Prelude of Twilight

Publicado: 19:42 13/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Relax

Elisabeth entró en la habitación de matrimonio contoneando sugerentemente las caderas y canturreando, dejando en el sofá a un Erik pensativo, acompañado únicamente por el estruendo de la tormenta.

Una tormenta que no podía llegar en peor momento, ya que Simon había salido hace poco a sacar sus propias fotos de los lugares de los hechos, y probablemente no podría completar su tarea.

Alzó la cabeza y cerró los ojos, tenía la sensación de que la ciudad intentaba purificarse desesperadamente, lavarse del mal que ahora la inundaba, con aquella intensa lluvia.

Un mal del que sólo ellos podían librarla.

Pero ¿Cómo?

A Orlox y Erzabeth se unía otro vampiro, desconocido para ellos, y que decía saberlo todo sobre todos.

Un poco pretencioso ¿no? Aunque, de ser así, podría ser todo un problema…

Tres golpes en la puerta principal lo sacaron de sus cavilaciones, se levantó pesadamente, sabía que era Luis, no podía ser otro, ya que seguramente su hermano estaría bastante lejos, tal vez resguardado de la tormenta.

Abrió y en efecto, ahí estaba su amigo y compañero, chorreando, pero más relajado y ahora sonriente.

- ¡Erik Belmont! ¡La cara que puso un millar de caras largas! – bromeó el Fernández desde el umbral, arrancando una ligera sonrisa al pelirrojo.

- Imitar a House es cosa mía – respondió éste a la broma - ¡Anda, espera, que voy a por una toalla!

Corriendo, fue al cuarto de baño y regresó con tres de éstas, una la puso en el sofá, y las otras dos se las dio a su colega, para el cuerpo y la cara respectivamente.

- Tienes mejor cara – observó mientras se volvía a sentar - ¿Qué te ha pasado?

- He hablado con quien necesitaba hablar – contestó Luis que, tras secarse el pelo, se estaba desvistiendo y envolviendo la ropa en la toalla ya usada – ¡Ya me siento mucho mejor!

- Ya se nota, ya…

- En cambio tú…

- ¿Qué?

- Bueno… - se deshizo de los pantalones y empezó a secarse el cuerpo – lo de la entrada no lo he dicho por decir… estás demasiado serio, incluso para lo que suele ser habitual en ti ¿Te pasa algo?

Erik rió sarcásticamente, sabía de sobra que a Luis sí que no podía contárselo.

- Más o menos algo parecido a lo que te pasaba a ti – mintió – no sé qué camino tomar.

- Bueno, cuéntamelo – resolvió el Fernández – tal vez entre los dos encontremos una solución.

- No, – replicó el Belmont instantáneamente – es personal… debo hacerlo por mi propia cuenta.

Luis se encogió de hombros.

- Bueno, como quieras… no voy a forzarte a hablarlo.

El pelirrojo se levantó y se estiró, para después volver a sentarse.

- Mejor así – admitió – lo privado ha de seguir siendo privado.

- Tiene gracia que digas eso cuando fuiste tú quien dejó aquel condón encima de mi escritorio – contestó el chico del pelo pajizo a eso, riendo entre dientes.

- ¿Lo usasteis? – preguntó Erik con curiosidad.

- “Lo privado ha de seguir siendo privado”

Erik rió.

- ¡Cabrón!

- ¡Eh! ¡Has empezado tú!

Los dos amigos comenzaron a reírse, aquella distensión vino bien al pelirrojo, que perdió parte de su preocupación, no obstante, las palabras de Elisabeth seguían rondando por su cabeza.

Hablar con Claire… ¿De verdad debía hacerlo?

En aquel momento la susodicha salió de la habitación, semidesnuda y sudorosa, bastante apurada y con una sonrisa avergonzada, sosteniendo a un René aún dormido.

- ¡Lo siento! – se excusó antes de que ninguno de los dos dijera nada - ¡Lo siento! Nos acordamos de que René estaba en la habitación cuando ya estábamos a punto de… - se lo entregó a Luis - ¿Nos lo cuidáis, por favor? ¡Nos da palo hacerlo delante del niño!

Y antes de que el Fernández pudiera abrir la boca, volvió a la habitación de matrimonio tan pronto como entró, dejándolos perplejos a ambos.
- ¿Están echando un polvo ahora? – preguntó a su compañero mientras metía y arropaba al pequeño cuidadosamente en la cuna - ¡Pero si la cama debe de estar…

- Empapada de sangre, sí – concluyó la frase el pelirrojo – no sé, igual les pone hacerlo ahí.

- Alucinante – opinó – desde luego Elise no ha cambiado nada desde que la conocimos, sigue teniendo las mismas energías…

- O más… Pobre François ¿eh?

Luis rió.

- ¡Pues sí!

Los dos volvieron a reír, esta vez más bajo, y cuando callaron pudieron escuchar a la pareja desde la habitación, que evidentemente se contenía. Erik se ruborizó, por un momento le pasó “algo” por la cabeza.

- De… debo seguir con el escudo de armas – dijo en voz alta, obligándose a sí mismo a volver al portátil e ignorar los jadeos – si no lo termino no podremos aumentar el ritmo de la investigación.

- ¿Aún no lo has conseguido? – preguntó extrañado el Fernández – te está fallando la concentración hoy ¿eh?

- Sí – suspiró el pelirrojo – eso me temo.

Se sentó frente al ordenador, lo abrió y empezó de nuevo, ahí seguían el photoshop y la ventanita en blanco, desafiante, sin pensar empezó a deslizar su dedo por el touchpad, y cuando se dio cuenta había dibujado la forma del cabello de aquella que ahora llenaba sus pensamientos.

Inmediatamente lo borró, y hundió su cabeza entre sus manos, bufando.

“Tengo que hacer algo con esto” – pensó – “Y tengo que hacerlo YA”

Sintió a su compañero entrar en el cuarto de baño y abrir el grifo de la ducha, para Luis aquello siempre era la guinda del relax, y estaba claro que iba a aprovechar el resto del día para descansar, él por su parte no lo tenía tan claro, sólo había una cosa que podría calmarlo en aquel momento, y era quitarse a Claire de la cabeza.

Levantó la cabeza y volvió de nuevo al programa de diseño gráfico, sorprendiéndose a sí mismo preguntándose cómo se encontraría la muchacha.

Se maldijo, era tan buena luchadora como él, o más, así que seguro que se encontraría bien, y además él debía continuar con eso y dibujar aquel emblema de una vez, no le servía de nada si continuaba en su cabeza.

- Será mejor que lo deje – se dijo en voz alta – esto no me está sirviendo de nada, necesito centrarme.

Su mente viajó entonces a la biblioteca de París, se dio cuenta de que ya hacía bastante tiempo que no se hundía en uno de aquellos libros de leyendas que tanto le gustaban, aunque ya se las supiera de memoria.

Sí, aquello serviría para calmarse, cogería un paraguas a François y se dirigiría tranquilamente a la biblioteca, y allí leería un rato hasta volver a estar en su sitio.

Era necesario… no, era VITAL que se concentrara.

En aquel momento sonó el timbre de nuevo, y Erik fue a abrir la puerta medio vestido para encontrarse en el umbral a su hermano, tiritando de frío, como una sopa y cargando con un paquete y unas bolsas.

- ¡Simon! ¿Pero qué…?

- ¡PASO, PASO, PASO, PASO!

Sin darle tiempo a decir nada más, Simon, empapándolo todo a su paso, entró a todo correr en la casa y se dirigió al baño, aporreando desesperadamente la puerta al encontrársela cerrada.

Luis salió del baño al poco, desnudo y a medio secar, extrañado por semejante escándalo.

- ¿¡Pero se puede saber que…!?

A toda velocidad, el menor de los Belmont lo empujó fuera de la estancia y entró él, profiriendo a voz en grito que necesitaba una ducha caliente, en menos de un minuto los dos compañeros escucharon abrirse el grifo, y al chico suspirar de alivio a toda voz.

- ¿Qué era eso? – preguntó el Fernández, aún estupefacto - ¿Un tornado?

Erik se echó a reír a carcajadas.

- Pues no se había resguardado de la lluvia, no – comentó sujetándose el estómago, riendo como un descosido.

- ¡Me ha dejado en pelotas fuera del baño! – exclamó Luis, dándose cuenta al fin de lo sucedido - ¡Será mamón!

El pelirrojo rió aún más.

- ¡Anda toma! – dijo Erik, recuperando el aliento, mientras le lanzaba una toalla a su colega – al menos tápate de cintura para abajo.

Luis suspiró y se anudó la toalla, resignado, al alzar la vista se dio cuenta de que su amigo estaba a medio vestir.

- ¿Es que vas a algún lado?

- Sí - respondió éste mientras dejaba las bolsas y el paquete que Simon traía en el sofá – A la biblioteca.

El Fernández arqueó una ceja.

- ¿Por algo en especial?

- ¡Nah! Simplemente necesito leer

- ¿Leer? – rió - ¡Menuda forma de relajarte!

- ¿Qué tiene de malo? – preguntó Erik medio ofendido – Tú te relajas viendo películas de Jackie Chan, a mí me gusta leer.

- ¡Nada en absoluto! – contestó – Pero si te vas a la hemeroteca a leer y te encuentras con algo relacionado con el caso, va a ser aún peor.

Erik suspiró.

- No es el caso de los niños lo que me preocupa.

Dando por finalizada la conversación con aquellas palabras, el pelirrojo se sentó y se ajustó los calcetines para después levantarse y abrocharse la camisa.

- ¿Qué es esto? – preguntó el Fernández de nuevo, interesándose por el paquete, de un volumen ciertamente apreciable.

- Ni idea – respondió el Belmont – lo traía Simon junto con las bolsas.

- Las bolsas serán lo que ha comprado – dedujo Luis – pero… ¡Ey, viene a mi nombre! ¡Debe ser el paquete que nos ha enviado mi madre con nuestras cosas!

La puerta del baño se abrió entonces, y el menor de los Belmont salió de ella, en calzoncillos y visiblemente más cómodo.

- He pasado por la oficina postal a ver si había llegado – explicó – hemos tenido suerte.

Sin coger nada para cortar, el chico del pelo pajizo abrió el paquete arrancando la cinta de embalar de cualquier manera.

- ¡Tu móvil! – sacó un teléfono y lo lanzó a su compañero, que lo cogió al vuelo – mi arma reglamentaria (¿Cómo coño ha pasado los controles?), el teléfono de Simon, nuestras billeteras, las acreditaciones de la hermandad (¿Cuánto hace que no me pongo la mía?), ropa… ¿Y esto?

Sacó un sobre tamaño cuartilla que estaba enterrado entre toda la ropa, estaba a su nombre, al igual que el paquete, pero la letra no era de su madre, si no de Esther.

- ¿Qué será…? – lo abrió con cuidado y sacó su contenido, eran fotos, miró la primera y se puso colorado como un tomate - ¡La hostia!

Los dos hermanos acercaron la cabeza intentando curiosear, pero Luis volvió a meter las fotografías en el sobre con suma rapidez, antes de darles tiempo a nada.

- ¿Podríais ser un poco menos cotillas?

Haciendo como que no había pasado nada, los Belmont cogieron la ropa que Luis había sacado del paquete y empezaron a revisarla, en ella pudieron encontrar la ropa de combate del Fernández (pantalones anchos de color gris oscuro, un chaleco antibalas modificado y botas militares negras), una malla negra de cuerpo entero que Erik reconoció como suya y algo que ninguno de los tres reconoció en principio: una malla de color azul oscuro.

- ¿Y esto? – preguntó el pelirrojo mientras la desenrollaba y la extendía – tiene el tamaño de…

- De Simon – concretó Luis – hay una nota en el fondo de la caja, está dirigida a él.

- Léela – pidió el aludido.

- “¡Hola chicos!” – comenzó – “Perdonad la tardanza por enviaros esto, pero vuestro padre ha tardado en recuperarse un poco más de lo que esperaba… seguramente os preguntareis qué es esa malla azul, pues bien, Simon, hijo mío, es para ti, una parte de tu traje de batalla”

- ¿Traje de batalla? – lo interrumpió el muchacho, extrañado.

- “Por desgracia” – continuó – “sólo podemos enviar esa parte en este paquete, lo demás llegará en el otro; al igual que el de tu hermano, está compuesto por unas perneras, un cinturón y un adorno a tu medida, esperamos que te guste, lo habíamos confeccionado en vistas al día en que pasaras a ser un Slayer, pero las cosas han salido así”

- A mí me hicieron lo mismo – explicó Erik con una sonrisa – esa malla negra es parte de mi vestimenta, aún he de recibir el resto.

- “La malla puede parecer de licra, pero no, es un tejido aún más fuerte que se alimenta de tu propia aura para aumentar su resistencia, ya lo probarás en combate, te gustará.

En cuanto al color, lo escogimos porque sabemos que es tu favorito, eso sí, un poco más oscurecido.

Perdona que no te lo hayamos dado en persona, nos encantaría vértelo puesto.

Atentamente…”

La nota se cerraba con las firmas de Adela y Juanjo.

Los tres quedaron en silencio al terminar el Fernández de leer la nota dejada por sus padres.

Erik volvió a ser consciente de la lluvia.

Simon por su parte sonreía, estaba ilusionado por lo que, a fin de cuentas, no era más que una malla azul, pero no recibía muchos regalos por parte de los Fernández, en aquella familia sólo se celebraban los cumpleaños y la navidad.

- Deberías ponerte algo, vas a coger frío – intervino Luis – yo como mucho he pasado bajo la lluvia menos de cinco minutos, pero tú...

- Tienes razón – asintió el joven Belmont – voy a ver qué tengo limpio por ahí – cogió la ropa que le correspondía y, con la malla aún en la mano, se metió en la habitación de invitados a vestirse.

El español esperó a que su hermano cerrara la puerta para volver a hablar.

- Le ha hecho ilusión ¿Eh?

Erik sonrió.

- Supongo que no está muy acostumbrado… ¿Qué era lo del sobre, por cierto? – añadió como si nada.

- ¿Eh? – Luis lo sujetó con fuerza, volviendo a sonrojarse – pues… nada, nada…

- ¡Venga! – insistió - si hace que te pongas colorado como un tímido prepúber colegial no puede ser “nada”

- De acuerdo – cedió finalmente, sacando la primera foto y enseñándosela, sin soltarla – mira.

- ¿Pero qué…? ¡Me cago en la leche!

Al verlas, el pelirrojo se dio cuenta de que Luis tenía todos los motivos para sonrojarse, y él para sorprenderse, ya que, si las demás fotos eran del estilo de aquella, Esther había enviado a su novio toda una sesión de fotos eróticas protagonizadas por ella…

- Si lo llego a saber – articuló Luis, sonriendo pero ligeramente avergonzado de sus propias palabras – se lo digo mucho antes.

El Belmont rió entre dientes.

- Me debes una, y gorda – espetó a su compañero mientras este asentía.

Un trueno los interrumpió, alzando los dos la cabeza al tiempo, como queriendo mirar al cielo a través del techo.

- ¿Y con la que está cayendo piensas ir a la biblioteca? – preguntó escéptico – ¡debes haberte vuelto loco!

Erik torció el gesto.

- ¿Loco? – respondió – sí, creo que loco es la palabra correcta.

- Te odio cuando eres tan críptico.

El joven Belmont se levantó y fue a la entrada, donde en un paragüero de bronce reposaban varios de ellos, cogió uno negro y comprobó su longitud.

- No te voy a detener de ninguna manera ¿verdad? – volvió a preguntar Luis – Si coges una pulmonía no me hago responsable ¿eh?

- Necesito esto – contestó Erik, con la mirada fija en el paraguas – y no te imaginas hasta qué punto.

Dicho aquello, salió del piso y se dirigió escaleras abajo, su humor decaía según se acercaba al portal, el estruendo de la lluvia en las ventanas del patio interior penetraba en sus oídos y calaba sus huesos.

Una vez abajo, abrió la pesada puerta metálica y se refugió bajo el paraguas, la ciudad estaba desierta, y las calles empezaban a inundarse.

En algún lugar de aquella ciudad estaba aquel vampiro, controlando sus movimientos.

También los niños, esperándoles.

Y Claire, con aquellos ojos acuosos que le fascinaban.

En algún lugar de aquella ciudad, ahora dominada por la oscuridad.
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