Prelude of Twilight

Publicado: 19:42 27/04/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Disrupted Family

Simon, Erik y Luis, con sus armas guardadas en sendas bolsas deportivas, llegaron al aeropuerto de Barcelona ya casi al anochecer, allí les esperaba Adela, ataviada con un traje marrón de pantalón y chaqueta y una camisa Beige; cuando llegaron hasta ella Luis le dio un beso en la mejilla, y se saludaron escuetamente antes de echar a andar.

- ¿Por qué tenemos que hacer esto? – Preguntó su hijo, disgustado – nosotros no tenemos nada que ver con los Belnades.

Adela no contestó, por contra, continuaron hasta salir del edificio, donde la mujer, sin detenerse, respondió.

- No creas que a mí esto me hace mucha gracia, pero por desgracia es lo que hay, los clanes de la hermandad han de ayudarse los unos a los otros.

Siguieron andando hasta un Ford Mondeo de color rojo en el que se subieron, con Luis delante, los hermanos Belmont atrás y Adela como conductora.

- Lo he alquilado – les dijo mientras arrancaba – así podremos ir por ahí sin problemas.

Durante diez minutos, se movieron por la ciudad en silencio, el joven Fernández había abierto la ventanilla y, apoyado en la puerta del coche, miraba preocupado al exterior.

- Esto no puede ser bueno – comentó – Kasa murió anoche en la explosión, si lo saben lo más seguro es que nos metamos en un jaleo…

- Lo sé – respondió su madre – pero en todo caso tenemos que ver qué quieren, si te acusan de algo ya nos meteremos en los jaleos pertinentes.

Ambos volvieron a guardar silencio.

- No quiero volver a verle… – articuló la mujer de repente, apretando con fuerza el volante – no quiero volver a ver a ese hombre.

Aquello llamó la atención de su hijo, que la miró preocupado, en los ojos de Adela había miedo, miedo y odio, y aunque sabía que sus padres estaban peleados con clan Belnades, siempre habían hablado de ellos con indiferencia.

Tardaron unos 15 minutos más en llegar a un restaurante de alto nivel, entraron – gracias a dios aún llevaban la ropa que se pusieron para ir a ver a Rose – y, siguiendo a Adela, se adentraron en una puerta que, supuestamente, daba al almacén de productos de limpieza, detrás de la cual había un pasillo de moqueta roja y paredes estucadas.

- ¡Un pasadizo secreto! – Exclamó Erik con sorna - ¿Y de qué me suena a mí todo esto?

- ¿Dónde está papá? – preguntó Luis a su madre.

- Ya se encuentra aquí – respondió ella – nos llamaron casi a la vez que despegabais vosotros, así que salimos de Almería con rapidez.

El pasillo desembocó en unas escaleras descendentes, Simon contuvo un comentario sobre lo familiar que le resultaba lo del subterráneo secreto y siguió bajando junto a los demás hasta que llegaron a una pesada puerta metálica que Adela abrió sin dificultad y que les dio acceso a una pequeña antesala con cómodos sillones y una especie de mapa situado al lado de la puerta siguiente.

Al parecer, aquel lugar era todo un complejo.

- Esperemos aquí – indicó Adela a los tres jóvenes.

Agotados como estaban – especialmente el hermano menor – los Belmont sintieron la tentación de dejarse caer en los mullidos asientos, pero temiendo despertar las iras de su compañero prefirieron quedarse de pie, en cuanto a Luis y su madre, ambos estaban tensos, ella nerviosa y él notablemente enfadado, casi hostil, con las manos en los bolsillos y golpeteando el suelo con el pie.

Entonces la puerta de madera que debía dar acceso a la siguiente sala se abrió, y Juanjo, sudoroso, con una expresión de extremo agotamiento en la cara, apareció por ella.

- ¡Hola! – saludó intentando aparentar algo de ánimo.

Luis le saludó con un gesto en la cabeza y los dos hermanos alzaron la mano, Adela por su parte se dirigió a él, lo abrazó y se besaron largamente, ambos estaban igual de tensos, incluso temerosos, y juntos daban la sensación de haberse quedado sin fuerzas.

- ¿Todo bien, cariño? – le preguntó ella.

- Así así – respondió él con una semisonrisa – esto me está costando horrores.

Los padres se separaron e inmediatamente Juanjo se dirigió a los jóvenes.

- Pasad – les pidió – nos esperan en la sala central.

Simon y Erik emprendieron el camino, pero Luis no se movió.

- ¿De qué va todo esto? – Preguntó desconfiado – primero tenemos que venir casi a la fuerza y ahora parece que no queráis veros con quien sea que nos vaya a recibir, ¡y ni siquiera sabemos con exactitud lo que nos trae aquí!

- Hay asuntos que tratar con el patriarca de los Belnades – explicó el padre – no había más remedio que haceros venir, además, está el asunto de Kasa.

- Lo de Kasa se podía tratar mediante intermediarios – replicó Luis – y del resto puedes ocuparte tú mismo… yo no pienso entrar ahí, no quiero tener nada que ver con esta gente.

- Esta gente – respondió Adela – son tus abuelos, tus tíos y tus primos, además, es a ti a quien quieren ver…

- ¡Pues yo no quiero verles! – Estalló – ¡Nunca les he visto en 23 años! ¡Para mí no existen! ¡Ninguno de ellos se ha esforzado en crear una relación o estrechar lazos entre las dos familias!

Juanjo lo miró con severidad.

- No hables de lo que no sabes, Luis – contestó tajante.

El joven se calló instantáneamente y acompañó a los demás, mordiéndose el labio inferior de pura rabia, cruzaron un pasillo, otra sala y, finalmente, llegaron a una sala enorme, un despacho similar al de Rose en dimensiones, pero de diferente decoración, con dos armaduras medievales montadas cada una en una de las esquinas posteriores, una araña de cristal alumbrando desde el techo y, en el centro, una gran mesa de despacho en la que se hallaban sentadas dos parejas, en el centro, una pareja de ancianos, ella delgada, de abundante cabello caño recogido en una coleta y mirada benevolente y él, calvo, de rostro decrépito, barba incipiente y ojos ciegos, la otra pareja se había distribuido a los lados de la central, siendo ella una mujer de labios gruesos y rojizos, pestañas largas, pelo negro rizado y semblante sombrío y él con grandes entradas en su pelo corto y castaño, un gran barba y mirada severa, que en aquel momento se mostraba apagada.

Apenas se acercaron a la mesa el viejo alzó la cabeza y dibujó una sonrisa en su arrugada boca.

- Ahhhhh, conozco esos andares – dijo con voz ronca - no han cambiado nada… mi pequeña Adela.

- Por favor don Malaquías – intervino ella con sequedad – no haga que me arrepienta de haber vuelto a pisar éste lugar… estoy aquí en calidad de acompañante de mi hijo, nada más – acto seguido miró al hombre de la barba y lo saludó alzando la mano, a lo que él respondió con el mismo gesto.

- ¿Tu hijo? – Preguntó la anciana - ¿Es ese joven rubio de ahí? El famoso Luis… - la mujer los barrió con la mirada – y vosotros – continuó, mirando a los hermanos – debéis ser los hijos de Schneider y Selene - Los dos muchachos asintieron – me alegro de veros…

Luis, que no había hecho movimiento alguno desde que se posicionaron frente a la mesa, reparó en sus padres, ambos lanzaban una intensa mirada de odio hacia el viejo Malaquías.

- Ahora que ya estamos aquí puede decírnoslo – intervino Juanjo - ¿Qué es exactamente lo que necesita de Luis?

El anciano torció el gesto.

- ¿Ya no respetas las formalidades, Juan José? – Preguntó – el clan Belnades te dio una educación, como mínimo deberías presentarme a vuestros dos acompañantes.

- Hace 24 años que no soy un Belnades – respondió el hombre con hostilidad – no tengo nada que respetar.

El viejo negó lentamente con la cabeza.

- Odios… rencores… todo eso no lleva a ninguna parte…

- ¡No pretenda que no le guarde rencor por lo que hizo! – Exclamó Juanjo en respuesta - ¡Todo lo que sucedió fue sólo culpa suya!

- Por favor… - les interrumpió el hombre de la barba con voz ronca - ¿podemos ir a la cuestión de una vez?, ya lo discutiréis luego.

Juanjo bajó la cabeza, avergonzado.

- Claro… perdona, Rafa.

Se hizo un incómodo silencio, hasta que Luis dio un paso al frente.

- ¡Aquí me tiene! ¿Puede decir ya para qué quería verme?

El anciano sonrió.

- ¡Que movimientos tan llenos de energía! Como se nota que eres el hijo de Juanjo… Luis ¿verdad? Si… yo te hice llamar… tengo una misión que encomendarte…

¿Una misión? ¿Sus padres le profesaban un odio visceral y aún así iba a encargarle una misión? ¿Sin conocerle siquiera?

Quiso contestar, pero una severa mirada de su madre le hizo desistir.

- Dígame cual es – dijo finalmente – y ya veré si acepto o no.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Malaquías.

- Supongo… que sabes quién es Kasa Belnades, te cruzaste con él hace un tiempo… le sacaste un ojo en combate.

Luis guardó silencio ¿Kasa? Aquello le descolocaba ¿No sabían que estaba muerto?

- Sí, sí que le recuerdo – respondió tras unos segundos de duda - ¿Por qué lo menciona?

- Por que tu misión es… encontrarle, enfrentarte con él… y matarle – sentenció el viejo con dureza.

Ante sus últimas palabras hubo diversas reacciones, la mujer de los labios gruesos hundió su cara entre las manos, el hombre de la barba, Rafael, cerró los ojos con un gesto de resignación, Adela abrió los ojos y – ligeramente – la boca en expresión de sorpresa y Juanjo tragó saliva, mientras su expresión de odio se acentuaba.

- ¿¡Qué!? – Preguntó Luis sin acabar de creer lo que oía.

- ¿Matar a un miembro de su propio clan? – preguntó Erik, horrorizado.

- ¡Este tío está loco! – exclamó Simon.

- ¿Y qué ha hecho Kasa para merecer tal castigo? – preguntó Juanjo.

El anciano bajó la cabeza.

- Kasa ha violado una de las normas más importantes del clan y ha robado uno de los libros que custodiábamos desde hace siglos… tú debes saber cual es, Juan…

El hombre negó con la cabeza, pero no porque no lo supiera, si no porque no podía creer la medida que se iba a aplicar sobre el pobre desgraciado.

- Kasa ha robado el Necronomicón – intervino la anciana – y tememos que tenga malas intenciones.

Luis se rió.

- ¡Vaya! Siento decepcionarles – dijo – pero creo que no voy a cumplir esa misión.

- Y ¿por qué? – preguntó el anciano.

- No hará falta, yo mismo lo maté esta madrugada en un duelo.

El viejo chasqueó la lengua.

- Joven ignorante… me temo que te equivocas - Metió su mano bajo el escritorio y rebuscó en un cajón del que sacó, al poco, un grupo de pequeños relojes de arena, del tamaño de un dedo, cada uno con una placa metálica con un nombre escrito, entre ellos había uno en el que figuraba el nombre de Kasa Belnades – cuando un miembro de nuestro clan nace, yo mismo creo uno de éstos relojes, que miden el tiempo que lleva vivido y el tiempo que le queda… éste artefacto se rompe cuando aquel al que representa muere… y el de Kasa sigue entero.

- ¿Otra vez… vas a recurrir a lo mismo? – preguntó Juanjo de repente, desde su posición.

El anciano giró la cabeza hacia él.

- ¿De qué hablas? – preguntó con altivez.

- ¿Otra vez… vas a deshacerte de quienes manchan el nombre de los Belnades… Padre?

Luis se quedó estupefacto ¿¿¿Padre???

- ¿Se te ocurre alguna otra solución, Juan José? – Preguntó fríamente el viejo – Sabes que no hay otra salida.

- ¡Ya! ¡Como cuando nos expulsaste a Adela y a mí del clan!

- ¿Aún sigues dolido?

- ¡¡¡SIEMPRE ME HA DOLIDO!!! ¡¡¡Y ME DUELE AÚN MÁS VER QUE SIGUES HACIÉNDO LO MISMO!!!

Los dos hermanos, así como Luis, miraron sorprendidos a Juanjo, un hombre cuya entereza y serenidad nunca se habían visto alteradas por nada, ni tan siquiera al enterarse de la desaparición de su hija.

Pero ahora rebosaba rabia, y odio…

- ¡¡¡SIEMPRE QUE ALGO ALTERA TU ORDEN PREESTABLECIDO NO BUSCAS OTRA SOLUCIÓN QUE NO SEA DESHACERTE DE ELLO!!! – Continuó - ¡¡¡Y CUANTO MÁS EFECTIVA, MEJOR!!! ¿CUÁNTO TIEMPO LLEVAS DESEANDO HACER ESTO? ¡MATAR A ALGUIEN! ¿QUÉ CLASE DE PATRIARCA ERES?

El viejo lo miraba impasible mientras Juanjo seguía gritando, entonces Adela lo cogió de un brazo y, con mirada suplicante, le pidió que parara, mientras, Erik cogió el reloj de Arena de Kasa, y lo examinaba con atención.

- ¿Es todo lo que tienes que decir? – preguntó el anciano con indiferencia.

- Es usted basura – respondió Adela antes de que su marido articulara palabra alguna.

- Mira quien vino a hablar – respondió él con una sonrisa – eres perfectamente consciente de que si tú nunca te hubieras cruzado en el camino de mi hijo jamás lo hubiéramos expulsado del clan.

Ella bajó la cabeza, incapaz de responder a eso, su esposo apretó los dientes, furioso, y rodeó con uno de sus brazos los hombros de Adela.

- ¡El único responsable de todo eso eres tú y lo sabes! – Respondió - ¡Ella no tiene la culpa de nada!

Malaquías abrió la boca para responder, pero en ese momento Erik intervino.

- Oiga viejo ¿Estos chismes se pueden averiar? – preguntó.

- Vaya tontería – respondió el anciano – Es un conjuro muy sencillo ¡No pueden estropearse!

- Entonces – el pelirrojo tendió el reloj de arena a Juanjo y a Luis - ¿Alguien me puede explicar esto?

Juanjo se adelantó y lo cogió, comprobando que, para su sorpresa, en el interior de cada una de las cápsulas la cantidad de arena contenida era la misma, además, ésta no caía de una a otra lo colocara como lo colocara.

- Dios mío – murmuró horrorizado.

Luis se acercó alarmado, y no pudo evitar sorprenderse también.

- Hijo… tienes que aceptar esa misión – concluyó Juan José.
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