Prelude of Twilight

Publicado: 14:48 17/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Unknow Stranger

Erik abrió los ojos, en su cama, inquieto y sudoroso, harto de dar vueltas; a pesar de encontrarse lo suficientemente cansado como para dormirse casi al instante, era incapaz de conciliar el sueño, y estaba incluso más espabilado que hace unas horas.

Si bien achacaba esto a la ya clásica situación de “me caigo de sueño pero no me duermo ni a tiros”, lo cierto es que estaba preocupado por su amigo y compañero, Luis, y no podía dejar de preguntarse cómo estaría en aquel momento.

Tampoco, por alguna razón, conseguía quitarse de la cabeza el rostro de aquella muchacha, Claire Simons, que veía cada vez que cerraba los ojos; ligeramente exasperado, bufó y se levantó, dirigiéndose a la percha donde se hallaba colgada su ropa – se había quedado en calzoncillos para dormir – para coger la foto del bolsillo de su camisa y tumbarse para, de nuevo, contemplarla.

Con curiosidad, miró el dorso de ésta, donde encontró escrita a bolígrafo una fecha, supuestamente del día en que esa foto se archivó, el 15 de Junio del 2006.

No pudo evitar reírse para sus adentros, Rose era así de obsesivamente ordenada y metódica.

Recuperando la seriedad, intentó volver a ordenar en su cabeza la (escasa) información que había recibido sobre la misión, pero el asfixiante calor le impedía pensar con claridad, de modo que se decantó por la única opción que se le antojaba apetecible en aquel momento: Ir a ver a Luis, así que dejó la foto en la mesita de noche, se puso los pantalones y salió rápidamente de su habitación para dirigirse a la puerta de la derecha.

Tras tocar un par de veces y esperar un minuto, entró sin más, encontrando a su colega tirado en la cama, con la camisa desabrochada y mirando su móvil, con la pantalla aún encendida, sonriente.

- Vaya horas para llamar ¿no? – comentó mientras se adentraba en la habitación.

- Era Esther – respondió Luis con una tierna sonrisa – le preocupaba que la hubiera llamado todavía.

Erik reparó en que tenía los ojos húmedos y enrojecidos.

Había llorado, tal vez más que nunca en toda su vida.

- Se lo he contado… – continuó – todo…

- Necesitabas desahogarte ¿eh?

- Es muy comprensiva, ha pasado media hora consolándome.

Erik no pudo contener la sonrisa, a veces se preguntaba cómo sería tener una pareja con ese grado de complicidad.

- ¿Necesitas algo? – preguntó Luis mientras se sentaba.

El pelirrojo negó con la cabeza.

- Nah, sólo me preguntaba si estabas bien.

El Fernández se rió.

- Mejor que hace un rato, fijo, aunque no tengo ni pizca de sueño.

- Pues ya somos dos – admitió Erik.

Súbitamente, Luis se levantó de la cama y se estiró hasta hacer crujir algunas de sus articulaciones, acto seguido se abrochó la camisa y se calzó los zapatos con calma.

- Voy a dar una vuelta, a ver si me despejo – resolvió encaminándose hacia la puerta.

Aquello alertó a Erik hasta el punto de cerrarle el paso, interponiéndose.

- ¿Se puede saber qué haces? – preguntó el chico del pelo pajizo entre molesto e intrigado.

- ¿A donde vas?

- Pues me voy de putas, es que la voz de Esther me ha puesto cachondo y necesito desahogarme… - respondió con un más que evidente tono sarcástico - ¡Cago en diez, Erik! ¡Que tengo la cabeza como bombo!

El Belmont no se apartó, desconfiado.

- Oye – prosiguió Luis intentando convencerlo – en éste mismo momento lo único que me apetece es olvidar un poco este asunto y relajarme, nada más.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, Erik se apartó, dejándolo salir; cuando Luis cerró la puerta y ya se hubo alejado bastante, el pelirrojo le llamó la atención.

- No hagas ninguna estupidez ¿Entendido?

Luis, sin darse la vuelta, lo miró de reojo.

- Tengo una hermana a la que traer de vuelta y una novia que me espera en casa – respondió con una sonrisa – y lo último que quiero es perder la oportunidad de ver sus caras una vez más.

- Pues ya sabes lo que toca – le espetó Erik, sonriendo también.

- Volveré en un rato – se despidió finalmente Luis – tú intenta dormir.

El pelirrojo lo despidió con un gesto y se metió en su habitación mientras su colega desaparecía por las escaleras, cogió la foto y se asomó por la ventana mientras la miraba.

Entonces tuvo una sensación extraña, había visto algo raro en la calle sin saber bien el qué, parpadeó un par de veces y escudriñó entre las mal iluminadas calles hasta ver lo último que esperaba encontrar en una de las calurosas noches veraniegas españolas.

Una figura, cubierta con una especie de mantón, se escurría por entre la calles en completo silencio, como si fuera un fantasma.

Rápidamente se puso su camisa negra, se calzó los zapatos y cogió la bolsa de deporte donde guardaba su Salamander y el brazalete de Leon Belmont para después salir corriendo del hotel por la escalera de incendios, que bajó a toda prisa, sin perder de vista la extraña figura, metiéndose en las calles tras ella.

Decidió seguirla desde la distancia, escondiéndose entre la sombras mientras se preguntaba quién podía estar tan sumamente loco como para ponerse, en pleno verano español, a más de 30 grados por la noche, semejante atuendo.

Callejearon un buen rato por zonas bien iluminadas, Erik reparó en sus movimientos, directos y ágiles, sinuosos, nada vacilantes.

Aquella no era una persona cualquiera, desde luego.

Continuaron hasta llegar a las estrechas calles del casco histórico, el laberíntico lugar que el muchacho había recorrido cientos de veces y conocía como la pala de su mano; confiado, aceleró el paso acercándose un poco más con el objetivo de, poco a poco, aproximarse hasta atraparlo.

Esa era su idea, y era buena, sin duda, pero el antiguo empedrado de la zona y sus zapatos, junto con las prisas y la oscuridad, no hacían una buena combinación, lo cual comprobó cuando, tras diez minutos de silenciosa persecución, tropezó con un adoquín, profiriendo un sonoro “¡MIERDA!” que hizo que la figura encapuchada se detuviera, se diera la vuelta, mirándolo, y echara a correr.

En aquel momento, Erik discernió, resaltando sobre la oscuridad, un mechó de pelo dorado.

Reaccionando un poco tarde, el joven pelirrojo apretó a correr detrás de la figura, viendo cómo ésta alargaba más la distancia entre ambos hasta que dobló una esquina y él, al seguir el mismo camino, comprobó que había desaparecido.

Sin rastro alguno.

Pero tenía demasiada experiencia en estas situaciones como para no saber por donde iban los tiros.

Aquella callejuela se encontraba entre las fachadas de dos edificios, limpias, sin ventanas, la escalada era imposible a simple vista, siempre y cuando fueras una persona normal, claro.

Decidido, se colgó la bolsa al hombro y tanteó las paredes, eran sólidas, si bien la pintura estaba algo astrosa y se caía a pedazos, gracias a la escasa luz pudo contemplar en ambas paredes algunos desconchones, aparentemente recientes, y perfectamente alineados.

- ¡Voilá la ruta de escape! – dijo para sí mismo con una sonrisa.

Pego su espalda a la fachada de la izquierda para tomar carrerilla y se impulsó hacia la  de la derecha, subiendo por ella rápidamente y rebotando entre una y otra hasta que, tras conseguir subir los dos pisos de ambas de ésta forma, tuvo que sujetare al tejado de la vivienda por la que había empezado a subir para no caerse, ya que había perdido todo el impulso, y se sentó en él con un movimiento ágil.

De ésta guisa miró a su alrededor, todos los tejados eran planos, ideales para huir ya que la estrechez de las calles no exigían un gran esfuerzo saltando entre casa y casa, así mismo, no había demasiado espacio para esconderse y la ausencia de sombra hacía de la luz de la luna una fuente de iluminación ideal, sin embargo, el encapuchado podía haber tomado cualquier camino y, de todas formas, ya debía andar lejos.

Aún así, la curiosidad le podía, y sabía que en el calzado del fugitivo debían quedar restos de la pintura desprendida de las paredes, por lo que se dispuso a buscar una huella, que debía estar en el tejado en el que él se encontraba o en el de enfrente que fue donde, de hecho, la localizó.

Decidido a continuar con la persecución, se descolgó la bolsa del hombro, volviendo a cogerla con la mano, y echó a correr, iluminado por la luna menguante, teniendo que esquivar algunos tenderetes de ropa, antenas de televisión y algún que otro gato, hasta que vislumbró a la extraña figura, parada en uno de los terrados, de mayor superficie que los demás.

Aceleró el paso hasta estar algo más cerca, estaba de cara a él, parecía esperarlo; entonces, cuando ambos se encontraban por fin en la misma superficie, el encapuchado se dio la vuelta, aparentemente dispuesto a continuar el juego del ratón y el gato, pero Erik, que se había hartado de correr, lo detuvo con un potente “¡UN MOMENTO!”

La sombra se dio la vuelta de nuevo, parecía mirarlo fijamente, si bien sus ojos no se distinguían demasiado bien bajo la capucha.

- ¿Quieres algo? – preguntó la figura.

Hablaba español con un indeterminado acento extranjero, su voz sonaba extraña, disimulada, como la de un niño que jugaba a ser un hombre.

- ¿Por qué huyes? – preguntó el pelirrojo, posicionándose.

- Yo no huyo.

- No mientas – le espetó él – si así fuera no te habría importado que te alcanzara.

Analizó a la extraña figura con la mirada, la capucha que le cubría parecía ser de una tela bastante gruesa, como de saco, raída y descolorida, caía sobre todo su cuerpo cubriéndolo por completo, no dejando adivinar sus formas, al menos de frente.

- ¿De qué o quien te escondes? – volvió a insistir

- ¿Y qué te hace suponer que yo huyo o me escondo de alguien o algo? – preguntó la figura a modo de respuesta.

- Te movías muy silenciosamente por las calles – replicó él – siempre buscabas los lugares con menos iluminación y has acabado por meterte en el mejor escondite de la ciudad, el casco antiguo, además – sonrió – sólo un loco o un fugitivo se pondría algo como eso – dijo en referencia a la capa – a más de 30 grados por la noche… es cuestión de lógica, nada más.

Una sonrisa se dibujó bajo la capucha, la figura pareció apoyar sus manos sobre la cintura bajo la capa.

- Interesante – juzgó con aquella extraña voz – pero no pienso decirte si todo eso es cierto o no, no es algo que te incumba.

- En realidad sí – respondió Erik, tajante – sí que me incumbe… persigo a un fugitivo… un criminal, o mejor dicho… una criminal.

Aquello era absurdo en realidad, puede que sencillamente estuviera ante un loco o un excéntrico, y si podía haber alguna posibilidad de que le revelara su identidad acababa de echarla por tierra.

Y mientras, la figura seguía sonriendo.

- Así que… una criminal – comentó el encapuchado – dime, eres un cazador ¿verdad? Un miembro de la hermandad.

- ¿Has deducido eso viéndome correr? – cuestionó el pelirrojo con curiosidad.

- No, sencillamente eres malísimo ocultando tu energía, además – alzó el brazo derecho por debajo de la capa, sin llegar a descubrirlo, señalando la bolsa de deporte que portaba el muchacho – tus armas tienen un aura potentísima, se nota de lejos.

Erik sonrió ampliamente, aquello se ponía interesante.

- ¡Puedes detectar auras! – comentó sorprendido – luego eres mentalista o cazador ¿Podría saber quien eres? – Preguntó de repente – si no huyes de nadie no te importará decírmelo, supongo.

El encapuchado volvió a bajar los brazos y cambió de posición, ladeándose y adelantando una de las piernas.

- Te propongo un juego – le dijo – si me derrotas, tendrás toda la información que quieras.

Erik soltó la bolsa, dejándola en el suelo, y adoptó una posición de combate, con ambas piernas flexionadas, adelantando la izquierda, el brazo derecho flexionado atrás, el izquierdo ligeramente extendido y ambas manos tensas, con los dedos ligeramente flexionados, formando cada una una poderosa garra de cinco dedos.

- ¡Acepto! – Respondió él – ¡sea como sea voy a saber quien eres!

- Adelante pues – resolvió el encapuchado – atácame…

Sin comprender por qué el desconocido le ofrecía la oportunidad de asestar el primer golpe, el pelirrojo lo embistió con rapidez, empezó atacando en falso con la mano izquierda, un golpe ligero e impreciso que detuvo incluso antes de impactar para, justo después, lanzar un potente y preciso golpe con la derecha que, se suponía, debía golpear en el hombro de su adversario, para después cerrar la mano y atraparlo con fuerza, sin embargo, lo único que consiguió golpear fue la tela de saco que cubría al desconocido.

Desconcertado, lanzó un puñetazo, supuestamente al estómago, que tuvo el mismo éxito que el golpe anterior, impactando sólo sobre aire y tela, para después recibir él un puñetazo en la cara y un empujó en el pecho que le hizo retroceder unos pasos.

De nuevo decidió atacar, pero ésta vez estudiaría un poco más el movimiento de su rival usando golpes largos, se abalanzó corriendo y se detuvo en seco enfrente suya, lanzando una patada lateral seguida de una frontal, que ejecutó con el mismo pié una vez tocó el suelo con éste.

En ambos casos, de nuevo, no obtuvo resultados positivos, pero observó un movimiento mínimo bajo la capa.

Lanzó una nueva frontal, ésta vez a la cara, pero el encapuchado agarró su capa con la mano derecha y la colocó delante, moviéndose al mismo tiempo a un lado, hacia el costado del muchacho, de lo que él se apercibió, girándose tras bajar la pierna sólo para ver cómo su cara era tapada por la lona y, cegado, recibía varios golpes, de inusual fuerza, en el estómago, y un nuevo empujón que lo desequilibró, haciéndolo caer, si bien se levantó al instante.

- ¡Eh, tienes aguante! – Observó jocoso el encapuchado – eres mejor que los otros pelagatos de la hermandad.

Erik apretó los dientes, enfadado.

Aquella capa era un completo estorbo.

- ¿¡Ha sido así como has derrotado a todos tus adversarios!? ¡Puto tramposo!

- Esta capa es mi arma – respondió extendiendo los brazos – yo no hago trampas, sólo utilizo una ayuda un tanto inusual… si crees que es injusto, quítamela, tengo más cosas con las que defenderme.

- Eso es exactamente lo que voy a hacer – replicó Erik adoptando una postura estándar de ataque – quitarte ese maldito trapo.

Embistió de nuevo, había recogido los dedos meñique y anular y mantenía los otros tres como antes, tensados a modo de garra, y mantenía ambos brazos ligeramente extendidos, con el izquierdo adelantado, cuando llegó a la altura de su contrincante intentó asestarle dos rápidos zarpazos horizontales consecutivos y uno vertical ascendente con la mano derecha que su adversario esquivó limpiamente, sin poner su atuendo de por medio.

- Ya que consideras que mi forma de luchar es desleal – dijo el encapuchado tras esquivar el tercer golpe – voy a combatir de una forma más visible… puedo comprender que consideres mi capa como un arma injusta… ¡Pero no consiento que me llames tramposo!

Tras acabar de escucharle, el joven Belmont volvió al ataque, dispuesto como estaba a deshacerse de aquel molesto harapo, atacó con sucesivos zarpazos en ángulo abierto, fijándose en las formas bajo la capa, vigilando los brazos, hasta que vio que la guardia de su contrincante totalmente baja, y lanzó ambas manos hacia los hombros de éste a fin de arrebatarle la tela, pero el encapuchado retrocedió un paso, y Erik agarró con fuerza la capa y… algo más.

Algo suave y blandito.

- ¡Pero tu eres una…! – exclamó sorprendido.

No tuvo tiempo de terminar la frase, su rival le dio un rápido y potente golpe en la cara, que lo echó hacia atrás, levantando el brazo bajo la capa a tal velocidad que ni siquiera era visible.

El pelirrojo, recuperado de la impresión, se miró las manos, las empuñó y miró a su adversario, sonriendo.

- Ya sé quién eres – le dijo entre dientes.

- Ah ¿Sí? – preguntó socarronamente la encapuchada.

- Si, y – Erik la señaló – lo confirmaré quitándote esa capa.

Más calmado y con su objetivo más claro que antes, se abalanzó sobre la chica intentando despojarla de la tela en cuanto hiciera cualquier movimiento, quiso agarrarla un par de veces pero ésta se escurrió sin mucha dificultad, el chico se dio la vuelta una vez más, pero se encontró con la tela de frente, moviéndose rápidamente y formando confusas ondas, recibiendo una patada en el bajo vientre entre todo ese caos.

Cuando el movimiento se detuvo, Erik se encontró con que su rival ahora empuñaba la tela con ambas manos, y había adoptado una posición de combate con ambos brazos extendidos y las piernas ligeramente abiertas y apuntaladas en el suelo.

Ahora la capa estaba ligeramente subida y se podían distinguir unas zapatillas de deporte blancas con detalles rojos y el bajo de unos pantalones vaqueros.

- Voy a mostrarte como se usa una capa como arma, chaval.

La encapuchada se lanzó hacia el Belmont con suma rapidez y, apenas se plantó delante suya, movió ambos brazos lateralmente con celeridad, describiendo la tela un arco, Erik retrocedió de un salto enseguida, pero reparó en que ahora, a la altura de su tórax, se había abierto una raja en su camisa y una leve herida sobre su pecho.

Aquel trozo de tela de saco cortaba como una espada.

¿O no era simplemente tela de saco?

La muchacha lanzó más ataques que Erik esquivó como pudo, mientras observaba atentamente a ver si veía algún arma escondida, o algún cuchillo que ella empuñara, pero nada, mientras tanto, seguía recibiendo pequeñas laceraciones y su adorada camisa negra sufría importantes daños.

- ¡Deja de intentarlo! – Le ordenó la chica - ¡Te ataco sólo con la capa, nada más! ¡No soy una tramposa!

- ¡Eso está por ver!

El muchacho aprovechó uno de los ataques para agacharse bajo la tela y asestar un fuerte puñetazo a su rival, que se dobló de dolor, aprovechando esto, el Belmont agarró el harapo y tiró de él con fuerza, quedando de espaldas a ella.

Con curiosidad, miró los bajos del sayo, a los que había cosida una cinta de seda fina, ligeramente manchada en algunos puntos con lo que debía ser su sangre. Desde luego no era un arma escondida, aunque estaba claro ese era el truco

Pero sin duda, lo más interesante estaba a su espalda.

Una figura femenina, esbelta, de abundante y voluminoso cabello rubio y unos redondeados y refulgentes ojos azules se alzaba tras el, mirándolo desafiante, iluminada por la tenue luz de la luna menguante.

Su espíritu guerrero era el más grande que había sentido jamás.

Con el harapo que antes la cubría en la mano, Erik se dio la vuelta y la contempló con una sonrisa victoriosa.

- Justo lo que yo imaginaba…

Claire Simons, la asesina buscada por la Iglesia Católica y la Hermandad de la Luz, se encontraba justo delante de él.
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