Prelude of Twilight

Publicado: 15:09 02/07/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Angelium

- Co… ¿Cómo? ¿Qué has dicho?

Rafael miraba estupefacto a su sobrino, que permanecía ahí, serio.

- Le ofrezco la posibilidad de traer a Kasa vivito y coleando y sin rastro alguno de la ponzoña del Necronomicón, pero para ello me es indispensable hablar con Malaquías, ya que la solución a ese problema está en sus manos.

El barbudo miró a sus hermanos, Juanjo y Adela, buscando opinión.

- Nadie quiere perder a un hijo ¿no? – le dijo Juanjo – los dos estamos en la misma situación, pero en diferentes circunstancias, así que sabemos por lo que estás pasando.

- Mire… - intervino Luis de nuevo – Kasa me cae como el culo y cuando me enteré de que había raptado a mi novia por poco le arranco los huevos y se los hago comer, pero las cosas por su sitio, y es que a nadie le gusta perder un familiar.

Para sorpresa del hombre, el joven Fernández le tendió la mano con un gesto amistoso.

- ¿Qué me dice? ¿Acepta?

El Belnades se guardó el papel en el bolsillo y, con los ojos humedecidos de emoción, apretó la mano de su sobrino con energías.

- ¡Por supuesto que sí!

Belnades y Fernández se sonrieron, y Juanjo y Adela sintieron una honda satisfacción, al ver que Luis se mostraba amistoso con alguien hacia quien había mostrado hostilidad hacía apenas un par de minutos.

De repente, la tensión reinante en la habitación se derrumbó, quedando un relajante ambiente distendido, las sonrisas afloraron y hubo un par de suspiros de alivio.

Tras un par de minutos Luis y Rafael se despidieron de todos y se encaminaron hacia el restaurante en cuyo sótano se hallaba la sede de los Belnades, Luis le pidió a Erik que lo acompañara pero éste se negó, añadiendo que se le uniría en unos minutos.

Primero, tal y como prometió a Adela la noche anterior, debía explicar el origen de sus heridas.

Ésta había contado a su marido antes de caer ambos rendidos el estado en el que había llegado el muchacho y la conversación que habían tenido, por lo que también permanecía expectante, a la espera de que su hijo y su hermano abandonaran la habitación para escuchar todo lo que el Belmont tuviera que decirles.

- Bueno… - repuso el muchacho – antes de empezar quiero dejar claro que todo lo que les voy a contar es cierto… tampoco me voy a extender mucho… tengo que alcanzar a Luis apenas pueda.

La pareja asintió.

- ¿No te importa que Simon esté aquí? – preguntó Juanjo con curiosidad.

- Yo ya lo sé todo – respondió aludido – así que no voy a oír nada nuevo, supongo.

Erik asintió y se apoyó en la pared, con los brazos cruzados para, acto seguido, comenzar a relatar toda la historia.

Sin embargo, no se limitó a lo sucedido la noche anterior, de lo que no escatimó detalles, si no que también explicó cómo Rose le encomendó la misión y que no la cumplía para la Hermandad, si no para la Iglesia, terminó el relato dando su opinión sobre el tema y pidiendo la suya a Juanjo y a Adela.

- Todo esto no es normal – dijo la mujer, adelantándose a su marido.

- Si, es cierto – convino él – si se trata de un problema de la iglesia suelen enviar a sus propios agentes, nunca echan mano de la Hermandad… aún cuando el sospechoso pertenezca a ella.

- Además – continuó Adela – se le está dando mucho bombo a esto.

Erik arqueó una ceja.

- ¿Conocíais este caso? – preguntó interesado.

- ¡Que me maten si hay alguien de la hermandad que no lo conoce! – exclamó el hombre.

- Hemos recibido varias órdenes de la Hermandad de que establezcamos vigilancia en la provincia, nos han ofrecido cohortes enteras de cazadores para estableces una especie de cerco… y no somos los únicos, todos con los que tenemos contacto también han recibido órdenes similares.

- Y… ¿Las habéis aceptado?

Los dos negaron con la cabeza.

- ¿Por qué?

- Porque no sabemos nada del caso – respondió Juanjo con rapidez.

- Nos han dado muy poca información, y lo poco que sabemos no nos da pie a formarnos una opinión sólida.

- ¿Y de ella? ¿Qué opináis?

- Por ahora, preferimos aplicar la presunción de inocencia.

Por alguna razón, que ni él mismo alcanzaba a comprender, suspiró aliviado.

- Bien… ahora que ya está todo claro deberías ir con Luis, tal vez te necesite para algo – lo apremió la mujer.

El pelirrojo asintió y se dirigió a la puerta, pero antes de cruzarla Juanjo habló de nuevo.

- Una cosa más, Erik…

Éste se dio la vuelta.

- ¿Sí?

- Adela me describió las heridas que Claire Simons te hizo con aquella espada… y la quemadura de tu mano… si te vuelves a enfrentar con ella ten mucho, mucho cuidado…

- Las Simons son conocidas por su habilidad natural para el combate – concluyó Adela – no la subestimes ¿entiendes?

El muchacho asintió y, tras despedirse con una sonrisa, salió al pasillo, corriendo.

Mientras tanto, Luis y Rafael arribaban a la sede de los Belnades, el muchacho se había encargado de explicarle la idea a su tío, esperando una reacción positiva, pero éste adoptó la misma posición preocupada de sus padres.

- No deberías subestimar ese libro – le aconsejó mientras abría la puerta que daba a las escaleras que conducían al sótano – puede ser muy peligroso.

- ¿Peligroso? – Preguntó éste intrigado - ¿En qué sentido?

- El Necronomicón permite al que lo lee sumergirse en sus páginas e impregnarse de su malignidad, el libro que tú necesitas te destruirá si no eres lo suficientemente digno como para leer una sóla de sus páginas.

Luis torció el gesto, Erik no le había comentado ese dato.

- Asumiré el riesgo.

- No lo entiendo… ¿Por alguien a quien odias? – le preguntó su tío, confuso.

- Le odio, sí – respondió el muchacho – pero es mi primo, tengo lazos de sangre con él, y me repugna la idea de matar a un familiar.

Según el muchacho terminaba de hablar llegaban a la altura de la puerta de la sala central, donde se hallaba el despacho de Malaquías, Rafael fue a tocar, pero Luis se le adelantó, abriéndola de golpe, revelando a Malaquías, sentado tras una mesa nueva - ¿O era la antigua, totalmente restaurada? – con la cabeza gacha y un gesto malhumorado en el rostro.

- ¡Eh, viejo! – exclamó el Fernández, entrando en la habitación - ¡Subo la apuesta!

El anciano alzó la cabeza y aguzó el oído.

- ¿Luis Fernández? ¡Rafael! ¡Creí haberte dicho que no quería que viniera nadie aquí! ¡Y menos un Fernández!

Antes de que el barbudo abriera la boca, Luis le contestó.

- Si su hijo hubiera intentado detenerme no habría podido de todas formas, he venido aquí porque necesito algo de usted.

El viejo soltó una risotada y se levantó.

- ¿Tú? ¿De mí?... ¡Tienes la desfachatez de venir después de que tu padre me desafiara hace apenas unas horas! ¿¡Acaso esa zorra que es tu madre no te enseñó lo que es la vergüenza!?

Luis resistió la tentación de responder al insulto lanzado hacia Adela y continuó hablando.

- No se equivoque, lo que le voy a pedir es algo que nos beneficia a ambos… es más, diría todas las ventajas se las llevaría el clan Belnades.

Malaquías pareció relajarse con aquellas palabras.

- ¿Ventajas? ¿Qué ventajas?

- Ahorrarle a vergüenza ante la hermandad de matar a su nieto para ocultar un error cometido por usted.

- ¿Insinúas que puedes traer a Kasa purificado y con vida?

- Así es.

Malaquías se rió con ganas, lo que ofendió un poco más a Luis.

- ¿Cómo pretendes arrancar el oscuro veneno del Necronomicón con tus manos impuras? ¿Qué clase de instrumento podríamos tener nosotros para tal fin? ¡El mal absoluto es incorruptible, muchacho!

Luis cerró los ojos y sonrió, pronunciando una sóla palabra que detuvo en seco las risas del anciano.

- Angelium

Los dos Belnades, Malaquías y Rafael, palidecieron, el anciano tragó saliva y le costó mucho volver a hablar.

- El… ¿El libro del santo?

- Así es – contestó el joven – el Némesis del Necronomicón.

El anciano frunció los labios, pensativo.

- Ese libro desapareció hace siglos, era el único capaz de detener la corrupción del Al-Azif… ¿Qué te hace pensar que está en nuestro poder?

Luis se mordió el labio inferior, pensativo, su colega no le había dado ese dato.

Entonces una voz habló desde fuera de la estancia, al mismo tiempo que se abría la puerta.

- Son ventajas de tener como amigo a una rata de biblioteca que conoce y controla los movimientos de librerías y colecciones privadas del país.

Luis y Rafael se dieron la vuelta para ver aparecer por el umbral a Erik, sudado pero sonriendo ampliamente, dispuesto a echar una mano a su colega.

- Hace 90 años, en 1920, hizo su entrada en su colección una única pareja de libros, el entregante era la conferencia episcopal, y de entre los dos libros había uno que no tenía nombre… el otro era el Al-Azif, nombrado Necronomicón en el registro, truco barato pero efectivo ya que muy poca gente sospecharía que se trata del original…

Los tres escuchaban con atención al pelirrojo.

- Juanjo Fernández – continuó - me dijo una vez que, por su peligrosidad, el Necronomicón nunca viaja sólo, siempre va un libro con él, demasiado codiciado como para ser listado en cualquier colección, aquel cuyas enseñanzas son tan puras que repelen cualquier maldad y son capaces de revertir los nocivos efectos del Necronomicón. De ese libro se dice que fue escrito por un santo y tiene un único nombre: Angelis Angelium. El hecho de que el Al-Azif entrara en su colección junto a un libro cuyo nombre no fue listado es prueba suficiente como para saber que eso de que se perdió es una patraña y que se encuentra aquí, en la biblioteca privada de los Belnades.

Una vez Erik hubo acabado de hablar, Malaquías aplaudió con desgana.

- Braaaavo muchacho, braaavo… En efecto, el Angelium está aquí, en nuestra biblioteca, guardado desde que yo era un simple renacuajo, con mucho más celo del que jamás se puso en la custodia del Necronomicón…

- Bien, bien… - celebró Erik – Entonces ¿Podemos verlo?

El anciano se encaminó a la puerta de la derecha de la sala y la abrió.

- ¡Seguidme! – profirió con aspereza.

Malaquías los hizo pasar por una oscura librería, una especie de salón de entrenamiento repleto de extraños objetos de cristal, similares a los que se hallaban en el sótano de los Fernández, otro salón, con mesas que contenían todo un arsenal de instrumentos de laboratorio y, finalmente, una inmensa biblioteca inundada de polvo, con una única mesa enorme en medio y una araña de cristal en el techo, cuyas velas se encendieron a un chasquido de los dedos del anciano.

- Aún mirando el plano, nunca hubiera imaginado que esto fuera tan grande – comentó Erik, observando con atención la inmensa estancia.

- Pues lo que habéis visto no es ni la décima parte del complejo – replicó Rafael al impresionado muchacho.

De repente se oyó un ruido extraño, como eléctrico, Malaquías estaba de pie recitando un aria frente a un punto en concreto del suelo, donde un Pentagrama de color blanquecino, rodeado de runas, empezaba a dibujarse, brillando cada vez con más fuerza; finalmente el viejo extendió los brazos y frente a él surgió, a una velocidad tremenda, un armario de un extraño material cuyo color variaba entre el dorado y el cobrizo, entonces el hombre abrió la puerta y sacó de ella una especie de urna de cristal en cuyo de interior se hallaba un grueso libro, de tamaño no superior al de un folio.

- Heelo aquí – dijo el anciano con voz solemne mientras colocaba la caja transparente en la mesa – el libro del santo, el Angelium.

Todos los presentes tragaron saliva, el libro era toda una belleza, con las tapas hechas en brillante plata y cerrado con una tira de cuero totalmente incorrupta, el canto de las hojas parecía brillar, pero más allá de eso, más allá de su aspecto, percibían en él algo sagrado, místico, que inducía una paz a sus corazones que nunca habían experimentado.

La urna se abrió por sí sola al separar Malaquías sus manos de ella, Luis tuvo el impulso de cogerlo, pero por cortesía y miedo a cometer algún error, decidió esperar una señal del anciano, que llegó en forma de un absorto “adelante”

Animado por esto, el muchacho recogió el libro con sus propias manos, observando para su sorpresa que sus huellas dactilares, así como su sudor, no manchaban de ninguna manera las tapas, que permanecían impolutas tras su contacto.

Se disponía a abrirlo cuando el anciano le interrumpió.

- Debo avisarte, muchacho, de que has de ser digno del libro si quieres adquirir sus conocimientos.

- ¿Y cómo se puede saber eso?

- Abriéndolo – respondió Rafael – abriéndolo y leyendo la primera página.

Se hizo el silencio, hasta que Luis planteó una pregunta cuya respuesta no estaba seguro de querer conocer.

- ¿Qué pasará si no lo soy?

- El libro te castigará – replicó el anciano – te arrebatará la vista para que no puedas leer una sóla palabra más, la capacidad de habla para que no puedas narrar lo que has visto y el oído para que nadie que sí sea digno te transmita sus conocimientos.

- Dicho de otra manera – concluyó el Belmont – se convertirá en algo parecido a un vegetal ¿no?

Luis tragó saliva.

- Sea como sea debo intentarlo.

Con determinación, se sentó en una de las desvencijadas sillas, colocó el libro en la mesa y lo abrió, pareciéndole que la tapa y la primera hoja, en la que no había ni una sola palabra escrita, parecían hechas de algo así como una seda acuosa, o de un agua sedosa, era una sensación demasiado rara como para poder describirla.

Hizo desaparecer la puntilla de miedo que le atenazaba antes de decidirse a leer la primera página; en principio el libro no parecía estar en un idioma que el conociera – Erik, al verla, murmuró algo así como “¿Esperanto?” – pero observó maravillado que ésta se traducía al español palabra por palabra, según lo leía, y fue siguiendo el texto frase a frase, oración a oración, párrafo a párrafo, empapándose de todas y cada una de aquellas letras, tan puras y perfectas que se sentía indigno de leer algo así, que hasta el ser humano más puro era indigno siquiera de leer un punto o una coma de aquella sacrosanta página.

Finalmente terminó de leer, y cerró el libro, con los ojos cerrados y suspirando, incapaz de creer que lo que había leído fuera real.

Se mantuvo en aquel estado de shock hasta que una voz lo distrajo.

- Oye, Luis ¿Puedes oírme?

Era Erik.

- A la perfección – respondió él, con voz serena.

- Abre los ojos, chico – le apremió Malaquías.

Luis obedeció y miró a cada uno de los presentes, que a su vez lo observaban a él, lívidos.

- ¿Puedes vernos? – preguntó el Anciano.

- Sip

Tras ésta respuesta, Rafael se dejó caer sobre una silla, respirando aliviado, Erik se rió abiertamente y Malaquías, con la cabeza gacha, sonrió.

- Hay que joderse… - comentó el viejo – es irónico que un hombre, nacido de uno de los peores pecados jamás concebidos, posea un corazón lo suficientemente puro como para ser digno de éste libro.

- Eso es – respondió Erik – porque el corazón puro no existe… lo que existen son las buenas intenciones… lo que Luis pretende es salvar una vida y purificar un alma contaminada por la maldad del Necronomicón… salvar a alguien que odia… eso debe ser suficiente para el baremo del Angelium.

Malaquías se rió tristemente al terminar de hablar el pelirrojo y, sin parar, se dirigió al Armario y le entregó a Luis una desvencijada bolsa de tela de saco marrón.

- Será mejor que lleves el libro protegido, no debes atraer las sospechas de nadie… responderás con tu vida ante la iglesia si le sucede algo a ese libro, muchacho.

- No le pasará nada – respondió el Fernández mientras lo guardaba – conmigo estará seguro.

Acompañados por los Belnades, Luis y Erik se dirigieron al despacho de Malaquías, donde éste, antes que los muchachos desaparecieran, decidió hacer una pregunta al joven Fernández.

- He podido observarte lo suficiente, Luis… tienes un potencial mágico tremendo… propio de la sangre más pura de los Belnades… ¿Por qué elegiste el camino de la espada? No es el adecuado.

Luis empuñó bien el asa de la bolsa y se la echó al hombro, después miró directamente a los ojos al anciano.

- Puede no ser el adecuado – replicó con seguridad – pero es mi camino, el que yo mismo escogí… y con él honro y mantengo alto el nombre de mi clan.

Malaquías frunció el ceño.

- ¿De tu clan?

- Así es… el clan Fernández.

Dicho esto salió de la habitación, acompañado de Erik y con el Angelium a hombros, deseoso de dar su primer paso en la búsqueda de Alicia.
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