Prelude of Twilight

Publicado: 13:22 30/06/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Hope

- Venga… ¡Arriba!

Erik abrió los ojos apremiado por una voz que le ordenaba apresuradamente que se levantara, somnoliento y aún sin tener ni idea de lo que pasaba, oyó el crujido de una bolsa de papel a sus pies, y la luz que entró por la ventana, cuya persiana había sido abierta con brusquedad, lo cegó momentáneamente, terminando de espabilarlo.

- ¡Venga hombre, que son las once de la mañana! ¡Ya no son horas de estar despierto!

El pelirrojo se tapó los ojos con el antebrazo mientras identificaba la voz.

- Luis, hijoputa – balbuceó – ¡Déjame dormir un poco más!

El Fernández cogió la bolsa de papel y la dejo sobre la cama.

- Los Belnades vendrán a medio día, tengo que hablar con ellos y sabes que te voy a necesitar, así que espabila.

Refunfuñando, el Belmont se irguió y se desperezó, reparando en la bolsa que Luis había dejado a su lado.

- ¿Y esto? – preguntó con curiosidad.

- Ropa – le contestó – ya he visto como ha acabado tu camisa, de modo que he ido a buscarte algo… no vas a ir a pecho descubierto por ahí ¿no?

Erik miró dentro de la bolsa y abrió ampliamente los ojos; una camiseta elástica azul oscuro de manga corta y unos vaqueros esperaban a que se los pusiera.

- ¡Tío, con esto voy a parecer un Cani o algo!

- Bueno, el no llevar el pelo a lo búho te salva.

Molesto por lo poco que le gustaba la ropa – algo le decía que Luis lo había hecho para fastidiarle – y por haberse despertado tan bruscamente, se levantó y se metió en el cuarto de baño, cerrando la puerta con brusquedad.

- Oye ¿Es que no has dormido esta noche o qué? – le preguntó su colega desde el umbral, abriendo la puerta.

- Sí que he dormido… ¡Tres horas! – Respondió el Belmont desde el otro lado de la mampara, con el agua ya fluyendo en la ducha - ¡Entre el calor y los botelloneros no he pegado ojo, mierda!

Luis suspiró.

- Está claro que necesitamos descansar los tres. – concluyó.

- ¿Los tres? – Preguntó Erik en respuesta - ¿Ni tú ni Simon habéis…?

- Yo no he pegado ojo – dijo una voz que entraba en la habitación – y a Luis lo he despertado a las 10.

El pelirrojo salió de la ducha secándose compulsivamente la cabeza y observó a su hermano, el recién llegado, que lucía unos sencillos pantalones de chándal azules, una camiseta blanca de tirantes, su correspondiente cruz gemela y unas inmensas ojeras.

- ¡Ah, dios! – Exclamó el hermano mayor - ¡llevas sin dormir desde que volviste del hospital! ¡Deberías haberte obligado un poco, joder!

Simon torció el gesto y cogió la bolsa de papel donde se encontraba la ropa, entregándosela a su hermano cuando se hubo secado.

- También van unos calzoncillos – le informó.

Erik le agradeció y sacó las prendas, entre la que se encontraban unos discretos Boxers negros que se puso con rapidez, acto seguido se calzó los pantalones y, con cierto disgusto, la camiseta.

- Dios… me siento como un chulo de playa…

- Vamos mejorando – comentó Luis tras una risotada – antes te sentías como un calorro.

El hermano mayor torció el gesto y, ya vestido a falta de calzarse los zapatos – “Bonita ropa para llevar con éstos zapatos… manda cojones” – salió del baño.

- ¿Qué quería Adela anoche? – preguntó Simon con curiosidad.

- ¡Nah! Hacerme un par de preguntas – mintió Erik – nada importante.

- ¿Le hablaste de aquello?

- Le dije que lo dejaríamos para hoy, no quería distraerla, lo primero era sanar a Juanjo.

La expresión de Luis se ensombreció ligeramente, había pasado toda la noche luchando contra el impulso de tomarse la justicia por su mano y hacer frente a Malaquías en venganza por el estado de su padre, venciéndole el sueño al despunte del alba.

- Yo voy a subir ahora ¿Venís? – propuso.

Los hermanos accedieron sin problemas y salieron de la habitación con el Fernández a la cabeza; éste, a mitad de camino, volteó ligeramente la cabeza y les preguntó que qué era “aquello”

- Es algo bastante importante – respondió el pelirrojo – que nos concierne a los cinco, lo hablaremos ahora si tu padre se encuentra en condiciones.

Luis los miró suspicaz antes de seguir avanzando, Erik por su parte se alegraba de que no les hubiera preguntado por la aventura de la noche anterior – “un problema menos” – y no veía llegar el momento de contárselo a Adela de una vez para liberarse.

Llegaron arriba con cierta lentitud, aunque impacientes; una vez a la altura de la habitación, Luis dio tres toques, que fueron respondidos con un “¡Adelante!” bastante animado de su padre.

Los muchachos cruzaron el umbral con una ligera sonrisa aflorando en sus rostros, allí estaba Juanjo, recostado sobre la cama, – bastante revuelta, por cierto – en calzoncillos, y sin rastro alguno de sus heridas, Adela por su parte salió del baño, ataviada con un albornoz blanco con el logo del hotel bordado a la altura del pecho y el pelo aún húmedo.

- ¡Buenos días! – Saludó ésta, sonriente – No os había oído, me estaba secando.

Rápidamente dio un beso en la mejilla a cada uno y se retiró, aún sonriendo.

- Pensaba que dormiríais más rato – comentó - ¿Qué hacéis levantados?

- Hombre, los Belnades vendrán en un par de horas ¿no? – Respondió Luis – además, veníamos a ver que tal está papá.

- Pues aquí me veis – intervino éste desde la cama - ¡Fresco como una lechuga!

- ¿Puede levantarse? – preguntó Simon.

Los dos padres se miraron con cierta complicidad.

- Hombre… no – admitió él – creo que anoche se nos fue la mano.

- La… ¿Mano?

La confusa intervención de Erik hizo proferir una disimulada risita a la mujer, mientras Luis por su parte sonreía ampliamente con satisfacción.

- Sus músculos están aún algo débiles – informó la madre – y hay ciertas heridas que se tendrán que recuperar solas… no estará en condiciones hasta pasados unos días…

- Pero está fuera de peligro… - concluyó el pelirrojo.

- Así es.

Adela se separó de los muchachos y se encaminó hacia la cama, sentándose frente a su marido.

- Por cierto… - comentó ésta tras un par de minutos de silencio – había algo que querías contarnos ¿no, Erik?

El aludido asintió.

- Puedo hacerlo ahora que tenemos tiempo, no será muy largo, aunque tal vez pasemos un rato discutiendo el tema.

- Los Belnades pueden esperar – dijo Juanjo – Alicia no, si esto puede ayudarnos de alguna forma, adelante.

Los hermanos se miraron un momento y procedieron; Erik empezó, narrando cómo consiguieron las cruces en el último viaje de entrenamiento que hicieron y la leyenda que les contaron sobre ellas – que Juanjo y Adela ya conocían - , Simon prosiguió contando que le regaló una de las dos a Alicia – cosa que también sabían – y acto seguido les contó lo acontecido la noche anterior en su habitación, completando el relato el hermano mayor, explicándoles su teoría.

- Entonces podría servirnos para localizar a Alicia… - Dedujo Luis, sonriendo, con el rostro iluminado.

El hermano menor asintió sin decir palabra, pero igualmente contento.

- Sólo necesitamos saber como usarla para volver a conectar las mentes de Simon y Alicia – explicó el pelirrojo – y todo será más fácil, además, podremos conocer su estado siempre que queramos.

- Por eso les contamos esto – concluyó el hermano menor – tal vez ustedes sepan algo.

Los tres jóvenes miraban expectantes a la pareja, sin embargo el gesto de éstos era más bien triste.

- No, me temo que no… - respondió Juanjo apesumbrado.

La sonrisa de Simon se esfumó.

- Ignoro cómo habrá conseguido Alicia utilizar la cruz para entrar en contacto con Simon – continuó - pero si existe algún modo conocido de hacerlo me temo que no entra dentro de mis conocimientos.

- La leyenda de las cruces lo dice por sí misma – intervino Adela – nadie ha logrado saber nunca cómo establecer el nexo de unión entre los portadores, y hasta donde sabemos no ha quedado registrado en ningún manual mántico.

- Ya veo…

Los hermanos bajaron la cabeza, ligeramente desmoralizados, viendo como sus esperanzas – especialmente las de Simon – se desvanecían, sin embargo, Luis parecía más optimista.

- Has dicho “hasta donde sabéis” ¿No? – preguntó éste a sus padres.

- Hombre… – respondió Juanjo – ya has visto a lo que se limita nuestra biblioteca, y se han escrito cientos de miles de manuscritos a lo largo de la historia… siempre existe la posibilidad de que esté registrado en alguno, claro.

- Pues entonces ya está ¿no? – Replicó Luis – ¡sólo tenemos que buscar!

Erik soltó una sarcástica risotada fingida.

- ¡Hay manuales escritos en idiomas que no se hablan desde hace milenios! – Le espetó - ¿Qué pasa si lo encontramos en un libro escrito en Esperanto? ¿Y en hebreo antiguo? ¿Y en latín?

- Bueno, tú sabes latín ¿no?

- Tío, si me sacas del Rosa rosae, la evolución fonética y el análisis sintáctico de oraciones no sé una mierda.

El Fernández suspiró, iba a decir algo cuando Simon habló.

- De todas formas la vamos a encontrar ¿no? – Preguntó a ambos – vamos a emprender éste viaje para buscarla así que… ¿Qué más da? Si vuelve a ponerse en contacto conmigo intentaré hablarle de nuevo…

- ¡Ese es el espíritu! – aprobó Adela con una sonrisa.

- Igualmente no perdéis nada por intentarlo – los animó el padre – podéis empezar en Francia, allí hay buenas librerías y otras tiendas de antigüedades donde podéis ojear.

El pelirrojo respiró largamente y alzó la cabeza.

- Tiene razón – dijo volviendo a mostrar una sutil sonrisa – si nos organizamos bien no nos robará tiempo… yo mismo podría encargarme.

Juanjo sonrió con aprobación.

- Cambiando un poco de tema… - interrumpió Adela – Luis ¿Has pensado ya qué vas a hacer?

- Aceptar, por supuesto – respondió éste – pero con matices.

- ¿Matices?

- Os lo explicaré luego pero, a grandes rasgos, no pienso matar a Kasa.

Sus padres abrieron ampliamente los ojos, sorprendidos.

- ¿Cómo? – preguntó la madre.

Luis suspiró.

- Es un poco largo así que os lo explicaré más adelante, primero tengo que pedirle algo a los Belnades.

Adela se puso blanca y a Juanjo casi le dio una bajada de tensión.

- ¿¡Después de lo de anoche…!? – exclamó ella.

- Madre mía – murmuró el padre – Y dime… ¿De qué se trata?

Su hijo pareció dudar, se quedó en blanco unos momentos y bajó la cabeza, Erik intervino por él.

- Del opuesto al Necronomicón.

Simon, que había permanecido al margen, reaccionó al oír esas palabras, e intervino en la discusión.

- ¿Tiene un opuesto? – preguntó por curiosidad.

- Todo en éste mundo tiene un opuesto – explicó Adela – un Némesis si preferís llamarlo así – se levantó y se dirigió a la ventana, que estaba abierta – incluso el mal más absoluto…

- Pero se suponía que aquel libro llevaba siglos desaparecido, en teoría se perdió en el siglo XIX entre los archivos de la iglesia ¿Cómo lo iba a tener el clan Belnades?

El pelirrojo sonrió.

- El Al-Azif es un libro demasiado peligroso como para viajar sólo, nos lo explicó hace años.

Tras las palabras del hermano mayor, quedaron en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, fue un tremendo gruñido del estómago de Luis lo que les recordó que se habían saltado algo muy importante.

- Essstooooooo ¿Desayunamos? – preguntó éste.

Los dos hermanos asintieron nerviosamente, hambrientos también. Se despidieron – no sin pedir algo de dinero a Adela, ya que estaban sin blanca – y bajaron con celeridad, dejando sóla a la pareja, que permaneció en silencio un rato más.

- Así que quiere… ese libro – comentó Juanjo de repente.

- Está loco – opinó su esposa – ya para empezar no es ni de lejos tan accesible como el Necronomicón, si no es digno de leerlo…

- No entiendo cómo quiere correr semejante riesgo para salvar la vida de alguien como Kasa…

Adela se volvió a sentar junto a él, suspiró y se quitó el albornoz, quedando en ropa interior.

- Perdona por lo de anoche – le dijo mientras sonreía – hoy ya podrías estar andando.

- Meh, lo pasamos bien ¿no? – la excusó – tal y como están las cosas ahora nos vino bien desahogarnos, yo al menos me siento un poco más optimista.

La mujer se rió.

- ¿Cómo crees que saldrá todo? – preguntó a su esposo.

- Saldrá bien – respondió éste – tengo confianza en ellos.

- ¿Incluso en… Simon?

Daba la sensación de que Adela se avergonzaba de dudar del joven Belmont, pero la inexperiencia y juventud de éste le hacían desconfiar.

- Va acompañado por dos maestros estupendos, y tiene un poder latente que muchos en la hermandad apenas podrían soñar… ya sabes quién es, de hecho – miró al techo y suspiró – lástima que se haya tomado los entrenamientos tan a la ligera.

La mujer se levantó y fue al cuarto de baño, de donde cogió su ropa.

- Si, ahora tendrá que desarrollarse deprisa y corriendo si quiere estar a la altura… a menos que tenga la capacidad de adaptación de su hermano, lo veo difícil.

Regresó a la cama y se recostó junto a Juanjo, pasaron un buen rato hablando y opinando sobre los tres muchachos; de vez en cuando regresaban los buenos recuerdos, que tan buena falta les hacían ahora, los planes de futuro y otras tantas ilusiones e ideas para cuando todo volviera a estar “en su sitio”

El tiempo se les pasó volando, y los dos pegaron un respingo cuando oyeron que alguien tocaba a la puerta. Juanjo lo invitó a pasar.

Era Rafael Belnades, vestido con un pantalón corto y una sencilla camiseta; se había recortado e igualado la barba y parecía más descansado.

- ¡Hola pareja! – saludó jovialmente.

- ¡Hola!

- ¿Cómo es que has venido tú? – le preguntó Adela sorprendida – creía que vendrían Marta o Malaquías.

- Bueno… nuestro padre no está en condiciones, así que me ha dicho que venga.

Juanjo sonrió con orgullo.

- Así que… no se encuentra bien… anímicamente, supongo.

El barbudo bufó.

- Mamá me ha contado lo de anoche, Juan – dijo a su hermano – comprendo tus motivos, pero no elegiste un buen momento…

- Nunca es un buen momento – respondió éste – pero tampoco es malo, sencillamente sucedió cuando y donde tenía que suceder, no hay más.

Rafael suspiró.

- En fin… tampoco tengo la intención de discutir… ¿Está Luis por ahí?

Se sacó del bolsillo un papel doblado que el matrimonio supuso que sería el contrato de misión.

- Bajó a desayunar con Simon y Erik hace un rato – contestó Adela – ya no debería tardar…

En efecto, justo en ese momento alguien tocó a la puerta antes de abrirla, entrando los tres jóvenes en la habitación.

Luis se detuvo al instante apenas vio a su tío, y ambos adoptaron una posición seria.

- La misión ¿no? – preguntó el muchacho con sequedad.

- Así es – respondió el hombre extendiéndole el papel – léelo y, si aceptas las condiciones, firma, por favor.

El semblante del barbudo se había tornado triste, y no parecía querer soltar el papel que Luis, por otra parte, no tenía la más mínima intención de coger.

Aún no podía hacerlo, no sin hablar con Malaquías.

- No voy a firmar – respondió con seguridad.

La reacción de sorpresa fue generalizada, si bien Rafael parecía mostrar cierto alivio.

- En qué quedamos ¿No decías que sí ibas a hacerlo? – le cuestionó Simon, confuso.

- Antes – replicó el Fernández – tengo que hablar con el patriarca de los Belnades.

- No creo que sea el mejor momento, no se encuentra bien después de lo de anoche – se disculpó el Belnades – sólo tienes que firmar, y cuanto antes mejor…

Juanjo notó en su hermano cierto tono de súplica, pero decidió dejar que su hijo hablara.

- ¿Qué prefiere? – respondió éste - ¿Sermonear y castigar a Kasa cuando vuelva a verlo o enterrar su cadáver?
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