Publicado: 14:54 24/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Communication
- ¿¡Pero qué haces aquí!? ¡Deberías estar durmiendo! Si bien estaba aliviado por no tener que continuar con aquel combate cuyo resultado apuntaba a ser más bien incierto, Erik no podía evitar estar disgustado con su hermano por haberlos interrumpido. - Yo iba a preguntarte justo eso mismo – le respondió Simon, molesto por la reacción de su hermano mayor - ¡Anda que menudo recibimiento! El pelirrojo acompasó su respiración y, después de dar un sonoro suspiro, se relajó. No había sido una bienvenida amable, desde luego. - Lo sieeeeeeento – se disculpó - ¿Cómo demonios me has localizado? Simon empezó a rodearle, mirándolo de arriba abajo; lo cierto es que no presentaba un aspecto muy disimulable: su ropa estaba llena de cortes por todas partes, algunas de sus heridas sangraban y la palma de su mano izquierda estaba visiblemente quemada. - Fui a tu habitación para preguntarte algo y vi que no estabas – explicó el muchacho mientras lo observaba con atención – después sentí dos auras chocando, de las cuales reconocí la tuya, y las seguí – se mantuvo en silencio hasta que se colocó frente a su hermano mayor – la otra debe ser de quien te ha hecho esto. Entonces Erik pudo ver bien a Simon, vestía la ropa que había llevado durante todo el día – salvo el molesto y agobiante chaleco - , llevaba puesto un cinturón del cual colgaba el látigo que horas antes había recibido de sus propias manos y de su cuello pendía, por fuera de la camisa, la cruz cuya gemela regaló a Alicia y que, según supuso, no se había quitado desde que se vistió para emprender el viaje. - Más o menos, si… esto me lo ha hecho la otra persona. - ¿Y quién era? – Curioseó – tiene que ser la hostia para haberte dejado así. Sin contestarle, Erik concentró una gran cantidad de energía en sus piernas, que expulsó en forma de un intenso calor, derritiendo así la trampa de hielo que Claire usó contra él; cuando al fin estuvo libre, miró directamente a los ojos a su hermano menor. - ¿Puedo contártelo? – le preguntó sin rodeos. - Tú sabrás – replicó él – la boca la tienes para algo. - ¡No, joder! me refiero a si se lo contarás a Luis. Aquello hizo que el joven Belmont arqueara una ceja. - ¿Por qué no debería enterarse Luis? - ¿Puedo fiarme de ti sí o no? Simon, aún sin comprender nada, asintió resignado, con una sonrisa. - Venga va, seré una tumba. Erik sonrió a su vez. - Bien… vamos al hotel, te lo explicaré por el camino. Entonces, cuando bajaron a la calle y se orientaron para salir del casco antiguo, el pelirrojo empezó a explicar a su hermano todo lo sucedido: cómo había vislumbrado la extraña figura, cómo la había seguido y descubierto, cómo mantuvo con Claire una lucha terriblemente igualada y cómo la dejó escapar al ver que se acercaba una tercera persona. - ¿Entiendes por qué no quiero que Luis se entere? – Le preguntó al acabar – es muy estricto con éstos temas, si descubre que he dejado pasar la oportunidad perfecta para cumplir rápidamente esta misión me cae la de dios. Simon se llevó la mano a la barbilla, pensativo; comprendía a la perfección a su hermano ya que conocía la inflexibilidad del Fernández no sólo con las misiones, si no con todo aquello que tuviera que ver con lo profesional – y aquello, les gustase o no, era profesional -, sin embargo, no terminaba de entender cómo Erik, famoso por su eficiencia, había cometido una falta como esa. - ¿Y cómo has dado lugar a esto? – le preguntó con curiosidad. El pelirrojo suspiró. - Francamente, ni yo mismo lo sé, esa chica tenía algo que… no sé… - ¡Ah, pillín, pillín! – Se burló el muchacho – te has quedado coladito ¿eeeeeeh? Erik le respondió con un tirón de orejas. - ¡No seas burro! – Contestó - ¿Cómo reaccionarías tú ante alguien que no intenta atacarte? Simon lo miró, confuso. - ¿Cómo…? Pero… oye… ¿No era esa chica una asesina? El hermano mayor asintió. - Si, y eso es lo que más me confunde de todo… sólo la hermandad ya ha enviado detrás suya a catorce cazadores, incluyéndome a mí… y ya ves, todos vivitos y coleando. Erik bajó la cabeza, sumiéndose en sus propios pensamientos, incapaz de quitarse encima aquella mirada temerosa, aquellos ojos que no manifestaban el más mínimo deseo de hacer daño a nadie. - No tiene sentido – resolvió Simon – Si ya ha matado a mucha gente ¿Qué más dan unos cuantos más? La condena no se la quita nadie, y… - …para lo que le queda en el convento, que se cague dentro – concluyó la frase el mayor – yo pienso lo mismo que tú, y por eso creo que aún no debo hacer nada, quiero recopilar información y esperar un poco más, hasta que esté seguro de si debo cumplir la misión o no. Ambos guardaron silencio y se hundieron en sus pensamientos, Simon mirando al cielo y Erik al suelo, concentrado. En ese momento, tras unos cinco minutos de lenta caminata, el pelirrojo alzó la cabeza y miró a su hermano, apercibiéndose de que tenía un semblante triste y preocupado. Además, parecía algo desorientado. - Oye… ¿Qué querías consultarme? – le preguntó, sacándolo de su ensoñamiento. Esperaba que el muchacho diera un respingo y le contestara con un despistado “¿Eh? ¡Ah, si! Se trataba de…”, pero por contra, lo que hizo fue bajar la cabeza apesumbrado y empuñar su colgante. - Se trata de la cruz – respondió con voz queda. - ¿La cruz? El muchacho asintió. - Quería saber… qué hay de cierto en la leyenda que me contaste sobre ella. Erik se detuvo al oír eso, mirándolo extrañado; la leyenda de las cruces gemelas decía que, si te quedabas con una y le entregabas la otra al ser amado, estaríais siempre juntos, fuera cual fuera la distancia que os separara, hasta el punto de que seríais capaces de sentiros. Pero nadie había sido capaz de confirmarla, y las parejas portadoras que habían basado su amor en dicha leyenda habían acabado en tragedia. Él sabía que Simon nunca se interesaba por esas leyendas, a las que tachaba de supercherías – irónico teniendo en cuenta el mundo al que ambos pertenecían – por lo que aquello era inusual. De hecho, el estado en el que su hermano menor se encontraba ya era, de por sí, bastante inusual. - ¿Qué es lo que ha pasado? – le preguntó expectante. Simon guardó un largo silencio y, con la cruz en la mano, empezó a contar lo sucedido. Sencillamente, después de acostarse y dar unas cuantas vueltas en la cama, se tumbó boca arriba para coger el sueño, estaba emocionado no sólo por la idea del viaje y por las nuevas experiencias, si no que además tenía consigo un arma que sus padres habían confeccionado para él. No es que fuera feliz – algo imposible dada la situación – pero sí que estaba contento. Estaba cerrando ya los ojos cuando, en medio de toda tranquilidad, un inmenso sentimiento de pesar le inundó. Era la pena más grande que había sentido jamás, una congoja terrible que lo hizo llorar incluso. Sin embargo, aquel no era su sentimiento. Sonaba estúpido pero así era, él no sentía aquello, pero sin embargo lo estaba viviendo; luchó por calmarse mientras buscaba una explicación a aquel fenómeno, un origen, pero aquello era tan grande que lo agobiaba. Entonces, una voz resonó en su mente y en su corazón. Era tenue, sorda, como si la oyera a través de un teléfono estropeado, pero sin embargo la habría reconocido entre cientos de miles de voces nítidas y fuertes. Era la voz de Alicia. La joven lloraba desconsolada, llamando a su padre, a su madre, a Luis, a Erik… y a él. Les pedía auxilio a todos y cada uno de ellos, desde dios sabe donde, asfixiada por el miedo y la soledad. Entonces él quiso contestar, lo intentó con la mente, con el corazón, con la palabra, a viva voz incluso, pero ella no parecía oírle. Trató por todos los medios de responder a aquella desesperada llamada hasta que la voz se desvaneció junto con aquella asfixiante tristeza; fue entonces cuando decidió hablar con él, pero no estaba. Durante todo ese rato sólo había habido una constante: La cruz emitía un resplandor tenue, casi imperceptible Cuando terminó el relato le temblaba el labio inferior y tímidas lágrimas corrían por sus mejillas, Erik por parte lo miraba con la boca abierta, altamente impresionado. ¡Funcionaban! ¡Las cruces gemelas funcionaban! Y Alicia, tal vez accidentalmente, había descubierto cómo. Una sensación de repentino frenesí recorrió el cuerpo del hermano mayor, que sonrió ampliamente. - ¡Tenemos que volver al hotel! ¡Y tenemos que volver YA! – le dijo a Simon - ¿Qué? Pero… Antes de que terminara de hablar, Erik le cogió la mano y echó a correr, arrastrándolo consigo, increíblemente contento. Luis debía saber aquello… no, no sólo Luis, también Juanjo y Adela. - ¡Eh! ¡EH! – Gritaba el hermano menor, que a duras penas podía seguirlo - ¡Frena un poco! ¿¡A qué viene esto!? - ¡La leyenda es cierta Simon! – contestó el pelirrojo, eufórico, sin detenerse – ¡acabas de demostrármelo! - ¿¡Qué!? ¡Pero oye! Simon no alcanzaba a comprender la recién iniciada euforia de su hermano, pero debía ser algo bueno, ya que pocas cosas le ponían en ese estado, muy pocas. - ¿¡No lo entiendes!? – Le preguntó - ¡Gracias a esa cruz podremos saber dónde está Alicia! - ¡No me entero una mierda! – Gritó el menor, harto - ¡EXPLÍCATE! Erik se detuvo, se dio la vuelta y lo agarró de los hombros con fuerza, sonriendo. - ¡La leyenda era cierta, joder! – Exclamó – ¡los amados estarán siempre juntos! ¡Podrán sentirse el uno al otro! ¡No existirán distancias entre los dos! El muchacho sonrió, empezaba a comprender… - ¡De alguna forma – continuó el mayor – Alicia ha conseguido entrar en contacto contigo! ¡Te ha transmitido sus palabras y sus sentimientos! ¡Y ha sido gracias a – cogió la cruz y la elevó a la altura del rostro de Simon – ésta reliquia! - Luego, si yo… - ¡Si logras averiguar cómo usarla y la dominas, podremos entrar en contacto con ella! La sonrisa del joven se acentuó, la euforia se apoderaba también, poco a poco, de su cuerpo. - ¡Y podremos encontrarla! – concluyó él finalmente. - ¡SI! ¡Por eso tenemos que volver al hotel! ¡Juanjo y Adela deben saber algo sobre cómo hacerlo! - ¡PUES VAMOS! Se disponían a echar a correr cuando algo los interrumpió, un sonido como si de un gruñido de perro se trataran, ambos se quedaron congelados y miraron alrededor con cautela, entonces Erik se dio cuenta de algo. No conocía aquella calle. Cegado por la alegría, se había limitado a correr sin más, habían salido del casco histórico, sí. ¿Pero para ir a parar a donde? Al tiempo que oían más gruñidos, Simon detectaba más y más presencias, demasiadas como para darles un número concreto; para colmo, un intenso olor a bestia salvaje inundaba el lugar, y en las cornisas de los edificios, así como por las callejuelas, empezaban a distinguirse formas peludas humanoides. - La he cagado – comentó Erik. Simon soltó una risita sarcástica mientras echaba la mano derecha a la empuñadura de su látigo. - No jodas ¿En serio? Un potente y agudo aullido los paralizó a ambos, estremeciendo incluso el asfalto. - Su puta madre... - ¿Y Bien...? - Me parece que... nos hemos metido en el territorio de los hombres lobo. 0 comentarios :: Enlace permanente
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