A la hora de entrar en la mili, había otra forma mucho más aceptable para el tiempo que se iba a pasar allí: entrar como oficial, concretamente en el nivel más bajo de oficiales, alférez.

Para ello el requisito era tener hecha una carrera universitaria. Luego, mediante papeleos y algún tipo de entrenamiento diferente a la tropa normal pero que debía ser muy chungo dada la chulería que se gastaban al llegar a los cuarteles.

Las diferencias entre un alférez y un soldado raso eran más que notables- Un soldado cobraba en mi época (sobre el 92) unas ciento y pico pesetas al mes, y un alférez ciento y pico mil pesetas. Un soldado raso estaba allí para servir a todos los que estaban por encima suya, podía ser puteado hasta el infinito y más allá como se le cruzase a algún mando con mala hostia, mientras que un alférez podía putear todo lo que quisiera y más a soldados y suboficiales (cabos, cabo primero, sargentos, sargentos primero, brigadas, subtenientes...). Para tener una idea más clara, podríamos pensar que el ejército es como una pirámide, y si la partimos por la mitad, la base de abajo serían los suboficiales. Pues bien, un alférez tenía poderes de mando sobre la mitad inferior de la base.


De hecho, lo que más le jodía a un subteniente, personaje curtido a base de años y años en el ejército, primero obedeciendo y luego mandando sobre más gente, era que entrase alguien en el ejército y, por el "simple" hecho de tener una carrera universitaria, ya se veía en la obligación de obedecer sus órdenes. Les jodía más cuanto más arriba estaban en la escala de suboficiales.

Hoy en día no sé cómo sería el ejército, dadas las estadísticas actuales, seguro que la mayoría de los oficiales serían mujeres (carrera universitaria) mandando sobre los hombres (menos carreras acabadas en proporción). Vamos, que si el generalísimo levantase cabeza...


Cambio de tema.

Cuando me enteré de mi destino, tuve que buscar en un mapa de carreteras dónde estaba Matacán, y tras una ardua investigación (sólo había que encontrar un símbolo de avión en el plano) lo encontré. El día llegó, y fuimos mis padres, mi novia y yo. Ellas llorando y nosotros con cara de "venga, machote" nos despedimos. Era agosto y el sol caía a plomo, como lo siguió haciendo hasta que juramos bandera al cabo de un mes, a mediados de septiembre, lo cual me ayudó a conservar el moreno un mes más de lo que estamos acostumbrados en Galicia, al menos en los brazos y de cuello para arriba.

Más de la mitad de los que entramos éramos gallegos, calculo que más o menos el 80%, por lo que allí dentro entre nosotros se hablaba gallego, no castellano, lo cual ayudó mucho a propagar por España adelante vocablos tan característicos como "carallo", "malo será" o "sen tempo non era". Luego me enteré que en cada reemplazo (4 al año) iban turnando gallegos y asturianos. Aún desconozco el motivo.

La ropa que nos dieron eran dos uniformes de faena y uno de bonito. Los de faena para el día a día y los de bonito para las ocasiones importantes. Con eso había que arreglárselas, y el servicio de lavandería en Salamanca por aquel entonces no era muy de fiar, vamos, que tanto te podías encontrar con que tu ropa había encogido dos tallas como todo lo contrario, y éramos tantos que buscar una camisa sería tarea imposible. El calor del verano, como no, ayudaba a propagar ese olorcillo a macho. También nos daban una cuchara, tenedor y cuchillo, para toda la mili, y había no sólo que conservarlos, sino tenerlos en el bolsillo siempre a mano por si acaso.

Teníamos dos comidas principales al día (mediodía y cena), desayuno y dos meriendas. En este punto debo decir que la comida era realmente asquerosa, y con estos ojos pude ver en una ocasión al cadáver de una cucaracha saliendo de unos espaguetis. [sic] Apártala y sigue comiendo[sic]. No había platos, sino unas bandejas con huecos donde nos echaban la comida. Una vez acababas de comer, te pasabas por un cubo de basura, echabas los restos, y la dejabas en una pila para lavar. Los de la cocina no limpiaban a fondo, por lo que en la pila de bandejas limpias que había para comer, había que ir eligiendo entre las que tenían restos y las que no.


Con todo, os podéis imaginar que el dueño de la cantina, sospechosamente situada al lado del comedor, se hacía de oro sirviendo bocadillos y cervezas a la tropa.

Había otra forma de librarse de la mili, una salida honrosa para cualquiera, y que no suponía ningún trauma del tipo objetor, aunque como he dicho anteriormente, en los momentos finales de la desaparición del servicio militar obligatorio, las tornas se invirtieron y el pringao pasó a ser el no objetor.
Cuestión de modas, supongo.



Como iba diciendo, la otra forma de librarse era alegar algún "defecto" físico, y en algunos años, cuando había tanto recluta que no cabían en los cuarteles, valía cualquier cosa. Desde ser cojo hasta la falta de dioptrías, con todas las variantes que uno pudiese desear: sordo, mudo, manco, feo... y si tenías un buen médico de mano, podías ir con un informe del susodicho galeno con algo escrito de lo que generalmente no entendías ni papa, para librar. Y muchos colaron, y muchos libraron. Claro que en vista de que la cosa se empezaba a desmadrar, los médicos de la mili empezaron a fijarse más en los informes que les llegaban.



Todos hemos escuchado alguna vez el del tipo que quería librar la mili y se hacía el sordo, pero cuando ya salía por la puerta alguien tiró a posta unas monedas al suelo. El fulano, al fijarse en las monedas (por el ruido) quedaba al descubierto y por tanto pillado. Seguro que muchos conoceréis alguna historia similar.



Otra forma de librarse de la mili era teniendo hijos a cargo. Y muchos lo hicieron. Imaginaos la situación: con 18-19 años casados y con un hijo. Vale, librar la mili molaba, pero tampoco había que ser tan brutos, que un hijo es para siempre. La mujer no, pero eso ya es parte de otras historias.

Un par de párrafos atrás, mencioné que hubo unos años en los que entraba tanto recluta que no cabían en los cuarteles... y así fue. Por aquel entonces se podía librar por excedencia, todo un golpe de suerte a la altura de un verdadero Gordo de Navidad.

Mi situación por aquel entonces era similar a la de muchos otros: tenía 18 años, novia, trabajaba a medias entre el taller de mi padre y un gimnasio, y pocas ganas de irme por ahí adelante. No saqué la competencia de marinero, por lo que no podía ir por mar, y a escasos kilómetros de casa había una hermosa base militar del Ejército de Tierra. La cosa estaba bien clara... O no.

Aún recuerdo cuando compré el periódico, busqué mi nombre en las listas y mi destino resultó ser el Ejército del Aire, concretamente debía presentarme en Salamanca, base aérea de Matacán. Lo revisé unas cuantas veces más, incluso con regla, y no había duda: me había tocado justo lo que menos conocía, el ejército más friki, el del aire... ¿Pilotaría aviones?

Pilotar piloté, sin duda, pero no fueron aviones precisamente.

La mili, la mili... Sí, la mili, también conocida como el servicio militar obligatorio, y en el que tantos y tantos españoles malgastamos cierto tiempo de nuestra vida en plena edad del pavo, cuando las hormonas campaban a sus anchas por nuestras venas. En fin.

Como tengo un blog, la he vivido de primera mano, y ganas, contaré mis experiencias y aventuras al servicio de las fuerzas militares del estado. Quizás le sirva a alguno para saber cómo era eso y como no, echar unas risas de las cosas absurdas que se podian llegar a vivir ahí dentro.

Un poco de historia.

Tirando de wikipedia, lo que me contó mi suegro era cierto: hace unos cuarenta o cincuenta años la mili duraba tres años. Imaginaos, tres puñeteros años enteros ahí metido, cobrando una verdadera miseria. De locos. Por suerte, el sentido común debió colarse por la puerta de atrás de algún despacho de este nuestro país, y el tiempo fue bajando paulatinamente.

Por ejemplo, mi hermano mayor "sólo" la hizo durante un año y medio. La hizo por mar, y la suerte que tuvo el cabronazo es que le mandaron en la fragata Andalucía, una nave de guerra recién salida de algún astillero, y que había que probarla. Así que allá se fueron, a probarla a los EEUU, pero no contra los yanquis, sino de maniobras y tal. El resultado es que de los 18 meses se pasó 12 por aquellas tierras, conociendo ese país, sus playas, sus bares, y como no, sus mujeres.



Volvió con los ojos haciéndoles chiribitas y el culo pepsicola, así que tenía mil y un detalles que contar siempre, todos fantásticos, y con la diferencia de edad de 18 años entre nosotros, crecí pensando que la mili era un lugar como de vacaciones. Criaturita. En fin.

La mili se podía hacer en tres sitios más uno. Uno de ellos era la Marina, lugar al que iban el 80% de los dieciochoañeros que vivían en la costa (como yo). Tenía fama de ser más bien blando con el personal, sin mucho trabajo, y con un poco de suerte te tocaba embarcado hacia algún lugar que generalmente nunca habías visto, tipo Canarias, Mallorca, Cádiz... Al principio, para entrar ahí no era necesario nada en especial, sólo ser de la costa. Luego empezaron a pedir la libreta de marinero y por último la competencia de marinero.



El otro era el Ejército de Tierra, donde iban los que no tenían ninguno de los requisitos anteriores. Como no había mar, suponía que los soldados se la pasaban monte a través, pateando y haciendo maniobras de aquí para allá, arrastrándose por encima de los tojos con la cara pintada y sudando la gota gorda. Lo jodido de este ejército era que te tocase ir a Melilla, donde los moros; todos los que venían de allí adelgazaban diez kilos y muy quemados moralmente, sobre todo el estar lejos de casa (Galicia) era lo peor, ya no digamos si tenías novia (lo más lógico a esas edades).



El tercero era el Ejército del Aire, donde nadie de mi entorno tenía puñetera idea de qué había que hacer para llegar ahí. Al parecer iba poca gente y en Galicia sólo había una base en Noia, el E.V.A. 10, donde la rumorología se cebaba a base de túneles creados por los americanos. Una verdadera incógnita.



La última opción era la de ser objetor de conciencia. Había que hacer unos papeles explicando tus motivos, pasar una expecie de exámen psicológico, y ya no hacías la mili, pero a cambio debías estar cierto tiempo ayudando en la Cruz Roja o alguna cosa de estas alternativas de servicio a la comunidad. Lo peligroso de escoger esta opción por aquel entonces era que en determinados trabajos te pedían tener hecha la mili, por ejemplo para ser policía local o nacional, guardia civil... Y no estaban los tiempos para irse cerrando puertas, así que de objeción nada. A la puta mili de cabeza. Ya en los últimos años, la gente, que no es tonta, tiraba más por esta última opción, e incluso el número de objetores llegó a superar el de alistamientos en el ejército.

Pronto llegó la fecha en la que salía en el periódico la lista de mi próximo destino.

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