Prelude of Twilight

Publicado: 11:01 29/01/2008 · Etiquetas: · Categorías:
Dirigió entonces su mirada a Loretta que, con la cabeza gacha, temblaba de ira, incluso su aura empezaba a sobresalir y expandirse, de repente pareció reparar en Elise, alzó la cabeza, cruzó sus ojos con los de ella y se contuvo.

- ¿Por qué no se lo contaron hasta ahora? – preguntó la Kischine.

Loretta Lecarde volvió a agachar la cabeza, ésta vez sumida en la pena.

- Porque… no queríamos que François creciera como nosotras, sumido en el odio – apretó los puños – el odio te hace poderoso, pero te pudre el cuerpo y te oscurece el alma – Se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo del sillón – odio hacia Brauner, por llevarse a nuestro padre, odio hacia nosotras mismas, por dejarnos poseer, odio hacia Sapphire, por segar la vida de Richard… No queríamos que nuestro François creciera de esa manera, deseábamos que fuera todo lo feliz que nosotras no pudimos ser… - suspiró – por eso no le dijimos nunca nada.

Publicado: 13:05 23/01/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Los protas

Simon


Erik


Luis


Alicia


Saga de los Belnades (1)

Juanjo


Adela


Saga de los Lecarde (1)

François


Elisabeth


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En realidad son aproximaciones hechas con Dream Avatar, pero para hacerse una idea están bien ^^U

Publicado: 21:39 14/01/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Orphan

Elisabeth se asustó cuando nadie respondió a los tres golpes con los que llamó a la puerta, apresuradamente tendió su marido, ya inconsciente, a Luis y Erik para que lo sujetaran y sacó la llave, con la que abrió atropelladamente para entrar al instante, esperando encontrarse lo peor.

Respiró aliviada cuando encontró a Simon derrengado en el sofá, agarrando el parque móvil, en el que el pequeño René dormía ajeno a todo, con una mano.

Sonrió, imaginando que el agotamiento del muchacho se debía a que había pasado todo el rato practicando la Cross Barrier, Erik por su parte no fue tan benevolente, y apenas vio a su hermano adoptó un gesto severo y lo zarandeó, despertándolo.

- ¡Maldita sea! – Exclamó en voz baja - ¡Se te encarga algo tan simple como cuidar de un bebé y te duermes como un gandulazo! ¡Espabila joder!

El muchacho se despertó con un repullo mientras Luis, más calmado, entraba al salón, cargando con François.

- ¿¡Qué…!? – Bostezó con total tranquilidad – Ah… hola Erik…

- ¡Nada de hola! – Espetó el mayor, enfadado - ¿¡Quieres decirme por qué dormías cuando se te había encomendado una misión!?

- Pues… - se estiró, desperezándose, mientras la puerta del cuarto de los invitados se abría a sus espaldas.

- Porque yo se lo he permitido, Erik – lo interrumpió una voz familiar.

Todos se dieron la vuelta con rapidez, de la habitación donde los hermanos dormían salió una anciana bajita, de cabello lacio y cano y vestida de forma sencilla, pero elegante.

- ¡Doña Loretta! – Exclamó sorprendida Elisabeth - ¿Qué hace aquí?

La mujer sonrió con serenidad.

- Sentí el choque de dos auras en Nôtre Dame y vine asegurarme de que todo estaba en orden por aquí… Afortunadamente Simon cuidaba del niño mientras hacía algunos… ejercicios, le di permiso para descansar apenas no pudo más.

- ¿Stella se ha quedado en la mansión? – preguntó el mayor de los Belmont con curiosidad, recibiendo como respuesta un movimiento afirmativo con la cabeza.

- Sí que ha habido un choque – intervino Luis, dirigiéndose a la Lecarde – y éste ha sido el resultado.

Se acercó a la anciana con su nieto a cuestas, la cara de ésta se entristeció al ver el estado del mismo, e hizo un leve movimiento de muñeca, con lo que el cuerpo se irguió y empezó a levitar a unos centímetros del suelo, con la cabeza colgando hacia delante, mientras lo contemplaba con gesto de preocupación.

- Vaya… – comentó – Sabía que Erzabeth Barthory era muy poderosa… pero no hasta este punto…

- ¿Sabe que ha sido ella? – la interrogó Erik - ¿Cómo?

- Lleva en la ciudad unos días – aclaró, llevándose la mano a la barbilla mientras, con otro gesto, elevaba la testa de su nieto – tanto Stella como yo seríamos capaces de reconocerla, es un pequeño recuerdo que hemos heredado de nuestro padre…

Simon, que ya se había espabilado por completo, irrumpió en la conversación.

- ¿Reconoce un aura porque su padre ya la sintió?

La anciana suspiró.

- Si el poseedor de ese aura ha marcado profundamente a alguien, ese recuerdo pasa a lo largo de generaciones, de la misma forma que vosotros, los Belmont, sois capaces de reconocer a Drácula apenas os encontráis frente a él, ya que vuestra sangre reacciona de un modo… especial – elevó la mano y empezó a conducir el cuerpo con ella, como si fuera una marioneta – Elise, querida, voy a necesitar un lugar para curar sus heridas ¿Te importa si os mancho la cama de sangre?

- No, no – aceptó ella – claro que no, Doña Loretta.

- Oh, después de tanto tiempo no seas tan respetuosa conmigo – dijo la anciana antes de desaparecer por la puerta de la habitación de matrimonio, que se cerró a sus espaldas.

- Espero que sea capaz de curarlo – comentó Luis, despojándose de su ajado chaleco de combate – no me gustaría que acabara como mi padre tras combatir con Malaquías…

- Yo estoy tranquila sabiendo que se va a encargar ella – replicó a esto la Kischine, que se sentó donde antes se encontraba Simon, al lado de su bebé – Loretta nos ha curado a Fran y a mí heridas muchísimo peores.

- Sí, es una suerte que esté ella – articuló Erik mientras se sentaba en uno de los sillones – Se la considera la mejor curandera de la hermandad, no en vano – sonrió con nostalgia – se dice que fue ella una de los hechiceros que entrenaron a nuestra madre.

Las miradas se volvieron hacia él, especialmente la de su hermano Simon.

- ¿Ella fue uno de los maestros de mamá? – preguntó, ansioso de información.

- Según me comentaron algunos hace tiempo en la hermandad, sí – su sonrisa se acrecentó – hasta donde yo recuerdo, mamá era una hechicera y curandera excelente.

El silencio se hizo mientras el pelirrojo agachaba levemente la cabeza, aún sonriendo.

- Tú casi no la recuerdas, Simon, pero yo… reconozco que aún la echo de menos.

Una pesada tristeza se apoderó de los presentes con aquellas palabras, Elisabeth desvió la mirada a la habitación donde Loretta Lecarde habría empezado ya seguramente a curar al muchacho.

- Hablando de padres… ¿Qué ha sido de los padres de François? ¿Por qué aún no los hemos visto?

La cuestión lanzada al aire por Luis provocó un ensombrecimiento del gesto de la Kischine, que le lanzó una mirada amarga.

- Fran no tiene padres, era un bebé cuando murieron, – contestó con sequedad – es huérfano.

Ninguno de los tres muchachos reprimió un gesto de sorpresa, el Fernández lo compadeció.

- Mu… ¿Murieron? – Simon tragó saliva - ¿Cómo?

- En una misión, según me contó – contestó ella – está orgulloso de ellos y siempre dice que le gustaría estar a su altura, los considera héroes… pero no sabe lo que es el calor del seno materno – tomó aire, parecía habérsele hecho un nudo en la garganta – yo al menos pude conocer a los míos antes de perderlos…

- Pero ha tenido a sus abuelas ¿no? – Intervino Erik – es decir… ha conocido una familia…

Elisabeth profirió una pequeña risa sarcástica.

- Stella y Loretta son muy buenas personas, pero ellas mismas me confesaron que nunca intentaron darle calor familiar… son más sus maestras y amigas que padre y madre… Supongo que por eso no sabe actuar antes según qué situaciones… aunque como padre y marido – dibujó una sonrisa franca en su rostro – es realmente una joya.

- Ante según que… ¿Situaciones?

Las palabras de la mujer desconcertaron al pelirrojo y a Luis, aunque Simon parecía saber de qué hablaba, se figuró que se trataba de aquella llamada, probablemente Elise aún no habría hablado con él.

- Loretta está aquí ¿Vas a hablar con ella? – sugirió.

Ella giró la cabeza hacia él, nerviosa, y asintió.

- ¿Hablar sobre qué? – cuestionó el mayor de los Belmont.

Elisabeth suspiró de nuevo.

- Una llamada que Loretta hizo… anoche, cuando estabais en la mansión… desde entonces François está raro… esquivo… y no quiere contarme nada.

Luis torció el gesto, se acordó de su noviazgo con Esther, aquella era la forma de ser que solía tener con ella cuando le ocultaba algo.

- Y como él no te dice nada, hablarás con su abuela ¿no? – dedujo.

La mujer se limitó a asentir con la cabeza.

El menor la miró, era evidente que estaba muy nerviosa, casi asustada, probablemente su cabeza sería ahora todo un torbellino de emociones, al que se había sumado la preocupación, tanto por el estado físico como el anímico, de su cónyuge.

- ¿Os parece si nos cambiamos y nos ponemos más cómodos? – sugirió a su hermano y su cuñado, imaginando que tal vez Elisabeth necesitaría estar sola – vais que dais asco, y yo necesito enfundarme el pijama pero ya.

Luis asintió, Erik por su parte se miró brazos y torso, habiéndose olvidado ya de su batalla contra aquellos hombres lobo, que le había costado otro traje más…

- Totalmente de acuerdo – aceptó mientras empezaba a desabrochar los restos de su camisa.

El pelirrojo se levantó y se dirigió junto a los otros dos a la habitación de invitados, el hermano menor miró a la mujer una vez más, que le agradeció el gesto con una sonrisa, y entró el último, cerrando la puerta tras de sí, contemplando cómo ella cedía a la presión de las emociones con una solitaria lágrima.

Loretta Lecarde tardó aún cerca de una hora en salir, lo hizo con una expresión que mezclaba alivio y cansancio, y dirigió una sonrisa tranquilizadora a la joven, que descansó por un momento, sabiendo que aquello significaba que, seguramente, François saldría por su propio pie dentro de un par de horas, aún así no fue capaz de reprimirse.

- ¿Qué tal está? – Preguntó impaciente - ¿Ha ido bien?

La anciana se sentó a su lado, sonriente, y colocó su delgada mano sobre la de la muchacha.

- Ha ido muy bien, François es fuerte, querida, pero aún así necesita reposo… ahora mismo duerme, no despertará hasta dentro de unas tres horas.

Elisabeth sonrió ampliamente y se echó hacia atrás, hundiéndose en el esponjoso respaldo, profiriendo una leve risa nerviosa.

- Por un momento… - tragó saliva – por un momento pensé que algo iba a salir mal… me preocupé…

- Es normal – respondió la anciana – pero… no son sus heridas lo único que te preocupa ¿verdad?

La sonrisa de la joven se desvaneció, y miró a Loretta de reojo.

- Usted puede meterse en la mente de cualquiera – le espetó – puede saber perfectamente qué me pasa.

En su voz había una pequeña nota de resentimiento.

- Cierto – reconoció la Lecarde – pero creía que ya habíamos pasado la fase de la timidez y el respeto exagerado, querida… sólo leo la mente de mi interlocutor si éste tiene secretos para mí, y… - clavó su penetrante mirada en los ojos de la muchacha, que no se inmutó – tú no los tienes, de hecho, sé que estás deseando exponerme los motivos de tu desazón.

Elisabeth guardó silencio, de repente no se sentía con el valor suficiente para enfrentarse a ella y preguntarle por aquella conversación.

¿Y si era algo… muy grave y muy personal, como sugirió Simon?

Loretta colocó una mano tranquilizadora sobre su hombro, y le sonrió con ternura.

- Despeja las dudas y sincérate – le dijo con una voz casi maternal – por favor.

La joven suspiró, de las dos hermanas, Loretta Lecarde era quien le suscitaba más confianza, con ella era con la que siempre podía hablar.

También ésta vez.

- Necesito… - articuló al fin – necesito saber… de qué habló anoche con François.

El rostro de Loretta cambió, no obstante, no se levantó ni hizo ningún intento de huir de la conversación.

- Vaya… Esto no me lo esperaba – admitió - ¿Acaso le ha afectado de alguna forma…?

Elise asintió, se le hizo un nudo en la garganta por unos instantes.

- Está muy… raro – explicó – me evita… y las dos veces que le he sacado el tema directamente se ha marchado a otra habitación, parece como… avergonzado.

La anciana frunció los labios.

- No me imaginaba que le afectaría tanto, lo reconozco… aunque sabía que lo que le conté le impactaría de alguna manera…

La Kischine la interrogó con la mirada, no le servían en absoluto aquellas palabras, decidió ser directa.

- Doña Loretta… necesito que me diga qué le contó a su nieto anoche.

Loretta se inclinó hacia delante, y suspiró.

- Dime Elisabeth… ¿Te ha hablado Fran alguna vez de sus padres?

No era lo que esperaba ¿Había hablado a su nieto sobre sus padres? ¿De qué podía haberse tratado?

Sorprendida, articuló un discreto “Sí” en respuesta.

- Supongo que te habrá contado que… están muertos ¿no?

La joven asintió con la cabeza, cada vez entendía menos.

- En una misión, en los Cárpatos.

De nuevo, asentimiento, y todavía más confusión.

- Mentiras, mentiras ¡Todo mentiras!

Para asombro de Elisabeth, Loretta negó violentamente con la cabeza y se levantó, en su rostro se reflejaba una mezcla de rabia y tristeza.

- Doña Loretta ¿Qué quiere decir con eso? – preguntó la joven, confusa.

La anciana cruzó las manos en su espalda y se dio la vuelta, mirando a los ojos a la joven Kischine.

- Elisabeth, ya que tú has sido sincera conmigo, yo lo seré contigo, igual que lo fui anoche con François… - calló durante unos eternos segundos, hasta que decidió continuar – no sé muy bien por donde empezar, así que… creo que será mejor remontarme hasta cinco años antes del nacimiento de François…

La chica, que hasta ahora había permanecido hundida en el respaldo, se inclinó hacia delante, dispuesta a escuchar a su interlocutora.

- Richard Lecarde, mi sobrino, único hijo de mi hermana Stella, fue enviado a una misión con una nueva compañera, tenía un nombre curioso… se llamaba Sapphire… Zafiro… era una joven poderosa y eficiente… a Stella y a mí nos gustó mucho… por eso nos alegramos cuando se enamoraron el uno del otro y formaron pareja sentimental… eran perfectos… Richard era un muchacho muy guapo y ella era toda una mozuela… de una belleza un tanto peculiar.

Daba vueltas por todo el salón mientras hablaba, sumergida en sus recuerdos, Elise la miraba y escuchada, concentrada en su interlocutora.

- Se casaron a los tres años de noviazgo… eran muy felices… y nosotras también… incluso la jovencita Rose Morris, que se había enamorado de él en secreto, los felicitó… eran la pareja perfecta… y no tardaron mucho en empezar a buscar un hijo…

La joven tragó saliva, por el momento aquello no era en absoluto predecible, y tampoco había oído rumor alguno por el que pudiera guiarse.

A decir verdad, no sabía nada de los Lecarde.

- Sapphire tenía dificultades para concebir – prosiguió – sus óvulos no eran de buena calidad, según los ginecólogos… no se rendían… quedó embarazada tras muchos intentos… un año después de casarse…

Entonces se detuvo un momento, unas lágrimas cristalinas afloraron de sus ojos, y su rostros se tornó sombrío, su voz se transformó, ahogada por la pena.

- Entonces todo empeoró… todo… Richard estaba muy feliz por el embarazo… pero Sapphire empezó a distanciarse de él… lo evitaba… como si lo temiera…a Stella y a mí nos costó mucho que se sincerase… que nos lo dijera… Richard no tenía por qué enterarse…

De repente sollozó, Elise se levantó para asistirla, pero la anciana le pidió que se detuviera con un gesto.

- Nos dijo… nos dijo que… no se fiaba de Richard… que temía que le quitara al bebé… su expresión había cambiado… no se parecía en absoluto a la Sapphire con la que mi sobrino se casó… parecía consumida por la oscuridad… por el odio y el miedo…

La muchacha alucinaba, todo aquello le resultaba increíble ¿Era aquello verdad? ¿La madre de François temía a su marido? ¿Por qué?

De repente se acordó de todos los cuidados – en muchas ocasiones, exagerados – que su marido le proporcionó durante el tiempo que estuvo embarazada de René, y de la felicidad que François irradiaba, que cada día era mayor y que aún no había dejado de sentir.

¿Y Sapphire rechazaba aquello? ¿Por qué?

No podía resistirlo, debía preguntar.

- ¿Pero por qué? – Interrumpió a la anciana, desconcertada - ¿Es que su sobrino la maltrataba o algo?

- No… - respondió rápidamente girando la cabeza a un lado y otro – en absoluto… nosotras también lo pensamos… los llevamos separadamente a psicólogos… nos metimos en la mente de Richard por si mentía… pero no… era todo una paranoia de ella… finalmente decidimos que debían separarse hasta que al bebé le quedara poco para nacer… y Richard se moría de dolor porque no sabía por qué… pero aguantó… y esperó… a los ocho meses los reunimos… y François nació en un parto prematuro, una semana después… y todo empeoró… la paranoia de Sapphire se volvió incontenible… e insoportable… se apoderó del niño y expulsó por completo a Richard de su vida… él era un extraño en aquella casa… y él nos pidió que dejáramos de intentar ayudar… que ya no podíamos hacer nada… se rindió… nunca debimos permitirlo…

Lentamente, temblorosa, se sentó en el sillón más cercano a la posición de Elisabeth.

Con el cuerpo invadido por la ira y la voz tomada por la pena, pronunció una única frase más, mientras apretaba sus puños con tal fuerza que traspasó la piel de las palmas con sus propias uñas, manchando su vestido de sangre.

- Nunca lo olvidaré – articuló – nunca olvidaré la noche en la que se extinguió… la llama de nuestro pequeño Richard.

Flashback: Crimson Dawn

Stella abrió los ojos tras incontables horas dando vueltas en la cama, con un terrible dolor de cabeza a causa del insomnio y un profundo desasosiego, consecuencia de lo sucedido en los últimos meses, acompañado además de un perenne mal presentimiento que la acuciaba.

Se dio la vuelta para mirar al ventanal de su habitación, donde su hermana Loretta pasaba las noches en vela últimamente, limitándose a contemplar la calle, con gesto casi ausente.

Y es que, desde hacía casi un año, no hacían otra cosa si no velar por la vida de su “niño”, Richard Lecarde, hijo único de la mayor de ellas y marido de una mujer cuya cordura se había desvanecido poco a poco, sustituida por la paranoia de perder a su hijo a manos de quien se lo había brindado.

François, de apenas tres meses de vida, demasiado pequeño para tener culpa de nada, estaba en medio de todo aquello.

Las hermanas no paraban de reflexionar sobre ello, habían perdido el hambre y el sueño, y no les entraba en la cabeza que el joven Richard hubiera decidido rendirse, realmente amaba tanto a su esposa y a su hijo que había elegido no luchar de ninguna de las maneras.

Aquella noche, aquel agobiante desasosiego iba a hacerles estallar el corazón.

Al sentir a su hermana incorporarse, Loretta se dio la vuelta y cruzó sus ojos tristes con los de ella, aún maduras ambas, de rasgos finos, piel tersa y cabello castaño entrecano, seguían teniendo fuerzas para luchar un poco más.

Y en los ojos de la menor, Stella pudo ver que, entre un tornado de sentimientos, la determinación aún bullía.

- ¿Y qué podemos hacer, Loretta? – preguntó con la cabeza gacha, sentándose al borde de la cama.

La hermana pequeña, vestida con un suéter de lana y unos pantalones vaqueros anchos, volvió a mirar a la ventana.

- No lo sé, hermana… pero debemos intentarlo… al menos una vez más.

La mujer abrió el ventanal, dejando entrar el invernal viento de mediados de enero, con las calles aún nevadas, brillantes a la luz de la luna.

- Nuestro niño necesita ayuda, hermana… hemos de brindársela…

No esperó respuesta de su hermana mayor tras aquellas palabras, saltó por la ventana y, levitando, cayó suavemente sobre la colcha de nieve que cubría el suntuoso jardín y helaba la hermosa fuente.

Apática, Stella se levantó para cerrar las hojas de la ventana y contemplar cómo Loretta se alejaba.

Su hijo, su niño, su pequeño Richard… ella también sentía el deber, como madre suya que era, de ayudarle, pero… ¿Cómo?

Miró a la esquina de la habitación, donde reposaba su estoque, siempre protagonista de grandes batallas, se levantó y lo cogió, contemplando la hoja brillante, donde su rostro se reflejaba.

En ese momento sintió algo, un profundo y asfixiante dolor en el pecho, en el alma, una inminente sensación de peligro que la hizo vestirse con una falda larga, un suéter y un abrigo y salir por donde su hermana lo había hecho, a toda prisa, cargando con su fiel espada.

Echó a correr según sus pies tocaron la nieve, ni siquiera se preocupó de levitar, no quería perder el tiempo, hacía casi 30 años que no tenía una sensación similar.

Deseó con todas sus fuerzas que no fuera lo que en aquel momento temía.

Corrió durante un buen rato, el domicilio donde su hijo habitaba junto a su esposa y el retoño de ambos estaba desesperantemente lejos en aquel momento, se maldijo a sí misma por no ser más rápida, entonces, notó como algo se movía a gran velocidad sobre su cabeza, entre los dos edificios por los que pasaba.

No se lo pensó dos veces, empezó a levitar, agarrándose a alguna cornisa cuando se cansaba y subiendo lo más rápido que podía para, una vez alcanzada la azotea, perseguir aquella forma que aún se veía a lo lejos, y que sus ojos identificaban, aunque su cerebro no quisiera, como Sapphire LaForeze, la esposa de su hijo.

Corrió lo suficientemente rápido como para alcanzarla, dando zancadas más potentes y saltos más largos, demostrando su agilidad y condición de guerrera, hasta que la tuvo lo suficientemente cerca para identificarla, y la llamó con voz potente y autoritaria.

- ¡¡¡SAPPHIRE!!!

La fugitiva se detuvo a los pocos metros, dándose la vuelta; tenía el cabello corto rubio con un ligero tono verdoso, su rostro afilado contrastaba con unos labios ligeramente gruesos, ojos de color oscuro y una figura atlética, llevaba un brazo libre, mientras que en el otro transportaba un pequeño fardo.

- ¡Stella! – Exclamó ésta, sorprendida – No… no esperaba verla… por aquí…

No hacía el más mínimo intento por huir, Stella ignoraba si por simpatía o porque sabía que, de proponérselo, podría alcanzarla a los pocos metros.

- Sapphire… ¿Puedo saber a donde vas?

La Lecarde había endulzado su voz para no alterar a la joven, ignoraba cómo reaccionaría ésta si actuaba de forma agresiva.

- Me… me voy Stella… no puedo más… ¡No puedo más!

La voz de Sapphire sonaba entrecortada, quebrada, parecía llorar, y así y todo estaba impregnada de un ligero tinte de locura.

- ¿Que no puedes más? – Preguntó, intentando sostener una conversación - ¿Qué ha pasado, querida?

Avanzó un paso, ella estaba bajo una farola, totalmente iluminada, mientras que su nuera permanecía en la penumbra.

- ¡Richard! – Respondió ésta - ¡Richard otra vez! Me… me desperté… y estaba… estaba… ¡Estaba intentando sacar a François de la cuna!

- ¿Qué estaba intentando qué? – Aunque estaba empezando a alterarse, la Lecarde intentó mantener un tono neutral en sus palabras – Sapphire… puede que sólo quisiera arropar a vuestro hijo… esta noche hace mucho frío ¡Estamos bajo cero!

- No ¡NO! ¡No es su hijo! – Gritó la muchacha - ¡Yo sé lo que hacía! ¡Quería llevárselo! ¡QUERÍA LLEVARSE A MI NIÑO!

- Sapphire, si me escuchas…

- ¿¡Y por qué he de hacerlo!? – La señaló con su mano libre - ¡Eres su madre! ¡Tú lo proteges! ¡Intentas conseguir que me lo arrebate!

- ¡Sapphire, soy neutral! – Replicó alterada la mujer - ¡Lo único que quiero es que volváis a estar como antes! ¡Y que seáis una familia normal!

- ¡¡¡NOOOOOOOOOO!!! ¡FRANÇOIS ES MÍO! ¡ES MI HIJO!

Sapphire LaForeze retrocedió hasta el mismo borde de la azotea, manteniendo el equilibrio en éste y recibiendo de refilón la luz de otra farola. Stella la vio doblarse, y empezar a reírse.

- Sa… Sapphire… oye…

No sabía por donde abarcar la situación, era la primera vez que la veía así, Sapphire se estaba descontrolando.

De repente dejó de reír, acariciando el fardo.

- Pero ¿sabe qué? – articuló en voz muy baja – Ya no importa… ya no me importa en absoluto, porque Richard me ha prometido que dejará en paz a François… sí… lo va a hacer por fin…

Se irguió de nuevo y volvió a reírse, permitiendo además contemplar, a la tenue luz de la farola, su rostro desencajado y ojeroso, consumido por la locura, irreal y grotesco.

Pero, además de eso, pudo observar, a lo largo de toda la ropa de Sapphire, manchando incluso el fardo, enormes manchas oscuras.

Incluso el propio fardo, que no era otra cosa que un bebé, su nieto.

- ¡François! – Exclamó, incapaz de contenerse - ¡Sapphire, a donde vas con él! ¡A estas horas y con éste frío! ¡Los vas a matar de congelación, maldita sea!

- Me lo llevo… - se movió hacia un lado, quedando justo debajo del haz de luz de la farola - ¡Me lo llevo conmigo, lejos de todos vosotros, donde no me lo podáis arrebatar!

- ¡Vete a donde sea pero dame al niño! – Solicitó nerviosa - ¡Debe recibir calor ense-!

En un flash, se dio cuenta de un detalle más, las manchas que cubrían la ropa de la joven no eran oscuras, si no rojizas, de un desagradable color carmesí…

Sangre…

Stella quedó atónita, esforzándose por mantener el control, articulaba palabras a duras penas…

- Sapphire… pero qué has…

La muchacha rió de nuevo, acariciando el rostro de su hijo inmóvil.

- Richard ya no nos molestará más – murmuraba al aire – ya no intentará separarnos… no nos hará daño… lo ha prometido… lo ha prometido…

- ¿Qué has hecho…?

- Él no te hará daño… nunca más te separará de tu mamá… todo irá bien ahora… todo irá bien ahora…

- Sapphire ¿Qué has hecho…?

- Tú y yo nos iremos juntos… lejos, muy muy lejos mi vida… seremos felices… seremos felices…

- SAPPHIRE ¿¿¿QUÉ COÑO HA PASADO???

- Ya no nos molestará más…

Sapphire dejó de murmurar y volvió a reír, clavando sus ojos en Stella mientras sus risotadas, cada vez más fuertes y agudas, le taladraban el cerebro.

- Los has… lo has… - inconscientemente, la Lecarde empuño su estoque, cuya empuñadura sobresalía levemente por el abrigo abierto – No puedes… a él no…

Sólo obtuvo como respuesta otra risotada, lo que la hizo estallar.

- ASESINAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Se lanzó contra su enloquecida nuera espada en mano, pero algo la detuvo al instante, como una explosión, sintió la presencia de su hermana menor y la buscó, apareciendo ésta desde arriba, levitando y llevando en volandas un bulto similar a un hombre adulto.

Tenía el rostro constreñido por la ira, mientras lágrimas de rabia caían por sus mejillas.

El bulto sangraba, parecía destrozado y empapado en el líquido carmesí, Stella se negaba a creerlo.

- No… no…

Loretta posó sus pies en la azotea, frente a su hermana, llorando y ardiendo de ira, se agachó y dejó el cuerpo en el suelo, Stella se arrodillo a su lado.

- Mi niño… mi niño… no… no puedes ser tú… no puedes ser mi Richard…

El cuerpo estaba literalmente destrozado, acuchillado a lo largo y ancho de torso y extremidades, y la cara, aunque desfigurada, resultaba fácilmente reconocible para ellas dos.

- No… mi pequeño no… mi Richard no… - sollozaba Stella mientras acariciaba el cadáver – mi hijo no… ¿Por qué tu…? ¿Por qué mi hijo…?

Aguantó casi un minuto hasta que se echó a llorar desconsolada, arrodillada y encogida sobre el pecho del cadáver.

- ¡¡¡MI HIJO!!! – gritaba - ¡¡¡MI UNICO HIJO!!! ¡¡¡MI CARNE Y MI SANGRE!!! ¿POR QUÉ TU? ¿POR QUÉ TU?

Mientras, Loretta se acercaba a Sapphire, que reía sin parar mientras contemplaba a Stella llorando a Richard.

- Dame a François – ordenó sin miramientos a la muchacha - ¡YA!

Ésta dejó de reir y dio un paso atrás, quedando a punto de caer al vacío, momento en el que Loretta extendió su mano izquierda, haciendo aparecer un muro helado que la sujetó.

- No creas que tu vida me importa una mierda – espetó entre dientes - ¡Pero no pienso permitir que lleves contigo a François!

Sapphire agarró con fuerza al bebé, a lo que Loretta respondió haciendo un movimiento brusco con la mano derecha, rompiendo el brazo de la muchacha para después, con un gesto suave, hacer levitar al bebé, al que atrajo rápidamente, para comprobar que estaba helado, al borde de la hipotermia.

Su odio hacia la joven creció exponencialmente.

- ¿¿¿QUÉ CLASE DE MADRE SE ATREVE A SACAR A SU BEBÉ A LA CALLE A MENOS DE 4º BAJO CERO??? ¿¿¿QUERÍAS MATARLO A ÉL TAMBIÉN??? – la barrera de cristal a espaldas de Sapphire se hizo añicos, siendo rodeada por los diminutos pedazos - ¡¡¡TENDRAS LA MUERTE QUE MERECES!!!

Con un único gesto, las esquirlas de cristal atacaron y atravesaron una y otra vez el cuerpo de la chica, que intentaba huir sin éxito, Loretta dejó que la tortura continuase hasta que, decidida a darle el golpe de gracia, desvaneció los añicos en el aire.

Sin embargo, Sapphire reaccionó, e hizo aparecer delante de la Lecarde una pequeña criatura, similar a un hada, que emitió un intenso fulgor, instintivamente la mujer cubrió al bebé y cerró con fuerza los ojos, al abrirlos, comprobó que Sapphire LaForeze se había desvanecido.

Allí sólo quedaban ella, su hermana mayor, su nieto y el cadáver de su sobrino.

Rápidamente se dirigió a Stella, que aún lloraba inconsolable a su hijo.

- ¡Hermana! ¡Tenemos que irnos de aquí! – sugirió – ¡debemos darle calor al niño!

La mayor negó con la cabeza, sin dejar de llorar. No quería separarse del cuerpo de su pequeño.

- Hermana, por favor ¡Aún podemos salvarlo!

Stella se negó de nuevo. Loretta lo intentó varias veces más, pero era inútil, su hermana se negaba a irse de allí.

Miró al bebé, empezó a frotarlo, pero sabía que duraría mucho, ya estaba muy frío, harta y aún furiosa, agarró a su hermana del hombro y la irguió.

- ¡¡¡STELLA!!! - Ésta se quedó anonadada mirándola, aún sollozando, el gesto severo de Loretta, con las lágrimas congeladas por el frío, consiguió centrar su atención - ¡¡¡REACCIONA, MALDITA SEA!!! ¡Lamento tanto como tú la pérdida de Richard! ¡Prácticamente es mi hijo también! ¡¡¡PERO SI NO VOLVEMOS A CASA Y CALENTAMOS A FRANÇOIS TAMBIÉN LO PERDEREMOS A ÉL!!! ¿¿¿ES ESO LO QUE QUIERES???

Stella negó lentamente con la cabeza.

- N-No, no… claro que no… - sollozó – ahora toca… ser fuertes… al menos François tiene que vivir… se ha quedado sin padres… nosotras lo criaremos…

Loretta sonrió conforme, y Stella le devolvió una triste sonrisa de confirmación… François crecería con ellas, lo educarían… le enseñarían todo lo que enseñaron a Richard…

François viviría… sería su pequeño… y crecería honrando al clan Lecarde.

Publicado: 19:15 11/01/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki


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TOXICO

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RAYO CONFUSO

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LUZ LUNAR

Y se cagan vivos los pobres

Publicado: 21:08 07/01/2008 · Etiquetas: · Categorías:
Pues sí, como otros años, los reyes se lo curraron, aunque para mí, por determinadas circunstancias, han sido aún más especiales que de costumbre ^_^

Hades Shun



La versión española, comprada por mí mismo con el dinero que me dieron mis padres, un figurón como pocos, de las más imponentes de mi colección.

Si ésta figura ya tiene un grandísimo porte, no quiero imaginarme cuando saquen la Myth de Atenea

Pokémon Battle Revolution



Uno de mis largamente esperados para Wii, vilmente vilipendiado por los medios y adorado por un servidor y un reducido grupo al que se la sudan las notas (el resto es demasiado influenciable). Estaba desesperado por tenerlo y ya me lo había alquilado un par de veces, devolviéndolo siempre con recargo . Ahora lo tengo al fin gracias a mi hermanita y su madre, y al contrario que los Stadium, éste no va a tener fin ¡¡¡ONLINE ALEATORIO PAWAH!!!

Krishna de Chrysaor



Lástima de foto, coño, porque es una myth sublime. Fue el regalo sorpresa de mi hermana, ni más ni menos que una myth importada, y además de Krishna de Chrysaor, uno de los generales marinos más peculiares y el único personaje de color salido de la cabeza de Kurumada.

Cualquier adjetivo se queda corto para describirlo, de verdad, a ver si puedo poner una foto en condiciones hecha por mí porque esta myth se merece todas las alabanzas y más, no me parecía tan bonita una figura desde Fénix V3, de hecho entra en mi top 5 sólo por debajo del sempiterno Aldebarán y por encima de Alpha, Fénix V3 y Dragón V3

Prelude of Twilight

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