Prelude of Twilight

Publicado: 19:12 28/07/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Carnival announcement

- ¡Llama Celestial!

El licántropo retrocedió ante las llamas verdosas disparadas a través de los dedos de François, pero por sus ojos inyectados en sangre se notaba que estaba lejos de desear irse, mientras tanto Elisabeth estampaba contra el suelo a otro, más grande y robusto, dejándolo inconsciente.

- ¡Voy!

La mujer acudió a ayudar a su marido, embistiendo a la criatura que arremetía contra él y tumbándola, mientras el francés sentía fallar sus piernas a causa de las heridas inflingidas por la Condesa Barthory y tenía que apoyarse en su lanza Alcarde para no caer.

- ¿¡Estás bien!? – le preguntó ella alarmada mientras desenvainaba su espada estelar para hacer frente al hombre lobo.

El Lecarde no contestó, pero era evidente que no se encontraba nada bien, tenía el rostro constreñido por el dolor y aparentaba encontrarse muy débil.

- Ha… hay más – murmuró el joven tras ceder y caer al suelo de rodillas.

- ¿Eh?

- Estamos rodeados de… hombres lobo

- ¿¡Cómo!? – Elise noqueó al monstruo y miró a su esposo, que miraba hacia arriba.

Ella siguió su mirada, se encontraban en un callejón perdido de París, lejos del territorio de aquellas criaturas, y sin embargo ya habían derrotado a 5 de ellas.

¿Había aún más?

- Siento sus auras – argumentó el muchacho – nos tienen rodeados…

Fue entonces cuando decenas de pares de ojos brillaron a la vez, ninguno de los dos lo había notado pero el olor a bestia salvaje había llenado el ambiente, y los continuos gruñidos, hasta ese momento ignorados, dieron paso a ensordecedores aullidos.

La joven Kischine miró entonces a François, momentáneamente débil y apenas apoyado en su lanza, volvió a alzar la vista y comprendió que no podía permitir que se expusiera a una batalla de tal calibre.

Se arrodilló y clavó su arma en el suelo, inmediatamente se vio protegida junto al Lecarde por una gigantesca cúpula lumino-translúcida sobre la que los hombres bestia, que ya se habían abalanzado sobre ellos, rebotaron, siendo expelidos y dándole la oportunidad de atacar.

Elisabeth no perdió el tiempo, arrancó la espada del suelo y corrió a por los que habían caído al lado de François, inmediatamente invocó una Cross Barrier y los embistió a toda velocidad, haciéndola estallar acto seguido para cegarlos y, uno a uno, tumbarlos golpeándolos con el mango de su Espada Estelar. No se le pasó por alto que su esposo permanecía con la cabeza gacha, apoyado en la lanza, impidiéndola ver su rostro.

Ya conocía esa faceta de él.

Sabía que François Lecarde odiaba ser un lastre en la batalla.

Se dirigió al punto donde había clavado inicialmente la espada, ya ocupado por las criaturas, se echó al suelo y se deslizó con las piernas por delante, tumbando a unos cuantos, después se apoyó en las manos y se impulsó al cielo, saltando por encima de sus cabezas; cerró ambos puños, de entre cuyos dedos emergió un tímido fulgor blanquecino.

- ¡HOLY BLAZE!

Al abrir las manos cayeron de ellas dos diminutos cristales que, al tocar el suelo, estallaron como una granada de luz, emitiendo un intenso resplandor que cegó a todos los presentes salvo ella y su marido.

- ¡¡¡SHOOTING STAR BLIZZARD!!!

Volvió a cerrar los puños, encogiendo los brazos y después extendiéndolos para lanzar una lluvia de diminutos cristales brillantes similares cada uno de ellos a una pequeña estrella, los proyectiles alcanzaron y atravesaron a los monstruos que, tras caer derrotados, recobraron su forma humana, heridos, pero vivos e inconscientes.

Cayó al suelo entre los cuerpos, aterrizando grácilmente, y se giró para dirigirse a François, encontrándose cara a cara con un licántropo que no había visto.

Se puso en guardia de inmediato, la bestia rugió en respuesta, pero antes de que ninguno de los dos se moviera una llamarada verdosa envolvió a la criatura, que se encogió y regresó a su forma humana, revelando tras de sí al Lecarde, de nuevo en pie, con la lanza, cuya punta aún refulgía levemente, apuntando a donde se encontraba.

- ¡Cariño!

Elise corrió hacia él, con el tiempo justo de sujetarlo por los hombros antes de que se desvaneciera.

Pasó un largo rato hasta que el francés recuperó la consciencia, encontrándose al abrir los ojos con la cabeza apoyada en las rodillas de su mujer, que lo miraba atentamente.

- E…lise… - articuló débilmente.

Ella sonrió como respuesta.

- ¿Me he… desmayado?

La joven Kischine asintió, esperaba de su marido una leve sonrisa y una disculpa, pero éste golpeó el suelo con rabia y maldijo entre dientes.

- Joder – renegó - ¡Joder!

Enfadado, se incorporó bruscamente y empuñó su lanza, caminó unos diez pasos y golpeó la pared con tal fuerza que abrió un pequeño boquete en ella.

- ¡François! – exclamó Elisabeth sorprendida mientras caminaba hacia él - ¿¡Qué diablos te pasa!?

Este giró la cabeza y la miró, ella lo comprendió al instante.

- ¡Vamos! ¡Sabías tan bien como yo que esto te iba a pasar! ¡Deberías haberte visto antes de que tu abuela te curara! ¡Estabas hecho polvo y perdiste mucha sangre!

El muchacho suspiró, volviendo a mirar al frente.

- François, – continuó ella – realmente valoro el que te hayas decidido a acompañarme a esto en tu estado – se aproximó a él y le colocó la mano cariñosamente en el hombro – pero cariño, debes comprender que no estás en condiciones…

- ¿Y qué voy a hacer? – replicó - ¿Voy a dejar que salgas y te enfrentes sola a lo que sea que te salga al paso y me voy a quedar en casa a dormir? Maldita sea Elisabeth, soy tu marido ¡No puedo tomarme esa libertad!

Elise sonrió con ternura ante estas palabras.

No era la primera vez que tenían una conversación así, era patente que, de los dos, François era el más débil y frágil, algo que detestaba de sí mismo, ya que siempre acababa siendo salvado por aquella a la que se sentía en el deber de proteger y servir, esto le hacía sentir más como su hermano pequeño que como su hombre.

- Ah, venga ¡Relájate!

Se aproximó a él para darle un beso en la mejilla, pero éste sin previo aviso echó a andar.

- ¡Eh! – el gestó la enfadó claramente, y lo alcanzó en un par de zancadas - ¡Un momento Francisco Lecarde! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿¡Qué formas son esas!?

- Cuanto más tiempo esté parado más me dolerán las heridas – contestó él fríamente – Y no me llames así, no me gusta.

- ¡Te llamaré como me de la gana! – contestó, molesta - ¡Y ahora date la vuelta y mírame! – lo cogió del hombro derecho y tiró de él obligándolo a voltearse, éste no se dejó mover y volvió a mirar al frente, sin mostrarle siquiera su rostro - ¡He dicho que me mires, Fran!

En la segunda tentativa dio un tirón tan violento que lo hizo girar sobre sus talones prácticamente, él siguió negándose a mirarla, hasta que la chica, harta, lo agarró de la barbilla y giró su cabeza.

Lo que vio al hacer eso la horrorizó.

De la comisura de los labios de François caía un pequeño hilo de sangre que manchó la mano de Elisabeth; ésta lo soltó y retrocedió un paso, observando así que lo que ahora era un simple hilillo antes había incluso manchado la camiseta de su esposo.

- ¡¡¡Has vomitado sangre!!! – exclamó con los dedos crispados, mirándolo de arriba abajo - ¿¡Cuando!?

- Cuando me pusiste la mano sobre el hombro, – explicó – no cayó nada al suelo… no quería que lo vieras…

- P-pero… ¡Estás loco! – Elise estaba aterrorizada - ¡Esto es grave! ¡François, tienes que volver a que Loretta te cure! ¡¡No puedes estar así!!

- No pienso volver a ningún lado, Eli – contestó con rotundidad.

- Pero…

- ¡NO!

Ante la última respuesta, ese “NO” potente y autoritario, la joven se quedó sin palabras.

- ¡Soy un cazador! – continuó el francés - ¡Hijo de Richard Lecarde y descendiente de Eric! ¡He sido entrenado para afrontar cualquier situación! ¡No pienso dejar que unas heridas, por graves que sean, me detengan! – Se afianzó en su posición, golpeando el suelo con el mástil de la lanza Alcarde – Ya he sido suficientemente débil por hoy, mi vida – colocó su mano izquierda en el hombro de su esposa, como ésta hizo antes, y la miró fijamente a los ojos – cuando te quedaste embarazada me juré luchar hasta la muerte siempre que me encontrara junto a ti, y es eso lo que pienso hacer.

Se miraron en silencio mutuamente, era la primera vez que la muchacha lo veía actúar así, con semejante determinación, lo miró de arriba abajo y comprobó que sus piernas aún temblaban de debilidad, pero a pesar de ello su posición era firme y férrea.

Estuvo a punto de decir algo cuando una tercera voz, femenina, se interpuso.

- Me alegra oír eso jovencito, porque esta noche no te va a quedar más remedio que luchar… hasta la muerte…

Era una voz levemente grave, que denotaba madurez física y estaba teñida con un punto de malevolencia.

Los dos alzaron la cabeza buscando el origen de dicha voz, que resonó por todo el callejón, y sintieron inmediatamente una presencia oscura y amenazante que los rodeó, pareciendo querer asfixiarlos.

Entonces una sombra se movió por las cornisas, la Kischine la divisó y, al gritó de “¡Allí!” lanzó un diamante que, certero, pareció impactar en su objetivo; segundos después caía frente a ellos una figura encapuchada, aterrizando de pie.

La luz de la luna, escasa pero suficiente, les permitió observarla en detalle, iba cubierta de pies a cabeza por un manto negro, era alta y, de lo poco que pudieron ver de ella, atisbaron un mentón afilado, una boca ancha que dibujaba una sonrisa burlona y unos mechones de cabello rubio.

- Buen tiro, jovencita – articuló sacando la mano izquierda bajo la capa, manchada de sangre.

- ¿Qué o quien eres? – respondió directamente Elisabeth.

La recién llegada rió entre dientes.

- Eres bastante directa ¿verdad? Bueno… - volvió a esconder su mano – quien yo sea no es algo que os interese ahora mismo, lo único que debéis saber es que vosotros, cazadores, no podéis estar en éstos dominios.

- ¿¡Dominios!? – intervino François - En mis 25 años de vida he venido a cazar decenas de veces en ésta zona ¡Y nunca nadie me ha cerrado el paso!

- Pues ya ves – bajo el manto se observó como la mujer se llevaba la mano a la cintura – ahora estoy yo, y no pienso dejar que vayáis más allá.

- ¿Qué puede haber en un callejón como este que merezca ser protegido? – preguntó Elise a su esposo en voz baja.

- Ni idea – respondió éste torciendo el gesto - ¿Y qué pasará – se dirigió a la mujer – si nos negamos a irnos y decidimos continuar?

La sonrisa de la encapuchada de acentuó, inmediatamente hizo un rápido movimiento y Elisabeth desenvainó su espada a toda velocidad, se escuchó un sonido metálico y, cuando el francés las miró, las dos estaban en guardia, su esposa sujetando la espada estelar y su adversaria, con una sola mano, blandiendo una lanza negra que le resultaba extrañamente familiar.

Atónito, contempló cómo ambas pasaban de la defensa al ataque de nuevo, Elisabeth embistió pero fue interceptada por la recién llegada, que la golpeó con el asta de su arma, aturdiéndola, y se dispuso a ensartarla con su lanza cuando él, ni corto ni perezoso, se interpuso, desviándola por su propia asta.

La encapuchada retrocedió algunos pasos, sorprendida y obligada por la fuerza de la intervención de François.

- ¡Fran! – exclamó su mujer al verlo entre las dos.

- ¿Qué pasa, niño? ¿Quieres jugar? – preguntó socarronamente la mujer.

Sin contestar, el Lecarde empuño su lanza con ambas manos y se colocó en posición de ataque, con el mango a nivel del Tórax y la punta preparada para entrar en batalla en cualquier momento. Sin hacer caso de su enemiga, miró de reojo a Elisabeth.

- Déjame esto a mí, Eli, las lanzas tienen ventaja sobre las espadas por su longitud, si estáis al mismo nivel te vencerá sin problemas.

- ¡Si estamos al mismo nivel no le durarás ni dos minutos, Fran! – replicó ella - ¡Y menos en tu estado!

François llevó la mano retrasada al extremo exterior del asta y sonrió confiadamente.

- No me subestimes, amor…

- No, mejor no me subestimes tú a mí – lo interrumpió la guerrera – Sé quien eres y conozco el arma que empuñas, pero eso no te da la más mínima ventaja, niño.

La sonrisa del Lecarde se acrecentó.

- ¿Quieres comprobarlo? ¡Ataca!

- ¡No me lo tendrás que decir dos veces!

Como una centella, la lancera se pegó a él en dos pasos e intentó golpearlo con el asta, él la esquivó y le propinó un rodillazo con el objetivo de alejarla y, acto seguido, saltó, giró en el aire y cayó intentando aporrearla con su arma, fallando en su objetivo y quedando vendido para ser pateado en la cara por lo que era una bota de punta bastante sólida y aguda pero, mientras caía de espaldas, estiró el brazo izquierdo, con el que sujetaba la lanza por el extremo anterior, mientras se apoyaba en el derecho, no logró impactar, de modo que para no ser golpeado de nuevo la lanzó al aire, girando de modo que no pudiera ser agarrada por su enemiga, mientras se levantaba y la golpeaba en el pecho con una patada lateral en salto antes de coger de nuevo su arma en el aire y recuperar la posición de guardia.

Sonrió al sentir la mirada atónita de su esposa en la nuca.

También ella, Elisabeth, sonrió, pero se trataba de una sonrisa de agrado, sin duda François la estaba sorprendiendo muy gratamente aquella noche.

Pero no se permitía estar así, se mantenía expectante, esperando algún fallo de su esposo para entrar ella, no pasaba por alto el hecho de que se encontraba débil y podía desfallecer de nuevo en aquel momento.

¿Qué lo mantenía en pie pese a su estado? ¿Su voluntad? ¿El deseo de demostrar su fuerza? ¿De ser digno del apellido Lecarde?

- Te lo tomas en serio ¿eh? – observó la figura mientras se frotaba la zona donde había sido golpeada por él.

- Si quieres – François apretó los dientes – nos vamos de copas después de ver cómo has atacado por sorpresa a mi mujer… ¿¡Crees que voy a pasar por alto algo así!?

“No” Pensó Elisabeth tras aquellas palabras “Es… por mí”

Se sintió estúpida por extrañarle, pero ciertamente en combate el joven Lecarde rara vez la protegía con tal ahínco, no es que no lo intentara, pero ella era claramente superior a él, de modo que éste siempre se despreocupaba.

Aquella noche, sin embargo… con sus piernas temblando, aquel lamparón de sangre sobre el pecho de la camiseta, los restos de ésta en sus labios… estaba poniendo todo su empeño.

Observó sus brazos, firmes, con las manos cerradas sobre el asta de la lanza Alcarde.

¿Era aquel, el François Lecarde de quien se enamoró? ¿Aquel muchacho infantil y debilucho que le inspiraba un sentimiento maternal tan profundo?

¿Quién era el hombre que ahora hacía frente a su adversario haciendo acopio de las que perfectamente podían ser sus últimas fuerzas? ¿Cuándo el niño había crecido y se había convertido en hombre?

No lo sabía.

Pero, indudablemente, le gustaba aún más.

Entre tanto, los dos contendientes se lanzaban de nuevo a la batalla, las puntas de ambas lanzas chocaron con violencia, la encapuchada desviaba los envites del francés con maestría y contraatacaba intentando golpearlo en los hombros, pero éste, en una maniobra totalmente inesperada, agarró con fuerza el arma de su enemiga con la mano izquierda mientras que con la derecha la golpeaba repetidamente con el asta de su lanza, ahora sujeta a la inversa, se mantuvo en esto hasta que la mujer tiró con fuerza de su arma y se separó empujándolo violentamente.

- ¡Maldito mocoso! ¿¡Te burlas de mí!? – profirió recuperando la posición.

François pasó su arma de una mano a otra, sujetándola de nuevo normalmente, y adelantó el lado desarmado.

- Dices que la lanza Alcarde no me da ventaja… – le espetó – y tienes razón, no es la lanza, pero sigo estando por delante de ti.

La mujer gruñía, rechinando los dientes, cuando de repente movió muy levemente la cabeza. François no se dio cuenta, pero había clavado su mirada en Elisabeth.

Sonrió amplia y malévolamente, adoptando una pose relajada y desconcertándolo, acto seguido alzó su brazo derecho hasta ponerlo en ángulo recto con su torso, segundos después se dibujó un pentagrama luminoso en la capa oscura y se produjo un resplandor, del cual surgió una fugaz forma rojiza que pasó como una exhalación al lado de la cabeza del joven y atacó directamente a su esposa.

Esta, como ya hizo con el rápido ataque de la encapuchada, desenvainó con rapidez y contraatacó, frenando en seco el proyectil sin identificar que, tras dar un par de vueltas en el aire, extendió unas grandes alas membranosas y se detuvo, aleteando.

En este punto los dos pudieron observarlo atentamente, era un reptil cuyas escamas mostraban un color rojizo que tornaba escarlata bajo la luz de la luna, su cola, rematada por un cristal parecido al cuarzo rosa, así como su espina dorsal estaban decoradas por una fila de escamas dentadas que morían en la cabeza, de morro alargado perlado por un pequeño cuerno negro y coronada por dos astas más, del mismo color queratinoso, era levemente barrigudo y sus patas traseras se presentaban pequeñas pero fuertes, mientras sus bracitos apenas parecían desarrollados. Exhalaba fuego por la dentuda boca al respirar.

- ¿Un… dragón? – murmuró François sin apartar la vista.

Elise se puso en guardia, atenta a cada uno de los movimientos de la criatura.

- ¿Esto lo ha invocado ella? – preguntó la muchacha.

Los dos lo contemplaban atónitos, hasta que la voz de la encapuchada resonó en sus oídos.

- ¿Ya has olvidado donde está tu enemigo, niño?

Antes de llegar a reaccionar, el francés sintió como una hoja fría como el hielo hendía en la carne de su brazo derecho, afortunadamente se retiró a tiempo, apartando la vista justo en el momento en que el reptil emitía un agudo chillido y se lanzaba a por la muchacha.

Esta, ni corta ni perezosa, proyectó dos diamantes que aquel pequeño monstruo esquivó sin detener su avance, Elisabeth se hizo a un lado para evitarlo y en ese momento sintió el sofocante calor que desprendía, se dio la vuelta y blandió su Espada Estelar en el momento justo de usarla de escudo para detener una llamarada.

Mientras, François luchaba como podía contra su adversaria, ahora más preocupado de su esposa que de la batalla en sí, se mostraba desconcentrado y ya lucía algunas heridas producto de esquivar mal los ataques de la encapuchada.

- ¡Mejor ocúpate de ti mismo, niño! – le espetó esta, golpeándolo con fuerza en el cuello usando el mango de su arma.

El Lecarde cayó apoyándose sobre su mano izquierda, hizo la vertical y se colocó a cuatro patas para volver a ponerse de pie, pero perdió el equilibrio cuando su enemiga realizó un barrido con su lanza que tuvo que esquivar levantando ambas manos, tras lo que cayó boca abajo, se dio la vuelta y estocó con su propia arma para alejarla y poder levantarse de un salto, quedando de espaldas a ella, la sintió acercarse y se dio la vuelta bruscamente, atizándole con el asta de la lanza Alcarde en el costado.

- ¿Qué me preocupe de quien, dices?

La batalla de Elise continuaba, con algunas de las puntas del cabello algo chamuscadas y alguna que otra quemadura en los brazos, se debatía con el reptil en una irritante liza, aquella criatura era pequeña y escurridiza, y se colaba incluso entre los espacios de las cruces lumínicas de su Cross Barrier. Estaba harta.

Esperó a que el pequeño dragón la embistiera de nuevo, se hizo a un lado y, aún quemándose la palma de la mano, lo agarró del cuello y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared, inmediatamente después pretendió cortarlo en dos de un espadazo, pero el monstruito alzó el vuelo y la embistió, golpeándola con fuerza en el estómago y tirándola al suelo, se dio la vuelta para levantarse apenas un segundo antes de que, en la forma de una pequeña bola de fuego, el reptil se lanzara de nuevo contra ella y abriera un agujero en el suelo.

Entre tanto François en la encapuchada forcejeaban, lanza contra lanza, el joven había flaqueado por un momento y la había permitido acercarse demasiado, en aquella cercanía pudo observar atentamente el arma de su adversaria, y se dio cuenta de por qué le resultaba familiar.

Era una copia exacta de la lanza Alcarde, pero de un apagado negro herrumbroso y con todos los adornos y el filo realizadas en fina plata oscurecida.

Retrocedió, sintiéndose intimidado y, en parte, asustado.

- ¿¡De donde has sacado esa lanza!?

La encapuchada sonrió, divertida.

- ¿Por qué lo preguntas? ¿Te sorprendes?

Recuperó la compostura con rapidez, decidiendo que no era algo que importase en aquel momento, y adoptó la posición de ataque.

- La única lanza Alcarde que existe es la que está en mis manos… ¡Es una afrenta que te atrevas a lucir una copia de ésta arma sagrada!

- ¿Afrenta? – la sonrisa de la mujer se acentúo – yo más bien calificaría así al hecho de que tú portes semejante arma.

- ¿¡CÓMO!?

Furioso, François la embistió , ella esperaba que la atacara sin control, pero en lugar de eso aporreó el suelo antes de estar a distancia de ataque, usó la fuerza del golpe para impulsarse y saltó, colocándose a su espalda, la golpeó alternativamente a un costado y otro y se dispuso a atravesarla, apartándose ella en el momento justo del impacto, viendo simplemente su túnica rasgada a nivel del estómago. Se miró y, al volver al vista al francés, comprobó que la punta de su arma estaba envuelta por una intensa llama verde.

- ¿Qué demonios…? – preguntó atónita - ¿¡Puedes despertar el fuego celestial!?

Esta vez fue el francés quien sonrió.

- He pasado demasiados años de entrenamiento como para no ser capaz – la señaló con la punta llameante del arma - ¡Ahora ríndete o prepárate para ser derrotada!

- Je… no creas que con eso vas a poder…

Un antinatural chillido agudo los interrumpió, a sus espaldas estaba Elisabeth, que había atravesado contra el suelo al reptil, que ahora se desvanecía en forma de un pequeño lucero, la boca de la encapuchada adoptó una exagerada expresión de sorpresa.

- ¡Eli! – François corrió a por su esposa, que ya se levantaba, estaba sudorosa, despeinada y con diversas quemaduras a lo largo de su cuerpo, parecía cansada pero aún tenía energías - ¿¡Estás bien!?

Ella sonrió con ternura al mirarlo.

- ¡Tonto! Debería ser yo quien preguntara eso… ¿Tú te has visto?

- He estado peor – mintió – pero aún no he acabado, – miró a su contrincante – o la derroto o no salimos de aquí en toda la noche.

- Debería echarte una mano…

- No cariño, esto es asunto mío, tú descansa.

La Kischine estuvo a punto de contestar cuando la atronadora voz de la encapuchada se interpuso.

- ¡No tendrás tiempo de descansar, pequeña zorra! ¡Aún no he acabado contigo!

Los dos la miraron, estaba visiblemente furiosa.

Esperaban que invocara a otra criatura de igual modo que a aquel pequeño dragón, pero en lugar de ello clavó su lanza en el suelo y abrió los brazos en cruz, el pentagrama se dibujó esta vez frente a ella.

Se formó un ruido tremendo, la tierra tembló y las paredes se resquebrajaron, la pareja contempló atónita cómo del suelo surgía una criatura enorme, de forma humanoide, constituida de piezas de metal como si de una armadura viviente se tratara, mediría fácilmente dos metros y medio y de su muslo derecho y hombro izquierdo emergían brillantes cristales rosados, sus ojos no eran más que dos pequeñas luces en la bola metálica que representaba su cabeza.

- ¡No me jodas! – exclamó François.

Adoptaron posición de guardia, en principio uno al lado del otro, pero él se adelantó con el objetivo de atacar primero, cual pudo ser su sorpresa al encontrarse estampado en la pared de la derecha, víctima de un brutal golpe que lo empotró en el sólido muro de ladrillo. Lo último que alcanzó a ver antes de ser arrancado de allí y tirado al suelo por su enemiga fue a Elisabeth cayendo al suelo víctima de otro brutal puñetazo.

Se levantó y encaró a la encapuchada, pero sintió un quejido de su mujer y, tras pronunciar en voz baja un “no merece la pena” se dio la vuelta con celeridad y se dirigió a la mole metálica, momento en que Elise, levantada y con la mano en el estómago, le habló con severidad.

- ¡Yo puedo encargarme de esto! ¡Tú sigue con lo tuyo!

- Pero Elisabeth…

- ¡Cárgatela!

Antes de darse la vuelta y volver a enfrentarse a la encapuchada, vio cómo su esposa caía al suelo víctima de otro golpe.

Al clavar sus ojos en su adversaria estaba totalmente furioso, hasta el punto de que había olvidado su dolor y debilidad.

Andó hacia ella e intentó golpearla con el asta de la lanza, pero ésta lo detuvo, después intentó atizarle una vez tras otra, pero eran golpes lentos y predecibles. La encapuchada sonreía divertida mientras lo hacía.

- ¿Esta es tu ira? – preguntó con socarronería - ¿Así amas a esa chiquilla?

Sin decir nada, François lanzó otro golpe, una palmetada con la que, ésta vez sí, la golpeó en la frente.

Después clavó su arma en el suelo y la miró fijeza.

- ¡¡¡OCLUSIÓN DE LAS PUERTAS DEL AURA!!!

La mujer observó cómo los puntos en los que él la había tocado, tobillos, muñecas y frente, se iluminaban con una pequeña llama verde que estalló, creando por un momento un pentagrama que se fijó al manto oscuro con el que ella se cubría.

Hizo un par de movimientos, y enseguida se dio cuenta de que algo iba mal.

- ¿¡Qué me has hecho!? ¿¡Qué ha pasado!?

- He cerrado las puertas de tu espíritu que permiten la entrada y salida de energía – contestó - ¡Ya no podrás invocar otra criatura o fortalecerla con tu propia aura! – La golpeó en el estómago con todas sus fuerzas – Y créeme… ¡ESTO SOLO ACABA DE EMPEZAR!

Con el mismo puño con el que la había golpeado la empujó hasta lanzarla por los aires, extrajo su lanza y se colocó frente a ella.

- ¡Levanta! – le exigió - ¡Y rézale a cualquiera que sea tu dios porque vas a ir con él muy pronto!

Se escuchó un estruendo, miró hacia atrás y vio a la bestia metálica caer bajo los golpes de Elisabeth, que sangraba por la nariz y por diversas heridas, entre ellas alguna en su cabeza que chorreaba sangre hacia la frente.

Al verla en ese estado, François se enfureció todavía más.

Espero a que su adversaria se incorporara y la golpeó con gran rapidez, impidiendo que cayera al suelo pero asegurándose de que le hacía daño, no quería matarla, si no que sufriera. De hecho ni siquiera la veía, lo único que tenía en los ojos era la imagen que acababa de contemplar, su esposa, la gran Elisabeth Kischine, sangrando y jadeando.

A sus espaldas oía aún el fragor del combate que ella libraba, los golpes eran terribles y sabía que estaba cayendo al suelo cada dos por tres, incapaz de aguantar más tumbó a la encapuchada con una zancadilla y puso la punta de su lanza en la garganta de ésta.

- Espero que te hayas encomendado a tu dios – le espetó – ¡porque éste es tu fin!

Ante esto, la mujer rió.

- Vas a morir… ¿y te hace gracia?

- No, François Lecarde, no… - acentuó su sonrisa – lo que me hace gracia es que no serás capaz de matarme… por más que tu amada esté en peligro, sencillamente no puedes hacerlo…

Apenas estaba terminando de hablar cuando un potente golpe y el grito de dolor de Elisabeth traspasaron el alma del Lecarde.

Inmediatamente se dispuso a hacerlo, con la punta de la Lanza Alcarde envuelta en llamas se dispuso a cercenarle el cuello, atravesar su garganta, pero algo se lo impidió.

Era un sentimiento difuso, tan débil y desconocido para él que no podía identificarlo, pero sin embargo ahí estaba, y era mucho más fuerte que su deseo de acabar con ella.

Apretó los dientes, su mano temblaba por la tensión.

Quería acabar con ella, ver su sangre fluir.

La odiaba por lo que le estaba haciendo a Elise.

Pero, sin saber por qué, no podía.

Miró detrás suya, el Golem metálico jugaba con el cuerpo inconsciente de su esposa como si fuera un muñeco, esto lo hizo estallar y lanzarse a la carrera contra el monstruo, al que azuzó un lanzazo con el que lo envolvió en llamas, éste soltó a la joven, a la que François acudió enseguida a socorrer, comprobando que estaba, en efecto, inconsciente.

Se dio la vuelta para encararlo de nuevo, la criatura rugía sin voz, furiosa por ser incapaz de apagar el fuego que la envolvía y consumía, para el joven Lecarde esto debía ser suficiente, pero mientras esa cosa se moviera Elisabeth, su objetivo principal, estaba en serio peligro.

Se levantó y unió ambas manos, entrecruzando los dedos, miró fijamente al golem y se concentró en él, al poco una corriente de aire, cada vez más violenta, lo rodeó y paralizó.

- TOURBILLON FLAMMANT!

El aire tornó en fuego, y éste tomó la forma de un tornado que rodeó a la mole y la consumió a toda velocidad, cuando ya la sintió débil agarró la lanza Alcarde y la embistió, ensartando su cabeza en ella.

Lo siguiente que sucedió fue que el monstruo se convirtió en una luminaria y, poco a poco, se desvaneció.

Exhausto, cayó al suelo sobre sus rodillas, miró a donde dejó a la encapuchada y allí estaba ella, de pie, clavándole sus ojos.

- Te lo dije François, – le espetó ésta desde la lejanía – te dije que jamás podrías matarme.

El muchacho apretó los puños.

- Eso ya lo veremos – la desafió – la próxima vez que nos encontremos… no pienso perdonarte lo que le has hecho a Elisabeth…

Sin mediar palabra, la mujer sonrió y se dio la vuelta, echando a andar y fundiéndose en las sombras.

Pasó un buen rato hasta que Elise despertó, encontrándose al hacerlo con la camiseta de su marido como almohada, y a éste a su lado, mirándola con preocupación.

- ¿François…?

- Hola, mi amor – éste acarició con ternura la mejilla de su esposa - ¿Cómo estás?

- Bien… - se llevó la mano a la frente - …supongo ¿Me… desmayé?

El joven asintió.

- ¿Qué ha pasado con…?

- Derroté al Golem – contestó sin dejarla acabar – …ella se marchó – concluyó con un deje de culpabilidad en la voz.

- Y… me has cuidado…

Asintió de nuevo.

Elisabeth se levantó, seguida de su marido, y lo abrazó con todo el amor que era capaz de exteriorizar.

- Tu cuerpo está destrozado… - le susurró con un nudo en la garganta – y aún así lo has dado todo por mí… nunca lo habías hecho… no al menos de ésta forma…

Él respondió al abrazo y la besó en la mejilla.

- Oh, dios, François…

La chistó cariñosamente y besó de nuevo.

- La noche no ha terminado aún, Elise – dijo – hablaremos de esto cuando regresemos a casa… debemos seguir ¿de acuerdo?

Por un momento, la joven tuvo la tentación de sugerirle ir a ser atendido por Loretta, pero abandonó enseguida la idea, poniendo su confianza en él.

- De acuerdo…

Esperó a que él se volviera a calzar la camiseta y empuñar su lanza y continuaron su recorrido, no pasó mucho tiempo hasta que dieron con algo que se hallaba totalmente fuera de lugar.

- P-pero ¿qué es…? – preguntó Elisabeth atónita, deteniéndose en seco junto a su esposo.

Y es que su sorpresa, realmente mayúscula, no era para nada exagerada.

En un muro totalmente despejado, sobre una pared blanca, brillaba un cuadro con un elaborado marco de oro bruñido, en cuyo lienzo estaba representado lo que parecía ser el estudio de un pintor.

Y mientras tanto, en el hogar de la pareja, Stella cubría con una manta a su hermana y acostaba al pequeño René en su cuna antes de empuñar su estoque, se dirigió a la ventana del salón y la abrió, dispuesta a salir levitando por ella.

Había sentido dos auras, una de ellas se había desvanecido ya, pero la otra empezaba a manifestarse en un punto lejano. La reconocía, aunque no podía creer que fuera aquel a quien ella identificaba.

“¿Has regresado a la vida tras tantos años?” Pensó mientras descendía lentamente hacia el terrado del edificio de enfrente “Mejor, así podré ajusticiarte personalmente”

Publicado: 21:56 26/07/2008 · Etiquetas: · Categorías:

El más poderoso de los tres jueces del Hades, Minos del Grifo


Con una armadura cargada de detalles, esta figura se muestra diferente de todos los demás, siendo a la vez gigantesca y estilizada


Pese a su sencillo montaje, es una de las figuras más complejas por su posabilidad, y es que los gigantescos faldones y hombreras no dan opción para mucho


De los tres jueces, Minos es con diferencia el más sádico, la figura refleja esto con una semisonrisa que goza del mismo efecto que la de Pegaso V3, mostrándose según la perspectiva


Sin casco impone aún más, el cabello plateado encaja perfectamente con la armadura queratinosa del Grifo


Heelo aquí, el tan criticado rostro de la myth de Minos, su semisonrisa y el ceño fruncido le dan una expresión de solemne malevolencia, toda una representación del hombre que disfruta torturando almas culpables en la Judesca


Las alas, aunque poco extensibles, son inmensas, hacen pensar en un ángel caído más que un espectro, y dan ese extra de presencia que hacen que Minos sea una de las figuras más imponentes de cualquier colección


Pensad en los legendarios caballeros negros medievales y sin duda tendreis a este hombre, de figura imponente y terrorífica armadura, su sonrisa confíada remata una carismática Myth que no puede faltar en ninguna colección

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Publicado: 10:23 20/07/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Pues sí, tal y como suena hamijos lectores, ayer para ser exactos hicieron 10 años desde que empecé a forjar mi sueño, un sueño que, a día de hoy, se mantiene y con más fuerza que nunca.

La verdad es que me parece mentira, porque empecé con una máquina de escribir warra que necesitaba cambiar la tinta cada 10 páginas y un puñado de folios amarillentos de papel reciclado, la primera página que escribí, y que encontré hace ya unos tres meses, estaba fechada en el 19/07/1998 por mi propio puño y letra y la verdad, la comparo con los episodios que escribo ahora y me da hasta vergüenza ^^U

Pero aquella página marcó el inicio de mi andadura por estas lides, desde entonces he leído mucho y he mejorado mucho, he estado a punto de abandonar en varias ocasiones pero siempre me he levantado de nuevo, dispuesto a llegar hasta el final, cosa que sucederá espero no dentro de mucho tiempo.

PERO!

Es imposible llevar algo de tal calibre a tus espaldas en total soledad, hay muchas personas a las que he de agradecer que a lo largo de este periodo me hayan ayudado a seguir adelante y que, a día de hoy, aún me apoyan y me inspiran.

Estos son aquellos a los que Twilight Rhapsodia debe actualmente su existencia:

Mis padres
Por supuesto, la fuerza que me habeis imprimido desde el comienzo de mi andadura por estos lides ha sido necesaria para ayudarme a continuar.

Mi hermana
Porque conoces mi sueño, porque me apoyaste cuando te expuse mi idea y porque me dijiste que podía hacerlo.

Atanasio, mi profesor de Lengua en la ESO
Porque me enseñaste que la escritura es también un arte.

Fran, que el año que viene harán 15 años que nos conocemos
Porque llevas aguantando mis desvaríos desde hace tanto tiempo y asististe al nacimiento de la criatura.

Er Pisha manolete
Porque eres el ejemplo de como levantarse cada vez que caes en el pozo, escalarlo y seguir adelante como si nada.

Consuelo y Diego
Profesores míos de lengua en la ESA, porque juzgasteis mis textos como profesionaleis y me dejasteis bien claro que sí, que el esfuerzo merece la pena.

Thomas Light
Fiel lector mío aquí en Vandal, cada opinión tuya es un poco de combustible para este motor que se niega a dejar de funcionar.

UDAMASTER
El primer CastleVaniaco con el que congenié, ex-moderador todavía cabrón xd, no hablamos mucho, pero con la idea de contentar a fans como tú fue como comencé esto.

SMZC
Porque quiero demostrarte que IGA no dios =P

ZZGRST
Pôrque me ayudaste mucho cuando estaba empezando con esto esta última vez y porque me has felicitado el 10º aniversario.

Nosferatum
Porque te ofreciste a ayudar cuando empecé a trabajar en el juego (sigo en ello pero muyyyyyy lentamente) y coloreas como dios, cabrón.

Henshin
Tanto como hablar pues no hablamos, pero aún me debes los Sprites de selene, joputa.

Syfo
Porque me caes de puta madre y porque fuiste de mis primeros lectores.

Maze
Idem que Syfo.

Klint/Althion
Porque sé que eres un entusiasta mío, también de mis primeros lectores, vuestras opiniones en CastleVania Spain me ayudaron a continuar.

Genya Arikado
Porque me apoyas, porque me ayudas cuando me quedo sin ideas, porque me dijiste que era el mejor fanfic que había leído jamás, porque estás seguro de que lo conseguiré, porque eres fan mío, porque eres de los mejores amigos que se pueden tener.

Hikary ai Belmont
Porque inspiraste y ayudaste a la concepción del Episodio 63, porque eres pura bondad y simpatía, porque tu mano me levanta cuando caigo al suelo, porque tus palabras me ayudaron a continuar cuando estaba desesperado, porque tu fuerza me ha enseñado que debo continuar pase lo que pase, porque adoras Twilight Rhapsodia, porque adoras a Luis Fernández, porque cuando todo está oscuro tú eres la luz que me guía a la salida, porque cuando pienso en tí mis fuerzas se restauran, porque la primera persona que se enterará cuando se cumpla mi sueño serás tú, mi pequeña Hikari.

Y bueno... no están todos aquellos que me han ayudado, la verdad, me dejo mucha gente en el tintero, pero para mí estos son, con diferencia, los más importantes.

He de reconocer que me gustaría haberlo celebrado de un modo un tanto más especial, pero ni tenía nada preparado ni sabía cómo hacerlo, de modo que, como mínimo, tenía que recordar a aquellos que, desinteresamente, me apoyan y me ayudan.

Yo soy el autor, sí, pero gracias a vosotros el sueño se hará realidad.

Y ahora he de seguir con el Ep 67, así que si me disculpais...

Publicado: 20:06 15/07/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki : Delirios y Cabreos Pikmin
Tengo por mi blog rondando una entrada que no es otra cosa que mi filosofía desde hace unos años ¿la recordais? Se llama Cuidado con el Hype y creo que, cambiando la Games Convention de Leizpig por el E3, ilustra muy bien lo que sentía este año.

Sí, vale, he de reconocerlo, yo también estaba Hypeado, pero no por ello dejo de ser realista

Aquí cada uno ha esperado su megatón particular, he leído por el foro cosas como Metroid Dread (¿Alguien es consciente de cuanto tiempo hace que existe este rumor?), Kid Icarus (¿Alguien se ha creido esto alguna vez?), un nuevo Zelda (No hace precisamente mucho tiempo que lanzaron el último) etc...

Seamos serios señores, todo eso no eran más que pajas, nada de eso estaba confirmado.

En cambio, lo que sí estaba confirmado lo hemos visto, y hemos visto megatones, sí hamijos, MEGATONES, cosas que se esperaban y que hoy, por no haberse cumplido la fantasía frikisexual de turno, han sido ninguneados ¿De qué hablo? Pues...

- El Micrófono, aka Wii Speak, algo que se llevaba mucho tiempo esperando, existiendo además el hecho de que difiere de los otros micrófonos (simples Headsets)
- 1:1, sí sí, 1:1, tal y como se ha podido ver en Wii Sports Resort gracias al Wii Motion Plus, agregando además que tres de los minijuegos mostrados tenían buena pinta y que el juego tenía un nivel gráfico curradete.
- Wii Music: Quien no vea aquí un gran juego está ciego.

La conferencia, pues mira, los datos de ventas me aburren y esperaba que, ya que han hablado de Thirds y el logo de Konami estaba ahí, se mostrara el Judgement en video, así que por ese lado me he llevado una pequeña decepción.

Pero vamos, lo de la gente con la conferencia ha sido exagerado, la de Microsoft fue asqueante y apenas salvada por FF XIII (que, como he dicho en mi anterior entrada, ni fú ni fa, aunque me encanta el movimiento que han hecho)

Por cierto, LOL votos negativos, por decir que me ha gustado en el foro me han acribillado.

Con dos cojones y sin rebatir xd

Publicado: 14:07 15/07/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki
La verdad, lo que hice ayer no lo había hecho nunca, y es que desde que me aficioné a ver las conferencias del E3 en directo siempre me he limitado a ver la confe de Nintendo y punto, nunca me han interesado el resto.

Sin embargo voy a adquirir una 360 en Septiembre (si, se adelanta la cosa), de modo que decidí ver también la conferencia de Microsoft, a ver qué me ofrecía.

Seamos sinceros, me pareció muy, pero que muy poquita cosa, el Fallout 3 estuvo bastante bien, el GeoW2 (no me mateis) no me hizo ni fu ni fá (graficazos, sí, pero también marines sudorosos con menos cerebro que mis peces), el Fable 2 no estuvo mal, el Banjo me gustó y me llamó bastante la atención la parte del Xbox Live Arcade, aunque el intento-de-acercarnos-a-los-casuals-plagiando-descaradamente-a-Wii-y-PS2 me resultó patetísimo.

Ahora, si la conferencia me dejó frío ¿Qué fue lo que me convenció?

Pues Final Fantasy XIII hijos míos.

No, no me terminan de hacer gracia los Final Fantasy, no fue el juego en sí lo que me convenció, si no el hecho de que estuviera ahí.

Me explico, cuando yo elijo una consola complementaria a mi principal lo que busco es que los huevos de su compañia First Party se acerquen siquiera un poco a los de Nintendo, y en esta conferencia Microsoft ha metido un Owned tan brutal cargándose la exclusiva del Final Fantas XIII que aún no lo he asimilado, lo de los pseudomiis y pseudocanales ha sido una bajada de pantalones, vale, pero esto lo compensa de sobra, y se une junto al catálogo a la lista-de-razones-para-dejarme-los-cuartos-en-una-360

Total, que para septiembre la tendré y podremos vernos las caras por el Live ¿ci?

Secreto: (Pincha para leerlo)

Publicado: 11:29 11/07/2008 · Etiquetas: · Categorías: Reflexiones de un friki : Delirios y Cabreos Pikmin
Llevo años deseando hacer esto: material exclusivo, reportajes Pre-E3 y resto de parafernalia que me he perdido desde el 2002, cuando presencié mi primera conferencia de Nintendo en directo (con una calidad penosa, por cierto).

Este año al fin me que quitado la espina, he pagado los 15 $ + tasas (17 $ = 10 €, toma ya) y voy a estar más pegado al ordenata que un euro al suelo de una videocabina erótica (chiste malo, lo sé).

Es que, joder, el 2006 ya desperdicié la oportunidad y razones no me faltan este año para hacerlo, tengo el Hype a mil por hora y con razón, este año promete ser cojonudo.

Madre mía, que no falta ni una semana ¡Y yo aún no me lo creo!

Publicado: 12:21 10/07/2008 · Etiquetas: · Categorías:

Shion, el último patriarca legítimo vivo, caballero de Aries en la guerra santa acontecida 243 años atrás


La armadura espectral de Aries guarda un agradable y sorprendente equilibrio entre belleza y agresividad, los abundantes bajorrelieves de la armadura de oro original adoptan una estética atemorizante, los tonos oscuros hacen el resto


La figura goza el honor de ser la primera que incluye los dorsos de las manos como piezas independientes


Sin casco fue como conocimos a éste personaje, con su característica melena y su rostro totalmente al descubierto, la palidez casi mortal de su piel contrasta con el color del Surplice de Aries


El rostro es uno de los mejores, con una mirada llena de fuerza y decisión y una cara perfectamente enmarcada por el cabello



Shion de Aries es una figura extremadamente bella, y a la vez cargada de melancolía, las poses extremas no sientan bien a un maestro de su calibre


Shion junto a su alumno, sin duda una de la mejores fotos que se pueden hacer y que más evidencia las diferencias entre ambas armaduras, son dos figuras que hay que poseer sí o sí

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Publicado: 12:28 06/07/2008 · Etiquetas: · Categorías:
Masked Carnival

- ¡Estás de coña!

Erik miraba a su compañero entre incrédulo y divertido, sonriendo ante la perspectiva de ver a su amigo violar tan flagrantemente la ley.

- Créeme – contestó Luis si perder su enigmático gesto y echando a andar hacia el edificio – rara vez me oirás hablar tan en serio…

El Belmont siguió a Luis, confuso, adentrándose ambos en el recinto que conformaba la estructura con forma de mesa invertida y se sobresaltó cuando el Fernández se detuvo repentinamente.

- ¿Qué sucede? – preguntó alarmado.

- Nada, nada, tú… no creo que puedas sentirlo, pero… - tras unos segundos de duda, agachó la cabeza y suspiró – bah, déjalo, puede que solo fuera mi imaginación.

Dicho esto, siguió andando seguido del pelirrojo, en un instante su cabeza se había llenado de dudas, y ahora miraba con precaución a la ilustre estructura, buscando de nuevo esa sensación.

La de un aura gigantesca, antigua y pútrida, que por un mísero instante manó de aquel lugar.

- Oye, no creo que sea fácil entrar aquí de noche – articuló Erik apretando el paso para ponerse al nivel de su compañero – no hablamos de un sitio cualquiera, es la bé-enne-effe, la biblioteca nacional de Francia, esto nos puede meter en un buen lío.

- ¿Y no lo estamos ya? – contestó Luis como si tal cosa – tú déjamelo a mi, no me he tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad para nada.

El Fernández apretó el paso y se dirigió a la puerta principal, deteniéndose ante ella y mirándola fijamente, como estudiándola; por un segundo, el pelirrojo llegó a temer que reventara un cristal de un golpe y se metiera como si tal cosa.

- Veamos… - murmuró mientras pasaba suavemente su mano derecha por el bastidor de la entrada – los cables de la alarma deben estar…. ¡¡¡AQUÍ!!!

Erik dio un respingo cuando vio a su compañero hundir la mano en el duro mármol embellecedor y dejarla ahí dentro, empuñando con fuerza lo que debían ser unos cables.

- ¿Y ahora qué? – preguntó con curiosidad mientras se acercaba de nuevo a su colega.

- Ahora cierra los ojos y ten cuidado – respondió éste como si tal cosa.

- Que cierre los… ¿Por q…?

No le dio tiempo a continuar, un cegador fogonazo azul eléctrico acompañado del estruendo de una tremenda descarga lo hizo cerrar los ojos y taparse los oídos al grito de “¡¡¡COÑO!!!”

Segundos después, un sofocante olor a goma quemada inundaba el área.

- Ale – finalizó Luis sacudiéndose las manos – listo.

- ¿”Listo”? – contestó el Belmont, alarmado - ¿¡”Listo”!? ¡Tú estás como una puta cabra! ¿¡Sabes la que has podido liar!? ¿¡Para esto te has “tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad”, desgraciado!? ¡Vamos a tener suerte si no has incendiado el edificio!

El Fernández torció el gesto y bufó.

- Pues sí, listo, y sí – repuso – para esto “me he tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad”, gracias a esos “5 años estudiando sistemas de seguridad” he sabido exactamente qué tipo de alarma era, cuales eran sus cables, por donde pasan, cómo se aíslan y cómo puedo cargármelos sin dañar el edificio… por cierto – comentó – se me hace raro que seas tú quien se altere por la posible destrucción de un inmueble.

- ¿Bromeas? ¡Es la Biblioteca Nacional Francesa! ¡Un emplazamiento histórico! ¿Quieres que vayamos a la Al-Cazaba e iniciemos las tareas de demolición?

Luis se encogió de hombros.

- Para lo que la cuida el ayuntamiento… Oye ¿Entramos o qué?

Erik gruñó en respuesta y se dirigió a la puerta, echándola abajo de una patada como era habitual.

- “Un emplazamiento histórico” – susurró el español – Derribando la puerta a patadas… ¡Con dos cojones!

Los dos compañeros se adentraron juntos en el edificio a oscuras, la luz de la luna así como la de las luces de emergencia llenaban el hall, que a Erik le pareció mayor de lo que había supuesto que era la primera vez que lo cruzó.

- ¿Dónde crees que está el libro? – preguntó el Fernández mientras observaba la sala.

- Ni idea – respondió el pelirrojo, avanzando delante de su amigo – pero seguramente no se encuentre expuesto al público, tal vez debamos meternos en el almacén…

Luis torció el gesto, evidentemente no le satisfacía la idea de meterse entre cajas.

- Bueno… - repuso – tú conoces este edificio, sabes donde está cada cosa, así que… guíame.

- En realidad no sé por donde empezar – reconoció el joven – de haber sabido que íbamos a venir esta noche hubiera estudiado el edificio a fondo, de todas formas… - señaló a una puerta en la que ponía “Sólo personal autorizado” – podríamos ir por ahí.

El Fernández se adelantó y cogió carrerilla, Erik adivinó inmediatamente que pretendía echar la puerta abajo y se interpuso para detenerlo.

- ¿En qué piensas? – preguntó - ¡Ya hemos hecho bastante ruido por hoy!

- Ya – repuso mosqueado el Fernández - ¿Alguna sugerencia, genio?

Lo miró un segundo a los ojos y, acto seguido, el Belmont se dirigió hacia la puerta y agarró el pomo con firmeza para después girarlo bruscamente, hubo un “crac”, y la puerta se abrió.

En efecto, tras esa puerta resultó encontrarse el almacén, que no era ni de lejos lo que Luis se imaginaba, estaba repleto de libros, eso sí, pero todo bien ordenado y clasificado.

- Fíjate – llamó Erik en una ocasión, observando fascinado una estantería – aquí hay libros de colecciones antiquísimas… apostaría a que podemos encontrar perfectamente material del siglo XVII

El Fernández se detuvo y lo miró de soslayo, sonriendo. Su compañero podía ser muy bruto en sus formas cuando se lo proponía, pero cuando su faceta de rata de biblioteca salía a la luz cambiaba por completo.

- ¿Has visto algo que pueda resultarte útil? – preguntó – Podríamos llevarnos todo lo que necesitemos.

El pelirrojo negó con la cabeza.

- No, no… y aunque fuera así… - dudó – hemos venido a por un único libro, no nos conviene sustraer más.

Luis rió.

- ¿¡Sustraer!?

- Suena mejor que robar…

Continuaron observando cuidadosamente, ayudados por las luces de emergencia, por sus pocas nociones obtenidas de la pequeña biblioteca privada de los Fernández Luis se dio cuenta de lo increíblemente valiosos que eran algunos libros, Erik por su parte estaba maravillado, y de vez en cuando agarraba alguno de aspecto especialmente adusto y lo ojeaba con avidez.

“Joder” comentaba de vez en cuando “así que este volumen no se había perdido” o bien “con uno sólo de estos libros se podría comprar el templo de la hermandad”

Sin embargo el volumen con el famoso escudo de armas en sus tapas seguía sin aparecer, y cuando arribaron al final del almacén ambos estaban francamente decepcionados.

- ¿Y ahora? – preguntó el Fernández apoyándose en la pared.

- No lo sé – respondió Erik – pero no quiero retroceder… suponía que estaría aquí… los demás emplazamientos de la biblioteca son fácilmente accesibles…

El Belmont se acuclilló y empezó a acariciar el suelo de terrazo con el gesto torcido, conocía bien el edificio principal, pensó, la colección de la propia biblioteca, la sala de préstamo, la hemeroteca y la sala infantil estaban allí, así que no podían haber escondido el libro en él…

- ¿Eh? ¿Qué es esto?

De repente Erik empezó a tocar algo en el suelo, entre todo el polvo y la pelusa, bajo la atenta mirada de su amigo.

- Oye ¿Te echo una mano?

- No, no hace falta – contestó – si no me equivoco, esto es…

La mano del pelirrojo encontró una argolla entre toda la basura y tiró de ella con fuerza, llevándose una pesada losa de terrazo, con ladrillo, cemento y hormigón armado incluidos, con la que abrió lo que parecía ser…

- ¡No jodas, es un pasadizo!

Erik había dejado la pesada tapa y asomado por la trampilla hasta la mitad del abdomen, ante sus ojos se extendían, hacia los cuatro puntos cardinales, cuatro pasadizos de piedra que se perdían en la espesa negrura.

- ¿Qué? ¿¡En serio!?

El Belmont se descolgó por la trampilla hasta el suelo, que se hallaba más abajo de lo que había supuesto en un principio, y miró hacia arriba esperando a su colega.

- ¡Baja y míralo por ti mismo!

Luis bajó de un salto, cayendo al lado de Erik, y contempló anonadado el lugar.

Aquellos pasadizos estaban excavados en la roca de un modo pulcro y perfeccionista, pareciendo ésta pulida incluso, y sin el más mínimo rastro de erosión.

- ¿A dónde conducirá esto? – se preguntó extrañado el joven Fernández.

El pelirrojo, dando una vuelta y deteniéndose a la entrada de cada bifurcación, contestó pensativo.

- No lo sé – admitió – aunque puedo imaginarlo, aún así tengo mis dudas de que éstos sean los únicos cuatro pasadizos que partan desde la biblioteca, debe haber más…

- Seguro, pero ¿para qué?

- Bueno… en caso de guerra serían muy útiles – respondió, deteniéndose delante del que se alargaba hacia el Norte - ¿Cogemos éste? Si no tenemos éxito podemos volver y revisar los demás.

Luis asintió y se colocó delante antes de que Erik llegara a moverse, sencillamente no se fiaba, estaban envueltos en oscuridad y sólo veían hasta donde sus ojos, en parte acostumbrados a la negrura y en parte adaptados a ella desde pequeños, les permitían.

Desde su llegada al recinto le había acompañado un mal presentimiento tal vez suscitado por esa ráfaga de energía corrupta, toda aquella oscuridad era el refugio perfecto para cualquier cosa que quisiera atacarles.

Tras unos instantes de duda hizo a su colega señas para que avanzara, comenzando así a moverse por el túnel.

Ninguno de los dos ocultó su sorpresa tras cruzarlo al darse cuenta de que, pese a haber resultado bastante corto – Erik calculó que debía ser la distancia desde el edificio central a una de las cuatro estructuras que rodeaban el edificio central – la covacha se les había hecho larga de cruzar, además de haberse sentido incómodos, Luis agregó además la sensación de haberse sentido continuamente observados y rodeados por aquella extraña aura putrefacta.

Tras intercambiar sus impresiones subieron por la oxidada escalera de metal que, firmemente clavada en la pared, les daba acceso a una trampilla; sabiendo de su peso por experiencia de la anterior el Belmont subió delante y la empujo cuidadosamente con su brazo derecho, retirándola y entrando él primero en el lugar.

El Fernández lo siguió y, una vez arribó a la superficie, no pudo hacer otra cosa que abrir la boca sin proferir sonido, sorprendido por el aspecto del emplazamiento en el que se encontraba.

Tal y como el pelirrojo había supuesto el sitio era, en efecto, una de las “patas” de la mesa invertida que conformaba el recinto de la biblioteca, una torre de siete pisos de alto que, conforme a lo que se sabe de estas cuatro extensiones de la biblioteca, era uno de los museos-almacenes destinados a exponer y custodiar raras y valiosísimas colecciones bibliotecarias.

Era de recibo reconocer la belleza del lugar, de paredes forradas de madera y suelo de parqué, los escasos pero valiosos libros estaba expuestos en vitrinas y abiertos para mostrar al público su autenticidad y las amplias ventanas dejaban entrar la luz de la luna que, según le pareció a Erik, tenía una muy leve tonalidad rojiza, pero lo descartó al instante achacándolo a su imaginación.

- Bueno… - repuso el pelirrojo finalmente – empecemos la búsqueda.

Empezaron a moverse con toda la tranquilidad del mundo, si bien el Fernández no sabía exactamente como era su objetivo, de modo que se limitaba a vigilar y observar mientras Erik cumplía su cometido.

Poco a poco fueron ascendiendo, el Belmont se abstenía esta vez de hacer comentarios, y Luis no dejaba de mirar inquieto por las ventanas.

- Esto es muy raro – murmuró, deteniéndose justo en el centro del tercer piso.

- ¿A qué te refieres? – le preguntó despreocupadamente su compañero.

- He fundido las alarmas, vale, pero – alzó la cabeza y miró a una de las esquinas del techo – las cámaras de seguridad aún funcionan ¿y qué pasa con las alarmas aisladas? Este lugar debería tenerlas.

- ¿Alarmas aisladas?

- Sí – aseveró – alarmas en lugares o pisos concretos, o bien protegiendo algunos expositores… llevamos tres pisos ya y – sonrió divertido – a juzgar por las caras que has puesto hemos topado ya con unos cuantos libros importantes…

- Verdaderos incunables, tío – corroboró Erik – verdaderos incunables…

Acabada esta conversación continuaron ascendiendo, el cuarto piso no les ofreció nada especial, no llegando el pelirrojo siquiera a arquear una ceja, pero en el quinto Erik, que revisaba las estanterías totalmente concentrado, sintió curiosidad por un comentario realizado por su amigo.

- Menuda portada para un quijote ¿no?

El Belmont acudió raudo a donde se encontraba Luis, en el centro de la sala, contemplando entre divertido e impresionado una vitrina en la que se hallaba un libro de unas dimensiones tales que el espacio disponible resultaba ridículo, con un cartelito ante el cristal que rezaba “1ª edición impresa de El Quixote”, se asomó para verlo mejor y, al conseguirlo, el reflejo de la luz de la luna sobre la tinta plateada del escudo de armas de la tapa lo dejó patidifuso.

- ¡¡¡No me jodas – exclamó sin contener su voz – que es el libro!!!

- ¿¡Como!?

En efecto, lo era, la tinta argentada dibujaba sobre la tapa de color carmesí un escudo de armas compuesto por un can tricéfalo entre cuyos cuellos emergían las dos cabezas de un fiero dragón y, bajo las dos criaturas, un feroz león blandía una larga espada.

- ¡Si, es este! – apartó a Luis y se apoyó sobre la vitrina, observando cada trazo del grabado - ¡Este es el libro que retiraron de de la vista al público! – sonrió – mira que intentar hacerlo pasar por un quijote… queda ridículo en esta vitrina.

Sin más dilación y para horror de su compañero, Erik levantó el cristal, que no estaba asegurado por ningún tipo de cerradura, y se dispuso a coger el libro, momento en que el Fernández lo detuvo.

- ¿¡Estás loco!? ¿Ya te has olvidado de las alarmas?

- Ya he metido las manos y no ha sucedido nada – contestó el pelirrojo con tranquilidad, alzando el volumen - ¿Qué puede pasarnos?

No pasó nada hasta que Erik sacó el libro de la vertical del atril, en ese momento el horrible estruendo de una sirena inundó toda la torre y la sala se vio iluminada por la luz roja intermitente de una alarma colocada en el techo, ante esto Luis reaccionó con rapidez y se dirigió a asomarse por la ventana, seguido de su colega, para encontrarse a toda una marabunta de agentes rodeando el edificio y disponiéndose a entrar.

- Estamos jodidos… - murmuró Luis con fastidio.

- ¡Coño, que prisa se han dado! – apreció Erik.

- No, peor que eso… - el Fernández apretó los dientes – hemos caído en su trampa… nos estaban esperando…

Los dos amigos guardaron un tenso silencio mientras contemplaban cómo los policías intentaban entrar en la torre, el español notó la ausencia del Comisario Jacques Rousseau, pero no le daba gran importancia en comparación con la idea de tener que escapar de allí a toda prisa.

El pelirrojo echó a correr sucintamente en dirección a la escalera, siendo perseguido y detenido por Luis.

- ¿A dónde crees que vas? – le preguntó con serenidad, sujetándolo del brazo.

- ¡Voy a salir de aquí, por supuesto!

Erik estaba lívido.

- ¿¡Por la puerta principal!? ¡Es una idea perfecta si lo que quieres es que te pillen!

- Me cago en la leche – se soltó con brusquedad de la presa de su compañero - ¿¡Y qué sugieres!?

Se miraron por unos momentos, acto seguido el español volvió a la ventana y contempló cómo los policías intentaban echar la puerta abajo con un ariete de acero.

- Subir – dijo sin más.

- ¿Subir?

Luis suspiró y miró al techo, su rostro mostraba una gran concentración.

- No podemos bajar por las escaleras o el ascensor – explicó – nos cogerían enseguida, pero no puede existir semejante construcción sin un montacargas que baje hasta el almacén… si lo hay, tendrá una entrada en la última planta, lo cogeremos allí y bajaremos – bajó la mirada y clavó los ojos en los del Belmont - ¿Qué me dices?

Los dos se miraron por un momento, un estruendo particularmente fuerte les confirmó que la puerta de entrada había sido abierta.

- Tú eres quien entiende de esto – reconoció – vamos por la ruta que consideres más segura.

El Fernández le indicó que lo siguiera con una señal y empezaron a andar los dos escaleras arriba, tras haber cedido la puerta la torre estaba increíblemente silenciosa, pero bajo sus pies los dos compañeros podían sentir los pasos del ejército de policías que había entrado en el edificio.

- Están tomando posiciones – indicó en voz baja a Erik – bloqueando todas las salidas y entradas – aguzó el oído – se mueven con mucha seguridad, están muy bien organizados…

No tardaron en arribar al séptimo y último piso, el pelirrojo quedó vigilando la escalera mientras Luis buscaba el posible montacargas, que resultó estar oculto tras un cuadro de arte moderno que no pegaba para nada con la decoración del lugar, lo retiró y se dirigió a su compañero para indicarle que subiera, cuando de repente…

BLAM

- ¡Levez vos mains!

Los jóvenes se quedaron congelados, la puerta del montacargas se había abierto de golpe y de él salía, apuntándoles con su arma reglamentaria, el Commisaire Rousseau, en cuyo rostro se dibujaba un evidente gesto de triunfo.

- ¡Comisario! – exclamó Luis, sorprendido.

- El que faltaba… - refunfuñó Erik, aferrándose al libro.

- ¡He dicho que levantéis las manos! – insistió Jacques.

Finalmente obedecieron, para evitar problemas el español movió su Katana hasta dejarla detrás de la cabeza, fuera del alcance de ambas manos, mientras que Erik únicamente alzó la derecha, sujetando el libro en la izquierda.

- Bien, bien, sois obedientes… - apuntó a Luis con el arma – Tú, colócate ahí.

Indicó al Fernández que se dirigiera a la ventana señalándola con el dedo, alejándolo así de su compañero para evitar posibles represalias conjuntas, acto seguido se acercó al Belmont y, sin dejar de encañonarle, le dio una orden.

- Entrégame el libro.

- ¿Por qué habría de hacerlo? – contestó éste con tono impertinente - ¿Para qué lo necesita usted?

Hubo unos momentos de silencio, el comisario parecía buscar las palabras.

- Este libro podría resultar de gran utilidad en el caso de los niños – continuó – Estoy totalmente seguro de que contiene las claves necesarias para encontrarlos, soy un experto en el tema ¡Debo consultarlo!

Ante las palabras de Erik, en parte autoritarias y en parte suplicantes, Jacques Rousseau se limitó a soltar una estridente carcajada en la que Luis pareció atisbar cierto fingimiento.

- ¡Ese libro contiene sólo tonterías mitológicas sobre vampiros y sombras! – espetó - ¿Qué esperas sacar de él? ¡Son cuentos para críos y supersticiosos!

Los dos amigos se miraron por encima del comisario.

- Oiga, Rousseau – lo interrumpió Luis - ¿Puedo hacerle una pregunta como compañero de profesión suyo que soy?

El francés se dio la vuelta, amenazándolo ahora con el arma a él.

- Por supuesto “monsieur” Fernández, habla.

- ¿Cómo supo que nos presentaríamos aquí?

Luis sonrió, pero no al comisario si no a su amigo, que le devolvió el gesto. Ambos sabían que en el fondo el español no tenía ningún interés por la respuesta.

- Sencillo – respondió – el bibliotecario me contó el incidente de ayer, así que supuse que os presentaríais aquí tarde o temprano.

- ¿Y por qué tanta movilización para un simple libro? – cuestionó el pelirrojo a su vez - ¿No es una sarta de cuentos para supersticiosos?

Sorprendido por la intervención del Belmont, Jacques se dio la vuelta, momento en que Erik lo golpeó con una patada que lo desequilibró.

- ¡CÓGELO! – gritó a Luis al tiempo que le lanzaba el libro.

El receptor extendió la mano y agarró el volumen sin mucho problema mientras que, aturdido, el comisario se daba la vuelta para encañonarlo a él.

- Que… ¿Qué es este juego? – preguntó tambaleante.

- Fácil – respondió el Belmont – uno de nosotros se lleva el libro y usted detiene al “intruso que se coló en la torre norte de la Biblioteca Nacional Francesa”

- Luego, siendo el detenido un colaborador de la investigación así como de la policía española, el departamento de mi país interviene, el supuesto delincuente queda en libertad sin cargos y todos felices.

- ¿Y por donde piensas llevarte el dichoso libro? – Rousseau quitó el seguro a su pistola - ¡Aunque puedas coger el montacargas no irás muy lejos! ¡Tengo apostados agentes hasta en el sótano! ¡Hemos cubierto todas las salidas!

La sonrisa de Luis se acrecentó.

- Oh no, todas no…

Tras decir estas palabras, se dio la vuelta y retrocedió unos pasos.

- Nos vemos luego, Erik – se despidió de su compañero.

- Hasta más ver, tío – respondió éste.

Y, sin dar tiempo a reaccionar al comisario, se lanzó contra la ventana, rompiéndola de un salto y cubriéndose la cara para evitar dañarse con los cristales, Rousseau sólo pudo asomarse para verlo caer limpiamente de pie.

- P-pero cómo…

El pelirrojo le acercó con calma, con lo brazos ya bajados, y se colocó a un par de metros de él.

- Lo siento, comisario – se disculpó, no sin cierta sorna – pero realmente no tengo ganas de acabar en el calabozo, de modo que si me deja pasar se ahorrará un molesto traumatismo y un par de semanas en el hospital.

Furioso, Jacques Rousseau se dio la vuelta y le apuntó casi a bocajarro.

- ¡Maldita sea! ¡TU NO VAS A NINGUNA PARTE, NIÑATO!

El Belmont no contestó nada, sólo agarró el cañón del arma y, sin mucho esfuerzo, lo dobló hacia arriba.

- Tiene mala suerte – comentó – porque Luis y yo no somos como usted, todos esos policías que nos esperan abajo o el resto de seres humanos “normales”… somos más, mucho más fuertes – se cruzó de brazos – formamos parte de un mundo en el que cualquiera de los que son como usted se cagaría de miedo, donde las armas comunes no sirven de nada y donde uno de sus golpes no son para nosotros y nuestros enemigos más que un simple roce…

- ¿Uno de nuestros golpes? – preguntó tirando su ahora inservible al suelo - ¿Algo como – repentinamente cogió a Erik por ambos hombros y se pegó a él, acto seguido el pelirrojo sintió un dolorosísimo impacto en sus partes – ESTO?

El Belmont se dobló de dolor, contemplando sin apenas aliento cómo el comisario se lanzaba por la ventana que Luis había roto, dispuesto a cazar al Fernández.

Fuera, Luis contempló sorprendido cómo el comisario Jacques Rousseau caía de la misma forma que él y salía a la carrera detrás suyo. Tras correr un poco – muy poco – se detuvo y adoptó una postura de guardia, dispuesto a luchar.

No tardó en ser alcanzado, el comisario le atacó enseguida con un puñetazo desde el lado derecho – en el que sujetaba el libro – que esquivó, viéndose expuesto a una patada que pudo detener in extremis, dándose cuenta de que, para su – desagradable – sorpresa, aquel hombre, aparentemente humano, era con mucho más fuerte que Erik.

Confuso, decidió tomar la iniciativa, contaba con la ventaja de ser más rápido que su adversario y de que, para su suerte, aquel hombre únicamente parecía conocer – bastante bien, todo había que decirlo – el estilo de defensa personal propio de los cuerpos de policía; viendo la diferencia de fuerzas decidió esquivarlo mientras buscaba un hueco y, al encontrarlo, le propinó varios puñetazos y patadas, pudiendo sólo hacerlo retroceder un par de pasos.

- ¿¡De qué cojones está hecho este tío!? – exclamó cuando vio que sus golpes apenas tenían efecto.

Obtuvo como respuesta una potente patada en el estómago - el poder usar sólo uno de sus brazos no le ayudaba demasiado – Agarró el pie del comisario con su mano libre y lo impulsó hacia arriba, saltando y alcanzándolo en el aire con una patada con la que lo estrelló en el suelo, al poner los pies en el asfalto embistió, pero su adversario se levantó y contraatacó con un puñetazo en el rostro que, afortunadamente, pudo esquivar, sólo para recibir un codazo en pleno plexo solar.

Medio asfixiado, retrocedió para recuperar el aliento cuando sintió una voz, furiosa y lejana, que se acercaba a todo correr.

- ¡¡¡VAS A PAGAR POR MIS PELOTAS GABACHO DE MIERDA!!!

Era Erik, con la mano izquierda aún en su paquete, corriendo de un modo extraño y con el brazo derecho brillando con un cegador fulgor escarlata, al acercarse más Luis pudo comprobar por su rostro que estaba realmente furioso y, en un momento determinado, pareció desaparecer, reapareciendo de nuevo a su lado, tumbando al Comisario Rousseau de un solo golpe.

El Fernández, aún respirando con dificultad, se quedó atónito por la repentina aparición del Belmont, y sonreía divertido por su estado.

- Ti.. tío ¿Qué te ha… pasado? – preguntó entre jadeos.

- ¡Que el cabrón éste me ha sacudido un rodillazo en los huevos y se ha ido tan campante! – contestó entre dientes - ¡Vamos! – se dirigió al comisario - ¡Levántate para que pueda arrancarte las gónadas con mis propias manos, cabrón bigotudo!

Sereno, el hombre se incorporó, de la comisura de los labios le caía un hilo de sangre y ya tenía el uniforme arrugado y sucio.

Esto sorprendió a ambos, sobre todo a Erik, que había descargado toda la potencia que podía generar en aquel espantoso puñetazo, afortunadamente la sorpresa lo ayudó a tranquilizarse.

- Así que a ti también te ha podido… - repuso el pelirrojo, observando el estado de su amigo, que se enderezó con dificultad.

- Sí – tomó aire y lo exhaló con fuerza – no importa cómo le golpee, no tengo la fuerza suficiente para tumbarlo…

Erik torció el gesto.

- No me hace gracia la idea ya que no es un vampiro, pero…

- Si, tendremos que ir los dos a la vez.

Tras asentir, los dos chicos se lanzaron a la vez a por el comisario, Luis se adelantó e intentó golpearle con una patada giratoria en salto que su adversario detuvo, haciéndolo caer, a lo que Erik respondió rodeándolo con un rápido giro y atacándolo con un directo hacia la mejilla, Rousseau se volteó hacia él, desvió su brazo y le lanzó una potente patada que el Belmont contuvo con ambas manos, oportunidad que Luis aprovechó para atrapar la pierna sobre la que se sostenía entre las suyas y tumbarlo, el pelirrojo, una vez estaba su enemigo en el suelo, decidió caer sobre él con un codazo, pero éste lo pateó y envió a volar unos dos o tres metros, el Fernández por su parte intentó responder a esto desde el suelo, pero un súbito codazo lo dejó sangrando por la nariz, de modo que finalmente se alejó rodando y se levantó para ir a asistir a su colega.

- ¡Basta ya! – exclamó Erik exasperado – Este tío es pura fuerza bruta ¡Usemos las espadas!

- ¡De eso ni hablar! – replicó Luis - ¡Es un humano! ¡No podemos usar nuestras armas contra un simple humano!

- ¿Humano? ¿¡Simple!? ¡Joder, Luis, que nos está pegando una paliza a nosotros, que somos cazadores!

- Tú no puedes sentirlo – insistió el español mientras el comisario Jacques se levantaba de nuevo – pero los cazadores y los vampiros tenemos un aura que los humanos NO poseen ¡y el aura de este hombre es tan pequeña como la de cualquier otro de los suyos!

Concentrados en la discusión, ninguno de los dos se dio cuenta de que Rousseau los había embestido y, en pocos segundos, los alcanzó a ambos con sendos puñetazos en el estómago que los hizo volar varios metros de nuevo.

- ¿Necesitas que te den otra hostia como ésta para convencerte? – inquirió Erik, levantándose con dificultad.

- T-te digo – tosió – ¡Te digo que este hombre no tiene aura alguna!

- ¿Entonces qué es? ¿una especie de androide? – se burló el pelirrojo antes de que una bombilla se le encendiera en la cabeza – sí… - miró al comisario – podría ser…

- ¿Y ahora en qué piensas?

- Acabo de tener una idea – respondió – necesito comprobar algo, tú quédate aquí.

Sin decir ni una palabra más, aunque aún dolorido, se abalanzó sobre su adversario, que también echó a correr hacia él.

Su intención esta vez era bien distinta; hacía años ya, durante su aprendizaje, había oído hablar de humanos que, dispuestos a obtener una pequeña porción del poder legendario de los vampiros, se ofrecían a cosas impensables. Aquellos seres obtenían la fuerza o la velocidad sobrehumana de los chupasangres, pero aún conservaban sus atributos humanos.

¿Era Jacques Rousseau uno de esos seres?

Se alcanzaron el uno al otro rápidamente, el Comisario le lanzó un directo a la cara que Erik esquivó agachándose, respondiendo con un placaje de hombro y, al alzarse, con un gancho y una patada en vuelta. Su intención no era otra que agotar la resistencia de su enemigo y desequilibrarlo, continuó golpeándolo con impactos fuertes y certeros a los que Rousseau no era capaz de contestar, y en un momento dado se colocó tras él y lo inmovilizó, sujetando sus brazos a la altura de las axilas, con las manos en la nuca.

Era el momento perfecto, rápidamente cogió el cuello de la camisa del uniforme y tiró de él hacia abajo, lo que vio era exactamente lo que esperaba encontrar.

- Eh Luis – llamó a su amigo - ¡Luis!

El aludido se acercó corriendo, expectante.

- Tú tenías razón – dobló y arrodilló al comisario en un hábil movimiento – éste tío es un humano normal, salvo por un pequeño detalle…

- ¡No! ¡Quieto! – exclamó el francés, suplicante, al verse de rodillas.

Sin escuchar a su petición Erik tiró de la camisa del uniforme, rasgándola, mostrando la que era la marca de aquellos humanos ambiciosos.

En la nuca del Comisario descansaba un tatuaje tribal que se extendía hasta sus hombros, era negro y representaba una rosa sanguinolenta de cuya base se extendían varias ramificaciones espinosas.

- El Comisario Jacques Rousseau – miró directamente a los ojos a Luis, cuyo rostro había adquirido una exagerada expresión de sorpresa ante el hallazgo – es un siervo.

Prelude of Twilight

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