Publicado: 21:43 02/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Confused Feelings (part 2)
- ¿Ya se os ha pasado? ¡La que habéis liado en un momento! Luis salía de la habitación claramente enfadado, desde pequeño había detestado las disputas familiares, y con el bebé de por medio aún le molestaba más. - ¿No puede una pareja tener una discusión? – preguntó Elisabeth al Fernández, mosqueada por su reacción, mientras acunaba a su pequeño para volver a dormirlo – Era un asunto importante para nosotros. Luis negó con la cabeza. - No en presencia del bebé. Reparó entonces en François, que estaba sentado en uno de los sillones, aún cubierto de vendas y con un par de toallas superpuestas, con el objetivo de proteger el asiento de posibles manchas de sangre. - ¡Relájate, hombre! – sugirió - ¡Ya está todo bien! Lo cierto es que el francés parecía mucho más contento ahora, todo lo contrario que él, terriblemente tenso. - ¿Te pones así cuando una pareja discute? – preguntó Elise, asombrada, mientras devolvía a su hijo ya dormido a la cuna. El español alzó los hombros mientras negaba con la cabeza. - ¡Ojalá estuviera así sólo por eso! Y sin dar tiempo a Elisabeth y François a mediar palabra, se volvió a meter en la habitación de invitados. Allí le esperaban Erik, en calzoncillos y trasteando con su portátil, y Simon, vistiéndose con calma. - ¿Y tú a donde vas? - ¡Oh! – cogió el sobre con las fotos e hizo una graciosa pirueta con él – voy a buscar estos lugares y sacar las autenticas fotos. - París es muy grande – gruñó Luis en respuesta – te va a llevar todo el día. - ¡Tranquilo! – sonrió - ¡Yo no me pierdo buscando la catedral de Nôtre Dame! Erik sonrió divertido, aunque la burla iba también dirigida para él. - ¿Y piensas hacer las fotos con un móvil? – preguntó el Fernández en respuesta a eso – Te recuerdo que no tenemos cámara. - Una cámara es más barata que un móvil, tampoco lo necesito, el mío supongo que viene de camino para acá con el resto de nuestras cosas. Luis torció el gesto, ya sabía por donde iba. - ¿Cuánto necesitas? - Doscientos - ¿¡Tanto!? - Cámara, tarjeta SD, algún caprichillo… ¡Estírate hombre! Disgustado, el chico del pelo pajizo fue a por su ropa, cogió su billetera y sacó de ella su tarjeta de crédito, una flamante VISA platino. - Tienes un límite de trescientos. - ¡Bien! – el joven Belmont la cogió como si fuera lo más valioso del mundo - ¡No te arrepentirás! Acto seguido se dirigió a la puerta, canturreando, pero Luis lo paró en seco. - En silencio hasta que salgas del piso – lo avisó – René está durmiendo. Simon se calló y salió en silencio, cuando oyeron la puerta del piso cerrarse, Luis se dejó caer en la cama que había quedado libre y bufó. - ¿Trescientos? – preguntó Erik – ¿De donde ha salido tanta generosidad? - Dejémoslo en que no lo está haciendo mal de todo y que creo que se merece un premio. El pelirrojo arqueó una ceja. - ¿No podríamos considerar la cámara como un premio? - ¡Que va! – se estiró, intentando inútilmente relajar la tensión de su espalda – La cámara es material de equipo, luego la noche me dejas el ordenador y lo clasificamos como tal, así la hermandad nos devolverá lo que nos hemos dejado en ella. - ¡Dios! ¡Que tacaño! – exclamó su compañero entre risas - ¿¡Desde cuando eres así!? Luis sonrió levemente. - Cuando traigamos a Alicia de vuelta nos repartiremos el dinero de la misión entre los tres y aparte os caerá un buen pellizco a cada uno de mi cuenta, hasta entonces hemos de ahorrar el máximo posible ¿entiendes? Erik asintió y dirigió su mirada a Luis, inmediatamente se dio cuenta de que algo no andaba bien. - Tienes todos los músculos tensos – observó – parece que estés en medio de un combate. - ¿Sí? Se levantó y fue hacia él, inmediatamente empezó a apretar con cuidado sus bíceps. - ¿Qué te está provocando semejante estrés? - Ahora mismo que un tío me esté manoseando – bromeó. - No, en serio. El Fernández se levantó. - Demasiadas cosas – se llevó la mano a la frente – me siento como… bloqueado. Lentamente, como con pereza, se quitó el pijama y se empezó a vestir. - ¿No deberías dormir un poco? – le preguntó su compañero mientras volvía al ordenador. - No puedo – respondió Luis – no tengo el más mínimo sueño. Se despidió del Belmont y salió de la habitación, una vez fuera se encontró con que el salón estaba vacío, y se asomó a la habitación de matrimonio para comprobar que, en efecto la pareja descansaba en él junto a su hijo. Esbozó una leve sonrisa, deseó que, cuando todo hubiera acabado, pudiera encontrarse así con Esther. Acto seguido salió del piso y se encaminó hacia el terrado. Necesitaba aire fresco… y soledad. Una vez arribó a su objetivo y abrió la puerta sintió una ligera brisa helada en su cara, su sonrisa se acrecentó y cerró los ojos mientras salía y daba sus primeros pasos allí, empezaba a comprender por qué a Simon le gustaba tanto. Pero al contrario que el joven Belmont él no se asomó por la barandilla, si no que se sentó, apoyando su espalda en ésta, y dejó que el silencio lo envolviera. Paz. Su cuerpo y su mente le pedían paz. No pensar en el caso de los seis niños. No pensar en la actitud de la policía francesa. No pensar en Kasa Belnades. No pensar en Alicia. No pensar en… Entonces sintió una punzada de culpa en el estómago. ¿Relajarse? ¿Cómo podía pensar en ello? ¿Cómo pedía permitírselo? Pensó en Esther y en su madre, necesitaba desesperadamente su calidez. Pero era demasiado temprano ¿Cómo podía…? La sintonía de Rush Hour sonó en aquel momento, mientras su teléfono móvil vibraba en el bolsillo izquierdo. Lentamente lo cogió y descolgó, sin mirar siquiera la pantallita LCD. - ¿Sí? - ¡Luis, cariño! ¡Buenos días! Se sobresaltó al momento, era a quien más deseaba oír en aquel momento. - ¡Esther! – exclamó en lo que era casi un grito de alegría. - Sí, soy yo – confirmó ella riéndose - ¿Cómo estás? Luis sonrió y se mesó la melena, como si quisiera estar presentable ante aquella voz. - ¿Yo? Pu-pues… ¡Estoy bien! ¡Estoy genial! ¡Dios, estaba deseando oírte! - ¡Vaya! ¿Y eso? La voz de su novia reflejaba tanta alegría como la de él, estaba claro que se añoraban. - Es-estoy en París – explicó él – No he parado en un porrón de días… Ya he perdido la cuenta… No he podido llamarte en todo este tiempo… ¡Lo siento mucho! - ¡No te preocupes hombre! – lo excusó ella, alegre – fui a llamarte el otro día y tu madre me lo explicó, cuando sales de misión rara vez tienes tiempo – Luis rió nerviosamente al oír esto – he estado preocupada ¡Pero por otro lado sabía que estarías bien! - Bien ¿eh? – suspiró – Ay… - ¿Sucede algo? El Fernández se inclinó hacia delante. - Es-estoy bloqueado Esther… no veo más que barreras por todas partes ¡No sé por donde avanzar! Necesito ayuda y no sé a quien pedírsela… Esther sonrió con ternura, no podía verla, pero expulsó aire por la nariz de esa forma tan característica… - Tal vez deberías relajarte un poco, cariño… todo se arreglará, ya verás. - Ojalá tengas razón – respondió él – Esto es de locos ¿sabes? Por un lado la policía nos proporciona pistas falsas que no nos ayudan, por otro de repente ha aparecido otro vampiro que nos la tiene jurada y por otro… quisiera pensar que todo es casualidad, mi vida, pero… Sonrió, de alguna forma quería aparentar tranquilidad – pese a que ella no podía verlo – pero su voz reflejaba un tremendo nerviosismo, casi parecía a punto de llorar. Esther lo compadeció, sentía que su novio se encontraba bajo una gran presión. - Pronto pasará todo, Luis, ya verás – intentó tranquilizarlo de nuevo la muchacha – de verdad… es sólo un bache. Luis no contestó, dejó pasar unos segundos hasta que habló de nuevo. - Dios… cuanto te quiero… Esther rió. - ¿Y eso a qué viene? – preguntó entre carcajadas. - ¿Sabes? – Contestó él – cuando ha sonado el móvil estaba pensando en que necesitaba hablar contigo… ha sido providencial… necesitaba oír tu voz. La muchacha dejó de reír, de repente se le saltaron las lágrimas. - Vaya, eso es… muy bonito, Luis… muchas gracias. - No – replicó él, con una amplia sonrisa en la boca – gracias a ti por llamar. Silencio de nuevo por parte de ambos, pero ésta vez era diferente, había cerrado los ojos, y casi se sentían el uno junto al otro, pese a la distancia. El Fernández se sintió reconfortado. - ¿Para qué habías llamado, por cierto? – preguntó él, rompiendo, muy a su pesar, la magia del momento. Esther suspiró. - Bueno… quería saber como estabas y… también… comentarte algo… - ¿De qué se trata? El tono de preocupación de la chica no gustó en absoluto al joven, que de repente adoptó una actitud seria, casi de guardia. - Verás, es que… después de que lo hiciéramos… tendría que haberme venido el periodo hace una semana y… todavía… todavía no me ha venido… Luis sonrió de oreja a oreja entonces. - ¿Es eso? – preguntó, casi con un toque de alegría en su voz. - S-si… - ¿Y eso te preocupa? - Pues… - ¡Tranquilízate mujer! – exclamó – probablemente sea hormonal, o algo por el estilo. - S-sí… supongo que sí… seguro que no es nada… - ¡Si, seguro que no es nada! “Falso” pensó “¡¡¡Falso Falso Falso!!! ¡Ojalá sea cierto joder!” - Bueno – se volvió a apoyar en la barandilla, adoptando esta vez una pose más relajada – Dime cari ¿Está mi padre por ahí? - Tu… ¿Tu padre? – preguntó ella, sorprendida por el cambio de tema – No, hoy tenía turno de mañana, se fue temprano, aunque tu madre sí que está en casa ¿Quieres que se ponga? Luis asintió. - Sí, por favor. Notó que Esther se separaba el auricular de la oreja, momento en el que aprovechó para decir algo más. - ¡Ah! Una cosa más… La joven se volvió a pegar el teléfono rápidamente. - ¿Sí? - Te quiero. Esther volvió a sonreír, expulsando aire por la nariz de aquella manera. - Yo a tí también. Y se alejó corriendo. Al poco se colocó Adela al teléfono, jadeaba, así que Luis supuso que había estado entrenando hasta que su novia la llamó. - ¡Mamá! - ¡Luis, hijo, que alegría oírte! El muchacho sonrió, su madre parecía contenta, o al menos despreocupada. Mejor, no deseaba verla sumida en una depresión. - ¿Cómo va todo por allí? – preguntó él casi enseguida. - Oh – se detuvo enseguida – la casa se siente un poco vacía, pero es normal, por lo demás, bien… ¡Estábamos esperando a tener noticias tuyas! ¿Qué ha pasado? - Si yo te contara… - rió – te pareceré interesado, pero necesito pedirte un favor. - ¡Por supuesto, habla! - Necesito consejo… - se llevó la mano a la frente, y suspiró con hastío – me siento perdido, mamá. Adela guardó silencio por unos momentos, después contestó. - ¿Perdido? ¿Tú? Luis ¿Qué sucede? El Fernández deslizó su mano hacia abajo, pasándola por su cara, y volvió a suspirar. - Es… por la policía. - ¿La policía? Hijo, explícate. Poco a poco, Luis explicó a su madre todo lo que había sucedido, ella asentía y de vez en cuando exclamaba algún insulto contra ellos, cuando le contó lo de las fotos retocadas, Adela gruñó. - No sé por donde actuar, mamá ¡De verdad! ¡Me cierran todas las puertas! Su madre chasqueó la lengua. - Está claro que no te toman en serio ni de coña, Luis, tal vez debería hablar con tu padre y… - ¡No! El Fernández saltó de repente, sorprendiéndola. - ¿Cómo que no? Luis se calló, ni siquiera sabía por qué había reaccionado de esa forma, ahora buscaba palabras para justificarse por aquello. - Quieres que te tomen en serio a fuerza de lidiar tú sólo con ellos ¿no es así? Se quedó atónito, Adela había dado en el clavo. Desde el otro lado del teléfono, la mujer sonrió. - Pero ¿cómo…? - Hijo, recuerda que te he parido – contestó ésta sin dejarlo terminar - ¡Te conozco mejor que tú mismo! Y puedes decir lo que quieras, que sé que eres demasiado orgulloso como para que te guste pedir ayuda – terminó con una ligera y elegante risa. - Si, pero… Su madre lo cortó, chistándole. - Luis, de todas formas, hables con quien hables de los dos, nuestra sugerencia va a ser la misma. - ¿Si? – preguntó intrigado - ¿Cuál? - Muy fácil – respondió como si nada – Desentiéndete de ellos, ve a tu aire. El Fernández se quedó blanco, atónito, era de lejos lo último que esperaba oír. ¿Ir a su aire? ¿Saltarse las normas? - Es una broma ¿verdad? – preguntó con una sonrisa incrédula. - ¡En absoluto! – contestó Adela – Desde la primera conversación que tuviste con tu padre respecto a esto lo hemos hablado varias veces ¡Y siempre llegamos a la misma conclusión, Luis! - Pero… hacer eso… ignorar las normas… - ¡Luis! – lo interrumpió - ¿¡Qué es más importante ahora mismo!? ¿¡La vida de esos niños o el respeto a unas estúpidas normas!? Luis se sobresaltó, eran casi las mismas palabras que le dirigió Erik en aquella discusión, cuando fue con Simon a investigar a la hemeroteca sin su permiso. No le cuadraba, era imposible, toda su vida había sido educado para obedecer las normas, tanto por sus padres como por los instructores de la Hermandad. ¿Y ahora debía saltárselas? Sin duda las vidas de aquellos niños eran importantes, pero… ¿Era necesario? ¿Debía desobedecer a 23 años de estricta educación? - Supongo que no hay otra manera – aceptó abatido. - ¡Eh! ¡Conozco ese tono! ¡No te me deprimas ahora sólo por tener que desobedecer a unos legajos de papel! - Le-¿Legajos? ¡Mamá…! - ¡Date cuenta – continuó ella – de que desde que llegaste a Francia están usando las normas y leyes para obstaculizarte, Luis! ¡Tanto tú como yo sabemos que, por muy legal que sea, es un uso injusto e indebido de ellas! ¡Si las leyes no te dejan avanzar, sáltatelas! ¡Si son un obstáculo, embístelas! ¡Por encima del respeto a las reglas te hemos educado en el respeto a la vida, propia y ajena! El muchacho guardó silencio otra vez, aunque por alguna razón las arengas de su madre tenían siempre un efecto revitalizante en él, las decía siempre con tanta convicción… Adela María Belnades… no, Adela Fernández, su madre, era de una sinceridad y energía brutales. Sí, ella tenía razón, lo principal, lo primero de todo, lo que estaba por encima del reto, era la vida, y él luchaba para protegerla. No se dejaría avasallar. - ¿Te ha quedado claro? – terminó la madre. - Terriblemente claro, como siempre – contestó él con gran claridad y decisión – era lo que necesitaba… Gracias, mamá. Adela volvió a sonreír. - Siempre vamos a estar aquí, ya lo sabes, no dudes en llamar cuando sea y para lo que sea ¿entiendes? - Sí… Fue a colgar, cuando la mujer habló de nuevo. - ¡Por cierto! - ¡Si, dime! – respondió volviendo a pegarse el teléfono al auricular. - Tu padre y yo os enviamos vuestras cosas hace dos o tres días por agencia, os deberían llegar si no hoy, mañana, si falta algo avisad ¿vale? - De acuerdo. - Bien, pues entonces ya está ¡Hasta luego! - Adióoooooos Como si pudiera verlo, Luis hizo un simpático movimiento de despedida con su mano libre, y espero a que madre cortara la comunicación para hacerlo él también. “¡Si algo no me convence, lo embisto de frente!” Era el lema de Erik, y según recordaba lo había sacado de uno de aquellos mangas que se compraba… ¿Se llamaba Nippon? No se acordaba ahora mismo. “¡Si son un obstáculo, embístelas!” Embestirlo, luchar contra ello… para ser sincero, nunca se le había ocurrido algo así, aunque Erik lo hacía constantemente… todavía recordaba su desafío a la iglesia, en plena convalecencia… cómo destrozó aquel crucifijo con sus propias manos y se lo tiró a la cara al obispo que oficiaba la misa para los caídos en aquella batalla, cómo los maldijo… ¿Debería haber hecho él lo mismo? “¡Alguien que ignora las normas no es un héroe! ¡Un hombre con cojones para enfrentarse a reglas injustas sí que lo es!” Debía enfrentarse a aquellas reglas, no eran injustas para con él, pero sí para con aquellos niños ¿El heroísmo? Le importaba una mierda, quería salvar vidas, lo habían educado para eso, de motu propio, había entrenado para eso. Ya iba siendo hora de que la bestia encadenada se desatase. La policía francesa había encontrado a Luis Rafael Fernández, ahora, que se vaya preparando… 2 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (del primero al último) 11:40 03/03/2008
Tengo una preguntilla. Esto lo escribes tú o lo sacas de algún sitio? Saludos! 13:17 03/03/2008
Daría créditos si lo sacara de otro sitio ;) El fanfic es 100% cosecha original, 9 años de quebraderos de cabeza me ha costado desarrollarlo :) Participa con tu Comentario:
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