Publicado: 17:45 09/02/2010 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Investigation
Las últimas palabras de Arikado habían dejado paralizado al pelirrojo que, lívido, lo miraba con incredulidad. - Q-¿Qué? – preguntó con un hilo de voz - ¿Me estás diciendo que han ido a por Simon? El agente asintió sin pestañear, manteniendo sus ojos fijos en los de Erik. - Pero… ¿Estás seguro? – insistió - ¿Cómo sabes que lo han asaltado? Con extrema seriedad, Genya desvió por un momento la mirada para volver a clavar sus ojos en los del Belmont. - Porque estuve allí – respondió – esos tres agentes están a mi cargo, intervine antes de que la cosa fuera a mayores. Aparentemente, Erik abrió la boca para decir algo, pero se detuvo enseguida al tiempo que fruncía los labios con fuerza. - ¿A tu cargo… has dicho? - Me temo que así es. No le dio tiempo a reaccionar, antes de articular una sola palabra más Arikado cayó al suelo víctima de un poderoso puñetazo que lo estampó literalmente contra el firme, agrietándolo. El golpe fue tan potente que lo mareó, y no se dio cuenta hasta pasados unos segundos de que su nariz sangraba copiosamente. Al alzar la vista contempló a Erik desembarazándose sin dificultad de algunos jóvenes que se habían abalanzado sobre él tratando de detenerle y evitar una hipotética pelea. Se había enfurecido, y además con razón. Sin perder la compostura, se incorporó limpiándose la sangre del rostro con el pañuelo rojo de su chaqueta mientras observaba al Belmont, que lo miraba iracundo y con los puños apretados, incluso su musculatura se había dilatado levemente. Estaba dispuesto a atacarle en cualquier momento, pero era evidente que se contenía. - Entiendo perfectamente tu rabia – le dijo – pero has golpeado al agente equivocado. - ¿¡Y por qué si puede saberse!? – contestó el Belmont tratando de no gritar – Están bajo tu mando ¿¡No es así!? – lo señaló con el dedo índice - ¡¡¡Tú eres el responsable de que atacaran a Simon!!! El agente expelió aire por la nariz sin recordar la hemorragia, por lo que tuvo que llevarse inmediatamente el pañuelo a ella para contenerla. - Sí pero no – replicó – Es cierto que soy el responsable de las acciones de esos tres, pero en ningún momento ordené que atacaran a nadie. Aquellas palabras no parecieron relajar mucho a Erik, pero al menos su musculatura regresó al volumen normal. - Explícate – lo apremió. - Mis órdenes – separó el pañuelo de su cara para poder hablar mejor – consistían sólo en buscarte por la zona que yo les asignara – se limpió un poco de sangre que volvía a brotar – naturalmente no hago más que enviarles a barrios donde sé que no estás. Que se encontraran con tu hermano ha sido una triste casualidad, y no lo esperaba en absoluto. - Entonces tú no… - agachó la cabeza mientras sus puños se aflojaban – vaya… perdona por el puñetazo entonces. - Tranquilo – el agente sonrió con levedad – es un error común. Pasaron un par de minutos de silencio, con Erik avergonzado sin saber exactamente qué decir. - ¿Qué estás haciendo aquí, por cierto? – preguntó Arikado, tratando de continuar la conversación. - ¡Ah! He venido a buscar información sobre las abadías de París. - Las… ¿Abadías? – preguntó el agente, confuso. - Sí, bueno… una idea de Luis y los Lecarde – se llevó la mano al lateral del cuello, frotándoselo incómodo mientras desviaba la mirada al edificio principal – Resulta que no tengo manera de descifrar el libro que saqué de aquí, y se les ha ocurrido que tal vez encuentre un códice buscando en las bibliotecas privadas de las Abadías cercanas… - Ya veo… - tras limpiarse las últimas gotas de sangre, Arikado volvió a guardar su pañuelo y se llevó la mano a la barbilla – La idea es lógica, pero claro… - sonrió irónicamente – se les ha ocurrido antes de saber que estás en busca y captura. - ¿Crees que encontraré problemas? – preguntó el pelirrojo alzando una ceja. - Probablemente – se metió las manos en los bolsillos – piensa que la mismísima iglesia te ha declarado criminal, y ya desde hace dos años no se te aprecia mucho que digamos. Sinceramente, no se me ocurre un solo lugar sagrado dentro de la jurisdicción cristiana donde puedas ser completamente bien recibido. Para su sorpresa, el Belmont se rió y sonrió con orgullo. - ¡Perfecto! – exclamó entre risas - ¡Eso hará que esto sea todavía más interesante! Arikado se cruzó de brazos y dibujó una semisonrisa en su rostro. “Definitivamente” pensó “Los Belmont sois de lo más curioso” Entre tanto, al otro lado de la ciudad un Luis meditabundo se dirigía a paso firme hacia la comisaría, donde iniciaría una colaboración directa con la Police francesa. Ya no existía chantaje alguno, por lo que no se toparía con ningún otro obstáculo, hecho que, sin lugar a dudas, le aliviaba. Pero a pesar de esto no las tenía todas consigo, se sentía incómodo al caminar por la calle y sentir las miradas de los curiosos, que reconocían en él a uno de los tres “héroes” del Louvre. Aquello, además de incómodo, resultaba irritante, desde que tenía memoria recuerda haber escuchado siempre que los cazadores debían perderse entre los humanos en lugar de destacar sobre ellos; existían para mantener el equilibrio en la sombra, y ahora sentía que éste comenzaba a romperse. ¿También era así en tiempos de sus antepasados, cuando los diferentes clanes habían de hacer frente a las fuerzas del mal y mostraban su poder o hazañas en público? Metió ambas manos en los bolsillos de sus vaqueros y dobló la esquina, pensando en centrarse en lo que realmente importaba, ya que la comisaría estaba sólo a un par de calles y apenas llegara tendría que ponerse de nuevo al frente de la investigación junto al comisario Jacques. El comienzo de esto fue, por cierto, bastante laborioso, apenas había cruzado recepción y entrado en las oficinas cuando una inmensa ovación sacudió el lugar y por poco lo deja sordo, acompañada de una avalancha de palmadas en la espalda y sonrisas a las que le costó responder. Ciertamente era difícil hacerlo cuando sabía que, en realidad, no había hecho nada las mereciera. A duras penas se abrió paso hacia un pequeño departamento levantado en la esquina, donde encontró al entrar a Jacques Rousseau, sumergido en la lectura del periódico del día, en un aparente descanso del océano de papeles que descansaban debajo de éste. - Buenos días, comisario – Saludó cordialmente mientras adoptaba un aire casi marcial. El hombre tardó unos segundos en responder, y al hacerlo mostró unos ojos tristones y cansados que adornó como pudo con una desganada sonrisa. - ¡Ah! Luis… pasa y siéntate – ofreció mientras señalaba la silla frente a él - ¡Si puedes, claro! El Fernández sonrió divertido ante el desorden mientras observaba el lugar, que daba el pego perfectamente como el clásico departamento de comisario de cine: Una mesa de despacho cubierta de papeles y un vaso de café medio vacío, sillas baratas de armazón de metal, papelera de plástico sin bolsa, archivadores y ficheros… - ¿Qué te trae por aquí, muchacho? – preguntó cerrando y dejando a un lado el diario – Deberías estar descansando después de lo del museo. - Bueno… precisamente de eso se trata – respondió – He estado… demasiado ocupado, me temo que no puedo permitirme el lujo de descansar más, tengo que seguir con el caso de los niños. La sonrisa de Jacques desapareció, haciéndose su agotamiento aún más evidente. - ¿Ocurre algo? – preguntó Luis extrañado ante esto. - No hijo, no ocurre nada, sólo… - el francés suspiró y se dio la vuelta en su asiento para abrir el fichero, del que extrajo una carpeta casi vacía - …que la cosa está exactamente igual que la última vez que lo miramos. Tendió la carpeta al español, que la recogió y abrió para ojearla, encontrando en su interior únicamente el informe preliminar de cinco páginas y un sobre que antes no estaba y cuyo contenido le fue revelado por el propio comisario. - Son las fotos de los escenarios – explicó – las auténticas. Luis asintió conforme mientras las miraba con seriedad, cada una de ellas tenía escrita en el dorso la dirección del lugar y estaban impresas a color, con los tonos ligeramente saturados para poder observar mejor los detalles de la zona, especialmente los números 7, de los cuales había además más imágenes con primeros planos. - Bueno… - respondió en un suspiro mientras volvía a guardar las imágenes en el sobre – …la verdad, creo que debería relajarse un poco, me temo que ahora la mayoría del peso de éste asunto recae en mí. Confuso, Rousseau lo interrogó con la mirada. - En éstos días hemos podido avanzar algo – se explicó – no es que nos hayamos movido para ello, pero… tenemos algunos elementos que tal vez nos ayuden a encontrar a los niños. Esperaba que al menos el gesto del comisario se iluminara siquiera un poco, pero en lugar de eso se ensombreció todavía más. - ¿Ocurre algo? – le preguntó arqueando una ceja – ¡Se supone que esa es una buena noticia, hombre! El comisario dibujó en su rostro una sonrisa irónica mientras señalaba la silla vacía a Luis. - Por favor, muchacho, toma asiento – insistió. El español, extrañado, se sentó mientras su interlocutor volvía al archivo y sacaba de él otro sobre que dejó con desgana sobre la mesa. - ¿Qué es…? Intrigado, lo cogió y abrió, encontrando en su interior fotos de cada uno de los ses niños cautivos. En alguna de ellas se les veía felices con sus padres o familias. - ¿Por qué me enseña esto? – lo interrogó sin dejar de mirarlas. - Las recibimos el otro día – explicó – habíamos solicitado a las familias que nos enviaran algunas fotos recientes de su hijo, para poder identificarlos mejor y poder iniciar un programa de búsqueda… lo irónico de todo este asunto es que mientras hablaba con cada una de esas destrozadas madres yo mismo os estorbaba para proteger a mi propio niño. Luis lo miró con la boca ligeramente abierta, comprendiendo su actitud. - Y ahora – prosiguió – resulta que no puedo hacer nada para expiar eso… espero que haya alguna razón para ello. - La hay – devolvió las fotografías a su envoltorio – y es que ya hemos confirmado que las desapariciones han sido obra de criaturas de la oscuridad – chasqueó la lengua, sintiéndose mal por decirle todo aquello al policía – Lamento decirlo, pero ya no puede llegar más allá. - Ya… ¿Y eso por qué? - Porque – su voz adquirió un característico tono de severidad- me temo que ya ha visto y sufrido demasiado de “nuestro” mundo. - Ya – el francés torció el gesto, disgustado - ¿Y qué tiene que ver eso, Fernández? - Pues hablando sin rodeos, tiene que ver que “nuestro” mundo es demasiado peligroso como para que un humano se inmiscuya en él – cautelosamente, se levantó por un momento y abrió ligeramente la puerta para comprobar que nadie estuviera espiando la conversación, tras lo que cerró y se apoyó en la puerta – Ya ha podido vivir de primera mano lo que se mueve en él. Vio a Erzabeth Barthory y también la masacre del Louvre – suspiró – honestamente, le admiro, porque es extraño que un hombre normal pase por lo que usted y no enloquezca, y no he visto pocos casos, créame. - ¿Es que existe una especie de “norma” que prohíba que los humanos vayamos más allá? – preguntó suspicaz. - Sí. Ante la respuesta de Luis, Jacques se reclinó sobre su asiento y lo miró con una extraña media sonrisa que adornaba su indescifrable expresión. - Chico ¿Sabes por qué me hice policía? - El español negó con la cabeza – Verás, desde mi adolescencia más o menos he sido muy curioso, siempre me preguntaba qué pasaba por la mente de los ladrones, asesinos, violadores… de los criminales en general. Llevo casi tres décadas en el cuerpo y he llegado a donde estoy gracias a mi curiosidad, que me ha llevado a investigar y resolver un caso tras otro. Dices que me admiras por haber resistido… pues bien, lo he hecho porque he asimilado lo que hay. Luis lo miraba confuso, no imaginaba hasta donde quería llegar el comisario. - Y ahora que lo tengo asimilado – prosiguió – tengo muy claro que quiero hacerle frente, aunque sea para pagar a esas familias el haberos impedido investigar – su extraña expresión se tornó severa – El caso de los niños sigue habiéndose dado en París, ciudad que se encuentra bajo mi jurisdicción, y ya sean los humanos secuestradores o vampiros psicópatas pienso seguir investigando ¿Ha quedado claro, Luis Rafael Fernández? Ahora sí lo comprendía, y a decir verdad le parecía muy loable, pero… - ¿Sabe usted por qué me hice yo policía, monsieur Jacques? – replicó el español tras exhalar largamente aire por la nariz – Lo hice precisamente para poder hacer como humano lo mismo que hago como cazador: Proteger a la gente – ante la sonrisa que nacía bajo el bigote del comisario, se apresuró a continuar – Si, ya sé que se trata de un motivo estúpidamente idealista, pero… a pesar de lo que ha visto, usted no se imagina lo que es mi mundo, no puede imaginar – añadió énfasis a su tono – ni siquiera un poco los horrores que pueden llegar a vivirse en él. - Ahí te equivocas – lo cortó el comisario, señalándole – los he viv- - ¿Ha luchado sobre un mar de sangre y cadáveres, Rousseau? Su interlocutor se calló al instante. - Mire… - apoyándose sobre los codos, entrelazó ambas manos y descansó la cabeza sobre ellas – comprendo muy bien lo que quiere decirme, entiendo sus razones tanto personales como profesiones y sé que la diferencia que hay entre nosotros es de varios rangos y casi 27 años en el cuerpo, pero… - alzó la vista, clavando sus ojos en los de él – igualmente, nos separan 22 años y una semana de experiencia en el mundo de los vampiros. Mi experiencia es tan valiosa como la suya, y ahora que el caso ha pasado a nuestro mundo, le pido por favor que me permita hacerlo a mi manera. Jacques se llevó la mano a la barbilla y continuó sosteniendo la mirada del español, pensativo, mientras éste esperaba no tener que debatir mucho más la cuestión. Con Esther ya había arrastrado a bastantes humanos a ese universo lleno de horror, y lo lamentaría durante el resto de su vida. Pasaron cinco interminables minutos mirándose el uno al otro en silencio hasta que finalmente el comisario adoptó una postura más relajada y su voz se volvió conciliadora. - Está bien – aceptó con resignación – sólo dime en qué puedo ayudarte. Luis, a su vez, sonrió y se relajó, reclinándose sobre el respaldo del asiento. - Usted lo ha llevado hasta ahora – respondió satisfecho – Sólo dígame donde se quedó. Mientras, Erik salía de la biblioteca con una hoja cuidadosamente doblada en el bolsillo de la camisa; sonreía satisfecho, ya que su búsqueda había sido rápida y eficaz a pesar de que no se había limitado a París, si no que tenía la intención de recorrer el mayor número posible de abadías francesas hasta finalizar su búsqueda. - De acuerdo – dijo para sí mismo mientras desdoblaba la hoja y miraba la lista que él mismo había confeccionado – pues la primera es… la abadía de Morimond. ------------------------- Bueno, pues hora de comenzar al fin el último arco de la saga. De aquí en adelante las cosas se van a relajar un poco y desarrollaré la trama a la que debí haber prestado más atención hasta ahora. Espero que lo disfruteis 1 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (del primero al último) 21:43 09/02/2010
Tantos capitulos seguidos :O No te vaya a pasar lo mismo que al autor de Cazador X y caer en "stress" XD En fin, esperando el ultimo arco de la saga expectante :D Participa con tu Comentario:
No puedes poner comentarios. Necesitas estar registrado en Vandal Online. Regístrate aquí o Haz Login. |
Blogs en Vandal · Contacto · Denunciar Contenido