Surcando Grand Line

Publicado: 15:07 30/03/2009 · Etiquetas: · Categorías:

Publicado: 14:03 27/03/2009 · Etiquetas: · Categorías:
3. Flores Blancas

Adorables flores blancas adornan la ciudad. Por todos los rincones de las calles, no en parterres o jardines dedicados a su cultivo, sino mezclándose de manera natural y en profusión con cada hilera de casas, como si los edificios y las flores hubieran crecido juntos.

Es el comienzo de la primavera y la nieve aún no ha desaparecido de las montañas cercanas, pero la refulgente luz solar baña ya la franja de océano que lame con delicadeza la orilla sur de la ciudad. Esta es una antigua y próspera ciudad portuaria. Todavía hoy, sus muelles son testigos cada día del ir y venir de trasatlánticos y cargueros.

Sin embargo, su historia está dividida claramente entre el "antes" y el "después" de un acontecimiento que sucedió un día hace mucho tiempo.

Aquí la gente prefiere no hablar sobre aquello; es la marca divisoria grabada en la cronología de la ciudad.

Los recuerdos son demasiado tristes para contar historias sobre ellos.

Kaim lo sabe y, por eso, ha regresado una vez más.

¿De paso? - le pregunta pregunta el dueño de la taberna.

Kaim responde al sonido de su voz con una leve sonrisa.

-Supongo que está aquí por el festival. Debería tomarse su tiempo y disfrutarlo.

El hombre está de muy buen humor. Lleva bebiendo con sus clientes vaso tras vaso y tiene la cara bastante roja, pero nadie muestra signos de culparlo por excederse.
Todos los asientos de la taberna están llenos y el aire retumba con las risotadas. De vez en cuando también se oyen voces felices que vienen del camino.

La ciudad entera está de celebración. Una vez al año es festival hace que la gente se divierta toda la noche hasta que sale el sol.

-Espero que tenga habitación para esta noche, señor. Ahora es demasiado tarde para encontrar una, Todas las posadas están a rebosar.

-Eso parece.

-Tampoco es que nadie vaya a ser tan tonto como para pasar una noche como esta tranquilamente en su habitación metido bajo las mantas.

El dueño de la taberna guiña un ojo a Kaim como si le dijera "usted no, señor, estoy seguro"
-Esta noche vamos a celebrar la mayor y más divertida fiesta jamás vista, y todo el mundo está invitado, sean lugareños o no. Bebida, comida, juego, mujeres: dígame lo que quiere. Le puedo conseguir lo que desee.

Kaim toma un sorbo de su bebida y no dice nada. Planea permanecer despierto toda la noche, por lo que no ha alquilado una habitación; aunque tampoco piensa disfrutar del festival.

Kaim va a ofrecer una oración la hora antes del amanecer, cuando la noche es más oscura y profunda. Se marchará la ciudad, movido por el sol de la mañana conforme este asome la cara entre las montañas y el mar. Al igual que hizo en su última visita.
Por entonces el dueño de la taberna, que hace unos minutos le contaba a uno de sus clientes habituales que su primer nieto estaba apunto de nacer, era solo un crío.

-A esta invito yo. ¡Beba! - dice el dueño de la taberna, rellenando el vaso de Kaim mientras escudriña a este con recelo-. Viene para el festival ¿verdad?

-En realidad no - dice Kaim.

-¡No me diga que no sabía nada! ¿Quiere decir que ha venido de casualidad?

-Me temo que sí.

-Bien, si ha venido por negocios, olvídelo. Nadie hablará en serio en una noche tan especial como esta.

El dueño de la taberna le explica lo que de especial tiene esta noche.

-Debe haber oído algo. Una vez, hace mucho, mucho tiempo, esta ciudad por poco quedó destruida del todo.

Hay dos clases de acontecimientos que dividen la historia en un "antes" y un "después":
uno es el nacimiento o muerte de algún gran personaje, un héroe o un salvador.

El otro es algo como una guerra, una plaga o un desastre natural.

Lo que dividió la historia de esta ciudad en un "antes" y un "después" fue un terrible terremoto.

Ocurrió sin previo aviso mientras la gente de la ciudad dormía profundamente; no tuvieron oportunidad de huir.

Con un rugido se abrió una grieta en la tierra, y los caminos y los edificios se hicieron pedazos.

Surgieron fuegos que se extendieron en un abrir y cerrar de ojos.

Casi todos murieron.

No puede ni imaginarlo. Todo lo que yo sé es lo que me enseñaron en la escuela. ¿Y qué significa el "Festival de la resurrección" para un niño? Tan solo era algo que había ocurrido hace mucho tiempo. Vivo aquí y eso es todo lo que significa para mí, así que un viajero como usted probablemente no pueda ni hacerse una idea de cómo fue.

-¿Así es como llaman a esta fiesta? ¿"Festival de la resurrección"?

-Pues sí. La ciudad resucitó desde su ruina total y se convirtió en esto. De eso trata la celebración.

Kaim sonríe a pesar de todo y apura el trago.

-¿Qué es tan gracioso? -pregunta el dueño de la taberna.

-La última vez que estuve aquí, lo llamaban el "Día conmemorativo del terremoto". No era una fiesta con celebraciones desenfrenadas.

-¿Qué está diciendo¿ Ha sido el "Festival de la resurrección" desde que era niño.

-Eso fue antes de que fuera lo bastante mayor como para recordar algo.

-¿Cómo?

-Y antes de eso, se llamaba "Consuelo de los espíritus". Quemaban una vela por cada persona que murió, y rezaban para que descansaran en paz. Era una fiesta triste, Con mucho llanto.

-Habla como si usted mismo lo hubiera visto.

-Lo vi.

El dueño de la taberna ríe con un fuerte resoplido.

-Parece sobrio, pero debe de haber perdido la cabeza con el alcohol. Escuche, es la noche del festival, así que va a librarse aunque me haya tomado el pelo, pero no diga bobadas así delante de otra gente de la ciudad. Nuestros ancestros, incluidos los míos, son los que sobrevivieron por poco.

Kaim sabe bien lo que hace. Jamás esperó que el hombre le creyera. Solo quería averiguar por sí mismo si la gente de la ciudad aún trasmitía los recuerdos de la tragedia; si, detrás de sus caras sonrientes, todavía quedaba la pena que habían heredado desde la época de sus antepasados.

Cuando otro de los clientes lo llama, el dueño de la taberna deja a Kaim, pero primero le hace una advertencia.

-Cuidado con lo que dice, señor. Ese tipo de tontería le meterá en un lío. De verdad.
Piense en ello: ¡el terremoto ocurrió hace doscientos años!

Kaim no responde. En su lugar, bebe de su licor en silencio.
Entre los que murieron en la tragedia hace doscientos años estaban su esposa y su hija.
De todas las docenas de esposas y cientos de hijos que Kaim ha tenido en su vida eterna, la mujer y la niña que tuvo aquí le resultan especialmente inolvidables.

En aquellos días, Kaim tenía un trabajo en el puerto.

Solo estaban los tres: él, su esposa y su niñita. Vivían de forma sencilla y feliz.

El mismo tipo de días que habían precedido a hoy continuarían como mañanas sin fin.
Todos en la ciudad lo creían; incluidas la mujer y la hija de Kaim, por supuesto.

Pero Kaim no pensaba lo mismo.

Precisamente porque su propia vida era larga sin fin y en consecuencia había saboreado el dolor de innumerables despedidas, Kaim sabía demasiado bien que en la vida cotidiana de los humanos no había nada "para siempre"

Esta vida que su familia había llevado acabaría en algún momento. No podría continuar sin cambios. Sin embargo, esto no le provocaba pena alguna. Al negárseles el "para siempre", los seres humanos sabían cómo amar y valorar el aquí y ahora.

A Kaim le gustaba especialmente enseñarle flores a su hija, cuanto más frágiles y efímeras mejor.

Las flores que se abrían con el sol de la mañana y se marchitaban antes de que el sol se pusiera podían encontrarse en cualquier parte de la ciudad portuaria; adorables flores blancas que brotaban al comienzo de la primavera.

A su hija le encantaban las flores. Era una niña dulce que nunca cogería una flor que había luchado tan valientemente por abrirse. En su lugar, simplemente las miraba durante horas.

Ese año, también...

-¡Mira que grandes son los capullos! ¡Están apunto de abrirse! - dijo felizmente al encontrar flores blancas en el camino cercano a la casa.

-¿Mañana, tal vez? - preguntó Kaim en voz alta.

-Seguro - dijo su mujer contenta. - Mañana levántate temprano y échales un vistazo.

-Pobres flores - dijo la niña -. Son bonitas cuando florecen, pero se marchitan enseguida.

-Tanto mejor - dijo la esposa de Kaim -. Da buena suerte verlas florecer. Eso lo hace más divertido.

-Puede ser divertido para nosotros - respondió la niña -. Pero piensa en las pobres flores. Se esfuerzan tanto por abrirse y se marchitan el mismo día. Es triste...

-Bueno, supongo que sí...

Una tristeza momentánea invadió la habitación, pero Kaim la disipó rápidamente con una risa.

-Felicidad no es lo mismo que "longevidad" - dijo.

-¿Qué quieres decir, papá?

-Pues que no florezca durante mucho tiempo, pero la flor es feliz si puede ser la más bella y dar el mejor perfume que tiene mientras está abierta.

La niña parecía tener dificultades para comprender esto y simplemente asintió con un ligero suspiro. Entonces se puso a sonreír y dijo:
-Si tú lo dices será verdad, papá.

Tu sonrisa es más bonita que cualquier flor abierta.

Debería habérselo dicho. Después Kaim lamentó no haberlo hecho.
Llegó a comprender que las palabras que había pronunciado tan a la ligera resultaron ser una especie de profecía.

-Bueno, damisela - dijo -, si vas a levantarte temprano para ver las flores mañana por la mañana, será mejor que te vayas ya a la cama.

-De acuerdo, papá, si es necesario...

-Yo también me voy a la cama - dijo la mujer de Kaim.

-Vale. Buenas noches, papá.

La mujer dijo a Kaim:
-Buenas noches, querido, me voy a la cama de verdad.
-Buenas noches - Respondió Kaim, disfrutando de una última bebida para calmar la fatiga del día.

Esas resultaron ser las últimas palabras que la familia compartiría.

-Un violento terremoto asoló la ciudad "antes" del amanecer.

La casa de Kaim quedó reducida a un montón de escombros.

Los dos seres queridos de Kaim partieron para ese distante mucho antes de poder despertar de su profundo sueño y ni siquiera tener la oportunidad de decirle "buenos días".

El sol de la mañana se elevó sobre una ciudad que había sido destruid en un momento.

Entre los escombros, las flores brotaban; las flores blancas que la hija de Kaim había ansiado tanto ver.

Kaim pensó en poner una flor como ofrenda para el frío cadáver de su hija, pero rechazó la idea.

No podía coger flores.

Comprendió que nadie, ningún ser vivo sobre la faz de la tierra, tenía el derecho de arrebatarle la vida a una flor que solo vivía un corto día.

Kaim nunca pudo decirle a su hija "ve al cielo primero y espérame: estaré allí dentro de poco"

Tampoco conocería jamás la alegría de reunirse con sus seres queridos.

Vivir mil años significaba soportar el dolor de mil años de despedidas.

Kaim continuó su largo viaje.

Un vertiginoso número de años y meses siguieron, años y meses en los que innumerables guerras y catástrofes naturales azotaban la tierra. La gente nacía y moría. Se amaban y se separaban de los seres queridos. Había alegrías imposibles de medir y penas igualmente inconmensurables. La gente se peleaba y discutía sin parar, pero también se amaba y perdonaba constantemente. Así se desarrollaba la historia conforme las lágrimas del pasado evolucionaban poco a poco en plegarias por el futuro.

Kaim continuó su largo viaje.
Después de un tiempo, rara vez pensaba en la esposa y la hija con las que había pasado aquellos breves días en la ciudad portuaria. Pero nunca se olvidó de ellas.

Y en el transcurro de sus viajes, volvió a detenerse en la ciudad portuaria.

Conforme la noche se hacía mas profunda, el barbullo de las multitudes aumentaba, pero ahora, según aparecía la luz en el cielo oriental, sin una señal de nadie, el ruido dio paso al silencio.

Kaim ha permanecido en la plaza central de la ciudad. Los juerguistas también han llegado hasta aquí de uno en uno, hasta que antes de que se diera cuenta, la plaza adoquinada se ha llenado de gente.
Kaim siente una mano en su hombro:
-¡No esperaba encontrarle aquí! -dice el dueño de la taberna.

Cuando Kaim le sonríe silenciosamente, el dueño de la taberna parece algo avergonzado y dice:
-Hay algo que olvidé contarle antes... - ¿Eh..?

-Bueno, ya sabe, el terremoto sucedió hace mucho tiempo. Antes de la época de mi padre y de mi madre, incluso antes de la generación de mis abuelos. Puede que suene raro pero no puedo imaginar esta ciudad en ruinas.

-Sé a qué te refieres.

-En realidad creo que es probable que haya cosas en este mundo que no puedan olvidarse aunque no hayas llegado a vivirlas. Como el terremoto: no lo he olvidado. Yo no soy el único. Puede que sucediera hace doscientos años, pero nadie de la ciudad lo ha olvidado. No puedo imaginármelo, pero tampoco puedo olvidarlo.

Cuando Kaim asiente de nuevo para indicar que comprende las palabras de tabernero, una lúgubre melodía resuena en la plaza. Es la hora en la que el terremoto destruyó la ciudad.

Todos los reunidos, el dueño de la taberna y Kaim entre ellos, cierran los ojos, juntan las manos y ofrecen una oración.

Con los ojos cerrados Kaim ve las caras sonrientes de su esposa e hija muertas.
¿Por qué estas caras que creen con todo su corazón que mañana vendrá seguro son tan bellas y tristes?

La música termina.

El sol de la mañana se eleva en el horizonte.

Y por todas partes de la ciudad se abren innumerables flores blancas.

-En doscientos años, las flores blancas han cambiado.

Los científicos han planteado la hipótesis de que el terremoto cambió la naturaleza misma de la tierra, pero nadie sabe la causa con seguridad.

La vida de las flores se ha alargado.

-Cuanto antes se abrían y marchitaban en un solo día, ahora se mantienen en flor durante tres o cuatro días de una vez.

Humedecidas por el rocío de la noche, bañadas por la luz del sol, las flores blancas se esfuerzan por vivir la vida al máximo, embelleciendo la ciudad como si lucharan por vivir la parte de vida que se les negó a aquellos cuyos "mañanas" les fueron arrebatados para siempre.

Publicado: 15:59 25/03/2009 · Etiquetas: · Categorías: Paridas vandálicas
2. El Retorno de un Héroe



Kaim se encuentra solo entre una multitud de hombres toscos, dando cuenta de su bebida en un rincón de la única taberna de la vieja ciudad. Un hombre solitario cruza la puerta de la taberna. Recubre sus enormes proporciones el atuendo de un guerrero. Su sucio uniforme sugiere que viene de lejos. La fatiga se le refleja en la cara, pero sus ojos tienen un brillo penetrante, la mirada de un luchador en acción.

El ruido de la taberna se silencia al momento. Todas las miradas del lugar se clavan en el soldado con respeto y gratitud. Por fin ha terminado la larga guerra contra el país vecino, y los hombres que han luchado en el frente vuelven a casa. Ese es el caso de este militar.

El soldado se sienta en la mesa de al lado de Kaim y engulle un trago de licor con la contundencia de un bebedor habitual, un hombre que bebe para matar su dolor.

Dos, tres, cuatro…

Otro cliente, el típico rufián de ciudad, se le acerca con una botella en la mano y una sonrisa obsequiosa.

- Deja que te ofrezca un trago – dice el hombre -, como muestra de gratitud por tus heroicos esfuerzos por la patria.

Sin sonreír, el soldado deja que el hombre llene su copa.

- ¿Cómo ha sido estar en el frente? Apuesto a que realizaste muchas hazañas en el campo de batalla.
El soldado vacía su copa en silencio. El rufián se la vuelve a llenar y muestra una sonrisa aun más zalamera.
- Ahora que somos amigos, ¿qué tal si me cuentas algunas historias de la guerra? Tus brazos son grandes y fuertes, ¿a cuántos soldados enemigos matas…?

Sin mediar palabra, el soldado arroja el contenido de su copa a la cara. El rufián se pone hecho una furia y saca un cuchillo. En cuanto sale de la vaina, el puño de Kaim lo lanza volando por el aire. Ante la poderosa unión de Kaim y el soldado, el rufián sale corriendo mascullando maldiciones.

Los dos hombres lo ven huir y comparten una débil sonrisa. A kaim no le hace falta hablar con el soldado para saber que vive en una profunda tristeza. Por su parte, el soldado, tras haber engañado a la muerte en repetidas ocasiones, es consciente de la sombre que acecha en la expresión de Kaim.

El barullo volvió a la taberna. Kaim y el soldado comparten unas bebidas.

- Tengo una esposa y una hija que no he visto desde que me enrolé – dice el soldado- hace ya tres largos años.
Por primera vez se permite sonreír tímidamente mientras saca del bolsillo una foto de su mujer y su hija y se la enseña a Kaim: la esposa es una mujer de lozana frescura, la hija es aún muy joven.

- Ellos son la razón por la que he sobrevivido. La idea de volver vivo a casa con ellos era lo que me daba fuerzas en el combate.

- ¿Tu hogar está lejos de aquí?

- No, mi pueblo está justo tras el siguiente paso. Estoy seguro de que han oído que la guerra ha terminado y están deseando que vuelva.

Si él quisiera podría estar en casa esta noche. Está muy cerca.

- Pero…- El soldado acaba el trago de licor y gruñe- Tengo miedo.

- ¿Miedo¿¿De qué?

- Quiero ver a mi esposa y a mi hija, pero tengo miedo de que me vean. No se cuántos hombres habré matado en estos tres años. No tuve elección. Tuve que haerlo para seguir vivo. Si quería volver con mi familia, no tenía otra opción salvo matar un soldado enemigo tras otro, y cada uno de ellos tenía una familia que había dejado en casa. Para sobrevivir en el combate, tenías que seguir matando para que no te mataran. En el frente no tenía tiempo para pensar en esas cosas. Estaba ocupado intentando sobrevivir. Aunque ahora lo veo, ahora que la guerra ha terminado. Hay tres años de pecados grabados en mi cara. La cara de un asesino. No quiero enseñar esta cara a mi mujer y a mi hija.
El soldado saca una bolsa de piel de la que extrae una pequeña piedra . Le dice a Kaim que es una gema sin pulir, algo que encontró poco después de marchar al campo de batlla.

- ¿Una gema?-pregunta Kaim sin convencimiento. La piedra de la mesa es de un negro apagado sin indicios del brillo que debería tener una gema.

- Brillaba cuando la encontré. Estaba seguro de que a mi hija la encantaría cuando se la llevara a casa. Pero, poco a poco, la piedra perdió su brillo y se volvió oscura. Cada vez que vez que mataba un soldado enemigo, algo parecido a la mancha de su sangre aparecía en la superficie de la piedra. La piedra está manchada con los pecados que he cometido. La llamo mi “piedra de los pecados”.

- No tienes porqué sentirte tan culpable. Tuviste que hacerlo para seguir vivo.

- Lo sé-dice el soldado-. Lo sé. Pero aun así…Al igual que yo, los hombres que maté tenían pueblos a los que volver y familias que los esperaban allí.

El soldado hace una pausa antes de dirigirse de nuevo a Kaim:

- Supongo que tú también tendrás familia.
Kaim niega con la cabeza.

- No -dice-. No tengo familia.

- ¿Un pueblo al menos?

- No tengo hogar al que volver.

- Un eterno viajero, ¿eh?

- Pues sí. Ese soy yo.

El soldado sonríe un poco y muestra a Kaim una sonrisa amarga. Cuesta decir cuánto cree lo que Kaim le ha dicho. Desliza su “piedra de los pecados” en la bolsa de piel y le dice:

- ¿sabes lo que creo? Si la piedra se vuelve más oscura cada vez que quita una vida, debería recuperar algo de su brillo cada vez que salve una vida.

En lugar de responder, Kaim apura las últimas gotas de su licor de su copa y se levanta de la mesa. El soldado permanece en su silla y Kaim, mirándole fijamente, le da un consejo:

- Si tienes un lugar al que volver, deberías volver. Tan solo ve, por mucho que te abrume la culpa. Estoy seguro de que tu esposa y tu hija lo entenderán. No eres un criminal. Eres un héroe: luchaste con el corazón para seguir vivo.

- Me alegro de haberte conocido – dice el soldado - . Necesitaba oír eso.

Le ofrece la mano derecha a Kaim, y éste se la estrecha.

- Espero que tus viajes vayan bien - dice el soldado.

- Los tuyos acabarán pronto - dice Kaim con una sonrisa dirigiéndose a la puerta.

Justo entonces el rufián se lanza contra Kaim desde detrás, pistola en mano.

- ¡Cuidado! – grita el soldado, lanzándose hacia Kaim. Conforme Kaim gira, el rufián apunta y grita:

- ¡A mí nadie me trata así, hijo de perra!

El soldado salta entre los dos hombres y recibe un balazo en el abdomen.

Y así, tal y como ansiaba hacer, el soldado ha salvado una vida. Irónicamente, el soldado ha dado su única vida por la de Kaim, un hombre que no puedo envejecer ni morir.

Tumbado en el suelo, casi inconsciente, el soldado pone la bolsa de piel en la mano de Kaim.

- Mira mi “piedra de los pecados”, por favor. Quizás…quizás – dice sonriendo débilmente - , haya recuperado algo de su brillo.

La sangre brota de su boca, ahogando la risa.

Kaim mira dentro de la bolsa y dice:

- Ahora brilla. Está limpia.

- ¿De verdad? – jadea el soldado - . Bien. Mi hija se pondrá muy contenta…

Sonríe con satisfacción y extiende la mano en busca de la bolsa. Con cuidado, Kaim coloca la bolsa en la mano del hombre y cierra sus dedos sobre ella. El soldado exhala su último aliento y la bolsa cae al suelo. La cara del hombre muerto tiene una expresión de paz.

Sin embargo, la “piedra de los pecados” del hombre, que se ha deslizado de la bolsa, sigue negra como siempre.


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