Prelude of Twilight

Publicado: 12:33 16/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Os preguntareis por qué no he publicado estos dos episodios uno a uno en lugar de como uno doble.

Bien, las razones son sencillas, en primer lugar, inicialmente conformaban el Episodio 49, sin embargo la primera parte de éste tiene poco que ver con la segunda, de hecho, leído friamente, parece más una fumada que otra cosa, aunque todo, como no, tiene su explicación.

Además, unido al que ahora es el Episodio 50 daba lugar a un capítulo innecesariamente largo (unas 17 páginas en Word), lo cual lo haría incluso desagradable de leer, por ello, decidí dividirlos.

Peero se dio la circunstancia que escribí ambos de seguido, y yo publico al ritmo de escritura más o menos, aunque por hacerle un favorcillo a un amigo, lo publico primero en su foro de CastleVania y dejo que pasen unos días (exclusividad temporal)

Total, que una vez pasado el tiempo, como fueron publicados los dos capítulos en un lapso muy corto, los publicaré a la vez en mi blog.

Aunque ya tiene cojones que, siendo éste mi blog, no los cuelgue aquí primero xd.

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The three trials

Los tres jóvenes se sorprendieron a sí mismos cruzando la verja de una suntuosa mansión en la zona limítrofe de París. Todo había sucedido sorprendentemente rápido, tras la presentación de las ancianas hermanas Lecarde, éstas los invitaron a ir con ellas a su residencia, a lo que ninguno fue capaz de negarse ni poner siquiera la más mínima objeción, subieron a una limousine y en apenas una hora estaban bajando de ella y cruzando el exuberante jardín.

Aún perplejo, Erik miró el reloj.

- Apenas son las diez de la mañana - murmuró.

- Tienen un poder de persuasión tremendo – juzgó Luis mientras avanzaba a la cabeza de los tres, justo detrás de Loretta.

- ¿Estáis seguros de que no nos hemos ofrecido a venir nosotros mismos? – preguntó Simon con cierta sorna.

La menor de las Lecarde giró levemente la cabeza.

- No – respondió con suavidad – pero casi ha sido igual que si lo hubierais hecho… con todo respeto, sois muy fáciles de dominar.

Luis quiso contestar, pero el pelirrojo le puso la mano en el hombro para callarlo.

De repente las sombras los rodearon y el aire se volvió más fresco, Simon se puso en guardia enseguida, pero no tardó en darse cuenta de que aquello se debía a que se habían internado en un laberinto vegetal.

- E… ¿esto estaba aquí? – preguntó confuso a sus compañeros.

Su pregunta no obtuvo respuesta, seguía caminando nervioso mientras tanteaba las paredes de matorral con las manos.

- ¡Eh! – insistió - ¿Alguien había visto esto…?

Bajó la cabeza para dirigirse directamente a su hermano, pero de repente se dio cuenta de algo que le estremeció.

Estaba completamente sólo.

Instintivamente se detuvo sin saber qué hacer, no se atrevía a moverse por si algo sucedía o por si, simplemente, era presa de una alucinación o incluso una pesadilla.

¿Cómo había llegado hasta allí?

- E… ¿Estáis ahí? – preguntó con la única respuesta del silencio.

De inmediato el miedo comenzó a apoderarse de él, dándole la sensación de que entraba por sus poros, de que aquel lugar se lo insuflaba a la fuerza.

Sintió el impulso de correr, de huir, sus piernas le obligaban a ello.

Estaba a punto de ceder cuando la voz de Erik resonó en su mente como si le estuviera hablando directamente a la oreja.

“piensa en cuales han sido tus errores e intenta discernir la manera de corregirlos”

¿Errores? El miedo era un error, su falta de entereza le perjudicó en la batalla del palmeral, intentando proteger a Alicia.

Dio un paso, controlando sus instintos, y al volver a poner el pie en tierra se sintió liberado de sus temores.

- Temblando no voy a salir de aquí – se dijo - ¡Vamos!

Emprendió la marcha a paso ligero pero seguro, tomó varias direcciones al azar sin estar seguro de su decisión, ora izquierda, ora derecha, ora frente, de nuevo frente, derecha de nuevo, derecha, izquierda, izquierda, izquierda, frente, derecha…

Por más que se movía no tenía la sensación de avanzar ni un centímetro, todas las calles del laberinto eran iguales, el césped y el matorral estaban cortados de la misma manera, la longitud de cada una era la misma que la de la anterior, y el silencio reinaba de tal forma que ni la hierba al romperse bajo sus pies emitía sonido alguno.

Nervioso, aceleró el paso y decidió continuar avanzando; Derecha, izquierda, izquierda, derecha, frente, frente, derecha, frente, derecha, derecha… ¿Realmente “avanzar” era la palabra adecuada? Frente, frente, izquierda, izquierda, derecha, izquierda… ¿Por qué no oía ningún maldito sonido? Izquierda, frente, izquierda, frente, frente, frente, derecha, derecha, derecha, frente, izquierda, frente, derecha, frente, frente, frente… ¿Y por qué no se había topado hasta ahora con ningún callejón sin salida? En los laberintos debería haberlos, ayudan a orientarse…

Se detuvo de nuevo, estaba cansado, no veía el final por ninguna parte, tanto a sus pies como a su espalda sólo se extendía una espesa capa de niebla, y como antes lo intentó el miedo, la desesperanza, fría y espesa, se abría camino por su piel hasta llegar a sus venas.

¿Realmente podría salir de aquel laberinto? ¿Había caído en una trampa? ¿Jamás volvería a ver el exterior?

Se acordó de Erik y de Luis, jamás volvería a verlos ni a burlarse de ellos, la cálida sonrisa de Adela y la protectora presencia de Juanjo se le antojaron inalcanzables, un simple recuerdo, había fallado a ambos.

Se acordó también de Alicia, su amada Alicia.

Le había fallado a ella también.

Se acordó de Alicia…

Alicia, que en aquel momento estaría, con el corazón en un puño, llena de esperanzas de volver a verlos, de que aparecerían algún día por la puerta de su prisión y la sacarían de allí.

Una bombilla se encendió en su cabeza con aquel último pensamiento.

¡Esperanzas!

Eso lo había mantenido vivo hasta ahora.

Por encima del lacerante dolor de su herida, por encima de las batallas libradas, por encima de los golpes recibidos, se había esforzado en sobrevivir.

¿Iba a fallar ahora?

La esperanza… es lo último que se pierde, lo único que quedó en la caja de Pandora.

Se irguió de inmediato ¿Por qué había doblado la espalda? ¿Por qué había agachado la cerviz? ¡No tenía derecho! ¡No podía rendirse mientras otras personas luchaban! ¡Mientras Alicia luchaba!

El frío fue expulsado de su cuerpo, expulsado por un ardiente sentimiento que puso su cuerpo en movimiento de inmediato.

Saldría de allí como fuera, aunque le llevara mil años, y no andando, no, saldría corriendo.

De modo que arrancó y, al trote, fue recorriendo una a una todas las callejas, izquierda, derecha, frente, frente, frente, derecha, derecha, frente, frente, frente, frente, izquierda, frente, izquierda, derecha, izquierda, izquierda, izquierda, izquierda…

Sabía exactamente las direcciones que debía tomar sin saber muy bien cómo – lo que tampoco la importaba demasiado, por cierto – donde antes se encontraba la duda ahora estaba la certeza, la seguridad de que no podía equivocarse.

Y el laberinto cedía a esto, poco a poco las paredes empezaron a mostrar irregularidades, la oscuridad cedía paulatinamente, el césped adquiría un bello color esmeralda y, como si fuera un regalo para sus oídos, el crujir de la hierba y el silbar del aire se hacían cada vez más audibles, como anunciándole el final de aquella pesadilla, dándole la bienvenida al mundo real.

Incluso la niebla había desaparecido, mostrándole el final de cada pasillo, Simon apretó entonces el paso, corriendo con toda su alma.

¡¡¡Izquierda, izquierda, derecha, frente, derecha, izquierda, frente, frente, frente, derecha, derecha, frente, frente, frente!!!

Tras varios minutos de carrera continuada vislumbró frente a sí una alta pared cubierta de hojas, diferente a las del resto del laberinto, el chico sonrió, que fuera diferente debía ser una buena señal, a izquierda o derecha de ésta debía estar la salida.

Sí, ahí debía estar, al fin volvería a ver el exterior.

Se refrenó y adoptó la velocidad normal, ya no merecía la pena correr, cada paso que daba lo acercaba más a la victoria.

Quería saborear ese momento.

Viró ligeramente a la derecha, seguro que la salida estaba ahí, la pared del fondo ya no le importaba, pero le echó un último vistazo, parecía una parra.

Al llegar a la esquina se topó sólo con matorral, no había puerta ni hueco.

- No importa – se dijo – estará al lado izquierdo.

Se dio la vuelta, en el primer vistazo no vio salida tampoco, pero se acercó a la pared derecha y tanteó.

Nada.

Se situó en el centro del pasillo y se alejó unos pasos del muro de parra.

La salida tampoco estaba en él.

Impidió el regreso del miedo y la desesperanza, barrió el lugar varias veces con la mirada, palpó las paredes, metió las manos entre las ramas.

No había salida.

Como por una de esas jugarretas del destino, el laberinto lo había derrotado.

Miró a su espalda, pero la bruma era tan espesa que parecía sólida, y se negaba a volver atrás.

De nuevo tanteó las paredes, se tomó su tiempo, pateó las ramas, metió las manos, incluso usó su látigo, pero todo intento era infructuoso, sólo lograba cansarse.

Rendido, cayó de rodillas frente a la pared de parra, que ahora parecía inmensa, perdiéndose en los cielos, más allá de las nubes.

Miró hacia arriba, buscando el final de ésta, pero la mera idea de escalarla se le antojaba absurda, un solo fallo y moriría aplastado contra la hierba, que ahora parecía tan fría y dura como el mismísimo suelo.

Echó la cabeza hacia atrás, lágrimas de impotencia afloraron, gritó de rabia, una rabia que nadie más sabría que sentía.

Un grito que nadie oiría.

Aporreó el suelo con fuerza.

Había sido vencido.

“piensa en cuales han sido tus errores e intenta discernir la manera de corregirlos”

¿De qué le había servido al final?

Hiciera lo que hiciera sería derrotado, estaba condenado al fracaso.

¿Merecía haber nacido en el cálido seno de la familia que formaban Schneider Belmont, Selene Serenitee y su hermano Erik Belmont? ¿Merecía haber recibido el cariño y los cuidados de Juanjo y Adela Fernández? ¿Merecía el amor de Alicia?

Era un inútil, un pelele.

No merecía haber nacido en el legendario clan de los Belmont, no merecía el nombre del héroe Simon Belmont.

Permaneció en silencio, hablar no merecía la pena, se limitó a dejar que la oscuridad lo envolviera.

De repente una vocecilla habló en su cabeza.

- Está claro que no lo mereces – se burló – si así fuera te darías cuenta de eso que está justo delante de tus narices.

No sabía de quien era esa voz, y tampoco le importaba pero, sólo por hacer algo, miró hacia delante.

¿Qué había justo delante de sus narices?

Un infranqueable muro de parra.

Un infranqueable muro…

¿Infranqueable?

Miró fijamente la pared ¿realmente era infranqueable? ¿Insalvable?

Pudo enfrentarse cara a cara contra el jefe de una manada de licántropos, contra una sombra asesina y contra el Conde Orlox, y había sobrevivido, había sorteado a la muerte.

Y si la muerte no es insalvable ¿qué lo es?

Si podía derrotarla, podía derrotar a aquel laberinto.

Ni corto ni perezoso se levantó, avanzó hacia el muro de parra y agarró una de sus gruesas ramas. Era resistente.

Puso su pie en otra y se alzó. Lo suficientemente resistente para resistir su peso.

Alzó su mirada hacia las nubes, desafiando al punto donde el muro se fundía con el cielo.

- Nada en éste mundo es invencible – espetó a la gigantesca pared – nada.

Y empezó a escalar.

En ese momento empezó a encontrar nuevos obstáculos: ramas húmedas y resbaladizas, ráfagas de viento, apoyos que se rompían… pero no había nada capaz de detenerlo, no ésta vez.

Y cuanto más avanzaba, más resistencia oponía la pared, pero Simon se negaba a detenerse, poco a poco las ramas rotas rasguñaban su cuerpo, los brazos le dolían por el esfuerzo, el aire le faltaba y las rachas de viento eran cada vez más potentes y frecuentes.

- ¿Crees que puedes detenerme? – espetó al cielo - ¿Crees que puedes evitar que llegue hasta ti? No sabes quien soy ¿¡Verdad!? ¡Soy quien te va a derrotar! ¡Apréndete bien mi nombre! ¡Me llamo Simon! ¿Lo oyes? ¡MI NOMBRE ES SIMON BELMONT!

Y aceleró el ritmo, olvidando el cansancio, las heridas, las viscitudes.

Estaba determinado a vencer, determinado a salir de allí como fuera.

Escaló y escaló, no importaba que no pareciera tener fin, él se lo veía, y llegó a un punto en el que lo tenía de verdad, el final de la pared estaba apenas a 10 metros.

7 metros.

5 metros.

3 metros.

1 metro…

Arribó a la cima y se puso de pie de un salto, de repente se mareó, se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos, y al abrirlos Luis y Erik estaban ahí, con cara de preocupación, Erik lo sujetaba por los hombros.

- Simon… Simon… ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? – preguntó apenas el muchacho volvió a bajar las manos.

- Que… ¿Qué me ha pasado? – preguntó confuso - ¿Dónde estamos?

- En el jardín de las Lecarde – respondió Luis con rapidez – te detuviste de repente, estabas como ido…

- ¿Cuánto tiempo he…?

- No mucho, unos cinco segundos – aclaró Erik.

- Ci… ¿cinco segundos? – volvió a preguntar, alarmado – eso es imp…

De repente, sin saber por qué, desvió la vista por encima del hombro, Stella lo observaba impasible, pero en el rostro de Loretta se había dibujado una enigmática sonrisa.

- ¿Estás mejor? – preguntó la primera.

- S… Sí – contestó – o eso creo…

Las hermanas se dieron entonces la vuelta y siguieron andando hacia mansión, seguidas, a ritmo menor, por Luis y los Belmont.

- Así que, después de todo – susurró la voz de Loretta Lecarde en la mente del joven – sí que eres digno…

Echoes of Bravery

Precedidos por las hermanas Lecarde, los tres jóvenes se adentraron en la gigantesca mansión, y quedaron impresionados por las dimensiones sólo del Hall.

- Alucinante – murmuró Simon, que aún se hallaba aturdido.

- ¡Joder! – exclamó Luis – esto deja nuestra casa en una simple chabola.

Erik no dijo nada, tenía otras cosas en las que pensar.

Se adentraron un poco más, hasta el salón, pasando entre las escaleras que llevaban al piso superior; allí, en la titánica estancia, se alzaban grandes estanterías repletas de libros, lujosos muebles de madera, cómodos sillones de terciopelo, bellas columnas de mármol y una imponente lámpara araña de cristal que, encendida, debía ser todo un espectáculo.

Loretta y Stella se dieron la vuelta, y dibujaron en su rostro una cordial sonrisa.

- Sed bienvenidos a nuestra humilde morada – dijo educadamente la menor de ellas.

- Descansad – concedió la mayor – más adelante os mostraremos el resto.

- ¡Humilde! – Exclamó Simon - ¿Qué será ostentoso para estas dos?

- ¿Ostentoso?... digamos que el templo de la hermandad se nos queda pequeño – respondió Loretta como si nada.

Los tres muchachos tomaron asiento, agotados como estaban por la falta de descanso, se dejaron hundir en los mullidos sillones.

- No es que pretenda ser grosero ni descortés – intervino Erik tras unos segundos de silencio – pero ¿Por qué nos han traído aquí? Tenemos muchas cosas que hacer y el tiempo corre en nuestra contra.

Las hermanas, que se estaban dando la vuelta, se detuvieron.

- Oh – respondió Stella – simplemente queríamos conoceros.

El pelirrojo arqueó una ceja.

- ¿Conocernos? – preguntó escéptico – eso ya podrían haberlo hecho en casa de su nieto… hace apenas unas horas que desapareció otro niño y tenemos que ponernos en marcha para evitar que la tragedia se repita.

- Estamos al tanto de todo lo que ha sucedido – replicó Loretta – la desaparición de Alicia Fernández, los altercados en diferentes países, los raptos de infantes aquí en Francia, las alteraciones en Rumania y Austria… estamos atravesando tiempos de crisis, y es justo por eso por lo que teníamos que conoceros, especialmente – se volvió hacia Simon – a vosotros dos, los hermanos Belmont.

Simon y Erik abandonaron su posición cómoda y separaron la espalda del asiento.

- ¿Y nosotros que tenemos de especial? – cuestionó el menor.

- Que sois hermanos – respondió Stella – igual que Julius y Schneider lo eran también.

- Aquellos que dieron su vida por borrar a Drácula de la faz de la tierra.

Hubo silencio, el recuerdo de su padre inundó a los jóvenes Belmont, Luis había abandonado su estado de relajación.

- Cierto, son hermanos – replicó el Fernández – pero no son Julius y Schneider, son Simon y Erik.

- Y se les necesita de la misma forma que se necesitó a sus antecesores – continuó Stella, tajante.

El peso de aquellas palabras cayó sobre los muchachos como una losa de mármol, Erik palideció.

- Están… ¿están intentando decirnos que Drácula ha regresado? – preguntó a las hermanas casi en un susurro.

Loretta negó con la cabeza.

- No, pero la situación es similar a la de su advenimiento en 1999, o peor – respondió.

- Recuerdo muy bien el año 98/99 – intervino Luis – la situación era mucho peor entonces, el miedo podía respirarse en el ambiente.

- Porque entonces todos éramos conscientes de la profecía del advenimiento del Señor Oscuro en toda su gloria, Luis Fernandez – contestó Stella – los clanes Morris y Lecarde nos unimos a los Belmont para poder despertar entonces el poder dormido del Vampire Killer y hacer frente a Drácula.

- Oí hablar de ello – la interrumpió Erik – se le llamó la segunda coalición.

- Gracias a esa colaboración se logró eliminar a Drácula definitivamente – continuó la anciana, que pareció ignorar a al joven – pero ahora no queda ninguno de ellos, Marcus Belmont enloqueció y fue desterrado, Julius está recluido en un sanatorio a la espera de su recuperación y Schneider ha desaparecido, nosotras ya no poseemos nuestra juventud que tanto nos ayudó entonces y Jonathan Morris se halla enfermo y desprovisto de sus fuerzas, sois vosotros quienes debéis terminar lo que nosotros comenzamos.

El pelirrojo cruzó sus manos y hundió la cabeza en ellas, los amargos recuerdos de cuando apenas tenía 6 o 7 años volvieron a memoria.

- Ya veo – admitió – pero sigo pensando que esto no hacía ninguna falta, nosotros tenemos vidas que salvar en éste momento.

- Sí que hacía falta – continuó Loretta en lugar de su hermana – para Jonathan, Charlotte y nosotras mismas fue una sorpresa cuando supimos que Marcus Belmont no había tenido uno, si no dos hijos. Se suponía que sólo debía haber nacido Julius.

Erik recordó entonces como se comentó en múltiples ocasiones que se esperaba que él fuera el único vástago de Schneider y Selene, y como había leído una y otra vez que, por tradición, los Belmont se limitaban a concebir un único hijo que heredara todo el poder necesario para controlar el Vampire Killer.

¿De qué forma influía el número de hijos a la hora de determinar la sucesión?

- Cuando un Belmont tiene más de un hijo, suelen ser dos – continuó, como queriendo responder a la pregunta formulada en la ahora confusa mente del pelirrojo – y en todos los casos, el poder heredado se divide.

- Uno de ellos hereda el sagrado poder que le permite empuñar el Vampire Killer original – completó Stella - el otro nace con las aptitudes necesarias para convertirse en una máquina de combate.

Los hermanos se vieron inmediatamente reflejados.

- Luces y sombras – murmuró Luis.

- Sigue sin ser una explicación – negó Erik de inmediato – de por qué estamos aquí.

- ¿Aún no lo habéis entendido? – Preguntó Stella – os hemos traído para someteros a la misma prueba por la que pasaron Schneider y Julius.

- Es necesario comprobar cómo de unidas están la luz y la sombra – aclaró Loretta.

Simon y Erik se levantaron de un salto en instintivamente se pusieron en guardia, cogiendo sus armas.

- ¿Quieren luchar con nosotros? – comprendió Erik.

- ¿Por qué? – cuestionó el hermano menor.

Loretta sonrió.

- Vosotros os parecéis mucho a nosotras dos, azotados por la adversidad, os habéis sobrepuesto a la desgracia.

- Nosotras colaboramos juntas como buenas hermanas – continuó Stella – nos hemos complementado desde siempre a la perfección, la una con la otra somos el exponente perfecto del poder del clan Lecarde.

Loretta elevó la mano derecha, y desde ésta la estancia empezó a redibujarse, quedando una sala de infinitas extensiones, suelo a cuadros blancos y negros y cielo rojizo donde antes estaba el suntuoso salón.

- La cooperación es esencial en casos como los nuestros – explicó la hermana menor – juntos sois el heredero de la familia Belmont… hemos de comprobar cuan fuertes sois.

Erik apretó los dientes, aquello era un desafío en toda regla.

- ¡SEA! – gritó mientras desenvainaba – ¡Os mostraremos el poder de la familia Belmont!

En la mano de Stella apareció de repente una espada de empuñadura completa, su hoja era fina y sus cantos, afilados.

- Esta es la determinación que esperaba del hijo de Schneider – dijo la anciana blandiendo su arma en el Aire.

Mientras, Simon restallaba su látigo contra el suelo, mirando desafiante a Loretta.

- Ya he podido ver tu valor, ahora muéstrame tu habilidad, Simon – dijo ésta al joven.

- ¡Vamos allá! – exclamó él.

Las dos parejas se lanzaron la una a la otra mientras Luis permanecía con los pies clavados en el suelo, quería unirse a la batalla, pero sólo podía observar.

Los primeros en entrar en contacto fueron Erik y Stella, que cruzaron sus espadas con una fuerza tal que hizo saltar chispas; el pelirrojo, que se sentía humillado por haberse dejado intimidar por ella en anteriores ocasiones, no estaba dispuesto a darle tregua, y cada vez que sus envites eran rechazados volvía a atacar con más fuerza.

No obstante a Stella no parecía suponerle mucho esfuerzo contrarrestar la fuerza sobrenatural de Erik, al contrario, luchaba con una sóla mano y en total relajación, sus movimientos sinuosos lo confundían, y no pasó mucho tiempo hasta que se abrió camino a través de sus defensas y lo hirió levemente en el hombro.

- ¿Es esto lo que da de sí el Dragón escarlata? – preguntó burlona.

- ¡La batalla acaba de empezar! – respondió éste volviendo al ataque.

Por otro lado, Simon había comenzado su ataque contra Loretta, intentando acertarle con su látigo, pero ésta ni siquiera se molestaba en esquivarle, el arma la traspasaba, desconcertando al chico que, poniendo cada vez más fuerza en sus embestidas, sólo conseguía agotarse.

- No te canses… - dijo la anciana con un marcado aire de suficiencia.

- ¡Habla por ti! – contestó éste lanzando un latigazo que, una vez más, sólo traspaso la imagen de su adversaria.

En respuesta a esto, Loretta extendió su mano derecha, de la que salió un potente chorro de aire helado que impactó en el joven como el más poderoso de los golpes.

- Tu fuerza es ridícula comparada con tu arrojo – espetó la anciana a Simon – parece que me he equivocado contigo.

Acto seguido elevó los brazos, abriendo encima suya un enorme pentagrama que se convirtió en una especie de agujero interdimensional del que emergieron enormes estalactitas de hielo.

- ¡NO ME MENOSPRECIES! – gritó el muchacho mientras, látigo en mano, se lanzaba a por su adversaria esquivando las columnas heladas.

Más allá Stella y Erik seguían enzarzados, la velocidad de la Lecarde era tal que el chico se vio obligado a cambiar de estrategia, esquivando al tiempo que buscaba un hueco, pero el resultado era peor incluso que antes, ya que en apenas unos minutos estaba cubierto de pequeñas heridas.

No le quedaba más remedio, la espada era un estorbo.

En un movimiento totalmente inesperado, envainó su salamander y esperó una estocada que no tardó mucho en llegar, agarró la hoja del arma de Stella y se pegó a ella, con su brazo derecho cargado de energía.

- DRAGON FIST

El golpe impactó de lleno, la mujer voló unos metros y cayó de pie, ante la sorpresa de Erik.

- Parece que pasamos a palabras mayores ¿eh? – preguntó esta mientras su espada adquiría un brillo verdoso.

Simon había conseguido esquivar todas las estalactitas y de nuevo intentaba golpear a Loretta, pero el resultado era siempre el mismo.

¿Por qué no lo conseguía? Era enervante.

De nuevo se vio rechazado por el chorro de aire helado, rompiendo con la espalda en su vuelo varias de las columnas cristalinas y cayendo en el suelo dolorido, lo que no impidió que se levantara al momento.

- ¿No sabes retirarte a tiempo? – preguntó Loretta, con los brazos cruzados.

- Yo NO TENGO DERECHO A RETIRARME – respondió Simon, embistiendo de nuevo.

La Lecarde no descruzó los brazos y lo esperó pacientemente, cuando Simon llegó hasta ella volvió a lanzarle un latigazo, pero ésta vez era distinto.

Loretta se vio obligada a doblar el cuello a un lado para esquivarlo.

La determinación de Simon había crecido, la derrota no lo había encogido, al contrario, ahora estaba totalmente decidido a vencer.

Loretta se vio obligada entonces a retroceder, incluso la mirada de Simon había cambiado.

En sus ojos se reflejaba el valor y el arrojo de los Belmont.

La intensidad y velocidad de los ataques creció, esquivarlo era cada vez más difícil, y no lograba encontrar el momento para contraatacar, sólo cuando recibió un latigazo pudo golpearle con un enorme pedazo de hielo, tirándolo al suelo.

Por su parte, Erik había entrado en una nueva batalla con Stella, la espada de ésta refulgía y a cada movimiento emitía luminosas ondas de energía verde que incluso abrían grietas en el suelo.

Ahora le resultaba imposible acercarse.

Stella atacaba en todos los ángulos posibles, manteniéndolo a unos cinco metros de ella, protegerse con los brazos era así mismo imposible, y no llevaba encima el brazalete de Leon Belmont con el que podría detener aquellos envites con total seguridad.

Sólo le quedaba una solución: O todo o nada.

En un momento dado dio salto para retroceder un metro más, y se preparó, debía llegar hasta la anciana esquivando las ondas, ora saltando, ora moviéndose a los lados, ora deslizándose por el suelo…

Finalmente logró colocarse cerca, pero Stella le reservaba otra sorpresa, de repente echó su espada hacia atrás y dio un violento tajo ascendente al aire, creando al contacto con el suelo una enorme ola de energía que el muchacho recibió de lleno, pero ¿era eso suficiente?

Negándose a ceder Erik usó su propia energía como imán para atraer la onda hacia su brazo y usarla contra la mujer, en un rápido movimiento alzó el puño arrastrando tras el la técnica de Stella.

- RISING DRAGON

Tanto el uppercut como la descarga de energía alcanzaron a la anciana, que se elevó unos metros en el aire, el joven se preparó para alcanzarla al caer.

Pero, para su sorpresa, no caía.

Miró hacia arriba y acto seguido a su alrededor sin ver nada para encontrarse, al volver a elevar la vista, con que Stella caía sobre él a toda velocidad, levantando una nube de polvo en el impacto.

Unos metros más atrás el combate entre Simon y Loretta se hallaba en pleno apogeo, con su látigo, el joven lograba destruir los cristales de hielo con los que la anciana atacaba y lo mantenía a raya, pero ésta, al contrario que él, no mostraba signos de cansancio, y finalmente fue golpeado por una de las enormes estacas, soltando su arma en el impacto, a lo que respondió saltando sobre la siguiente y propinando una lluvia de puñetazos a la Lecarde para, acto seguido, cogerla del cuello de la blusa y proyectarla hacia su espalda, Simon se dio la vuelta esperando que cayera, pero se sorprendió al ver que no llegó a tocar suelo.

Levitaba.

- Pe… ¿¡pero como…!?

- Es muy difícil hacerme morder el polvo, Simon, realmente difícil – respondió ésta.

De nuevo alzó el brazo, pero de su espalda no salió ni una poderosa corriente de aire ni enormes rocas heladas, para estupefacción y susto del joven Belmont lo que emergió del agujero negro formado a su espalda fueron unas gigantescas cabezas de lobo animadas, esculpidas en hielo, que empezaron a perseguirlo, forzándolo a huir de ellas, ya que sabía que no podría romperlas con las manos desnudas.

Entonces la anciana se dirigió tranquilamente hacia donde su hermana y Erik aún mantenían una lucha que se había estancado en un choque de espadas en el que Stella, que ahora levitaba sobre la cabeza del pelirrojo y lo empujaba con todo su peso, parecía tener las de ganar, pero el Belmont, sin ánimo alguno de rendirse, la empujó hacia arriba con todas sus fuerzas, rechazándola.

- No imaginaba que fuera capaz de volar – reconoció jadeando con una semisonrisa.

- Volar no, levitar – aclaró ella – desde muy joven, pero como comprenderás no puedo hacerlo a menos que sea en presencia de otros cazadores.

La anciana volvió a cargar contra el muchacho, que la esquivó echándose a un lado para contraatacar, a lo que Stella respondió rechazándolo y elevando la espada sobre su cabeza.

Acto seguido miró hacia donde se hallaba su hermana.

- ¡Loretta, ven!

Ésta se colocó enseguida a su espalda y orientó ambos brazos hacia delante.

- ¡Sí, hermana!

De las manos de Loretta emergió una suave pero infinitamente helada corriente de aire, de inmediato y en apenas unos segundos la espada de Stella estaba cubierta por innumerables capas de hielo, y era inmensa.

Erik comprendió enseguida lo que venía después.

Stella bajó su espada a toda velocidad, inmediatamente el muchacho desenvainó y la detuvo con su Salamander.

- Vaya, esto sí que no me lo esperaba – comentó la anciana – pero ¿Cuánto tardarás en ceder? Hace rato que te fallan las fuerzas.

No le faltaba razón, bajo el peso del arma y la fuerza de empuje de Stella las piernas del pelirrojo empezaban a ceder y el gélido aire que manaba tanto del cuerpo de Loretta como de la espada lo estaba entumeciendo rápidamente.

En un momento dado intentó empujarla, pero su cuerpo no respondía, y además sabía que Loretta trataría de contraatacar cuando rechazara a su hermana.

Hizo un nuevo intento segundos más tarde, estaba al límite de sus fuerzas, empujó de nuevo y un dolor que hacía tiempo que no sentía lo azotó en pleno corazón.

Apretó los dientes conteniéndolo, se preguntó donde estaba Simon…

En ese momento sintió un golpe tremendo y como una centella pasando a su lado, la presión que ejercía la espada se retiró y Stella salió volando por los aires, ante la sorpresa de Loretta.

- ¡Stella! – exclamó ésta mientras iba a detener la trayectoria de su hermana mayor.

Erik cerró los ojos de puro cansancio apenas se vio libre, y al abrirlos se encontró delante suya a Simon, empapado y con ambos brazos ensangrentados desde el codo hasta los puños.

- ¿Te encuentras bien? – preguntó el menor al pelirrojo

- S… sí – respondió con dificultad – algo cansado…

Se dio la vuelta y se acercó más a él.

- Estás muy pálido ¿Seguro que estás bien?

Asintió y levantó la cabeza, de repente empezó a hacer gestos raros, boqueando y gesticulando, Simon se preguntó que hacía hasta que siguió su dedo señalando a su espalda, para encontrar a Stella blandiendo su espada, intentando golpearle.

En un esfuerzo que se le antojó sobrehumano, Erik apartó a su hermano y esquivó el arma de milagro, que se hizo añicos al impactar en el suelo, recibiendo todos los trozos de hielo a modo de metralla y cayendo al suelo semiinconsciente.

Por su parte, Loretta había iniciado también su ataque, lanzando de nuevo las cabezas de lobo contra Simon, éste miró a su hermano caído y se dio cuenta de que tendría que seguir sólo, preparó sus puños y se lanzó directo a las gélidas invocaciones, destrozando las tres primeras, tras lo que Stella apareció a su lado y lo golpeó, hiriéndolo con la espada, él se la quitó de encima y continuó, una a una, haciendo trizas las cabezas de hielo, empapándose de agua gélida, hiriendo sus brazos cada vez más y clavándose por todo el cuerpo los pedazos de hielo.

Estaba aterido, pero no iba a ceder, primero noquearía a Loretta y después se encargaría de su hermana.

Sin embargo no tardó en darse cuenta de que no era tan fácil, el constante acoso de Stella y la magia de Loretta, que parecía no tener fin, no le permitían moverse, en un momento dado logró apartar a la mayor de las Lecarde el tiempo suficiente como para reorganizarse, pero cuando miró a su alrededor estaba rodeado por las enormes estacas de hielo que la hermana menor le había azuzado antes.

- Oh, mierda…

Antes de que pudiera hacer nada, vio cómo se lanzaban contra él sin darle salida alguna, se cubrió con ambos brazos en un intento fútil de protegerse antes de ser aplastado, a lo lejos Loretta se relajó al dar por ganado el combate, pero contempló estupefacta cómo los cristales se hacían añicos contra lo que parecían ser unas pequeñas luces que cubrieron al muchacho durante apenas un segundo.

Simon tampoco entendía lo que había pasado, sólo sabía que debía continuar, cargó contra la anciana y, cuando casi la había alcanzado, Stella se colocó justo delante de él.

Lo único que alcanzó a ver después fue que, tras un rápido movimiento ascendente que hizo ésta con la espada, se vio envuelto por una brillante luz verde, y acto seguido dio con su espalda en el suelo.

- ¿Es esto todo lo que sois capaces de hacer? – dijo la voz de Stella en la oscuridad – francamente decepcionante, esperaba más de vosotros.

- Aún no están listos – la voz de Loretta se desvanecía al tiempo que perdía la consciencia – todavía no…
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Comentarios: (del primero al último)
23:28 16/10/2007
Se me olvidaba comentar!
Hace unas cuantas horas repeti el ritual de siempre: Copiar, pegar, imprimir y leer este grandioso fanfic.
Me han gustado ambos capitulos, aunque la pelea del 50 se me hizo algo corta... bueno, en comparacion con la batalla de Juanjo, que supera a cualquier lucha escrita segun mis gustos.

Deberiamos nosotros tener la exclusividad temporal; Vandal fue el primer editor.. o han pasado maletines de por medio? XD
09:28 17/10/2007
De hecho, no :P, el primer editor fue Castlevania Spain, y cuando cerró temporalmente pasó a ser Castlemaniacs.

Vandal va detrás ¿No te has fijado en que el Episodio 21, Redeptiom, fue escrito por San Vanlentín y aquí lo publiqué días más tarde? ^.^

En cuanto a la batalla, me alegro que te haya gustado, sí que es algo corta, pero no pretendía que fuera tan épica como la de Juanjo y Malaquías ;)
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