Prelude of Twilight

Publicado: 20:50 10/06/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Honor

- ¡Joder! ¿¡Pero qué ha pasado!?

- ¡Juanjo! ¿¡Quien le ha hecho esto!?

Los dos hermanos olvidaron momentáneamente su agotamiento y corrieron hacia los Fernández, aterrorizados por el estado de Juan José.

- ¡Os lo contaré arriba, primero hay que dejarlo en la cama! – respondió Adela con premura mientras continuaba corriendo hacia la escalera, seguida de su hijo.

Preocupados y deseosos de conocer lo sucedido, Simon y Erik los siguieron hasta el piso siguiente, donde se encontraba la habitación de los padres, la 333; Luis se adelantó para abrir la puerta y, enseguida, la mujer comenzó a ordenar, apremiándoles.

- ¡Coged todas las toallas del baño y traedlas aquí! ¡Extendedlas sobre la cama! ¡VAMOS!

Sin ni tan siquiera pararse a rechistar, los tres jóvenes obedecieron, y a los pocos minutos la cama de matrimonio estaba cubierta por casi una decena de toallas, sobre las que Adela, con extremo cuidado, dejó a su marido.

- Bueno, ahora nos lo puede decir, supongo – intervino Erik - ¿Qué ha pasado?

Adela cogió una de las toallas que no se habían manchado y empezó a limpiar la cara de su marido con una mano mientras que, con la otra, le desabrochaba la camisa.

- Se ha enfrentado a Malaquías – respondió escuetamente.

- ¿¡Qué!? – preguntó Simon casi en un grito.

Erik, por su parte, interrogó a Luis con la mirada, que cerró los ojos y negó con la cabeza con gesto apesumbrado.

- Lo hizo sin decirnos nada – explicó el muchacho a los Belmont – cuando llegamos no pudimos pasar de la puerta del restaurante, y… - se detuvo y respiró un momento, aparentemente intentando mantener la compostura – al salir, estaba en éste estado.

- Pero… ¿Cuál fue el resultado del combate? – insistió el pelirrojo.

- Según él, ganó – respondió Adela mientras limpiaba ahora el torso de Juanjo.

La victoria de Juan José alegraba a los hermanos, pero un sentimiento de odio hacia el patriarca de los Belnades empezaba a crecer en sus corazones, viendo el estado en que había quedado su padre adoptivo.

Para ambos, el precio pagado por la victoria era demasiado alto.

Tras unos segundos de meditación se miraron, asintieron e hicieron el amago de salir por la puerta de la habitación, con un único objetivo en mente, pero la voz de Luis, autoritaria, los retuvo.

- ¿¡A donde creeis que vais!? – les preguntó el joven Fernández con voz potente.

- ¿A dónde crees tú? ¡Vamos a tomarle la revancha a ese mamonazo! – replicó Simon dándose impulsivamente la vuelta.

- No podemos dejar pasar algo así – explicó Erik a su colega – Ese vejestorio va a saber quienes somos los Belmont.

- ¡Ni se os ocurra! – Les interrumpió Adela, con la mano aún apoyada en el torso de Juanjo, mirándolos directamente, con severidad - ¡No tenéis ni idea de lo que es capaz ese hombre! Si le ha hecho esto a uno de los hechiceros más reputados de la hermandad… ¿¡Qué hará con vosotros, que no dejáis de ser simples luchadores!?

- ¡Lo único que sabemos es que ha dejado hecho un eccehomo a su propio hijo! – Le respondió Erik - ¿Qué clase de padre haría eso?

- ¡Como mínimo tenemos que intentarlo! ¡Esto no puede quedar así!

De nuevo se miraron y echaron a andar hacia la puerta, ya casi la habían cruzado cuando una voz ronca y débil, casi imperceptible, les hizo detenerse de nuevo.

- Ni se os… ocurra

Los Belmont, así como Luis, se dieron la vuelta, mirando a la cama, lugar de donde provenían aquellas palabras, allí una Adela entre sorprendida y preocupada observaba como su marido, hasta hace unos segundos inconsciente, se recostaba, con el rostro constreñido en un gesto de dolor y el cuerpo temblando de debilidad.

- No pienso per… no pienso permitir que crucéis esa… esa puerta.

- ¡Juanjo! – Adela se abalanzó sobre él y lo empujó para que se tumbara, pero éste no se dejó - ¡Túmbate, no hables! ¡Tienes que guardar fuerzas!

- Estoy bien… - dijo el hombre a su esposa intentando tranquilizarla – Y vosotros… escuchadme… no tenéis ningún… ningún derecho… a meteros en esto…

- ¿¡Pero por qué no!? – Cuestionó el hermano menor, cada vez más nervioso - ¡Mire como le ha dejado! ¡Apenas puede hablar!

- He vencido a mi padre en un… en un combate… justo… - replicó el hombre, levantando la voz para intentar resultar audible – sujeto… a las normas de la hermandad… uno contra uno…

- ¡Pero…!

- No puedo impedir que… que tengáis vuestros propios métodos y… y sentimientos, pero… - su respiración empezaba a entrecortarse, necesitando efectuarla por la boca – no pienso permitir que… os inmiscuyáis en… en un asunto… personal, ni tampoco que… que quebrantéis las normas… impuestas por la hermandad…

Erik apretó los puños.

- ¡A LA MIERDA LAS NORMAS! – Gritó perdiendo la compostura - ¡Si mi padre estuviera vivo y yo le desafiara ni de lejos se hubiera atrevido a dejar en ese estado! ¡Ni él ni ningún padre en todo este puto planeta!

Juanjo bajó la cabeza jadeando, tomando aire mientras parecía meditar, después miró directamente a los ojos del hermano mayor.

- Sois los hijos de… de mi mejor… mi mejor amigo, no… no unos matones… He ganado el combate… limpiamente… sabía a lo que me… exponía… enfrentándome a él… no hay revancha que… que valga… - Volvió a bajar la cabeza, agotado, sentía que las fuerzas le fallaban y no había un solo músculo que no le doliera – hacer lo que pretendéis, sería… sería deshonroso.

Simon y Erik se debatían ahora en la duda, ciertamente aquello no estaba bien, pero cada vez que veían el estado del Fernández se visualizaban dejando a Malaquías en el suelo, vomitando sangre.

- Si lo habéis entendido… no crucéis… esa puerta… salvo para ir a… a vuestras habitaciones – concluyó Juanjo.

- Eso es… - respondió Erik - ¿Una petición?

El hombre apretó los dientes y alzó la mirada una vez más, con una severidad extrema.

- Eso es… una ÓRDEN… de vuestro… vuestro superior… Juan José… Fernández Fer… Fernández… tercer maestro hechicero… de la hermandad… de la luz…

Parecía querer continuar, pero en ese momento se dobló y vomitó otro chorreón de sangre sobre la cama, ante lo que Adela, aterrorizada, lo sujetó y, una vez hubo terminado, lo tumbó de nuevo, mientras sollozaba.

Simon y Erik sólo podían observar la escena, con lágrimas de rabia e impotencia en los ojos.

- ¡Ya basta! – le ordenó con la voz quebrada - ¡No hables! ¡No hables más! ¡Reserva fuerzas por Dios! ¡Y vosotros! – Exclamó mientras se dirigía a ellos - ¿¡Lo habéis comprendido!?

Ambos asintieron, sintiéndose obligados a obedecer la voluntad de Juanjo, aunque fuera en contra de sus deseos.

La mujer sonrió levemente, conforme, conociendo la irrompibilidad de la palabra de los hermanos – tal vez uno de los pocos rasgos que compartían – y después se inclinó sobre su marido para comprobar que aún respiraba.

- Te preocupas… demasiado… - le dijo éste con los ojos cerrados, respirando con dificultad.

Ella negó con la cabeza, él se rió entre débiles toses.

- Escucha, voy a dormirte – le indicó Adela – tengo que reparar los daños internos más importantes, y así será más fácil ¿De acuerdo?

Juanjo asintió y cerró los ojos, con una semisonrisa, ella colocó su mano suavemente sobre la cara de su marido, la hizo brillar un momento y enseguida su marido estaba totalmente roque, respirando relajadamente, con la boca abierta.

La mujer lo miró con ternura y después se levantó.

- En cuanto a vosotros… deberíais echaros a dormir de una vez – dijo a los tres – todos hemos tenido una noche ajetreada y necesitamos descansar… en vuestro caso creo que con ésta ya van tres noches sin pegar ojo.

Lentamente se encaminó hacia Simon, fijándose en la herida de su brazo.

- Hombres lobo – se excusó él con rapidez – Nos metimos por donde no era…

- Ya veo – comentó ésta mientras retiraba los jirones de lo que quedaba de la manga de la camisa – afortunadamente es sólo un zarpazo, los mordiscos de licántropo son imposibles de curar.

Dicho esto colocó su mano sobre la laceración y, con un suave destello turquesa, la curó, haciendo lo propio con la brecha de su cabeza, ya cerrada por la sangre seca.

Al terminar miró a Erik, al que lanzó una mirada suspicaz, haciéndose evidente que había notado la naturaleza de sus heridas, muy diferentes a lo que deberían ser las secuelas de un combate contra un grupo de licántropos.

El muchacho tragó saliva mientras Adela, en dos zancadas, se dirigía a él con mirada seria para, acto seguido, agarrarlo con fuerza de la clavícula y el hombro izquierdo y hacerlos crujir con un brusco movimiento.

- ¡AY! – Se quejó el pelirrojo - ¡Joder! ¡Más cuidado coño!

- Me pregunto como demonios lo has hecho para dislocarte un hombro TU precisamente – comentó ésta con gesto divertido mientras, uno por uno, recorría todos los cortes que poblaban el cuerpo de Erik, curándolos.

Ahora que lo decía, tenía razón, desde la táctica suicida de derrotar al jefe de la manada en caída libre había notado que el brazo con el que había golpeado le molestaba. Ni se había dado cuenta de que la articulación estaba dislocada…

- ¡Venga! ¡A dormir! – Ordenó a los tres jóvenes, que tras un cansado “buenas noches” se encaminaron hacia la puerta – Un momento… - Cogió a Erik del hombro, reteniéndolo, con lo que Simon y Luis se detuvieron – Erik ¿Puedo hablar contigo?

El pelirrojo la miró durante unos segundos y después se dirigió a los otros dos.

- Yo iré ahora – les indicó – Tirad delante.

- Está bien – aceptó su compañero de armas – abajo te esperamos.

Y salieron tras despedirse con la mano, Adela esperó a que estuvieran en las escaleras, lo que corroboró gracias a un sonoro bostezo del hermano menor.

- Bueeno… ¿De qué se trata? – preguntó el joven curiosidad.

La mujer se cruzó de brazos y lo miró inquisitivamente.

- Dime… ¿Qué ha sucedido ésta noche?

- Puessss… - El muchacho buscó una respuesta verosímil mientras se rascaba la nuca – Simon y yo salimos a dar una vuelta por ahí y nos despistamos…

Adela sonrió incrédula, su mirada tomaba un ligero cariz de mala leche.

- Y a Juanjo lo han pillado por sorpresa en la calle y le han dado una paliza de muerte un grupo de borrachos… No soy tonta ¿Sabes? Ningún hombre bestia sería capaz de hacer semejantes heridas.

El pelirrojo resopló.

- Bueno va – replicó – está bien… nos cruzamos con un grupo de vampiros, algunos llevaban armas blancas y hemos tenido algunos problemas.

- Y Simon sale sin un rasguño mientras que a ti casi te arrancan la piel a tiras ¿no?

Erik torció el gesto, contrariado, y dio una vuelta sobre sí mismo mientras volvía a resoplar; Adela por su parte continuaba mirándolo, con un deje de decepción.

- Esas heridas – continuó – no son normales ni para un arma blanca, probablemente no te hayas dado cuenta pero… estaban cauterizadas, y eso sólo se puede hacer de una forma… - De repente su mirada se desvió a la mano izquierda del muchacho - ¿Me enseñas tu mano?

El pelirrojo suspiró resignado y se la mostró, ella abrió ampliamente los ojos en un gesto de sorpresa ante aquella visión, después lo miró con gesto de preocupación.

- Mira Erik… tú nunca me has mentido, ni yo a ti tampoco… y no quiero que ésta sea la primera vez… tienes que decirme con quien te has enfrentado ésta noche.

- Es una historia demasiado larga – respondió él – y lo primero es – desvió la vista hacia Juanjo, que yacía en la cama, respirando con la boca abierta – lo primero, mañana se lo contaré con tranquilidad, pero sólo a cambio de que nadie más lo sepa ¿De acuerdo?

La mujer asintió y enseguida colocó su mano sobre la palma de la de Erik.

- Acepto – frunció el ceño mientras cerraba los ojos, explorando la quemadura – Aquí hay daño espiritual – observó – puedo curarte la quemadura, pero eso se tendrá que reponer sólo, poco a poco.

De nuevo hizo brillar su mano, ésta vez con un tenue fulgor rojo, y los restos físicos de la quemadura desaparecieron.

- Ahora ve y descansa – le indicó – Si no me equivoco Luis le dirá mañana su decisión al clan Belnades y después iréis a donde teníais planeado ¿no?

El muchacho asintió con la cabeza y retiró la mano.

- De todas formas – comentó – mañana habría tenido que hablar con vosotros sobre algo importante.

Adela arqueó una ceja.

- ¿Sobre qué? – preguntó con curiosidad.

- Es algo relacionado con Alicia… y el regalo que mi hermano le hizo la noche que la secuestraron.

- ¿Las cruces gemelas?

Erik asintió de nuevo y se dio la vuelta, echando a andar hacia la puerta, cuando casi había salido la mujer lo retuvo de nuevo.

- Oye… ¿Has vuelto a sentir aquella energía?

El pelirrojo negó con la cabeza y suspiró.

- No, pero francamente, me gustaría volver a sentirla.

Se sonrieron, y el muchacho salió definitivamente de la habitación, para ir a la suya propia.

Cuando hubo bajado ya por las escaleras, Adela volvió a la cama con su marido y reanudó la tarea de quitarle la camisa, rasgada y ensangrentada, limpiando cuidadosamente las heridas en el proceso, y acto seguido el pantalón, dejándolo semidesnudo.

La mujer tiró las ropas – ya inservibles – al suelo y lo miró una vez más – aún en aquella situación, no podía dejar de resultarle atractivo, robusto pero no excesivamente musculado, con un gesto serio que no desaparecía ni durmiendo – antes de cerrar los ojos y comenzar a explorar minuciosamente los órganos.

Mientras tanto, abajo, Erik llegaba a su habitación y se despojaba de su querida camisa negra, ahora destrozada, tirándola al suelo con desgana para después sentarse en la cama, aún pensativo y, al mismo tiempo, muerto de sueño.

Y es que, si antes no podía quitarse de la cabeza aquella simple foto, ahora era la actitud de la muchacha la que le llenaba de dudas; irritado consigo mismo - ¡Déjate de polladas y duerme, coño! – se quitó los pantalones en un rápido movimiento y se tumbó, tapándose la cabeza con la almohada para aislarse de toda distracción externa.

Estaba cogiendo ya el sueño cuando, de repente, alguien – o algo – le tocó el pie, lo que le sobresaltó, poniéndose en guardia antes de darse cuenta que, al los pies de su cama, Luis esperaba a que se despabilase, apoyándose en la pared.

- Amh, eres tú – resolvió sin disimular el tono de fastidio de su voz - ¿Qué hay?

- Venía a ver como estabas – contestó Luis con una semi sonrisa.

- Hoy por ti y mañana por mí ¿eh?

La sonrisa del Fernández se acentuó.

- La verdad es que… necesito hablar – confesó el chico del pelo pajizo.

- Bueno, pues… hablemos – aceptó Erik - ¿De qué se trata?

Luis desvió la vista por un momento, y después clavó sus ojos en los de su compañero.

- Voy a hacerte una pregunta, y sé sincero – le espetó - ¿Tú que harías?

- Si se trata de una cita contigo, no aceptaría ni por todo el oro del mundo – bromeó el Belmont que, confuso, no podía imaginarse de qué hablaba Luis.

- ¡No, hombre! ¡Hablo de Kasa! ¿Aceptarías la misión de matarle?

Erik bajó la cabeza, meditabundo, y sin alzarla, rascándose la nuca, contestó.

- Puessssss… sí, supongo que sí… es decir – miró de reojo a su colega – es más peligroso de lo que nos imaginábamos ¿no? Siendo así lo mejor para todos es acabar con él.

- ¿Aún sabiendo… – suspiró – aún sabiendo que lleva tu propia sangre?

El Belmont dejó de rascarse y miró más directamente a Luis, extrañado.

- Tenía entendido que odiabas a los Belnades…

Luis suspiró de nuevo.

- Pero no puedo dejar pasar el hecho de que… sea mi primo.

Erik torció el gesto, deduciendo que tendría que esperar, al menos, otra hora para poder dormir.

¿Por qué demonios Luis, cada vez que se encontraba en una encrucijada ética, tenía que echar mano de él?

- Un piso más arriba – le replicó – tienes la prueba de que los lazos biológicos no significan gran cosa, y en ésta habitación tienes otra… No es que pretenda darle la razón a los Belnades, pero creo que todos tenemos claro que Kasa es un peligro público.

- Ya, si eso lo sé – respondió Luis – pero también es cierto que Kasa no es el culpable de su estado actual.

- Hombre… – el pelirrojo se mesó el cabello – puestos a buscar culpables podemos empezar por el Árabe loco que escribió el Al Azif y acabar por Malaquías, que no tomó las precauciones necesarias para poner el libro a buen recaudo, si por gilipollas que no quede, hombre.

El Fernández chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

- ¡No hablo de ese tipo de culpables! Quiero decir… me refiero a que tal vez Kasa no sea consciente de todo lo que está haciendo.

El pelirrojo arqueó una ceja.

- ¿Quieres decir que actúa contra su voluntad?

Luis asintió.

- No hablamos de un libro de nigromancia común, si no del que contiene las enseñanzas directas de los primigenios… no sería el primer caso de alguien que es controlado por él.

Erik se llevó la mano a la barbilla, pensativo.

- Ya veo… comprendo a donde quieres llegar…

- La magia del Necronomicón no es absoluta – sentenció Luis – hay una forma de revertirla, pero necesitaré tu ayuda para ello, tienes que responderme a una pregunta.

El joven Belmont sonrió.

- Soy todo boca y oídos.

Por otro lado, arriba, Adela ya había terminado de sanar las heridas internas más graves de su marido, y se encontraba soldando los huesos, en concreto los de las piernas, cuyas tibias, dañadas por la presión extrema a la que se sometió en dos ocasiones a lo largo del combate contra Malaquías, se habían astillado y amenazaban con romperse.

A lo largo de todo el proceso había rememorado, con cierta nostalgia, los momentos que más feliz la habían hecho desde su llegada a Almería: El nacimiento de Luis, su boda, determinados aniversarios, el nacimiento de la pequeña Alicia, cuando Erik y Luis completaron sus entrenamientos y aprobaron el examen de ascenso a Slayers…

Todo aquello lo habían vivido juntos.

Y ahora, sentía su familia, su mundo, desmoronarse como un castillo de naipes a merced de la brisa.

No pudo evitar que las lágrimas afloraran de nuevo, sensible como se encontraba en aquellos últimos días, se maldecía a sí misma por dejarse llevar tanto por las emociones.

Pero es que, sencillamente, no podía evitarlo, y los sucesos recientes habían colmado el vaso.

Antes de terminar con la pierna derecha se secó las lágrimas y volvió al trabajo, cuando la voz de su marido la sobresaltó.

- No paras ¿eh?

Sonrió, la voz sonaba más limpia y clara, sin signos de deficiencia respiratoria.

- No debo parar hasta que acabe, ya lo sabes – respondió ella – deberías volver a dormir.

Juanjo sonrió.

- Te esfuerzas demasiado.

Ella no respondió, ni siquiera se dio la vuelta, sencillamente continuó curándolo en medio de un pesado silencio.

- Eres un imbécil – articuló ella al poco rato.

- ¿Cómo? – respondió el hombre, esperando que sus oídos le hubieran jugado una mala pasada.

- He dicho – insistió la mujer - que eres un imbécil…

- ¿Pero se puede saber a qué…?

Sin darle tiempo a acabar, se sentó a horcajadas sobre su cadera, apoyándose con los puños cerrados sobre el tórax de su marido.

- ¡Imbécil, imbécil, imbécil, imbécil, imbécil, imbécil! ¡IMBÉCIL!

Acto seguido le dio una sonora y dolorosa bofetada y se dejó caer sobre él, quedando sus rostros a pocos centímetros.

Juanjo, enfadado, quiso responder, pero se calmó al ver que Adela lloraba desconsolada.

- Imbécil… - le increpó una vez más, entre sollozos - ¡IMBECIIIL!

- Pero oye… - ahora se encontraba confuso, incapaz de comprender la actitud de su esposa – Adela… ¿Qué ocurre? ¿Qué he hecho?

Ella continuaba llorando, con los puños apretados, temblando.

- ¿Que qué has hecho? – Se levantó ligeramente, mirándolo a los ojos - ¿¡Que qué has hecho!? ¿¡Te parece bien lo que has hecho!? ¿¡Te parece bonito!? ¡Mira como has acabado! ¡Mira cómo te han dejado! ¡Eres estúpido!

Juanjo comprendió; con esfuerzo, levantó un brazo y lo colocó sobre el hombro de Adela, apretándolo con las pocas fuerzas que tenía en ese momento, intentando consolarla.

- ¿¡Qué crees que hubiera sido de mí si hubieras muerto!? ¡Si te hubiera matado! – Continuó - ¡Eres mi vida! ¡Mi mundo! ¡Si me quitan a mi Alicia y Luis, Simon y Erik se van…! ¡Sólo me quedas tú! – Se encogió sobre él, llorando a voz en grito – Y si te matan ¡Me quedo sóla! ¿¡Por qué has hecho algo así!? ¿¡POR QUÉ!?

Un acuciante sentimiento de culpabilidad empezaba a invadirle, pensando ahora, en efecto, en la posibilidad de haber muerto a manos de su padre, pero por otro lado…

- Lo he hecho porque tenía que hacerlo, Adela…

- ¡No digas tonterías! – respondió ella entre sollozos.

- ¿Te parece una tontería lo que pasó hace 25 años? – Le preguntó su marido, serio - ¿Cuánto tiempo crees que iba a permitir que aquello continuara impune?

Ella se irguió, sentándose sobre él de nuevo, algo más calmada, mirándolo a los ojos.

- ¿Crees que he olvidado aquellos dos meses de convalecencia? ¿El riesgo que corriste? ¿Las complicaciones durante el embarazo a causa de aquello? ¿¡El trauma que todavía arrastras!? – tragó saliva, le picaba la garganta y su voz parecía volver a fallarle - ¡Cada vez que miro tu espalda y veo esa cicatriz odio a mi padre más que a nada en éste mundo!

Se detuvo de nuevo, tenía un nudo en la garganta y los ojos húmedos, ambos se miraban.

- Jamás podré perdonarme el haber llegado apenas unos segundos tarde – continuó, intentando contener el llanto de rabia que pugnaba por salir – para mí fue como si ese hijo de puta te hubiera violado.

Hizo un esfuerzo que se le antojó sobrehumano y se levantó ligeramente, acariciando el rostro de Adela, secándole una de las lágrimas.

- Eres lo que más aprecio en éste mundo… él mancilló tu honor… ésta noche por fin he hecho justicia.

Tras aquellas palabras se dejó caer, jadeando de cansancio; pese a que ningún órgano le dolía ya, su cuerpo le pesaba una tonelada. Cuando volvió a mirar a Adela, ésta le sonreía, y no tardó mucho en inclinarse sobre él, y darle un largo y dulce beso.

- Aún no debes hacer esfuerzos – le susurró – sigues estando débil.

Se sonrieron sin hablar, a apenas unos milímetros el uno del otro.

- He perdido la cabeza – dijo ella de repente – lo siento.

- No te preocupes – la disculpó él – no importa.

Adela se dio la vuelta y volvió a su pierna, no sin antes dedicarle otra sonrisa.

- Sigues siendo la hermana mayor… no tienes remedio – comentó Juanjo tras un rato de silencio, cuando Adela terminaba ya con sus piernas – siempre cuidando de mí.

Su esposa no pudo evitar reírse.

- Si no cuido yo de ti ¿Quién lo hará? – Preguntó con una sonrisa – tú sigues siendo el niño travieso que siempre vuelve cubierto de tierra y moratones.

- Creía recordar que nos conocimos de adolescentes – respondió Juanjo, divertido.

- Para mí, siempre has sido un niño…

Dio un par de palmadas en las piernas de su marido y se dio la vuelta, sonriente, para inclinarse sobre él y volver a besarlo.

- Se supone que estás herido y no deberías tener mucho ajetreo, pero… si lo hacemos con cuidado, no pasará nada… - le dijo con voz traviesa.

Juanjo se rió.

- ¿Y luego el revoltoso soy yo?

- ¡Ah! ¡Cállate! – le ordenó la mujer antes de volver a besarlo.

Fuera, a las puertas de la habitación, un muchacho de pelo pajizo, ataviado sólo con sus pantalones, que había acudido alertado por el llanto de Adela, sonreía satisfecho y aliviado.

- Mientras haya alegría… habrá esperanza – se dijo a sí mismo mientras reemprendía el camino al piso inferior.
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Comentarios: (del primero al último)
16:29 12/06/2007
Genial Osaka, genial.
Pero... me hiciste esperar mucho este capitulo.
Joder, estoy muy enganchado :P
20:01 12/06/2007
Lo siento ^^U

A causa de los exámenes tuve que dejar de escribir, dentro de poco recuperaré el ritmo
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