CastleVania: Twilight Rhapsodia [Episodio 76]

Testudo quietude

- Entonces… finalmente han despertado.

- Así es.

Las hermanas Lecarde se hallaban en su pequeña sala de conferencias, mirando la gran pantalla, en la que se mostraba a Adela y Juanjo, sentados juntos en el salón, mirándolas también a ellas.

La Fernández suspiró tras unos segundos de silencio, en cierto modo parecía aliviada, pero un gesto de preocupación idéntico al de su marido se dibujaba en su rostro.

- Realmente ha tardado – comentó – el poder de Simon debió haberse manifestado hace ya un par de años, o al menos así lo habíamos calculado.

- Es un poco difícil de tratar, sólo actúa cuando lo cree conveniente – respondió Loretta a esto – así que no me extraña que su poder no se haya manifestado hasta que ha sido plenamente consciente de la situación.

- ¡Le ha costado! – exclamó Stella, burlona.

- Bueno, aunque un poco corto de miras, el chico es noble – opinó Juanjo – y aprende rápido, sólo será necesario que Erik y Luis hagan bien su trabajo…

- No dudo que así será – opinó la mayor de las Lecarde – esos dos son lo bastante responsables como para hacerse cargo de su aprendizaje.

Ninguno de los españoles respondió esta vez, y fue él quien tomó la palabra tras casi un minuto de cavilaciones.

- Y hablando de ello… ¿Están seguras de lo que me han contado respecto a Erik?

La menor asintió con la cabeza.

- Nunca lo habíamos visto en vivo, pero coincidía a la perfección con lo descrito en el tratado que se nos proporcionó hace un par de décadas.

- Lo vimos perfectamente – completó Stella – al terminar no quedaba ni rastro de la energía venenosa, fue como si la hubiera sellado en su interior.

- Si es así – contestó Juanjo – entonces sin duda es ese poder…

- ¿Por qué esa cara de preocupación? – preguntó la mayor, sorprendida - ¡Es un poder excelente! ¡Si lo dominara seguramente podría ser de gran ayuda!

- Todos conocemos el origen de ese poder, Doña Stella, estoy seguro de que cuando lo vieron pensaron en lo irónico que resultaba que estuviera en manos de un Belmont.

- Sí, desde luego – admitió la mayor.

- Es difícil no pensarlo – comentó la menor.

Juanjo suspiró de nuevo y alzó la cabeza por unos instantes, antes de volver a su posición normal.

- Selene pensó lo mismo que ustedes dos… al principio, pero cuando nació Simon y se confirmó que él sería el heredero del Vampiro Killer, las cosas cambiaron…

- Ya saben – continuó Adela – el que no hereda el látigo suele ser el más problemático.

- Sí… - respondió Loretta – tenemos un caso demasiado reciente, me temo.

- Cuando nos confió a sus hijos, en previsión de no regresar, nos pidió que tomáramos medidas respecto a… “eso”

- ¿Medidas? – preguntó la menor con curiosidad - ¿Qué medidas?

- Sellar ese poder – aclaró el marido – y negarle cualquier conocimiento del mismo…

- Erik nunca tuvo acceso a ningún dato sobre sus antepasados por parte de madre – comentó su esposa – y convertimos todo lo relacionado con la organización a la que ella pertenecía en una simple leyenda.

- Bueno, ya de por sí ella nunca lo revelaba, cuando Selene estuvo bajo nuestra tutela siempre pensamos que era una aprendiz sin organización – contestó Loretta.

- Eran rivales de la hermandad después de todo – repuso Stella – que ella y Schneider contrajeran matrimonio fue poco menos que un milagro.

- Volviendo al tema – las interrumpió Juanjo - ¿Creen que por un casual pueda haber liberado conscientemente el sello?

Stella negó con la cabeza.

- Imposible – afirmó con rotundidad – sin embargo era su hermano quien estaba en peligro, puede que inconscientemente pusiera toda la carne en el asador y llegara hasta el punto de manifestar de nuevo ese poder.

- En todo caso hoy lo tendremos por aquí – comentó Loretta – de modo que tendremos la oportunidad de indagar a ver si realmente lo liberó a sabiendas.

Los Fernández arquearon una ceja ante aquello.

- ¿En su casa? – preguntó Adela enseguida - ¿Por qué motivo?

- Bueno… ahora sabemos cómo combatir a ese vampiro – contestó la menor de las Lecarde – pero Simon corre demasiado peligro y Luis no ha llegado tan lejos en su aprendizaje con el Angelium, así que Erik es el único candidato, y hemos de enseñarle lo necesario para poder sostener y ganar el combate.

- ¡Pero si no hay tiempo! – replicó la Fernández casi en un grito - ¡Estamos al tanto de todo y en cualquier momento puede caer otro niño! ¡Por no mencionar que ni siquiera se conoce el paradero de los otros seis!

Para tranquilizarla, Juanjo le colocó suavemente la mano en el hombro y tomó la palabra.

- Adela tiene razón – incidió – están arriesgando demasiado, especialmente sabiendo que, según lo que nos han contado, Erik necesitará magia para enfrentarse a algo así, ya que el desarrollo de la sensibilidad espiritual requeriría aún más tiempo, y por muy inteligente que sea siempre ha sido un negado a la hora de aprender hechizos que no sean de fuego… espero que hayan pensado en el adecuado.

- ¡Oh! – exclamó Loretta – sí, lo hemos hecho.

Tras unos segundos de silencio, mirándola a los ojos, Juanjo articuló lo que en aquel momento le pasó por la cabeza.

- Shekishiki Kisouen…

Como si de una silenciosa confirmación se tratara, las dos hermanas sonrieron.

- Ya… - continuó – estimo una semana de aprendizaje como poco…

La sonrisa de las hermanas se volvió pícara.

- Nosotras no estimamos más de 50 segundos – respondió Stella.

Los Fernández tardaron en caer en la cuenta.

- Un momento… ¿No estarán pensando en…?

- ¡No! – exclamó Adela, tajante - ¡Selene siempre quiso que ese poder permaneciera en secreto para Erik! ¡Una vez de forma accidental no importa, pero no pueden hacerle aprender un conjuro a sabiendas con ese método!

- Respetamos la decisión de Selene – replicó Loretta – pero el factor tiempo es importante: un día como mucho para aprenderlo y dominarlo… además, he tenido la oportunidad de bucear en su mente y… creedme – sonrió con amplitud – dudo mucho que jamás fuera a utilizar ese poder para su propio provecho, si es que llega a descubrir cómo utilizarlo.

- Erik no es estúpido – insistió la española – si descubre que lo posee tratará de averiguar cómo utilizarlo – el tono de su voz se agravó – es un poder muy grande, y él aún siente la necesidad de vengarse de la iglesia por el incidente acaecido hace dos años.

- ¿Y de veras crees que empleará ese poder en algo así? – la interrumpió Stella, tajante.

La Fernández quedó sin palabras.

- Como tú bien has dicho, Erik no es estúpido – continuó – hasta donde hemos podido ver ya ha empezado a trazar las relaciones entre todos los sucesos y ha comenzado a encajar el rompecabezas ¿de veras crees que antepondrá una vendetta personal ante lo que se avecina? ¡Desconfías mucho de tu hijastro!

El tono de voz de la Lecarde era severo, autoritario y cargado de reproche, Adela agachó la cabeza, pensativa y apesumbrada a la vez, buscando una forma de responder a aquellas palabras; mientras, Juanjo escuchaba pacientemente.

- ¡Estáis haciendo suposiciones en base a un tópico, que no tiene por qué cumplirse! – prosiguió - ¡Parece increíble que, habiéndolo criado prácticamente, desconfiéis de tal manera de él! ¡Eso no es de ser buenos…!

- Suficiente, Stella - la cortó el Fernández.

- Hermana, por favor, ya basta – intervino Loretta al mismo tiempo.

- Es cierto que le estamos colgando demasiado pronto el sambenito – reconoció el español – y que estamos mostrando una desconfianza demasiado exagerada, pero como ya se ha comentado antes, hay antecedentes que pueden llevarnos fácilmente a la preocupación.

La hermana mayor suspiró y se llevó la mano a la frente.

- Ese muchacho ha heredado el carácter y sentido de la justicia de su madre… no tenéis por qué preocuparos, en serio.

Guardaron silencio todos por unos instantes, era evidente que no había nada más que discutir.

- Bien… - concluyó Adela – visto lo visto lo único que podemos hacer es confiarles a Erik y pedirles que no se excedan a la hora de “enseñarle”

- Puedes confiar en que no lo haremos, Adela – respondió Loretta con una sonrisa.

- Discrepo totalmente con eso, hermanita – intervino Stella con un marcado deje irritado.

- Pero no lo haremos – insistió Loretta – era la voluntad de Selene después de todo.

- Exacto – incidió Juanjo – y como antiguos amigos suyos esperamos que la respeten.

- Así se hará… - aceptó la mayor de las Lecarde con desgana.

- Os informaremos de cómo aconteció todo – se despidió la menor - ¡Hasta más ver!

Las pantallas se apagaron tras la despedida de los Fernández, que no perdieron su intranquilidad ante lo que se avecinaba.

Era cierto que Schneider, que no fue digno heredero del Vampiro Killer, sí que fue un Belmont honorable que supo utilizar sus capacidades con sabiduría, pero a cambio hubo otro Belmont de su misma condición que llegó a ambicionar poder hasta el punto de causar una gran desgracia.

En aquellos momentos se maldijeron por saberlo, no podían evitar temer que Erik, que siempre estaba entrenando y adquiriendo más fuerza, conocimientos y sabiduría, alcanzara algún día tal grado de ambición.

Horas más tarde, kilómetros al norte, en la casa de los Lecarde, Simon despertaba con la sensación de haber vivido un placentero sueño; se sorprendió y alivió al comprobar que su cuerpo no le dolía y que prácticamente había recuperado todas sus fuerzas, en esta tesitura sonrió y permaneció relajado hasta que finalmente abrió los ojos y se incorporó en la cama.

Al barrer la habitación con la mirada se encontró con que todo estaba como hace dos noches, algo que lo dejó confuso, igualmente la luz blanquecina que entraba por la persiana le indicaba que la luna menguante brillaba en todo su esplendor aquella noche y también se encontró con que su hermano estaba en la cama de al lado, con los ojos pegados a un extraño libraco e iluminado con una simple linterna, tan concentrado que ni siquiera se percató de sus movimientos.

- ¿Has probado a salir al salón y ponerte la luz principal? – preguntó con tono burlón – ¡A este paso vas a acabar usando culo de vaso!

Al oír su voz Erik se sobresaltó y soltó el mamotreto.

- ¡Simon! – exclamó con una sonrisa – Gracias a dios ¿Cómo estás?

- A ver… - el joven Belmont movió una a una todas las articulaciones que pudo – No me duele nada y… ¡Ey! – se miró el torso - ¡Vendas nuevas y limpitas!

- Al final logramos cerrar la herida – comentó el pelirrojo con una sonrisa – me alegra que saliera bien…

- ¡Gracias! – señaló al libro - ¿Qué demonios es ese tochaco?

- Ah ¿Esto? – Erik lo cogió de nuevo con ambas manos y lo alzó para que su hermano viera las tapas – es un libro que Luis y yo cogimos de la biblioteca, creo que tiene algo que ver con el caso de los niños.

- ¿Y has sacado algo en claro?

- ¡Nop! Está en clave

Simon gruñó con fastidio.

- De momento estoy viendo a ver si hay algún tipo de código oculto – explicó el mayor – pero parece que nada…

Entumecido, Simon se estiró e hizo crujir algunas articulaciones.

- ¡Coño! – exclamó al sentir algunos crujidos – Ya debe ser más de medianoche y yo sin sueño… - se levantó de la cama y se dispuso a salir al salón – voy a comer algo.

Erik aceptó sin problema y se volvió a enfrascar en el libro, mientras él salía lentamente a la sala de estar.

Allí, encogido en el sofá y tapado con una manta ridículamente pequeña de color marrón oscuro, yacía Luis, dormido como un bebé; aparentemente había caído mientras veía la televisión, ya que ésta estaba encendida en el canal de noticias que, en aquel momento, daba las nuevas del mundo cultural.

Simon continuó su andanza hacia la cocina cuando algo llamó su atención.

Cuadros.

Cuadros de todos los tamaños con rosas de todos los colores, pulcramente pintadas y representadas con un realismo casi acongojante.

Desgraciadamente no entendía nada de francés, de modo que llamó a su hermano que, a regañadientes, le resumió la noticia en lo más importante.

- Se trata de una nueva exposición llamada “Rosas de la vida y la muerte” – explicó – la colocarán pasado mañana en el Louvre y estará abierta al público; la entrada es gratuita.

Los ojos de Simon refulgieron al oírla.

- Voy a ir – decidió casi al instante con una sonrisa de oreja a oreja – cuando esto lo expongan en Almería (si es que lo exponen alguna vez) yo llevaré 20 años muerto, y no pienso perder la oportunidad.

La noticia era en directo, y entrevistaban al artista a las puertas del museo, bajo la oscuridad de la noche, éste iba tan vestido que no podía distinguirse ninguno de sus rasgos, salvo su tez mortalmente pálida y sus ojos de un color castaño sanguinolento.

No obstante, fuera por la razón que fuera ninguno de los dos pareció prestar atención a aquel detalle.

- ¿Piensas ir al Louvre? – le preguntó Erik - ¿Tú sólo?

- Yo – Simon carraspeó con aire burlesco – no me pierdo de camino a la catedral de Nôtre Dame… tú tranquilo que con mirar un mapa me las apañaré.

El pelirrojo torció el gesto y, con un gruñido, se fue a de nuevo a la cama, pero se detuvo ante la llamada de su hermano.

- ¡Eh, Erik!

- ¿Sí? – preguntó volteando el torso.

- Cuando vuelva a la habitación tenemos que hablar… sobre mi combate.

El hermano mayor sonrió.

- No es necesario – contestó – Loretta ya escarbó en tu cabeza y nos contó todo lo que debíamos saber.

Con una mezcla de fastidio y resignación, Simon sonrió también y marchó a la cocina donde, en el frigorífico, parecía esperarle un buen pedazo de pastel de llamativos colores.

“Seguramente habrán celebrado el éxito de anoche” pensó mientras los dividía en dos partes y cogía una de ellas con la mano para empezar a devorarla “¡Pues yo no voy a ser menos”

Disfrutando del dulce salió de nuevo a la sala de estar y cogió el mando para apagar la televisión; aún mostraban algunas de las obras de la exposición, entre las que enfocaron, colocado en un lugar privilegiado, un enorme lienzo que representaba el torso de una mujer emergiendo de los pétalos de una rosa gigante nacida de una pila de cadáveres ensangrentados en descomposición; el nombre del cuadro, grabado en una placa metálica, parecía ser “La dèese de la vie qui naît de la mort”

Su realismo lo hacía escalofriante y monstruoso, el cuerpo de la mujer tenía una tonalidad verdosa que la hacía parecer vegetal, el cabello se le pegaba a la piel como apelmazado por la sangre o por una suerte de placenta que también bañaba el resto de su cuerpo y con las manos recogía grácilmente el líquido carmesí vertido por los espacios entre los pétalos, su rostro estaba coronado por una extraña combinación entre una candorosa sonrisa inocente y la más malévola de las sonrisas.

Incapaz de soportar aquella visión mientras aún comía, apagó la caja tonta con rapidez, devoró el pedazo de tarta y se fue a la cama, dando las buenas noches a su hermano para instantáneamente cerrar los ojos y tratar de volver a dormir.

Una extraña sensación, provocada por aquel grotesco cuadro, inundaba sus pensamientos.

Ahora sí, definitivamente, tenía que ir a aquella exposición.