Publicado: 14:43 29/04/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones
8:15 AM, 16 de marzo
Hoy es uno de esos días de mierda. Te levantas con un frío de cojones, te asomas a la ventana esperando, ¡oh iluso!, un clima acorde con la época del año y te vuelves a meter en cama. Cualquier vigués me comprenderá. Y cualquier Reikiavikeño. El despertador, indignado, vuelve a dar la murga cuando faltan unos escasos 23 minutos para el comienzo de las clases. Es, en ese preciso y puñetero instante, cuando el día mejora aún más, y tienes 42 segundos para decidir si te duchas (ya lo hice la semana pasada), te tomas tus Krispis, vuelves al catre o lo mandas todo a tomar por saco. Al final, terminas navegando a todo motor entre las riadas que corren por el Campus, al mismo tiempo que comes 4 galletas; todo esto mientras el huracán vigués te deja empapado. En la facultad, a alguien se le ocurrió la feliz idea de apagar la calefacción y, tiritando, comienza la primera- y siempre apasionante- clase del día. Porque esa es otra, algún día tendré que relatar cómo motivan a los casi Ingenieros Industriales. La cuestión es que en clase- y abreviando- se planteaba un problema típico de la asignatura. La solución, hoy, no pasaba por la aplicación de esas formulacas de media página que te pusieron en el encerado el día anterior, cuando las dejaran allí abandonadas, quedando expuestas a la libre interpretación del alumno. No, hoy era una simple Regla de Tres, basándose en una hipótesis sacada de debajo de la manga. “La Navaja de Ockham”, decía la profesora. Pensé que era curioso comprobar como, según el caso, interés, o urgencia por dar la explicación, dicha navaja funcionaba o se olvidaba en un cajón mientras se oxidaba. Llego a casa, reventado, y me da por echarle un vistazo a esa NintendoDS que tengo criando polvo. Y es que, a pesar de los grandes momentos con ella, el único uso que le daba de un tiempo a esta parte- y sólo en ocasiones- era de despertador. New Super Mario Bros., Zelda Phantom Hourglass, Metroid Prime Hunters, esas grandes sagas que me encantan, tenían en Ds- a mi juicio- los peores capítulos de sus historias. Junto a la Ds estaba un cartucho de memoria, que mi dulce ahijada me había encargado para poder descargarse, ahora de forma gratuita, los últimos bombazos de Ubisoft. (recordaréis mi otra entrada) Ya la había probado, para ver cómo funcionaba el homebrew y demás cucadas que se pueden hacer con un hardware abierto; pero esta vez quise ir más lejos y catar aquí y allá, para ver si el problema estaba en el catálogo, o en mí. He pecado. Sin embargo, sólo 15 minutos de Metroid Pinball y de Kirby El pincel del Poder me sirvieron para abrir los ojos. Redescubrí el lado Arcade de mi vida, el vicio por el vicio, esa forma de disfrutar videojuegos de NES o SNES. Ante aquellas tres decepciones y estos dos rayos de esperanza, me di cuenta de que buscaba en una consola portátil lo que no era y viajé hasta las sensaciones de un chaval de 8 años con un bocata de Nocilla, una GB Tocho con Tetris, y una tarde de verano. Tremendamente refrescante, y más con este tiempo de rayos. Guardé el cartuchito del Mal, más tarde se lo entregué a mi peque- para que disfrutase de los genios gabachos- y me puse a buscar, como un loco, esos títulos en las tiendas (aún sin suerte, por cierto). Y es ahora cuando me acuerdo de esa profesora, y de que quizás esa clase sí sirviese, por una vez, para algo. Me acordé de Ockham, de su navaja, y de cómo la estaba aplicando al mundo videojueguil. Y es que, sólo a veces, lo más simple es lo mejor. A veces, porque como bien decía esta señora, en ocasiones se puede usar, y en otras no; y en esos momentos estarán esos juegos profundos de sobremesa. Supongo que la clave, con la navaja de las narizotas, es saber cuándo usarla. Saber cuándo la necesitas. Publicado: 22:36 22/04/2008 · Etiquetas: · Categorías:
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