Prelude of Twilight

Publicado: 12:28 06/07/2008 · Etiquetas: · Categorías:
Masked Carnival

- ¡Estás de coña!

Erik miraba a su compañero entre incrédulo y divertido, sonriendo ante la perspectiva de ver a su amigo violar tan flagrantemente la ley.

- Créeme – contestó Luis si perder su enigmático gesto y echando a andar hacia el edificio – rara vez me oirás hablar tan en serio…

El Belmont siguió a Luis, confuso, adentrándose ambos en el recinto que conformaba la estructura con forma de mesa invertida y se sobresaltó cuando el Fernández se detuvo repentinamente.

- ¿Qué sucede? – preguntó alarmado.

- Nada, nada, tú… no creo que puedas sentirlo, pero… - tras unos segundos de duda, agachó la cabeza y suspiró – bah, déjalo, puede que solo fuera mi imaginación.

Dicho esto, siguió andando seguido del pelirrojo, en un instante su cabeza se había llenado de dudas, y ahora miraba con precaución a la ilustre estructura, buscando de nuevo esa sensación.

La de un aura gigantesca, antigua y pútrida, que por un mísero instante manó de aquel lugar.

- Oye, no creo que sea fácil entrar aquí de noche – articuló Erik apretando el paso para ponerse al nivel de su compañero – no hablamos de un sitio cualquiera, es la bé-enne-effe, la biblioteca nacional de Francia, esto nos puede meter en un buen lío.

- ¿Y no lo estamos ya? – contestó Luis como si tal cosa – tú déjamelo a mi, no me he tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad para nada.

El Fernández apretó el paso y se dirigió a la puerta principal, deteniéndose ante ella y mirándola fijamente, como estudiándola; por un segundo, el pelirrojo llegó a temer que reventara un cristal de un golpe y se metiera como si tal cosa.

- Veamos… - murmuró mientras pasaba suavemente su mano derecha por el bastidor de la entrada – los cables de la alarma deben estar…. ¡¡¡AQUÍ!!!

Erik dio un respingo cuando vio a su compañero hundir la mano en el duro mármol embellecedor y dejarla ahí dentro, empuñando con fuerza lo que debían ser unos cables.

- ¿Y ahora qué? – preguntó con curiosidad mientras se acercaba de nuevo a su colega.

- Ahora cierra los ojos y ten cuidado – respondió éste como si tal cosa.

- Que cierre los… ¿Por q…?

No le dio tiempo a continuar, un cegador fogonazo azul eléctrico acompañado del estruendo de una tremenda descarga lo hizo cerrar los ojos y taparse los oídos al grito de “¡¡¡COÑO!!!”

Segundos después, un sofocante olor a goma quemada inundaba el área.

- Ale – finalizó Luis sacudiéndose las manos – listo.

- ¿”Listo”? – contestó el Belmont, alarmado - ¿¡”Listo”!? ¡Tú estás como una puta cabra! ¿¡Sabes la que has podido liar!? ¿¡Para esto te has “tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad”, desgraciado!? ¡Vamos a tener suerte si no has incendiado el edificio!

El Fernández torció el gesto y bufó.

- Pues sí, listo, y sí – repuso – para esto “me he tirado 5 años estudiando sistemas de seguridad”, gracias a esos “5 años estudiando sistemas de seguridad” he sabido exactamente qué tipo de alarma era, cuales eran sus cables, por donde pasan, cómo se aíslan y cómo puedo cargármelos sin dañar el edificio… por cierto – comentó – se me hace raro que seas tú quien se altere por la posible destrucción de un inmueble.

- ¿Bromeas? ¡Es la Biblioteca Nacional Francesa! ¡Un emplazamiento histórico! ¿Quieres que vayamos a la Al-Cazaba e iniciemos las tareas de demolición?

Luis se encogió de hombros.

- Para lo que la cuida el ayuntamiento… Oye ¿Entramos o qué?

Erik gruñó en respuesta y se dirigió a la puerta, echándola abajo de una patada como era habitual.

- “Un emplazamiento histórico” – susurró el español – Derribando la puerta a patadas… ¡Con dos cojones!

Los dos compañeros se adentraron juntos en el edificio a oscuras, la luz de la luna así como la de las luces de emergencia llenaban el hall, que a Erik le pareció mayor de lo que había supuesto que era la primera vez que lo cruzó.

- ¿Dónde crees que está el libro? – preguntó el Fernández mientras observaba la sala.

- Ni idea – respondió el pelirrojo, avanzando delante de su amigo – pero seguramente no se encuentre expuesto al público, tal vez debamos meternos en el almacén…

Luis torció el gesto, evidentemente no le satisfacía la idea de meterse entre cajas.

- Bueno… - repuso – tú conoces este edificio, sabes donde está cada cosa, así que… guíame.

- En realidad no sé por donde empezar – reconoció el joven – de haber sabido que íbamos a venir esta noche hubiera estudiado el edificio a fondo, de todas formas… - señaló a una puerta en la que ponía “Sólo personal autorizado” – podríamos ir por ahí.

El Fernández se adelantó y cogió carrerilla, Erik adivinó inmediatamente que pretendía echar la puerta abajo y se interpuso para detenerlo.

- ¿En qué piensas? – preguntó - ¡Ya hemos hecho bastante ruido por hoy!

- Ya – repuso mosqueado el Fernández - ¿Alguna sugerencia, genio?

Lo miró un segundo a los ojos y, acto seguido, el Belmont se dirigió hacia la puerta y agarró el pomo con firmeza para después girarlo bruscamente, hubo un “crac”, y la puerta se abrió.

En efecto, tras esa puerta resultó encontrarse el almacén, que no era ni de lejos lo que Luis se imaginaba, estaba repleto de libros, eso sí, pero todo bien ordenado y clasificado.

- Fíjate – llamó Erik en una ocasión, observando fascinado una estantería – aquí hay libros de colecciones antiquísimas… apostaría a que podemos encontrar perfectamente material del siglo XVII

El Fernández se detuvo y lo miró de soslayo, sonriendo. Su compañero podía ser muy bruto en sus formas cuando se lo proponía, pero cuando su faceta de rata de biblioteca salía a la luz cambiaba por completo.

- ¿Has visto algo que pueda resultarte útil? – preguntó – Podríamos llevarnos todo lo que necesitemos.

El pelirrojo negó con la cabeza.

- No, no… y aunque fuera así… - dudó – hemos venido a por un único libro, no nos conviene sustraer más.

Luis rió.

- ¿¡Sustraer!?

- Suena mejor que robar…

Continuaron observando cuidadosamente, ayudados por las luces de emergencia, por sus pocas nociones obtenidas de la pequeña biblioteca privada de los Fernández Luis se dio cuenta de lo increíblemente valiosos que eran algunos libros, Erik por su parte estaba maravillado, y de vez en cuando agarraba alguno de aspecto especialmente adusto y lo ojeaba con avidez.

“Joder” comentaba de vez en cuando “así que este volumen no se había perdido” o bien “con uno sólo de estos libros se podría comprar el templo de la hermandad”

Sin embargo el volumen con el famoso escudo de armas en sus tapas seguía sin aparecer, y cuando arribaron al final del almacén ambos estaban francamente decepcionados.

- ¿Y ahora? – preguntó el Fernández apoyándose en la pared.

- No lo sé – respondió Erik – pero no quiero retroceder… suponía que estaría aquí… los demás emplazamientos de la biblioteca son fácilmente accesibles…

El Belmont se acuclilló y empezó a acariciar el suelo de terrazo con el gesto torcido, conocía bien el edificio principal, pensó, la colección de la propia biblioteca, la sala de préstamo, la hemeroteca y la sala infantil estaban allí, así que no podían haber escondido el libro en él…

- ¿Eh? ¿Qué es esto?

De repente Erik empezó a tocar algo en el suelo, entre todo el polvo y la pelusa, bajo la atenta mirada de su amigo.

- Oye ¿Te echo una mano?

- No, no hace falta – contestó – si no me equivoco, esto es…

La mano del pelirrojo encontró una argolla entre toda la basura y tiró de ella con fuerza, llevándose una pesada losa de terrazo, con ladrillo, cemento y hormigón armado incluidos, con la que abrió lo que parecía ser…

- ¡No jodas, es un pasadizo!

Erik había dejado la pesada tapa y asomado por la trampilla hasta la mitad del abdomen, ante sus ojos se extendían, hacia los cuatro puntos cardinales, cuatro pasadizos de piedra que se perdían en la espesa negrura.

- ¿Qué? ¿¡En serio!?

El Belmont se descolgó por la trampilla hasta el suelo, que se hallaba más abajo de lo que había supuesto en un principio, y miró hacia arriba esperando a su colega.

- ¡Baja y míralo por ti mismo!

Luis bajó de un salto, cayendo al lado de Erik, y contempló anonadado el lugar.

Aquellos pasadizos estaban excavados en la roca de un modo pulcro y perfeccionista, pareciendo ésta pulida incluso, y sin el más mínimo rastro de erosión.

- ¿A dónde conducirá esto? – se preguntó extrañado el joven Fernández.

El pelirrojo, dando una vuelta y deteniéndose a la entrada de cada bifurcación, contestó pensativo.

- No lo sé – admitió – aunque puedo imaginarlo, aún así tengo mis dudas de que éstos sean los únicos cuatro pasadizos que partan desde la biblioteca, debe haber más…

- Seguro, pero ¿para qué?

- Bueno… en caso de guerra serían muy útiles – respondió, deteniéndose delante del que se alargaba hacia el Norte - ¿Cogemos éste? Si no tenemos éxito podemos volver y revisar los demás.

Luis asintió y se colocó delante antes de que Erik llegara a moverse, sencillamente no se fiaba, estaban envueltos en oscuridad y sólo veían hasta donde sus ojos, en parte acostumbrados a la negrura y en parte adaptados a ella desde pequeños, les permitían.

Desde su llegada al recinto le había acompañado un mal presentimiento tal vez suscitado por esa ráfaga de energía corrupta, toda aquella oscuridad era el refugio perfecto para cualquier cosa que quisiera atacarles.

Tras unos instantes de duda hizo a su colega señas para que avanzara, comenzando así a moverse por el túnel.

Ninguno de los dos ocultó su sorpresa tras cruzarlo al darse cuenta de que, pese a haber resultado bastante corto – Erik calculó que debía ser la distancia desde el edificio central a una de las cuatro estructuras que rodeaban el edificio central – la covacha se les había hecho larga de cruzar, además de haberse sentido incómodos, Luis agregó además la sensación de haberse sentido continuamente observados y rodeados por aquella extraña aura putrefacta.

Tras intercambiar sus impresiones subieron por la oxidada escalera de metal que, firmemente clavada en la pared, les daba acceso a una trampilla; sabiendo de su peso por experiencia de la anterior el Belmont subió delante y la empujo cuidadosamente con su brazo derecho, retirándola y entrando él primero en el lugar.

El Fernández lo siguió y, una vez arribó a la superficie, no pudo hacer otra cosa que abrir la boca sin proferir sonido, sorprendido por el aspecto del emplazamiento en el que se encontraba.

Tal y como el pelirrojo había supuesto el sitio era, en efecto, una de las “patas” de la mesa invertida que conformaba el recinto de la biblioteca, una torre de siete pisos de alto que, conforme a lo que se sabe de estas cuatro extensiones de la biblioteca, era uno de los museos-almacenes destinados a exponer y custodiar raras y valiosísimas colecciones bibliotecarias.

Era de recibo reconocer la belleza del lugar, de paredes forradas de madera y suelo de parqué, los escasos pero valiosos libros estaba expuestos en vitrinas y abiertos para mostrar al público su autenticidad y las amplias ventanas dejaban entrar la luz de la luna que, según le pareció a Erik, tenía una muy leve tonalidad rojiza, pero lo descartó al instante achacándolo a su imaginación.

- Bueno… - repuso el pelirrojo finalmente – empecemos la búsqueda.

Empezaron a moverse con toda la tranquilidad del mundo, si bien el Fernández no sabía exactamente como era su objetivo, de modo que se limitaba a vigilar y observar mientras Erik cumplía su cometido.

Poco a poco fueron ascendiendo, el Belmont se abstenía esta vez de hacer comentarios, y Luis no dejaba de mirar inquieto por las ventanas.

- Esto es muy raro – murmuró, deteniéndose justo en el centro del tercer piso.

- ¿A qué te refieres? – le preguntó despreocupadamente su compañero.

- He fundido las alarmas, vale, pero – alzó la cabeza y miró a una de las esquinas del techo – las cámaras de seguridad aún funcionan ¿y qué pasa con las alarmas aisladas? Este lugar debería tenerlas.

- ¿Alarmas aisladas?

- Sí – aseveró – alarmas en lugares o pisos concretos, o bien protegiendo algunos expositores… llevamos tres pisos ya y – sonrió divertido – a juzgar por las caras que has puesto hemos topado ya con unos cuantos libros importantes…

- Verdaderos incunables, tío – corroboró Erik – verdaderos incunables…

Acabada esta conversación continuaron ascendiendo, el cuarto piso no les ofreció nada especial, no llegando el pelirrojo siquiera a arquear una ceja, pero en el quinto Erik, que revisaba las estanterías totalmente concentrado, sintió curiosidad por un comentario realizado por su amigo.

- Menuda portada para un quijote ¿no?

El Belmont acudió raudo a donde se encontraba Luis, en el centro de la sala, contemplando entre divertido e impresionado una vitrina en la que se hallaba un libro de unas dimensiones tales que el espacio disponible resultaba ridículo, con un cartelito ante el cristal que rezaba “1ª edición impresa de El Quixote”, se asomó para verlo mejor y, al conseguirlo, el reflejo de la luz de la luna sobre la tinta plateada del escudo de armas de la tapa lo dejó patidifuso.

- ¡¡¡No me jodas – exclamó sin contener su voz – que es el libro!!!

- ¿¡Como!?

En efecto, lo era, la tinta argentada dibujaba sobre la tapa de color carmesí un escudo de armas compuesto por un can tricéfalo entre cuyos cuellos emergían las dos cabezas de un fiero dragón y, bajo las dos criaturas, un feroz león blandía una larga espada.

- ¡Si, es este! – apartó a Luis y se apoyó sobre la vitrina, observando cada trazo del grabado - ¡Este es el libro que retiraron de de la vista al público! – sonrió – mira que intentar hacerlo pasar por un quijote… queda ridículo en esta vitrina.

Sin más dilación y para horror de su compañero, Erik levantó el cristal, que no estaba asegurado por ningún tipo de cerradura, y se dispuso a coger el libro, momento en que el Fernández lo detuvo.

- ¿¡Estás loco!? ¿Ya te has olvidado de las alarmas?

- Ya he metido las manos y no ha sucedido nada – contestó el pelirrojo con tranquilidad, alzando el volumen - ¿Qué puede pasarnos?

No pasó nada hasta que Erik sacó el libro de la vertical del atril, en ese momento el horrible estruendo de una sirena inundó toda la torre y la sala se vio iluminada por la luz roja intermitente de una alarma colocada en el techo, ante esto Luis reaccionó con rapidez y se dirigió a asomarse por la ventana, seguido de su colega, para encontrarse a toda una marabunta de agentes rodeando el edificio y disponiéndose a entrar.

- Estamos jodidos… - murmuró Luis con fastidio.

- ¡Coño, que prisa se han dado! – apreció Erik.

- No, peor que eso… - el Fernández apretó los dientes – hemos caído en su trampa… nos estaban esperando…

Los dos amigos guardaron un tenso silencio mientras contemplaban cómo los policías intentaban entrar en la torre, el español notó la ausencia del Comisario Jacques Rousseau, pero no le daba gran importancia en comparación con la idea de tener que escapar de allí a toda prisa.

El pelirrojo echó a correr sucintamente en dirección a la escalera, siendo perseguido y detenido por Luis.

- ¿A dónde crees que vas? – le preguntó con serenidad, sujetándolo del brazo.

- ¡Voy a salir de aquí, por supuesto!

Erik estaba lívido.

- ¿¡Por la puerta principal!? ¡Es una idea perfecta si lo que quieres es que te pillen!

- Me cago en la leche – se soltó con brusquedad de la presa de su compañero - ¿¡Y qué sugieres!?

Se miraron por unos momentos, acto seguido el español volvió a la ventana y contempló cómo los policías intentaban echar la puerta abajo con un ariete de acero.

- Subir – dijo sin más.

- ¿Subir?

Luis suspiró y miró al techo, su rostro mostraba una gran concentración.

- No podemos bajar por las escaleras o el ascensor – explicó – nos cogerían enseguida, pero no puede existir semejante construcción sin un montacargas que baje hasta el almacén… si lo hay, tendrá una entrada en la última planta, lo cogeremos allí y bajaremos – bajó la mirada y clavó los ojos en los del Belmont - ¿Qué me dices?

Los dos se miraron por un momento, un estruendo particularmente fuerte les confirmó que la puerta de entrada había sido abierta.

- Tú eres quien entiende de esto – reconoció – vamos por la ruta que consideres más segura.

El Fernández le indicó que lo siguiera con una señal y empezaron a andar los dos escaleras arriba, tras haber cedido la puerta la torre estaba increíblemente silenciosa, pero bajo sus pies los dos compañeros podían sentir los pasos del ejército de policías que había entrado en el edificio.

- Están tomando posiciones – indicó en voz baja a Erik – bloqueando todas las salidas y entradas – aguzó el oído – se mueven con mucha seguridad, están muy bien organizados…

No tardaron en arribar al séptimo y último piso, el pelirrojo quedó vigilando la escalera mientras Luis buscaba el posible montacargas, que resultó estar oculto tras un cuadro de arte moderno que no pegaba para nada con la decoración del lugar, lo retiró y se dirigió a su compañero para indicarle que subiera, cuando de repente…

BLAM

- ¡Levez vos mains!

Los jóvenes se quedaron congelados, la puerta del montacargas se había abierto de golpe y de él salía, apuntándoles con su arma reglamentaria, el Commisaire Rousseau, en cuyo rostro se dibujaba un evidente gesto de triunfo.

- ¡Comisario! – exclamó Luis, sorprendido.

- El que faltaba… - refunfuñó Erik, aferrándose al libro.

- ¡He dicho que levantéis las manos! – insistió Jacques.

Finalmente obedecieron, para evitar problemas el español movió su Katana hasta dejarla detrás de la cabeza, fuera del alcance de ambas manos, mientras que Erik únicamente alzó la derecha, sujetando el libro en la izquierda.

- Bien, bien, sois obedientes… - apuntó a Luis con el arma – Tú, colócate ahí.

Indicó al Fernández que se dirigiera a la ventana señalándola con el dedo, alejándolo así de su compañero para evitar posibles represalias conjuntas, acto seguido se acercó al Belmont y, sin dejar de encañonarle, le dio una orden.

- Entrégame el libro.

- ¿Por qué habría de hacerlo? – contestó éste con tono impertinente - ¿Para qué lo necesita usted?

Hubo unos momentos de silencio, el comisario parecía buscar las palabras.

- Este libro podría resultar de gran utilidad en el caso de los niños – continuó – Estoy totalmente seguro de que contiene las claves necesarias para encontrarlos, soy un experto en el tema ¡Debo consultarlo!

Ante las palabras de Erik, en parte autoritarias y en parte suplicantes, Jacques Rousseau se limitó a soltar una estridente carcajada en la que Luis pareció atisbar cierto fingimiento.

- ¡Ese libro contiene sólo tonterías mitológicas sobre vampiros y sombras! – espetó - ¿Qué esperas sacar de él? ¡Son cuentos para críos y supersticiosos!

Los dos amigos se miraron por encima del comisario.

- Oiga, Rousseau – lo interrumpió Luis - ¿Puedo hacerle una pregunta como compañero de profesión suyo que soy?

El francés se dio la vuelta, amenazándolo ahora con el arma a él.

- Por supuesto “monsieur” Fernández, habla.

- ¿Cómo supo que nos presentaríamos aquí?

Luis sonrió, pero no al comisario si no a su amigo, que le devolvió el gesto. Ambos sabían que en el fondo el español no tenía ningún interés por la respuesta.

- Sencillo – respondió – el bibliotecario me contó el incidente de ayer, así que supuse que os presentaríais aquí tarde o temprano.

- ¿Y por qué tanta movilización para un simple libro? – cuestionó el pelirrojo a su vez - ¿No es una sarta de cuentos para supersticiosos?

Sorprendido por la intervención del Belmont, Jacques se dio la vuelta, momento en que Erik lo golpeó con una patada que lo desequilibró.

- ¡CÓGELO! – gritó a Luis al tiempo que le lanzaba el libro.

El receptor extendió la mano y agarró el volumen sin mucho problema mientras que, aturdido, el comisario se daba la vuelta para encañonarlo a él.

- Que… ¿Qué es este juego? – preguntó tambaleante.

- Fácil – respondió el Belmont – uno de nosotros se lleva el libro y usted detiene al “intruso que se coló en la torre norte de la Biblioteca Nacional Francesa”

- Luego, siendo el detenido un colaborador de la investigación así como de la policía española, el departamento de mi país interviene, el supuesto delincuente queda en libertad sin cargos y todos felices.

- ¿Y por donde piensas llevarte el dichoso libro? – Rousseau quitó el seguro a su pistola - ¡Aunque puedas coger el montacargas no irás muy lejos! ¡Tengo apostados agentes hasta en el sótano! ¡Hemos cubierto todas las salidas!

La sonrisa de Luis se acrecentó.

- Oh no, todas no…

Tras decir estas palabras, se dio la vuelta y retrocedió unos pasos.

- Nos vemos luego, Erik – se despidió de su compañero.

- Hasta más ver, tío – respondió éste.

Y, sin dar tiempo a reaccionar al comisario, se lanzó contra la ventana, rompiéndola de un salto y cubriéndose la cara para evitar dañarse con los cristales, Rousseau sólo pudo asomarse para verlo caer limpiamente de pie.

- P-pero cómo…

El pelirrojo le acercó con calma, con lo brazos ya bajados, y se colocó a un par de metros de él.

- Lo siento, comisario – se disculpó, no sin cierta sorna – pero realmente no tengo ganas de acabar en el calabozo, de modo que si me deja pasar se ahorrará un molesto traumatismo y un par de semanas en el hospital.

Furioso, Jacques Rousseau se dio la vuelta y le apuntó casi a bocajarro.

- ¡Maldita sea! ¡TU NO VAS A NINGUNA PARTE, NIÑATO!

El Belmont no contestó nada, sólo agarró el cañón del arma y, sin mucho esfuerzo, lo dobló hacia arriba.

- Tiene mala suerte – comentó – porque Luis y yo no somos como usted, todos esos policías que nos esperan abajo o el resto de seres humanos “normales”… somos más, mucho más fuertes – se cruzó de brazos – formamos parte de un mundo en el que cualquiera de los que son como usted se cagaría de miedo, donde las armas comunes no sirven de nada y donde uno de sus golpes no son para nosotros y nuestros enemigos más que un simple roce…

- ¿Uno de nuestros golpes? – preguntó tirando su ahora inservible al suelo - ¿Algo como – repentinamente cogió a Erik por ambos hombros y se pegó a él, acto seguido el pelirrojo sintió un dolorosísimo impacto en sus partes – ESTO?

El Belmont se dobló de dolor, contemplando sin apenas aliento cómo el comisario se lanzaba por la ventana que Luis había roto, dispuesto a cazar al Fernández.

Fuera, Luis contempló sorprendido cómo el comisario Jacques Rousseau caía de la misma forma que él y salía a la carrera detrás suyo. Tras correr un poco – muy poco – se detuvo y adoptó una postura de guardia, dispuesto a luchar.

No tardó en ser alcanzado, el comisario le atacó enseguida con un puñetazo desde el lado derecho – en el que sujetaba el libro – que esquivó, viéndose expuesto a una patada que pudo detener in extremis, dándose cuenta de que, para su – desagradable – sorpresa, aquel hombre, aparentemente humano, era con mucho más fuerte que Erik.

Confuso, decidió tomar la iniciativa, contaba con la ventaja de ser más rápido que su adversario y de que, para su suerte, aquel hombre únicamente parecía conocer – bastante bien, todo había que decirlo – el estilo de defensa personal propio de los cuerpos de policía; viendo la diferencia de fuerzas decidió esquivarlo mientras buscaba un hueco y, al encontrarlo, le propinó varios puñetazos y patadas, pudiendo sólo hacerlo retroceder un par de pasos.

- ¿¡De qué cojones está hecho este tío!? – exclamó cuando vio que sus golpes apenas tenían efecto.

Obtuvo como respuesta una potente patada en el estómago - el poder usar sólo uno de sus brazos no le ayudaba demasiado – Agarró el pie del comisario con su mano libre y lo impulsó hacia arriba, saltando y alcanzándolo en el aire con una patada con la que lo estrelló en el suelo, al poner los pies en el asfalto embistió, pero su adversario se levantó y contraatacó con un puñetazo en el rostro que, afortunadamente, pudo esquivar, sólo para recibir un codazo en pleno plexo solar.

Medio asfixiado, retrocedió para recuperar el aliento cuando sintió una voz, furiosa y lejana, que se acercaba a todo correr.

- ¡¡¡VAS A PAGAR POR MIS PELOTAS GABACHO DE MIERDA!!!

Era Erik, con la mano izquierda aún en su paquete, corriendo de un modo extraño y con el brazo derecho brillando con un cegador fulgor escarlata, al acercarse más Luis pudo comprobar por su rostro que estaba realmente furioso y, en un momento determinado, pareció desaparecer, reapareciendo de nuevo a su lado, tumbando al Comisario Rousseau de un solo golpe.

El Fernández, aún respirando con dificultad, se quedó atónito por la repentina aparición del Belmont, y sonreía divertido por su estado.

- Ti.. tío ¿Qué te ha… pasado? – preguntó entre jadeos.

- ¡Que el cabrón éste me ha sacudido un rodillazo en los huevos y se ha ido tan campante! – contestó entre dientes - ¡Vamos! – se dirigió al comisario - ¡Levántate para que pueda arrancarte las gónadas con mis propias manos, cabrón bigotudo!

Sereno, el hombre se incorporó, de la comisura de los labios le caía un hilo de sangre y ya tenía el uniforme arrugado y sucio.

Esto sorprendió a ambos, sobre todo a Erik, que había descargado toda la potencia que podía generar en aquel espantoso puñetazo, afortunadamente la sorpresa lo ayudó a tranquilizarse.

- Así que a ti también te ha podido… - repuso el pelirrojo, observando el estado de su amigo, que se enderezó con dificultad.

- Sí – tomó aire y lo exhaló con fuerza – no importa cómo le golpee, no tengo la fuerza suficiente para tumbarlo…

Erik torció el gesto.

- No me hace gracia la idea ya que no es un vampiro, pero…

- Si, tendremos que ir los dos a la vez.

Tras asentir, los dos chicos se lanzaron a la vez a por el comisario, Luis se adelantó e intentó golpearle con una patada giratoria en salto que su adversario detuvo, haciéndolo caer, a lo que Erik respondió rodeándolo con un rápido giro y atacándolo con un directo hacia la mejilla, Rousseau se volteó hacia él, desvió su brazo y le lanzó una potente patada que el Belmont contuvo con ambas manos, oportunidad que Luis aprovechó para atrapar la pierna sobre la que se sostenía entre las suyas y tumbarlo, el pelirrojo, una vez estaba su enemigo en el suelo, decidió caer sobre él con un codazo, pero éste lo pateó y envió a volar unos dos o tres metros, el Fernández por su parte intentó responder a esto desde el suelo, pero un súbito codazo lo dejó sangrando por la nariz, de modo que finalmente se alejó rodando y se levantó para ir a asistir a su colega.

- ¡Basta ya! – exclamó Erik exasperado – Este tío es pura fuerza bruta ¡Usemos las espadas!

- ¡De eso ni hablar! – replicó Luis - ¡Es un humano! ¡No podemos usar nuestras armas contra un simple humano!

- ¿Humano? ¿¡Simple!? ¡Joder, Luis, que nos está pegando una paliza a nosotros, que somos cazadores!

- Tú no puedes sentirlo – insistió el español mientras el comisario Jacques se levantaba de nuevo – pero los cazadores y los vampiros tenemos un aura que los humanos NO poseen ¡y el aura de este hombre es tan pequeña como la de cualquier otro de los suyos!

Concentrados en la discusión, ninguno de los dos se dio cuenta de que Rousseau los había embestido y, en pocos segundos, los alcanzó a ambos con sendos puñetazos en el estómago que los hizo volar varios metros de nuevo.

- ¿Necesitas que te den otra hostia como ésta para convencerte? – inquirió Erik, levantándose con dificultad.

- T-te digo – tosió – ¡Te digo que este hombre no tiene aura alguna!

- ¿Entonces qué es? ¿una especie de androide? – se burló el pelirrojo antes de que una bombilla se le encendiera en la cabeza – sí… - miró al comisario – podría ser…

- ¿Y ahora en qué piensas?

- Acabo de tener una idea – respondió – necesito comprobar algo, tú quédate aquí.

Sin decir ni una palabra más, aunque aún dolorido, se abalanzó sobre su adversario, que también echó a correr hacia él.

Su intención esta vez era bien distinta; hacía años ya, durante su aprendizaje, había oído hablar de humanos que, dispuestos a obtener una pequeña porción del poder legendario de los vampiros, se ofrecían a cosas impensables. Aquellos seres obtenían la fuerza o la velocidad sobrehumana de los chupasangres, pero aún conservaban sus atributos humanos.

¿Era Jacques Rousseau uno de esos seres?

Se alcanzaron el uno al otro rápidamente, el Comisario le lanzó un directo a la cara que Erik esquivó agachándose, respondiendo con un placaje de hombro y, al alzarse, con un gancho y una patada en vuelta. Su intención no era otra que agotar la resistencia de su enemigo y desequilibrarlo, continuó golpeándolo con impactos fuertes y certeros a los que Rousseau no era capaz de contestar, y en un momento dado se colocó tras él y lo inmovilizó, sujetando sus brazos a la altura de las axilas, con las manos en la nuca.

Era el momento perfecto, rápidamente cogió el cuello de la camisa del uniforme y tiró de él hacia abajo, lo que vio era exactamente lo que esperaba encontrar.

- Eh Luis – llamó a su amigo - ¡Luis!

El aludido se acercó corriendo, expectante.

- Tú tenías razón – dobló y arrodilló al comisario en un hábil movimiento – éste tío es un humano normal, salvo por un pequeño detalle…

- ¡No! ¡Quieto! – exclamó el francés, suplicante, al verse de rodillas.

Sin escuchar a su petición Erik tiró de la camisa del uniforme, rasgándola, mostrando la que era la marca de aquellos humanos ambiciosos.

En la nuca del Comisario descansaba un tatuaje tribal que se extendía hasta sus hombros, era negro y representaba una rosa sanguinolenta de cuya base se extendían varias ramificaciones espinosas.

- El Comisario Jacques Rousseau – miró directamente a los ojos a Luis, cuyo rostro había adquirido una exagerada expresión de sorpresa ante el hallazgo – es un siervo.
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Comentarios: (del primero al último)
13:19 06/07/2008
Te falta un poco más de práctica con la redacción y el literato.

Sigue intentándolo :P
13:28 06/07/2008
Eeeeeeee la verdad es que he tenido episodios mejores ^^U

No estoy de buen humor ultimamente, así que no puedo concentrarme y escribir bien.

De todos modos gracias por el consejo ;)
09:07 07/07/2008
YO LA VDD NO ME KEJO, COMO OSAKA DIJO, NO ES EL MEJOR DE LOS EPISODIOS Y LA VDD SI LE CREO K NO SE A PODIDO CONCENTRAR, ES MAS YO DIRIA K TENIAS HAMBRE MIENTRAS ESCRIBIAS... TE COMISTE ALGUNAS PALABRAS LEELO Y VERAS, BUENO SOLO UN FAVOR MAS NO TARDES MUCHO EN SEGUIR ESCRIBIENDO NO KIERO DEJAR UN MES SIN LEER, SIN MAS POR EL MOMENTO ESTE MEXICANO SE DESPIDE
15:51 07/07/2008
Copio y pego. Cuando pueda dejo mis impresiones. Saludos.

PD: Estan mejor las cosas? ;)
15:59 07/07/2008
Van mejorando, sí ;)
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