Publicado: 22:09 01/03/2008 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Confused Feelings (part 1)
Tras escuchar toda la historia, Elisabeth quedó mirando a la puerta donde su marido descansaba, más allá de ella incluso, lo miraba a él, compadeciéndolo. La parecía increíble que, tan de pequeño, François hubiera tenido que vivir semejante historia, o pero aún, que, en cierto modo, fuera el causante de ella. Dirigió entonces su mirada a Loretta que, con la cabeza gacha, temblaba de ira, incluso su aura empezaba a sobresalir y expandirse, de repente pareció reparar en Elise, alzó la cabeza, cruzó sus ojos con los de ella y se contuvo. - ¿Por qué no se lo contaron hasta ahora? – preguntó la Kischine. Loretta Lecarde volvió a agachar la cabeza, ésta vez sumida en la pena. - Porque… no queríamos que François creciera como nosotras, sumido en el odio – apretó los puños – el odio te hace poderoso, pero te pudre el cuerpo y te oscurece el alma – Se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo del sillón – odio hacia Brauner, por llevarse a nuestro padre, odio hacia nosotras mismas, por dejarnos poseer, odio hacia Sapphire, por segar la vida de Richard… No queríamos que nuestro François creciera de esa manera, deseábamos que fuera todo lo feliz que nosotras no pudimos ser… - suspiró – por eso no le dijimos nunca nada. - ¿Y por qué ahora? - Porque tiene derecho a saber… - ¿¡Saber!? ¿¡Ahora que es feliz con una esposa y un hijo!? ¡Estoy segura de que Fran hubiera preferido mil veces vivir en la mentira! De repente se levantó, se dio cuenta de que se había alterado, estaba muy enfadada, enfadada con Loretta, y también enfadada con… - François… Miró a la habitación de nuevo, se preguntaba como se sentiría su marido, pero empezaba a invadirla un cierto resquemor… Ella… tenía derecho a… - Fran no hace más que esforzarse por parecerse a sus padres – comentó a la anciana – los considera héroes… él no es un buen luchador… no se le da bien pensar rápido y en ocasiones es un poco lento de reflejos… pero se esfuerza… - apretó con fuerza los puños, mordiéndose el labio inferior - ¿Qué pasará ahora con esa ilusión? Prácticamente vivía para ello… - Igualmente – replicó Loretta – su padre era un héroe. Elisabeth se sentó en silencio tras la respuesta de la Lecarde. - ¿Por qué… no me lo dijo? - Sus razones tendría – contestó con una semisonrisa – siempre hay una razón para todo… - Eso no es una respuesta - Lo sé… Las dos callaron entonces, la conversación había terminado por parte de ambas, y aún así… Elisabeth tenía la firme convicción de que Loretta le ocultaba algo más. - Sólo espero – comentó la Lecarde mientras se levantaba – que François no se deje consumir por el odio… sería terrible para todos. El odio ¿Por qué era tan importante el odio? ¿Por qué no se debía caer en él? - ¿A quien odia más Fran? – preguntó súbitamente la muchacha, con la cara oculta entre las manos - ¿A ustedes, a su madre…? - Eso, querida – respondió la anciana mientras se aproximaba a la habitación de invitados – me temo que es algo que no deseo averiguar. Elisabeth oyó abrirse la puerta más allá, y a Loretta despedirse de los tres jóvenes antes de volver a cerrarla y encaminarse a la salida del piso. En ese momento se abría otra puerta más. François, envuelto en vendajes empapados de sangre, salía de su habitación. La reacción de ambas mujeres fue instantánea, Loretta soltó la manilla de la puerta, ya girada, y se dio la vuelta, y Elisabeth se levantó y lo abrazó a todo correr, pese a que su marido le advertía que se iba a poner perdida. A ella le daba igual, François estaba bien. - ¿Qué tal, hijo? – preguntó suavemente la anciana - ¿Cómo están tus heridas? - Bien, muy bien – aseveró el muchacho – aunque me siento un poco débil. - Has perdido mucha sangre – repuso su mujer, sonriendo – es normal. El Lecarde le devolvió la sonrisa y se separó de ella para ir al baño, en busca de una toalla. - Necesito sentarme en un sillón bien mullido – comentó mientras se estiraba – estoy harto de estar tumbado… - Fran… ¿podemos hablar? François se paró en seco. La voz de Elisabeth había pasado de la alegría al abatimiento, imbuida también con un tinte de severidad. Estaba enfadada. - ¿S… sí? Loretta se echó unos pasos atrás, no es que temiera a Elisabeth, pero, aunque quería presenciar la discusión y el rumbo que ésta tomaba, sentía que estar cerca de ellos significaría invadir su intimidad. - ¿Por qué… no me dijiste nada? Tú y yo siempre lo compartimos todo… El jóven Lecarde agachó la cabeza. - No quería contarte esto… no deseaba que lo supieras. - ¿¡Por qué!? No hubo respuesta. - François ¡Date la vuelta y mírame a los ojos! Pese al tono de su voz, era más un ruego que una orden. - Voy a por la toalla… - ¡¡François!! Finalmente obedeció, y Elisabeth vio en los ojos de su marido a un François que desconocía. Un niño perdido y acomplejado, de mirada triste y lágrimas nacientes. Con un dolor inconmesurable que atenazaba su alma. Dolor y vergüenza. - ¡Oh, dios! Algo la hizo reaccionar y abrazarlo de nuevo, abrazar a aquel niño perdido, consolarlo como él la consoló tiempo atrás. - ¿De qué sirve amar a alguien si no compartes tu dolor? – lo regañó con dulzura, mientras le acariciaba el pelo - ¿No fue eso lo que me preguntaste hace un par de años? Estoy aquí, y lo sabes… deberías haberme hablado de ello… Para su sorpresa, él se deshizo de su abrazo con suavidad y continuó hacia el baño, la aflicción en su rostro era aún mayor. - No lo hubieras entendido – le dijo – ni te imaginas lo que es saber que… fuiste el motivo de una disputa que acabó así… a efectos prácticos fui yo quien mató a mi padre. Elisabeth se quedó atónita ¿Qué no lo hubiera entendido? ¿Y qué? ¿Qué más daba? ¡No necesitaba entenderlo, sólo aliviarlo! Se le hizo un nudo en la garganta. En ese momento entró Loretta a la discusión, estaba tan consternada como la muchacha, y su mirada estaba cargada de reproche hacia su nieto. - ¡Eso es totalmente falso, jovencito! ¡Tú no tienes la culpa de lo que sucedió! François se detuvo de nuevo. - ¿¡Que no!? – se dio la vuelta bruscamente, exclamaba, pero evitaba gritar - ¿¡Crees que puedo pasar por alto que mi madre estaba cuerda hasta yo nací!? ¿¡Que mató a mi padre porque creía que quería quitarme de su lado!? ¡Miremos por donde miremos yo siempre estoy en medio! - ¿Y… pretendes que yo comprenda todo eso? Elise había vuelto a entrar en la discusión, sus ojos estaban cargados de lágrimas y su voz reflejaba la ira que recorría todo su cuerpo en aquel momento. - ¿Qué..? Yo no pretendo que… - ¡Como yo tampoco pretendía que comprendieras mis remordimientos! – estalló - ¡Ni quería que te pusieras en mi piel! ¡Y aún así te lo conté todo! ¡Y apenas nos conocíamos! ¡Sólo quería que alguien lo supiera! ¡Sólo quería desahogarme! ¡LO ÚNICO QUE QUERÍA ERA LLORAR! ¡Y LO HICE PORQUE ME FIABA DE TI! - ¿Insinúas que no confío en ti? – preguntó éste, desconcertado. - ¡A LA VISTA DE LOS HECHOS, ESTÁ CLARO QUE SÍ! René despertó con el último grito de Elisabeth, su padre corrió a cogerlo y consolarlo, y cuando por fin consiguió calmarlo volvió a hablar a su esposa. - ¿Crees que me siento cómodo no contándotelo? Tengo mis motivos para no haberlo hecho. - ¡Ah! ¿Sí? ¿¡Y cuales son si puede saberse!? François dudó unos instantes antes de continuar. - ¿Me hubieras seguido amando si te lo hubiera contado? El enfado de su esposa de disipó por completo. - ¿¡Qué!? ¿A qué viene eso? El Lecarde agachó la cabeza. - Fui objeto de una disputa que acabó con la vida de mi padre, y acabé con la cordura que tenía mi propia madre… traje la desgracia a mi familia, Elise… me siento maldito… - ¿¡Qué!? ¡¡¡No!!! – exclamó ella enseguida - ¿¡Qué más da lo que sucediera cuando naciste!? ¡Somos felices ahora! ¿O no es así? François sonrió levemente mientras miraba a su hijo, después la miró a ella con ternura. - Si – concluyó – soy más feliz de lo que hubiera deseado jamás. - ¡Entonces olvídalo y ya está! - ¿No te importa? – preguntó él tras un par de segundos de silencio. - ¡No! - ¿De verdad? - ¿¡Te importó a ti lo mío!? ¿¡Me odias por ello!? - ¡En absoluto! - Pues entonces – se dirigió a él a paso ligero, las lágrimas nacidas en sus ojos aún le recorrían las mejillas – que le jodan a todo lo demás. Súbitamente lo abrazó y besó, mientras unía uno de sus brazos a los de él para sujetar a su hijo. - Perdóname por no habértelo contado – se disculpó él, al separar sus labios. - Todos cometemos errores – lo disculpó, sonriente – no hay nada que perdonar. 2 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (del primero al último) 15:51 02/03/2008
Un capitulo conciliador, que devuelve la paz. Tanto como de los protagonistas, como para los que te leemos ¡Pensaba que tendría que buscar el resto de la historia en la otra página! XD Un Saludo 17:31 02/03/2008
Lol he pasado mes y medio sin tocar el teclado, sorry Tengo otro cartucho aún en la recámara, luego publico el Episodio 59 :P Participa con tu Comentario:
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