Publicado: 14:35 29/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Herd of Wolves
- Perdona… has dicho que nos hemos metido en ¿¡donde!? Erik tragó saliva mientras contemplaba a su alrededor como, por las callejuelas y las cornisas de los edificios, aparecían formas robustas y peludas, además, los gruñidos y el olor a bestia salvaje empezaban a inundar el lugar. - ¿Sabes? Empiezo a pensar en la posibilidad de que seas gafe – le espetó Simon. - Ya, ya… últimamente yo también tengo esa sensación. Los dos hermanos se colocaron espalda con espalda sin quitar la vista de los edificios, entonces, a Erik se le ocurrió una idea que, en otras ocasiones, le había funcionado. - Voy a intentar parlamentar con ellos – propuso. - ¡Ya! ¿Quieres que vaya a por el té y las pastitas? – Replicó su hermano menor con sorna – Puede ser una charla interesante… creo que los gruñidos será el próximo idioma oficial del parlamento Europeo. Sin escucharlo, Erik tomó aire y empezó a hablar con voz alta, dirigiéndose a todos los presentes. - ¡Escuchad! – Exclamó - ¡No somos de ésta ciudad! ¡Nos hemos confundido de camino y hemos acabado aquí por error! ¡Si nos permitís pasar sin atacarnos nos haríais un gran favor! Se produjo el silencio, ambos permanecieron paralizados esperando una respuesta que llegó en forma de decenas de ensordecedores aullidos. - E… eso no suena demasiado bien – opinó el menor. - No… más bien no. Varias de las formas peludas saltaron de los edificios para caer delante de ellos, rodeándolos; entonces pudieron observarlos bien, tenían un cuerpo humano sobre desarrollado, excesivamente cargado de espaldas, cubierto de pelo medio y gris, sus cabezas eran las de un lobo de morro afilado, y les gruñían mostrando los dientes. Parecían dispuestos a despedazarlos. - Parece que vamos a tener que luchar – resolvió Simon. - ¡No seas loco! – le respondió Erik. El hermano mayor desenvainó entonces su salamander y la clavó en el suelo, quedando instantáneamente protegidos por una emergente columna llameante que hizo a los licántropos retroceder asustados. - ¿Crees que no tenemos posibilidades? – preguntó con curiosidad el muchacho. - ¿Tienes idea de la fuerza que tiene un Hombre Lobo común? – cuestionó el pelirrojo en respuesta. Simon negó con la cabeza. - Un hombre lobo – continuó – tiene la fuerza física de más de 30 hombres, la resistencia y la agilidad de un cánido salvaje y su piel es durísima… y ya no hablemos de la presión que son capaces de ejercer con sus mandíbulas. - O sea… - En mi estado normal puedo encargarme de dos o tres a lo sumo – concluyó – pero tal y como me ha dejado Claire, será un milagro si puedo derrotar a uno o dos. No era ninguna broma o exageración, pese a que una batalla de aquellas características no le habría agotado apenas, tras iniciar el combate armado contra la muchacha y haber empezado a recibir heridas su estado había empeorado y se sentía exhausto, para más INRI, sentía sus piernas ateridas por la congelación. - Ya ¿Algún plan? Erik bajó la cabeza y pensó por unos instantes, delante de ellos la calle se bifurcaba rodeando otro edificio y si sus cálculos no fallaban era tras esa construcción tras la que terminaba el territorio de las criaturas. Era allí donde debían llegar para salir de aquella trampa. - Correr – respondió tras unos segundos de reflexión. - ¿Correr? - Tenemos que superar el edificio de enfrente ¿entiendes? - Si, claro, pero… - Apenas levante mi espada – indicó – el escudo de fuego desaparecerá, en ese momento tenemos que salir cagando leches ¿estamos? Simon asintió nerviosamente. - ¡Pues vamos! Erik desclavó la salamander, haciendo desaparecer la columna llameante, con alivio observaron por un segundo que los licántropos habían abierto ligeramente el cerco, lo que aprovecharon para arrancar a correr, superándolos, pero comprobando – Simon, ligeramente horrorizado – que empezaban a salir criaturas por todas partes intentando cerrarles el paso. - ¡ABRETE PASO A HOSTIAS! – Indicó el pelirrojo a su hermano - ¡¡¡NO DEJES DE AVANZAR!!! Obedeciendo, Simon usaba sus puños para apartar a todo aquel que se le pusiera por delante, mientras Erik hacía lo propio con su espada hasta que, finalmente, llegaron a la bifurcación. - ¡IZQUIERDA! – le gritó el muchacho a su hermano mayor indicándole que tomaba esa dirección. Así, cada uno tomó un camino; Simon no encontró demasiada dificultad en principio hasta que un grupo de hombres lobo les cerró el paso, obligando al joven a usar una lighting ball para disolver la barrera, no sin llevarse un serio garrazo en el brazo derecho. Erik por su parte se vio obligado a echar el resto, usando sus piernas por encima de sus posibilidades actuales, maldijo su suerte al comprobar que la calle estaba cortada por una zanja – “¡Esta no es mi noche joder!” – que tuvo que saltar in extremis, usando a uno de los licántropos que le cerraban el paso como trampolín. Finalmente, ambos hermanos se reunieron en el otro extremo, y el pelirrojo no pudo evitar reparar en la laceración del brazo de su hermano. - ¡Está bien! – Le respondió éste quitándole hierro al asunto - ¡Es sólo una herida! - ¿De garra? - Si… Erik respiró aliviado, tras lo que dio una palmada en el hombro a su hermano y echaron a andar, deseando de regresar al hotel y descansar de una vez por todas. Pero apenas había dado un par de pasos cuando una enorme mole cayó delante suya, haciendo temblar el suelo y obligándolos a detenerse y retroceder. - Ay madre… - murmuró el pelirrojo. Asustados, observaron detenidamente al recién llegado; era otro hombre lobo, pero éste era una verdadera masa de músculos, con cicatrices distribuidas por todo el cuerpo y casi 2’20 metros de altura, los miraba amenazante. - ¡La hostia! – Exclamó Simon con un hilo de voz - ¿El jefe de la manada? Entonces la bestia emitió un sonoro rugido, aullando después, y los miró mientras gruñía. - Me… me temo que sí… No les dio tiempo a comentar nada más, inmediatamente el licántropo les lanzó un zarpazo que ambos esquivaron por poco, procediendo Simon a contraatacar con su Holy Punch y una patada – irremediablemente con salto – en el cuello que el monstruo apenas aparentó sentir, rechazando al chaval de un solo golpe. El hermano menor cayó de pie con dificultad sólo para ver cómo Erik se abalanzaba sobre la bestia, con la espada envainada, y le daba un puñetazo en el abdomen con todas sus fuerzas, a lo que el hombre lobo respondió intentando morderle, sin éxito, ya que el pelirrojo lo esquivó agachándose y contraatacando con un barrido que, sin embargo, no tuvo efecto alguno; la bestia se movió para agarrarlo pero Simon, oportunamente, lo hizo retroceder con una patada voladora. Erik ni siquiera tuvo tiempo de agradecer el detalle, la criatura se levantó y embistió al hermano menor con una carga de hombro para después agarrarlo de su brazo herido y estamparlo contra el suelo; el pelirrojo, al ver esto, acudió en su ayuda al momento blandiendo su salamander, golpeando en la cabeza al licántropo con la empuñadura e hiriéndolo en el pecho con la espada, para acto seguido intentar tumbarlo con su Dragon Fist. Mal movimiento sin duda, ya que éste le agarró del brazo y lo boleó, estampándolo contra la pared del edificio, tras lo cual corrió hacia él, lo cogió de la cabeza y lo golpeó contra la acera, se disponía a aplastarlo cuando algo sujetó su garra peluda y tiró de ella, obligándole a volverse. Era Simon, con su látigo, sangrando por la nariz, el brazo y una brecha que se le había abierto en la cabeza. El muchacho echó una rápida mirada al cuerpo inerte de su hermano mayor, que yacía inconsciente, y lo llamó sin resultados, tras lo que, sin soltar su presa, se lanzó a por la bestia, golpeándola repetidamente con pies y manos, sin embargo era evidente que no conseguiría resultado alguno de esa forma, por lo que tomó la decisión de cambiar de estrategia, atacando ésta vez con su látigo, que comprobó que dejaba unas marcas aparentemente dolorosas en el cuerpo del licántropo. Sonrió e intensificó su blanca aura hasta el punto de hacerla brillar sobre su cuerpo, ahora tenía una mínima idea de lo que debía hacer, y como, de modo que se abalanzó sobre la bestia, que a su vez, corriendo a cuatro patas, le embestía; Simon le lanzó una lighting ball antes de apartarse y la golpeó con su látigo, cuyo cuero ahora emitía un brillo blanco fulgurante, el monstruo gimió de dolor ante los golpes y se volteó, intentando coger al muchacho por la cabeza, sin embargo éste se apartó con rápidez, por lo que su garra simplemente se hundió en el asfalto, y volvió a restallar su arma dos veces más. Pero ésta vez el licántropo no se quejó, si no que lo encaró y lo golpeó, tumbándolo, tras lo que saltó sobre el joven que, al verse atrapado, invocó una cruz defensiva y se escabulló dando una voltereta hacia atrás. El látigo no parecía afectarle casi nada, o tal vez, simplemente, le faltaba la habilidad suficiente para extraer su poder. Entonces recordó que los hombres lobos que los rodearon minutos atrás se asustaron por la columna de fuego que su hermano invocó… Sí, eso haría, lo obligaría a huir. De modo que, rezando para que saliera bien, intensificó aún más su aura, el objetivo era invocar uno de los poderes latentes en su cuerpo y que pasaba de generación en generación por todos y cada uno de los Belmont. El mismo que su hermano dominaba, el fuego de la purificación. Rápidamente, hizo llegar su aura hasta un punto superior, lo que hizo que su cuerpo se doblara por la presión a la que comenzaba a someterlo, entonces tensó todos sus músculos, se irguió con los dientes apretados y su aura se tornó rojiza, al tiempo que su piel expelía una pequeña llamarada. Miró sus manos sorprendido, se sentía distinto, su sangre ardía, su corazón y su cerebro latían de forma ensordecedora; incluso todo lo que veía parecía diferente a sus ojos. Miró al hombre lobo, que aún se recuperaba de la impresión de haber recibido en su rostro la luminosa cruz defensiva y, con curiosidad, restalló su látigo, que provocó una pequeña explosión en el suelo al golpear y reposaba ahora envuelto en llamas. La bestia, que vio aquello, aulló y le atacó, sin embargo retrocedió cuando el muchacho contraatacó con su arma. Funcionaba. Simon decidió entonces mantenerlo a raya hasta que se cansara y se marchara, pero no tardó mucho en comprobar que algo iba mal, la criatura no sólo no retrocedía si no que cada vez estaba más cerca. Viendo que su plan no obtenía el más mínimo resultado no tuvo más remedio que recurrir a la alternativa: Atacar. Rápidamente lanzó un latigazo al licántropo, dejándole una quemadura en el hombro, éste se quejó y, en respuesta, contraatacó con un zarpazo que el muchacho esquivó sin problemas – su capacidad sensorial había aumentado, así como sus reflejos – contestando con un potente puñetazo. No pudo evitar sorprenderse de sí mismo cuando vio que el golpe, que en principio había lanzado con la misma intensidad que cualquiera de los impactos de su holy punch, hizo retroceder al hombre lobo. Se miró el puño sorprendido, con una ilusionada sonrisa en la cara, cuando la enorme mano peluda de la bestia lo agarró y lo proyectó hacia donde su hermano había caído. El joven se estabilizó y cayó de pie, maldiciéndose por haber hecho el gilipollas de esa forma, alzando la vista para encontrarse con el monstruo abalanzándose sobre él, inmediatamente se preparó para contestar de un latigazo, pero su cuerpo, agarrotado, no respondió. Apretó los dientes intentando mover si quiera el brazo derecho, en el que empuñaba su látigo, mientras la bestia saltaba hacia él, con las fauces abiertas; viendo su cadáver despedazado por una horda de lobos salvajes, hizo un esfuerzo y logró moverse en el último momento, atrapando las mandíbulas de su salvaje adversario con las manos, y aprovechando la fuerza extra recién adquirida para tratar de mantenerlo a raya. Sin embargo era imposible, aquella bestia era mucho más fuerte que 30 hombres y poco a poco se acercaba más a su cabeza, la cual cabía entera en aquella enorme y dentada boca; intentó empujar, pero pese a obligarle a retroceder unos milímetros el resultado acababa siendo el mismo. Permanecieron así cerca de un minuto, y ya se estaba agotando cuando un calambre hizo fallar su brazo herido, el derecho. Entonces cedió irremisiblemente, y se vio muerto cuando un impacto tremendo sonó entre él y el licántropo, e hizo detenerse a la criatura. Entre ambos se encontraba Erik, con el rostro ensangrentado y acuclillado, hundiendo su puño con firmeza en el vientre de la bestia, que retrocedió doblada, gimiendo de dolor. - ¿Estás bien? – le preguntó con voz severa el pelirrojo. - Mas o menos… - Simon no pudo evitar sonreír, aliviado tanto por haber sido salvado como por ver a su hermano vivito y coleando. - No ha sido mala idea lo del fuego – le espetó Erik de repente – pero nunca olvides que los hombres lobo son medio humanos, y que el más humano es siempre el jefe, ya que domina los miedos de los lobos. - Ya, aún así – respondió el joven masajeándose el brazo paralizado – tenía que intentarlo… - de repente se dio cuenta de algo que fallaba - ¿¡Cómo sabes tú lo del fuego!? El pelirrojo sonrió. - No llegué a perder la consciencia, pero decidí observarte a ver qué tal lo hacías. Mientras hablaban, el licántropo se recuperaba del golpe y cuando estuvo bien del todo los volvió a encarar, ambos hermanos se pusieron en guardia, pero la criatura no les embistió, si no que para su sorpresa echó a correr hacia los edificios. - ¡Huye! – exclamó Simon aliviado. - No… ¡Vamos! Erik echó a correr seguido de su hermano, y ambos vieron como el hombre lobo empezaba a subir ágilmente por el edificio de la derecha aprovechando toldos y balcones. - ¡Sigámoslo! – Ordenó el pelirrojo – ¡tú por el de la izquierda y yo por el de la derecha! ¡Tenemos que acorralarlo! Simon asintió y, forzando al máximo su cuerpo ya resentido por la potenciación, empezó a subir tan rápido como pudo, lo mismo hizo Erik, herido; ambos intentaban igualar la agilidad natural de un animal. Tras una intensa y agotadora escalada por edificios de 9 plantas, los dos hermanos alcanzaron a la bestia arriba, Erik logró atraparla y proyectarla hacia arriba, al espacio entre las dos construcciones, de un golpe ascendente, entonces Simon, comprendiendo la estrategia de su hermano mayor, saltó hacia la criatura y la sujetó de un brazo, preparando el otro para golpearla, haciendo el pelirrojo lo propio, y mientras caían los hermanos, en conjunto, empezaron a golpearla con contundencia en el estómago, coincidiendo el impacto más fuerte con la llegada al suelo, que se agrietó y hundió por la potencia de los impactos unidos. Agotados, Simon y Erik se levantaron, dejando al hombre lobo en el suelo, con el morro abierto y la lengua ligeramente sacada. - ¿Está…? El mayor negó con la cabeza - No, sólo lo hemos dejado inconsciente, pero lo hemos vencido… - Ya podemos ir saliendo de aquí ¿no? - ¡Bingo! Tras ésta pequeña charla continuaron andando hasta alcanzar la rambla de Barcelona, desde donde se orientaron para dirigirse al hotel, deseosos más que nunca de tumbarse en la cama y dormir hasta las tantas. - Por cierto, no te lo había dicho, pero… - intervino de repente Erik, rompiendo el pesado silencio – me has impresionado. Simon sonrió. - Formaba parte del entrenamiento – explicó. - ¿Dominar el fuego? - No, pero sí llevar el aura hasta el punto límite, el fuego purificador lo aprendí observándote. Erik sonrió a su vez. - Cuando vea que estás preparado… te enseñaré a dominar el verdadero poder oculto de los Belmont. Después volvieron a guardar silencio, pensando en llegar y hablar con los Fernández sobre la cruz, llegaron lentamente al hotel y arribaron al piso donde se encontraban sus habitaciones en el ascensor para, al salir, encontrar algo que de ninguna manera hubieran esperado. Luis se encontraba en el pasillo, blanco como el papel, y detrás suya Adela llevaba a hombros a un Juan José Fernández más muerto que vivo, cubierto de sangre con la que manchaba también a su esposa y de supurantes heridas de horrible aspecto. Publicado: 13:06 27/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki : Delirios y Cabreos Pikmin
Una de las armas que utilizaba Telefónica en su momento para publicitar imagenio era su posibilidad de navegar en la TV gracias a su uso del ADSL, algo atractivo en teoría...
Fácil y rápido decían, como en tu ordenador pero en la pantalla el televisor decían... LOS COJONES En mi vida he visto nada más lento, arcaico y engorroso, la flechita es más lenta que el caballo del malo, la escritura tipo móvil (mal ajustado el tempo de las teclas además) exasperante, el teclado en pantalla ridículo y la navegación leeeeeeeeeeeeeeenta. Lo mejor de lo mejor es que su página de inicio, terra, ni siquiera es 100% compatible con el navegador: Los botones se desajustan y es imposible hacer una búsqueda. Ah, y no intenteis entrar a los foros desde la página principal de Vandal, imposible, en enlace no lo coge (todos menos ese, tócate los huevos), para ello tendreis que tomar un atajillo por los blogs y pinchar en el enlace "foros" desde uno e ellos. Todo ésto, teniendo en cuenta que primero tenía que entrar en www.vandal.net (6 minutos luchando contra la escritura de móvil deficientemente implementada), pinchar en el enlace "blogs" (3 minutos para desplazar la pantalla arriba y a la derecha), entrar en un blog (3 minutos tirando la flechita hacia abajo) y luego pinchar en el enlace "foros" de éste (1 minutejo más o menos). ¡14 minutos para hacer algo que en mi Wii no me cuesta ni 30 segundos! También me quiero cagar en la madre del responsable de que el navegador no muestre el ancho completo de la página, lo cual hace que para verla entera tengas que mover la flechita de un lado a otro rezando para no dormirte mientras lo haces. Lo que tengais imagenio probad el navegador de los coj****, luego me decís que os parece el de Wii. Publicado: 14:54 24/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Communication
- ¿¡Pero qué haces aquí!? ¡Deberías estar durmiendo! Si bien estaba aliviado por no tener que continuar con aquel combate cuyo resultado apuntaba a ser más bien incierto, Erik no podía evitar estar disgustado con su hermano por haberlos interrumpido. - Yo iba a preguntarte justo eso mismo – le respondió Simon, molesto por la reacción de su hermano mayor - ¡Anda que menudo recibimiento! El pelirrojo acompasó su respiración y, después de dar un sonoro suspiro, se relajó. No había sido una bienvenida amable, desde luego. - Lo sieeeeeeento – se disculpó - ¿Cómo demonios me has localizado? Simon empezó a rodearle, mirándolo de arriba abajo; lo cierto es que no presentaba un aspecto muy disimulable: su ropa estaba llena de cortes por todas partes, algunas de sus heridas sangraban y la palma de su mano izquierda estaba visiblemente quemada. - Fui a tu habitación para preguntarte algo y vi que no estabas – explicó el muchacho mientras lo observaba con atención – después sentí dos auras chocando, de las cuales reconocí la tuya, y las seguí – se mantuvo en silencio hasta que se colocó frente a su hermano mayor – la otra debe ser de quien te ha hecho esto. Entonces Erik pudo ver bien a Simon, vestía la ropa que había llevado durante todo el día – salvo el molesto y agobiante chaleco - , llevaba puesto un cinturón del cual colgaba el látigo que horas antes había recibido de sus propias manos y de su cuello pendía, por fuera de la camisa, la cruz cuya gemela regaló a Alicia y que, según supuso, no se había quitado desde que se vistió para emprender el viaje. - Más o menos, si… esto me lo ha hecho la otra persona. - ¿Y quién era? – Curioseó – tiene que ser la hostia para haberte dejado así. Sin contestarle, Erik concentró una gran cantidad de energía en sus piernas, que expulsó en forma de un intenso calor, derritiendo así la trampa de hielo que Claire usó contra él; cuando al fin estuvo libre, miró directamente a los ojos a su hermano menor. - ¿Puedo contártelo? – le preguntó sin rodeos. - Tú sabrás – replicó él – la boca la tienes para algo. - ¡No, joder! me refiero a si se lo contarás a Luis. Aquello hizo que el joven Belmont arqueara una ceja. - ¿Por qué no debería enterarse Luis? - ¿Puedo fiarme de ti sí o no? Simon, aún sin comprender nada, asintió resignado, con una sonrisa. - Venga va, seré una tumba. Erik sonrió a su vez. - Bien… vamos al hotel, te lo explicaré por el camino. Entonces, cuando bajaron a la calle y se orientaron para salir del casco antiguo, el pelirrojo empezó a explicar a su hermano todo lo sucedido: cómo había vislumbrado la extraña figura, cómo la había seguido y descubierto, cómo mantuvo con Claire una lucha terriblemente igualada y cómo la dejó escapar al ver que se acercaba una tercera persona. - ¿Entiendes por qué no quiero que Luis se entere? – Le preguntó al acabar – es muy estricto con éstos temas, si descubre que he dejado pasar la oportunidad perfecta para cumplir rápidamente esta misión me cae la de dios. Simon se llevó la mano a la barbilla, pensativo; comprendía a la perfección a su hermano ya que conocía la inflexibilidad del Fernández no sólo con las misiones, si no con todo aquello que tuviera que ver con lo profesional – y aquello, les gustase o no, era profesional -, sin embargo, no terminaba de entender cómo Erik, famoso por su eficiencia, había cometido una falta como esa. - ¿Y cómo has dado lugar a esto? – le preguntó con curiosidad. El pelirrojo suspiró. - Francamente, ni yo mismo lo sé, esa chica tenía algo que… no sé… - ¡Ah, pillín, pillín! – Se burló el muchacho – te has quedado coladito ¿eeeeeeh? Erik le respondió con un tirón de orejas. - ¡No seas burro! – Contestó - ¿Cómo reaccionarías tú ante alguien que no intenta atacarte? Simon lo miró, confuso. - ¿Cómo…? Pero… oye… ¿No era esa chica una asesina? El hermano mayor asintió. - Si, y eso es lo que más me confunde de todo… sólo la hermandad ya ha enviado detrás suya a catorce cazadores, incluyéndome a mí… y ya ves, todos vivitos y coleando. Erik bajó la cabeza, sumiéndose en sus propios pensamientos, incapaz de quitarse encima aquella mirada temerosa, aquellos ojos que no manifestaban el más mínimo deseo de hacer daño a nadie. - No tiene sentido – resolvió Simon – Si ya ha matado a mucha gente ¿Qué más dan unos cuantos más? La condena no se la quita nadie, y… - …para lo que le queda en el convento, que se cague dentro – concluyó la frase el mayor – yo pienso lo mismo que tú, y por eso creo que aún no debo hacer nada, quiero recopilar información y esperar un poco más, hasta que esté seguro de si debo cumplir la misión o no. Ambos guardaron silencio y se hundieron en sus pensamientos, Simon mirando al cielo y Erik al suelo, concentrado. En ese momento, tras unos cinco minutos de lenta caminata, el pelirrojo alzó la cabeza y miró a su hermano, apercibiéndose de que tenía un semblante triste y preocupado. Además, parecía algo desorientado. - Oye… ¿Qué querías consultarme? – le preguntó, sacándolo de su ensoñamiento. Esperaba que el muchacho diera un respingo y le contestara con un despistado “¿Eh? ¡Ah, si! Se trataba de…”, pero por contra, lo que hizo fue bajar la cabeza apesumbrado y empuñar su colgante. - Se trata de la cruz – respondió con voz queda. - ¿La cruz? El muchacho asintió. - Quería saber… qué hay de cierto en la leyenda que me contaste sobre ella. Erik se detuvo al oír eso, mirándolo extrañado; la leyenda de las cruces gemelas decía que, si te quedabas con una y le entregabas la otra al ser amado, estaríais siempre juntos, fuera cual fuera la distancia que os separara, hasta el punto de que seríais capaces de sentiros. Pero nadie había sido capaz de confirmarla, y las parejas portadoras que habían basado su amor en dicha leyenda habían acabado en tragedia. Él sabía que Simon nunca se interesaba por esas leyendas, a las que tachaba de supercherías – irónico teniendo en cuenta el mundo al que ambos pertenecían – por lo que aquello era inusual. De hecho, el estado en el que su hermano menor se encontraba ya era, de por sí, bastante inusual. - ¿Qué es lo que ha pasado? – le preguntó expectante. Simon guardó un largo silencio y, con la cruz en la mano, empezó a contar lo sucedido. Sencillamente, después de acostarse y dar unas cuantas vueltas en la cama, se tumbó boca arriba para coger el sueño, estaba emocionado no sólo por la idea del viaje y por las nuevas experiencias, si no que además tenía consigo un arma que sus padres habían confeccionado para él. No es que fuera feliz – algo imposible dada la situación – pero sí que estaba contento. Estaba cerrando ya los ojos cuando, en medio de toda tranquilidad, un inmenso sentimiento de pesar le inundó. Era la pena más grande que había sentido jamás, una congoja terrible que lo hizo llorar incluso. Sin embargo, aquel no era su sentimiento. Sonaba estúpido pero así era, él no sentía aquello, pero sin embargo lo estaba viviendo; luchó por calmarse mientras buscaba una explicación a aquel fenómeno, un origen, pero aquello era tan grande que lo agobiaba. Entonces, una voz resonó en su mente y en su corazón. Era tenue, sorda, como si la oyera a través de un teléfono estropeado, pero sin embargo la habría reconocido entre cientos de miles de voces nítidas y fuertes. Era la voz de Alicia. La joven lloraba desconsolada, llamando a su padre, a su madre, a Luis, a Erik… y a él. Les pedía auxilio a todos y cada uno de ellos, desde dios sabe donde, asfixiada por el miedo y la soledad. Entonces él quiso contestar, lo intentó con la mente, con el corazón, con la palabra, a viva voz incluso, pero ella no parecía oírle. Trató por todos los medios de responder a aquella desesperada llamada hasta que la voz se desvaneció junto con aquella asfixiante tristeza; fue entonces cuando decidió hablar con él, pero no estaba. Durante todo ese rato sólo había habido una constante: La cruz emitía un resplandor tenue, casi imperceptible Cuando terminó el relato le temblaba el labio inferior y tímidas lágrimas corrían por sus mejillas, Erik por parte lo miraba con la boca abierta, altamente impresionado. ¡Funcionaban! ¡Las cruces gemelas funcionaban! Y Alicia, tal vez accidentalmente, había descubierto cómo. Una sensación de repentino frenesí recorrió el cuerpo del hermano mayor, que sonrió ampliamente. - ¡Tenemos que volver al hotel! ¡Y tenemos que volver YA! – le dijo a Simon - ¿Qué? Pero… Antes de que terminara de hablar, Erik le cogió la mano y echó a correr, arrastrándolo consigo, increíblemente contento. Luis debía saber aquello… no, no sólo Luis, también Juanjo y Adela. - ¡Eh! ¡EH! – Gritaba el hermano menor, que a duras penas podía seguirlo - ¡Frena un poco! ¿¡A qué viene esto!? - ¡La leyenda es cierta Simon! – contestó el pelirrojo, eufórico, sin detenerse – ¡acabas de demostrármelo! - ¿¡Qué!? ¡Pero oye! Simon no alcanzaba a comprender la recién iniciada euforia de su hermano, pero debía ser algo bueno, ya que pocas cosas le ponían en ese estado, muy pocas. - ¿¡No lo entiendes!? – Le preguntó - ¡Gracias a esa cruz podremos saber dónde está Alicia! - ¡No me entero una mierda! – Gritó el menor, harto - ¡EXPLÍCATE! Erik se detuvo, se dio la vuelta y lo agarró de los hombros con fuerza, sonriendo. - ¡La leyenda era cierta, joder! – Exclamó – ¡los amados estarán siempre juntos! ¡Podrán sentirse el uno al otro! ¡No existirán distancias entre los dos! El muchacho sonrió, empezaba a comprender… - ¡De alguna forma – continuó el mayor – Alicia ha conseguido entrar en contacto contigo! ¡Te ha transmitido sus palabras y sus sentimientos! ¡Y ha sido gracias a – cogió la cruz y la elevó a la altura del rostro de Simon – ésta reliquia! - Luego, si yo… - ¡Si logras averiguar cómo usarla y la dominas, podremos entrar en contacto con ella! La sonrisa del joven se acentuó, la euforia se apoderaba también, poco a poco, de su cuerpo. - ¡Y podremos encontrarla! – concluyó él finalmente. - ¡SI! ¡Por eso tenemos que volver al hotel! ¡Juanjo y Adela deben saber algo sobre cómo hacerlo! - ¡PUES VAMOS! Se disponían a echar a correr cuando algo los interrumpió, un sonido como si de un gruñido de perro se trataran, ambos se quedaron congelados y miraron alrededor con cautela, entonces Erik se dio cuenta de algo. No conocía aquella calle. Cegado por la alegría, se había limitado a correr sin más, habían salido del casco histórico, sí. ¿Pero para ir a parar a donde? Al tiempo que oían más gruñidos, Simon detectaba más y más presencias, demasiadas como para darles un número concreto; para colmo, un intenso olor a bestia salvaje inundaba el lugar, y en las cornisas de los edificios, así como por las callejuelas, empezaban a distinguirse formas peludas humanoides. - La he cagado – comentó Erik. Simon soltó una risita sarcástica mientras echaba la mano derecha a la empuñadura de su látigo. - No jodas ¿En serio? Un potente y agudo aullido los paralizó a ambos, estremeciendo incluso el asfalto. - Su puta madre... - ¿Y Bien...? - Me parece que... nos hemos metido en el territorio de los hombres lobo. Publicado: 23:11 19/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Moonlit Wilderness
Erik hizo un ovillo con la tela y se dio la vuelta triunfante, frente a él se encontraba, mirándole desafiante, una chica más o menos de su altura, con una abundante y voluminosa melena rubia que le caía hasta mitad de la espalda cuyo flequillo, en una graciosa curvatura, caía sobre el lado izquierdo de su cara, tapándolo parcialmente; sus ojos, de un extraño azul acuoso, eran grandes y redondeados; la nariz pequeña, los labios tímidamente gruesos y la tez pálida completaban un rostro joven y hermoso que no era otra cosa que una versión más perfilada el que aparecía retratado en la foto de hacía cuatro años. La muchacha podía presumir también de un cuerpo escultural, caderas anchas y pechos medianos resaltaban en una figura fina cubierta por una camiseta de tirantas negra de licra y unos pantalones vaqueros ajados y descoloridos sobre los que descansaban dos holgados cinturones cruzados que sujetaban sendas espadas, una a cada lado, a la altura justa como para ser empuñadas y desenvainadas en un solo movimiento; su piel pálida, brillante bajo la tenue luz de la luna por el sudor producto de haber luchado con aquella capa sobre sí bajo aquel asfixiante calor, completaban una visión espectacularmente bella. El joven pelirrojo, que no esperaba algo así, se quedó anonadado mirándola, con la boca ligeramente abierta, impresionado. - Vaya, felicidades – dijo la muchacha de repente, mesándose el cabello – eres el único de los catorce enviados de la hermandad que llega tan lejos. Ahora que no disimulaba la voz, se pudo distinguir que era bastante suave, si bien investida con un ligero toque de rudeza, tal vez por la situación en que se hallaban. Erik cerró la boca, cayendo en la cuenta de que debía tener cara de tonto. - ¿El primero? – Sonrió él – vaya, imaginaba que eran todos unos mantas, pero no hasta ese punto. Claire sonrió a su vez. - Eres mucho mejor que todos los cazadores, cazarrecompensas y agentes que me han azuzado, ahora ya conoces mi identidad así que dime ¿Quién eres? ¿O tengo que derrotarte para saberlo? - Me llamo Erik – contestó el chico – Erik Belmont. La joven se llevó la mano a la barbilla, mirándolo con interés. - Erik Belmont… ¿El Dragón Escarlata? – Sonrió – he oído hablar de ti… eres bastante famoso. - Por desgracia… – le lanzó el la tela a su rival, que la cogió al vuelo – de todas formas eso carece de relevancia ahora, ya sabes cual es mi objetivo… Claire tiró la capa al suelo y lo miró con una sonrisa orgullosa. - No te lo pienso poner fácil, y lo sabes ¿verdad? - Me decepcionaría – replicó él mientras adoptaba una postura de ataque con los puños cerrados – si fuera fácil… Para su sorpresa, su adversaria no varió su postura, simplemente se cruzó de brazos sin moverse de allí. - ¿Qué haces? – Le preguntó el pelirrojo, molesto - ¡no pienso atacar si no te pones en guardia! - Ni yo – respondió ella – si no te equipas tu arma. Erik arqueó una ceja, ya había olvidado su Salamander, que se encontraba dentro de la bolsa de deporte junto al brazalete de su antepasado Leon. - Me subestimas – le espetó – no la necesito para luchar. - En todo caso – replicó ella ofendida – eres tú quien me subestima… tengo dos espadas ¿no lo ves? – Dijo mientras las agarraba por las empuñaduras – tus manos no van a bastar para derrotarme, ni mucho menos. Viendo que no tenía elección, el muchacho se dirigió a la bolsa, tirada unos metros detrás suya, la abrió, sacó su espada y su doble cinturón y se lo ajustó. - ¿No te colocas lo otro? - Si lo hiciera – respondió él – te llevaría ventaja, no me gustan los combates trucados. - ¿Sabías que esa actitud – preguntó la muchacha en tono impertinente – podría costarte la vida? - Una sola navaja puede bastar para detener dos espadas – tiró la bolsa cerrada al suelo y se dio la vuelta – pero ni cien espadas romperían ese brazalete – se dio la vuelta, encarándola – créeme, mis puños y mi salamander bastarán para vencerte. Claire se encogió de hombros. - As you wish… - se ladeó, flexionando ligeramente las rodillas - Go! La joven embistió a Erik a gran velocidad y lo golpeó con un puñetazo en el estómago apenas estuvo a su altura, éste tensó el abdomen y aguantó el impacto, rechazándola con un empujón en los hombros con ambas manos y, recogiendo todos los dedos de la mano, un zarpazo en la cara que ella esquivó agachándose, golpeándole en el plexo solar con ambas manos, lo que hizo retroceder unos pasos al pelirrojo, si bien el golpe no había sido lo suficientemente fuerte como para cortarle la respiración. Estaba sorprendido, no sólo era rápida si no que sus reflejos eran excelentes. - ¡Bravo! – La aclamó mientras se frotaba la parte baja del tórax - ¡buen comienzo! Empiezo a discernir por qué te llaman “genio” - Si eso es cierto – le espetó ella con una sonrisa – siempre puedes abandonar el combate y largarte ahora que sigues entero. El gesto del pelirrojo se endureció. - Un Belmont nunca huye – se limitó a contestar. Clavó su mirada en la de Claire, conectando con aquellos ojos acuosos, y empezó a preparar su posición de combate, con un brazo hacia delante, relajadamente extendido, y el otro recogido hacia atrás, tenso, con el nudillo del dedo corazón sobresaliendo, también había flexionado levemente las piernas, con el pie izquierdo atrasado y ligeramente levantado, preparado para empezar a moverse. Ella sonrió confiada y, sosteniendo la mirada turquesa de su adversario, se preparó también, juntando ambos pies y flexionando las rodillas, arqueó ligeramente la espalda y adelantó el antebrazo derecho, situándolo delante de su torso, con todos los dedos de la mano tensos, mientras que el brazo izquierdo permanecía atrás, con la mano relajada palma arriba. Erik tomó la iniciativa ésta vez, lanzando su brazo izquierdo en un directo, Claire le esquivó con un ligero movimiento de cuello y, separando las piernas para mantener el equilibrio, atacó extendiendo el brazo derecho antes de que él terminara de recoger su golpe, pero para sorpresa de ella el pelirrojo logró evitarla sin mucha dificultad y contraatacó con un cabezazo que encadenó con una palmetada de su brazo derecho y un directo de izquierda, con el nudillo corazón sobresaliente, acabando con un golpe seco que no llegó a impactar, ya que su adversaria le agarró el brazo derecho atacante y le propinó un fuerte rodillazo, lo que obligó a Erik a retirar el brazo, dolorido, y responder con un golpe circular en la cara, impactando con el dorso de su puño en la mejilla de la muchacha. Ambos retrocedieron de un salto, ella adoptó entonces una posición diferente, ladeada, con el brazo izquierdo alzado delante suya y el derecho detrás, con el codo flexionado a la altura de la cintura, protegiéndose el estómago, en ambas manos había recogido el dedo pulgar y mantenía los otros cuatro juntos, aparentando ser una hoja de espada. Era la posición Tegatana, básica pero poderosa en manos expertas. Él por su parte se colocó frontalmente, adelantando ambos brazos, levemente flexionados y con poco espacio entre sí, las manos relajadas, las piernas separadas y apuntaladas y respiración suave. El dragón en Kenpo Karate, una de sus especialidades. Tras unos segundos, Claire se abalanzó sobre él, Erik se adelantó un paso, lanzando una de sus manos, obligándola a detenerse, tras lo cual ella atacó en arco con su mano adelantada y el muchacho separó los brazos, pretendiendo cerrarlos después y atraparla sin llegar a conseguirlo, ya que ésta atacaba asombrosamente rápido; ella enlazó su fallido golpe con una “estocada” de su mano atrasada a nivel del abdomen, a lo que el Belmont respondió bajando rápidamente su mano derecha, deteniéndola de un manotazo, y la golpeó tres veces en el pecho, una encima de cada seno y otra entre ellos, contraatacando la muchacha con un puñetazo corto, un codazo y un intento de patada frontal, que él detuvo con su rodilla. Tras eso ambos lanzaron una palmetada, él con la izquierda y ella con la derecha, golpeándose en la cara y retrocediendo de nuevo. Volvieron a clavarse las miradas, sonriendo. Estaban entusiasmados por el combate. Entonces, en aquel momento, Erik cayó en la cuenta de algo; mirándola a los ojos, tuvo la misma sensación que le vino a la cabeza cuando Rose le encargó la misión. Por algún motivo, algo en su interior le decía que aquella joven no era una asesina. Apretó los dientes, si lo pensaba detenidamente, apenas tenía información suficiente como para llevar a cabo la misión y, ni mucho menos, para juzgarla. Todo aquello era una inoportuna casualidad. Entonces observó que ésta empuñaba la espada que le colgaba a la derecha, cuya empuñadura era de un inquietante color negro metálico, y relajaba el brazo izquierdo. - ¿Y si pasamos a asuntos más serios? – preguntó Claire mientras forzaba un poco el arma, desencajándola de la vaina. Erik tragó saliva. - ¿Quieres que nos enfrentemos a espada? – preguntó inquieto. - A este paso alguno de los dos iba a desenvainar tarde o temprano, así que… ¿Por qué no hacerlo de mutuo acuerdo? - De acuerdo – aceptó el pelirrojo echando mano de su Salamander – pero a derrota ¿vale? La joven guardó silencio durante unos segundos. - Ya veremos – contestó finalmente. Avanzaron lentamente el uno hacia el otro y cuando estuvieron a pocos pasos, ceremonialmente, desenvainaron; la espada de Erik encendió una tímida llama roja que permaneció envolviendo la hoja, y la de Claire brilló tímidamente con un antinatural color verde, ambos cruzaron sus espadas en un gesto solemne, siguiendo las normas de los duelos, escritas años ha, lo que agradó al Belmont. - Curiosa espada – comentó mientras separaban las hojas – no es común ¿verdad? ¿Cuál es su nombre? - No tiene – respondió ella – yo la llamo simplemente “No name”, es un viejo tesoro de mi clan. - Reliquia contra reliquia entonces – dedujo el pelirrojo empuñando con ambas manos, al igual que su rival, la espada – eso lo hará más interesante. Sin dejar de mirarse a los ojos, empezaron a moverse lateralmente uno frente al otro, en círculo, mientras esperaban el momento para atacar; en aquel momento la duda empezaba a aflorar en la mente de Erik, a quien había algo que no terminaba de cuadrarle en los ojos de aquella muchacha. Se hallaba inmerso en éstos pensamientos cuando ésta atacó con un fuerte tajo diagonal, el chico la rechazó con su propia espada y ella volvió a la carga con otro ataque en sentido contrario, a lo que él respondió de la misma manera, situando su espada en el punto justo para detener la de su contrincante. Sin embargo, era lo único que podía hacer, ya que Claire se había acercado demasiado y, a base de golpes rápidos, le impedía blandir su propia arma, por lo que no tuvo más remedio que dar un paso lateral, esquivando un peligroso tajo vertical de la muchacha, y retroceder otro paso, tras lo que tomó la iniciativa con una estocada dirigida al costado de su adversaria que ésta esquivó hábilmente, arqueando su espalda y dando un golpe ciego con su No Name a la Salamander de Erik, retirándola lo justo para volver a adaptar su posición y encararlo. Ambos se enzarzaron entonces en una escaramuza de ataques consecutivos que se rechazaban entre sí, aquello fue intencionado, ya que el pelirrojo decidió poner a prueba su corazonada, bajando su guardia y dejando al descubierto sus puntos vitales, pero Claire Simons actuaba como si de un espejo se tratara, repitiendo sus golpes para impactar contra su espada en lugar de atacar de forma independiente. Aquello era muy extraño, y más en alguien de la destreza de la muchacha, de modo que, tras un minuto sin moverse ninguno de los dos de su posición, Erik realizó un tajo ascendente de gran fuerza, desviando la espada de la muchacha y obligándola a retroceder un paso por precaución. Quería saber qué demonios pasaba allí. - ¿Por qué no me atacas? – preguntó súbitamente. - ¿Estás de coña? – Respondió ella - ¿Qué te crees? ¿Qué estoy jugando a los caballeros medievales o algo? - Te he dejado huecos defensivos a saco y no has aprovechado ninguno ¿Por qué? Claire tragó saliva. - Me preocupo más de detener tu espada, francamente. Erik frunció el ceño y la miró severamente. - ¿Pretendes que me crea que la genio del clan Simons es incapaz de moverse más rápido que mi espada y atacar ahí donde debe? Ella apretó los puños. - ¿Insinúas que soy una mal espadachina? - Visto lo visto… sí. Falso. Sencillamente no se quitaba de la cabeza el hecho de que todos sus demás perseguidores habían salido casi indemnes y a él, que aparentemente la estaba poniendo en apuros hasta el punto de obligarla a desenvainar, no parecía tener intención de neutralizarle. - Si vas a seguir en ese plan – continuó – será mejor que te rindas y vengas conmigo a la hermandad para que puedas ser juzgada. Aquello pareció hacerla reaccionar, la chica le embistió con celeridad, lanzando una estocada que Erik rechazó con dificultad, para después verse envuelto en un frenesí de tajos encadenados de los que se llevó más de una herida. - ¡NO PIENSO IR A NINGÚN LADO! – Gritó ella mientras atacaba - ¡NO VOY A PISAR LA HERMANDAD! ¡¡¡NO HE HECHO NADA!!! El pelirrojo se vio obligado a rechazarla de una patada para tener un momento de respiro, algunos de los cortes sangraban con relativa abundancia y, francamente, escocían. - Pues si no quieres venir conmigo – la desafió – no tienes ninguna opción, salvo matarme. La espada tembló en la mano de la joven, que volvió a acometer, con rabia; cada uno de sus tajos tenían una fuerza increíble, asombrosa hasta el punto de rivalizar con la de Erik, que se vio en una situación comprometida hasta que, finalmente, su espada salió volando, cayendo un par de metros a su derecha, y se vio indefenso antes la hoja del arma de la muchacha, que ahora se dirigía directa a atravesar su corazón. Apretó los dientes, había forzado la nota. Era el fin. Pero milagrosamente la No Name, cuya energía crepitaba menos de un segundo antes, se detuvo bruscamente, y no por un agente externo. La propia Claire había detenido su arma, y lo miraba a los ojos, jadeando furiosamente. Entonces él se dio cuenta de que en la mirada de la muchacha había miedo. No quería clavarle la espada, tenía miedo de matarle. Miedo de matar a un desconocido que podía acabar con su huída, con su historia y hasta con su vida. ¿Por qué una asesina no acababa con la vida de su posible ejecutor? Incapaz de comprenderlo, cogió fuertemente la hoja de la No Name con todas sus fuerzas. - Q… ¿¡Qué haces!? – preguntó ella alarmada. - ¡Por qué! - ¿¡Eh!? - ¿Por qué no me matas cuando te doy la oportunidad? Claire tiró con fuerza de la espada, la mano de Erik sangraba abundantemente. - ¡No digas gilipolleces y suelta la espada! – le ordenó ella. - ¿¡Por qué una asesina teme matar a un hombre!? - ¡¡No seas imbécil y suelta la espada!! Del interior del puño del muchacho salía un extraño humo, empezaba a oler a carne quemada. - ¿¡Por qué alguien que se supone que ha segado diez vidas se niega a acabar con una que amenaza la suya propia!? - ¡¡¡TE VAS A QUEDAR SIN MANO!!! ¡¡¡SUELTA!!! No se había apercibido de ello, Erik soltó la hoja – Claire, que tiraba con todas sus fuerzas de ella, salió despedida hacia atrás y no cayó de culo por poco – y miró su mano, ahora herida y quemada. No quería continuar con aquel combate. Con calma, se dirigió hacia su Salamander y la cogió, dubitativo, cuando, al levantar la vista, vio algo que le heló la sangre. Una figura. Alguien venía saltando por los tejados del casco antiguo, igual que ellos dos habían hecho antes en la persecución. No reconocía los movimientos, así que no podía ser Luis. Pero podía ser uno de los Belnades, que habría sentido la energía que ambos desprendieron en la virulencia del combate. Alarmado, envainó su Salamander e, impulsado por un temor que no podía justificar, se dirigió a su rival. - ¡Tienes que irte de aquí! – le sugirió de repente. Claire se quedó a cuadros. - ¿¡Qué!? - Viene alguien ¡Si decide ayudarme a derrotarte no tendrás oportunidad! - Si tu misión es capturarme ¿¡Por qué me dices que…!? - ¡¡¡Porque no quiero capturarte ahora!!! – respondió tajantemente. La muchacha lo miraba como si acabara de ver a un demonio transformarse en un dios o algo; lo cierto es que aquella respuesta le había salido del alma, sin saber muy bien por qué. - ¿Pero qué más da cuando me captures? Tienes una misión que cumplir ¿no? - Escucha, no… no puedo explicártelo ahora… tengo dudas… muchas dudas… no… - de repente la miró, con el rostro desencajado - ¿¡Por qué demonios me preguntas razones!? ¡Te estoy ofreciendo escaparte! ¡Vete ya y punto! ¡Eres tú quien corre peligro! Obedeciendo, aunque sin comprenderle demasiado bien, Claire se dirigió finalmente hacia el borde del terrado, con su capa a hombros. - Sabes que, haciendo esto, serás tú quien corra peligro – le dijo mientras miraba a la calle. - Me arriesgaré. - ¿Por unas simples dudas? – Preguntó ella – los cazadores deben dejar de un lado la ética cuando se trata de cumplir misiones, es algo que nos enseñan desde niños. - No se trata de una cuestión ética – desvió la vista hacia la sombra, que estaba bastante más cerca - ¡Vete ya! Ella sonrió levemente. - De acuerdo, pero antes… - apuntó con sus dedos índice y corazón a las piernas de Erik, que sintió cómo éstas se le congelaban poco a poco – por si es una trampa, ya sabes – se justificó. - No importa – la disculpó él. La joven hizo un amago de saltar, pero se detuvo y se dio la vuelta una vez más, mirándolo directamente a los ojos. - Por cierto… buen combate, espero – se volteó de nuevo, mirando otra vez a la calle – que lo terminemos algún día. Tras aquellas palabras, saltó hacia abajo, desapareciendo de su vista y a su espalda, un par de minutos después, una conocida voz le sobresaltó. - ¿Qué estaba pasando aquí? Alarmado, miró hacia atrás para encontrarse, a su espalda, a su hermano Simon, con cara de no tener ni idea de lo que sucedía. Publicado: 21:34 18/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Para aquellos que se lo estén imprimiendo
Publicado: 14:48 17/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Unknow Stranger
Erik abrió los ojos, en su cama, inquieto y sudoroso, harto de dar vueltas; a pesar de encontrarse lo suficientemente cansado como para dormirse casi al instante, era incapaz de conciliar el sueño, y estaba incluso más espabilado que hace unas horas. Si bien achacaba esto a la ya clásica situación de “me caigo de sueño pero no me duermo ni a tiros”, lo cierto es que estaba preocupado por su amigo y compañero, Luis, y no podía dejar de preguntarse cómo estaría en aquel momento. Tampoco, por alguna razón, conseguía quitarse de la cabeza el rostro de aquella muchacha, Claire Simons, que veía cada vez que cerraba los ojos; ligeramente exasperado, bufó y se levantó, dirigiéndose a la percha donde se hallaba colgada su ropa – se había quedado en calzoncillos para dormir – para coger la foto del bolsillo de su camisa y tumbarse para, de nuevo, contemplarla. Con curiosidad, miró el dorso de ésta, donde encontró escrita a bolígrafo una fecha, supuestamente del día en que esa foto se archivó, el 15 de Junio del 2006. No pudo evitar reírse para sus adentros, Rose era así de obsesivamente ordenada y metódica. Recuperando la seriedad, intentó volver a ordenar en su cabeza la (escasa) información que había recibido sobre la misión, pero el asfixiante calor le impedía pensar con claridad, de modo que se decantó por la única opción que se le antojaba apetecible en aquel momento: Ir a ver a Luis, así que dejó la foto en la mesita de noche, se puso los pantalones y salió rápidamente de su habitación para dirigirse a la puerta de la derecha. Tras tocar un par de veces y esperar un minuto, entró sin más, encontrando a su colega tirado en la cama, con la camisa desabrochada y mirando su móvil, con la pantalla aún encendida, sonriente. - Vaya horas para llamar ¿no? – comentó mientras se adentraba en la habitación. - Era Esther – respondió Luis con una tierna sonrisa – le preocupaba que la hubiera llamado todavía. Erik reparó en que tenía los ojos húmedos y enrojecidos. Había llorado, tal vez más que nunca en toda su vida. - Se lo he contado… – continuó – todo… - Necesitabas desahogarte ¿eh? - Es muy comprensiva, ha pasado media hora consolándome. Erik no pudo contener la sonrisa, a veces se preguntaba cómo sería tener una pareja con ese grado de complicidad. - ¿Necesitas algo? – preguntó Luis mientras se sentaba. El pelirrojo negó con la cabeza. - Nah, sólo me preguntaba si estabas bien. El Fernández se rió. - Mejor que hace un rato, fijo, aunque no tengo ni pizca de sueño. - Pues ya somos dos – admitió Erik. Súbitamente, Luis se levantó de la cama y se estiró hasta hacer crujir algunas de sus articulaciones, acto seguido se abrochó la camisa y se calzó los zapatos con calma. - Voy a dar una vuelta, a ver si me despejo – resolvió encaminándose hacia la puerta. Aquello alertó a Erik hasta el punto de cerrarle el paso, interponiéndose. - ¿Se puede saber qué haces? – preguntó el chico del pelo pajizo entre molesto e intrigado. - ¿A donde vas? - Pues me voy de putas, es que la voz de Esther me ha puesto cachondo y necesito desahogarme… - respondió con un más que evidente tono sarcástico - ¡Cago en diez, Erik! ¡Que tengo la cabeza como bombo! El Belmont no se apartó, desconfiado. - Oye – prosiguió Luis intentando convencerlo – en éste mismo momento lo único que me apetece es olvidar un poco este asunto y relajarme, nada más. Sin dejar de mirarlo a los ojos, Erik se apartó, dejándolo salir; cuando Luis cerró la puerta y ya se hubo alejado bastante, el pelirrojo le llamó la atención. - No hagas ninguna estupidez ¿Entendido? Luis, sin darse la vuelta, lo miró de reojo. - Tengo una hermana a la que traer de vuelta y una novia que me espera en casa – respondió con una sonrisa – y lo último que quiero es perder la oportunidad de ver sus caras una vez más. - Pues ya sabes lo que toca – le espetó Erik, sonriendo también. - Volveré en un rato – se despidió finalmente Luis – tú intenta dormir. El pelirrojo lo despidió con un gesto y se metió en su habitación mientras su colega desaparecía por las escaleras, cogió la foto y se asomó por la ventana mientras la miraba. Entonces tuvo una sensación extraña, había visto algo raro en la calle sin saber bien el qué, parpadeó un par de veces y escudriñó entre las mal iluminadas calles hasta ver lo último que esperaba encontrar en una de las calurosas noches veraniegas españolas. Una figura, cubierta con una especie de mantón, se escurría por entre la calles en completo silencio, como si fuera un fantasma. Rápidamente se puso su camisa negra, se calzó los zapatos y cogió la bolsa de deporte donde guardaba su Salamander y el brazalete de Leon Belmont para después salir corriendo del hotel por la escalera de incendios, que bajó a toda prisa, sin perder de vista la extraña figura, metiéndose en las calles tras ella. Decidió seguirla desde la distancia, escondiéndose entre la sombras mientras se preguntaba quién podía estar tan sumamente loco como para ponerse, en pleno verano español, a más de 30 grados por la noche, semejante atuendo. Callejearon un buen rato por zonas bien iluminadas, Erik reparó en sus movimientos, directos y ágiles, sinuosos, nada vacilantes. Aquella no era una persona cualquiera, desde luego. Continuaron hasta llegar a las estrechas calles del casco histórico, el laberíntico lugar que el muchacho había recorrido cientos de veces y conocía como la pala de su mano; confiado, aceleró el paso acercándose un poco más con el objetivo de, poco a poco, aproximarse hasta atraparlo. Esa era su idea, y era buena, sin duda, pero el antiguo empedrado de la zona y sus zapatos, junto con las prisas y la oscuridad, no hacían una buena combinación, lo cual comprobó cuando, tras diez minutos de silenciosa persecución, tropezó con un adoquín, profiriendo un sonoro “¡MIERDA!” que hizo que la figura encapuchada se detuviera, se diera la vuelta, mirándolo, y echara a correr. En aquel momento, Erik discernió, resaltando sobre la oscuridad, un mechó de pelo dorado. Reaccionando un poco tarde, el joven pelirrojo apretó a correr detrás de la figura, viendo cómo ésta alargaba más la distancia entre ambos hasta que dobló una esquina y él, al seguir el mismo camino, comprobó que había desaparecido. Sin rastro alguno. Pero tenía demasiada experiencia en estas situaciones como para no saber por donde iban los tiros. Aquella callejuela se encontraba entre las fachadas de dos edificios, limpias, sin ventanas, la escalada era imposible a simple vista, siempre y cuando fueras una persona normal, claro. Decidido, se colgó la bolsa al hombro y tanteó las paredes, eran sólidas, si bien la pintura estaba algo astrosa y se caía a pedazos, gracias a la escasa luz pudo contemplar en ambas paredes algunos desconchones, aparentemente recientes, y perfectamente alineados. - ¡Voilá la ruta de escape! – dijo para sí mismo con una sonrisa. Pego su espalda a la fachada de la izquierda para tomar carrerilla y se impulsó hacia la de la derecha, subiendo por ella rápidamente y rebotando entre una y otra hasta que, tras conseguir subir los dos pisos de ambas de ésta forma, tuvo que sujetare al tejado de la vivienda por la que había empezado a subir para no caerse, ya que había perdido todo el impulso, y se sentó en él con un movimiento ágil. De ésta guisa miró a su alrededor, todos los tejados eran planos, ideales para huir ya que la estrechez de las calles no exigían un gran esfuerzo saltando entre casa y casa, así mismo, no había demasiado espacio para esconderse y la ausencia de sombra hacía de la luz de la luna una fuente de iluminación ideal, sin embargo, el encapuchado podía haber tomado cualquier camino y, de todas formas, ya debía andar lejos. Aún así, la curiosidad le podía, y sabía que en el calzado del fugitivo debían quedar restos de la pintura desprendida de las paredes, por lo que se dispuso a buscar una huella, que debía estar en el tejado en el que él se encontraba o en el de enfrente que fue donde, de hecho, la localizó. Decidido a continuar con la persecución, se descolgó la bolsa del hombro, volviendo a cogerla con la mano, y echó a correr, iluminado por la luna menguante, teniendo que esquivar algunos tenderetes de ropa, antenas de televisión y algún que otro gato, hasta que vislumbró a la extraña figura, parada en uno de los terrados, de mayor superficie que los demás. Aceleró el paso hasta estar algo más cerca, estaba de cara a él, parecía esperarlo; entonces, cuando ambos se encontraban por fin en la misma superficie, el encapuchado se dio la vuelta, aparentemente dispuesto a continuar el juego del ratón y el gato, pero Erik, que se había hartado de correr, lo detuvo con un potente “¡UN MOMENTO!” La sombra se dio la vuelta de nuevo, parecía mirarlo fijamente, si bien sus ojos no se distinguían demasiado bien bajo la capucha. - ¿Quieres algo? – preguntó la figura. Hablaba español con un indeterminado acento extranjero, su voz sonaba extraña, disimulada, como la de un niño que jugaba a ser un hombre. - ¿Por qué huyes? – preguntó el pelirrojo, posicionándose. - Yo no huyo. - No mientas – le espetó él – si así fuera no te habría importado que te alcanzara. Analizó a la extraña figura con la mirada, la capucha que le cubría parecía ser de una tela bastante gruesa, como de saco, raída y descolorida, caía sobre todo su cuerpo cubriéndolo por completo, no dejando adivinar sus formas, al menos de frente. - ¿De qué o quien te escondes? – volvió a insistir - ¿Y qué te hace suponer que yo huyo o me escondo de alguien o algo? – preguntó la figura a modo de respuesta. - Te movías muy silenciosamente por las calles – replicó él – siempre buscabas los lugares con menos iluminación y has acabado por meterte en el mejor escondite de la ciudad, el casco antiguo, además – sonrió – sólo un loco o un fugitivo se pondría algo como eso – dijo en referencia a la capa – a más de 30 grados por la noche… es cuestión de lógica, nada más. Una sonrisa se dibujó bajo la capucha, la figura pareció apoyar sus manos sobre la cintura bajo la capa. - Interesante – juzgó con aquella extraña voz – pero no pienso decirte si todo eso es cierto o no, no es algo que te incumba. - En realidad sí – respondió Erik, tajante – sí que me incumbe… persigo a un fugitivo… un criminal, o mejor dicho… una criminal. Aquello era absurdo en realidad, puede que sencillamente estuviera ante un loco o un excéntrico, y si podía haber alguna posibilidad de que le revelara su identidad acababa de echarla por tierra. Y mientras, la figura seguía sonriendo. - Así que… una criminal – comentó el encapuchado – dime, eres un cazador ¿verdad? Un miembro de la hermandad. - ¿Has deducido eso viéndome correr? – cuestionó el pelirrojo con curiosidad. - No, sencillamente eres malísimo ocultando tu energía, además – alzó el brazo derecho por debajo de la capa, sin llegar a descubrirlo, señalando la bolsa de deporte que portaba el muchacho – tus armas tienen un aura potentísima, se nota de lejos. Erik sonrió ampliamente, aquello se ponía interesante. - ¡Puedes detectar auras! – comentó sorprendido – luego eres mentalista o cazador ¿Podría saber quien eres? – Preguntó de repente – si no huyes de nadie no te importará decírmelo, supongo. El encapuchado volvió a bajar los brazos y cambió de posición, ladeándose y adelantando una de las piernas. - Te propongo un juego – le dijo – si me derrotas, tendrás toda la información que quieras. Erik soltó la bolsa, dejándola en el suelo, y adoptó una posición de combate, con ambas piernas flexionadas, adelantando la izquierda, el brazo derecho flexionado atrás, el izquierdo ligeramente extendido y ambas manos tensas, con los dedos ligeramente flexionados, formando cada una una poderosa garra de cinco dedos. - ¡Acepto! – Respondió él – ¡sea como sea voy a saber quien eres! - Adelante pues – resolvió el encapuchado – atácame… Sin comprender por qué el desconocido le ofrecía la oportunidad de asestar el primer golpe, el pelirrojo lo embistió con rapidez, empezó atacando en falso con la mano izquierda, un golpe ligero e impreciso que detuvo incluso antes de impactar para, justo después, lanzar un potente y preciso golpe con la derecha que, se suponía, debía golpear en el hombro de su adversario, para después cerrar la mano y atraparlo con fuerza, sin embargo, lo único que consiguió golpear fue la tela de saco que cubría al desconocido. Desconcertado, lanzó un puñetazo, supuestamente al estómago, que tuvo el mismo éxito que el golpe anterior, impactando sólo sobre aire y tela, para después recibir él un puñetazo en la cara y un empujó en el pecho que le hizo retroceder unos pasos. De nuevo decidió atacar, pero ésta vez estudiaría un poco más el movimiento de su rival usando golpes largos, se abalanzó corriendo y se detuvo en seco enfrente suya, lanzando una patada lateral seguida de una frontal, que ejecutó con el mismo pié una vez tocó el suelo con éste. En ambos casos, de nuevo, no obtuvo resultados positivos, pero observó un movimiento mínimo bajo la capa. Lanzó una nueva frontal, ésta vez a la cara, pero el encapuchado agarró su capa con la mano derecha y la colocó delante, moviéndose al mismo tiempo a un lado, hacia el costado del muchacho, de lo que él se apercibió, girándose tras bajar la pierna sólo para ver cómo su cara era tapada por la lona y, cegado, recibía varios golpes, de inusual fuerza, en el estómago, y un nuevo empujón que lo desequilibró, haciéndolo caer, si bien se levantó al instante. - ¡Eh, tienes aguante! – Observó jocoso el encapuchado – eres mejor que los otros pelagatos de la hermandad. Erik apretó los dientes, enfadado. Aquella capa era un completo estorbo. - ¿¡Ha sido así como has derrotado a todos tus adversarios!? ¡Puto tramposo! - Esta capa es mi arma – respondió extendiendo los brazos – yo no hago trampas, sólo utilizo una ayuda un tanto inusual… si crees que es injusto, quítamela, tengo más cosas con las que defenderme. - Eso es exactamente lo que voy a hacer – replicó Erik adoptando una postura estándar de ataque – quitarte ese maldito trapo. Embistió de nuevo, había recogido los dedos meñique y anular y mantenía los otros tres como antes, tensados a modo de garra, y mantenía ambos brazos ligeramente extendidos, con el izquierdo adelantado, cuando llegó a la altura de su contrincante intentó asestarle dos rápidos zarpazos horizontales consecutivos y uno vertical ascendente con la mano derecha que su adversario esquivó limpiamente, sin poner su atuendo de por medio. - Ya que consideras que mi forma de luchar es desleal – dijo el encapuchado tras esquivar el tercer golpe – voy a combatir de una forma más visible… puedo comprender que consideres mi capa como un arma injusta… ¡Pero no consiento que me llames tramposo! Tras acabar de escucharle, el joven Belmont volvió al ataque, dispuesto como estaba a deshacerse de aquel molesto harapo, atacó con sucesivos zarpazos en ángulo abierto, fijándose en las formas bajo la capa, vigilando los brazos, hasta que vio que la guardia de su contrincante totalmente baja, y lanzó ambas manos hacia los hombros de éste a fin de arrebatarle la tela, pero el encapuchado retrocedió un paso, y Erik agarró con fuerza la capa y… algo más. Algo suave y blandito. - ¡Pero tu eres una…! – exclamó sorprendido. No tuvo tiempo de terminar la frase, su rival le dio un rápido y potente golpe en la cara, que lo echó hacia atrás, levantando el brazo bajo la capa a tal velocidad que ni siquiera era visible. El pelirrojo, recuperado de la impresión, se miró las manos, las empuñó y miró a su adversario, sonriendo. - Ya sé quién eres – le dijo entre dientes. - Ah ¿Sí? – preguntó socarronamente la encapuchada. - Si, y – Erik la señaló – lo confirmaré quitándote esa capa. Más calmado y con su objetivo más claro que antes, se abalanzó sobre la chica intentando despojarla de la tela en cuanto hiciera cualquier movimiento, quiso agarrarla un par de veces pero ésta se escurrió sin mucha dificultad, el chico se dio la vuelta una vez más, pero se encontró con la tela de frente, moviéndose rápidamente y formando confusas ondas, recibiendo una patada en el bajo vientre entre todo ese caos. Cuando el movimiento se detuvo, Erik se encontró con que su rival ahora empuñaba la tela con ambas manos, y había adoptado una posición de combate con ambos brazos extendidos y las piernas ligeramente abiertas y apuntaladas en el suelo. Ahora la capa estaba ligeramente subida y se podían distinguir unas zapatillas de deporte blancas con detalles rojos y el bajo de unos pantalones vaqueros. - Voy a mostrarte como se usa una capa como arma, chaval. La encapuchada se lanzó hacia el Belmont con suma rapidez y, apenas se plantó delante suya, movió ambos brazos lateralmente con celeridad, describiendo la tela un arco, Erik retrocedió de un salto enseguida, pero reparó en que ahora, a la altura de su tórax, se había abierto una raja en su camisa y una leve herida sobre su pecho. Aquel trozo de tela de saco cortaba como una espada. ¿O no era simplemente tela de saco? La muchacha lanzó más ataques que Erik esquivó como pudo, mientras observaba atentamente a ver si veía algún arma escondida, o algún cuchillo que ella empuñara, pero nada, mientras tanto, seguía recibiendo pequeñas laceraciones y su adorada camisa negra sufría importantes daños. - ¡Deja de intentarlo! – Le ordenó la chica - ¡Te ataco sólo con la capa, nada más! ¡No soy una tramposa! - ¡Eso está por ver! El muchacho aprovechó uno de los ataques para agacharse bajo la tela y asestar un fuerte puñetazo a su rival, que se dobló de dolor, aprovechando esto, el Belmont agarró el harapo y tiró de él con fuerza, quedando de espaldas a ella. Con curiosidad, miró los bajos del sayo, a los que había cosida una cinta de seda fina, ligeramente manchada en algunos puntos con lo que debía ser su sangre. Desde luego no era un arma escondida, aunque estaba claro ese era el truco Pero sin duda, lo más interesante estaba a su espalda. Una figura femenina, esbelta, de abundante y voluminoso cabello rubio y unos redondeados y refulgentes ojos azules se alzaba tras el, mirándolo desafiante, iluminada por la tenue luz de la luna menguante. Su espíritu guerrero era el más grande que había sentido jamás. Con el harapo que antes la cubría en la mano, Erik se dio la vuelta y la contempló con una sonrisa victoriosa. - Justo lo que yo imaginaba… Claire Simons, la asesina buscada por la Iglesia Católica y la Hermandad de la Luz, se encontraba justo delante de él. Descojone asegurado
Publicado: 11:57 11/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Violent poem of Sabbath
Los dos hechiceros dejaron salir su poder mágico por encima de su aura, uno frente a otro, con sus energías colisionando violentamente, con odio. El resultado de éste etéreo choque se dejaba ver a simple vista, potentes resplandores iluminaban el agresivo rostro de ambos contendientes que, estáticos, esperaban el momento oportuno para pasar al ataque. Dicho momento llegó cuando, en una de las colisiones, la mesa de caoba reventó convirtiéndose en un montón de astillas que se esparció por toda la sala, en ese mismo instante ambos, padre e hijo, alzaron su brazo izquierdo con rapidez, apuntándose mutuamente, y salieron volando, víctima cada uno del respectivo conjuro de rechazo del otro, hacia los extremos opuestos de la habitación. Los dos cayeron de pie, guardando el equilibrio, pero Juanjo, determinado a derrotar a su progenitor, reaccionó con rapidez, y apenas había puesto los pies en el suelo cuando sus manos ya refulgían con un intenso fulgor naranja, echó a correr hacia Malaquías, que lo esperaba de pie, y a medio camino levantó ambos brazos, haciendo un movimiento en arco con ellos y tocando el suelo con las manos, generando así una intensa llamarada que, a ras de suelo, embistió al Belnades, que la recibió sin inmutarse, haciendo que ésta se dividiera en dos y se disolviera en el aire con un solo gesto de su mano. Esto no amedrentó al Fernández, que con la misma celeridad volvió a apuntar de nuevo a su padre, ésta vez con su brazo derecho, y le lanzó una intensa ventisca helada acompañada de afilados cristales de hielo, Malaquías la detuvo con una sóla mano, invirtiendo la corriente con sólo un gesto, obligando a su hijo a crear delante suya una llama para protegerse del envite de su propio ataque. Tras disolver el fuego, Juanjo se quedó mirando a su padre; era bueno, mejor de lo que lo recordaba incluso, no había sentido ni un atisbo de magia en los pocos gestos que había hecho para anular sus conjuros. Empezó a preguntarse qué tipo de defensa era esa y cómo podía superarla, pero no pudo pensar demasiado, ya que se dio cuenta de que su oponente, que permanecía con el brazo extendido, empezó a apretar la mano con fuerza y a girarla lentamente. Conocía ese movimiento, y sabía lo que debía hacer. Rápidamente concentró una buena cantidad de magia en su mano y la transformó en energía pura, tras lo cual la clavó en el suelo, anclándose a él mientras sentía que algo detrás suya intentaba absorberlo. Echó un vistazo atrás mientras en su mano libre preparaba un nuevo conjuro, a su espalda se alzaba un vórtice casi de su misma altura, girando frenéticamente en un intento de atraerlo hacia sí, estando ahora completamente seguro de cual era el paso a seguir, cerró los ojos mientras recitaba un aria, desenganchándose del suelo al terminar y apuntando con su brazo derecho a aquel agujero negro, que brilló un segundo antes de desaparecer en la nada, se dio la vuelta para contraatacar, pero antes de poder hacer nada un vendaval lo levantó del suelo, estrellándolo contra el techo para después caer bajo el peso de una gravedad excesiva. Intentó levantarse, pero su cuerpo de repente pesaba demasiado. Entonces Malaquías habló. - Te defiendes bien – comentó – no has estado dormido estos 25 años… aunque sigues estando lejos de poder hacerme siquiera un rasguño. Desde su posición, aplastado contra el suelo, el Fernández miró a su padre; el Anciano mantenía su brazo extendido, con la palma de la mano hacia abajo. - Me sorprende que hayas pensado siquiera por un momento que puedas vencerme – continuó – voy a mostrarte lo absurdo de tus intenciones. Empezó a mover rápidamente los dedos, de repente, unos hilos invisibles se engancharon al cuerpo de Juanjo, a cada una de sus extremidades, y éste sintió como ni el más mínimo músculo le obedecía. Malaquías empezó a levantar el brazo, elevando el cuerpo de su hijo en el aire. - Que… ¿Qué es esto? – preguntó. - Esto, Juan José, es el hechizo de marionetista… Curioso ¿No crees? – El anciano sonrió con malicia – mientras estés sujeto a esos hijos invisibles estarás bajo mi merced. Entonces movió ligeramente un dedo, levantando el brazo del Fernández, y empezó a hacer gestos bruscos, hasta que el antebrazo izquierdo del hombre se retorció sobre el codo, provocándole un terrible dolor que lo hizo gritar. - Podría romperte el cuello aquí mismo, pero creo que me voy a divertir un poco más. Empezó a mover grotescamente el cuerpo de su hijo, forzando las articulaciones en posturas imposibles, haciendo crujir sus huesos, llevándolo al límite del dolor. - Es un método de tortura bastante sofisticado – comentó como si tal cosa – ojalá lo hubiera conocido hace unos años para usarlo con Adela María… no me gusta que la sangre manche la moqueta de mi despacho. Mientras le hablaba, Juanjo hacía esfuerzos para no escucharle, centrándose más en buscar una forma de romper aquellos hilos etéreos, pero tras unos cuantos intentos infructuosos decidió dejarlo, por el contrario, observó que aún podía moldear su energía mágica. De modo que, mientras era sometido a más contorsiones, localizó los hilos principales y concentró su poder en esos puntos, convirtiéndolo, una vez estuvo perfectamente preparado, al elemento eléctrico. - ¿Quieres que probemos los límites de tu columna vertebral? – preguntó Malaquías deteniéndose un momento. - ¿Y qué tal si comprobamos tu resistencia a las quemaduras por descarga eléctrica? Juanjo liberó la magia concentrada en aquellos puntos, haciendo que la electricidad usara los hilos como cable conductor, propinando a su padre un buen rampazo que lo tiró al suelo, interrumpiendo así el hechizo. Ya libre de sus ataduras, el Fernández cayó al suelo, jadeando de dolor, y se llevó la mano al codo izquierdo, palpándolo para comprobar el estado de la articulación. “No se ha dislocado – pensó – ¡Bien!” Acto seguido padre e hijo se levantaron a la vez y Malaquías, sin dar tiempo a Juanjo a reaccionar, liberó una inmensa bola de algo parecido a humo, que lo golpeó de lleno; el impacto no lo hizo caer, pero se sintió como si le hubieran dado una paliza, rápidamente contraatacó describiendo en el aire un pentagrama con el dedo índice, recitó un aria con inusitada rapidez y frente a él, apuntando a su padre, aparecieron seis grandes estacas de hielo, que lanzó con un gesto, pero su padre las detuvo, desviándolas hacia la pared, donde se hicieron añicos. Inmediatamente después, el anciano utilizó el mismo hechizo cortante que, 24 años atrás, había usado contra Adela, hiriéndolo en el abdomen y el tórax y, de nuevo, le lanzó el conjuro de rechazo que ambos habían usado al inicio del combate, estampándolo contra la pared. De nuevo, Juanjo cayó al suelo, pero se levantó, vio a su padre comenzar de nuevo el afilado conjuro contra él y, en defensa, alzó el brazo, levantando un escudo lumínico que se hizo añicos con el golpe, pero que evitó sufriera el más mínimo daño. “¡Así que vamos con esas! – se dijo - ¡Si quieres daño físico lo tendrás!” Inmediatamente expandió por todo su cuerpo un gran cantidad de magia y, al igual que hizo anteriormente, la transformó en energía, dándose un extra de fuerza de velocidad, tras lo que se lanzó hacia el viejo. - ¡ME TOCA! – gritó mientras embestía. Malaquías apuntó entonces a las dos armaduras que reposaban en el despacho, éstas cobraron vida y se lanzaron a por el Fernández, pero éste se las quitó de encima en dos o tres puñetazos y continuó directo hacia su padre, que esquivó dos de los cuatro golpes que su hijo le lanzó, y contraatacó con una llamarada que Juanjo no pudo evitar, viéndose obligado a retroceder de un salto, con algunas zonas de su cuerpo, que no le dio tiempo a proteger creando una fina barrera sobre su piel, quemadas. Rápidamente, a modo de contraataque, alzó su brazo derecho, invocando un Tetra Spirit que impactó de lleno en su padre, pero Malaquías respondió con el mismo movimiento, lo que Juanjo no esperaba es que no fueron cuatro las almas que le envió, si no diez, traspasando su cuerpo todas y cada una de ellas repetidas veces hasta que, con su cuerpo invadido por el frío aliento de la muerte y vencido por el dolor, cayó al suelo. Se levantó con extrema dificultad, debilitado por los continuos ataques y el lacerante dolor, estaba dispuesto a llegar hasta el final. Echó a correr hacia Malaquías, pero antes de que pudiera dar siquiera un paso, una barrera invisible lo detuvo, y sintió algo extraño en lo pies. Inmediatamente miró a ver que era, y se sorprendió al ver que se había creado una pequeño charco de agua que crecía en profundidad, llenando un espacio inexistente; tocó a su alrededor con sus manos, sólo para encontrarse con que estaba dentro de un prisma invisible que se llenaba lentamente de aquel líquido que salía de la nada. Intentó liberarse golpeando las paredes e, incluso, convocando hechizos explosivos que le estallaron en las manos; tras minutos de infructuosos intentos, su padre soltó una sonora carcajada. - ¡Mírate! – Exclamó - ¡Mira en lo que te ves por haber tomado la decisión equivocada! Juanjo apretó los dientes y continuó intentando liberarse sin éxito. ¿Decisión equivocada? ¡Jamás! Había disfrutado de una vida feliz con Adela y con sus hijos, una vida que no cambiaría por nada. - ¡Abre esto y te enseñaré lo que es una decisión equivocada, bastardo! – Le desafió con el agua ya a la altura de los hombros - ¡Juega limpio! - ¿Limpio? – Preguntó su padre en respuesta – ¡La magia no es juego limpio! Puedes hacer cualquier cosa con ella, desde sanar a matar de la forma más dolorosa y desagradable posible… tu camino es el mismo que el mío, Juan José, otra cosa es que decidas decantarte por la peor opción. - ¡YO LUCHO CON HONOR! - Eso no existe – replicó Malaquías con una sonrisa mientras el nivel del agua se aceleraba. Juanjo pudo tomar aire justo antes de que el recipiente se llenara por completo, pensó que la cosa acabaría ahí pero no, ya que sintió que una enorme presión atenazaba su cuerpo. Desesperadamente volvió a intentar romper la invisible prisión mientras sentía sus órganos comprimirse, su cuerpo entumecerse y su cabeza doler de un modo horrible, sin embargo, cualquier intento tenía el mismo resultado. Entonces recuperó la serenidad; su padre lo contemplaba desde fuera, mirándolo con altivez, seguro de su victoria. Subestimaba en demasía a su hijo. El Fernández llevó la mano a la pared el recipiente, la analizó, no era energética si no sólida, había sido conjurada. Luego, era rompible. Tensó con fuerza sus manos, no intentaría quebrar el cristal del mismo modo que antes, había sido algo estúpido, una pérdida de tiempo y energías. Usaría el agua para liberarse. Voluntariamente hizo aumentar la presión en el interior del recipiente al tiempo que, usando su mente para no malgastar poder mágico, hacía girar el agua en un torbellino. Las paredes no se agrietaban, si bien las sentía crujir. Aumentó aún más la presión y la fuerza del torbellino mientras se sentía perder fuerzas y aire, y su cabeza parecía a punto de estallar, entonces, las paredes empezaron a resquebrajarse visiblemente. Apenas necesito aumentar un poco más la intensidad para hacerlo estallar, pero no dejó que el agua se desparramara, si no que creó un pequeño centro de gravedad en sus puños y la atrajo hacia sí. Ahora le tocaba contraatacar. Reparó en que su padre recitaba un aria a una velocidad casi inaudible, no dispuesto a dejarle terminar, liberó el agua en forma de chorros que congelaba en el aire, creando multitud de agujas de hielo, las cuales impactaron en su mayoría en el anciano, que acabó derritiéndolas haciendo salir fuego de sus poros, acto seguido ambos pusieron sus palmas en el suelo con el mismo movimiento y, junto a un leve temblor de tierra, hicieron emerger de él gruesas raíces que chocaron entre sí para después arder; en aquel momento Juanjo encontró un hueco para atacar libremente, invocando dos pequeños cuervos azules que se lanzaron como flechas hacia el anciano, al que traspasaron sin provocar ningún daño. Entonces el hombre reparó en que no había uno si no varios Malaquías rodeándole. Sonrió. Aquello no iba a detenerle. Mezcló y moldeó en sus manos magia y energía, conteniéndolas en una bola de luz que cambiaba de color mientras aumentaba de tamaño, pasando de verde a azul y, de ahí a violenta, para acabar brillando en un rojo intenso. - ¡Aquí tienes! – Exclamó al aire - ¡La especialidad de los Fernández! Liberó el inmenso orbe que se dividió en dos y atacó, una por una, a todas las imágenes del viejo, que desaparecían cuando eran alcanzadas, hasta golpear y explotar en un espacio aparentemente vacío, donde Malaquías apareció tras la deflagración. Aquello se alargaba, se miraron desafiantes y, al mismo tiempo, empezaron a recitar el aria más larga y difícil que ambos conocían, el conjuro definitivo de los Belnades. Al terminar ambos lanzaron ambos brazos hacia delante, mientras una intensa luz oscura brillaba en sus manos. - ¡¡¡ARTEMA!!! – gritaron al mismo tiempo. La luz se liberó en forma de un oscuro chorro a presión que colisionó contra el del adversario, el choque de ambos conjuros fue tremendo, y una potentísima onda expansiva casi los derriba a ambos, que quedaron sorprendidos al ver que sus ataques habían quedado justo en un punto medio en el espacio entre los dos, en forma de una bola oscura altamente inestable. Ahora la lucha se desvió a intentar enviar aquella suerte de bomba al adversario, usando el conjuro de rechazo ambos empezaron a luchar, empujando desde la distancia, con cada átomo de su cuerpo puesto aquel último duelo. Sin embargo, las fuerzas de Juanjo no tardaron en fallar, agotado en comparación con su padre, que era mucho más resistente y experto que él, empezó a ceder y la bola, con ambos conjuros latentes, comenzó a acercársele, lenta pero inexorablemente. En vano, hizo un último esfuerzo, consiguiendo retener su avance un par de minutos antes de que sus fuerzas fallaran definitivamente y bajara los brazos de puro agotamiento. Se veía vencido, muerto, pero entonces se le ocurrió una locura. Cerró ambos puños y, al igual que había hecho con el agua minutos antes, creó en ellos un centro de gravedad, ésta vez mucho más potente, y se concentró en la bomba con las dos artemas, empezando a atraer lentamente ambos conjuros hacia sus manos. - ¡Imbécil! –Le espetó Malaquías – ¿¡Tan desesperado estás que quieres suicidarte!? Juanjo no le hizo caso y continuó concentrándose, ya casi había dominado la mitad de la energía cuando la cicatriz de su brazo izquierdo, donde años atrás se encontraba el clavel de los Belnades, reventó, y algunas de sus heridas antiguas se abrieron también a causa de la presión. Pero aquello no le hizo rendirse, alcanzó el puntó máximo de concentración y, al límite de sus fuerzas, con su propio cuerpo a punto de estallar, logró contener las dos Artemas en sus manos, para sorpresa de su padre que, debilitado por la ejecución del hechizo, no parecía poder defenderse. Entonces el hombre decidió atacar, liberando ambos conjuros en forma de un rayo oscuro concentrado, lo lanzó a su progenitor, produciéndose una tremenda deflagración en medio de aquella opaca luz negra que cubrió a ambos. Después de aquello hubo un momento de confusión y, cuando la luz y el polvo se disiparon, Malaquías apareció tumbado y su hijo de pie, frente a él, apuntándole con una sola mano de la cual emergía una especie de hoja de espada luminosa. - Se acabó – concluyó Juanjo con frialdad. Acercó la punta de la hoja al cuello de su padre, que alzó la cabeza con los dientes apretados. - Ya tienes lo que querías – le dijo – ¡acaba conmigo de una vez! Hubo un momento de duda, cuando, para sorpresa del anciano, Juanjo guardó la hoja, haciéndola desaparecer en el aire. - ¿No vas a…? - Matarte sería cruel – contestó el hijo – e innecesario, lo que yo quiero es que sufras por todo lo que te queda de vida. El anciano se rió. - ¿Y cómo vas a hacer eso? - Ya lo he hecho – respondió Juanjo – has sido derrotado por aquel a quien expulsaste y declaraste indigno del apellido Belnades, usando métodos justos en un combate limpio, sin trampa alguna… He acabado con la leyenda del invencible Malaquías Belnades, y además… Apuntó con la palma abierta hacia su padre, ésta emitió un brillo blanco por unos momentos y las heridas del anciano se curaron al instante. - …Te he perdonado la vida y devuelto las fuerzas Malaquías apretó los puños con rabia, se notaba que lo conocía demasiado bien. Aquello era un insulto. Tras mirarlo durante unos segundos con gesto indiferente, Juanjo se dio la vuelta y echó a andar a la puerta de salida del despacho. - Ahora tienes dos opciones – le dijo, deteniéndose en el umbral – puedes levantarte y volver a atacarme aprovechando mi estado, o bien admitir tu derrota y aprender lo que significa la humildad – esperó unos momentos, expectante a la reacción de su padre – Nos veremos mañana. Dicho esto, se adentró en el pasillo, agotado, y cruzó la antesala y el siguiente corredor hasta llegar a las escaleras por las cuales se accedía al restaurante; una vez allí, observó que, tras la puerta de cristal, dos figuras esperaban, intranquilas. No tardó mucho en reconocerlas, eran Adela y Luis. Arribó a la puerta del restaurante y la abrió, alertando así a su esposa y a su hijo que, alarmados, corrieron hacia él. - ¡Hola! – saludó con una sonrisa. - ¡Dios, papá! – Exclamó Luis - ¿¡Pero qué demonios hacías aquí!? ¡Estás hecho mierda! - ¿¡En qué estabas pensando!? – Le espetó ella - ¡Nos tenías preocupados! - Adela lo abrazó con fuerza y después lo miró de arriba abajo - ¡No vuelvas a cometer una locura como ésta! - Bueno – respondió él – sigo vivo… ¿Cómo sabíais donde estaba? - Salí a dar una vuelta – explicó Luis – y te vi… quise entrar, pero la puerta estaba bloqueada por una barrera. - Sí – admitió el hombre – la levanté yo al entrar, por si se daba el caso de que me seguía alguno… esto era un asunto personal – miró a su esposa que, preocupada, revisaba sus heridas y quemaduras - ¿Y tú? - Me desperté y… no estabas, temía que hubieras venido a… - ¿Le has derrotado? – preguntó Luis con curiosidad. Juanjo asintió, abrió la boca para hablar, pero en ese momento palideció y se arqueó, vomitando una buena cantidad de sangre, asustándolos a ambos, al mismo tiempo, sus heridas empezaron a sangrar abundantemente, y cayó al suelo. - ¡Dios! ¡¡¡Dios!!! – Gritó Adela mientras se inclinaba sobre él - ¡Cariño! ¿Estás bien? – Empezó a deslizar la mano por el torso de su marido, deteniéndose en la posición de cada órgano – ¡Los daños internos son gravísimos! – exclamó con lágrimas en los ojos. - Ya sabía yo que tanta presión no podía ser buena – bromeó él con un hilo de voz antes de perder la consciencia. Adela lo cogió a hombros y echó a correr hacia el hotel, seguida de su hijo. Rezando para que el precio que Juanjo había pagado por lavar su honor no fuera demasiado elevado. Publicado: 13:46 06/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Crownless
La puerta se abrió como por arte de magia cuando Juanjo fue a empujarla, no le sorprendía en absoluto, más bien al contrario. Aquello le confirmaba que su objetivo se encontraba allí. Lentamente cruzó el umbral, serio; delante de él, sentado en su sillón, detrás de su mesa, se hallaba su padre, Malaquías. Aunque ciego, aquel anciano seguía mostrando una expresión orgullosa y altiva hacia él. - Así que… finalmente has venido. Juanjo apretó los puños. - Sabías que me personaría aquí tarde o temprano ¿verdad? El viejo sonrió. - Naturalmente… tengo asuntos que tratar contigo, hijo. - No me llames hijo – respondió inmediatamente – yo no tengo nada que tratar contigo. - ¿Estás seguro? El hombre dudó, se lo pensó durante uno segundos hasta que, finalmente, decidió escuchar a su padre. - Mi propuesta – continuó Malaquías – es simple… verás Juan José, me hago viejo… ya no soy el que era, y apenas puedo con el peso del clan… El Fernández arqueó una ceja, si aquello era lo que se imaginaba… - ¿Y qué pasa con Rafa y los demás? – preguntó. - Ellos no dan la talla, tú sí. Juanjo volvió a duda. - ¿Y para qué exactamente? – preguntó desconfiado. - Para sustituirme al mando de los Belnades. Aquello, si bien era lo que esperaba, era un shock para él igualmente. ¿Convertirse en el patriarca de los Belnades? Jamás lo habría pensado, aunque sin duda era una oferta que le seducía. Pero… - Naturalmente hay una condición ¿Verdad? La sonrisa de Malaquías se acentuó. - Debo – continuó – ser el único de mi familia que adopte el apellido Belnades… dicho de otra forma, debo abandonarles. - No se te escapa una ¿eh? – comentó el anciano con un acentuado gesto de satisfacción. Juanjo pasó de la serenidad al enfado, alterado, se recogió la manga izquierda de la camisa y le mostró su antebrazo a su padre. - ¿Ves esto? – Le dijo alzando el brazo - ¡Cuando me hice esta cicatriz de forma voluntaria me separé de lo único que me unía a los Belnades con el único fin de poder cuidar de mi familia! ¿¡Y ahora me pides que los deje atrás!? - ¿Acaso no te atrae la idea de manejar uno de los clanes más influyentes de la Hermandad de la Luz y la Iglesia Católica? El Fernández apretó los puños, en las palabras de su padre había veneno, malicia; le tentaba con poder y renombre cuando él renuncio a ello años ha. - No has cambiado nada – le espetó - ¡Nada! ¡Después de casi 25 años tu única obsesión sigue siendo la posición de los Belnades por encima de cualquier otra cosa! ¡Eres tan cínico que tras lo de ésta tarde aún tienes los cojones de pedirme que te sustituya al mando de los Belnades! - ¿Lo de ésta tarde? – Preguntó el viejo haciéndose el inocente – No recuerdo haber hecho nada malo ésta tarde. - ¿¡Te parece bien intentar hacer sentir culpable a Adela de mi marcha del clan!? ¿¡Crees que era de recibo hacer eso!? Malaquías se recostó en la silla y sonrió ampliamente con altivez. - ¿Acaso me… equivoco? Sabes que de no haberla conocido ahora serías el hechicero más grande de la comunidad cristiana, respetado y temido por todos. Juanjo apretó los dientes… estaba perdiendo cualquier atisbo de respeto que le quedara hacia su padre. - De no haberla conocido – replicó – me hubiera perdido el placer de tener una esposa… unos hijos… ¡una familia a la que cuidar y amar! ¿¡Tú sabes lo que es eso!? El anciano Belnades frunció los labios. - ¡Cuando acepté venir a Barcelona – continuó – pensé en mejorar la relación entre mi familia y los Belnades! ¡Intentar un acercamiento! Pero no pienso perdonarte que hayas intentado resucitar en Adela los fantasmas del pasado… ¡su sufrimiento por lo sucedido hace 24 años va mucho más allá del dolor físico! El aura de Juanjo brillaba con fuerza, agitada por su indignación y su ira. - Al fin se revelan tu verdaderas intenciones – comentó Malaquías – tu alma no miente… debajo de ese mar en calma hace años que se mueven violentas corrientes… - Esta vez no está Adela para detenerme – respondió a su padre mientras el fulgor de su aura se incrementaba especialmente en el brazo izquierdo - ¡Malaquías Belnades! ¡TE DESAFÍO A UN DUELO A MUERTE! El anciano se levantó, mostrando la túnica azul que llevaba puesta. - ¡Sea! – Aceptó mientras su aura brillaba también - ¡Te voy a enseñar a no levantarte contra el clan Belnades, muchacho! Publicado: 17:15 04/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Remorses
Adela concluyó su relato con un hilo de voz y los ojos empapados en lágrimas, suspiró, se tapó la boca con una mano y rompió en un silencioso llanto, apoyada de espaldas a la ventana, sintiendo sus cicatrices abiertas de nuevo, después de tanto tiempo… Por parte de sus oyentes, Simon miraba al suelo, casi en shock, se le habían saltado las lágrimas sólo de imaginar la situación; Erik miraba a la ventana con ojos tristes, si bien no parecía demasiado sorprendido o afectado por la historia; Luis, por su parte, sentado con las piernas cruzadas sobre la cama, tenía los puños cerrados con fuerza sobre las rodillas, la cabeza gacha, los dientes apretados y lloraba, temblando de rabia. - Ese niño… era Luis ¿Verdad? – preguntó Erik, rompiendo su silencio. Adela asintió con lentitud, la mirada de los hermanos se centró entonces en el afectado joven. - Luisa y Rafael nos ayudaron especialmente – explicó la mujer con la voz quebrada – por eso lo bautizamos como Luis Rafael. En ese momento y sin que nadie lo esperara, Luis se levantó con una increíble fugacidad, poniéndose los zapatos en apenas dos movimientos y dirigiéndose raudo a la puerta de la habitación. Estaba furioso. La abrió violentamente y se dispuso a salir, en ese momento la poderosa pero delicada mano de Adela lo detuvo. - ¡¡¡SUÉLTAME!!! – Gritó él con lágrimas en los ojos mientras intentaba zafarse - ¡¡¡SUELTAME!!! ¡VOY A AJUSTARLE LAS CUENTAS A ESE HIJO DE PUTA! - ¡NO! – Respondió ella en un tono entre autoritario y suplicante - ¡ES UNA LOCURA, HIJO! Los hermanos Belmont se unieron a Adela en su intento por detener a Luis, el joven Fernández, en aquel estado, era difícil de controlar incluso para ella. - ¡ME IMPORTA UNA MIERDA! ¡VOY A DECAPITAR A ESE BASTARDO! - ¡TE MATARÁ! - ¡¡¡ANTES LE ARRANCARÉ LA CABEZA!!! - ¡NO, POR FAVOR! - ¡¡¡SOLTADME!!! Completamente fuera de sí, el muchacho se liberó de sus compañeros y su madre con una potente descarga eléctrica, los dos hermanos cayeron al suelo, pero Adela se mantuvo en pié y se lanzó a correr detrás de él, a mitad del pasillo se le adelantó y lo detuvo con un potente puñetazo para después cogerlo por los hombros, llorando. - ¡No pienso dejarte ir! – Le gritó entre llantos - ¡Ya supliqué por tu vida una vez! ¡No quiero perderte! ¡Y menos a manos de ese hombre! Aún alterado, el muchacho cerró los ojos durante unos instantes, y después miró directamente a su madre. - ¿Papá nunca lo intentó? - Nunca le he dejado - Por… ¿Por qué? Ella negó con la cabeza. - Malaquías… es poderoso… nadie le ha derrotado jamás… y si tú o tu padre os enfrentáis a él – cerró los ojos y bajó la cabeza en un gesto de dolor - ¡Os matará! ¡No tendrá ninguna piedad con vosotros! - Aún así… Adela lo interrumpió dándole un beso en la mejilla y abrazándolo con fuerza. - Nunca me he arrepentido de mi decisión – le dijo – Juanjo, Alicia y tú sois lo mejor que me ha pasado en la vida… igual que aquella vez, prefiero morir a perderos… Luis la abrazó también, si bien sus ansias de venganza seguían ahí, la ira había desaparecido, y se sentía reconfortado, envuelto por el amor de su madre. En ese momento sintió la mano de Erik sobre su hombro, madre e hijo se separaron y el muchacho giró la cabeza, a su espalda estaban los hermanos. - Lo siento – les confesó arrepentido. - Bah, no te preocupes – respondió el pelirrojo quitándole hierro al asunto – peores las hemos pillado ¿Estás bien? - Si, si… creo que… - suspiró – supongo que estoy bien… - No lo estarás hasta mañana – concluyó Adela, cogiéndolo de la mano – será mejor que te acuestes y descanses… durmiendo te despejarás. - Tiene razón – admitió el muchacho – ya es tarde… Lo cierto es que sí que necesitaba descansar, dejando de lado la semana que había pasado casi sin pegar ojo, aquel arranque de ira lo había agotado, y su cuerpo necesitaba con urgencia un poco de reposo, de modo que, sin rechistar, se dirigió a su habitación y, tras pedir disculpas también a Simon – que las aceptó sin problemas – y dar las buenas noches a todos, entró y cerró la puerta. El siguiente en tomar la determinación de echarse un sueñecito fue el hermano menor, cuya habitación se hallaba dos puertas más allá, le siguió Erik, pero cuando ya estaba abriendo la puerta – situada entre la de su hermano y la de Luis – Adela lo retuvo. - No pareces muy sorprendido – dijo ésta de repente. El chico se detuvo y giró la cabeza. - No lo estaba – reconoció. - Ya lo sabías – dedujo la mujer - ¿Verdad? - No toda la historia – admitió Erik – ignoraba las torturas a las que la sometió Malaquías Belnades, pero sí, estaba enterado de todo. Adela se rió. - No cambiarás nunca ¿eh? Idéntico a tu madre – sonrió con resignación - ¿Cómo lo descubriste? - La gente comenta – respondió – Hay datos en los archivos de la hermandad… cosas curiosas. Fui atando cabos y reconstruyendo los sucesos. - ¿Por qué se lo ocultaste a Luis? - Supongo que por el mismo motivo que ustedes… temía su reacción, además, si ya se cargó el blasón de los Belnades cuando supo que les expulsaron, si se llega a enterar de toda la historia lo mismo – se rió – quema la casa o algo… también está el tema de que es su pasado, por lo tanto, les toca a ustedes revelárselo. - Gracias por tu comprensión… - No hay nada que agradecer – replicó él - ¡bonne nuit! Y entró, cerrando la puerta tras de sí. Cansada ella también, y con los recuerdos demasiado recientes ahora, decidió subir a su habitación a descansar, por el camino empezó a recordar aquella nublada mañana en la que ella y Juanjo recogieron a los hermanos, aún como niños, y se los llevaron a su casa, cómo tuvo que tranquilizarlos tras recibir la noticia de la desaparición definitiva de Selene y Schneider y cómo habían crecido, pasando a ser, prácticamente, hombres hechos y derechos – si bien reconocía que a Simon le faltaba un hervor. Sin prisa, subió las escaleras y se presentó en su habitación, la 333, encontrándose con que ya estaba abierta, allí dentro, sentado en la cama con gesto triste, la esperaba Juanjo. - ¡Cariño! – Exclamó ella sorprendida - ¿Qué haces aquí? - Me aburría ahí abajo – confesó. Preocupada por la expresión de su marido, Adela se sentó en la cama, junto él. - ¿Te sucede algo? Juanjo guardó silencio durante unos instantes. - Se lo has contado ¿verdad? – preguntó él, de repente. La mujer asintió. - Ya no quedaba más remedio. Silencio de nuevo. - Sabiendo a lo que te atenías – intervino Juanjo de nuevo - ¿Por qué has querido venir? - Porque… era necesario. - No, no lo era. Ella se levantó y andó unos pasos. - Si yo venía – continuó Adela – tal vez tu padre se olvidase un poco de vuestra disputa, y te tratase un poco más como a su hijo… Juanjo levantó la cabeza, mirando fijamente la espalda de su esposa. - ¿Me estás diciendo que has venido con el mero objetivo de servir de… amortiguador? Ella asintió, su marido se echó las manos a la cabeza. - Dios, no me digas que… todavía… ¿Aún te sientes mal porque me echaran del clan? Adela no respondió, lo cual, en su caso, significaba siempre un avergonzado “si” - Pero… ¿A estas alturas…? ¡Casi 25 años, Adela! ¿¡Por qué!? - Malaquías lo dijo antes… si yo no… - su voz se quebró – si no me hubiera metido en tu vida aún seguirías siendo un Belnades… puede que incluso ahora fueras el patriarca del clan… Juanjo se levantó con rapidez. - Si hubiera continuado siendo un Belnades hubiera sido desgraciado – respondió tajante. - Ahora serías mucho más de lo que eres ahora… El hombre caminó hacia su esposa y la cogió suavemente por los brazos. - Sin ti – le respondió – sin Alicia, sin Luis y sin ti… no soy absolutamente nada… ¿Cómo podría – soltó una de sus manos para acariciar la cicatriz de Adela, que asomaba tímidamente por la ropa – vivir con alguien capaz de hacer algo como esto? Ella giró la cabeza, mirándolo directamente a los ojos. - Esta herida está en tu espalda – continuó – porque luchaste por nosotros… nunca me perdonaré el haber llegado apenas unos segundos tarde. - Pero… tú… Juanjo no quiso dejarla continuar, y la besó. - Jamás aceptaré las disculpas de mi padre – le dijo tras separar sus labios de los de ella – las heridas del alma no cicatrizan nunca. Se miraron por uno minutos, en silencio, después se abrazaron y se besaron, llorando el uno por el otro. - Debes descansar – le dijo él – seguramente estés más cansada que cualquiera de nosotros… necesitas dormir. Ella aceptó y se tumbaron juntos, aún vestidos, en la cama, tras un último beso se dieron las buenas noches y se quedaron mirándose hasta que el sueño les venció, cerrando los ojos. Pero Juanjo no se durmió. Cuando su esposa cayó en un sueño profundo se volvió a calzar los zapatos y salió en el más absoluto silencio de la habitación. Media hora más tarde, se hallaba frente a la puerta del despacho de su padre, Malaquías Belnades, dispuesto a arreglar un asunto que no pudo saldar 24 años atrás. Publicado: 09:26 03/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Twin Tears
- Así que… al fin lo sabes. La joven Adela asintió sin dejar de mirar a la calle por la ventana del salón, en la calle llovía con una gran violencia. El muchacho de la barba, que estaba sentado en el sofá junto a una chica delgada y rubia y otro joven, trajeado y bien peinado, la miraba con seriedad. - ¿Cómo lo descubriste? - Al llegar de mi última misión – confesó ella – quise saber más sobre los Belnades… y busqué en los archivos de la hermandad. - Y lo encontraste – dedujo la joven rubia. - Árbol genealógico, partidas de nacimiento, copia de los documentos de adopción… todo - Apretó con fuerza un sobre de papel marrón que sujetaba a la altura del pecho – todo estaba ahí… El joven de la barba, Rafael, se movió incómodo. - ¿Por qué no me dijisteis nada? – les preguntó – en todos estos años… - No podíamos hacerlo – se excusó el hombre del traje – lo teníamos terminantemente prohibido. - ¿También mis padres y… mi maestro? Los tres asintieron. Adela agachó la cabeza, a punto de llorar, siempre se había sentido sola por no tener hermanos, así que aquello debía ser una alegría para ella, pero las circunstancias eran especiales. - Y ahora ¿Qué vamos a hacer? – Preguntó con la cara tapada por su ondulado cabello castaño - ¿Qué se supone que debo hacer? - Bueno – intervino la muchacha rubia – en todo caso, nuestro padre aún no lo sabe, podéis seguir ocultándolo hasta que se os ocurra algo. - ¿Y si ya lo sabe, Luisa? – Respondió Adela – nuestra relación no es precisamente un secreto. El muchacho del traje, cuyo nombre era Alejandro, se rascó la barbilla. - Nunca nos ha comentado nada al respecto… Rafael se rió - ¿Es que alguna vez nos comenta algo? - A mí si – contestó Alejandro. - Porque tú eres su ojito derecho – replicó Luisa con cierta sorna. Los tres hermanos se enzarzaron en una discusión mientras Adela volvía su vista a la ventana, soltó una mano del sobre para llevarla a su vientre y acariciarlo. - ¿Y Juanjo lo sabe? – preguntó interrumpiendo la disputa. - ¿Juanjo? – preguntó Luisa. - No, creo que no – contestó Rafael. - El es el único que no está enterado – aseveró Alejandro. En ese momento la puerta principal, que daba acceso directamente al salón, se abrió. - Sí, si que lo sé – dijo una voz desde ella. Una figura empapada, vestida de pantalón y camisa, entró al apartamento, sus rasgos eran casi idénticos a los de Adela y llevaba una melena castaña lacia que caía hasta sus hombros, era de complexión robusta pero, sin embargo, estaba bastante delgado. Todos lo miraron, Juanjo se adentró en el salón, saludó a sus hermanos y dio un beso a Adela. - ¿Cuándo te has enterado? – Preguntó la chica rubia – se suponía que no… - Una llamada, cuando estaba en el aeropuerto… era nuestro padre – contestó con pesar. Todos palidecieron, era la peor noticia que podían recibir. Adela, temblando, se llevó la mano a la frente, lágrimas de miedo inundaron sus ojos. - Dios – murmuró con la voz quebrada – dios… ¿Y ahora qué? ¿¡Y ahora qué!? Él la cogió por los hombros. - Oye… ¡Oye! – le dijo cariñosamente - ¡Cálmate! Todo tiene arreglo… Ella lo miró, su labio inferior temblaba. - Nos iremos de España – continuó – tú has vivido en Holanda ¿no? Podemos ir allí y desvincularnos de los Belnades. - No es tan sencillo, Juanjo – contestó ella – no es tan sencillo… Acto seguido le tendió el sobre, que su novio cogió con curiosidad. - ¿Qué es? – preguntó mientras lo abría y sacaba su contenido. - Es… - la muchacha titubeó – una prueba de embarazo… Juanjo empezó a leerlo, y según lo hacía la expresión de su cara cambiaba a una mezcla de sorpresa y pánico. - Da positivo – le informó – me he quedado embarazada, Juan… Rafael y Alejandro se llevaron las manos a la cabeza, mientras Luisa emitía un sonoro “¿¡QUE!?” Juanjo bajó el papel y miró a Adela, simplemente no podía dar crédito a lo que oía. ¿Embarazada? - ¡Por el amor de dios! – Exclamó el barbudo - ¿Es que no sabéis cómo se pone un maldito preservativo? - Padre va a pedir vuestras cabezas en bandeja de plata… - comentó Luisa con un hilo de voz. Juanjo miraba alternativamente a Adela y al papel de los resultados de la prueba, quería sentirse feliz por la noticia pero no podía, conocía bien a su padre, Malaquías Belnades, y si ya una relación incestuosa podía costarles cara, aquello directamente lo aterrorizaba. Pero no tenía miedo por él, si no por su novia. Rápida y torpemente guardó de nuevo los papeles y le entregó el sobre a Adela, mirándola a los ojos. - Es el fin ¿Verdad? – preguntó ella. Juanjo la abrazó. - De eso ni hablar… Antes de separarse la besó, y aún con sus manos cogidas, la miró fijamente a los ojos, seguro de cada palabra que pronunciaba. - Me da igual que no seas Adela Fernández – le dijo – y me importa una mierda que seas mi hermana de sangre… Si nunca me lo hubieran dicho jamás me habría enterado… - Pero… - Te quiero – continuó – me quieres, y eso es lo único que me importa ahora, pienso cuidar de ti y de ese bebé pase lo que pase. La soltó e inmediatamente se dirigió a sus hermanos. - Escuchad, yo me voy ahora a una misión a los Cárpatos – les informó – no sé cuando volveré, pero hasta entonces os quiero pendientes de ella e intentad que de ninguna manera ni nuestro padre ni ninguno de sus lameculos se le acerque ¿Entendido? Los tres asintieron casi militarmente, eran mayores que él, pero Juanjo era, con diferencia, el más respetado de todo el clan. - ¿Cuánto durará tu misión? – preguntó Rafael a su hermano. - Ni idea – reconoció él – es de investigación, están sucediendo cosas raras en las aldeas de la zona, tengo que ver qué pasa. - ¿Viene del clan? – preguntó Luisa, suspicaz. - No, de la hermandad – respondió – visto lo visto, si llega a ser del clan me hubiera negado en rotundo. Presuroso, salió del apartamento, dejando a Adela junto a sus hermanos, que decidieron, en efecto, proteger a su amiga y hermana menor. Pero la muchacha, cuyo estado de humor mejoró con el paso de las semanas, se cansó de esconderse y, a los tres meses de la marcha de su novio, con la barriguita ya abultada, tomó una decisión, y, respondiendo a una orden firmada que recibió una mañana, se personó en el local donde la logia principal de los Belnades tenía su sede, anulando toda defensa hasta llegar al despacho central, donde encontró al que se suponía era su padre: Malaquías Belnades. Había oído hablar mucho de él, hechicero de gran fama, su gran poder era tan conocido como su robótica frialdad, y así lo atestiguaba su rostro barbilampiño, su pelo castaño pulcramente peinado con raya a la izquierda, sus rasgos duros y sus ojos inexpresivos. - Usted debe ser Malaquías Belnades ¿Me equivoco? – preguntó al hombre que se sentaba tras aquella mesa de madera de caoba. - Así es – respondió con una inquietante sonrisa – veo que has saltado voluntariamente la barrera que tus hermanos habían tendido a tu alrededor… ¿Qué te ha llevado a tener tal alarde de valor? - He sido educada para hacer frente a todo y todos… no soy una cobarde. Malaquías rió. - Los valores de Van Helsing ¿Eh? – La miró de arriba abajo, observando el fibroso cuerpo de la muchacha – veo que te ha preparado bien… física y mentalmente. - ¿Para qué me quería? – preguntó - ¡Bah! Lo sabes tan bien como yo. Ella negó con la cabeza. - Verás… en los últimos meses me he ido enterando de cosas que no me han gustado nada… hay algunos sucesos que… - metió la mano en un cajón, y acto seguido sacó una carpeta azul – no me han hecho ninguna gracia… máxime porque van contra las normas de un clan tan excelso como es el nuestro, los Belnades… La respiración de Adela se aceleró, sus temores volvían, y se confirmaban… - ¿Cómo puede ser – continuó el hombre – que dos hermanos de sangre inicien una relación sentimental y que la mantengan una vez conocido su verdadero origen? Y aún sin conocerlo ¿Cómo pueden iniciar dicha relación incestuosa viendo el increíble parecido que hay entre ellos…? - ¡La gente se parece! – Intentó defenderse la muchacha - ¡Nosotros…! - ¿Y CÓMO PUEDE SER… - continuó – que fruto de dicha unión pecaminosa la mujer quede encinta y aún no se haya desecho del feto? ¿EH? – El hombre alzó la voz hasta el punto de gritar - ¿ME LO EXPLICAS, ADELA MARÍA BELNADES? - ¿¡Y cómo íbamos nosotros a saber que éramos hermanos!? – Respondió Adela - ¡Nos hemos criado separados! ¡No sabíamos nada de la existencia del otro! ¡Éramos desconocidos! ¿¡Por qué nos separaron!? - Oh ¿Eso? Sencillamente había que elegir al mejor, y ese era Juan José… - respondió con una sonrisa inocente – Selección natural, hija mía. Adela apretó los puños. ¿Hija? ¿Cómo se atrevía a llamarla hija? - Juan José tiene un futuro muy prometedor con los Belnades – continuó Malaquías – y tú se lo estás estropeando… su rendimiento y disponibilidad han bajado, y encima – dibujó en su rostro una marcada expresión de desprecio – lo arrastras al pecado y a… eso… manchando el buen nombre de nuestro clan. La chica, enfurecida, se tuvo que contener para no atacarlo. - En todo caso ya no tiene remedio – respondió ella – si no nos hubiera separado de pequeños o si al menos hubiera dado permiso a mis padres para decirme la verdad, no estaríamos en ésta situación. Malaquías se calló, parecía no tener respuesta, pero de repente una macabra sonrisa se marcó en su cara. - Oh, sí – contestó – sí que tiene remedio… todo tiene remedio. Intrigada y asustada, Adela no pudo evitar preguntar. - ¿A qué… se refiere? - Hay una forma de revertir esto, limpiar nuestros nombres y hacer como si nada hubiera pasado… La muchacha guardó silencio. - Simplemente – continuó Malaquías – debes cortar sin más esa sucia relación que mantienes con tu hermano… - ¡Eso nunca! – Lo interrumpió - ¡Le amo! - Y deshacerte de ese demonio que llevas dentro – concluyó señalando el vientre de la chica. - Pero… - aquello la asustó, instintivamente se llevó la mano a donde se gestaba el bebé – es mi… mi hijo… - Es el resultado de uno de los peores pecados jamás concebidos – replicó con frialdad el hombre. - Su nieto… - Jamás lo reconoceré como tal. - ¿Cómo puede…? Aquel hombre, definitivamente, la atemorizaba ¿Cómo podía decir tales cosas sin inmutarse? ¿Ése era el padre de Juanjo? ¿Realmente ese hombre había criado y educado a su amado? No podía ser… Entonces la ira y su instinto maternal se unieron, furiosa, adoptó una posición de combate mientras lloraba de rabia, y atacó a su interlocutor con un puñetazo. Pero justo antes de alcanzarlo, a una velocidad inusitada, cuatro pentagramas de una leve luminosidad rojiza aparecieron rodeándola, convirtiéndose en agujeros negros de los que emergieron una garra de metal, atada a una cadena, de cada uno. Adela quiso reaccionar, pero era demasiado tarde, al instante dichas garras atraparon y sujetaron con firmeza sus muñecas y sus tobillos, elevándose en el aire junto a su presa. - He intentado – comentó Malaquías desde su escritorio – hacerlo por las buenas… proponerte un trato por el cual todos saldríamos ganando, pero no… alzó la vista, lanzándole una mirada desquiciada – habrá que hacerlo por las malas. La muchacha hizo fuerza, intentando en vano romper las cadenas. - Ni se te ocurra – intervino el hombre – esas cadenas han sido invocadas con magia… no se romperán o retirarán a menos que yo lo desee. - ¡No pienso hacer nada de lo que usted diga! – le gritó ella desde lo alto. - Ah ¿No? Malaquías alzó una mano y acto seguido cerró el puño, en ese mismo momento un insoportable dolor azotó hasta la última célula del cuerpo de Adela. Ella apretó los dientes al principio, intentando no gritar, no manifestar ningún tipo de dolor, pero apenas tardó unos segundos en sucumbir, mientras su padre la miraba indiferente. La mantuvo así casi un minuto, hasta que hizo un movimiento con la mano, deteniendo súbitamente la tortura. La muchacha quedó colgando, agotada, con lágrimas en los ojos. Por ella, por su hijo, por el hombre que amaba. Porque era incapaz de comprender por qué su padre le hacía aquello. - Mira Adela – dijo él de repente – tienes dos opciones… accede a mis condiciones… o yo mismo me encargaré de que se cumplan… Las cadenas la bajaron hasta que estuvo de nuevo casi al nivel del suelo, frente a su padre. - ¿Por… qué? – preguntó ella con un hilo de voz. Malaquías no respondió, simplemente se limitó a volver a provocarle aquel dolor tan inhumano. - ¿Aceptarás? – le preguntó mientras ella gritaba. - ¡NO! – Gritó ella - ¡NUNCA! Entonces él hizo desaparecer el dolor, volvió a su silla detrás de la mesa de despacho y, súbitamente, hizo un par de movimientos con su brazo, apuntando con su dedo índice al cuerpo de la muchacha. En ese momento dos cortes limpios se abrieron en su cuerpo, uno en cada brazo. Adela volvió a gritar de dolor, y sollozó. - Si aceptaras – comentó Malaquías mientras continuaba torturando a su hija – no tendrías que pasar por esto. - ¿¡ACEPTAR!? – Gritó ella de repente - ¿¡PARA QUÉ!? ¿¡PARA QUE EL NOMBRE DE LOS BELNADES SIGA LÍMPIO!? ¿¡PARA QUE PUEDA SEGUIR AUMENTÁNDO SU EGO!? ¿¡PARA QUE JUANJO NO SEA FELIZ!? Aquello molestó al hechicero que, con furia, hizo un violento movimiento diagonal de gran longitud. Adela sintió un terrible dolor en la espalda, y cómo la sangre manaba a borbotones de ella. Gritó, lloró. Aquello era insoportable. - El próximo corte – le dijo él, apuntándole con el dedo – será para degollar a esa cosa que llevas dentro de ti. Esas palabras, directamente, la sobrepasaron, empezó a llorar, a suplicar por la vida de su hijo, mientras Malaquías no se inmutaba, y miraba el cuerpo herido y sanguinolento de su hija con desprecio. Alzó el dedo, dispuesto a cumplir su amenaza, cuando la puerta del despacho se abrió de golpe, con violencia, y las cadenas que sujetaban a Adela se rompieron. Ataviado con una coraza, grebas y brazaletes azules con ribetes dorados, con una espada pequeña colgada a su espalda, Juanjo apareció de repente, recogiendo el cuerpo exhausto de su novia, y lanzó una furiosa mirada a su padre. - ¿¡A QUÉ VIENE ESTO!? ¿¡EH!? – gritó. - ¿Qué estás haciendo aquí? – Preguntó el hombre – Se suponía que estabas cumpliendo misión en los Cárpatos. - ¡NO CAMBIES DE TEMA! ¿¡POR QUÉ LE HAS HECHO ESTO!? – Dejó el cuerpo de Adela en el suelo, concentrándose en ella - ¡Dios! ¡Dime que estás bien! ¡Cariño! - Juanjo… - observó ella con una sonrisa. - He vuelto antes porque Rafa me dijo que estabas empezando a salirte de los límites… dios, no debería haberme ido… lo siento… - No… - respondió ella con un hilo de voz – soy yo quién lo siente. Él le cogió la cabeza y la besó, después lanzó una intensa mirada de odio a su padre. - ¿¡NO TIENES CORAZÓN!? ¡¡¡ES TU HIJA!!! Malaquías se levantó, enfadado. - ¡En efecto! – Respondió - ¡Tu hermana! ¡Y sabiéndolo me ofreces un espectáculo lamentable! - ¿¡QUÉ ENTIENDES TÚ POR LAMENTABLE!? – Gritó - ¿¡NO LO ES TORTURAR A TU PROPIA HIJA!? ¡SANGRE DE TU SANGRE! ¡CARNE DE TU CARNE! - ¡Igual que tu caso! – Exclamó el hombre, enfadado - ¡Echas a perder toda tu carrera por algo como… como eso! ¡Indigno de un Belnades! - ¡PREFIERO HACER FELIZ A LA PERSONA A LA QUE AMO ANTES QUE PREOCUPARME POR ALGO TAN BANAL! ¡A LA MIERDA MI CARRERA! - ¡BASTA! – Le interrumpió Malaquías - ¡Se acabó muchacho, ésta es la última que te consiento! – Lo señaló, con el brazo temblando de furia - ¡ESTÁS EXPULSADO DEL CLAN BELNADES! Juanjo sonrió de forma extraña. - Oh, no… no hará falta que me expulses… Desenvainó su espada y se quitó el brazalete derecho, revelando el tatuaje de un clavel rojo, símbolo de la rama principal de la familia Belnades. - No… - le dijo Adela mientras le agarraba el brazo con el que sujetaba el arma, intentando detenerlo – no, cariño ¿qué vas a hacer? - ¡Juan José! – Exclamó Malaquías - ¡Suelta esa espada inmediatamente! - Me has expulsado de los Belnades – respondió Juanjo mientras se soltaba de la presa de su novia – ya no puedes darme órdenes… Lentamente pero con decisión, puso el filo del arma justo donde se encontraba el pétalo más alto del clavel. - No… - le suplicó ella. - ¡NO! – gritó Malaquías. Tarde, Juanjo empezó a deslizar el arma por su carne, cortándola mientras la sangre fluía sin posibilidad alguna de detenerla. Cuando ya hubo cortado suficiente, el joven, rojo de dolor, agarró el trozo cortado y tiró, hasta deshacerse por completo del trozo de carne donde se hallaba el tatuaje. - Desde éste mismo momento – sentenció tirando el pedazo de carne sanguinolenta al suelo – Juan José Belnades ha muerto… adopto el apellido de mi futura esposa… somos… Juan José… y Adela… FERNÁNDEZ Publicado: 17:26 01/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Painful Memories
Cuando Luis llegó finalmente al hotel, Erik le estaba esperando en la puerta, lo saludó con una sonrisa y lo acompañó dentro, donde el resto de la familia aguardaba para cenar. Escasa pero reconfortante, la cena devolvió las fuerzas y calmó los ánimos de los tres jóvenes, si bien los padres, sentados uno al lado del otro, continuaban decaídos; cuando todos hubieron terminado – y pagado la cuenta – Juanjo y Adela decidieron quedarse abajo un poco más, mientras Simon, Erik y Luis subieron, en principio a sus respectivas habitaciones, pero al poco se reunieron todos en la habitación de Luis, en silencio. El muchacho lo agradeció, necesitaba compañía, había sido una noche dura para él, demasiado, y con rapidez se quitó los zapatos, la chaqueta y la corbata y se tumbó en la cama. Permanecieron callados cerca de 10 minutos hasta que la puerta se abrió de nuevo, y por ella apareció Adela. - ¡Mamá! – Exclamó el muchacho, que estaba sacando el móvil para llamar a Esther - ¿No te habías quedado abajo con papá? Ella sonrió. - Si, pero… - cerró la puerta y se apoyó en ella – antes de que acabe la noche, tengo que hablar con vosotros. - ¿Hablar? – Preguntó Simon, que ya se había desecho del chaleco, desabrochado la mitad de los botones de la camisa y remangado - ¿Sobre qué? La mujer se dirigió a la ventana y la abrió, suspirando mientras miraba al cielo. - Ahora que habéis visto como son las cosas, supongo que estaréis confusos. - Yo ya me imaginaba algo como esto – admitió Erik – pero tengo que reconocer que lleva razón. Ella sonrió con tristeza, su hijo, que estaba tumbado en la cama, se sentó. - ¿Vas a contárnoslo? Ella se dio la vuelta y le lanzó una mirada cargada de cariño, la misma que después dedicó a los hermanos Belmont, después volvió a mirar hacia la ventana y apoyó las manos en el Alfeizar. - Antes que nada, voy a daros un dato que os servirá para poneros en situación… mi nombre biológico… mi nombre “real”… no es Adela Fernández, y no soy nativa de Almería… mi ciudad natal es ésta, Barcelona, y mi verdadero nombre es Adela María… Adela María Belnades. Luis soltó el teléfono móvil, Simon abrió la boca y Erik, con un gesto de extrema seriedad, la miró. - ¿Adela Maria… Belnades? – Preguntó su hijo sin terminar de creérselo – sólo los hijos de la rama principal llevan el apellido del clan ¿No? Y papá es Juan José Belnades… - …Hijo del patriarca – continuó Erik – Malaquías Belnades… - … luego – concluyó Simon – Usted también es hija de Malaquías… Los tres la miraron expectantes. - Así es – confirmó ella – soy la hermana melliza de Juanjo… mayor por 12 minutos. De nuevo, reacciones diversas, la expresión de sorpresa del hermano menor se acentuó, el mayor no se inmutó apenas, y Luis, con una sonrisa incrédula, profirió lo que intentaba ser un simpático “¡Venga ya!” Ella bajó la cabeza. - El clan Belnades posee una gran tradición – explicó – al igual que los Belmont y los Morris se caracterizan por sus luchadores de gran talento, los Belnades son famosos por su poderosos hechiceros, habitualmente – suspiró – el hijo de la familia principal resulta ser el más dotado de su generación y se convierte en patriarca del clan… pero cuando nuestra madre dio a luz el parto fue muy doloroso, y yo fui la primera en nacer… poco más de diez minutos después nació un niño, al que llamaron Juan José… Los tres la escuchaban con suma atención, de una forma u otra las piezas encajaban, ya que el parecido entre ambos era increíble. Pero sin embargo, en un clan tan religioso y estricto como los Belnades, ya se habrían asegurado de educarlos respecto al incesto y otras prácticas prohibidas por las escrituras. - …Al haber nacido dos hijos – continuó – se tomó la medida de sopesar nuestros poderes y calcular nuestra evolución, se pudo comprobar que, al contrario de lo que suele pasar, era el varón el que poseía un potencial mayor, de modo que a mí me dieron en adopción a una familia menor de cazadores, los Fernández, de Almería. - ¿¡La dieron en adopción porque según sus cálculos no daba la talla!? – preguntó Simon, sorprendido. - Nunca se había hecho según tengo entendido – contestó ella – fue idea de mi padre… de Malaquías. A Adela le costaba referirse a Malaquías como “su padre”, y puede que incluso guardase rencor a su madre, Marta; Luis recordó cómo la trató de Doña sin guardar un trato familiar con ella. - Por exigencia de los Belnades, mis padres adoptivos nunca me revelaron cual era mi verdadero origen, y cuando tenía ocho años un hombre, que recién había adquirido el título de maestro, se interesó por mi talento con el combate físico. - Kraus Van Helsing – la interrumpió Luis. - ¿Lo sabíais? – preguntó ella girando ligeramente la cabeza. - Usted nunca alardea de ser su alumna – dijo Erik con una sonrisa – pero él la menciona siempre que tiene la ocasión… al menos hasta hace dos años. - Vaaaaya – su sonrisa se volvió nostálgica – así que el viejo Kraus se acuerda de mí – bajó la cabeza – él tampoco me reveló nunca nada… crecí bajo su tutela y la de mis padres adoptivos hasta que me topé con Juanjo a los 16 años, en la hermandad, durante el examen de ascenso – de repente se rió – era un hechicero pretencioso y malcríado… Los tres jóvenes seguían en silencio, Simon intervino súbitamente. - Se pelearon, les encargaron juntos algunas misiones que no querían hacer… - …Y a los 17, nos enamoramos – concluyó ella. - ¿Papá lo sabía? – preguntó Luis. La mujer negó con la cabeza. - Él no tenía ni idea de mi existencia… seguimos saliendo juntos y escapándonos por ahí apenas teníamos la oportunidad, conocí a sus 5 hermanos y me interesé por el clan Belnades hasta el punto de explorar su árbol genealógico en los archivos de hermandad. De nuevo, silencio, Luis tragó saliva. - Entonces, sucedió lo impensable… |
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