Prelude of Twilight

Publicado: 18:36 30/08/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Bueno, pues pidiendo perdón a los lectores del fanfic (si es que me queda alguno xd), aquí están los dos únicos episodios escritos este verano ^^U, con una entrada más directa a los acontecimientos que en la saga del rapto y la saga de los Belnades, me he tomado la libertad también de meterme un poco más en Simon, aunque la saga que nos ocupa, la de los Lecarde, tenga como personaje principal a Erik.

En fin, disfrutad, el Episodio 48 está próximo

First Steps

Los dos hermanos se despertaron a la vez, sobresaltados por las protestas y gritos del pequeño René, que se negaba a desayunar, Simon miró la hora observando, irritado, que apenas eran las siete de la mañana, a lo que manifestó su indignación con un bajo pero audible “¡Me cago en la madre que…!”

- Si yo fuera tú – le interrumpió Erik con voz somnolienta – me cagaría en cualquier cosa, menos en la madre de ese crío, si es que quieres seguir teniendo algo entre las piernas, claro.

El hermano menor se frotó los ojos con rabia y se quitó las legañas.

- Luis y tú parecéis temer a esa mujer – comentó a su hermano como quien no quiere la cosa - ¿A santo de qué? Creía que erais de los mejores de la hermandad.

Erik se estiró, crujiéndose los huesos de las manos y los hombros.

- Apenas hemos dormido seis horas – respondió evadiendo la pregunta – No estoy ahora como para contestar a eso.

El muchacho torció el gesto y se levantó para rebuscar inmediatamente entre sus cosas, cogiendo una a una las prendas que había vestido el día anterior.

- Tenemos que comprarnos ropa mientras Juanjo y Adela regresan a Almería y nos envían el equipaje – dijo súbitamente el pelirrojo - no podemos estar así.

Simon asintió mientras se colocaba la camiseta, ligeramente sucia del combate de la noche anterior, Erik por su parte comenzó a vestirse, cogiendo su camisa negra y contemplándola minuciosamente, esperando que la sangre de su nariz no la hubiera manchado, agarró la corbata anaranjada y se la metió en el bolsillo del pantalón, y finalmente se calzó los mocasines y salieron de la habitación.

Fuera, en el salón, se desarrollaba una escena curiosa, alrededor de la mesa donde cenaron la noche anterior habían cuatro personas sentadas: Elisabeth y François con su hijo en brazos en el sofá y, en los dos sillones, frente a frente, un desarrapado Luis sin afeitar y vestido con calzoncillos y camiseta imperio blanca y un fornido hombre de frondoso bigote, rostro serio, ojos pequeños y nariz recta que aparentaba unos 50 años más o menos, los dos hermanos repararon además en que vestía el uniforme de la Policía Francesa.

Los jóvenes se quedaron quietos, contemplando la escena.

- ¿Y bien? ¿Cuál es su respuesta, monsieur Fernández? – preguntó éste súbitamente con un tono entre serio y conciliador.

- Se supone que actualmente – respondió Luis con tono formal – no estoy de servicio, he emprendido éste viaje por motivos personales, ya se lo he dicho, señor comisario.

- Oui, oui, je sais, pero la colaboración con nosotros en éste asunto sería bastante provechosa para ambos.

- ¿En qué sentido?

- Pocas veces se puede contar en el cuerpo con agentes de su fama, monsieur – respondió él comisario casi instantáneamente – sus acciones en la Policía Nacional Española lo preceden, sus aportaciones a la investigación pueden ayudarnos mucho, y usted obtendría una buena compensación por ello.

- ¿Han hablado de esto con mis superiores?

- Pensamos en obtener primero su opinión.

- Deberían hacerlo primero, aún no soy un INTERPOL, esto puede costarme una sanción perfectamente.

Se hizo el silencio, el hombre bajó la cabeza y se rascó la nuca, parecía nervioso.

- Mire – continuó Luis – comprendo la situación que está atravesando el cuerpo, la confianza en la policía se está perdiendo y la gente quiere resultados ya, realmente no tengo ningún problema en aceptar, pero no quiero líos con mis superiores… tengo fama y ciertos privilegios que podrían desaparecer de un plumazo.

- Me alegra que lo comprenda monsieur Fernández – aceptó tendiendo la mano a Luis – me pondré en contacto con sus superiores enseguida y le avisaré apenas se haya concretado todo.

Luis apretó la mano de su interlocutor con una ligera sonrisa y ambos hombres se levantaron al mismo tiempo.

- Si consiguen la aprobación de mis superiores estaré a su entera disposición – reiteró el muchacho – pero debo tener pleno acceso a todo lo relacionado con el caso, señor comisario.

- Oui, oui, pas de probleme, de eso se trata precisamente, le necesitamos para ésta investigación, ya sabe.

Se sonrieron cordialmente, se sacudieron la mano una vez más y el hombre se dirigió hacia la puerta, con andares firmes y rígidos, casi militares, bajo la mirada de todos los presentes, y se dio la vuelta.

- Contamos con su colaboración, ya sabe, monsieur Fernández – dijo una vez más antes de salir.

- Si, si, no se preocupe – replicó éste – sólo dense prisa en obtener el visto bueno de mis superiores, por favor.

- Así se hará, le llamaré cuando todo haya concluido.

Y desapareció, cerrando la puerta tras de sí.

- ¡Vaya! – comentó Elisabeth tras unos segundos – no imaginaba que fueras un policía famoso.

- Está considerado algo así como un Supercop – respondió Erik, rompiendo su silencio – no me extraña que su fama se extienda más allá de las fronteras españolas.

- Si – repuso Luis con fastidio – y francamente, preferiría que no fuera así.

- ¿Y eso por qué? – preguntó Simon con curiosidad.

- Se suponía – replicó el Fernández con rapidez – que íbamos a encargarnos de éste asunto en el anonimato ¡No quiero tener a la policía detrás!

- Pues niégate – propuso François mientras se encaminaba a la cocina con la intención de preparar el desayuno – Estás en tu derecho ¿no?

- Ese es el problema ¡No puedo! – A cada réplica Luis parecía alterarse un poco más, estaba claro que le habían estropeado los planes – ¡Soy policía y para colmo subordinado e hijo de un INTERPOL! Si me niego me perjudicará.

- No entiendo por qué te pones así ahora – lo interrumpió Elisabeth – Anoche estabas hablando de ponerte en contacto con la policía.

El Fernández torció el gesto.

- Naturalmente – contestó – en calidad de colaborador ¡yendo por libre, sin la policía por medio estorbando!

- De todas formas – comentó François desde la cocina – es irónico que un policía se queje de la actuación de la policía… ¡El desayuno ya está!

El anuncio de François quitó el disgusto de un plumazo a Luis, que acudió a la cocina con todos los demás, y nadie dijo nada mientras devoraban el zumo, las tostadas con mermelada de albaricoque y un buen vaso de batido de chocolate como finiquito, quedando todos en silencio mientras Simon daba el último sorbo a su vaso.

- ¡Bueno! – comentó Luis al final, dirigiéndose a los hermanos Belmont – pues si tenéis pensado hacer algo, aprovechad, que hoy estamos con las manos atadas, sólo os pido que no os mováis hasta que me den el visto bueno.

Simon y Erik asintieron.

- Teníamos que ir a comprar ropa de todas formas – respondió el pelirrojo – tenemos sólo la de anoche y no es plan de andar por ahí así.

- Os acompañaré – se ofreció Elisabeth – no creo que conozcáis muy bien la ciudad, y además, así también le dará el aire a René.

Los dos hermanos asintieron, sintiéndose Simon más seguro al verse respaldado por la protección de semejante mujer, el Fernández por su parte se levantó y se encaminó al baño, con la intención de afeitarse, Elise se fue al salón con su hijo y Erik y René fregaron y guardaron los vasos y platos del desayuno en la compañía de Simon antes de volver a la habitación de invitados.

Pasaron un par de horas sin incidencias, salvo por la sorpresa de la decisión de Luis de quitarse la perilla – “Me la volveré a dejar cuando volvamos a casa” – y una repentina llamada de Adela a los muchachos, comunicándoles que volvía a Almería esa misma tarde junto a Juanjo, algo más restablecido.

Llegadas las nueve y media de la mañana los dos hermanos se pusieron en camino junto a Elisabeth y el pequeño René, se sorprendieron a sí mismos completando las compras en menos de dos horas: Varios pantalones, camisas y cinturones para Erik, algo menos de ropa para Simon y unos cuantos conjuntos de pantalón y camisa sobrios para Luis; sin embargo no volvieron al piso enseguida, la sugerencia del pelirrojo de parar en un café fue bien acogida, y los tres se sentaron en una de las mesas de terraza mientras esperaban al garçon.

- ¿Tanto os agotan las compras a los hombres? – preguntó Elisabeth a los hermanos con una sonrisa socarrona.

- La verdad es que sí – reconoció Simon.

- Yo directamente es que me he quedado con hambre – confesó Erik mientras se acomodaba en la silla de aluminio.

Empezaron a hablar y bromear mientras seguían esperando – Elise era especialmente aficionada a burlarse del gran apetito de Erik - a ninguno de los dos se le pasó por alto que la mujer estaba especialmente tensa, y mantenía una férrea vigilancia sobre su hijo, dedujeron enseguida que ella también tenía miedo por su retoño.

Y no era la única, un vistazo rápido a la calle les permitió comprobar que se mascaba el miedo, las mujeres con hijos los llevaban fuertemente agarrados de la mano y andaban a gran velocidad sin detenerse y los padres parecían particularmente agresivos con todo aquel que se acercara a sus niños.

En general, el clima reinante era de miedo, y sólo los pequeños, inconscientemente contagiados por aquel temor, parecían no comprender la situación.

Finalmente el camarero llegó, pidieron y les sirvieron con inusitada rapidez – Erik un bombón descafeinado y un trozo grande de tarta de chocolate, Simon un batido de vainilla y un par de tostadas de mermelada y Elisabeth un café granizado con un trozo pequeño de tarta de manzana – Cuando ya estaban comiendo, Erik, que se encontraba en plena degustación de su trozo de tarta – realmente disfrutaba comiendo – dijo una palabra que llamó la atención de su hermano y la mujer.

- Terrorismo.

Elise dejó su vaso en la mesa y miró al pelirrojo sin comprender.

- He estado divagando – se explicó – no veo un móvil para todo lo que ha sucedido, no al menos por ahora, parece simple terrorismo… intentan dominar a la gente a través del miedo.

- ¿Crees que es eso? – Preguntó ella con interés - ¿En qué te basas?

- En que lo están consiguiendo – respondió – mira a tu alrededor, mírate a ti misma, todos temen por sus hijos, la alegría de la ciudad ha desaparecido, París está al borde de la psicosis.

Simon, que no intervenía, no quitaba ojo a la gente que pasaba, en efecto el ambiente estaba enrarecido, y su mente se remontó al rapto de las muchachas, donde incluso él llegó a temer por Alicia.

Odiaba aquella sensación de miedo y de impotencia que sintió entonces y que temía sentir ahora.

Mientras, Erik y Elisabeth continuaban discutiendo la cuestión, ella no creía que el objetivo fuera simplemente eso, y lo cierto es que Erik, a pesar de hablar con seguridad, también lo opinaba, y su memoria lo llevaba, al igual que a su hermano, al caso de las jóvenes, pero sentía escalofríos ante la idea de que la sangre de aquellos infantes estuviera sirviendo para alimentar a algún vampiro.

Entonces, los tres sintieron un frío glacial, y Simon se retorció en la silla siguiendo con la mirada una estela invisible, alarmado.

- ¿Qué ha sido eso? – preguntó el pelirrojo, totalmente confuso.

- Q… ¿Qué ha pasado? ¿Sólo lo hemos sentido nosotros? – preguntó también Elisabeth, mientras miraba de un lado a otro.

Pero el joven Belmont no preguntaba nada, su reacción fue tan repentina como sorprendente, levantándose de su silla y apretando a correr tras aquello.

Sabía lo que era, lo había visto antes, se había enfrentado a ello dos años atrás.

Fue durante una acampada en la montaña con el resto de la clase, Alicia y él eran apenas unos adolescentes, pero ya se gustaban, y de casualidad cayeron en el mismo grupo en aquel viaje.

En uno de los paseos nocturnos, asistidos por dos monitores, uno de los alumnos, que iba delante de la chica, se dio la vuelta e intentó estrangularla, sus manos estaban heladas y su rostro presentaba una expresión demoníaca; nadie era capaz de separarlos hasta que Simon se interpuso y lo derribó de un puñetazo, observando que del cuerpo de su compañero de clase salía una extraña sombra que no volvió a ver… hasta la noche siguiente.

Aquel día, al ocaso, la actividad era la búsqueda del tesoro, y mientras encontraban pistas aquella sombra pareció adquirir fijación por la muchacha, y la persiguió hasta que, en un momento de descuido de ambos, la atacó, y el joven se vio obligado a neutralizarla de una única y débil Lighting Ball, técnica que apenas acababa de dominar.

Aquella noche marcó el comienzo del acoso a Alicia, que culminó con su rapto dos semanas atrás.

También dejó una anécdota que nadie tuvo en cuenta en aquel momento: el número 7 grabado a fuego sobre el hombro del muchacho poseído.

Acuciado por éstos recuerdos, Simon persiguió a la sombra por las calles a toda velocidad, esquivando a quien podía y atropellando al resto. Doblaron esquina tras esquina y el chico no tardó mucho en darse cuenta de que aquella extraña oscuridad se había apercibido de su presencia y trataba, sin éxito, de despistarle.

Llegados a un determinado punto la sombra aceleró y se perdió de vista, pero él podía sentirla, continuó la persecución y la halló frente a un portal, totalmente quieta, Simon no perdió el tiempo y le lanzó una Lighting Ball, haciéndola desaparecer - ¿La había destruído? -; se dio unos segundos para recuperar el aliento y entonces se dio cuenta de que, donde antes se hallaba quieto ese extraño ser, ahora había una marca.

Un pequeño 7 chamuscado descansaba sobre la gris acera de piedra.

Simon frunció el ceño y se acuclilló para verlo, lo tocó y literalmente quemaba, señal de que, en efecto, aquella sombra acababa de grabarlo ahí; estaba preguntándose qué podía ser cuando alguien le dio una palmada en la espalda, lo que lo sobresaltó, cayendo de culo al suelo.

- Corres más rápido de lo que pensaba – dijo una voz femenina mientras se daba la vuelta para ver al recién llegado – ¡me ha costado alcanzarte!

- ¿Qué? ¡Ah! Eres tú…

Era Elisabeth, que aparentemente lo había perseguido.

- ¿Me quieres decir por qué corrías tanto?

El muchacho se levantó y se sacudió los pantalones.

- Vamos, te lo explicaré por el camino – concedió.

Durante el camino de vuelta se dio cuenta de que, en efecto, había corrido mucho, tardaron una larga media hora en alcanzar el café y a Erik, que ya hasta había pagado la cuenta, se tomó lo que quedaba de su desayuno y se encaminó junto a su hermano y la muchacha al piso, contando a Erik lo sucedido.

- Vale, guay, otro problema – comentó el pelirrojo con desgana cuando Simon concluyó su relato.

- O puede que sea el mismo problema – le contestó Elise – Nadie nos dice que los responsables de los secuestros sean humanos.

- Si, pero… - replicó Erik – un siete, una sombra… no sé… en principio no tiene relación…

- De momento – le interrumpió Simon – necesitamos información sobre los secuestros.

- No podéis – dijo rápidamente Elisabeth al chico – Al menos hasta que Luis reciba el permiso de sus superiores.

- No podemos, cierto – reconoció Erik – no al menos… oficialmente.

- ¿Vas a desobedecer a Luis?

- No sería la primera vez – comentó Simon con una divertida sonrisa.

- ¿Y por donde vas a empezar? – Preguntó la mujer – Necesitareis ayuda de todas formas.

- Necesito que me des la dirección de alguna hemeroteca – respondió – iremos esta tarde.

Los dos hermanos convinieron en dar una excusa tan simple como efectiva como es “ir a dar una vuelta por ahí” a Luis antes de hacer nada. Después de comer – un refrigerio ligero compuesto de setas de burdeos, trucha con almendras y un poco de café granizado de postre – y echar una siesta se encaminaron a la Biblioteca Nacional de Francia – no pudieron contener un “Wao” al ver aquella imponente construcción con forma de mesa invertida - , donde encontraron sin mayor problema la hemeroteca.

Esta zona del edificio, aparentemente reconstruida hace poco, daba la sensación de se un aula de audiovisuales, con varias filas de mesas – con sus correspondientes sillas – que tenían una pantalla de ordenador abatible perfectamente integrada cada una, así como un ratón trackball y un teclado en una bandeja extraíble inferior.

- Bien – dijo Erik a su hermano – la idea es buscar en los archivos los periódicos de hace dos semanas hasta hoy y revisar los artículos hasta la última línea, también las fotos que vengan incluidas, TODO ¿Queda claro?

Simon asintió, asustado por la magnitud de la tarea que tenían por delante.

- No te distraigas – le indicó – no podemos perder demasiado tiempo, tampoco es plan de que Luis se agarre un mosqueo con nosotros.

El hermano menor torció el gesto.

- Si no respetase tanto las normas podríamos relajarnos un poco – dijo mientras se dirigía a un asiento.

- Pues ya, pero tampoco le vamos a decir nada – contestó el mayor mientras se colocaba lejos de Simon y empezaba a trastear con el trackball – venga, al tajo.

Con las últimas palabras de Erik los hermanos iniciaron una actividad febril. Erik, más versado en el francés que su hermano pequeño, leía los artículos con inusitada rapidez, buscando información entre líneas, mientras Simon se concentraba en las fotos una vez leídos los textos, jugando con el Zoom y buscando detalles, cosa difícil con las fotos pequeñas y de mala calidad de los periódicos.

En un determinado momento el mayor se levantó y, tras diez minutos, apareció con dos blocs y dos lápices, entregando uno de cada al muchacho e indicándole que apuntara cualquier cosa que pudiera resultarle útil. Sin embargo resultaba a todas luces una misión imposible, las fotos demasiado pequeñas y los textos, en esencia vacíos y, en el mejor de los casos, llenos de inútiles conjeturas, no conseguían otra cosa que darles dolor de cabeza, tras dos horas, las dos primeras páginas de la libreta de Erik estaban llenas de palabras – tachadas en su mayoría – y en la de Simon sólo había garabatos – que hacía cuando necesitaba concentrarse – y algún apunte ocasional relacionado con las fotos.

Disgustado, Erik hundió la cabeza entre las manos, lo único que había conseguido en todo ese tiempo había sido una intensa y horrible jaqueca.

Precisamente por eso se sorprendió cuando alzó la vista y encontró a su hermano, de pié, haciéndole exageradas señas para que acudiera a su sitio.

- ¿Qué demonios…? – se preguntó mientras se dirigía allí.

Cuando llegó, Simon enfocaba en la pantalla la foto de uno de los últimos escenarios, el del patio del colegio.

- Dime ¿Qué ves ahí? – preguntó al pelirrojo señalando un punto en la pantalla.

Erik acercó la cabeza todo lo que pudo, lo único que se veía ahí, aparentemente, era una mancha negra.

- Haz zoom – gruñó – yo ahí no veo nada.

Simon obedeció e hizo caso, el punto negro fue convirtiéndose en una forma borrosa ensuciada por los tonos blanquinegros de la foto cuya definición se fue definitivamente al carajo en el grado máximo de Zoom, donde lo único distinguible era una masa de píxels en tonos de gris.

Simon resopló y alejó el Zoom.

- ¿Y ahora?

Erik entornó los ojos, esforzándose por ver algo durante unos minutos, fue a rendirse cuando su hermano subió el Zoom un 10% más, y entonces lo vio.

- Joder ¿Pero eso no es…? – preguntó abriendo los ojos y volviendo a entrecerrarlos.

- Si – le confirmó Simon apoyándose en el respaldo de la silla – es un 7 como el que hemos visto esta mañana.

Se7en

Simon dio un largo sorbo a su lata de refresco mientras Erik, con una impresión en papel de la imagen en la que habían localizado el 7 en la mano, metía un euro en la máquina expendedora.

Ninguno de los dos había vuelto a hablar después de sacar aquella imagen, Erik se había hundido en sus pensamientos de nuevo, intentando establecer alguna relación o buscar algún sentido a aquel número, mientras que Simon, sumido en la preocupación, empezaba a sentirse invadido por el miedo.

- ¿Y si fuera sólo una coincidencia? – preguntó el hermano menor tras acabarse su bebida.

Erik, que aún estaba bebiendo, apoyado en la máquina, se separó la lata de los labios y respiró profundamente.

- Me temo que no – respondió el pelirrojo – de primeras, según lo que me has contado, esto establece una conexión entre Alicia y éstos niños, pero no puedo imaginarme por qué.

El hermano menor estrujó la lata entre sus manos, era justo esa conexión lo que le asustaba, no quería volver a enfrentarse a aquel vampiro, estaba muy lejos de sentirse preparado.

- Sin embargo – continuó el mayor – lo primero es averiguar cual es el significado exacto de ese siete, podremos actuar a partir de ahí.

Los dos jóvenes miraron al cielo, el sol estaba a punto de desaparecer y el rojo atardecer daba paso al manto oscuro de la noche, estaban a unas horas de salir a patrullar, y era necesario que tanto Luis como los Lecarde conocieran aquel dato.

- No tenemos más remedio que decírselo – resolvió Simon – necesitamos a Luis para esto.

Erik miró de soslayo a su hermano.

- Debes estar de coña ¿Sabes cómo reaccionará cuando le digamos que hemos desobedecido sus órdenes?

- ¡Venga ya! – Replicó Simon - ¿Me vas a decir ahora que no te das cuenta de cuales son nuestras prioridades en éste momento?

Erik frunció el ceño, pero era innegable que su hermano tenía toda la razón. Más allá del rango, más allá del prestigio y los privilegios, lo primero era actuar.

Erik apuró su bebida – Un 7Up, su refresco favorito con diferencia – y se volvió a levantar, siguiendo a su hermano en el camino de regreso al piso.

El muchacho no había podido evitar notar en aquellos días un gran cambio en el comportamiento de su hermano menor, que parecía haberse vuelto responsable de golpe, no pudo evitar sentir cierta tristeza al pensar que dicho cambio se debía, en gran parte, a la culpa que sentía por no haber podido proteger a Alicia.

De nuevo, ninguno de los dos habló por el camino, no tenían nada de qué hablar en realidad, ya que la única persona con la que tenían que razonar era Luis, el fanático de los reglamentos, y preferían reservar fuerza y saliva.

Ya cuando se encontraban prácticamente al lado del edificio, vieron a dos ancianas salir del portal, una de ellas era alta y llevaba el pelo recogido en dos moños a los lados, con la melena cayendo por la espalda, tenía una expresión fuerte, casi temible, a la altura de Rose Morris; la otra, algo más baja, llevaba el cabello cano lacio y suelto y tenía una expresión dulce que contrastaba con la de su acompañante; las dos vestían elegantes atuendos, que daban la sensación de ser de clase alta, y tenían un porte orgulloso, además, la ausencia casi total de arrugas las hacía parecer relativamente jóvenes.

Por algún motivo, los dos hermanos se detuvieron ante ellas en señal de respeto y esperaron a que pasaran ante ellos, entonces la más baja, la de expresión dulce, clavó sus ojos en Simon, y éste se sintió como si se estuviera metiendo dentro de su cerebro; aún así intento sostener su mirada con terquedad, y no la retiró hasta que ambas – la más alta pareció fijarse en Erik – pasaron de largo, momento en el que el joven cayó de rodillas agotado, jadeando.

- ¡Simon! – exclamó el pelirrojo, alarmado - ¿¡Qué te pasa!?

- Lo… ¿Lo has sentido? – preguntó el muchacho, sudando a mares.

Erik asintió.

- Tienen un poder terrible – continuó el chaval – me he sentido como… como…

- Como un niño indefenso frente a una bestia gigantesca – completó Erik – sí, yo también he tenido la misma sensación.

Ninguno de los dos podía creer lo sucedido, Erik había resultado notablemente menos afectado que su hermano, pero aún así se sentía fatal, y cuando ya se estaba recuperando sintió arcadas, como si hubiera recibido un golpe de gran magnitud en el estómago.

- Eran… eran… ¿Humanas? – preguntó Simon a su hermano mayor, recuperando el aliento.

- Si… si… de los nuestros… - contestó el pelirrojo con esfuerzo.

- ¿Cazadoras?

Erik asintió sin hablar mientras tragaba para contener las nauseas, era incapaz de imaginarse que clase de entrenamiento habrían seguido aquellas mujeres para desprender semejante energía.

- Me pregunto qué harían… en casa de François – comentó el mayor tras quitarse definitivamente las ganas de vomitar.

Simon se levantó apoyado en la pared, seguía cansado, casi tambaleante.

- ¿Crees que venían de allí? – preguntó mirando al portal.

- ¿Crees que hay algún otro cazador en ese edificio aparte de François y Elisabeth?

Simon negó con la cabeza.

Pasaron otros diez minutos recuperándose antes de acercarse al portal y tocar al interfono – “¿Era el 9C?” “Si, demonios, el 9C” – la preocupación por aquellas dos ancianas pasó enseguida a segundo plano mientras pensaban en cómo plantear el asunto a los demás, para ellos sólo había una cosa clara: debían entrar en acción esa misma noche.

Al entrar, fueron recibidos por el delicioso olor de unos macarrones a la boloñesa que se gratinaban lentamente en el horno de la cocina, mientras los Lecarde daban de comer René y Luis, retirado en un sillón, leía en un estado de concentración total el Angelium.

Elisabeth no se cortó un pelo a la hora de preguntar a los hermanos si habían tenido algún éxito en su búsqueda, naturalmente la pregunta fue neutral e inespecífica, por lo que el Fernández continuó sumergido en las páginas del libro legendario, pero sin decir una palabra, Erik colocó la impresión que habían sacado de la biblioteca entre éste y los ojos del Fernández.

- ¿Pero qué…? – preguntó Luis, medio molesto por verse interrumpido.

- Ya te dejarás los ojos esta noche – le espetó Erik – tenemos que hablar.

Luis cerró el Angelium, a lo que el Belmont, con una sonrisa de conformidad, comenzó a relatar lo sucedido esa mañana, y continuó explicando a donde habían ido aquella tarde y, naturalmente, su hallazgo, mostrando a todos los presentes la imagen en cuestión, donde previamente había subrayado el número.

Las reacciones a esto fueron variadas, Elisabeth sonrió con agrado y François dedicó a los hermanos un alegre “¡Sois unos genios coño!” mientras que Luis, evidentemente disgustado, se levantaba con brusquedad.

- ¿¡Me habéis desobedecido!? – exclamó.

- Meh, sabías que lo haríamos – le respondió Erik como si fuera una obviedad.

- ¡No, no lo sabía! – Replicó Luis - ¡Pensaba que tendríais en cuenta la situación, demonios! ¿Tenéis idea de lo que me puede costar esto?

Simon se sentó en el sofá a presenciar la escena junto a los Lecarde, Luis por su parte había empezado a dar inquietos paseos por el salón, y mascullaba entre dientes lo que parecían las consecuencias de la acción de los hermanos Belmont.

- Me vas a disculpar, tío – lo interrumpió el pelirrojo - ¿Pero no te parece que olvidas lo realmente importante?

- No te das cuenta ¿Verdad? – Preguntó el Fernández, deteniéndose irritado – si, como miembro del cuerpo de policía Español, intervengo en una investigación de una benemérita ajena sin ser un INTERPOL o disponer del permiso de mis superiores ¡se me cae el pelo! ¡Y nos cerrarán muchísimas puertas que tal vez necesitemos abiertas para ésta investigación y la de mi hermana!

- ¡Si nos cierran las puertas, las abrimos! – Contestó el Belmont, cada vez más enfadado con su compañero - ¡Parece mentira que después de tanto tiempo de leal servicio tengas miedo de cometer una simple cagada! ¿¡Qué es más importante!? ¿¡Tu carrera o la suerte de esos niños y tu hermana!?

- ¡Las normas…!

- ¡QUE LE DEN POR CULO A LAS NORMAS! ¡LO PRIMERO ES LO PRIMERO! ¿¡O NO ES ASÍ!? ¿¡ENFRENTAS SEIS VIDAS INOCENTES A UNAS SIMPLES PALABRAS ESCRITAS EN UN PAPEL!? ¿¡PERO QUÉ COÑO TE PASA LUIS!?

Los gritos de Erik, a quien el Fernández había sacado totalmente de quicio, asustaron e hicieron llorar al pequeño René, a quien su madre intentaba consolar mientras lanzaba una potente mirada de reproche al pelirrojo, que bufó exasperado y empezó a caminar furiosamente por el salón.

- ¡Mira lo que has hecho tío! ¡Has hecho llorar al niño! – le espetó Luis.

- No te recordaba yo tan colérico – comentó François entre jocoso y asustado.

- Lo siento ¿¡Vale!? - respondió éste de mala gana – Ya veo que hemos hecho mal intentando recabar información – se dirigió a Luis – que te vaya bien con La Police, yo pienso ir a mi aire.

Y dicho esto, se encerró en el cuarto de invitados dando un portazo.

Simon por su parte no decía nada, no reaccionaba, permanecía cabizabajo en el sofá, con semblante triste y apagado, mientras Luis se sentaba de golpe en el sofá, irritado, pero incapaz de negar que su amigo tenía razón, y dándose cuenta de que se había dejado cegar por la posibilidad de subir peldaños como policía internacional, estaba a punto de levantarse e ir a hablar con su colega cuando ésta salió de la habitación, quedándose parado en el umbral de la puerta, con el pomo aún agarrado.

- Yo… - susurró – lo siento… he perdido el control… os pido disculpas a todos…

Todas las miradas se clavaron en el muchacho, cuyo labio inferior temblaba ligeramente, Elisabeth le dio el bebé a su marido y se encaminó hacia el pelirrojo con el puño cerrado con el objetivo de golpearle, pero Luis la detuvo.

El Fernández comprendía muy bien a su compañero, sabía que Erik, pese a ser una persona sosegada y analítica, aún era incapaz de soportar bien la presión, y se veía superado por los tres cometidos, dos de ellos a contrarreloj, que debía cumplir; además, seguro que no le había sentado nada bien haber sido reprendido por haber cumplido con el que, sin lugar a dudas, era su deber.

De pie como estaba, sujetando a Elise por el hombro, sonrió a su colega a modo de disculpa, no necesitaba perdonar a nadie porque se había dado cuenta de que era él quien se había excedido, y así se lo hizo saber.

No obstante Simon continuaba abatido y nadie parecía notarlo, de modo que se levantó y fue a la cocina a vigilar la cena, que empezaba a oler ligeramente a quemado.

Mientras, el teléfono de Luis sonó, éste sonrió al ver en la pantalla del mismo el número de su hogar en Almería, descolgó y lo puso en altavoz mientras echaba un ojo rápido a la imagen que los hermanos habían traído de la biblioteca.

- ¿Si? ¿Hola? ¿Luis? – preguntó una voz masculina desde el otro lado.

Todos la reconocieron enseguida, era la voz de Juanjo Fernández.

- ¡Papá! – Exclamó sorprendido su hijo - ¿¡Ya habéis llegado a Almería!?

- ¡Hace ya! – Exclamó éste - ¿Cómo os va por ahí por Francia?

- Nos podría ir mejor, desde luego – contestó Simon con desgana desde la cocina.

- Si – respondió el hombre desde el otro lado – estoy enterado del caso de los 5 niños, por eso llamo precisamente.

Luis arqueó una ceja y se encorvó hacia el aparato, como si así pudiera oírse todo más nítido.

- ¿Por el caso de los niños? – Preguntó Erik extrañado - ¿Hay algo que debamos saber?

Se hizo el silencio por unos instantes.

- Cuando le dije a Luisa a donde os dirigíais – informó – ésta me comentó lo que sucedía allí, inmediatamente me puse en contacto con la comisaría de París y les informé de vuestra presencia allí, la de los tres – Simon aguzó el oído – para que os dieran carta blanca y colaboraran en vuestra investigación, también he movido hilos para que ésta mañana mismo estuviera todo dispuesto aquí y no tuvieras problemas con nuestro cuerpo, ahora mismo estás en activo, en misión internacional.

- ¿Los tres? – preguntó Erik, interesado.

- Así es – confirmó Juanjo – he confirmado a Simon como colaborador con la policía al igual que tú, Erik, así nos aseguramos de que los tres dispongáis de completa libertad de acción.

- Un momento, un momento – interrumpió Luis – el comisario Jaques ha estado aquí ésta mañana para obtener mi colaboración y ha dicho que debía hablar con mis superiores en España antes de poder hacer nada.

- Pues te ha mentido – contestó su padre, tajante – desde ayer por la tarde tu acceso a todo el material y tu libertad de movimiento debería ser absoluta, te están poniendo trabas, y no puedo imaginar por qué.

La categórica afirmación de Juan José fue todo un jarro de agua fría para su hijo, que bajó la cabeza con expresión de no querer creer lo que oía.

- Es… estás bromeando ¿verdad? – preguntó con una sonrisa de incredulidad.

- En absoluto – la afirmación de Juanjo era tan rotunda y segura como antes – por algún motivo alguien quiere impedir que entréis en la investigación, y está usando a la propia policía para ello ¿Quién fue a hablar contigo? ¿El comisario Jaques dices? – preguntó súbitamente.

- Si – respondió Luis con seguridad – he visto a ese hombre en la prensa cientos de veces, estoy totalmente seguro, además, el uniforme no engaña, era auténtico.

Juanjo guardó silencio, se le oía respirar, pensaba, se oyeron un par de pasos y dos voces lejanas que conversaban – Adela y Esther – nadie dijo nada durante aproximadamente un minuto, hasta que el mismo que callaba lo rompió.

- No me cuadra – dijo de repente – rara vez se va al propio alojamiento a comunicarse con alguien, sólo en casos muy concretos, y éste no creo que sea uno de ellos, no estoy muy enterado de cómo es el Comisario Jaques Rousseau, pero sé que es un hombre que respeta fielmente el protocolo y no malgasta recursos, más aún en tiempos de crisis… algo está sucediendo, y debo saber qué es… lo investigaré apenas pueda.

Luis asintió con conformidad y sonrió a medias, su estupor era considerable, pero le aliviaba saber que en España estaba todo arreglado, aunque un nuevo pensamiento le asaltaba: Quien quiera que estuviera moviendo los hilos, conocía su historial y su escrupuloso respeto por las normas.

Acababa de darse cuenta de que Simon y Erik, sin pretenderlo, lo habían sacado de un atolladero.

- Bien… - asintió conforme el muchacho – entonces mañana nos pondremos en marcha, si la policía francesa pone alguna objeción, les diré que os llamen en nuestra presencia… por cierto ¿Cómo están mamá y Esther?

- Ah, bastante bien – respondió el hombre – tu madre algo abatida, y a Esther la hemos invitado venirse a vivir aquí temporalmente, así la casa no está totalmente vacía y además la tenemos protegida por si Kasa intenta algo de nuevo.

Luis se maldijo a sí mismo, había olvidado a Kasa Belnades.

- Vaya, no había caído en eso – reconoció – gracias por haceros cargo de ella, luego más tarde le echaré el teléfono.

- No hay de qué – contestó Juanjo – mañana por la mañana os enviaremos un paquete con vuestras cosas, meteré también tu arma reglamentaria, imagino que la placa la llevas ¿no?

- Siempre – confirmó Luis con una sonrisa.

- Bien… pues hasta la prox…

- ¡Un momento!

Erik había saltado de su asiento, interrumpiendo la despedida de Juanjo, acababa de recordar una pregunta que había olvidado a causa de su discusión con Luis.

- ¡Que! ¿Qué pasa? – preguntó el hombre, alarmado.

- Lo siento, lo siento – se disculpó el pelirrojo por su brusquedad – Juanjo ¿Qué significado tiene el número 7?

El Fernández se quedó perplejo.

- ¿El número 7? Erik ¿A qué viene esa pregunta?

El muchacho explicó, a grandes rasgos, el hallazgo de su hermano.

- Ya veo… ¿Un número 7 en la escena del crimen? Extraño…

- ¿Qué puede significar? – insistió.

- El número siete tiene muchos significados – explicó el hombre – tanto mágica como supersticiosamente, según la cultura puede ser símbolo de buena o mala suerte, se utiliza en rituales y suele tener una fuerte influencia (los días de la semana, los mares, los 7 pecados capitales…), es especialmente importante en la magia negra, aunque eso no tiene por qué significar que sea el caso… se me ocurre que tal vez sea una simple marca, un aviso… es plausible si decís que ha aparecido en un lugar en el que aún no se ha producido rapto… por otro lado no se puede descartar la idea de la nigromancia… antes es necesario saber si en las otras cuatro escenas hay otro siete.

- Lo comprobaremos – aseveró Luis – mañana iré a pedir informació a la Policía sobre los lugares donde…

- Sería demasiado arriesgado tan de repente – lo cortó su padre – no fuerces la situación, acudid a la hemeroteca de nuevo y comprobad todas las fotos, cuando lo tengáis id con ello a la policía y conseguid una orden, no podrán poner trabas a la evidencia.

- Si, será lo mejor – convino Erik.

- Y otra cosa – añadió Juan José – volved al lugar donde aquella sombra puso el número esta mañana, vigiladlo durante toda la noche – ordenó – Simon pudo ver aquella sombra, así que sería perfecto para ello, si acude alguien a la marca sabréis cual es el siguiente paso a tomar.

Se oyó al aludido quejarse en la cocina, estaba distribuyendo la cena en los platos y se había quemado con la bandeja recién sacada del horno.

- De acuerdo – aceptó Luis en un tono casi militar – iremos después de cenar.

- Tened cuidado, y mucha suerte…

Consecutivamente, Simon, Erik y Luis le dieron las gracias y las buenas noches, a lo que Juanjo respondió con un cálido “hasta mañana” y colgó, quedando la habitación de nuevo en silencio hasta que el Fernández se volvió a guardar el teléfono en el bolsillo.

- Es casi como vuestro jefe ¿no? – Preguntó Elise divertida mientras Erik iba a la cocina a ayudar a su hermano con los platos – es decir… la conversación ha sido un poco impersonal…

- Es mi jefe durante 12 horas al día, así que estamos acostumbrados a esto – contestó Luis con una sonrisa – teniendo en cuenta que del resto del tiempo paso 5 horas durmiendo, para mí es más normal, además… él expresa sus sentimientos a su manera.

- Si, yo sé lo que es eso… - comentó François con su hijo ya dormido en brazos – es fácil de llevar… sólo que en mi caso era durante todo el día. Mi abuela era muy… estricta.

Luis miró al muchacho de reojo.

- ¿Tu abuela? – Preguntó - ¿Te crió tu abuela?

- Bueno… más bien debería decir miS abuelaS – confesó – me criaron y me entrenaron… es un poco largo, pronto lo sabréis, quieren veros de todas formas… han estado aquí.

Entre tanto, Simon y Erik aparecían con los platos y cubiertos de la cena, que habían colocado en la pequeña mesa de mármol, al verlos, François llevó al pequeño René a la cuna y lo colocó con sumo cuidado, para evitar que se despertara.

- ¿Tus abuelas? – Preguntó Simon - ¿Eran esas dos mujeres que han salido del portal cuando llegábamos?

- ¿Las habéis visto?

- ¡Que si las hemos visto dice! – exclamó Erik con una risa sarcástica, recordando el incidente de hace un rato – más bien nos han visto ellas ¡y de qué forma!

- Mañana iremos a verlas – explicó Elisabeth – están muy interesadas en conoceros.

La cena comenzó dentro de un ambiente distendido animado por las conversaciones que se fueron sucediendo, a pesar de lo cual Simon no salía de su abatimiento, si bien se alcanzó cierta tensión cuando la mujer, muy seriamente, advirtió a Erik sobre los peligros que podría correr si continuaba dejándose llevar mientras permaneciera en esa casa, ya que nunca había querido que René creciera entre gritos y discusiones, a lo que el pelirrojo respondió disculpándose de nuevo y jurando que no volvería a pasar, Luis se vio obligado también a dar su palabra.

Cuando hubieron terminado ya habían pasado las 22:30 de la noche, inmediatamente y sintiéndose con fuerzas renovadas, los hermanos, así como Luis, se equiparon con sus armas, si bien esto no era más que una medida preventiva, ya que su único objetivo aquella noche no sería otro que patrullar y vigilar; mientras hacían planes y para sorpresa de los tres, Elisabeth apareció ante ellos con su Espada Estelar al hombro y sin ningún tipo de protección – si bien Luis y Erik convenían en que no la necesitaba – ataviada simplemente con una camiseta negra de tirantas y unos pantalones vaqueros.

Aquella noche, según había convenido la pareja, le tocaba a ella salir a cazar.

Una vez en la calle no necesitaron intentar pasar desapercibidos, la gente los ignoraba; rápidamente se dirigieron a la catedral de Notre Dame, que establecieron como punto de encuentro al despuntar el alba, y se separaron en dos grupos: Simon y Elise, que lo conduciría al lugar donde estuvieron esa misma mañana para vigilar la marca numérica, y Luis y Erik, que se separarían tras recorrer cierta distancia.

El camino hacia la zona fue largo, aunque se movieron rapidez, de hecho estaba bastante lejos de la catedral, si bien lo recorrieron sin incidentes. Una vez allí la mujer se dio cuenta de que el joven Belmont continuaba decaído, y con más curiosidad que preocupación, se interesó por él.

- Oye ¿Me quieres decir qué te pasa? Te veo raro desde la bronca de esos dos.

Simon se apoyó en la pared, mirando el número grabado a fuego en el suelo, sin decir palabra.

- No es bueno que te guardes para ti tus frustraciones – insistió la mujer – ese tipo de cosas sólo agrian el carácter ¡cuéntamelo hombre!

El muchacho sonrió con tristeza y la miró por un momento, para después mirar a la angosta calle, único acceso a aquel lugar.

- ¿Alguna vez la han ninguneado, Elisabeth?

Ella lo miró fijamente.

- ¿Ninguneado dices? – Preguntó – no, no que yo recuerde…

- Siempre ha… recibido felicitaciones… Erik me contó que no tardó en hacerse famosa como cazarrecompensas, es tan buena en todo que hasta Luis la teme.

Elise se rió

- ¿¡Qué Luis qué!? – exclamó divertida.

- Ni se imagina la envidia que le tengo – continuó Simon, serio.

- ¿Envidia? – Preguntó ella - ¿Envidia de qué?

El muchacho la miró directamente a los ojos.

- No sólo a usted… a mi hermano, a Luis, a François, a los Fernández… gente que se esfuerza y a la que se le reconoce su trabajo… pero yo…

- Ya veo – comprendió – es por lo de ésta tarde…

Simon apretó los puños.

- Luis ha despreciado la ayuda que le hemos prestado y… al disculparse… él…

- Te ha ignorado por completo – completó ella - ¿es eso?

El joven Belmont calló por unos segundos.

- Sé que parece egoísta, pero… yo también he estado ahí ésta tarde… me he dejado los ojos igual que mi hermano y he cogido un dolor de cabeza terrible igual que el suyo… ¡He trabajado igual que él y ni siquiera se ha disculpado conmigo, mierda!

Golpeó la pared con el codo, era evidente que se sentía dolido con el Fernández.

- ¡Desde que secuestraron a Alicia está mucho más frío conmigo! – Exclamó - ¿¡Es que no entiende que hago lo que puedo!? ¡No he dejado de esforzarme desde hace años y siempre quedo como el inútil! ¡Incluso para mi propio hermano!

Elisabeth sonrió, se acercó al muchacho y le puso fraternalmente la mano en el hombro.

- No te conozco lo suficiente – le dijo con sinceridad – pero estoy segura de que serás capaz de grandes cosas, y sólo es cuestión de tiempo que se den cuenta… a veces hace falta esperar para obtener reconocimiento… meses… puede que años… créeme, sé lo que es… yo no he sido siempre el cisne que ves ahora, a veces también se pasa por la fase del patito feo.

La sonrisa de Simon se acentuó un poco, Elisabeth pareció confortarlo o, al menos, tranquilizarlo.

- Esta es una buena noche para demostrarlo – continuó – puede que de ti dependa que todos los chavales de ésta calle sigan durmiendo en sus camas… esfuérzate ¿de acuerdo?

El muchacho sonrió, algo más animado, y Elise se separó de él, también sonriente.

- Yo tengo que ir a patrullar – dijo dándole la espalda – cada uno nos hemos asignado un tercio de la ciudad. Volveremos a por ti al alba.

Simon asintió con la cabeza, tras lo que Elisabeth desapareció de un salto entre los edificios, y buscó un buen punto desde el que vigilar.

En aquel callejón sin salida era, de hecho, sencillo encontrar un punto ciego desde donde observarlo todo sin que nadie pudiese verlo, una de las esquinas, con dos terrazas cuyas barandillas usaría para permanecer de pie vigilando desde el primer piso, era el lugar perfecto, de modo que se estableció allí y aguardó.

Para mantenerse despierto y al mismo tiempo controlar la hora, decidió alternar la mirada entre el suelo y la luna, pero la vigilia era larga y tediosa, en varias ocasiones estuvo a punto de cerrar los ojos y ceder al sueño, pero su prioridad era mantener aquel lugar seguro, cosa que haría a toda costa; ya tendría tiempo de echar una siesta a medio día.

Pasaron dos, tres, cuatro horas sin que nada sucediera, había mantenido sus cinco sentidos totalmente alerta y el lugar continuaba invariable.

Miró al cielo, la luna ya apenas asomaba entre los edificios, debían ser las cuatro o las cinco de la madrugada, pronto empezaría a amanecer.

Entonces, al volver la vista al suelo, vislumbró algo, una sombra se arrastraba silenciosamente hacia la marca numérica y se alzaba, adquiriendo una forma vagamente humana, dispuesta a trepar por la fachada del edificio.

El muchacho no perdió el tiempo, empuñó su látigo y saltó al suelo, asegurándose de hacer ruido al caer para alertar al misterioso individuo que, tal y como imaginaba, se dio la vuelta.

Era la primera vez que Simon veía una sombra de aquella forma, parecía un humanoide nebuloso con unos extraños puntos de color rojo brillante en la cabeza que tal vez hicieran la función de ojos, emitía un aura gélida que le helaba la sangre, casi un hálito de muerte.

- ¿Crees que te voy a dejar ir a alguna parte?

El ser – si es que aquello era algo – no respondió, ni tan siquiera hizo un gesto, la presencia de Simon no parecía importarle lo más mínimo.

- Sé a lo que has venido – continuó el muchacho – y no pienso permitírtelo.

Restalló su látigo con fuerza contra el suelo, que se agrietó con la potencia del golpe, y se colocó en posición de combate.

La criatura comprendió la señal de duelo del joven y se encorvó ligeramente para acto seguido embestirlo de un salto, el muchacho se inclinó hacia atrás, esquivándolo, y en el mismo movimiento se echó hacia adelante y dio una voltereta, previendo el siguiente movimiento de su adversario, que fue embestirle por la espalda.

Apenas se levantó, Simon se encontró cara a cara con el ser, rápidamente le dio un puñetazo sin golpear nada más que puro aire, llegando incluso a perder el equilibrio y atravesar la sombra, tras lo que sintió un golpe en la espalda que lo tiró contra el suelo.

Se dio la vuelta raudo y lanzó un latigazo desde su posición con el que alcanzó al ser, que se tambaleó por el golpe, y se levantó para propinarle otro, que ésta esquivó, iniciando un rápido movimiento circular a su alrededor que concluyó embistiéndolo de nuevo, acertándole ésta vez y tumbándolo, quedando sobre él y, para sorpresa del chico, cambiando de forma, adoptando ésta vez el aspecto de un gran felino de ojos rojos.

Simon reaccionó rápido, generó en su mano libre una lighting ball que estampó directamente en la cabeza de la criatura, estallando y apartándola, liberándose con ello; pero sólo había logrado recuperar la posición, la sombra cayó sobre sus cuatro patas y embistió a toda velocidad, volviéndose inalcanzable para él y obligándole a pensar en un plan mientras recibía más y más zarpazos que dejaban dolorosas heridas.

Finalmente y tras unos angustiosos segundos pensó en un plan, rudimentario pero seguramente efectivo, que pondría en práctica enseguida; Apartó de un latigazo a la bestia, que se arrojaba hacia él con las fauces abiertas y, en un momento, concentró en su mano libre toda la energía que era capaz, plantándola en el suelo para crear un Holy Seal gigantesco, en el que la sombra quedó inevitablemente atrapada, situación que el muchacho aprovechó para golpearla con su látigo todo lo que pudo, antes de que la agrada técnica se disipara y la criatura quedara libre de nuevo.

Sin embargo, una vez libre no continuó en su forma de bestia, si no que se transformó en una gigantesca polilla nebulosa que empezó a elevarse inmediatamente. Simon, sin darse tiempo a descansar, corrió hacia la pared y saltó contra ella, usándola de apoyo para llegar más alto y golpear a la criatura con su arma, que perdió altura, lo que el joven aprovechó para lanzarle otra lighting ball que se adhirió a ella, consumiendo su fulgor mientras movía sus alas de forma desesperada, intentado elevarse antes de caer definitivamente convertida en una informe masa oscura.

Al ver esto el chico dio el combate por ganado se preparó para darle un último latigazo para rematarla, pero la sombra se alzó de nuevo, adoptando una forma que le resultaba terriblemente familiar.

Aquella cosa había reorganizado las volutas de humo negro de las que se componía para adquirir de nuevo forma humana, pero ésta vez se trataba de una forma concreta, un hombre alto y medianamente musculoso con melena larga, pequeños ojos rojos y una espada en la cintura.

Aquella cosa, aquella oscuridad informe, había decidido usar el que tal vez fuera su último recurso: adoptar la forma de Erik Belmont.

Simon apretó los dientes, enfadado al ver el atrevimiento de la sombra, y en señal de desafió volvió a restallar su arma contra el suelo, con tal fuerza que incluso levanto el cemento del suelo.

- Si lo que quieres es incriminarle… lo tienes claro.

Inmediatamente la embistió látigo en mano y atacó con todas sus fuerzas, aquella burda copia lo esquivó y le propinó un rápido y potente puñetazo en el estómago que lo estrelló contra la pared para después intentar golpearle en la cara, a lo que Simon respondió esquivándola y haciéndole un placaje con el que la tumbó, para acto seguido y con toda su alevosía, lanzarle una lluvia de puñetazos en la cara seguida de una lighting ball, tras lo que saltó, cayó sobre su estómago y saltó de nuevo hacia atrás, lanzándole un latigazo que no pudo esquivar.

Pero aquella cosa parecía haber adquirido no sólo la forma y la fuerza, si no también la brutal resistencia del pelirrojo, y se levantó de un salto, desenvainando su espada sombría y atacando al joven Belmont, que lo esquivó con dificultad una y otra vez, hasta que recibió un corte en el brazo seguido de estocada al corazón que Simon tuvo la suerte de detener, aprisionando el arma entre su brazo y contraatacando con su látigo para después soltar, desequilibrando a la sombra.

En un momento miró al cielo, que comenzaba a aclararse.

- Amanece – se dijo – sólo debo aguantar un poco más.

Pero, en honor de la verdad, se sentía agotado, el cansancio por no haber dormido un ápice sumado al agotamiento por los golpes recibidos empezaban a hacerle flaquear, tanto que ni siquiera pudo reaccionar cuando aquella copia de su hermano lo golpeó repetidas veces con sus puños antes de que consiguiera desviárselos y contraatacar con su látigo otra vez, con tan mala suerte que su adversario lo esquivó y lo agarró por el cuello con una sóla mano, aplastándolo contra la pared en un intento de asfixiarlo.

Simon intentó liberarse golpeándolo, lo que resultó inútil, recibiendo como respuesta un puñetazo en la cara que le partió el labio; estaba haciendo fútiles esfuerzos por respirar, sintiendo como su vida se escapaba, cuando de repente algo brillante atravesó verticalmente a la criatura, cortándola en dos mitades, y la presa se aflojó, cayendo en unos brazos que lo agarraron con fuerza mientras una voz, en la oscuridad, lo llamaba.

- ¡Simon! ¡SIMON! ¿¡Estás bien!? ¡Di algo!

La reconoció enseguida, era Erik.

Entonces otra voz habló, tan preocupada como la de su hermano, pero algo más alejada.

- ¡Protégelo! ¡Yo terminaré esto!

Luis, que parecía debatirse con la sombra, o lo que quedaba de ella.

Se oyó una espada cortar el aire repetidas veces mientras unos pasos se acercaban rápidamente por la callejuela, Simon abrió los ojos y vio una mancha borrosa que parecía ser Elisabeth, mientras Erik se lamentaba por no poder ver al ser que había atacado a su hermano.

- ¡Hemos llegado a tiempo! Menos mal… - dijo ésta, aliviada.

Mientras la frase de la mujer terminaba, una fuerte descarga eléctrica iluminaba el lugar por un segundo, y el frío ambiental desaparecía, lo que corroboró al muchacho que la sombra había sido destruida.

Entonces una mano empezó a golpetearle la mejilla mientras la voz de Luis lo llamaba, Erik lo había dejado en el suelo pero estaba de rodillas a su lado, y Elisabeth permanecía de pie, inquieta.

No fue hasta pasados unos minutos cuando tuvo fuerzas suficientes para hablar, casi al mismo tiempo que se oía el pitido de la alarma de un reloj digital.

- Que… ¿Qué hora es? – preguntó débilmente.

- Las… las seis – respondió Erik con un nudo en la garganta – las seis en punto de la mañana… ya ha amanecido… la ronda ha terminado…

El muchacho sonrió y abrió los ojos todo lo que pudo, allí estaban los tres, mirándole con preocupación.

- Lo… lo siento – se disculpó Luis repentinamente – tuve que haberme disculpado contigo antes… de verdad… has estado muy bien… me hubiera gustado intervenir pero quería ver hasta donde llegabas… te he observado desde que empezó la batalla… le pedí a Elisabeth que me guiara… yo también puedo ver esas sombras, como tú, me he cargado un par esta noche… no han dejado número marcado.

La sonrisa de Simon se acentuó.

- O sea… hemos cumplido nuestra misión esta noche – dijo el muchacho, con la voz algo menos ronca – ningún niño ha desaparecido hoy…

Los tres asintieron, y el joven Belmont levantó el pulgar en señal de victoria.

Acto seguido Erik lo levantó, se sentían victoriosos, y tenían claro que descansarían hasta medio día por lo menos, apenas habían andado un par de metros cuando un grito estremecedor los sobrecogió.

En la ventana del tercer piso, en la columna sobre la marca del número 7, una madre lloraba desconsolada, pidiendo auxilio al encontrar una cama vacía en su casa, y a su hijo desaparecido.

Prelude of Twilight

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