Publicado: 17:15 04/05/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Remorses
Adela concluyó su relato con un hilo de voz y los ojos empapados en lágrimas, suspiró, se tapó la boca con una mano y rompió en un silencioso llanto, apoyada de espaldas a la ventana, sintiendo sus cicatrices abiertas de nuevo, después de tanto tiempo… Por parte de sus oyentes, Simon miraba al suelo, casi en shock, se le habían saltado las lágrimas sólo de imaginar la situación; Erik miraba a la ventana con ojos tristes, si bien no parecía demasiado sorprendido o afectado por la historia; Luis, por su parte, sentado con las piernas cruzadas sobre la cama, tenía los puños cerrados con fuerza sobre las rodillas, la cabeza gacha, los dientes apretados y lloraba, temblando de rabia. - Ese niño… era Luis ¿Verdad? – preguntó Erik, rompiendo su silencio. Adela asintió con lentitud, la mirada de los hermanos se centró entonces en el afectado joven. - Luisa y Rafael nos ayudaron especialmente – explicó la mujer con la voz quebrada – por eso lo bautizamos como Luis Rafael. En ese momento y sin que nadie lo esperara, Luis se levantó con una increíble fugacidad, poniéndose los zapatos en apenas dos movimientos y dirigiéndose raudo a la puerta de la habitación. Estaba furioso. La abrió violentamente y se dispuso a salir, en ese momento la poderosa pero delicada mano de Adela lo detuvo. - ¡¡¡SUÉLTAME!!! – Gritó él con lágrimas en los ojos mientras intentaba zafarse - ¡¡¡SUELTAME!!! ¡VOY A AJUSTARLE LAS CUENTAS A ESE HIJO DE PUTA! - ¡NO! – Respondió ella en un tono entre autoritario y suplicante - ¡ES UNA LOCURA, HIJO! Los hermanos Belmont se unieron a Adela en su intento por detener a Luis, el joven Fernández, en aquel estado, era difícil de controlar incluso para ella. - ¡ME IMPORTA UNA MIERDA! ¡VOY A DECAPITAR A ESE BASTARDO! - ¡TE MATARÁ! - ¡¡¡ANTES LE ARRANCARÉ LA CABEZA!!! - ¡NO, POR FAVOR! - ¡¡¡SOLTADME!!! Completamente fuera de sí, el muchacho se liberó de sus compañeros y su madre con una potente descarga eléctrica, los dos hermanos cayeron al suelo, pero Adela se mantuvo en pié y se lanzó a correr detrás de él, a mitad del pasillo se le adelantó y lo detuvo con un potente puñetazo para después cogerlo por los hombros, llorando. - ¡No pienso dejarte ir! – Le gritó entre llantos - ¡Ya supliqué por tu vida una vez! ¡No quiero perderte! ¡Y menos a manos de ese hombre! Aún alterado, el muchacho cerró los ojos durante unos instantes, y después miró directamente a su madre. - ¿Papá nunca lo intentó? - Nunca le he dejado - Por… ¿Por qué? Ella negó con la cabeza. - Malaquías… es poderoso… nadie le ha derrotado jamás… y si tú o tu padre os enfrentáis a él – cerró los ojos y bajó la cabeza en un gesto de dolor - ¡Os matará! ¡No tendrá ninguna piedad con vosotros! - Aún así… Adela lo interrumpió dándole un beso en la mejilla y abrazándolo con fuerza. - Nunca me he arrepentido de mi decisión – le dijo – Juanjo, Alicia y tú sois lo mejor que me ha pasado en la vida… igual que aquella vez, prefiero morir a perderos… Luis la abrazó también, si bien sus ansias de venganza seguían ahí, la ira había desaparecido, y se sentía reconfortado, envuelto por el amor de su madre. En ese momento sintió la mano de Erik sobre su hombro, madre e hijo se separaron y el muchacho giró la cabeza, a su espalda estaban los hermanos. - Lo siento – les confesó arrepentido. - Bah, no te preocupes – respondió el pelirrojo quitándole hierro al asunto – peores las hemos pillado ¿Estás bien? - Si, si… creo que… - suspiró – supongo que estoy bien… - No lo estarás hasta mañana – concluyó Adela, cogiéndolo de la mano – será mejor que te acuestes y descanses… durmiendo te despejarás. - Tiene razón – admitió el muchacho – ya es tarde… Lo cierto es que sí que necesitaba descansar, dejando de lado la semana que había pasado casi sin pegar ojo, aquel arranque de ira lo había agotado, y su cuerpo necesitaba con urgencia un poco de reposo, de modo que, sin rechistar, se dirigió a su habitación y, tras pedir disculpas también a Simon – que las aceptó sin problemas – y dar las buenas noches a todos, entró y cerró la puerta. El siguiente en tomar la determinación de echarse un sueñecito fue el hermano menor, cuya habitación se hallaba dos puertas más allá, le siguió Erik, pero cuando ya estaba abriendo la puerta – situada entre la de su hermano y la de Luis – Adela lo retuvo. - No pareces muy sorprendido – dijo ésta de repente. El chico se detuvo y giró la cabeza. - No lo estaba – reconoció. - Ya lo sabías – dedujo la mujer - ¿Verdad? - No toda la historia – admitió Erik – ignoraba las torturas a las que la sometió Malaquías Belnades, pero sí, estaba enterado de todo. Adela se rió. - No cambiarás nunca ¿eh? Idéntico a tu madre – sonrió con resignación - ¿Cómo lo descubriste? - La gente comenta – respondió – Hay datos en los archivos de la hermandad… cosas curiosas. Fui atando cabos y reconstruyendo los sucesos. - ¿Por qué se lo ocultaste a Luis? - Supongo que por el mismo motivo que ustedes… temía su reacción, además, si ya se cargó el blasón de los Belnades cuando supo que les expulsaron, si se llega a enterar de toda la historia lo mismo – se rió – quema la casa o algo… también está el tema de que es su pasado, por lo tanto, les toca a ustedes revelárselo. - Gracias por tu comprensión… - No hay nada que agradecer – replicó él - ¡bonne nuit! Y entró, cerrando la puerta tras de sí. Cansada ella también, y con los recuerdos demasiado recientes ahora, decidió subir a su habitación a descansar, por el camino empezó a recordar aquella nublada mañana en la que ella y Juanjo recogieron a los hermanos, aún como niños, y se los llevaron a su casa, cómo tuvo que tranquilizarlos tras recibir la noticia de la desaparición definitiva de Selene y Schneider y cómo habían crecido, pasando a ser, prácticamente, hombres hechos y derechos – si bien reconocía que a Simon le faltaba un hervor. Sin prisa, subió las escaleras y se presentó en su habitación, la 333, encontrándose con que ya estaba abierta, allí dentro, sentado en la cama con gesto triste, la esperaba Juanjo. - ¡Cariño! – Exclamó ella sorprendida - ¿Qué haces aquí? - Me aburría ahí abajo – confesó. Preocupada por la expresión de su marido, Adela se sentó en la cama, junto él. - ¿Te sucede algo? Juanjo guardó silencio durante unos instantes. - Se lo has contado ¿verdad? – preguntó él, de repente. La mujer asintió. - Ya no quedaba más remedio. Silencio de nuevo. - Sabiendo a lo que te atenías – intervino Juanjo de nuevo - ¿Por qué has querido venir? - Porque… era necesario. - No, no lo era. Ella se levantó y andó unos pasos. - Si yo venía – continuó Adela – tal vez tu padre se olvidase un poco de vuestra disputa, y te tratase un poco más como a su hijo… Juanjo levantó la cabeza, mirando fijamente la espalda de su esposa. - ¿Me estás diciendo que has venido con el mero objetivo de servir de… amortiguador? Ella asintió, su marido se echó las manos a la cabeza. - Dios, no me digas que… todavía… ¿Aún te sientes mal porque me echaran del clan? Adela no respondió, lo cual, en su caso, significaba siempre un avergonzado “si” - Pero… ¿A estas alturas…? ¡Casi 25 años, Adela! ¿¡Por qué!? - Malaquías lo dijo antes… si yo no… - su voz se quebró – si no me hubiera metido en tu vida aún seguirías siendo un Belnades… puede que incluso ahora fueras el patriarca del clan… Juanjo se levantó con rapidez. - Si hubiera continuado siendo un Belnades hubiera sido desgraciado – respondió tajante. - Ahora serías mucho más de lo que eres ahora… El hombre caminó hacia su esposa y la cogió suavemente por los brazos. - Sin ti – le respondió – sin Alicia, sin Luis y sin ti… no soy absolutamente nada… ¿Cómo podría – soltó una de sus manos para acariciar la cicatriz de Adela, que asomaba tímidamente por la ropa – vivir con alguien capaz de hacer algo como esto? Ella giró la cabeza, mirándolo directamente a los ojos. - Esta herida está en tu espalda – continuó – porque luchaste por nosotros… nunca me perdonaré el haber llegado apenas unos segundos tarde. - Pero… tú… Juanjo no quiso dejarla continuar, y la besó. - Jamás aceptaré las disculpas de mi padre – le dijo tras separar sus labios de los de ella – las heridas del alma no cicatrizan nunca. Se miraron por uno minutos, en silencio, después se abrazaron y se besaron, llorando el uno por el otro. - Debes descansar – le dijo él – seguramente estés más cansada que cualquiera de nosotros… necesitas dormir. Ella aceptó y se tumbaron juntos, aún vestidos, en la cama, tras un último beso se dieron las buenas noches y se quedaron mirándose hasta que el sueño les venció, cerrando los ojos. Pero Juanjo no se durmió. Cuando su esposa cayó en un sueño profundo se volvió a calzar los zapatos y salió en el más absoluto silencio de la habitación. Media hora más tarde, se hallaba frente a la puerta del despacho de su padre, Malaquías Belnades, dispuesto a arreglar un asunto que no pudo saldar 24 años atrás. 0 comentarios :: Enlace permanente
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