autor, con el final modificado. Menos mal que esta mañana, al salir de casa buscando a Miley, pasé por la papelería e hice una fotocopia de este capítulo. Por lo que pudiera pasar, cambié el terrible final. Con un poco de suerte, el autor publicaría esta versión, en lugar de la que finalizaba con la muerte de Miley. Mientras la abrazable chinchilla entregaba el documento, yo iría a Mota del Cuervo para poder entrar en el único estanco que permite la entrada a seres como yo. Así podría comprar un mechero y quemar el capítulo siete original. Ahora que lo pienso, ya que cambié el final, ¿por qué no se me ocurrió decir que todo acababa bien, con Miley a salvo? Si es que no sirvo para nada... 2 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (primero los más recientes) 13:41 14/08/2010
Pues te ha salido bien, como casi siempre ;) 17:07 13/08/2010
Me ha costado horrores escribir este capítulo. Es lo malo que tiene ir escribiendo sobre la marcha. Participa con tu Comentario:
Este blog no permite comentarios. |
Blogs en Vandal · Contacto · Denunciar Contenido