Prelude of Twilight

Publicado: 14:40 30/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Hard Rain

Lentamente, Erik inició su marcha hacia la biblioteca, la lluvia caía con inusitada fuerza, golpeando el negro paraguas con rabia, casi con rencor.

¿Acaso lo que intentaba era golpearlo a él? ¿A ellos?

Tenía gracia, pensó, que justamente su hermano, quien luchó contra la sombra y no pudo impedir el último rapto, quedara calado hasta los huesos, y que Luis, que persiguió al ente captor y falló en el intento, también quedara empapado.

En cambio él, que no pudo ver al espectro, que no pudo luchar contra él, estaba seco, protegido por el paraguas creado por su casi nula sensibilidad espiritual.

Su incapacidad lo libraba de toda acusación, lo que le resultaba irónico ya que, a su juicio, el no haber podido hacer nada lo convertía en el más culpable de los tres.

Sonrió con tristeza al darse cuenta de que, por primera vez, lamentaba realmente ese defecto.

Pero aquello no era lo único de lo que se sentía culpable.

De nuevo recordó a Claire, mirándolo de pie, bañada por la luz del crepúsculo; entre aquel torrente de sentimientos, que fluía sin control por esos brillantes ojos acuosos, la tristeza era como una roca que sobresalía, plantada en mitad de la rambla.

Aquella tarde ella había aliviado su dolor, pero él ni siquiera se había preocupado de devolverle el favor salvo, tal vez, retrasar a sus perseguidores.

Apretó los puños, se sentía egoísta, incluso despreciable, se detuvo entonces ante un charco y observó su reflejo, deformado por el continuo caer de la lluvia.

Por un segundo, detestó aquel reflejo.

“Tal vez” – pensó – “Stella Lecarde tenga razón, ya no soy el de antes”

Ya no sentía como antes, ya no pensaba como antes, ya no hablaba como antes…

Aquella batalla, aquella masacre a la que sobrevivió, podría haberlo cambiado por completo.

“Estás muerto por dentro, muchacho”

Las palabras de la anciana resonaron en su cabeza mientras su rostro severo aparecía en aquel charco.

- No – espetó a la imagen – eso jamás… he cambiado, es cierto – admitió – pero aún soy capaz de sentir, aún puedo reír, llorar, odiar… aún puedo…

Se detuvo antes de pronunciar la palabra “amar”

¿Amaba? ¿Sentía amor realmente? Sí, quería a Simon, se preocupaba por él como hermano mayor que era, compartía sus sentimientos en muchas ocasiones, y Luis, como no, su mejor amigo, su alma gemela casi, aún pese a las discrepancias, el lazo de amistad que les unía era potentísimo.

Pero no, aquello no era amor, un sentimiento que realmente desconocía, recordaba haber iniciado hace tres años una relación con una muchacha un poco mayor que él, aceptó salir con ella para ver si podía enamorarse, si llegaría a experimentar ese sentimiento que, a sus ojos, había vuelto loco a Luis, pero no lo consiguió.

Aquella relación acabó al año justo de haber comenzado, un día después de volver a la consciencia, tras la masacre.

Recordó haberse sentido cruel tras la despedida, pensó que podría haberla amado, siquiera un poco, después de todo, tras aquella violenta batalla, aquella joven, temprana líder del cuerpo de curanderas de la hermandad, le salvó la vida.

Porque no la había amado ¿verdad?

¿O sí?

Uno a uno, el examen de conciencia, los pensamientos, iban cayendo sobre él como pesadas losas que lo aplastaban, como la propia lluvia, tan fuerte que parecía a punto de rasgar la tela y doblar las varillas del paraguas.

Entonces hizo lo único que pensaba que lo redimiría, al menos de momento, cerró el paraguas y decidió andar lentamente bajo la tormenta, empapándose.

Esto tuvo un efecto inesperado en sus sentimientos, el agua lo lavaba en lugar de golpearlo, sentía como los sentimientos de culpa, los rencores hacia sí mismo, las dudas… desaparecían, caían al suelo junto con la lluvia que resbalaba por su cuerpo y se mezclaba con los charcos, cada vez más profundos y abundantes.

Aquella tormenta no los culpaba, no les atacaba, si no que les perdonaba sus errores y los invitaba a continuar.

De algún modo se sentía renacido, aumentó el ritmo sin volver a refugiarse en el paraguas, se sentía cómodo bajo el aguacero, pese a los truenos y relámpagos que sentía sobre su cabeza.

Pero así y todo, había un pensamiento que no se le iba de la cabeza, no dejaba de preguntarse cómo se encontraría Claire.

¿Estaría bien? ¿Tendría donde refugiarse? ¿Habría logrado despistar a sus perseguidores?

Y aún más importante que eso ¿Quiénes la perseguían? ¿Y con qué motivo?

Se suponía que era el único ¿O había alguien más interesado en su captura o incluso su desaparición?

Mientras se mantenía en sus cavilaciones, abandonándolas sólo para cruzar carreteras o evitar chocar con las – poquísimas – personas que encontraba en su camino, divisó por fin la biblioteca de París, dándose cuenta al tiempo de que la gente lo miraba raro, por que tuvo que abrir de nuevo el paraguas, sonando esta vez la lluvia contra él mucho más generosa.

Antes de llegar se escurrió el cabello y, usando su aura, se secó lentamente la ropa, quedando algo más presentable, una vez dentro empezó a deambular, buscando algún libro que pudiera relajarse, sumergiéndose en él.

En esto pasó dos horas sin encontrar nada que le sedujera, ninguno de los volúmenes encontrados le resultaba apetecible, llegó a coger el Drácula de Bram Stoker y lo ojeó, pero se conocía ese libro tan al dedillo – en 5 idiomas diferentes – que sólo con ver el número de página sabía exactamente qué encontraría en ella, aquel libro, pensó, le dormiría más que distraerle.

Además, le irritaba el 90% de la literatura vampírica y fantástica, era cierto que la mayoría de libros estaban escritos por gente que creaba su versión particular del mito y lo plasmaba, aderezándolo con diversos elementos para hacerlo más interesante, pero dejaban en evidencia el desconocimiento del escritor.

Sólo existían unos pocos autores que, siendo cazadores como él, escribían relatos realistas, verídicos o no, eso daba igual, pero eran realistas.

El único autor, o más bien autora, por el que sentía debilidad, era Anne Rice, le encantaban sus libros, especialmente Sangre y Oro, uno de los más criticados, también le gustaba la novela Carmilla, de Le Fanu, que curiosamente descubrió gracias a Simon.

Claro que aquella novela le gustaba por “otros motivos”

Pero no, su cabeza no le pedía aquello, necesitaba algo que le relajara, algo que le hiciera pensar.

Estaba buscando con tesón cuando vio de refilón algo que le hizo voltearse con rapidez.

Un hombre maduro, de poblado bigote, enjuto y andares pesados pasó a su lado llevando entre sus brazos un gran libro, de apariencia muy antigua, sobre cuya tapa estaba grabado en tinta planteada un escudo de armas, con un perro de tres cabezas entre cuyo cuello surgían dos feroces testas de dragón y, bajo ambas bestias, un león blandía una espada.

¡Era el emblema!

Como activado por un resorte, se dio la vuelta y alcanzó a aquel hombre en dos pasos, se había puesto tan nervioso que sus movimientos eran casi erráticos.

- Disculpe ¡Disculpe! – Lo cogió suavemente del hombro - ¿Va usted a retirar ese libro?

Pacientemente, su interlocutor se dio la vuelta.

- No, joven – contestó con voz serena – soy el encargado de éste ala de la biblioteca… voy a retirar el volumen del acceso al público.

- ¿¡Qué!? – Exclamó alarmado - ¿¡Por qué!?

El encargado se encogió de hombros.

- Son órdenes de la policía – explicó – vinieron aquí y me pidieron que lo retirara… no puedo desobedecer a esas cosas.

- ¿Lo va a retirar? – Su respiración se aceleró – Oiga, no puede… ¡Necesito sacar ese libro!

- Lo siento – contestó torciendo el gesto – pero órdenes son órdenes.

El librero, viendo que Erik le había soltado el hombro, se dio la vuelta y continuó su camino, apenas había dado dos pasos cuando el pelirrojo se colocó ante el, deteniéndolo.

- Mire… NECESITO ese libro… trabajo con la policía en el caso… soy Erik Belmont, uno de los ayudantes del policía español que se ha desplazado hasta aquí para trabajar… ese libro puede ayudarnos en la investigación… le pido por favor que me deje llevármelo.

El hombre, que lo había escuchado hasta el final, negó con la cabeza.

- Lo siento de nuevo, joven, pero no me compete a mí entregarle este libro, ya no…

Dicho esto, se abrió paso y continuó caminando, el Belmont lo siguió con la mirada, y cuando ya estaba a punto de darse por vencido sintió un impulso, algo que no serviría de nada pero que, dada la situación, no podía callarse de ninguna manera.

- Si por negarme ese libro – espetó al encargado a viva voz – no soy capaz de solucionar el enigma y desaparece otro niño… ¡Cargará usted con las culpas! ¡Y le juro – lo señaló con el dedo índice, respirando furiosamente – que pagará por ello! ¿¡Me oye!?

Su interlocutor no le hizo caso, simplemente lo ignoró y siguió andando y Erik, dándose cuenta de que todo el mundo lo miraba, agachó la cabeza aún enfadado, pero sabiendo que no debía dar el espectáculo.

“He venido aquí a relajarme” pensó con el ceño fruncido “ya tendré la oportunidad de conseguir ese volumen, voy a leer algo”

No tenía ganas de seguir buscando, volvió atrás y cogió el libro de Le Fanu, Carmilla, que ya había tenido en las manos, minutos después estaba sentado en uno de los mullidos sillones del recinto, con una pierna cruzada sobre la otra y un refresco de naranja a su lado, sumergido en la que era una de sus novelas favoritas.

Ni siquiera se preocupó del tiempo, con el reloj oculto bajo la manga de su camisa, sólo reparó en el repiqueteo de la lluvia en las ventanas cuando hubo cerrado las tapas del libro.

Se estremeció al hacerlo, ligeramente sonrojado, era un relato tan insinuante… determinados pasajes lograban hacerle arder, aún sin revelar nada.

Nunca se cansaba de leerlo.

Tambaleándose ligeramente, como borracho – siempre perdía un poco el control de su cuerpo cuando leía o veía algo que lo “alteraba” – bajó hasta la salida del edificio, desde donde comprobó, para sorpresa suya, que ya comenzaba a atardecer.

Aceleró el paso, no esperaba pasar tanto tiempo leyendo, tenía pensado buscar a Claire una vez se relajara, pero había dejado pasar demasiado tiempo, de noche sería mucho más difícil.

Acercándose a los límites del recinto, observó a un joven que contemplaba el cielo absorto, con un paraguas negro, como el suyo, vistiendo lo que parecía ser un elegante traje negro de chaqueta y con el cabello oscuro ondulado recogido en una coleta, su piel, o al menos la mano que tenía visible, era anormalmente pálida y muy estilizada.

Le llamó la atención aquel muchacho, pero no se detuvo, tenía mejores cosas que hacer.

Hasta que una voz resonó a su espalda.

- La lluvia amaina… puede ser la calma en mitad de la tormenta.

Sorprendido, el pelirrojo se dio la vuelta, encontrando a su espalda a quien ya había identificado por la voz.

- ¿Genya Arikado? – preguntó extrañado.

Éste sonrió y echó a andar hacia él.

- Me preguntaba cuando saldrías – comentó – parece que encontraste una lectura muy interesante.

- Massssssss o menos – respondió vacilante - ¿Qué estás haciendo tú aquí? ¿Qué quieres?

- Bueno – contestó el agente de la iglesia – como habrás adivinado, te estaba esperando.

- No, si ya – dudó, se dio cuenta de que su tono no era hostil, y el de Arikado resultaba incluso conciliador, dentro de su seriedad habitual – Oye ¿Nunca te han dicho que no deberías hablar a alguien como si fuera tu compañero de cuarto cuando en tu último encuentro con él dejaste inconsciente a su hermano?

- Si quieres terminamos nuestro duelo – resolvió el japonés – pero no creo que estés por la labor.

Había acertado, Erik no tenía la más mínima gana de combatir.

- Si te preguntas qué hago aquí – dijo súbitamente, más serio – he sido enviado por la iglesia para investigar el caso de los niños, al igual que vosotros.

- ¿Creen que es algo sobrenatural? – preguntó el pelirrojo.

- No.

- ¡Idiotas!

- Pero yo sí, y apostaría mi corbata a que vosotros también.

- Y los Lecarde – añadió el Belmont – los únicos que no tienen el acierto de pensar mal son los que más deberían hacerlo.

- ¿La policía tampoco?

- Tampoco

Arikado chasqueó la lengua.

- Son malos tiempos – articuló, sombrío.

- Siempre pueden ser peores… aunque no se me ocurre cómo, claro.

Los dos callaron por unos segundos, contemplando el cielo gris, totalmente encapotado.

- Pude hablar con Rose cuando os fuisteis – comentó – después de que… me echara la bronca – Erik contuvo una carcajada al oír esto – me dijo que tú eres el encargado actual del Caso Claire.

- Así es – confirmó el Belmont – todo lo que suceda en ese ámbito está bajo mi jurisdicción.

- Los doce anteriores – Genya agachó la cabeza un momento y miró de reojo a su interlocutor – obedecieron a la perfección las órdenes que les daba la hermandad a través de la iglesia ¿Qué piensas hacer tú, Erik?

- No te comprendo ¿Que qué pienso hacer, dices? Se supone que mi deber es obedecer órdenes ¿no? ¿Qué respuesta esperas que te de? Esperar instrucciones claro.

- Ambos sabemos – espetó el agente con una sonrisa – que no seguirás esas instrucciones.

Erik suspiró.

- Lo que haga al recibirlas… eso ya es sólo asunto mío…

Arikado volvió a mirar al frente, pensativo.

- ¿Sabes? No pensaba hacerlo, de hecho, Rose me lo prohibió terminantemente, pero… tengo un pequeño secreto que contarte…

- ¿De qué se trata? – preguntó intrigado el pelirrojo.

- Rose te mintió – contestó casi al instante – la razón por la que te escogió a ti no es porque seas el más fuerte y mejor cualificado para ésta tarea (que lo eres), esa es sólo la razón que dio a la iglesia para poder encomendarle esta misión al miembro de la hermandad en el que ésta menos confía…

- Continúa – solicitó el cazador, expectante.

- Te escogió a ti porque eres el más libre y justo de la hermandad.

Aquella afirmación, dicha tan de repente, lo cogió totalmente desprevenido.

- ¿¡Cómo!?

- Según ella misma me dijo – miró al cielo de nuevo – tu total independencia y despego por la hermandad, así como tu desdén por las normas y las órdenes, te permitirían tomar la decisión correcta.

- La… ¿decisión correcta? ¿Quieres decir que…?

- Si – afirmó – Rose ha dejado en tus manos el destino de esa chiquilla.

Erik no lo notó, pero de repente había empezado a temblar como una hoja, era la primera vez que pensaba en la idea de que Claire Simons podía depender de él.

- ¿Y cual es… la decisión correcta?

- No soy yo quien ha de decidir eso, Erik – respondió, mirándolo a los ojos – la que sea correcta para ti puede no serla para mí.

El puño del pelirrojo se cerró con fuerza sobre el mango del paraguas.

- De todas formas, si elijo protegerla, tú y yo seremos enemigos, Arikado – concluyó – tal vez sí debamos terminar hoy con nuestro duelo.

El agente de la iglesia lo miró esta vez directamente a los ojos.

- La iglesia es sólo una institución – contestó – gigantesca, todo hay que decirlo… pero los agentes somos gente con opiniones y pensamientos independientes de ella… trabajo para la iglesia, Erik, pero no soy su perrito faldero.

- Y eso significa que tu opinión es…

Arikado se adelantó unos pasos, en un amago de irse, pero se detuvo al poco, ladeándose ligeramente.

- Eso importa poco – respondió con sequedad – encontrarás agentes que querrán detenerte, mientras que otros pretenderán ayudarte, ambos por todos los medios que les sean posibles… mantén los ojos bien abiertos Erik, no sabes lo que te encontrarás al dar el siguiente paso – de repente suspiró, algo que el pelirrojo no esperaba - ¿Sabes? Es una pena que te muestres reticente a colaborar con la iglesia… podríamos trabajar juntos.

Erik exhaló aire con rabia.

- ¿Trabajar juntos? – preguntó con ira contenida - ¿Yo, con la iglesia? ¿Después de lo que nos hizo? ¡Además, tampoco lo haría si su objetivo es ir contra gente inocente!

Genya sonrió.

- Ergo, opinas que Claire Simons es inocente.

- Yo no… er… - vaciló ¿Realmente había tomado ya la decisión? ¡Ni siquiera había vuelto a hablar con ella! - ¡No he dicho eso y lo sabes!

- Naturalmente, no me refería al Caso Claire, si no al que ahora nos mantiene absortos a los dos… el caso de los niños, por supuesto; para vosotros sería muy provechoso contar con los recursos de la iglesia, y para nosotros sería ideal contar con tu inteligencia, el arrojo de tu hermano y la determinación de Luis.

- Esas son exactamente las cualidades de las que la iglesia se quiso deshacer hace dos años, Arikado – frunció el ceño, empezaba a alterarse – nos envió a Luis y a mí, junto a Kraus y otros 20 hombres y mujeres a una emboscada… si mi hermano hubiera recibido la noticia de mi muerte ¿sería como es ahora? Francamente, lo dudo mucho.

- ¿No te sientes halagado?

- ¿Estás de coña?

La sonrisa del agente se acrecentó.

- Bien… esa es exactamente la integridad que la hermandad pide a sus mejores hombres… Rose se alegrará de conocer esta conversación.

- Me… ¿¡Me estabas poniendo a prueba!?

- Quién sabe…

Nuevamente, Genya Arikado empezó a alejarse, con la mirada fija en el cielo encapotado, como melancólico; sin detenerse, habló una vez más.

- Ah, lo olvidaba – comentó de repente – encontrarás lo que buscas si sigues la puesta de sol.

- ¿Cómo? – preguntó el Belmont, sin estar seguro de haberlo oído bien.

Arikado no le contestó esta vez.

Confuso por la conversación, así como abrumado por los datos, aparentemente verídicos, que Genya le había confiado en secreto, Erik se dirigió, como su interlocutor le había indicado, hacia la puesta de sol; aún sin estar seguro de forma consciente de que es lo que buscaba, su subconsciente le gritaba que avanzara, que allí encontraría lo que su corazón más ansiaba en ese momento.

En ese mismo momento, en un sucio callejón de la zona oeste de la ciudad, una joven de abundante cabello rubio y ojos acuosos se encogía en un rincón, abrazando sus rodillas, cubriéndose con una raída chaqueta vaquera.

Sin dinero, y localizada allí donde iba, había perdido toda oportunidad de refugiarse tranquilamente, su último bastión resultó ser aquel callejón, regentado por un grupo de prostitutas que resolvieron acogerla tras haber escuchado una versión sesgada de su historia.

El lugar en sí, dentro de lo que cabía, no estaba mal para esconderse, oscuro y totalmente desapercibido, la lona que lo cubría protegía del fuerte sol, no así de la lluvia, que se filtraba con facilidad.

Al menos, pensaba, se habían ofrecido a darle una parte de su dinero cada noche, hasta que pudiera huir del país.

Alzó un poco la vista para contemplar algo a lo que ya se había acostumbrado, un hombre de aspecto sucio y desarrapado preguntaba a la mujer, ya madura, de la entrada del callejón el precio de cada una de las muchachas, e insistía en consultar el suyo también, pese a que la mujer insistía en que ella no era una mujer de la calle.

Hundió la cabeza entre sus rodillas, deprimida, haciendo lo posible por aislarse de todo, dormirse y escapar de aquella triste situación.

Entonces, a lo lejos, escuchó una voz masculina que le resultó familiar.

- Oiga amigo ¿no le han dicho ya que esa chica no hace servicio? ¡Deje de insistir!

- ¡Y una mierda! – hipó – ¡yo traigo dinero y me acostaré con la que me salga de la – hipó de nuevo – polla! ¡Y me gusta la – otro hipo – putilla del fondo!

Entonces, para su sorpresa, Claire sintió un aura que pasaba de 0 a 100 en menos de un segundo, y acto seguido un CROCK, y los gritos escandalizados de las muchachas.

- No te atrevas a insultarla – espetó la voz, furiosa - ¡sucio putero de mierda!

- O… oye ¿A dónde vas? – preguntó la mujer de la entrada del callejón

- No se preocupe – contestó la voz, con un tono que casi alcanzaba la dulzura – no pienso hacerle ningún daño.

Entonces sintió pasos que se acercaban hacia ella, deteniéndose enfrente suya, y el agua dejó de gotear sobre su raída chaqueta vaquera.

- ¿Qué hace una chica como tú en un lugar como éste?

Alzó la cabeza para identificar al recién llegado, e inmediatamente se encontró, bajo la oscuridad del callejón, a un joven de cara alargada y abundante pero ligero cabello pelirrojo, vistiendo camisa negra bajo corbata naranja y con un paraguas negro en la mano.

- E… ¿Erik Belmont? ¿¡Qué haces tú aquí!?

Publicado: 19:42 13/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Relax

Elisabeth entró en la habitación de matrimonio contoneando sugerentemente las caderas y canturreando, dejando en el sofá a un Erik pensativo, acompañado únicamente por el estruendo de la tormenta.

Una tormenta que no podía llegar en peor momento, ya que Simon había salido hace poco a sacar sus propias fotos de los lugares de los hechos, y probablemente no podría completar su tarea.

Alzó la cabeza y cerró los ojos, tenía la sensación de que la ciudad intentaba purificarse desesperadamente, lavarse del mal que ahora la inundaba, con aquella intensa lluvia.

Un mal del que sólo ellos podían librarla.

Pero ¿Cómo?

A Orlox y Erzabeth se unía otro vampiro, desconocido para ellos, y que decía saberlo todo sobre todos.

Un poco pretencioso ¿no? Aunque, de ser así, podría ser todo un problema…

Tres golpes en la puerta principal lo sacaron de sus cavilaciones, se levantó pesadamente, sabía que era Luis, no podía ser otro, ya que seguramente su hermano estaría bastante lejos, tal vez resguardado de la tormenta.

Abrió y en efecto, ahí estaba su amigo y compañero, chorreando, pero más relajado y ahora sonriente.

- ¡Erik Belmont! ¡La cara que puso un millar de caras largas! – bromeó el Fernández desde el umbral, arrancando una ligera sonrisa al pelirrojo.

- Imitar a House es cosa mía – respondió éste a la broma - ¡Anda, espera, que voy a por una toalla!

Corriendo, fue al cuarto de baño y regresó con tres de éstas, una la puso en el sofá, y las otras dos se las dio a su colega, para el cuerpo y la cara respectivamente.

- Tienes mejor cara – observó mientras se volvía a sentar - ¿Qué te ha pasado?

- He hablado con quien necesitaba hablar – contestó Luis que, tras secarse el pelo, se estaba desvistiendo y envolviendo la ropa en la toalla ya usada – ¡Ya me siento mucho mejor!

- Ya se nota, ya…

- En cambio tú…

- ¿Qué?

- Bueno… - se deshizo de los pantalones y empezó a secarse el cuerpo – lo de la entrada no lo he dicho por decir… estás demasiado serio, incluso para lo que suele ser habitual en ti ¿Te pasa algo?

Erik rió sarcásticamente, sabía de sobra que a Luis sí que no podía contárselo.

- Más o menos algo parecido a lo que te pasaba a ti – mintió – no sé qué camino tomar.

- Bueno, cuéntamelo – resolvió el Fernández – tal vez entre los dos encontremos una solución.

- No, – replicó el Belmont instantáneamente – es personal… debo hacerlo por mi propia cuenta.

Luis se encogió de hombros.

- Bueno, como quieras… no voy a forzarte a hablarlo.

El pelirrojo se levantó y se estiró, para después volver a sentarse.

- Mejor así – admitió – lo privado ha de seguir siendo privado.

- Tiene gracia que digas eso cuando fuiste tú quien dejó aquel condón encima de mi escritorio – contestó el chico del pelo pajizo a eso, riendo entre dientes.

- ¿Lo usasteis? – preguntó Erik con curiosidad.

- “Lo privado ha de seguir siendo privado”

Erik rió.

- ¡Cabrón!

- ¡Eh! ¡Has empezado tú!

Los dos amigos comenzaron a reírse, aquella distensión vino bien al pelirrojo, que perdió parte de su preocupación, no obstante, las palabras de Elisabeth seguían rondando por su cabeza.

Hablar con Claire… ¿De verdad debía hacerlo?

En aquel momento la susodicha salió de la habitación, semidesnuda y sudorosa, bastante apurada y con una sonrisa avergonzada, sosteniendo a un René aún dormido.

- ¡Lo siento! – se excusó antes de que ninguno de los dos dijera nada - ¡Lo siento! Nos acordamos de que René estaba en la habitación cuando ya estábamos a punto de… - se lo entregó a Luis - ¿Nos lo cuidáis, por favor? ¡Nos da palo hacerlo delante del niño!

Y antes de que el Fernández pudiera abrir la boca, volvió a la habitación de matrimonio tan pronto como entró, dejándolos perplejos a ambos.
- ¿Están echando un polvo ahora? – preguntó a su compañero mientras metía y arropaba al pequeño cuidadosamente en la cuna - ¡Pero si la cama debe de estar…

- Empapada de sangre, sí – concluyó la frase el pelirrojo – no sé, igual les pone hacerlo ahí.

- Alucinante – opinó – desde luego Elise no ha cambiado nada desde que la conocimos, sigue teniendo las mismas energías…

- O más… Pobre François ¿eh?

Luis rió.

- ¡Pues sí!

Los dos volvieron a reír, esta vez más bajo, y cuando callaron pudieron escuchar a la pareja desde la habitación, que evidentemente se contenía. Erik se ruborizó, por un momento le pasó “algo” por la cabeza.

- De… debo seguir con el escudo de armas – dijo en voz alta, obligándose a sí mismo a volver al portátil e ignorar los jadeos – si no lo termino no podremos aumentar el ritmo de la investigación.

- ¿Aún no lo has conseguido? – preguntó extrañado el Fernández – te está fallando la concentración hoy ¿eh?

- Sí – suspiró el pelirrojo – eso me temo.

Se sentó frente al ordenador, lo abrió y empezó de nuevo, ahí seguían el photoshop y la ventanita en blanco, desafiante, sin pensar empezó a deslizar su dedo por el touchpad, y cuando se dio cuenta había dibujado la forma del cabello de aquella que ahora llenaba sus pensamientos.

Inmediatamente lo borró, y hundió su cabeza entre sus manos, bufando.

“Tengo que hacer algo con esto” – pensó – “Y tengo que hacerlo YA”

Sintió a su compañero entrar en el cuarto de baño y abrir el grifo de la ducha, para Luis aquello siempre era la guinda del relax, y estaba claro que iba a aprovechar el resto del día para descansar, él por su parte no lo tenía tan claro, sólo había una cosa que podría calmarlo en aquel momento, y era quitarse a Claire de la cabeza.

Levantó la cabeza y volvió de nuevo al programa de diseño gráfico, sorprendiéndose a sí mismo preguntándose cómo se encontraría la muchacha.

Se maldijo, era tan buena luchadora como él, o más, así que seguro que se encontraría bien, y además él debía continuar con eso y dibujar aquel emblema de una vez, no le servía de nada si continuaba en su cabeza.

- Será mejor que lo deje – se dijo en voz alta – esto no me está sirviendo de nada, necesito centrarme.

Su mente viajó entonces a la biblioteca de París, se dio cuenta de que ya hacía bastante tiempo que no se hundía en uno de aquellos libros de leyendas que tanto le gustaban, aunque ya se las supiera de memoria.

Sí, aquello serviría para calmarse, cogería un paraguas a François y se dirigiría tranquilamente a la biblioteca, y allí leería un rato hasta volver a estar en su sitio.

Era necesario… no, era VITAL que se concentrara.

En aquel momento sonó el timbre de nuevo, y Erik fue a abrir la puerta medio vestido para encontrarse en el umbral a su hermano, tiritando de frío, como una sopa y cargando con un paquete y unas bolsas.

- ¡Simon! ¿Pero qué…?

- ¡PASO, PASO, PASO, PASO!

Sin darle tiempo a decir nada más, Simon, empapándolo todo a su paso, entró a todo correr en la casa y se dirigió al baño, aporreando desesperadamente la puerta al encontrársela cerrada.

Luis salió del baño al poco, desnudo y a medio secar, extrañado por semejante escándalo.

- ¿¡Pero se puede saber que…!?

A toda velocidad, el menor de los Belmont lo empujó fuera de la estancia y entró él, profiriendo a voz en grito que necesitaba una ducha caliente, en menos de un minuto los dos compañeros escucharon abrirse el grifo, y al chico suspirar de alivio a toda voz.

- ¿Qué era eso? – preguntó el Fernández, aún estupefacto - ¿Un tornado?

Erik se echó a reír a carcajadas.

- Pues no se había resguardado de la lluvia, no – comentó sujetándose el estómago, riendo como un descosido.

- ¡Me ha dejado en pelotas fuera del baño! – exclamó Luis, dándose cuenta al fin de lo sucedido - ¡Será mamón!

El pelirrojo rió aún más.

- ¡Anda toma! – dijo Erik, recuperando el aliento, mientras le lanzaba una toalla a su colega – al menos tápate de cintura para abajo.

Luis suspiró y se anudó la toalla, resignado, al alzar la vista se dio cuenta de que su amigo estaba a medio vestir.

- ¿Es que vas a algún lado?

- Sí - respondió éste mientras dejaba las bolsas y el paquete que Simon traía en el sofá – A la biblioteca.

El Fernández arqueó una ceja.

- ¿Por algo en especial?

- ¡Nah! Simplemente necesito leer

- ¿Leer? – rió - ¡Menuda forma de relajarte!

- ¿Qué tiene de malo? – preguntó Erik medio ofendido – Tú te relajas viendo películas de Jackie Chan, a mí me gusta leer.

- ¡Nada en absoluto! – contestó – Pero si te vas a la hemeroteca a leer y te encuentras con algo relacionado con el caso, va a ser aún peor.

Erik suspiró.

- No es el caso de los niños lo que me preocupa.

Dando por finalizada la conversación con aquellas palabras, el pelirrojo se sentó y se ajustó los calcetines para después levantarse y abrocharse la camisa.

- ¿Qué es esto? – preguntó el Fernández de nuevo, interesándose por el paquete, de un volumen ciertamente apreciable.

- Ni idea – respondió el Belmont – lo traía Simon junto con las bolsas.

- Las bolsas serán lo que ha comprado – dedujo Luis – pero… ¡Ey, viene a mi nombre! ¡Debe ser el paquete que nos ha enviado mi madre con nuestras cosas!

La puerta del baño se abrió entonces, y el menor de los Belmont salió de ella, en calzoncillos y visiblemente más cómodo.

- He pasado por la oficina postal a ver si había llegado – explicó – hemos tenido suerte.

Sin coger nada para cortar, el chico del pelo pajizo abrió el paquete arrancando la cinta de embalar de cualquier manera.

- ¡Tu móvil! – sacó un teléfono y lo lanzó a su compañero, que lo cogió al vuelo – mi arma reglamentaria (¿Cómo coño ha pasado los controles?), el teléfono de Simon, nuestras billeteras, las acreditaciones de la hermandad (¿Cuánto hace que no me pongo la mía?), ropa… ¿Y esto?

Sacó un sobre tamaño cuartilla que estaba enterrado entre toda la ropa, estaba a su nombre, al igual que el paquete, pero la letra no era de su madre, si no de Esther.

- ¿Qué será…? – lo abrió con cuidado y sacó su contenido, eran fotos, miró la primera y se puso colorado como un tomate - ¡La hostia!

Los dos hermanos acercaron la cabeza intentando curiosear, pero Luis volvió a meter las fotografías en el sobre con suma rapidez, antes de darles tiempo a nada.

- ¿Podríais ser un poco menos cotillas?

Haciendo como que no había pasado nada, los Belmont cogieron la ropa que Luis había sacado del paquete y empezaron a revisarla, en ella pudieron encontrar la ropa de combate del Fernández (pantalones anchos de color gris oscuro, un chaleco antibalas modificado y botas militares negras), una malla negra de cuerpo entero que Erik reconoció como suya y algo que ninguno de los tres reconoció en principio: una malla de color azul oscuro.

- ¿Y esto? – preguntó el pelirrojo mientras la desenrollaba y la extendía – tiene el tamaño de…

- De Simon – concretó Luis – hay una nota en el fondo de la caja, está dirigida a él.

- Léela – pidió el aludido.

- “¡Hola chicos!” – comenzó – “Perdonad la tardanza por enviaros esto, pero vuestro padre ha tardado en recuperarse un poco más de lo que esperaba… seguramente os preguntareis qué es esa malla azul, pues bien, Simon, hijo mío, es para ti, una parte de tu traje de batalla”

- ¿Traje de batalla? – lo interrumpió el muchacho, extrañado.

- “Por desgracia” – continuó – “sólo podemos enviar esa parte en este paquete, lo demás llegará en el otro; al igual que el de tu hermano, está compuesto por unas perneras, un cinturón y un adorno a tu medida, esperamos que te guste, lo habíamos confeccionado en vistas al día en que pasaras a ser un Slayer, pero las cosas han salido así”

- A mí me hicieron lo mismo – explicó Erik con una sonrisa – esa malla negra es parte de mi vestimenta, aún he de recibir el resto.

- “La malla puede parecer de licra, pero no, es un tejido aún más fuerte que se alimenta de tu propia aura para aumentar su resistencia, ya lo probarás en combate, te gustará.

En cuanto al color, lo escogimos porque sabemos que es tu favorito, eso sí, un poco más oscurecido.

Perdona que no te lo hayamos dado en persona, nos encantaría vértelo puesto.

Atentamente…”

La nota se cerraba con las firmas de Adela y Juanjo.

Los tres quedaron en silencio al terminar el Fernández de leer la nota dejada por sus padres.

Erik volvió a ser consciente de la lluvia.

Simon por su parte sonreía, estaba ilusionado por lo que, a fin de cuentas, no era más que una malla azul, pero no recibía muchos regalos por parte de los Fernández, en aquella familia sólo se celebraban los cumpleaños y la navidad.

- Deberías ponerte algo, vas a coger frío – intervino Luis – yo como mucho he pasado bajo la lluvia menos de cinco minutos, pero tú...

- Tienes razón – asintió el joven Belmont – voy a ver qué tengo limpio por ahí – cogió la ropa que le correspondía y, con la malla aún en la mano, se metió en la habitación de invitados a vestirse.

El español esperó a que su hermano cerrara la puerta para volver a hablar.

- Le ha hecho ilusión ¿Eh?

Erik sonrió.

- Supongo que no está muy acostumbrado… ¿Qué era lo del sobre, por cierto? – añadió como si nada.

- ¿Eh? – Luis lo sujetó con fuerza, volviendo a sonrojarse – pues… nada, nada…

- ¡Venga! – insistió - si hace que te pongas colorado como un tímido prepúber colegial no puede ser “nada”

- De acuerdo – cedió finalmente, sacando la primera foto y enseñándosela, sin soltarla – mira.

- ¿Pero qué…? ¡Me cago en la leche!

Al verlas, el pelirrojo se dio cuenta de que Luis tenía todos los motivos para sonrojarse, y él para sorprenderse, ya que, si las demás fotos eran del estilo de aquella, Esther había enviado a su novio toda una sesión de fotos eróticas protagonizadas por ella…

- Si lo llego a saber – articuló Luis, sonriendo pero ligeramente avergonzado de sus propias palabras – se lo digo mucho antes.

El Belmont rió entre dientes.

- Me debes una, y gorda – espetó a su compañero mientras este asentía.

Un trueno los interrumpió, alzando los dos la cabeza al tiempo, como queriendo mirar al cielo a través del techo.

- ¿Y con la que está cayendo piensas ir a la biblioteca? – preguntó escéptico – ¡debes haberte vuelto loco!

Erik torció el gesto.

- ¿Loco? – respondió – sí, creo que loco es la palabra correcta.

- Te odio cuando eres tan críptico.

El joven Belmont se levantó y fue a la entrada, donde en un paragüero de bronce reposaban varios de ellos, cogió uno negro y comprobó su longitud.

- No te voy a detener de ninguna manera ¿verdad? – volvió a preguntar Luis – Si coges una pulmonía no me hago responsable ¿eh?

- Necesito esto – contestó Erik, con la mirada fija en el paraguas – y no te imaginas hasta qué punto.

Dicho aquello, salió del piso y se dirigió escaleras abajo, su humor decaía según se acercaba al portal, el estruendo de la lluvia en las ventanas del patio interior penetraba en sus oídos y calaba sus huesos.

Una vez abajo, abrió la pesada puerta metálica y se refugió bajo el paraguas, la ciudad estaba desierta, y las calles empezaban a inundarse.

En algún lugar de aquella ciudad estaba aquel vampiro, controlando sus movimientos.

También los niños, esperándoles.

Y Claire, con aquellos ojos acuosos que le fascinaban.

En algún lugar de aquella ciudad, ahora dominada por la oscuridad.

Publicado: 10:11 08/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki
Tarde o temprano tenía que pasar, por culpa (xd) de Konami he acabado agarrando una PSP para, no podía ser de otra manera, viciar al Dracula X Chronicles.

Naturalmente, estas impresiones se refieren únicamente a la experiencia de juego, claro.

La PSP - prestada - es una Ceramic White clásica, al tacto la sensación es bastante buena, ya por el material utilizado da la sensación de estar agarrando un aparato Hi-Tech, me ha gustado, aunque no me da la sensación de que se agarre a mi mano como la DS tocha, el material "resbala" un poquito. El peso me parece la característica más destacable a este respecto, da una sensación de solidez que no transmiten las fotos, estás agarrando algo con masa y volumen, transmite mucha seguridad.

Por otro lado está la pantalla, enorme y cristalina, reconozco que me ha impresionado bastante, en especial en su grado máximo de brillo, la nitidez es impresionante, es casi como tener una HDTV en pequeñito.

Los controles me han parecido un poco "Meh", siguen siendo la cruceta destrozapulgares y los botones del Dual Shock a fin de cuentas, afortunadamente la sensación al presionarlos es diferente, como almohadillada, algo más cómoda y que da una sensación de tener un mayor recorrido. El champiñón que tiene por Joystick me ha parecido sencillamente horrendo y en una posición poco natural (SONY es experta en dificultar el acceso a estos dispositivos, por lo visto)

El L y el R sí que me han gustado.

Por lo demás, poco he tocado, la Memory Stick que venía con la consola tiene una capacidad sencillamente ridícula, así que me he abstenido de meterle música, vídeo o fotos, por lo que he ignorado las funciones multimedia, también es cierto que paso un poco de ellas, dicho sea de paso.

¿Mi veredicto final? No es una consola que me impresione en el sentido de lo que consiguieron DS o PS2, pero como consola me parece genial (como portátil no puedo decir lo mismo, esta no la sacaba yo de casa ni jarto cocacola), me pillaré una de 2ª o 3ª mano cuando tenga la oportunidad junto al CastleVania (que ahora mismo tengo alquilado) y la disfrutaré de lo lindo. También metería en el saco una Memory Stick, pero comparadas con las SD me resultan escandalosamente caras.

Publicado: 19:50 05/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Confused Feelings (part 3)

- ¿¡Qué demonios me pasa!?

Desde que Luis había salido de la casa, Erik se afanaba inútilmente en recordar el emblema que aquel vampiro misterioso lucía en la solapa, intentando visualizarlo en su mente para después dibujarlo, y así tener una referencia física en la que basarse para investigar, pero le resultaba imposible, la imagen aparecía poco definida en su memoria, borrosa.

Le costaba concentrarse.

Irritado, se dejó caer en la cama y bufó, acto seguido se llevó la mano derecha a la frente y frunció el ceño.

“Necesito dejar de verla” – pensó – “Pero… ¿Por qué no quiero…?”

Aquella mancha que segundos antes era el escudo de armas de su nuevo enemigo se fundía en la oscuridad para dar paso a aquel rostro pálido bañado por la luz del atardecer, a aquellos redondeados ojos acuosos imbuidos de una singular emoción.

Decidiendo que necesitaba relajarse cerró el portátil y se levantó, su estómago gruñó justo en aquel momento.

- Necesito azúcar – se dijo – tal vez por eso no puedo pensar, estoy cansado…

Se dirigió sin hacer ruido a la cocina y abrió puertas hasta encontrar lo que buscaba: Harina y Leche - la margarina y los huevos estaban en el frigorífico – lo cogió y mezcló en un bol, casi relamiéndose mientras lo removía, una vez la masa adquirió consistencia la metió en la nevera y se sentó en el sofá, dispuesto a relajarse cerrando los ojos pero, de nuevo, ahí estaba ese rostro.

Claire Simons… ¿Por qué lo perseguía aquel recuerdo? ¿Por qué no cesaba de verla en sus pensamientos?

- ¡Vale ya!

Golpeó el brazo del sofá y se inclinó para coger un periódico que había doblado en el otro extremo del asiento, no le interesaba en absoluto, pero al menos trabajaría un poco su comprensión lectora en francés.

Miró el reloj del lector de DVD antes de abrirlo, aún quedaban 15 minutos para sacar la masa para crêpes del frigorífico – “¿tan poco tiempo he podido relajarme?” – y pasó disgustado la portada en la que aparecían, en la primera página, el presidente Sarkozy y su esposa, ni la leyó en ese momento ni lo haría más tarde, la política simplemente lo cabreaba.

Rápidamente saltó toda hoja en la que viera alguna de esas cabezas sudorosas, con gesto soberbio y poses estiradas, y saltó directamente a los sucesos.

Cuatro años atrás, recién conseguido su título de Vampire Slayer, Juanjo y Adela le aconsejaron – acertadamente – que mirara las páginas de sucesos en los periódicos si quería encontrar indicios de actividad vampírica, la clave era leer entre líneas, y siempre, en el 100% de los casos, acertaba, de hecho era él el que guiaba a Luis hacia los posibles nidos, hasta que éste entró en el cuerpo de Policía Nacional y Erik se convirtió en su ayudante.

No obstante no encontraba nada destacable, la sección estaba copada prácticamente por el caso de los niños y, como excepción, un par de noticias de asesinatos, una violación y un caso de violencia doméstica, leyó y tradujo estos artículos un par de veces, pero no eran más que noticias comunes y corrientes.

Únicamente le llamó la atención la aparición de la foto en la que Simon había descubierto aquel misterioso 7, apareciendo de nuevo, casi desafiándolos, la noticia hablaba de la colaboración de un agente español y sus dos ayudantes con la policía francesa, intentó buscar una referencia a la imagen en el texto, pero nada, ésta era simplemente ilustrativa.

Volvió a mirar el reloj, ya habían pasado 21 minutos, cerró el periódico, lo dobló, lo tiró de nuevo al otro extremo del sofá y se dirigió a la cocina, contento ante la perspectiva del suculento desayuno que se iba a tomar.

Rápidamente encendió el fuego y, para no esperar, puso la sartén en su mano y la calentó con su propio fuego, acto seguido echó la masa en ésta, cogió un par de espátulas y…

- ¡Voilá!

Sonriente, colocó la crêpe resultante en un plato, le echó un buen pegote de crema de cacao que encontró en el refrigerador, la enrolló y se dispuso a devorarla, no sin antes echarse un buen vaso de leche, con un gran chorro de sirope de chocolate disuelto.

Se volvió a sentar en el sofá y mordió su desayuno, que olía y sabía a gloria, lo saboreó y dio un sorbo a su vaso de leche para tragarlo.

Suspiró, aquello era gloria.

Sólo, en silencio y comiendo algo que le encantaba ¿Podía algo estropear aquel momento?

Volvió a morder, saboreó y se dispuso a beber de nuevo, entonces una voz lo interrumpió.

- Vaya, para ti un restaurante de lujo debe ser lo más parecido a un orgasmo múltiple.

Sorprendido, escupió la leche tanto por la nariz y por la boca y se atragantó, teniendo que ser asistido por Elisabeth, que era quien había intervenido.

- ¿¡Pe-pero tú no estabas durmiendo!? – preguntó realmente disgustado mientras aún recuperaba el aliento.

- Yo siempre me levanto más pronto que François – contestó ella, divertida, mientras le daba palmadas en la espalda – Además, quería dejarle todo el espacio de la cama sólo para él.

- ¡Pues me has dado un susto de muerte! – espetó mientras colocaba su desayuno en la mesa de mármol - ¡Y no me gustan los restaurantes de lujo, son caros y ponen poca comida!

Elise rió entre dientes.

- ¿Qué haces levantado aún? Creía que Luis era el único que se despertó con nuestra discusión.

- Nah, si la hemos oído todos – explicó él – nosotros no hemos dormido todavía, tenemos trabajo que hacer.

- Ya, tenéis trabajo que hacer – la muchacha se sentó junto a él y le dio una palmada en la rodilla – y te encuentro aquí tomándote una crêpe casera y un batido casi en éxtasis ¡Menudo trabajo! ¿eh?

Erik torció el gesto.

- ¡Dame un respiro! – pidió a su interlocutora - ¿Quieres? Tengo hambre y necesito relajarme, y ahora ni Simon está para ponerme nervioso y ni Luis está para decirme cómo tengo que hacer mis cosas ¡Llevo días sin tener un verdadero momento de paz, y lo necesito ahora más que nunca!

Elisabeth arqueó una ceja.

- ¡Vaya! ¿Tú también?

- ¿También…?

- Luis estaba tan tenso que hasta se le habían agriado los ánimos… supongo que lo habrás visto.

El pelirrojo se echó hacia atrás, apoyando la cabeza en el respaldo.

- Sí – reconoció – ni siquiera podía dormir… ha salido a tomar el aire para relajarse un poco… creo que intenta abarcar demasiado…

Tras aquellas palabras el pelirrojo calló, cogió su crêpe, ya templada, y le dio otro mordisco, aunque ésta vez no le supo tan bien.

- ¿Y a ti que es lo que te angustia?

Erik tragó y suspiró.

- No puedo concentrarme.

Elise guardó silencio por unos momentos.

- ¿Eso es todo? – preguntó indiferente.

El Belmont frunció los labios.

- Tengo dieciocho años – contestó – estoy leyendo y reteniendo datos desde antes de lo que puedo recordar ¡de todo! Desde leyendas hasta el más mínimo detalle de un grabado ¡Y ahora no soy capaz de recordar el escudo que llevaba el vampiro ese en la solapa! ¡Siempre se me aparece un… rostro!

Había estado a punto de decir que siempre veía a Claire, afortunadamente no estaba tan nervioso como para no ser capaz de contener sus impulsos.

Para su sorpresa, la muchacha contestó con una sonrisa divertida.

- ¿¡Qué tiene tanta gracia!?

- ¡Nada, nada! Es que… veo que sigues siendo el mismo Erik orgulloso de su inteligencia que se cree infalible.

- ¡Yo no me creo infalible!

Estaba claro que, para él, Elisabeth no había tirado por el mejor camino, y le fastidiaba bastante, aunque también era evidente que ella disfrutaba chinchándolo.

- ¿Que no? – preguntó ella, entre risas - ¿Y esa rabieta qué? ¡Pareces un crío que no puede hacer los deberes porque es incapaz de terminar una suma!

- ¡¡¡Me enrabieto porque estoy intentando recordar algo importante!!!

Cerró la boca de repente, se dio cuenta de que casi había gritado, y perder los estribos era realmente lo último que deseaba.

- ¿Importante? – volvió a preguntar Elise, ahora interesada - ¿Es de verdad importante ese escudo?

El pelirrojo se inclinó hacia delante, apoyándose sobre sus rodillas.

- Si mi intuición no me falla – respondió – es vital… tengo la impresión de que nuestra investigación debe girar alrededor de ese emblema… necesito visualizarlo en mi cabeza y dibujarlo – suspiró – pero… se emborrona enseguida.

- Ya veo… - La Kischine se llevó la mano a la barbilla, pensativa - ¿Y cual es ese rostro que se te aparece? ¿Crees que también podría ser importante?

Erik palideció, no esperaba esa pregunta.

- ¿I-importante…? Pues… la verdad es que aún no sé sí…

- ¿Quién es? – insistió.

El pelirrojo torció el gesto, después de todo, pensó, necesitaba contárselo a alguien más, su último encuentro con ella había hecho emerger en él una serie de sensaciones y sentimientos que hacía tiempo que no experimentaba e, incluso, que no había experimentado jamás.

Cerró los ojos, y se dispuso a hablar.

- Se trata de… una misión que me han otorgado… alguien a quien debo “cazar”

Se estremeció, aquella palabra le sonaba realmente fatal, especialmente a la hora de hablar de Claire.

- ¿Cazar? – preguntó ella - ¿Aún te encargan ese tipo de misiones?

Él negó con la cabeza.

- No… no al menos mientras he estado en periodo de rehabilitación… pero según Rose yo soy el único que puedo hacerlo y bueno… - alzó la cabeza y miró al techo – lo cierto es que ella y yo estamos al mismo nivel…

- ¿Ella? Erik… ¿No me estarás hablando de Claire Simons? ¿Te han asignado a ti esa misión?

Elisabeth parecía extrañada, incluso algo contrariada, Erik asintió con abatimiento.

- Así es… De hecho ya nos hemos enfrentado dos veces y aún no hemos terminado el combate…

- ¿¡Te has cruzado dos veces con ella y no has cumplido tu misión!? – preguntó casi escandalizada - ¿¡Eres consciente de lo que estás haciendo!?

El muchacho cogió su batido y le dio otro sorbo.

- ¿Que si soy consciente? Elisabeth, por primera vez en mi vida tengo la sensación de no ser consciente de mis actos, tengo… - volvió a suspirar – tengo la sensación de no estar seguro de ninguna de mis decisiones…

- Pues debes estarlo – le espetó la joven con voz severa – Sabes quiénes están detrás de ella ¿verdad? ¡La iglesia! ¡Te puedes meter en un buen lío si te atreves a vacilar!

- ¡Lo sé! – respondió él, golpeándose las rodillas con los puños cerrados – Pero… ¡No puedo evitarlo! ¡No puedo cumplir con ésta misión si no logro ver en ella a la asesina que se supone que es!

- ¿Si no logras…?

- ¡No tiene ojos de asesina, Elisabeth!

Elise se quedó atónita.

- O… ¿Ojos?

- ¡No son sólo sus ojos! – continuó – la verdad… ojalá pudiera luchar de nuevo con ella ¡Combatir con ella! ¡Cuando la miro veo miedo! ¡Veo tristeza! ¡Un asesino no teme a sus adversarios, desenvaina su arma y los mata! – volvió a negar con la cabeza, mientras la hundía entre sus manos – No concibo la idea de que Claire haya matado a nadie ¡Ella no puede ser una asesina!

- Ya veo… Dudas del criterio de la iglesia – dedujo ella.

Erik asintió.

- Entonces… la única salida que te queda es volver a encontrártela… satisfacer tu curiosidad y disipar tus dudas

El muchacho dio entonces un trago largo al vaso a fin de acabárselo, mientras pensaba.

¿Volver a verla? ¿Lo deseaba? ¿Realmente deseaba volver a conectar con aquellos tristes ojos acuosos?

¿Deseaba dar lugar a la posibilidad de equivocarse?

- Necesito tener la oportunidad de hablar con ella – dijo en voz alta para sí mismo – sin interrupciones… quiero ver a la verdadera Claire.

- ¿La verdadera? – preguntó Elisabeth - ¿Crees que su personalidad actual es una máscara?

El pelirrojo dejó el vaso, ya vacío, y cogió lo que quedaba de la crêpe.

- Todos llevamos máscara, y sólo nos deshacemos de ella cuando alguien nos la quita – argumentó – François y tú os la arrebatasteis mutuamente… necesito ver su verdadera cara… la Claire que no es perseguida por la hermandad y no ha sido demonizada por la iglesia… Necesito verla…

Terminadas sus palabras dio cuenta lentamente de lo que quedaba de su desayuno, pensativo, en un momento dado dirigió su vista a Elisabeth Kischine y se dio cuenta de que ésta lo miraba con interés.

- ¿Pasa algo? – preguntó extrañado.

- ¡Nada! – contestó ella, sonriente – es sólo que parece que, por fin, estás empezando a madurar.

El Belmont arqueó una ceja.

- Curiosa forma de cambiar de tema – comentó - ¿A qué ha venido eso?

- Bueno… - la mujer se levantó – cuando François, tú y yo nos conocimos, él era un chulito torpón y tú un pedante insufrible con delirios de grandeza, sin duda alguna sobre su magnificencia… - se dio la vuelta y lo miró cara a cara – Ahora veo sentado en el sofá a alguien que se encuentra en una encrucijada… que ha de tomar una decisión… antes sólo había un camino, que era el tuyo, vale que siempre acertabas, pero me irritaba… - se dio la vuelta encaminándose de nuevo a la habitación – has crecido un poquito, Erik…

El aludido sonrió levemente.

- ¿Vas a volver a dormir? – preguntó a la muchacha, que se alejaba.

- No – respondió ella – pero François habrá recuperado medianamente sus fuerzas tras dormir un poco, y – dibujó en su rostro una sonrisa picarona – no hay reconciliación sin un poquito de contacto físico ¿no crees?

Erik rió.

- Francamente, no sé que contestar a eso.

- Una cosa más, Erik.

- Dime.

Elisabeth guardó silencio por unos momentos, el pelirrojo tuvo la sensación de que no le resultaba agradable la idea de articular la pregunta, tal vez, porque no quería oír la respuesta…

- Si decides que Claire no es una asesina… que merece una defensa… una oportunidad… ¿Qué harás?

- Muy a mi pesar – contestó él inmediatamente – desobedeceré a Rose… y me opondré a la iglesia… no tengo la más mínima intención de apoyar una injusticia.

La mujer sonrió al oír esto.

- Ya veo… así que tu código ético aún no ha cambiado ¿eh?

- Y no lo hará jamás…

Elise se dio la vuelta de nuevo, en dirección a la habitación de matrimonio, cuando un trueno, seguido del potente golpeteo de una lluvia densa y pesada, los sobresaltó.

- ¿Una tormenta de verano… ahora? – se preguntó – no había ni una sola nube esta noche.

El semblante de Erik cambió, mostrándose ahora preocupado.

“¿Tormenta?” – pensó – “Esto sólo puede ser un mal augurio”

Publicado: 21:43 02/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Confused Feelings (part 2)

- ¿Ya se os ha pasado? ¡La que habéis liado en un momento!

Luis salía de la habitación claramente enfadado, desde pequeño había detestado las disputas familiares, y con el bebé de por medio aún le molestaba más.

- ¿No puede una pareja tener una discusión? – preguntó Elisabeth al Fernández, mosqueada por su reacción, mientras acunaba a su pequeño para volver a dormirlo – Era un asunto importante para nosotros.

Luis negó con la cabeza.

- No en presencia del bebé.

Reparó entonces en François, que estaba sentado en uno de los sillones, aún cubierto de vendas y con un par de toallas superpuestas, con el objetivo de proteger el asiento de posibles manchas de sangre.

- ¡Relájate, hombre! – sugirió - ¡Ya está todo bien!

Lo cierto es que el francés parecía mucho más contento ahora, todo lo contrario que él, terriblemente tenso.

- ¿Te pones así cuando una pareja discute? – preguntó Elise, asombrada, mientras devolvía a su hijo ya dormido a la cuna.

El español alzó los hombros mientras negaba con la cabeza.

- ¡Ojalá estuviera así sólo por eso!

Y sin dar tiempo a Elisabeth y François a mediar palabra, se volvió a meter en la habitación de invitados.

Allí le esperaban Erik, en calzoncillos y trasteando con su portátil, y Simon, vistiéndose con calma.

- ¿Y tú a donde vas?

- ¡Oh! – cogió el sobre con las fotos e hizo una graciosa pirueta con él – voy a buscar estos lugares y sacar las autenticas fotos.

- París es muy grande – gruñó Luis en respuesta – te va a llevar todo el día.

- ¡Tranquilo! – sonrió - ¡Yo no me pierdo buscando la catedral de Nôtre Dame!

Erik sonrió divertido, aunque la burla iba también dirigida para él.

- ¿Y piensas hacer las fotos con un móvil? – preguntó el Fernández en respuesta a eso – Te recuerdo que no tenemos cámara.

- Una cámara es más barata que un móvil, tampoco lo necesito, el mío supongo que viene de camino para acá con el resto de nuestras cosas.

Luis torció el gesto, ya sabía por donde iba.

- ¿Cuánto necesitas?

- Doscientos

- ¿¡Tanto!?

- Cámara, tarjeta SD, algún caprichillo… ¡Estírate hombre!

Disgustado, el chico del pelo pajizo fue a por su ropa, cogió su billetera y sacó de ella su tarjeta de crédito, una flamante VISA platino.

- Tienes un límite de trescientos.

- ¡Bien! – el joven Belmont la cogió como si fuera lo más valioso del mundo - ¡No te arrepentirás!

Acto seguido se dirigió a la puerta, canturreando, pero Luis lo paró en seco.

- En silencio hasta que salgas del piso – lo avisó – René está durmiendo.

Simon se calló y salió en silencio, cuando oyeron la puerta del piso cerrarse, Luis se dejó caer en la cama que había quedado libre y bufó.

- ¿Trescientos? – preguntó Erik – ¿De donde ha salido tanta generosidad?

- Dejémoslo en que no lo está haciendo mal de todo y que creo que se merece un premio.

El pelirrojo arqueó una ceja.

- ¿No podríamos considerar la cámara como un premio?

- ¡Que va! – se estiró, intentando inútilmente relajar la tensión de su espalda – La cámara es material de equipo, luego la noche me dejas el ordenador y lo clasificamos como tal, así la hermandad nos devolverá lo que nos hemos dejado en ella.

- ¡Dios! ¡Que tacaño! – exclamó su compañero entre risas - ¿¡Desde cuando eres así!?

Luis sonrió levemente.

- Cuando traigamos a Alicia de vuelta nos repartiremos el dinero de la misión entre los tres y aparte os caerá un buen pellizco a cada uno de mi cuenta, hasta entonces hemos de ahorrar el máximo posible ¿entiendes?

Erik asintió y dirigió su mirada a Luis, inmediatamente se dio cuenta de que algo no andaba bien.

- Tienes todos los músculos tensos – observó – parece que estés en medio de un combate.

- ¿Sí?

Se levantó y fue hacia él, inmediatamente empezó a apretar con cuidado sus bíceps.

- ¿Qué te está provocando semejante estrés?

- Ahora mismo que un tío me esté manoseando – bromeó.

- No, en serio.

El Fernández se levantó.

- Demasiadas cosas – se llevó la mano a la frente – me siento como… bloqueado.

Lentamente, como con pereza, se quitó el pijama y se empezó a vestir.

- ¿No deberías dormir un poco? – le preguntó su compañero mientras volvía al ordenador.

- No puedo – respondió Luis – no tengo el más mínimo sueño.

Se despidió del Belmont y salió de la habitación, una vez fuera se encontró con que el salón estaba vacío, y se asomó a la habitación de matrimonio para comprobar que, en efecto la pareja descansaba en él junto a su hijo.

Esbozó una leve sonrisa, deseó que, cuando todo hubiera acabado, pudiera encontrarse así con Esther.

Acto seguido salió del piso y se encaminó hacia el terrado.

Necesitaba aire fresco… y soledad.

Una vez arribó a su objetivo y abrió la puerta sintió una ligera brisa helada en su cara, su sonrisa se acrecentó y cerró los ojos mientras salía y daba sus primeros pasos allí, empezaba a comprender por qué a Simon le gustaba tanto.

Pero al contrario que el joven Belmont él no se asomó por la barandilla, si no que se sentó, apoyando su espalda en ésta, y dejó que el silencio lo envolviera.

Paz.

Su cuerpo y su mente le pedían paz.

No pensar en el caso de los seis niños.

No pensar en la actitud de la policía francesa.

No pensar en Kasa Belnades.

No pensar en Alicia.

No pensar en…

Entonces sintió una punzada de culpa en el estómago.

¿Relajarse? ¿Cómo podía pensar en ello? ¿Cómo pedía permitírselo?

Pensó en Esther y en su madre, necesitaba desesperadamente su calidez.

Pero era demasiado temprano ¿Cómo podía…?

La sintonía de Rush Hour sonó en aquel momento, mientras su teléfono móvil vibraba en el bolsillo izquierdo.

Lentamente lo cogió y descolgó, sin mirar siquiera la pantallita LCD.

- ¿Sí?

- ¡Luis, cariño! ¡Buenos días!

Se sobresaltó al momento, era a quien más deseaba oír en aquel momento.

- ¡Esther! – exclamó en lo que era casi un grito de alegría.

- Sí, soy yo – confirmó ella riéndose - ¿Cómo estás?

Luis sonrió y se mesó la melena, como si quisiera estar presentable ante aquella voz.

- ¿Yo? Pu-pues… ¡Estoy bien! ¡Estoy genial! ¡Dios, estaba deseando oírte!

- ¡Vaya! ¿Y eso?

La voz de su novia reflejaba tanta alegría como la de él, estaba claro que se añoraban.

- Es-estoy en París – explicó él – No he parado en un porrón de días… Ya he perdido la cuenta… No he podido llamarte en todo este tiempo… ¡Lo siento mucho!

- ¡No te preocupes hombre! – lo excusó ella, alegre – fui a llamarte el otro día y tu madre me lo explicó, cuando sales de misión rara vez tienes tiempo – Luis rió nerviosamente al oír esto – he estado preocupada ¡Pero por otro lado sabía que estarías bien!

- Bien ¿eh? – suspiró – Ay…

- ¿Sucede algo?

El Fernández se inclinó hacia delante.

- Es-estoy bloqueado Esther… no veo más que barreras por todas partes ¡No sé por donde avanzar! Necesito ayuda y no sé a quien pedírsela…

Esther sonrió con ternura, no podía verla, pero expulsó aire por la nariz de esa forma tan característica…

- Tal vez deberías relajarte un poco, cariño… todo se arreglará, ya verás.

- Ojalá tengas razón – respondió él – Esto es de locos ¿sabes? Por un lado la policía nos proporciona pistas falsas que no nos ayudan, por otro de repente ha aparecido otro vampiro que nos la tiene jurada y por otro… quisiera pensar que todo es casualidad, mi vida, pero…

Sonrió, de alguna forma quería aparentar tranquilidad – pese a que ella no podía verlo – pero su voz reflejaba un tremendo nerviosismo, casi parecía a punto de llorar.

Esther lo compadeció, sentía que su novio se encontraba bajo una gran presión.

- Pronto pasará todo, Luis, ya verás – intentó tranquilizarlo de nuevo la muchacha – de verdad… es sólo un bache.

Luis no contestó, dejó pasar unos segundos hasta que habló de nuevo.

- Dios… cuanto te quiero…

Esther rió.

- ¿Y eso a qué viene? – preguntó entre carcajadas.

- ¿Sabes? – Contestó él – cuando ha sonado el móvil estaba pensando en que necesitaba hablar contigo… ha sido providencial… necesitaba oír tu voz.

La muchacha dejó de reír, de repente se le saltaron las lágrimas.

- Vaya, eso es… muy bonito, Luis… muchas gracias.

- No – replicó él, con una amplia sonrisa en la boca – gracias a ti por llamar.

Silencio de nuevo por parte de ambos, pero ésta vez era diferente, había cerrado los ojos, y casi se sentían el uno junto al otro, pese a la distancia.

El Fernández se sintió reconfortado.

- ¿Para qué habías llamado, por cierto? – preguntó él, rompiendo, muy a su pesar, la magia del momento.

Esther suspiró.

- Bueno… quería saber como estabas y… también… comentarte algo…

- ¿De qué se trata?

El tono de preocupación de la chica no gustó en absoluto al joven, que de repente adoptó una actitud seria, casi de guardia.

- Verás, es que… después de que lo hiciéramos… tendría que haberme venido el periodo hace una semana y… todavía… todavía no me ha venido…

Luis sonrió de oreja a oreja entonces.

- ¿Es eso? – preguntó, casi con un toque de alegría en su voz.

- S-si…

- ¿Y eso te preocupa?

- Pues…

- ¡Tranquilízate mujer! – exclamó – probablemente sea hormonal, o algo por el estilo.

- S-sí… supongo que sí… seguro que no es nada…

- ¡Si, seguro que no es nada!

“Falso” pensó “¡¡¡Falso Falso Falso!!! ¡Ojalá sea cierto joder!”

- Bueno – se volvió a apoyar en la barandilla, adoptando esta vez una pose más relajada – Dime cari ¿Está mi padre por ahí?

- Tu… ¿Tu padre? – preguntó ella, sorprendida por el cambio de tema – No, hoy tenía turno de mañana, se fue temprano, aunque tu madre sí que está en casa ¿Quieres que se ponga?

Luis asintió.

- Sí, por favor.

Notó que Esther se separaba el auricular de la oreja, momento en el que aprovechó para decir algo más.

- ¡Ah! Una cosa más…

La joven se volvió a pegar el teléfono rápidamente.

- ¿Sí?

- Te quiero.

Esther volvió a sonreír, expulsando aire por la nariz de aquella manera.

- Yo a tí también.

Y se alejó corriendo.

Al poco se colocó Adela al teléfono, jadeaba, así que Luis supuso que había estado entrenando hasta que su novia la llamó.

- ¡Mamá!

- ¡Luis, hijo, que alegría oírte!

El muchacho sonrió, su madre parecía contenta, o al menos despreocupada.

Mejor, no deseaba verla sumida en una depresión.

- ¿Cómo va todo por allí? – preguntó él casi enseguida.

- Oh – se detuvo enseguida – la casa se siente un poco vacía, pero es normal, por lo demás, bien… ¡Estábamos esperando a tener noticias tuyas! ¿Qué ha pasado?

- Si yo te contara… - rió – te pareceré interesado, pero necesito pedirte un favor.

- ¡Por supuesto, habla!

- Necesito consejo… - se llevó la mano a la frente, y suspiró con hastío – me siento perdido, mamá.

Adela guardó silencio por unos momentos, después contestó.

- ¿Perdido? ¿Tú? Luis ¿Qué sucede?

El Fernández deslizó su mano hacia abajo, pasándola por su cara, y volvió a suspirar.

- Es… por la policía.

- ¿La policía? Hijo, explícate.

Poco a poco, Luis explicó a su madre todo lo que había sucedido, ella asentía y de vez en cuando exclamaba algún insulto contra ellos, cuando le contó lo de las fotos retocadas, Adela gruñó.

- No sé por donde actuar, mamá ¡De verdad! ¡Me cierran todas las puertas!

Su madre chasqueó la lengua.

- Está claro que no te toman en serio ni de coña, Luis, tal vez debería hablar con tu padre y…

- ¡No!

El Fernández saltó de repente, sorprendiéndola.

- ¿Cómo que no?

Luis se calló, ni siquiera sabía por qué había reaccionado de esa forma, ahora buscaba palabras para justificarse por aquello.

- Quieres que te tomen en serio a fuerza de lidiar tú sólo con ellos ¿no es así?

Se quedó atónito, Adela había dado en el clavo.

Desde el otro lado del teléfono, la mujer sonrió.

- Pero ¿cómo…?

- Hijo, recuerda que te he parido – contestó ésta sin dejarlo terminar - ¡Te conozco mejor que tú mismo! Y puedes decir lo que quieras, que sé que eres demasiado orgulloso como para que te guste pedir ayuda – terminó con una ligera y elegante risa.

- Si, pero…

Su madre lo cortó, chistándole.

- Luis, de todas formas, hables con quien hables de los dos, nuestra sugerencia va a ser la misma.

- ¿Si? – preguntó intrigado - ¿Cuál?

- Muy fácil – respondió como si nada – Desentiéndete de ellos, ve a tu aire.

El Fernández se quedó blanco, atónito, era de lejos lo último que esperaba oír.

¿Ir a su aire? ¿Saltarse las normas?

- Es una broma ¿verdad? – preguntó con una sonrisa incrédula.

- ¡En absoluto! – contestó Adela – Desde la primera conversación que tuviste con tu padre respecto a esto lo hemos hablado varias veces ¡Y siempre llegamos a la misma conclusión, Luis!

- Pero… hacer eso… ignorar las normas…

- ¡Luis! – lo interrumpió - ¿¡Qué es más importante ahora mismo!? ¿¡La vida de esos niños o el respeto a unas estúpidas normas!?

Luis se sobresaltó, eran casi las mismas palabras que le dirigió Erik en aquella discusión, cuando fue con Simon a investigar a la hemeroteca sin su permiso.

No le cuadraba, era imposible, toda su vida había sido educado para obedecer las normas, tanto por sus padres como por los instructores de la Hermandad.

¿Y ahora debía saltárselas?

Sin duda las vidas de aquellos niños eran importantes, pero… ¿Era necesario? ¿Debía desobedecer a 23 años de estricta educación?

- Supongo que no hay otra manera – aceptó abatido.

- ¡Eh! ¡Conozco ese tono! ¡No te me deprimas ahora sólo por tener que desobedecer a unos legajos de papel!

- Le-¿Legajos? ¡Mamá…!

- ¡Date cuenta – continuó ella – de que desde que llegaste a Francia están usando las normas y leyes para obstaculizarte, Luis! ¡Tanto tú como yo sabemos que, por muy legal que sea, es un uso injusto e indebido de ellas! ¡Si las leyes no te dejan avanzar, sáltatelas! ¡Si son un obstáculo, embístelas! ¡Por encima del respeto a las reglas te hemos educado en el respeto a la vida, propia y ajena!

El muchacho guardó silencio otra vez, aunque por alguna razón las arengas de su madre tenían siempre un efecto revitalizante en él, las decía siempre con tanta convicción…

Adela María Belnades… no, Adela Fernández, su madre, era de una sinceridad y energía brutales.

Sí, ella tenía razón, lo principal, lo primero de todo, lo que estaba por encima del reto, era la vida, y él luchaba para protegerla.

No se dejaría avasallar.

- ¿Te ha quedado claro? – terminó la madre.

- Terriblemente claro, como siempre – contestó él con gran claridad y decisión – era lo que necesitaba… Gracias, mamá.

Adela volvió a sonreír.

- Siempre vamos a estar aquí, ya lo sabes, no dudes en llamar cuando sea y para lo que sea ¿entiendes?

- Sí…

Fue a colgar, cuando la mujer habló de nuevo.

- ¡Por cierto!

- ¡Si, dime! – respondió volviendo a pegarse el teléfono al auricular.

- Tu padre y yo os enviamos vuestras cosas hace dos o tres días por agencia, os deberían llegar si no hoy, mañana, si falta algo avisad ¿vale?

- De acuerdo.

- Bien, pues entonces ya está ¡Hasta luego!

- Adióoooooos

Como si pudiera verlo, Luis hizo un simpático movimiento de despedida con su mano libre, y espero a que madre cortara la comunicación para hacerlo él también.

“¡Si algo no me convence, lo embisto de frente!”

Era el lema de Erik, y según recordaba lo había sacado de uno de aquellos mangas que se compraba… ¿Se llamaba Nippon? No se acordaba ahora mismo.

“¡Si son un obstáculo, embístelas!”

Embestirlo, luchar contra ello… para ser sincero, nunca se le había ocurrido algo así, aunque Erik lo hacía constantemente… todavía recordaba su desafío a la iglesia, en plena convalecencia… cómo destrozó aquel crucifijo con sus propias manos y se lo tiró a la cara al obispo que oficiaba la misa para los caídos en aquella batalla, cómo los maldijo…

¿Debería haber hecho él lo mismo?

“¡Alguien que ignora las normas no es un héroe! ¡Un hombre con cojones para enfrentarse a reglas injustas sí que lo es!”

Debía enfrentarse a aquellas reglas, no eran injustas para con él, pero sí para con aquellos niños ¿El heroísmo? Le importaba una mierda, quería salvar vidas, lo habían educado para eso, de motu propio, había entrenado para eso.

Ya iba siendo hora de que la bestia encadenada se desatase.

La policía francesa había encontrado a Luis Rafael Fernández, ahora, que se vaya preparando…

Publicado: 22:09 01/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Confused Feelings (part 1)

Tras escuchar toda la historia, Elisabeth quedó mirando a la puerta donde su marido descansaba, más allá de ella incluso, lo miraba a él, compadeciéndolo.

La parecía increíble que, tan de pequeño, François hubiera tenido que vivir semejante historia, o pero aún, que, en cierto modo, fuera el causante de ella.

Dirigió entonces su mirada a Loretta que, con la cabeza gacha, temblaba de ira, incluso su aura empezaba a sobresalir y expandirse, de repente pareció reparar en Elise, alzó la cabeza, cruzó sus ojos con los de ella y se contuvo.

- ¿Por qué no se lo contaron hasta ahora? – preguntó la Kischine.

Loretta Lecarde volvió a agachar la cabeza, ésta vez sumida en la pena.

- Porque… no queríamos que François creciera como nosotras, sumido en el odio – apretó los puños – el odio te hace poderoso, pero te pudre el cuerpo y te oscurece el alma – Se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo del sillón – odio hacia Brauner, por llevarse a nuestro padre, odio hacia nosotras mismas, por dejarnos poseer, odio hacia Sapphire, por segar la vida de Richard… No queríamos que nuestro François creciera de esa manera, deseábamos que fuera todo lo feliz que nosotras no pudimos ser… - suspiró – por eso no le dijimos nunca nada.

- ¿Y por qué ahora?

- Porque tiene derecho a saber…

- ¿¡Saber!? ¿¡Ahora que es feliz con una esposa y un hijo!? ¡Estoy segura de que Fran hubiera preferido mil veces vivir en la mentira!

De repente se levantó, se dio cuenta de que se había alterado, estaba muy enfadada, enfadada con Loretta, y también enfadada con…

- François…

Miró a la habitación de nuevo, se preguntaba como se sentiría su marido, pero empezaba a invadirla un cierto resquemor…

Ella… tenía derecho a…

- Fran no hace más que esforzarse por parecerse a sus padres – comentó a la anciana – los considera héroes… él no es un buen luchador… no se le da bien pensar rápido y en ocasiones es un poco lento de reflejos… pero se esfuerza… - apretó con fuerza los puños, mordiéndose el labio inferior - ¿Qué pasará ahora con esa ilusión? Prácticamente vivía para ello…

- Igualmente – replicó Loretta – su padre era un héroe.

Elisabeth se sentó en silencio tras la respuesta de la Lecarde.

- ¿Por qué… no me lo dijo?

- Sus razones tendría – contestó con una semisonrisa – siempre hay una razón para todo…

- Eso no es una respuesta

- Lo sé…

Las dos callaron entonces, la conversación había terminado por parte de ambas, y aún así… Elisabeth tenía la firme convicción de que Loretta le ocultaba algo más.

- Sólo espero – comentó la Lecarde mientras se levantaba – que François no se deje consumir por el odio… sería terrible para todos.

El odio

¿Por qué era tan importante el odio? ¿Por qué no se debía caer en él?

- ¿A quien odia más Fran? – preguntó súbitamente la muchacha, con la cara oculta entre las manos - ¿A ustedes, a su madre…?

- Eso, querida – respondió la anciana mientras se aproximaba a la habitación de invitados – me temo que es algo que no deseo averiguar.

Elisabeth oyó abrirse la puerta más allá, y a Loretta despedirse de los tres jóvenes antes de volver a cerrarla y encaminarse a la salida del piso.

En ese momento se abría otra puerta más.

François, envuelto en vendajes empapados de sangre, salía de su habitación.

La reacción de ambas mujeres fue instantánea, Loretta soltó la manilla de la puerta, ya girada, y se dio la vuelta, y Elisabeth se levantó y lo abrazó a todo correr, pese a que su marido le advertía que se iba a poner perdida.

A ella le daba igual, François estaba bien.

- ¿Qué tal, hijo? – preguntó suavemente la anciana - ¿Cómo están tus heridas?

- Bien, muy bien – aseveró el muchacho – aunque me siento un poco débil.

- Has perdido mucha sangre – repuso su mujer, sonriendo – es normal.

El Lecarde le devolvió la sonrisa y se separó de ella para ir al baño, en busca de una toalla.

- Necesito sentarme en un sillón bien mullido – comentó mientras se estiraba – estoy harto de estar tumbado…

- Fran… ¿podemos hablar?

François se paró en seco.

La voz de Elisabeth había pasado de la alegría al abatimiento, imbuida también con un tinte de severidad.

Estaba enfadada.

- ¿S… sí?

Loretta se echó unos pasos atrás, no es que temiera a Elisabeth, pero, aunque quería presenciar la discusión y el rumbo que ésta tomaba, sentía que estar cerca de ellos significaría invadir su intimidad.

- ¿Por qué… no me dijiste nada? Tú y yo siempre lo compartimos todo…

El jóven Lecarde agachó la cabeza.

- No quería contarte esto… no deseaba que lo supieras.

- ¿¡Por qué!?

No hubo respuesta.

- François ¡Date la vuelta y mírame a los ojos!

Pese al tono de su voz, era más un ruego que una orden.

- Voy a por la toalla…

- ¡¡François!!

Finalmente obedeció, y Elisabeth vio en los ojos de su marido a un François que desconocía.

Un niño perdido y acomplejado, de mirada triste y lágrimas nacientes.

Con un dolor inconmesurable que atenazaba su alma.

Dolor y vergüenza.

- ¡Oh, dios!

Algo la hizo reaccionar y abrazarlo de nuevo, abrazar a aquel niño perdido, consolarlo como él la consoló tiempo atrás.

- ¿De qué sirve amar a alguien si no compartes tu dolor? – lo regañó con dulzura, mientras le acariciaba el pelo - ¿No fue eso lo que me preguntaste hace un par de años? Estoy aquí, y lo sabes… deberías haberme hablado de ello…

Para su sorpresa, él se deshizo de su abrazo con suavidad y continuó hacia el baño, la aflicción en su rostro era aún mayor.

- No lo hubieras entendido – le dijo – ni te imaginas lo que es saber que… fuiste el motivo de una disputa que acabó así… a efectos prácticos fui yo quien mató a mi padre.

Elisabeth se quedó atónita ¿Qué no lo hubiera entendido? ¿Y qué? ¿Qué más daba? ¡No necesitaba entenderlo, sólo aliviarlo!

Se le hizo un nudo en la garganta.

En ese momento entró Loretta a la discusión, estaba tan consternada como la muchacha, y su mirada estaba cargada de reproche hacia su nieto.

- ¡Eso es totalmente falso, jovencito! ¡Tú no tienes la culpa de lo que sucedió!

François se detuvo de nuevo.

- ¿¡Que no!? – se dio la vuelta bruscamente, exclamaba, pero evitaba gritar - ¿¡Crees que puedo pasar por alto que mi madre estaba cuerda hasta yo nací!? ¿¡Que mató a mi padre porque creía que quería quitarme de su lado!? ¡Miremos por donde miremos yo siempre estoy en medio!

- ¿Y… pretendes que yo comprenda todo eso?

Elise había vuelto a entrar en la discusión, sus ojos estaban cargados de lágrimas y su voz reflejaba la ira que recorría todo su cuerpo en aquel momento.

- ¿Qué..? Yo no pretendo que…

- ¡Como yo tampoco pretendía que comprendieras mis remordimientos! – estalló - ¡Ni quería que te pusieras en mi piel! ¡Y aún así te lo conté todo! ¡Y apenas nos conocíamos! ¡Sólo quería que alguien lo supiera! ¡Sólo quería desahogarme! ¡LO ÚNICO QUE QUERÍA ERA LLORAR! ¡Y LO HICE PORQUE ME FIABA DE TI!

- ¿Insinúas que no confío en ti? – preguntó éste, desconcertado.

- ¡A LA VISTA DE LOS HECHOS, ESTÁ CLARO QUE SÍ!

René despertó con el último grito de Elisabeth, su padre corrió a cogerlo y consolarlo, y cuando por fin consiguió calmarlo volvió a hablar a su esposa.

- ¿Crees que me siento cómodo no contándotelo? Tengo mis motivos para no haberlo hecho.

- ¡Ah! ¿Sí? ¿¡Y cuales son si puede saberse!?

François dudó unos instantes antes de continuar.

- ¿Me hubieras seguido amando si te lo hubiera contado?

El enfado de su esposa de disipó por completo.

- ¿¡Qué!? ¿A qué viene eso?

El Lecarde agachó la cabeza.

- Fui objeto de una disputa que acabó con la vida de mi padre, y acabé con la cordura que tenía mi propia madre… traje la desgracia a mi familia, Elise… me siento maldito…

- ¿¡Qué!? ¡¡¡No!!! – exclamó ella enseguida - ¿¡Qué más da lo que sucediera cuando naciste!? ¡Somos felices ahora! ¿O no es así?

François sonrió levemente mientras miraba a su hijo, después la miró a ella con ternura.

- Si – concluyó – soy más feliz de lo que hubiera deseado jamás.

- ¡Entonces olvídalo y ya está!

- ¿No te importa? – preguntó él tras un par de segundos de silencio.

- ¡No!

- ¿De verdad?

- ¿¡Te importó a ti lo mío!? ¿¡Me odias por ello!?

- ¡En absoluto!

- Pues entonces – se dirigió a él a paso ligero, las lágrimas nacidas en sus ojos aún le recorrían las mejillas – que le jodan a todo lo demás.

Súbitamente lo abrazó y besó, mientras unía uno de sus brazos a los de él para sujetar a su hijo.

- Perdóname por no habértelo contado – se disculpó él, al separar sus labios.

- Todos cometemos errores – lo disculpó, sonriente – no hay nada que perdonar.

Prelude of Twilight

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