Publicado: 10:14 01/02/2009 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
After Battle
- Voy a ver cómo va la cosa… - ¡Quieto! Con un rápido movimiento, Stella detuvo la mano de Erik antes de que éste rozara siquiera la manija de la puerta de la habitación de invitados, donde Loretta se afanaba por curar a Simon, Luis y François. - Mi hermana está trabajando ahí dentro con una estancia estanca creada mágicamente para generar un entorno que favorezca la recuperación – explicó la anciana con severidad – la más mínima intrusión puede echar todo el proceso a perder. - Con Elisabeth y conmigo ha bastado apenas una hora de curación individual ¿Por qué con ellos es diferente? – protestó el Belmont. - Han quedado agotados – intervino Elise, que vigilaba el sueño del pequeño René – física y espiritualmente, supongo que las condiciones son distintas. - Así es – confirmó la Lecarde – vosotros mismos habéis podido contemplar el penoso estado en el que se encuentran los tres. Contrariado, Erik torció el gesto y se sentó en el sillón más cercano a la puerta. No podía negarlo, cuando se reencontraron pudo sentir que su hermano había perdido casi todas sus fuerzas y tenía unas horribles heridas en determinados puntos del cuerpo, Luis directamente había agotado todas sus energías al abrir las puertas del purgatorio y usar su nueva técnica, Excalibur, por parte de François le había bastado con verlo vomitar sangre de camino a casa. En comparación, él y Elisabeth Kischine estaban frescos como una lechuga. Durante el camino de vuelta ninguno habló de sus respectivas batallas y adversarios, y el pelirrojo se sentía intrigado por quien o qué había dejado a su hermano y al francés en semejantes estados. Stella estuvo con su nieto, pero no soltaba prenda, de hecho su expresión estaba investida con cierto aire de tristeza. ¿Qué podía alterar el semblante severo de Stella Lecarde? ¿Qué había puesto a su nieto al borde de la muerte? ¿Qué había logrado agotar a su hermano, el más enérgico de entre todos ellos, la misma noche en la que su poder como Belmont se había manifestado por fin? Demasiadas incógnitas. “Tal vez” pensó “En unas horas lo sepa todo” Echó un vistazo al libro sustraído de la biblioteca, que descansaba en el sofá; ni siquiera lo había abierto aún, pero tras dormir un poco le echaría un vistazo. Tras cavilar un poco se hundió en el sillón y miró al techo, sus ojos se perdieron en el infinito. “Claire… ¿Estás bien?” Pensar en ella le hizo sentir un leve descanso y preocupación. En el sofá la Kischine se mordisqueaba el dedo índice de la mano derecha, con una marcada expresión de nerviosismo en los ojos, estaba muy doblada – tenía el codo apoyado sobre su rodilla derecha – y miraba a la puerta donde la menor de las hermanas Lecarde continuaba su labor. - Elise, relájate un poco – le espetó el Belmont. Tú no lo viste, Erik – contestó ella – imagina que la persona a la que amas explota de repente en una nube de sangre y cae al suelo frente a tus ojos – sacudió la cabeza - ¿Y si llegamos tarde? ¿Y si Loretta no puede curar sus heridas? - ¡Eh! – la interrumpió Stella – mi hermana hace 62 años ya curaba a heridos desahuciados de la última gran guerra, confía en ella un poco ¿Quieres? – los recuerdos brotaron en la mente de la anciana, la tristeza en su rostro se hizo patente – jamás se permitirá perder a François, es lo único que nos queda. Tras esto se hizo el silencio y empezaron a pasar las horas: las 6:00… las 7:00… las 8:00 Finalmente, con el sol brillando con intensidad casi a las 10:00 de la mañana, la puerta de la habitación de invitados se abrió, saliendo de ella una Loretta exhausta; Stella, Elisabeth y Erik se levantaron al momento, expectantes. - ¿Y bien? – preguntó Elise, con un hilo de voz. La menor de las Lecarde sonrió con amplitud. - El rito de sanación ha finalizado – informó – he curado a los tres, no hay de qué preocuparse. Las sonrisas de su hermana mayor, el Belmont y la esposa de François acompañaron a la suya. - ¿Podemos entrar a verlos? – preguntó Elisabeth. - Por favor – asintió Loretta, abriéndoles paso a la sala. Dentro, Las camas estaban puestas contra la pared y Simon, Luis y François descansaban cada uno sobre una manta, los tres dormían profundamente. - Tendrán que pasar mínimo un día entero sin hacer el más mínimo esfuerzo – indicó la anciana – de ser posible ni siquiera incorporarse. Deben reponer por completo sus fuerzas. - Comprendo… - aceptó la Kischine mientras contemplaba a su marido - ¿Cómo estaba François? Ante esta pregunta, la menor de las Lecarde negó con la cabeza. - Hacía más de 50 años que no veía nada similar… me ha costado mucho curarlo, estaba destrozado por dentro… - Al menos ha logrado salvarlo – repuso la muchacha con una sonrisa, que la anciana le devolvió. - ¿Y qué me puede decir a mí de Simon y de Luis? – preguntó a su vez el pelirrojo. - Ante todo, la mayor dificultad ha sido restablecer su aura – contestó inmediatamente Loretta – han gastado cantidades inmensas de ella, especialmente Luis – cerró los ojos con expresión seria – las heridas de Simon han sido fáciles de curar, aunque hay una que no ha habido manera de cerrar. Elisabeth y Stella la miraron, pero Erik no se inmutó. - La de su pecho ¿verdad? - ¿Lo sabías? El Belmont asintió. - Se hizo esa herida intentando proteger a Alicia – explicó – hasta ahora nadie ha conseguido que se inicie el proceso de cicatrización – miró a su hermano y, de nuevo, clavó sus ojos en la Lecarde - ¿Conoce al menos la causa de ello? La aludida guardó silencio, dubitativa. - Lo único que puedo decirte – replicó finalmente – es que no es una herida común, parece estar recubierta por una suerte de energía oscura que impide el paso a cualquier tipo de hechizo reparador… además, es muy profunda. - ¿Cómo de profunda? - Esa herida, Erik, llega hasta la mismísima alma de tu hermano. Aquella respuesta dejó atónito al pelirrojo, que no esperaba algo semejante. - Espere un momento – la interrumpió – por motivos evidentes conozco las heridas físicas y también las espirituales pero… ¿Heridas en el alma? Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de Loretta. - Extraño ¿verdad? - Pero eso es imposible – intervino Elisabeth, que los había escuchado con suma atención – Se supone que el alma es algo completamente intangible, nuestra propia esencia ¿Cómo puede ser dañada? - No lo sé – respondió la menor de las Lecarde – pero quien quiera que fuera el que le provocó esa herida quería darle una muerte agónica. A la mente de Erik acudieron las ocasiones en las que la laceración del torso de Simon se había abierto, y este, como buenamente podía, disimulaba el dolor. - ¿Existe algún modo de curar eso? – preguntó el pelirrojo, ahora asustado. - No que se sepa – respondió Stella – pero si lo que dice Loretta es cierto, aquí hay algo raro. Las miradas se centraron ahora en la hermana mayor. - Hasta donde sé de ese tipo de laceraciones – continuó – aquellos que las sufren no duran más que unos pocos días, torturados por el dolor, pero ya ha pasado más de un mes ¿cierto? Erik asintió. - La única explicación es que el subconsciente de Simon esté luchando contra esa herida, – dedujo Loretta – que tenga la fuerza de voluntad suficiente para evitar que continúe abriéndose y seccionando su alma en dos mitades. El pelirrojo sonrió, dirigiendo al cuerpo inerte de su hermano una mirada cargada de orgullo. “Así que incluso eres capaz de oponerte a algo así…” pensó. - Ahora deberían ir ustedes dos a descansar – dijo Elise mientras se dirigía a las dos ancianas – les agradezco muchísimo todo lo que han hecho por nosotros esta noche. - Sí, yo también – coincidió Erik con una sonrisa. - Bueno… se hace lo que se puede – respondió Stella – como sea sí que es verdad que necesitamos dormir un poco, Erik y tú también deberíais, querida; descansad ahora que todo está bajo control. Los dos aludidos asintieron y, tras una corta despedida, las ancianas salieron del piso y comenzaron a descender por las escaleras, deteniéndose ante la llamada del pelirrojo. - ¡Un momento! Stella se dio la vuelta. - ¿Qué ocurre? - No me creo – espetó a la hermana menor - que haya pasado horas junto a los tres y no haya escarbado en sus mentes para saber qué ha sucedido. Loretta sonrió con picardía. - Si realmente lo ha hecho – prosiguió – necesito saber qué les pasó a François y a Simon ¡Con quien se enfrentaron! - Eso es algo que pueden contarte ellos mismos cuando despierten – respondió Stella con un deje de irritación. - El tiempo es oro – contestó Erik a eso – anoche Luis y yo nos las vimos contra Erzabeth Barthory ¡Y era más poderosa que en nuestro último encuentro! Además había tomado al comisario como siervo y admitió estar metida en los raptos de los niños ¡Estoy seguro de que las tres batallas libradas esta noche estaban relacionadas de alguna forma! Cuando el Belmont concluyó, la hermana menor rió entre dientes. - Has pensado hasta en el último detalle ¿eh? – replicó – tienes una mente muy despierta pese a estar físicamente exhausto… En efecto – admitió – he buceado en sus mentes y visto los combates que se han librado esta noche, pero me gustaría hablar de ellos en reunión, ya que esto nos atañe a todos. - Al menos déme un adelanto ¿no? – insistió - ¡Algo sobre lo que empezar a trabajar! - Lo lamento, pero… estoy cansada – contestó la Lecarde en un tono juguetonamente cortés – todos debemos descansar… lo único que puedo decirte es que, cuando hayas recuperado todas tus fuerzas, vengas a nuestra casa… tenemos algo que podría serte muy útil. Dicho esto, y dejándolo con dos palmos de narices, las hermanas continuaron bajando hasta perder de vista. Cuando Erik regresó de nuevo al piso, irritado y confuso, encontró que Elise había empezado a preparar el desayuno para, al menos, ellos dos. - ¿Tú no deberías haberte echado a dormir? – le preguntó sin demasiada educación. - Tengo hambre – argumentó ella – y seguro que tú también, nuestras heridas están curadas pero debemos comer algo para reponer fuerzas. El pelirrojo torció el gesto y se dejó caer pesadamente en el sillón. En honor a la verdad, estaba muy hambriento. - ¿Qué vas a preparar? – preguntó, relajándose sobre el mullido asiento. - No quiero complicarme mucho – respondió ella – cereales. - ¿Y de cuales tienes? - ¿Te gustan los de galleta rellenos de chocolate? Erik sonrió ampliamente. - Eso suena mejor que el maná celestial. - Ración doble ¿no? - Triple, de ser posible. Cerró los ojos y suspiró mientras el sutil aroma de la leche caliente invadía el pequeño piso. Pasaron unos pocos minutos hasta que la Kischine lo sacó de su ensimismamiento tendiéndole un enorme bol con lo que sería el contenido de casi una caja entera de los cereales favoritos del pelirrojo, bien remojados en leche templada. - Comes demasiado – sentenció la chica mientras comenzaba a devorar su ración. - Disfruto comiendo – contestó él tras engullir dos cucharadas casi de golpe. - Un gourmand ¿eh? El pelirrojo asintió en respuesta. Pasaron otros tantos minutos en silencio – salvo por el masticar y engullir de Erik – en los que la muchacha se mantuvo pensativa, con la mirada perdida en el infinito. - Elisabeth – la llamó el Belmont, sacándola de sus cavilaciones – hay algo que quiero preguntarte. - Dime. - Bueno… - se llevó una cucharada cargada a la boca y masticó con tranquilidad – en ‘ealida’ ‘on faria’ jo’a’. - ¡Habla cuando tragues! El joven torció el gesto y se afanó en masticar bien los cereales, llevándose después el bol a la boca para beberse toda la leche. - Digo – repitió – que en realidad quiero preguntarte varias cosas. - Bueno – aceptó ella – empieza por la más urgente. Erik pasó unos segundos buscando las palabras correctas. - ¿Con quien os enfrentasteis François y tú ayer? - ¿Es importante? - Por algo es la primera pregunta. - ¿Por qué? El pelirrojo caviló durante un instante. - Antes has dicho que hizo “reventar” a Fran, Loretta también ha explicado que estaba destrozado por dentro – cerró los ojos, pensativo – semejantes heridas internas requieren de un poder tremendo y un hechizo así debe ser muy difícil de preparar… - ¿Es esa la razón? – preguntó ella, que esperaba algo más importante. - No – replicó él con rotundidad – Luis y yo nos las vimos con el comisario y con Erzabeth Barthory – explicó – el comisario resultó ser un simple peón (y pensar que casi me lo cargo…) pero Barthory admitió estar metida en el asunto de los raptos. Elise abrió los ojos de par en par por la sorpresa, no podía esperar eso. - Sus palabras exactas fueron “Podría decirse que sí, pero no soy la única” – continuó – lo que junto a lo que ya sabemos me lleva a pensar que este asunto no tiene nada que ver con los humanos – dirigió su mirada al suelo – Debo averiguar quien más está metido en esto… - Entonces no creo que mi información te sirva de mucho – repuso la mujer – ya que hasta donde yo recuerde ninguno ha insinuado nada semejante. - No importa – aceptó él – si alguno de ellos salió indemne y nos los volvemos a encontrar me vendrá bien saber cómo combatirlos. Elisabeth suspiró. - No logramos derrotar a ninguno de los dos – lamentó. Extrañamente, ante esto Erik esbozó una sonrisa. - Orgullo herido ¿eh? Elise dibujó a su vez una sonrisa irónica en su rostro. - Je… ¡Como lo sabes! - Y bien ¿Quiénes eran? – inquirió. La joven Kischine bebió la leche de su tazón y se dejó caer en el respaldo del sofá. - El primero de ellos era… una mujer, no nos dijo su nombre ni pudimos ver su cara, pero se tomaba muchas confianzas con François. - ¿Cómo luchaba? - Usaba una lanza – prosiguió – yo apenas intercambié unos golpes con ella pero me pareció que tenía un estilo demasiado similar al de mi marido… - Curioso – la interrumpió Erik – hasta donde yo sé siempre has sido tú quien ha llevado la voz cantante cuando cazáis juntos… ¿Por qué luchaste tan poco con ella? - Fran se empeñó – respondió – yo quise ayudarle, pero ella me mantuvo lejos mediante invocaciones. El pelirrojo arqueó una ceja ante esto. - ¿Invocaciones? ¿De qué tipo? - Criaturas – se llevó una mano a la frente y suspiró, la cabeza comenzaba a dolerle – un dragón pequeño y un golem enorme… - ¿Nada más? La Kischine quedó dubitativa por unos instantes - Hubo algo que a François le llamó la atención… yo estuve ocupada así que no pude estar atenta… creo que la lanza de esa mujer era idéntica a la lanza Alcarde… Miró al Belmont al ver que flujo de preguntas se había detenido, encontrándolo con la cabeza gacha y expresión seria. Tamborileaba con los dedos. - Bien… - reaccionó al cabo de un par de minutos - ¿Qué me puedes decir del otro? - François lo reconoció al instante – contestó enseguida – se trataba de Viktor Brauner. - Viktor Brauner… - murmuró Erik en voz baja – el pintor judío de la 2ª guerra mundial. - ¿Lo conoces? Erik asintió con la cabeza. - Si… fue derrotado por Jonathan Morris y Charlotte Aulin, los padres de la líder de la hermandad – se llevó la mano a la barbilla – Por lo que sé acabó con la vida de Eric Lecarde y pretendió tomar a Stella y Loretta como sus hijas… Elisabeth sintió un escalofrío; a eso era a lo que se refería Stella cuando tuvieron aquella breve conversación tras salir del cuadro. - Cuéntame más, por favor – solicitó Erik. - El único poder que manifestó fue el de poder dar vida a cualquier cosa que pintaba en sus cuadros – explicó – invocó varios monstruos diferentes, uno de ellos incluso casi petrifica a François. Con un nuevo escalofrío, la Kischine guardó silencio, por su parte la expresión seria del pelirrojo era incluso anormal. - Usaba sus pinturas para todo – continuó – provocaba cortes en nuestros cuerpos pintando sobre sus lienzos, creaba barreras de pintura roja, y… Esta vez se estremeció con fuerza, por un momento se pudo ver el horror reflejado en su mirada. - ¿Y? – la instó Erik. - Le bastó con pintar a François en un lienzo y después tachar la imagen para… matarlo… se salvó protegiéndose con su lanza… - Un conjuro de muerte instantánea… nos metemos en terreno peligroso… Apoyado sobre sus dos manos cruzadas, el Belmont se hundió en la nueva información obtenida, sin embargo la voz de Elisabeth lo interrumpió antes de que hubiera pasado siquiera un minuto. - Hay algo más. Sin variar su postura, Erik la miró. - ¿De qué se trata? - Se escondía en un espacio al que accedimos a través de un cuadro… cuando llegamos estaba trabajando en una pintura gigantesca… y horrorosa… - ¿Cuál? - La… destrucción de París – respondió con un hilo de voz. Asintiendo, el Belmont volvió a dirigir su mirada al infinito y comenzó a ordenar ideas. Barthory, Orlox, Brauner… todos ellos vampiros poderosos, además estaban el joven chupasangres que asaltó a Simon y Alicia y aquel otro que interrumpió el combate entre Elisabeth y la Condesa Sangrienta… Demasiada casualidad, los tres que conocía eran vampiros históricos que de un modo u otro se habían enfrentado en el pasado a clanes relacionados con los Belmont, enemigos de Drácula. Pero, si lo escrito en los diarios de Jonathan y Charlotte – que la propia Rose le dio a leer hacía ya cinco años – era cierto, Brauner nunca había estado aliado con Drácula. ¿Dónde encajaba el artista entonces? Además ahora hacía acto de presencia una invocadora con dotes guerreras y una lanza idéntica a la de François. Y Barthory estaba involucrada en los raptos ¿Quién más? ¿Y por qué? Sabiendo que era cosa de vampiros su teoría del terrorismo se había visto reducida a una simple conjetura sin valor alguno. Un ronquido particularmente fuerte lo devolvió a la realidad, Elise se había dormido profundamente al lado del parque móvil de su bebé, donde este dormitaba también; fue al verlos cuando bostezó y se dejó hundir en el respaldo del sillón. Poco a poco, el sueño le fue venciendo. - Ha sido una noche demasiado larga… – fue lo último que alcanzó a mascullar antes de caer en los brazos de morfeo. 4 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (del primero al último) 15:42 01/02/2009
¡WOW! 15:44 01/02/2009
Por cierto, el usar a Excalibur me recuerda al caballero de oro de Capricornio (cuyo nombre nunca consigo recordar) 08:14 02/02/2009
De hecho está inspirado en eso, incluso el mismo Shura de Capricornio es Español, como Luis ;) 20:36 07/02/2009
Bah, lo de Excalibur es una referencia directa a Osaka, que muestra dos de sus aficiones :P Lo del cuarto de sanacion esta inspirado en... una sala de guardado de los Castledroids, no? Saludos Participa con tu Comentario:
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