Publicado: 19:06 12/07/2011 · Etiquetas: · Categorías:
Entró en la habitación y cogió el cuchillo de la mesilla que había a su derecha. Conocía perfectamente el proceso, pero era la primera vez que lo protagonizaba. Ante ella, atado de pies y manos a una cama, había un hombre de más de cincuenta años.
Ella se acercó a la cama y pudo ver cómo el hombre la miraba, resignado, pero compasivo. A continuación, bajó la mirada y, con una sonrisa en el rostro, pronunció sus últimas palabras. -Adelante, cariño. Estoy preparado. El cuchillo le tembló en la mano. Se giró, mirando hacia la puerta por la que había entrado. Dos hombres trajeados, y con sendas pistolas, apuntaban a su cabeza. No podía hacer otra cosa. Agarró el arma blanca con fuerza y la acercó al rostro de aquel hombre indefenso. -Lo siento. Gracias por darme la vida. Te quiero –susurró, mientras seccionaba la carótida del hombre. La sangre comenzó a brotar, empapando cada centímetro del plástico que cubría la cama. El dolor se apoderó de ella, que cayó al suelo, de rodillas. Los dos hombres armados corrieron hacia ella y, rápidamente, la sacaron del edificio y la introdujeron en el vehículo que estaba esperando fuera. De lo que sucedió en las horas siguientes, sólo recordaría el bullicio, las agujas, un dolor insoportable... y sangre, mucha sangre. Cuando despertó, una mano apretaba la suya, con fuerza. Sabía que había estado a su lado todo el tiempo. Le miró y, antes de poder preguntarle nada, una voz la distrajo. -Aquí tiene, Raquel. Aunque el parto ha sido complicado, su hija está perfectamente. Enhorabuena. 0 comentarios :: Enlace permanente
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