Prelude of Twilight

Categoría: Otras obras

Publicado: 11:21 23/03/2009 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
Un pasado que no debe ser desvelado ¡La decisión de Simone!

Una vez abandonada la zona de los doce templos, el caballero de Acuario se tomó su tiempo para descender hasta Rodrío; sabía que no era del todo buena idea, la gente de la aldea ya estaba más que acostumbrada a las rondas de vigilancia de los caballeros de oro y era extraño ver a uno por allí fuera de ellas, ya que mientras tanto eran los guerreros de rango inmediatamente inferior, los de plata, los que se encargaban del bienestar de los lugareños.

Sin embargo esto a Simone no le importaba demasiado, personalmente le encantaba permanecer el mayor tiempo posible en aquel pueblecito bajo el Santuario, donde se sentía como en casa, de hecho una nostálgica sonrisa se fue dibujando poco a poco según avistaba el lugar y se escuchaba el bullicio de la gente en las calles; tuvo que volver a su rictus de frialdad cuando se cruzó con uno de los caballeros de retaguardia, los últimos antes de la entrada al santuario, portaba una armadura de color púrpura y corte clásico, perneras y musleras cerradas, falda de dos piezas con un protector frontal decorado por una gran cruz azul y peto de formas redondeadas, los brazaletes llevaban zócalos preparados para colocar algo en ellos y las hombreras se mostraban asimétricas, descansando una de ellas sobre el hombro derecho y la otra utilizando el peto como apoyo, decorada con unas intimidantes picas plateadas; el joven que la portaba aparentaba ser menor que el caballero de oro, con una revuelta melena castaña cuya longitud y frondosidad ocultaban toda su espalda, se apoyaba en una roca cercana con la plateada diadema en la mano y gesto aburrido.

- Un puesto de vigilancia aburrido ¿Eh, Perseo?

El joven caballero de plata dio un respingo y, tras colocarse la diadema a todo correr, se dio la vuelta y adoptó una pose marcial para recibirlo.

- ¡Todo en orden, Señor Simone de Acuario!

Simone colocó su mano derecha en su cintura y adoptó una pose distendida.

- Mírame, Alcander ¿Te parece que ésta sea una situación en la que debas actuar así? – cerró los ojos – descansa, por favor.

Ante estas palabras, Alcander de Perseo se relajó.

- Le ruego me disculpe, señor Simone – se excusó – creía que venía de ronda.

- Hoy no me toca ronda, Perseo – respondió el caballero de oro – y tampoco es la hora de ello.

- Entonces… ¿Ha ocurrido algo? – preguntó con aire de preocupación – hace rato sentí su cosmos y también el del señor Altaïr chocar contra otro.

- Tranquilo – contestó a esto el caballero de Acuario – todo está en orden, sólo he bajado para relajarme un poco tras el combate.

Más aliviado, Alcander sonrió y dedicó una reverencia a Simone.

- En ese caso, continuaré en mi puesto, continúe, por favor.

Simone le devolvió la sonrisa y prosiguió su camino, no sin antes felicitar al caballero de Perseo por su vigilancia.

Prosiguiendo su camino decidió mantener oculto su cosmos y evitar los puestos de vigilancia de los demás caballeros de plata, así poco a poco descendió la colina hasta hallarse a la entrada de la ciudadela para el santuario, donde otro caballero, cargado de cajas con verduras y otros alimentos, corría apresuradamente hacia la entrada a los templos. Simone lo conocía muy bien, era uno de los pocos orientales pertenecientes a la guardia de Atenea, japonés con marcados rasgos asiáticos y cabello oscuro, su armadura era de un tono aún más púrpura y cubría menos superficie que la de Alcander de Perseo: de pernera completa con musleras y rodilleras cuadriculadas, la entrepierna era protegida por una coquilla adornada por un delicado emblema amarillo, los antebrazos tenían una forma dinámica rematada en dos puntas cada uno y el peto estaba compuesto por dos formas pentagonales, protegiendo cada una un pectoral, unidas por una pieza simple más hundida, las hombreras poseían formas redondeadas y se alzaban levemente, y su cabeza estaba protegida por una sencilla diadema sin más adorno que un plateado y prominente cuerno. Era más bien bajo y claramente joven, probablemente adolescente.

Al notar la presencia del caballero de Acuario, el muchacho se detuvo y, como pudo, saludó marcialmente.

- ¡Bu-buenos días señor Simone de Acuario!

- ¡Yamato! – exclamó sorprendido el caballero de oro - ¿Qué estás haciendo aquí?

- ¡Ah! – manteniendo la posición como podía, el joven sonrió – Mi maestro me pidió que, cuando acabara mi turno, bajara a por víveres al pueblo antes de regresar al templo.

- Ya veo – Simone sonrió, en parte divertido por la extraña planta del chico – por eso aún llevas la armadura del Unicornio puesta ¿Necesitas que te eche una mano?

Yamato negó con la cabeza.

- ¡En absoluto, señor Simone! – respondió con celeridad - ¡Un caballero de Atenea como yo no necesita ayuda para cargar con unas cuantas cajas!

- De acuerdo – aceptó el caballero de Acuario, prosiguiendo su camino – pero si tienes dificultades solicita ayuda a alguno de los caballeros de plata de los puestos de guardia.

- ¡Sin problema! – lo escuchó decir a su espalda antes de, a los pocos segundos, escuchar su atropellada carrera.

“La pasión de la adolescencia…” pensó mientras continuaba andando “En cierto modo envidio a los caballeros de bronce”

En su caminata, no fueron pocos los lugareños los que lo saludaban e incluso en alguna que otra tasca le invitaban a pasar para tomar un trago, él se limitaba a sonreír y negarse aduciendo que mientras llevara la armadura estaba de guardia y no podía distraerse, pero aún así se sentía a gusto, deliberadamente reducía el ritmo de sus pasos para recrearse con aquel ambiente, tan terriblemente similar al de la aldea en la que nació y se crió hasta que fue reclutado como futuro caballero de Atenea.

7 largos años…

Gracias a dios, existía Rodrío.

Con parsimonia, dobló un par de esquinas y llegó a un pequeño local en cuya fachada, forrada en madera, colgaba un cartel que tenía grabado el caduceo; su sonrisa creció y tocó a la puerta, que se abrió apenas un minuto después.

Tras ella apareció una joven muchacha, de cabello castaño recogido en una coleta y formas armónicas, con rasgos casi infantiles, vestía un sencillo vestido blanco sujeto en la cintura por una cuerda. Era más bien bajita, llegando al caballero de oro por el pecho.

Sin embargo, y pese a su evidente aspecto aniñado, aquella chica tenía ya casi 20 años.

- ¡Hola! – saludó Simone con simpatía - ¿Puedo pasar o tienes a algún paciente ahí dentro?

La joven tardó unos segundos en reaccionar.

- Ah… ¡Señor Simone de Acuario! – exclamó, a la vez sorprendida y un tanto sonrojada – N-no, claro que no… ¡Pase, por favor!

Dicho esto se aparto y dejó paso al caballero, que se relajó al entrar al lugar.

Aquel sitio no era otro que una curandería, el interior estaba pintado con cal blanca y el suelo estaba compuesto de mármol negro ya desgastado, en el fondo había una suerte de camilla con armazón de madera y un pequeño colchón de plumas con, al lado, una larga mesa con múltiples botellitas y tarros clasificados, también vasos, aplicadores de gotas, paños…

- Adrienne… - articuló cuando la muchacha cerró la puerta al fin - Sabes que a estas alturas no debes tratarme con tanto respeto ¡Y mucho menos hablarme de usted ni darme el grado de “señor”!

Ella se apartó lentamente de la puerta, cohibida.

- P-pero… eres un caballero de oro… llevas la armadura…

- ¿Si tu hermano aparece por aquí equipado con su armadura de oro también lo tratas de señor?

- N-no es lo mismo… es mi hermano.

- Está bien… voy a pasar de caballero de oro a simple civil ahora mismo.

- ¿Qué vas a hacer qué?

Ante sus ojos, Simone se despojó de casi toda la armadura de Acuario, quedando así a pecho descubierto y con apenas unos pantalones recubiertos por las grebas y las musleras.

- ¿¡Pero qué haces!? – exclamó la chica, roja como un tomate ante el espectáculo - ¡V-vuelve a ponerte la armadura!

- Bueno – Simone alzó los brazos, exponiéndose – así al menos ya no soy el “Señor Simone de Acuario”

Finalmente, Adrienne lo miró directamente y sonrió.

- Está bien, Simone – aceptó - ¿Qué te trae por aquí? Que yo sepa hoy no toca ronda.

- No, en efecto – confirmó él – he bajado desde el santuario porque necesito tus servicios – extendió los brazos hacia la curandera y le mostró las palmas – mira.

La joven no reprimió su expresión de sorpresa al ver el estado de las manos del caballero, completamente chamuscadas.

- ¡Cielo santo! – exclamó - ¿¡Qué ha ocurrido!?

- Un atacante – respondió sin más – tuve que detener in extremis una de sus técnicas.

- Pero… ¿Es que llegó al templo de la vasija?

- No, pero Altaïr no lograba expulsarlo.

- ¿Altaïr? – preguntó confusa - ¿Te refieres al Señor Altaïr de Aries?

Simone asintió.

- Estas quemaduras son tremendas… - comentó, entre asombrada y asustada - ¡No te enfrentarías a él con las manos desnudas!

- Siempre que estemos en la zona del santuario hemos de llevar la armadura puesta – respondió – lo sabes de sobra, no hacerlo es una ofensa a la orden.

Sin responder, Adrienne se volteó hacia la mesa y empapó unas vendas en un extraño líquido transparente y levemente viscoso antes de agarrar un bote lleno con una extraña crema blanca.

- Esto te dolerá un poco – advirtió mientras vertía un poco de esta crema en la palma de la mano derecha de Simone.

- Bueno, por ahora no… – Adrienne comenzó a extenderla con sus dedos – ¡AGH!

- ¡Vaya! – exclamó ella, jocosa – si la sola presión de mis dedos ya te hace tanto daño ¿Cómo has podido llevar esos ceñidos guanteletes metálicos?

- Cuestión de costumbre – respondió él – supongo.

La muchacha sonrió con ternura y, tras terminar con la mano derecha, vertió la crema en la izquierda y comenzó a aplicarla también, pero ésta vez con gran suavidad, acariciando la mano del caballero de oro con la suya propia.

- ¿Mejor así? – preguntó con un tono de voz más suave e “íntimo”

Sonrojado, Simone asintió con la cabeza.

Apenas habían pasado unos minutos cuando la puerta se abrió de golpe; por ella apareció otro caballero de oro, de enorme estatura y envergadura, rasgos duros y cabello y cejas color café, toda su armadura parecía marcar una potente musculatura; rodillas, codos y las redondeadas y abultadas hombreras estaban finiquitadas con unas gruesas prominencias en forma de pinchos y el casco era completo, rematado con dos grandes cuernos curvos y un relieve alargado negro en el centro rematado por más pequeños pinchos.

- ¡Ah, Simone! – exclamó la recién llegada mole dorada - ¡Al fin te encuentro!

La sorpresa de Simone y Adrienne fue grande pero ésta, disgustada, se levantó del lado del caballero de Acuario y, con las manos en la cintura y golpeteando el suelo con los pies, reprendió al caballero.

- ¡Señor Mateo de Tauro! – Exclamó, visiblemente enfadada - ¿¡Acaso no puede llamar antes de entrar!? ¡Estoy tratando de curar a un paciente!

- Lo siento, Adrienne – se disculpó éste – pero Simone tiene que acudir a la cámara de – repentinamente se fijó en las manos de su compañero - ¡Por todos los demonios, Simone! ¿¡Qué diantres te ha pasado en las manos!?

El aludido se encogió de hombros.

- Pues ya ves – respondió – sea lo que sea para lo que se me necesite tendrá que esperar a que termine la cura ¿Se puede saber qué es tan urgente como para que bajes tú personalmente y casi destroces la puerta?

Mientras hablaba, la curandera le vendaba ambas manos con las telas que había preparado antes.

- Es por el sumo sacerdote – respondió el caballero de Tauro.

- ¿Ha requerido mi presencia?

- No explícitamente, ha querido ver a cualquiera de los implicados en el incidente de la casa de Aries.

- ¿Y eso para qué?

Antes de que Mateo contestara, Adrienne se apartó del lado de Simone, sonriendo.

- ¡Listo! Prueba a mover las manos.

Obedeciendo, el caballero de Acuario hizo varios movimientos complicados con ellas.

- No me duelen… - observó con cierta sorpresa.

- La pomada que he aplicado sobre las quemaduras es para ellas – explicó – pero el ungüento que he usado en las vendas es una mezcla de hierbas que tiene efecto calmante – sonrió orgullosa – te he vendado cada dedo individualmente para que no pierdas capacidad de movimiento.

- Eres la mejor curandera de toda Grecia, Adrienne – la aduló Simone a modo de agradecimiento.

- ¡Exagerado!

Muy a su pesar, comenzó a equiparse la armadura de Acuario y se dispuso a marcharse, pero antes de cruzar la puerta acompañando a Mateo sintió una fina mano aferrándose a su brazo. Era Adrienne.

- Oye, Simone… - articuló ésta – no sé qué habrá ocurrido, pero quien ha atacado el templo del carnero blanco es lo suficiente poderoso como para haberte dejado esas quemaduras… ten cuidado ¿vale?

Sorprendido y sin saber cómo reaccionar, el caballero de Acuario sólo pudo responderle con una torpe sonrisa antes de salir a la carrera acompañando a su camarada.

- ¿Me vas a explicar para qué ha llamado el sumo sacerdote a los implicados en la batalla de hace un rato? – preguntó con premura.

- ¡No lo sé! – respondió Mateo – ¡Pero no creo que Altaïr vaya a mantener la boca cerrada respecto a tu relación con el intruso!

- Qu… ¿¡Pero cómo sabes tú que…!?

- ¡Por favor, Simone! ¡Soy el guardián del templo del Toro Dorado! ¡Recuerda que es el segundo templo! ¡Me he enterado de todo!

- ¡Diablos! – exclamó – Ni Altaïr ni nadie debe meterse en esto… ¡Me adelanto! – decidió, echando a correr - ¡Voy directo a la cámara del sumo sacerdote!

Mientras, en el mentado lugar, Altaïr permanecía de pie frente al sacerdote. La cámara era enorme, con una gran alfombra roja que iba desde la entrada al mismísimo trono, tras el que se alzaban unas cortinas purpúreas que daban acceso al templo de Atenea; en cuanto al sumo sacerdote, era un hombre ya anciano y enjuto, vestido con una túnica negra con ribetes dorados en los bordes y un casco de oro rematado un águila.

- Así pues, el intruso provenía de Asgard… - preguntó el aciano.

- Si, sumo sacerdote – respondió, respetuoso, el caballero de Aries – estaba empecinado en enfrentarse al caballero de Acuario, traté de expulsarlo pero antes de que lo lograra éste bajó desde el templo de la gran vasija.

- ¿Simone de Acuario abandonó su puesto para enfrentarse al intruso? – preguntó el sacerdote, sorprendido.

En respuesta, Altaïr asintió con la cabeza.

- ¿Y cual era el nombre del intruso, Aries?

- Eirikr, señor, Eirikr de Merak.

El anciano cruzó ambas manos, apoyando sus codos en los brazos del trono.

- Existe un pacto de colaboración y no agresión entre los siervos de Odín y los de Atenea – articuló – destinado a proteger la totalidad de la superficie de la tierra ¿Por qué un hijo de Asgard vendría directamente a atacar el Santuario?

- Según dijo – se dispuso a informar el joven – uno de sus guerreros divinos había sido atacado, y sospechaba que el culpable era el caballero de Acuario, pero… se sorprendió al ver que el portador de la armadura era Simone, de hecho ya se conocían.

Ante esto, el sacerdote alzó la vista y cruzó su mirada con la de Altaïr.

- Señor – preguntó – usted conoce las vidas de todos nosotros, seleccionó personalmente a los doce Caballeros de Oro ¿Cuál es la relación de Simone con el reino de Asgard?

Apesumbrado, el sumo sacerdote agachó la vista.

- Además, Simone mencionó a un tal Aeger, lo que encolerizó al intruso, insinuó que Aeger iba a recibir la armadura de Acuario.

El silencio del sumo sacerdote continuó.

- Señor ¡Puede que sea importante! ¡Desearía viajar a Asgard a esclarecer todo esto!

El anciano abrió la boca para contestar, pero en ese mismo momento la gigantesca puerta doble de la cámara se abrió, apareciendo por ella una silueta que ninguno de los dos presentes esperaba.

- No necesitas conocer esa información ni realizar ese viaje, Altaïr – intervino el recién llegado, Simone, con voz potente.

- Acuario… - articuló el sacerdote mientras éste se acercaba al nivel de Altaïr – creí que no te ibas a presentar.

- Lo lamento, señor – se disculpó éste mientras se arrodillaba en señal de respeto – bajé al pueblo para despejarme un poco tras el combate.

Los dos, Altaïr y el sacerdote, se dieron cuenta de las vendas en las manos de Acuario.

- ¿He entendido bien, Simone? – le preguntó Aies mientras se levantaba - ¿No quieres que vaya a Asgard?

- Así es – respondió – no sólo que vayas a Asgard, si no que escarbes en mi pasado, si lo hicieras no sólo no esclarecerías nada si no que además complicarías las relaciones entre el santuario y el sacerdocio de Odín.

- ¿Alguna idea o sugerencia, Simone de Acuario? – cuestionó el sumo sacerdote en respuesta a esto.

- Sí – se arrodilló de nuevo – Sumo sacerdote, os pido por favor que me permitáis internarme en el reino de Asgard e intentar averiguar lo ocurrido.

El anciano dudó.

- ¿En solitario?

- Así es

- Es una empresa arriesgada, y por más conocido que seas allí de haberse corrido la voz de que eres sospechoso de atacar a uno de sus Guerreros Divinos tendrás las cosas muy difíciles.

- Pero, como usted dice – contestó – allí soy conocido, y sé moverme por el reino, por eso le pido permiso para ir.

Antes de responder, el viejo miró directamente a Altaïr.

- Aries, por favor, tu tiempo aquí ha terminado – indicó cortésmente – puedes retirarte.

- ¿Cómo? – protestó indignado – Pero… ¡Sumo sacerdote!

- De aquí en adelante es una cuestión que sólo nos concierne a Simone y a mí – insistió – de modo que no desobedezcas y regresa a tu puesto.

Ceñudo, el caballero de Aries se arrodilló a modo de despedida y abandonó la gran sala.

- Muchas gracias, sacerdote – agradeció Simone una vez sintió que el cosmos de su compañero se perdía en las 12 casas.

- Ahora lo tendrás incluso más difícil que antes con la familia sacerdotal, Simone – sugirió éste, ignorando las palabras de Acuario – al menos asegúrate de llevarles noticias de Aeger.

- Lo haré, señor.

Tras unos segundos de silencio Simone dio la conversación por marchada y se levantó, dispuesto a marcharse, pero cuando ya había avanzado unos cuantos pasos la voz del sacerdote lo detuvo.

- Simone…

- ¿Sí, sacerdote? – respondió sin voltearse.

- Sigues pensando que no se hizo lo correcto ¿verdad?

- Usted sabe que desde el principio no estoy de acuerdo con los métodos de reclutamiento de la orden de Atenea… he visto muchos lazos rotos y muchas familias desunidas… llevo 7 años sin ver a mis padres, ni siquiera sé si continúan con vida.

El sumo sacerdote suspiró con tristeza.

- Entonces… ¿Por qué continuas del lado de Atenea, caballero?

- Porque al menos – respondió antes de reemprender su camino – éste ejército comprende el verdadero significado de la palabra “justicia”

Tras ésta conversación, Simone regresó a su templo y pasaron las horas hasta que a media noche, iluminado sólo por el trémulo fulgor de las antorchas, se disponía a abandonar el templo de la Gran Vasija siguiendo las normas de partida de cada misión: Ropa de civil y la caja de pandora, donde se guardaban las armaduras de los caballeros de Atenea, camuflada como una simple caja de madera. Se la cargó al hombro y se dispuso a salir por las escaleras delanteras cuando una voz le interrumpió.

- Como siempre, de noche, para evitar las despedidas ¿No, Simone?

El caballero se detuvo y articuló una leve sonrisa.

- Adrián de Escorpio… ¿Por qué no estás cumpliendo tu noche de vigilancia en el templo del Escorpión Celeste?

La figura del recién llegado surgió de las sombras en ese momento, se trataba de otro joven ataviado con armadura de oro, de un aspecto que, en efecto, asemejaba el de un escorpión, con una coraza de formas orgánicas, cinturón de formas agudas y agresivas y brazaletes que tenían grabados las pinzas del insecto, las hombreras eran medianas y abombadas, con un agresivo cuerno decorando la punta de cada una, y el casco-diadema protegía sus mandíbulas con dos extensiones al tiempo que una suerte de cuernos ascendía desde el centro de la cabeza y una larga cola caía desde detrás de la espalda. El portador de la armadura poseía rasgos afilados, ojos alargados, cabello largo, asalvajado y castaño y era alto y no demasiado musculado, su edad rondaba la de Simone.

- Debería estar de vigilancia, sí – reconoció – pero por una vez me gustaría que te despidieras de alguien, para variar…

- Ja… eso no va conmigo y lo sabes – respondió Simone – me voy de misión, y volveré, así que no hay necesidad de despedidas.

- ¿Estás seguro de que volverás? – le preguntó Adrián – Sé perfectamente que partes a Asgard, un terreno que ahora nos está vetado a todos y más a ti, el supuesto “atacante”

Acuario dibujó en su rostro una sonrisa sarcástica.

- Las noticias vuelan ¿eh? Incluso el corazón del santuario es todo un nido de cotillas.

Ante este comentario, Escorpio rompió en una sonora carcajada.

- De todos modos – continuó Simone – sí que tenía pensado despedirme de alguien hoy… pero ya que estás tú aquí pues me lo ahorrarás

Adrián lo interrogó con la mirada mientras el caballero de Acuario abría la tapa superior de su caja de pandora.

- Toma – sacó un lirio azul, fresco, y se lo tendió a Adrián – entrégaselo a Adrienne… esta flor no crece mucho por aquí.

- Un… lirio – articuló sorprendido el caballero de Escorpio – es la flor favorita de mi hermana…

- Lo sé – respondió con fingida indiferencia mientras cerraba la caja y la volvía a cargar a hombros – quise conseguir un ramo, pero no encontré tantas.

Adrián sonrió con ternura mientras miraba el esqueje.

- Antes de irme, un último favor – dijo a su compañero sin dejar de darle la espalda – Cuida de tu hermana.

- No digas tonterías, Simone, es mi hermana, sabes que – miró a donde se encontraba su amigo, encontrando solamente oscuridad – la… cuidaré…

Con la flor en la mano y mirando al manto estrellado de la noche, dedicó una sonriente mirada al santuario, que desde aquel templo se podía observar casi por completo.

- Buena suerte, Simone de Acuario… y no te olvides de regresar con vida.

Publicado: 21:02 27/01/2009 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
Rivalidad desenterrada ¡La advertencia del caballero de Acuario!

- Imposible… ¿¡Al final fuiste tú quien obtuvo la armadura de acuario!?

Eirikr parecía no creer lo que estaba viendo, momentáneamente su cosmos se había amansado, pero al mismo sus ojos revelaban la decisión de enfrentarse a Simone.

- Así es… ¿En serio no lo esperabas?

Altaïr miró a uno y a otro, confuso, hasta que finalmente decidió intervenir.

- ¡Simone de Acuario! – lo llamó - ¡Sabes perfectamente que tenemos órdenes de no abandonar nuestro templo a no ser que seamos requeridos por el sumo Sacerdote, salgamos de patrulla o surja alguna emergencia! ¿¡Por qué has salido del templo de la gran vasija!?

El caballero de los hielos dirigió su mirada a Aries.

- Porque los dos sabemos que tú jamás lograrás expulsar a este hombre del santuario.

- ¿¡Cómo!?

Simone comenzó a bajar las escaleras, con su cosmos dorado emergiendo de su cuerpo, dejando tras él un rastro helado.

- Eres demasiado indulgente – continuó – y permisivo, has desperdiciado tu cosmos emitiendo tu ataque más poderoso con una proporción mínima de energía para no hacerle ningún daño – cuando llegó a la altura de Altaïr, dio un paso para colocarse delante de él y alzó su brazo derecho, simbolizando así su intención de mantenerlo al margen – No te metas, Aries, éste es cosa mía.

El primer caballero de oro apretó los dientes y, resignado, retrocedió hasta las escaleras del templo del Carnero Blanco, donde subió un pequeño tramo para observar la batalla.

Al tiempo, Eirikr volvía a incendiar su cosmos y ponerse en guardia, teniendo al caballero de Acuario frente a sí.

- Asgard está muy lejos, hijo de Merak – dijo a su contendiente - ¿Por qué has recorrido semejante camino?

- ¡Tantos años desde nuestro último encuentro! ¿¡Y sólo tienes eso que decir!? – le espetó Eirikr.

Simone sonrió fríamente.

- Si… nuestro último encuentro. El resultado no será diferente esta vez.

- ¡Ah! ¿No?

Con el objetivo de comenzar el combate, el guerrero de Asgard lanzó un puñetazo directo al rostro de Simone, estallando en llamas al entrar en contacto con él; Eirikr sonrió, pero no pasó mucho antes de darse cuenta de que realmente no había alcanzado la cara del caballero, si no que éste había detenido su ataque con una sola mano.

- Espero que esto no haya sido lo único que has logrado en 5 años de entrenamiento – dijo con tranquilidad mientras posaba su mano libre sobre el abdomen del muchacho - ¡Diamond Dust!

Un soplo de aire helado mandó a volar al Merak, que se equilibró en el aire y aterrizó de pie.

- Tal y como imaginaba, tu frío es aterrador…

Simone cerró los ojos y sonrió, con una pizca de orgullo.

- No por nada gané la armadura de Acuario.

- Antes me has preguntado por qué he realizado un largo viaje desde Asgard hasta Grecia, bien… ¿Puedes decirme por qué has hecho tú el mismo viaje, pero a la inversa?

El caballero de oro lo miró, levemente sorprendido.

- ¿Qué… quieres decir?

- Uno de nuestros Guerreros Divinos fue atacado con un frío que supera al que nosotros podemos generar ¡Y sólo el portador de la armadura de Acuario puede desarrollar un soplo tan devastador!

Se dieron unos segundos de silencio en el que los dos guerreros se miraron directamente a los ojos.

- Lo siento, - replicó finalmente Simone – pero no sé de qué me estás hablando.

- ¡No mientas! – exclamó furioso Eirikr, mientras los señalaba - ¡No existe otro caballero de Atenea en todo el mundo que pueda desarrollar semejante técnica! ¿¡Qué es lo que buscabas en Asgard!?

- A mí no se me ha perdido nada en Asgard – contestó el caballero con un tono un tanto más duro – todo lo que mi maestro y yo necesitábamos de allí ya lo obtuvimos hace 5 años, no necesitamos volver a pisar esas tierras.

- ¡Mientes! ¡HOT RED VOLCANO!

- Freezin’ Wall

El chorro de fuego chocó directamente con una pared de hielo invocada por Simone, Eirikr retiró su ataque justo cuando ésta empezaba a derretirse.

- ¿Por qué habría de mentir? – preguntó Acuario – Tenemos órdenes de no abandonar el santuario a menos que sea en misión encomendada por el Sumo Sacerdote, además todos tenemos conocimiento del pacto entre Odín y Atenea, y atacar a un Guerrero Divino es como atacar a un Caballero: Está considerado alta traición y es severamente castigado.

- ¿¡Entonces por qué atacaste a uno de los nuestros!?

- Te lo volveré a repetir, Eirikr: No he pisado las tierras heladas de Asgard desde hace dos años.

Simone alzó la mano derecha, sobre la que giraba una pequeña esfera de aire gélido.

- Te doy dos opciones: O te quedas aquí y eres derrotado por mí o te marchas y comunicas al Gran Sacerdote de Odín mis palabras.

- ¿Bromeas? – respondió el joven de Asgard con tono impertinente – No tengo por qué obedecer órdenes de ti – como ya hizo frente a Altaïr, expandió su cosmos, invocando un viento helado que se apoderó del lugar - ¡¡¡FREEZING UNIVERSE!!!

Juntó sus brazos y proyectó a Simone el chorro de aire congelado, en defensa el caballero de Acuario alzó frente a él la pequeña esfera helada, que absorbió por completo el ataque, lo que dejó atónito a Merak.

- Tu congelación es poderosa – repuso Acuario – pero insuficiente ¡Ahora te voy a mostrar lo que es un verdadero universo congelante! – Sujetó la esfera con ambas manos y después abrió los brazos en cruz, expandiéndose el gélido objeto hasta el infinito - ¡¡¡DIAMOND STORM!!!

Una vez hubo alcanzado el tamaño suficiente, la esfera estalló liberando una gigantesca corriente helada plagada de pequeños y cortantes cristales de hielo que hirieron superficialmente a Eirikr, cuando el vendaval terminó, una pequeña nevada comenzó a caer sobre el templo de Aries.

- ¿¡Qué es…!? ¿Con esto pretendías derrotarme?  ¡¡HOT RED VOLCANO!!

- ¿Otra vez? – preguntó Simone con cierto aire aburrido - ¡DIAMOND DUST!

Los chorros de fuego y hielo colisionaron con violencia, mientras los cosmos de ambos guerreros ardían con fragor, Simone no ocultó su sorpresa al ver que su adversario podía mantener un conflicto de igual a igual con él, permanecieron así unos segundos hasta que los dos se volvieron a poner en guardia.

Una gota de sudor cayó por la frente del Caballero de oro de Acuario.

- Tu objetivo sigue siendo el ropaje divino de Beta ¿verdad? – preguntó con una sonrisa.

- ¡Por supuesto!

- Ya veo… Es la herencia de la familia Merak después de todo…

- ¿¡Cómo!?

- Fue por eso por lo que, al contrario que tú, tu padre no tuvo ninguna objeción en que Aeger cumpliera su destino como caballero de Atenea…

- ¡No metas a Aeger en esto! – exclamó Eirikr furioso mientras hacía arder aún su cosmos.

- Viniste a buscarlo a él ¿verdad? – continuó – Por eso te sorprendiste al verme a mí como caballero de Acuario.

- ¡¡¡SILENCIO!!!

El cosmos del guerrero de Asgard estalló y, en su furia, movió los brazos dejando una estela ígnea tras ellos antes de proyectarlos hacia Simone.

- ¡¡¡GREAT ARDENT PRESSUREEEEEEE!!!

Sorprendido por la celeridad con la que su adversario había realizado la técnica, lo único que el caballero de Acuario pudo hacer fue intentar detenerla con ambas manos, cosa que logró concentrando gran cantidad de energía cósmica en ellas para así maximizar la protección.

Tras la finalización de la acometida los dos jadeaban, Simone se había visto obligado a hacer un gran esfuerzo para no ser engullido por la lengua de fuego, y Eirikr había ejecutado su más poderosa técnica en un segundo, sin apenas concentración.

*¡Detiene todos mis ataques!* pensó el muchacho mientras recuperaba el aliento *¡No hay manera de herirlo! ¿Tal es la protección que ofrece una armadura de oro?*

Por alguna razón que ni Eirikr ni Altaïr – que contemplaba el combate en total tensión – pudieron comprender, el Caballero de Acuario miró sus manos por un momento, dibujó en su rostro una sonrisa extraña y se dirigió el Merak.

- Supongo que te habrás dado cuenta, Eirikr, pero así no vamos a llegar a ninguna parte.

El aludido asintió.

- ¿Qué me quieres decir con eso?

- Te propongo finalizar este combate con el choque de nuestras técnicas más poderosas, como la última vez. El que venza cumplirá la voluntad del otro, sea cual sea ¿Qué me dices?

El joven de Asgard dudó por un momento.

- ¿Qué obtendría yo si ganara? – preguntó con desconfianza.

- Acudiría contigo al mismísimo palacio de la familia sacerdotal, a aclarar si soy inocente o culpable.

- ¿Y tú?

- Te marcharías de aquí, dirías al Sacerdote que te equivocaste y olvidaríamos ese este espinoso asunto.

Eirikr torció el gesto.

- No me sirve – respondió – Aún no me has garantizado que no seas el culpable.

Simone suspiró, el chico era realmente tozudo.

- Está bien – repuso tras unos instantes de silencio – está bien, cuéntamelo todo.

Con pelos y señales, Eirikr narró al Caballero lo sucedido, empezando por lo que él vio y finalizando por lo que Albus le había contado. Al terminar, Simon tenía la mano en la barbilla.

- Así que Albus de Zeta fue el agredido…

El muchacho asintió.

- Recuerdo a Albus – comentó – era muy eficiente y difícil de sorprender ¿Y no visteis al atacante? – preguntó - ¿Ni siquiera si llevaba o no algún tipo de armadura?

- Con la tormenta era difícil hasta para nosotros – aclaró Eirikr – no veíamos más que una sombra.

Simone dudó, tardando unos segundos en volver a hablar.

- Lo único que puedo darte es mi palabra y la de los restantes caballeros de oro que actualmente se encuentran en el santuario – repuso finalmente – y conociéndote sé que no confiarás en ella igualmente… Mantengo mi oferta ¿Qué me dices?

- Está bien – aceptó finalmente el Merak – ¡Ve preparando los bártulos porque vendrás a Asgard conmigo! – dijo a su adversario mientras a su alrededor crecía una tormenta de nieve.

- No – respondió Simone, entrecruzando ambas manos y alzando los brazos hasta el niel de su cabeza – ve preparándote tú para abandonar Grecia.

Los dos sonrieron a la vez.

- ¡¡¡FREEZING UNIVERSE!!!

- ¡¡¡AURORA EXECUTION!!!

Las dos gélidas técnicas chocaron la una contra la otra en una potente explosión de cosmos que los engulló, al ver esto Altaïr bajó de nuevo las escaleras del templo del Carnero blanco y corrió a socorrerlos.

Cuando la luz se desvaneció, un guerrero estaba en el suelo y el otro permanecía en pie.

Eirikr de Merak había perdido frente a Simone de Acuario.

- ¡Simone! – exclamó Aries arribando al lugar - ¿¡Qué has hecho!? ¿¡Por qué has usado tu Aurora Execution!? ¡El frío lo habrá matado!

Simone sólo miraba a su adversario con expresión extraña.

- ¿¡Es que no me escuchas!? – insistió Altaïr agarrándolo por las hombreras - ¡Puedes haber ocasionado una guerra por esto!

- Tranquilo, Altaïr – articuló de repente Acuario, señalando al Merak – mira…

El Caballero de Aries se dio la vuelta para ver cómo Eirikr de Merak se levantaba tiritando y cubierto de escarcha, pero vivo.

- Al igual que tú – dijo Acuario a Aries – yo tampoco tengo la intención de matarle, pero sí que sé cómo expulsarlo del santuario – miró por encima de los cuernos de la armadura de oro de Aries a su compañero - ¿Te ha quedado ya lo bastante claro, Eirikr?

Éste asintió.

- P-por esta vez, sí…

Y sin más preámbulos, se dio la vuelta y comenzó a andar en la dirección en la que había llegado.

- ¡Eirikr! – lo llamó una vez más Simone.

El aludido se detuvo y giró levemente la cabeza.

- No te preocupes por Aeger – le dijo desde la distancia – puedo asegurarte que está perfectamente, es un hueso duro de pelar.

Desde la distancia, Altaïr y Simone pudieron ver como el Merak sonreía mientras continuaba su camino.

Los caballeros de Atenea lo contemplaron hasta que desapareció en el horizonte, momento en el que Aries abrió la boca de nuevo.

- Está completamente abatido – comentó.

- Es normal – respondió Acuario – nunca le ha gustado perder.

Comenzaron la ascensión al santuario por el templo del Carnero blanco, pero para sorpresa de Altaïr, Simone se dio la vuelta, dirigiendo su andadura al pueblo de Rodrio, a los pies del Santuario.

Altaïr pensó en no decirle nada, pero de repente una duda asaltó su cabeza.

- ¡Simone! – llamó a su compañero, que se detuvo sin voltearse.

- ¿Qué ocurre, Altaïr?

- ¿De qué conoces tú a ese muchacho? ¿Qué tienes que ver con Asgard?

Pese a que continuaba dándole la espalda, Aries pudo ver al undécimo caballero de Acuario mirar de nuevo sus manos.

- Eso, Aries – respondió – es una larga historia que me aburre contar…

Publicado: 12:04 23/11/2008 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
Capítulo 2: El visitante del gran Norte ¿¡Desafío desde el país de los hielos!?

Santuario de Atenea, Grecia. El sol caía con fuerza sobre las áridas tierras custodiadas por los guardianes de la tierra, un recinto abierto rodeado de ruinas que nadie salvo los guerreros equipados con las armaduras sagradas y los habitantes de la cercana aldea Rodrio, lugar frecuentado por los caballeros y habitado por quienes se decía estaban bendecidos por la diosa de la guerra y la sabiduría, osaba cruzar.

En el corazón del santuario se erigía una formación única, doce templos colocados como escalones sobre una colina, formando un camino elíptico casi perfecto que finalizaba en una estatua erigida en nombre de la diosa, cada uno de esos templos estaba custodiado según se decía por los más poderosos hombres a las órdenes de Atenea, doce guerreros de armadura dorada, intachable conducta y valor sin igual, representantes cada uno de una de las doce constelaciones de la elíptica, bañadas desde tiempos inmemoriales por la luz del mismísimo sol.

Uno de esos hombres era Altaïr, caballero de Aries, guardián del templo del Carnero Blanco; se trataba de un hombre de estatura media que vestía una armadura de formas suaves y redondeadas y cargada de hermosos bajorrelieves, con las pequeñas hombreras ocultas bajo unos enormes cuernos dorados; este joven de unos 20 años lucía largo y desordenado cabello rubio con cierta tonalidad verdosa, con unos ojos alargados de iris rojizo que potenciaban una imponente mirada cargada de determinación, su frente estaba adornada por dos puntos de color púrpura, cada uno un poco más arriba de donde nacían las cejas, de las cuales carecía; estos rasgos hacían cada vez más crecientes los rumores de que procedía del legendario continente de Mü, donde se decía que habían sido creadas las 88 armaduras por los alquimistas de los cuales, de hecho, parecían descender los portadores de tres armaduras, siendo una de ellas precisamente la del carnero dorado.

Altaïr, como buen guardián del santuario, no se permitía el descanso, y rara vez se sentaba en el interior de su templo o siquiera se apoyaba en una las columnas, pero el calor aquel día era abrasador, y su armadura brillaba tanto bajo la severa luz del sol que llegaba a deslumbrar, razón por la cual vigilaba el exterior desde la agradable sombra de la entrada, todo continuaba sin novedad alguna, hasta que algo lo hizo reaccionar.

Un extraño cosmos, no perteneciente a ninguno de los caballeros apostados en el perímetro, se había adentrado en el santuario, no se hubiera alarmado de no ser porque se trataba de un cosmos poderoso que, pensó, fácilmente podría superar a cualquiera de los guardias, caballeros de bronce e incluso de plata.

Sin  embargo algo era extraño: no sentía ningún choque de fuerzas, ni un solo caballero se batía con aquel desconocido guerrero de aura ardiente ¿Por qué?

No se lo pensó dos veces, se enfundó el casco – un casco completo decorado con dos alas a los lados y un adorno de triple ramificación perlado con una brillante turquesa – y salió al exterior, quedando en su puesto de guardia.

- ¿Quién anda ahí? – preguntó al aire, con vez serena pero autoritaria – Te advierto que no podré garantizar tu seguridad si te acercas a este templo.

Mientras pronunciaba estas palabras, una figura aparecía por el camino que partía desde el coliseo, era un joven alto y atlético, de piel morena y cabello pulcramente recortado, vestía camisa verde y pantalón blanco con unas rudimentarias botas de nieve.

- ¡No me hables como si fuera un cobarde, caballero de Atenea! – contestó el recién llegado - ¡Soy Eirikr de Merak, procedente de las tierras heladas de Asgard!

Altaïr no ocultó su sorpresa ¿¡Asgard!? Esa región se hallaba en el Norte y estaba fuera de los dominios de Atenea, los Caballeros sabían muy poco sobre ella, salvo que estaba custodiada por otro dios, con sus propios guerreros guardianes.

- ¿Asgard? – preguntó, recuperando la serenidad - ¿Qué puede llevar a un habitante de aquellas tierras a realizar un viaje tan largo?

El cosmos de Eirikr crepitó furiosamente por un momento antes de volver a su estado normal.

- Uno de nuestros guerreros divinos ha sido atacado – explicó – el agresor desarrollaba un frío tan devastador que superaba al que nosotros podemos generar. Sé que en el ejército de Atenea hay un Caballero capaz de desatar semejante cosmos y es – señaló directamente al caballero de Aries - ¡uno de vosotros, los doce caballeros de Oro!

Altaïr guardó silencio por unos instantes, aparentemente analizando la situación; se cruzó de brazos y esperó una segunda reacción del visitante, tras darse cuenta de que éste esperaba una respuesta se decidió a hablar.

- En efecto – confirmó, hablando con un tono lo más diplomático posible – tenemos entre nosotros a un caballero de oro capaz de liberar un frío devastador pero… ¿Por qué pensaste en nosotros, los guardianes de Atenea?

El joven Merak pareció no saber reaccionar ante esa pregunta, que no esperaba.

- Y dime – continuó Aries, viendo la falta de respuesta del muchacho - ¿Qué harás con ese caballero si te damos la oportunidad de encontrarte con él?

Ante esto sí reaccionó, haciendo arder su cosmos con furia.

- ¡Le devolveré la humillación que hizo pasar a mi compañero, Albus de Zeta!

El cosmos dorado de Altaïr de Aries emergió.

- Eso suponiendo que te permita pasar, claro…

- ¿¡Cómo!?

- Al ser un extraño supongo que no conoces el reglamento del santuario – respondió el caballero de oro – así que seré breve: todo visitante con intenciones hostiles ha de superar diversos niveles de guardia, desde la entrada en la aldea de Rodrío hasta los aposentos del Sumo Sacerdote pasando, por supuesto, por los doce templos – descruzó los brazos – si no has tenido que luchar supongo que ha sido porque no has revelado tus intenciones hasta ahora, pero has hecho mal – su energía cósmica ardió con más fuerza – porque ahora tendrás que derrotar uno por uno a los caballeros de oro hasta encontrar a quien buscas, empezando por mí ¡Altaïr de Aries!

Era un desafío en toda regla, algo que Eirikr comprendió enseguida, y ni corto ni perezoso se lanzó escaleras arriba a por el guardián del templo.

- ¡PUES EMPECEMOS YA! – gritó sin detenerse un segundo - ¡HOT RED VOLCANO!

El guerrero de Asgard dio un salto para colocarse frente a su adversario y proyectó desde su puño una intensa llamarada directa al rostro de Altaïr; este, sin moverse, se limitó a pronunciar dos palabras.

- Crystal Wall…

Justo en el momento en que la lengua de fuego estaba a punto de alcanzar al caballero de Aries, rebotó en el aire y se proyectó contra su invocador, que tuvo que hacer una complicada maniobra aérea para esquivarla con un escaso margen.

- ¿¡Qué demonios era eso!?

Un reflejo dorado relució entre ambos por un momento.

- Como primer caballero de oro mi deber es evitar que nadie pase siquiera de los escalones del templo del Carnero Blanco – articuló el caballero – mi Muro de Cristal es la primera defensa que todo enemigo debe superar… una barrera que reflejará cualquier técnica, por poderosa que sea.

Eirikr se incorporó, sintiendo en ese momento una quemadura que había sufrido en el brazo izquierdo, tal vez por reaccionar demasiado tarde.

- ¿Qué refleja cualquier técnica dices? – preguntó, desafiante - ¡Eso habrá que verlo!

El cosmos del joven se expandió enormemente, al tiempo que un viento frío se apoderaba del lugar; Altair lo contemplaba impasible.

- ¡FREEZING UNIVERSE!

Uniendo ambas manos, Eirick apuntó a su enemigo y proyectó desde ellas una violenta ventisca helada que el caballero de Aries esperó con tranquilidad.

- Es inútil… - advirtió.

Impotente, el muchacho comprobó que así era, el chorro de aire helado rebotó, obligándolo a invocar de nuevo su Hot Red Volcano para contrarrestarlo antes de volver a mirar furioso al caballero dorado.

- Te lo repetiré una vez más – articuló éste desde su posición – este muro es virtualmente indestructible, no importa la técnica que utilices, puedes golpear con toda la potencia y violencia que quieras; no lo lograrás.

Eirikr cerró los puños y apretó los dientes, temblaba de furia.

- De todas formas – continuó – te lo preguntaré una vez más ¿Por qué pensaste en el santuario a la hora de identificar al atacante?

Nuevamente, silencio.

- No sé gran cosa de Asgard – reconoció – pero sí hay algo que es sabido por todo caballero de Atenea y es el pacto de unión y no agresión que existe entre el santuario y la familia sacerdotal de Odín ¡lo que implica que una acción como la que tú estás realizando podría llevarnos a una guerra!

- ¿¡Bromeas!? – replicó el joven Merak – ¡habéis sido – señaló al caballero – vosotros los que nos habéis atacado primero! ¡Entregadme al agresor y quedaremos en paz!

Altaïr frunció el ceño, comenzaba a exasperarse.

- Preséntame pruebas de que el agresor proviene del santuario y, tras hablar con el sumo sacerdote, se te será entregado…

Eirikr embistió de nuevo, subiendo a la carrera los escalones.

- ¡Esto es más rápido!

- Por última vez, Eirikr de Merak ¡Te repito que hagas lo que hagas no podrás destruir este muro!

El muchacho dibujó una sonrisa en su boca.

- ¡No creas que he jugado todas mis cartas, Aries!

Como hizo en su primer ataque, saltó, pero esta vez se preparó a lanzar directamente su puño contra el Crystal Wall.

- ¡Te voy a mostrar la furia del caballo sagrado de Odin! ¡SLEIPNIR’S FURIOUS GALLOP!

Nuevamente Altaïr no se inmutó mientras la intensa tormenta de golpes caía sobre el muro, pero no reprimió su sorpresa cuando el muro comenzó a resquebrajarse allí donde caía el puño de Eirikr.

- ¿¡Esta es toda la resistencia que puedes ofrecer!? – exclamó éste - ¡Si es así mi victoria está asegurada!

- ¡Te advierto que romper este muro significará una guerra entre el Santuario y Asgard!

Pero Merak no atendía a razones, por lo que el caballero de Aries no tuvo mas remedio que concentrar su cosmos, alzando el brazo, alrededor del cual empezaron a brillar unos pequeños luceros.

- ¡Último aviso, Eirikr!

Sin resultado; finalmente el Muro de Cristal cayó y Altaïr impulsó hacia delante su brazo, proyectando hacia su adversario una suerte de lluvia de estrellas al mismo tiempo que él recibía los últimos golpes del Sleipnir’s Furious Gallop, saliendo su casco disparado y cayendo ambos contendientes al suelo, él sobre las baldosas del templo del Carnero Blanco y Eirikr escaleras abajo hasta el pie de éstas.

El caballero de Aries tardó en unos segundos en levantarse, descendiendo las escaleras para llegar hasta su enemigo caído.

- Insensato… - murmuró mientras, con calma, se acercaba a él.

- ¿Qué… era eso? – preguntó el chico, levantándose con dificultad.

- Stardust Revolution – se limitó a contestar – una lluvia de estrellas capaz de pulverizar a quien la reciba… nadie que la encaje puede levantarse de nuevo…

- Es… potente… - admitió el joven tras caer de culo cuando ya había logrado levantarse.

- No te engañes – lo corrigió Aries – lo que has recibido ha sido la técnica a solo una décima parte de su verdadero potencial, mi única intención era expulsarte del templo sin provocarte heridas fatales, hubiera sido injusto lanzarlo con todo mi poder contra un adversario desprotegido… en estos momentos no quedaría nada de ti.

Tendió la mano al guerrero de Asgard, que la aceptó receloso, y lo ayudó a levantarse.

- Debo reconocer – aceptó el caballero – que tus técnicas son impresionantes, te he subestimado.

- Y lo sigues haciendo, Aries – le espetó el joven - ¡HOT RED VOLCANO!

Altaïr no reaccionó a tiempo ante el ataque sorpresa, siendo engullido por la tremenda llamarada y catapultado hacia los escalones del templo, contra los que se estrelló.

- ¡Maldito! ¿¡Me atacas a traición!? – exclamó mientras se levantaba.

- ¡Nunca dije que esto hubiera acabado! – respondió Eirikr – ¡Me abriré paso por cada uno de los templos hasta dar con el caballero de oro de Acuario!

Viendo la obstinación del muchacho, Altaïr no tuvo más remedio que resignarse, incendiando su cosmos para pasar a la ofensiva.

- Está visto que no me dejas alternativa – gruñó - ¡No quería llegar a esto pero no me dejas más remedio! ¡No pasarás del templo del Carnero blanco!

Las pequeñas estrellas empezaron a arremolinarse alrededor del caballero de oro, mientras Merak alzaba los brazos, dejando tras ellos una estela llameante.

Ambos echaron los brazos hacia delante, apuntándose mutuamente, proyectando sus técnicas.

- ¡STARDUST REVOLUTION!

- ¡GREAT ARDENT PRESSURE!

Sin embargo algo sucedió, de repente un aura congelante se apoderó del templo, y una explosión de cosmos gélido disipó las pequeñas estrellas fugaces proyectadas por Aries y congeló la lengua de fuego invocada por Eirikr.

Altair reconoció enseguida aquel cosmos, dándose la vuelta para encarar a su poseedor.

- ¡Acuario! ¿¡Qué haces fuera de tu puesto!?

El joven Merak, pasada la sorpresa por la anulación de las dos técnicas, corrió a colocarse junto a Altair para ver al recién llegado.

- ¿¡Acuario!?

En efecto era el caballero de Acuario, vestía una armadura de formas armónicas y suaves, evocadoras del agua, los brazaletes asemejaban dos jarras y la diadema lucía dos grandes “orejas” y un zafiro.

Eirikr incendió su cosmos enseguida, crepitando con ardor guerrero, y corrió escaleras arriba a por su objetivo, no llegó siquiera a la mitad del tramo cuando fue rechazado por una gélida tormenta de nieve, pero antes de eso alcanzó a ver el rostro de su adversario, fino y con una sonrisa confiada en el rostro, de ojos azules almendrados y cabello largo color azul noche.

Un rostro que no había visto años ha.

- ¡No puede ser! – exclamó exageradamente sorprendido tras recuperarse del ataque - ¿¡Tú eres el caballero de Acuario, Simone!?

- Así es… – respondió este con voz fría – ha pasado mucho tiempo, Eirikr.

Publicado: 13:13 08/11/2008 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
He aquí una nueva obra recién comenzada, nuevamente se trata de un fanfic basado en Saint Seiya, por lo que estoy más atado que con Twilight Rhapsodia, pero inspirado en una época anterior a Lost Canvas y con personajes creados y desarrollados por mí.

Al contrario que La Muerte del Toro Dorado, Crónicas de una era antigua tiene un trabajo de meses detrás, he de agradecer a mi hermana unas cuantas ideas, por lo que en definitiva el trabajo no es solo mío ^^

Bueno, espero que lo disfruteis

Prólogo

En el pasado, los dioses de las antiguas mitologías pasaban el tiempo luchando unos contra otros, estas batallas eran terriblemente violentas hasta el punto de llegar a hacer peligrar la integridad de la tierra en numerosas ocasiones, es por esto que se retiraron a sus lugares de reposo y comenzaron a preparar sus ejércitos.

Los más belicosos y competidores por el control de la tierra, Hades, Poseidón y Atenea, pusieron especial esmero en asegurar la defensa de sus batallones antes de afrontar nuevas guerras santas. Hades creó para sus tropas del inframundo las Surplices, oscuros y poderosos mantos que representaban las criaturas que poblaban las pesadillas de los humanos mientras que Poseidón otorgó a su ejercito las escamas, poderosas y resistentes armaduras entre las cuales las más poderosas correspondían a los siete generales, guerreros representantes de las mas feroces bestias mitológicas marinas.

Atenea, tras sufrir otra derrota en una batalla en la que sus guerreros nada pudieron hacer, diseñó 88 armaduras, conocidas como Cloth, inspiradas en las 88 constelaciones cuya fabricación dejó a cargo de los alquimistas del legendario continente de Mü.

Con esto, las sucesivas guerras santas quedaban prácticamente igualadas, hasta que llegó el momento en que los dioses dejaron de batallar, y Cloths, Surplices y Escamas quedaron sepultadas por el tiempo y el olvido.

Pero en el siglo X los ecos de batalla suenan de nuevo, guerreros con poderes sobrenaturales se alzan vistiendo de nuevo los atavíos sagrados y preparándose para una inminente batalla.

La tierra se abrirá, los cielos se desgarrarán.

Asistid con gusto al relato de estas antiguas crónicas que nadie jamás narró.

Bienvenidos a Saint Seiya: Crónicas de la era antigua

Capitulo 1: ¡La provocación del hombre de los hielos!

- Oscuridad… como cada mañana…

Un joven descendía las escaleras que emergían de un imponente palacio, estaban congeladas por el frío mientras que los alrededores se mostraban sepultados por la blanca nieve que cubría perennemente la región. El muchacho, de unos casi 20 años, tenía un cabello de color verdoso peinado hacia tras y con un mechón en la nuca recogido en una elegante coleta, iba ataviado con una brillante armadura color verde oscuro, de diseño sencillo, con algunos relieves de tono esmeraldado, en su cintura lucía un reluciente zafiro engarzado; de su espalda emergía una señorial capa de color escarlata y sujetaba en su mano un casco que simulaba la feroz cabeza de un tigre.

Tras el abatimiento inicial se forzó a sonreír, había crecido en aquellos parajes, en aquel palacio, y se había entrenado por todo el país, convirtiéndose en un guerrero lo suficientemente poderoso como para ser investido por los ropajes que ahora portaba, la armadura divina de Zeta.

Uno de los dos hijos de la poderosa familia Mizard, Albus.

Era uno de los pocos hombres que había obtenido su ropaje divino, uno de los siete que aparecían si, tal y como decía la leyenda, el peligro se cernía sobre la región de Asgard.

- ¿Ya de tan buena mañana haciendo la ronda, Albus?

Aquella voz lo sacó de su ensimismamiento, vio aparecer frente él, subiendo los gélidos escalones, a otro guerrero.

Era más alto que él, su cabello ondulado color paja caía sobre sus hombros, coronando un rostro fino y alargado, cuya expresión serena se acentuaba por sus profundos ojos azules, vestía una armadura del color de la noche, de formas agresivas, con uno de los antebrazos decorado por picas que aparentaban ser escamas levantadas y una de las plateadas hombreras decorada con la imponente cabeza de un dragón; al igual que Zeta, este hombre portaba en la mano su casco, representando una cabeza de dragón idéntica a la de su hombro.

- ¡Sigfried! – el joven Mizard sonrió – No pareces el más apropiado para decirme eso cuando tú estás regresando de ella.

El recién llegado se llamaba en efecto Sigfried de Dhube, descendiente del legendario guerrero que derrotó al dragón bicéfalo fafnir, los varones de esta familia habían vestido siempre la armadura divina de Alpha.

- Somos pocos – respondió Alpha – y la región es muy vasta, mantenerla vigilada nos costará algún que otro sacrificio hasta que estemos los siete.

Albus torció el gesto.

- ¿Pero por qué ahora? El reino está tranquilo, las noticias que nos llegan de las regiones vecinas indican que no hay ningún peligro ¡Incluso Poseidón se mantiene dormido en su templo!

- No lo sé – reconoció Sigfried tras unos instantes de silencio – pero tampoco han sido entregados los siete ropajes de golpe, debe significar algo…

Mizard asintió.

- Como sea – continuó el guerrero de Alpha – hemos de seguir como hasta ahora.

- Comprendo.

Se despidieron de un modo casi marcial y cada uno continuó su camino, Albus no había osado replicar a Sigfried, de hecho nadie osaba llevar la contraria ni mucho menos desafiar al inmortal guerrero divino de Alpha, pero la lealtad de este a la familia del sacerdocio de Odín y al propio dios hacía que el respeto que todos sentían por el fuera grande.

Al pie del castillo se hallaba un bosque nevado dividido por un accidentado camino que llevaba a una de las pocas aldeas del lugar, nadie se atrevía a atravesarlo por los lobos salvajes que en él reinaban, sólo los guerreros divinos y la familia sacerdotal podían doblegarlos con su cosmos. Aquel bosque gustaba mucho a Albus, y siempre dibujaba inconscientemente una leve sonrisa cuando paseaba por él, saliendo aliviado al comprobar que, como cada día, todo estaba en órden.

El pueblo fue el siguiente lugar a visitar, una discreta aldea compuesta por una desordenada aglomeración de cabañas; era demasiado temprano, de modo que aún no había comenzado nadie sus faenas, hacía demasiado frío para salir a la intemperie.

Nuevamente todo tranquilo, se preguntaba si aquella sería otra anodina ronda cuando algo alteró la paz del lugar.

Repentinamente la gélida brisa se agitó, convirtiéndose en un potente vendaval acompañado de ingentes cantidades de nieve cristalizada.

“¿Una tormenta de nieve? ¿Ahora?” pensó mientras se colocaba el casco con dificultad y se cubría el rostro “¡El tiempo estaba bien hasta hace un instante!”

Se colocó en una posición contraria al viento, pero algo le hizo echarse a un lado con rapidez, esquivando por muy poco algo que sintió pasar a su lado.

- ¿¡Quien anda ahí!? – exclamó mientras miraba en todas direcciones, alarmado - ¿¡Quién se atreve!?

Nadie contestó, entre la tempestad sólo se podía ver a una extraña sombra moviéndose con rapidez mientras la temperatura descendía anormalmente rápido.

No pasó mucho hasta que la perdió de vista y, poco después, sintió un golpe en la espalda que lo hizo caer.

No había sido un golpe corriente, de eso estaba seguro, ya que aparte de tumbarlo había sentido un frío helador que lo desconcertó pero, al mismo tiempo, lo envalentonó.

- ¿Cosmos gélido? ¡Estúpido! – increpó al aire mientras se alzaba de nuevo - ¡Soy un Guerrero Divino! ¡Me he criado en las heladas estepas de Asgard! ¡Un impacto así no significa nada para mí!

Al incorporarse, vio a la sombra frente a el, mientras que un cosmos inmenso se concentraba en ese punto.

- ¡Vamos, descarga ese aire frío contra mí! – lo desafió mientras se abalanzaba contra el guerrero desconocido - ¡VIKING TIGER CLAW!

Albus y su adversario embistieron el uno contra el otro, atacando el guerrero de Zeta con sus enormes uñas plateadas invocadas a través de su cosmos, capaces de desgarrar y congelar; al cruzarse los dos adversarios no sintió nada, de modo que sonrió confiado y se dispuso a darse la vuelta para continuar la batalla, llevándose una desagradable sorpresa al intentar moverse.

- ¿Pero qué…? ¡No puede ser!

Su cuerpo, o al menos sus piernas y el lado derecho de su torso estaban encerrados en hielo, trató de desembarazarse de él pero le resultó imposible, mientras sentía el cosmos de su enemigo concentrarse cada vez más a su espalda.

Hizo un segundo intento desesperado por liberarse, pero fue inútil, se dio por muerto cuando de repente una gigantesca columna de fuego apareció tras él, absorbiendo la fuerza del viento y deteniendo la tormenta; Albus reconoció enseguida ese poder, sólo conocía a un guerrero en toda Asgard capaz de ejecutar semejante técnica calorífica.

- ¡Eirikr! – exclamó casi con alivio.

Inmediatamente el cosmos a su espalda se disipó, y escuchó una voz y pasos apresurados.

- ¡Vuelve aquí, cobarde!

En efecto, en aquella voz juvenil reconoció a Eirikr de Merak, un joven que entrenaba para convertirse en uno de los más poderosos Guerreros Divinos, pero que sin embargo aún no había obtenido su armadura.

- ¡Albus! ¿Estás bien?

Los pasos se dirigían esta vez hacia él y no se detuvieron hasta que pudo verlo por fin, algo que le hizo sonreír aliviado.

Eirikr de Merak era un muchacho bastante más joven que Albus o Sigfried, de hecho apenas contaba con diecisiete años, pero tenía una buena estatura y era atlético, vestía una sencilla y desgastada camisa de campesino color verde esmeralda y unos pantalones blancos con unas rudimentarias botas de nieve que eran el único elemento de su indumentaria diseñado para proteger del frío, de hecho el muchacho iba en manga corta, algo anormal en aquella nórdica región; tampoco era común su piel, tan morena que parecía tostada al sol, completamente contrastada con sus ojos color azul celeste y su cabello rubio lacio, cortado recto por detrás y con dos grandes mechones que bajaban desde las patillas hasta quedar reposando sobre sus hombros.

- ¿¡Qué demonios ha sucedido!? – preguntó alarmado mientras, con su cálido cosmos, derretía el hielo que aprisionaba al Mizard.

- Ojalá lo supiera – respondió Albus, medio avergonzado – lo único que he alcanzado a comprender es que han intentado atacarnos.

- ¡Qué hielo mas duro! – protestó Eirikr mientras aumentaba la intensidad de su cosmos para derretirlo – Nunca he visto algo así en Asgard.

- ¿Sentiste su energía congelante? Jamás creí que alguien lograra una mas fría de la que somos capaces de desarrollar aquí.

- Si… - Merak se detuvo unos instantes, pensativo – y sin embargo sí que hay alguien capaz de alcanzar este nivel…

- ¿En qué demonios estás pensando, Eirikr?

- He de hablar con el sacerdote, Albus – comentó con voz decidida – tengo un viaje que realizar…

Publicado: 13:17 02/12/2007 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
Episodio 1

Episodio 2

Episodio 3

Episodio 4 y final

Bueno, pues con éste ya he indexado los dos fanfics publicados en mi blog y con ello aliviado bastante la bandeja de destacados.

Yo me lo he currado, ahora os toca a vosotros, please --> <--

Publicado: 12:44 28/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
- No nos dejas alternativa, definitivamente - concluyó Camus.

- ¡Vamos! ¡Los tres a por él! - Animó Shura alzando su mano a la altura del pecho.

- No - les interrumpió Saga enseguida - seremos siervos de Hades, pero seguimos teniendo nuestro honor de caballeros, mi duelo con Aldebarán no ha terminado, manteneos al margen y cruzad el templo apenas tengáis la oportunidad.

El caballero de Tauro se adelantó unos pasos, y con su cosmos formó una sólida barrera a sus espaldas, bloqueando la puerta.

- Entonces - se dirigió a la mole dorada - ¿Estás listo para embarcarte en tu viaje hacia el Hades, Aldebarán?

- Tal vez seas tú el que obtenga ese viaje, Saga - respondió el caballero de oro - sólo que ésta vez no volverás.

La intensidad del cosmos de los dos contendientes estaba al máximo, para sorpresa de los tres espectros, Tauro descruzó los brazos.

Pensaba luchar en serio, hasta el final.

Géminis reaccionó enseguida, apuntó con su mano a su adversario y proyectó un chorro de energía cosmica que Aldebarán contuvo y desvió con su mano antes de contraatacar de la misma forma.

Saga esquivó el contraataque de su adversario y se acercó a él lo suficiente como para iniciar una escaramuza cuerpo a cuerpo, esquivó dos puñetazos del caballero de Tauro y le propinó un gancho, a lo que éste respondió con un potente cabezazo que desequilibró al espectro, convirtiéndolo en un blanco fácil para las múltiples palmetadas con las que Aldebarán lo golpeó.

El espectro no tardó mucho en recuperarse, saltó y pateó la cabeza de su enorme adversario con una patada en vuelta para, al caer, atizarle un puñetazo en el abdomen ante el que apenas se inmutó, recibiendo como respuesta un potente Great Horn de lleno.

Saga se estabilizó tras volar unos metros y cayó de pie, mirando a su adversario.

- Era verdad lo que dicen de él - murmuró para sí mismo - es un muro infranqueable.

- ¿Te has dado cuenta ya? - preguntó Aldebarán desde su posición - jamás podréis traspasar la puerta que está a mis espaldas mientras siga con vida, y puedo asegurarte - alzó los brazos en la pose de las astas del toro - ¡Que no tengo la mínima intención de morir!

Avivó la llama de su cosmos una vez más, tras el se podía distinguir el aura de su constelación, un búfalo dorado que amenazaba con aplastar a los tres espectros.

Sin embargo, Saga no se intimidó, y elevó su cosmos hasta el punto máximo, intentando ahogar el de Aldebarán.

- Antes has dicho que nos permitirías el paso aunque te desintegrásemos en millones de partículas ¿no es así? - preguntó el espectro de Géminis - bien... ¡pues me aseguraré de calcinar hasta el último átomo de tu cuerpo!

Saga unió sus manos en un brusco gesto y las separó, entre ellas flotaba un pequeña bola luminosa.

- ¡Aldebarán! - llamó al caballero de oro - ¡Esta es la última oportunidad que te doy para abrirnos el camino hacia templo de Géminis, de lo contrario... te convertirás en polvo cósmico entre las llamas de una explosión galáctica!

El caballero de Tauro apretó los dientes, conocía bien la mortal técnica de Saga, había sentido su fragor al final de la batalla del santuario, cuando la usaba contra los caballeros de Bronce.

Sabía que sus posibilidades eran mínimas, de modo que se relajó, aún sin detener el ardor de su energía cosmica, lo que desconcertó a los espectros.

Lentamente se llevó la mano al cuello, al interior de la coraza, y de ella sacó la flor que le regaló aquella muchacha.

Shura y Camus se pusieron en guardia durante un segundo, pero en seguida se unieron a la sorpresa de su compañero Saga.

- U... ¿una flor? - preguntó Camus, estupefacto.

Aldebarán estaba ahí, de pie, sonriendo con dulzura y contemplandola, disfrutando de cada segundo, ignorando la presencia de sus adversarios.

Regalándose a sí mismo un último momento de serenidad, una última ensoñación.

- Así que - pensó Saga - es eso lo que te da fuerzas, Aldebarán... esa es tu razón para vivir...

Pero de repente volvió a la realidad, alzó la mano y guardó la violeta en el guantelete de su armadura, debajo del nudillo de su dedo corazón, y miró de nuevo a su adversario.

- ¿Te has despedido ya? - preguntó Saga.

Aldebarán sonrió.

- Tal vez - respondió - no sabré si era o no una despedida hasta que uno de los dos abandone este mundo.

El espectro de Géminis concentró su cosmos entre sus manos, la luminiscencia crecía, y en su interior parecía encontrarse un diminuto universo.

Tauro, por su parte, volvió a adoptar la posición del asta del toro.

- Está loco - comentó Shura - ¿no pretenderá contrarrestar la técnica de Saga con su Great horn?

- Todos sabemos que el Galaxian Explosion es una de las técnicas más poderosas de la orden - corroboró Camus - lo que Aldebarán intenta es una locura.

- ¡Necios! - replicó éste - ¿Y quien os ha dicho que piense usar mi Great Horn? ¡Tengo más de un as en la manga!

- ¿¡Cómo!? - exclamaron los dos a la vez.

- Pues si vas a usarlo será mejor que te des prisa - advirtió Saga, que ya se preparaba para liberar la energía que ahora contenía en su mano derecha - ¡¡¡GALAXIAN EXPLOSION!!!

Aldebarán flexionó los brazos y, en una millonésima de segundo, concentró el ellos todo su cosmos.

- ¡¡¡OUGON STAMPEDE!!!

Las dos técnicas chocaron con gran violencia, la estructura del templo del toro dorado tembló, las columnas se resquebrajaron, las baldosas del suelo se levantaban para acto seguido, hacerse añicos al entrar en contacto con cualquiera de las dos técnicas.

El Santuario temblaba.

Aioria salió a la puerta del templo del León y contempló horrorizado el choque de fuerzas que se producía en la casa de Tauro, aquellos dos cosmos que chocaban violentamente parecían a punto de destruir, como mínimo, los templos colindantes.

- ¡Aioria!

La voz de Milo resonaba llamándolo desde el templo del Escorpión, él tampoco podía creer lo que estaba sucediendo.

- ¡El templo del Toro Dorado parece a punto a derrumbarse! - comentó al caballero de Escorpio desde la lejanía - ¡Hay que hacer algo, tenemos que bajar a ayudar a Aldebarán!

Milo de Escorpio asintió con la cabeza y se encaminó al descenso de los templos con un "¡Voy!"

- Esperad...

Los dos se detuvieron, la voz de Shaka de Virgo retumbaba en sus cabezas.

- ¡Shaka! - exclamó Aioria

- ¿Qué quieres, caballero de Virgo? - preguntó Milo cordialmente.

- Recordad las órdenes - indicó a sus dos compañeros - el viejo maestro nos ha indicado que no nos movamos de nuestras posiciones, y así debe ser.

- ¿¡Te has vuelto loco!? - exclamó iracundo Aioria - ¡Tú también estás sintiendo lo que sucede en el templo de Tauro! ¡Tenemos que bajar y ayudar a Aldebarán!

- Tiene razón - lo apoyó Milo - Shaka, sabes que no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

El caballero de Virgo guardó silencio, parecía dudar.

- Siento más energías cósmicas extrañas en el santuario aparte de las de los tres hombres que se baten con Aldebarán, ya han sobrepasado su templo, debemos guardar nuestra posición - ordenó tajante.

Milo cerró los ojos y, resignado, volvió a la entrada del templo del Escorpión.

Mientras, por su parte, Aioria contemplaba impotente como, en el choque de energías, uno de los contendientes empezaba a ceder.

En el templo del Toro Dorado la lucha entre Saga y Aldebarán empezaba a decidirse, el ex-caballero de Géminis poseía una energía cósmica manifiéstamente mayor que la de Tauro, y su Galaxian Explosion comenzaba a ganar terreno al Ougon Stampede de Aldebarán.

Saga empezaba arrepentirse, quería parar, pero ya era demasiado tarde.

El desequilibrio de fuerzas era excesivo, la terrible explosión casi había alcanzado ya al caballero de oro, pero aún así, éste no se rendía, y continuaba vaciándose de energía intentando contrarrestarla.

Un pensamiento vino a su mente mientras, finalmente, el Galaxian Explosion de Saga lo envolvía.

- Al menos... me hubiera gustado conocer su nombre - dijo tímidamente con una sonrisa.

Entonces el fulgor inundó el templo de Tauro, la explosión sacudió definitivamente el santuario, los doce templos temblaron.

Atenea se levantó alarmada de su camastro a los pies de la estatua erigida en su honor desde tiempos inmemoriales.

Cuando la luz se disipó, todo lo que quedaba del interior del templo del Toro Dorado eran ruinas, y una espesa nube de polvo lo cubría todo.

- No queda... ni rastro de él - observó Shura.

- Ha recibido el impacto de su técnica y la de Saga, ni siquiera una armadura de oro podría resistir eso - dedujo Camus.

Saga no dijo nada, sencillamente se adelantó, encaminándose hacia la salida del templo.

Entonces los espectros de Capricornio y Acuario vieron algo que les heló la sangre.

- ¡SAGA, ATRÁS! - gritaron a la vez.

Según el polvo se asentaba y caía sobre el desnudo suelo, revelaba a Aldebarán, imponente, con los brazos alzados, aún en posición de ataque.

- Sigue... sigue vivo... - murmuró Shura casi sin voz.

- Maldita sea ¡Acabemos con ésto de una vez! - exclamó Camus mientras alzaba sus brazos en la pose del Aurora Execution.

- ¡Espera! - le ordenó Saga con voz quebrada - No merece la pena...

- ¿Cómo? - respondió Acuario bajando los brazos.

- Aldebarán de Tauro... ha muerto - sentenció el espectro de Géminis con lágrimas en los ojos.

Para corroborarlo, Shura y Camus se acercaron a la posición de su compañero.

En efecto, ningún signo vital se desprendía de aquel enorme cuerpo, los latidos de su corazón se habían detenido, su respiración, silenciada, su cosmos, apagado.

Y aún así seguía en pie, haciendo honor a su palabra, defendiendo su templo aún después de muerto.

Las lágrimas afloraron también en los ojos de Shura de Capricornio y Camus de Acuario, conmovidos por la voluntad de acero del finado caballero.

- Ha cumplido su promesa - comentó Camus.

- Ha llegado más allá del final... protegiendo su templo aún después de la muerte - Shura tenía los puños apretados y hablaba entre dientes, intentando contener el llanto, su pesar era muy grande - es realmente digno de admiración.

Los dos espectros se quitaron la diadema y la colocaron sobre sus corazones a modo de homenaje, mientras contemplaban solemnes el cuerpo aún erguido de Aldebarán.

Mientras, en el templo de Aries, el viejo Dohko ocultaba sus lágrimas bajo la sobra de su sombrero de paja y Mu miraba horrorizado al destrozado templo, intentando detectar en vano algún rastro del cosmos de su amigo.

- Aldebarán... lo siento - murmuró Shion conteniendo las lágrimas.

Más arriba, Aioria descargaba su rabia contra las columnas del templo del león, llorando abiertamente.

Milo se disponía a ascender las casas restantes, a comunicar la trágica noticia a Atenea.

Shaka abandonaba su meditación y lloraba en silencio, preguntándose si no habría sido mejor desobedecer por una vez las órdenes del viejo maestro.

Y a los pies del santuario, en la aldea de Rodrío, una muchacha lloraba desconsolada, contemplando impotente como se apagaba la más brillante estrella de la constelación de Tauro, Aldebarán.

Publicado: 14:47 25/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
- Así que emplearse a fondo ¿eh?

- ¿No piensas dejarnos otra alternativa, Aldebarán?

Camus y Shura se colocaron el uno al lado del otro, sus cosmos ardían con violencia, el frío glacial que emanaba el aura del espectro de Acuario empezó a inundar el templo.

Tauro, por su parte, sonrió al contemplar la reacción de sus ex-camaradas, e hizo arder su energía cósmica a su vez.

- Si al fin lo habeis compredido - les espetó - ¡Venid!

Ambos espectros cargaron con fiereza a Aldebarán, que mantenía firme su posición, cuando se encontraban a media distancia Shura lanzó un ataque con su Excalibur, que Tauro esquivó con un ligero movimiento de cabeza, viéndose sorprendido por el Diamond Dust de Camus, que le alcanzó de lleno, siendo lanzado hacia atrás por el impacto, pero sin separar los pies del suelo en ningún momento ni abandonar la pose del iai.

- ¿Es todo? - preguntó con sorna - ¡¡¡GREAT HORN!!!

Camus logró esquivar el ataque, pero Shura quedó aparentemente atrapado en él, lo que hizo que Aldebarán, confiado, bajara la guardia, momento que el español aprovechó para contraatacar.

El caballero de Tauro no pudo evitar sorprenderse cuando su adversario, aprovechando el propio impulso del Great Horn, se colocó a su espalda, encajando sus pies en la axilas del gigante.

- Ya va siendo hora de que recibas el impacto de tu Great Horn - dijo Shura mientras alzaba al caballero de oro con sus piernas - ¡JUMPING STONE!

Aldebarán voló victima del impulso de su propia técnica hasta el techo, contra el que se estrelló para volver a caer en el suelo, dolorido, sobre el surco que momentos antes habían dejado sus pies, simbolizando su tremenda resistencia.

- Esta vez no volverás a esconder la cabeza como una tortuga - Shura alzó el brazo, su mano empezó a brillar mientras la energía cosmica concentrada en ella tomaba la forma de una espada - ¡Muere y déjanos pasar!

Sin embargo, ni siquiera tuvo tiempo de finalizar su ataque, al mismo tiempo que bajaba su brazo Aldebarán se levantaba y lo agarraba por la cabeza con su poderosa mano.

- ¡Shura! - gritó Camus mientras se lanzaba a liberar a su compañero.

Aldebarán a su vez embistió al espectro de Acuario, extendiendo al mismo tiempo su mano, con la cabeza de Shura agarrada, a las columnas, y estrellándolo una a una contra ellas, cuando estuvo a la altura de Camus recibió de lleno el Diamond Dust que éste le propinó a bocajarro y, apresándolo de la misma manera que al espectro de Capricornio, aplastó a ambos guerreros contra el suelo.

- Maldita sea... - Camus se levantó apenas la presa del caballero de Tauro cedió - ¡¡¡KOLODNIY SMERCH!!!

El gélido tornado lanzó de nuevo a Aldebarán por los aires, que cayó sobre sus pies sin algo más que un poco de escarcha cubriendo su armadura.

Pero, innegablemente, estaba sorprendido, no por la potencia de la técnica del espectro, si no porque Camus, habitualmente frío y taimado, parecía furioso al ver que la victoria se le escapaba de las manos.

¿Por qué estaba tan desesperado por acabar con la vida de Atenea? ¿Qué pasaba por la cabeza de sus antiguos compañeros?

Demasiadas preguntas y muy poco tiempo, la vida de Atenea peligraba y debía detener a cualquier enemigo que intentara traspasar su templo.

Movió su cuerpo para dar un paso al frente, dispuesto a mandarlos de nuevo a las puertas del infierno, cuando se dio cuenta de sus piernas estaban ancladas al suelo.

- No... ¡No puede ser! - exclamó contrariado mientras Camus alzaba sus brazos, unidos en forma de jarra.

- Como dije antes, Aldebarán - habló - pienso encargarme de que vigiles este templo para toda la eternidad - bajó los brazos, de los que salió un inmenso chorro de frío glacial - AURORA EXECUTION

La mortal descarga de poder alcanzó al caballero de Tauro que, sin poder esquivarla, se cubrió inutilmente con los brazos, la explosión resultante del impacto congeló todo el templo y, cuando el vapor se disipó, reveló a la mole dorada tumbada en el suelo, cubierto de nieve y escarcha, boca abajo.

Saga murmuró el nombre del caballero de Tauro, mientras miraba su cuerpo inerte con un deje de tristeza.

Camus cerró los ojos entonces y alzó el brazo izquierdo, del que salieron cuatro haces de luz, parecidos a una aurora boreal, que rodearon Aldebarán mientras, en torno a él, crecía un bloque de hielo en el que, poco a poco, iba quedando encerrado.

- FREEZIN' COFFIN

El ataud se levantó, quedando de pie sobre el lugar del que el guardián dorado no había consentido moverse, Camus pensó que sería un digno homenaje a su lealtad a su misión.

- Ya podemos continuar - indicó a Saga y a Shura, que empezaron a caminar, quedando el espectro de Géminis a la cabeza de los tres.

Ya casi habían cruzado el templo cuando Shura aguzó el oído, habiéndole parecido oir un ruido indefinido, lo ignoró pensando que sería su imaginación, cuando el inconfundible estruendo del hielo resquebrajándose violentamente hizo darse la vuelta al trío.

- El ataud... se rompe - murmuró Saga sorprendido.

- ¡No puede ser! - exclamó Shura, con los ojos abiertos como platos.

Camus no dijo nada, sencillamente no tenía palabras.

Donde hace apenas unos segundos se erguía el ataud de hielo en el que Aldebarán había sido confinado, supuestamente muerto, ahora había una gran nube de polvo helado que, según se asentaba, revelaba el cuerpo de Aldebarán, de pie y de nuevo con los brazos cruzados, dispuesto a seguir combatiendo.

- ¿¡Es que no piensas rendirte nunca!? - preguntó Shura mientras se adelantaba, preparando su brazo para combatir.

- ¡Espera, Shura! - le espetó Saga - Yo combatiré.

- Vaya - Aldebarán sonrió - ya era hora.

- Supongo que mantienes tu palabra de no dejarnos pasar mientras sigas en éste mundo - dijo el espectro de Géminis mientras avanzaba hacia su ex-compañero - está bien, puesto que al parecer no hay forma de acabar contigo, te quitaré de enmedio definitivamente enviándote a un lugar muy lejano...

El caballero de Tauro afianzó su posición, tensando todos los músculos de su cuerpo.

- ¡ANOTHER DIMENSION! - gritó Saga alzando los brazos en cruz.

Aldebarán se sintió de repente absorbido por un enorme agujero dimensional que se abría a sus espaldas, inmediatamente se arrodillo y ancló sus poderosos brazos al suelo con el afán de mantenerse en tierra.

- Olvídalo - le sugirió Saga enseguida - cuanto más tiempo resistas más fuerte será la atracción, y tarde o temprano ese trozo de tierra al que te aferras terminará por ceder... si es que antes no se agotan tus fuerzas, claro.

El caballero de oro no contestó, concentrado como estaba en sujetarse, notaba al mismo tiempo como el poder de succión del portal dimensional aumentaba de forma alarmante.

Sopesó la situación, tal vez estuviera condenado a vagar eternamente por algún universo paralelo, sin rumbo alguno.

No importaba, Aioria los detendría, él había cumplido su misión de caballero, había defendido su posición hasta el final.

Pensó en Atenea, que descansaba en su templo, y se despidió mentalmente de ella, inmediatamente después, el rostro sonriente y lozano de aquella jovencita inundó su mente.

Y sintió la flor que le obsequió sobre su pecho, donde la había guardado antes de comenzar la batalla.

Entonces decidió jugársela, tenía una sola oportunidad para anular el Another Dimension del espectro de Géminis.

Con determinación, se soltó y, extendiendo los brazos al frente, preparó su ataque, todo debía ser a la velocidad de la luz.

- ¡¡¡GREAT HORN!!!

La repentina maniobra sorprendió a Saga, que no pudo hacer otra cosa si no recibir de lleno el impacto, cayendo al suelo.

Tal y cómo Aldebarán había previsto, el agujero se cerró en el momento en que Saga perdió la concentración.

Pero el caballero de Tauro ya no se encontraba en el templo.

Saga se levantó del suelo con la mano sobre el plexo solar, donde había recibido la técnica de Aldebarán, en ese punto su Surplice se había resquebrajado.

Definitivamente el camino estaba abierto, se dio la vuelta con calma, hacia la salida, sin olvidar que aún le obstaculizaban el paso otros tres caballeros de oro.

Antiguos compañeros de batalla... le repugnaba enfrentarse a ellos, pero tenía una misión que cumplir.

Más allá se le esperaban Shura y Camus, esbozó una media sonrisa al verlos y empezó a avanzar hacia ellos, momento en el que se dio cuenta de que una tercera figura se erguía en la puerta.

Se detuvo, y una única palabra salió de su boca.

- ¡Aldebarán! - exclamó sorprendido.

Los espectros de Capricornio y Acuario se dieron la vuelta y lo vieron, retrocediendo inmediatamente a la posición de Saga.

En efecto, justo en el umbral Aldebarán de Tauro se alzaba aún imponente, con los brazos cruzados y la melena café al viento.

- ¿¡No había desaparecido en otra dimensión!? - preguntó Shura estupefacto.

- Por lo visto el agujero se cerró antes de absorberlo - dedujo Camus - y se colocó en la puerta a la velocidad de la luz aprovechando que nos habíamos distraído.

El caballero de Tauro sonrió como confirmación, aunque su mirada seguía siendo severa, cruzándose directamente con la de Géminis.

- Definitivamente te hemos subestimado, Aldebarán - dijo Saga al caballero de Tauro adelantando un pie - te felicito, pocos escapan de mi Another Dimension.

- Déjate de cumplidos, Saga - espetó el caballero de oro al espectro - dije que os cerraría el paso y cumpliré mi palabra ¡aunque volatilices mi cuerpo en millones de partículas!

El cosmos del enorme caballero de Tauro brillaba con en su máxima intensidad, el suelo se levantaba a sus pies, y la estructura del templo temblaba.

El toro dorado se preparaba para su próximo ataque.

- Aldebarán - se dijo Saga mientras también hacía arder su cosmos hasta su máxima expresión - ¿Por qué luchas con tanto ahínco? ¿Por qué insistes en sobrevivir? ¿Es sólo por Atenea?

Mientras, en una casa de Rodrio, la aldea a los pies del santuario, una joven rezaba a oscuras, observando cómo sobre el templo que custodiaba aquel enorme caballero de oro al que amaba en secreto una estrella fugaz cruzaba la constelación de Tauro.

Publicado: 20:04 21/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
El caballero de oro miró a los recién llegados con desconfianza, si bien sentía hacia ellos cierta familiaridad, por conocerlos desde hacía tantos años.

Eran caballeros, al igual que él.

Sin embargo, no pudo evitar sorprenderse cuando vio las armaduras que vestían, agresivas y oscuras, llenas de ángulos agudos, grotescamente deformadas.

Pero, cortadas por el patrón de las armaduras de los sirvientes de la diosa Atenea, las constelaciones de Géminis, Capricornio y Acuario eran fácilmente reconocibles.

- Así que no me equivocaba - comentó Aldebarán - en efecto erais vosotros quienes combatíais contra Mu en el templo de Aries.

El caballero de géminis, Saga, el único que no protegía su cabeza, dio un paso al frente.

- En efecto, éramos nosotros, y nos batiremos también contigo si no nos abres el paso.

Tauro apretó los dientes, si ellos habían logrado pasar sólo podía significar que su adversario había perecido en el combate.

- No te preocupes por Mu - le dijo Camus desde su posición, como si hubiera podido leerle la mente - su cosmos y sus movimientos están bloqueados, pero sigue vivo.

- No tenemos ningún interés en matar a nuestros antiguos compañeros - explicó Shura - Atenea es nuestro único objetivo.

- ¿Atenea? - preguntó Aldebarán - ¿Qué quereis vosotros de Atenea?

Saga cerró los ojos en un gesto de extrema seriedad.

- Su cabeza, cómo no.

- Ya veo... - El caballero de oro se metió la flor en el cuello de su coraza y apretó ambos puños, encendiendo su cosmos de un modo amenazante - tal y cómo me imaginaba venís como enemigos ¡Pues ya sabéis lo que toca!

Sus tres ex-camaradas, ahora espectros, hicieron arder su cosmos a su vez.

- Vuestro cosmos, al igual que vuestras armaduras, está deformado y pervertido... ¡No sois dignos de vuestras constelaciones! ¡OS ESPERO!

- Esto es un problema - comentó Camus - no esperaba que tuviéramos que vérnoslas con el caballero de Tauro.

- ¿Problema? - preguntó Shura - ¡Vas a ver lo rápido que me deshago de él...!

El espectro de capricornio se lanzó directo a su enorme adversario, concentrando su cosmos en su brazo derecho.

- ¡...CON MI EXCALIBUR!

- ¡No, Shura, Espera!

Saga guardó silencio, expectante del resultado del choque; mientras, Aldebarán cruzaba los brazos, esperando a su adversario.

El espectro de capricornio no necesito más que un movimiento de su mano para cercenar la cabeza del caballero de oro, que salió volando junto con el casco, aterrizando detrás suya.

El español se dio la vuelta, triunfante.

- ¡Venga, ya podemos seguir!

Camus respiró aliviado, mientras que en el rostro del espectro de Géminis se dibujaba una enigmática sonrisa.

En ese momento, un tremendo golpe impactó en la espalda de Shura, que cayó al suelo, dando una voltereta para volver a posicionarse de pie.

- ¡Pero qué diablos...!

Una estridente risa salió del interior de la armadura de Tauro, mientras que del cuello de ésta surgía la cabeza desprotegida de Aldebarán, riéndose a carcajadas.

- ¡Dice muy poco de tí que cayeras en la misma trampa que un general marino, Shura! - exclamó entre risas el gigante - ¡Apunta mejor la próxima vez!

- C... ¿¡Cómo!? ¿¡Ocultó su cabeza antes del impacto!? - preguntó Camus, cuyo alivio había desaparecido por completo.

- Así es - contestó Saga - ya de por sí la armadura de Tauro está diseñada para proteger especialmente la cabeza de su portador, pero Aldebarán ha llegado incluso más allá.

- Vais a tener que hacerlo mucho mejor si queréis apartarme de aquí - les desafió la mole dorada - ¡No pasareis por el templo del Toro Dorado!

Camus se adelantó, él tomaría la iniciativa ésta vez...

- No será necesario que te muevas de ahí... me encargaré personalmente de que guardes la casa de Tauro por toda la eternidad.

El espectro de Acuario echó a correr hacia Aldebarán mientras concentraba energía fría en su mano y, a medio camino, la lanzó al suelo, creando un paso congelado hasta las piernas de éste, que arqueó una ceja, sorprendido por tan extraña táctica.

Entonces Camus saltó, colocándose a la altura de la altura de la cabeza de Tauro, éste extendió una mano para agarrarlo del cuello sin conseguirlo, ya que su adversario cayó justo antes, resbalando sobre el hielo hasta llegar a la altura de sus piernas, que agarró con fuerza.

- ¡REI TO KEN! - exclamó mientras, a gran velocidad, sucesivas capas de hielo se formaban sobre las perneras de la armadura de Tauro, anclándolo al suelo.

Sin embargo algo iba mal, Aldebarán no oponía resistencia alguna; extrañado, Camus miró hacia arriba para descubrir que su adversario se volvía semitransparente hasta desaparecer, quedando en sus manos las aureas grebas de su armadura.

- ¿Qué significa ésto...? - se preguntó.

Más atrás, Shura buscaba con la mirada al caballero de oro por todo el templo, Saga simplemente se limitó a mirar hacia arriba, siguiendo su mirada el espectro de Capricornio.

Entonces se dieron cuenta.

- ¡CAMUS! ¡SOBRE TÍ!

Camus, que intentaba liberarse de la presa formada por las perneras y el hielo, miró por encima de su cabeza, sólo para comprobar, atemorizado, que Aldebarán caía sobre él, con su gigantesca mano dispuesta para aplastarlo y las piernas descubiertas. El espectro de Acuario tuvo el tiempo justo para liberarse a la desesperada del hielo y saltar hacia atrás, momento justo en el que el caballero de oro caía al suelo, golpeándolo con una fuerza increíble, levantando la piedra y destrozando las colmunas cercanas.

- ¡No puede ser! - exclamó Camus, jadeando, fuera de peligro junto a sus dos compañeros - ¡Nunca he usado mi Rei To Ken con nadie! ¡No podía conocerlo!

- No necesito haberlo visto antes para escapar de una técnica como esa - comentó como si tal cosa mientras se volvía a colocar las perneras.

Los espectros de Acuario y Capricornio miraban impresionados al caballero de Tauro, mientras Saga permanecía impasible.

- ¡Maldición! ¡Así no pasaremos nunca! - exclamó Shura con frustración.

- Es más que simple músculo... - comentó Camus - nunca lo hubiera imaginado...

Tras volver a equiparse las grebas, aunque ahora sin casco, con su melena color café al aire, Aldebarán recuperó su posición de brazos cruzados, expandiendo su cosmos para cubrir completamente la salida con él.

- ¿Lo habéis comprendido ya? ¡Si no os empleáis a fondo jamás podréis cruzar el umbral de mi templo!

Publicado: 21:26 19/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: Otras obras
Como un pequeño alto en el camino, os traigo otra de mis obras.

Un fanfic tributo a Aldebarán de Tauro, la forma en la que debió Morir en la saga de Hades, siempre quise que tuviera un final más... digno.

Empecé a escribirlo con la magnífica exhibición de fuerza del anterior Aldebarán, Rasgado de Tauro (Lost Canvas), contra Kagaho de Bennu, y me llevó un buen tiempo terminarlo debido a un importante parón a causa de la sequedad de ideas.

Terminado desde hace tiempo, hoy os lo traigo.

Consta de 4 Capítulos cortos, que colgaré antes de continuar con Twilight Rhapsodia.

Capítulo 1

Aquella flor significaba mucho para él, Aldebarán la miraba embelesado, sonriente, era hermosa, tanto como la joven muchacha que se la había entregado.

Podría no haber pasado de ser una anécdota más, y es que los caballeros del santuario, especialmente los Caballeros de Oro, máximos protectores de la zona sagrada y de la aldea colindante, Rodrío, solían recibir las más variadas muestras de cariño y admiración de los aldeanos, desde guisos preparados hasta los más bellos ornamentos.

Sin embargo, esa flor, única y sencilla, era especial, ya que provenía de una muchacha que solía seguirlo a escondidas en sus habituales patrullas, en las que a veces le acompañaban Mu y Aioria, los caballeros de Aries y Leo - Shakka de virgo era reacio a abandonar su puesto en el templo de la vírgen a menos que fuera estrictamente necesario - que por fin se atrevió a darle una velada confesión de, al menos, su admiración.

El sentimiento era recíproco, ya que aquella belleza lozana e inocente hacía palpitar su corazón dentro de aquel curtido y gigantesco cuerpo cubierto por la indestructible armadura de oro de Tauro.

Sonrió, sonrió y apoyó su espalda en la columna, ignorando por un momento el fragor de la batalla que sabía que se libraba escaleras abajo, en el templo del Carnero blanco, propiedad de su gran amigo Mu de Aries.

- Bah, el sabrá manejarlo - se dijo a sí mismo - pocos han visto sus técnicas y los que lo han hecho no han vivido para contarlo.

Cerró los ojos, relajado, y dejó expandirse sus otros seis sentidos, hasta que algo llamó su atención.

Un aroma, no, un olor nauseabundo inundaba el enorme templo, rápidamente se levantó, con la flor aún en la mano, y rodeó el pilar, que daba al pasillo principal, donde encontró a alguien que no debía estar ahí.

Un hombre más bien de escasa estatura, con una sonrisa demente y una armadura de brillo apagado y formas grotescas, como de una criatura del averno.

- Hola, caballero de Tauro... ¿Listo para morir? - preguntó el recién llegado con una desagradable voz nasal

- ¡Tu...! ¿Quien eres?

- ¡Eso no importa porque tu hora ha llegado! ¡DEEP FREGANCE!

La desagradable figura se rió con mezquindad mientras dirigía aquella peste contra el brillante caballero dorado, esperando verlo caer, pero éste no se movió un centímetro, más bien al contrario, sin variar su posición se rió abiertamente.

- ¿¡Qué...!? - exclamó atónito el atacante - ¿¡Por qué no te afecta mi Deep Fregance!?

- ¡Iluso! ¿crees que un ataque tan débil puede socavar mi cosmos y llegar hasta mí?

- ¿¡COMO!?

Aldebarán sonrió ampliamente, mientras adoptaba una postura relajada.

- Mírame bien...

El cuerpo y la armadura del caballero estaban cubiertos por una fina, casi imperceptible capa de luz dorada, sin duda su propio cosmos, que parecía protegerle de la letal pestilencia.

- Se te huele de lejos - continuó el gigante - ¡Apestas! Así no vas a pillar nunca por sorpresa a nadie.

- ¡Eso no importa - respondió su adversario - porque te voy a matar aquí mismo! ¡Yo, Niobe de Deep, acabaré con tu vida!

El ser embistió al caballero de oro, que se cruzó de brazos con una confiada sonrisa, y le atacó con sus uñas largas, púrpuras y afiladas, pero fue rechazado incluso antes de llegar a tocarle.

- Niobe de Deep, decías ¿no? - preguntó Aldebarán - debes ser un espectro... un ser tan horrible como tú no tiene cabida entre los muros de un templo dedicado a honrar a la diosa Atenea ¡Vas a perecer aquí y ahora!

- ¡imbécil! - le increpó el espectro - ¿¡Cómo pretendes derrotarme sin descruzar siquiera los brazos!?

- ¿Crees que lo necesito acaso? - contestó indiferente el caballero de Tauro - sería todo un halago para ti decirte que tu poder llega apenas al de un aspirante a caballero de bronce.

- ¿¡Si!? ¡Demuéstramelo si te atreves caballero de hojalata! - exclamó furioso Niobe mientras expelía e nuevo su técnica - ¡¡¡DEEP FREGANCE!!!

- ¡Patético! - Juzgó Aldebarán sin perder la sonrisa - ¡GREAT HORN!

Visto y no visto, el haz de luz no sólo disipó la Deep Fregance de su adversario si no que también le dio de lleno, haciendo reventar su cuerpo en cinco partes, que quedaron diseminadas por el pasillo principal del templo, y volatilizando su armadura, de la que no quedaba más que polvo.

El caballero de Tauro se quedó observando el cadáver quedando de espaldas a la puerta cuando los pasos apresurados de tres personas, ataviadas con armaduras a juzgar por el sonido metálico de éstos, llamó su atención y le hizo levantarse.

- No hace falta que oculteis vuestros cosmos - dijo a las tres figuras que aparecieron repentinamente por la puerta del templo - me es fácil reconocer a mis tres viejos camaradas.

Se hizo el silencio, que fue roto por una grave y autoritaria voz.

- Tal y como esperaba de tí, Aldebarán.

- ¿Nos dejarás pasar? - dijo otra con un toque frío y al mismo tiempo educado.

- ¿O tendremos que abrirnos paso por la fuerza? - preguntó la última, con un deje impertinente.

El caballero de oro se dio la vuelta lentamente, avivando su cosmos, y con los brazos cruzados.

- Si quereis pasar como enemigos, ya sabeis cual es el único camino disponible... ¡Por encima de mi cadáver!

Prelude of Twilight

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