Prelude of Twilight

Publicado: 22:50 16/07/2011 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Cierto, recuerdo que hace no mucho dije que pasaba Twilight Rhapsodia a otro blog alojado en wordpress, pero eso ha tenido un curioso efecto en mi forma de afrontr el fanfic.

Para empezar, empecé a publicar los episodios allí desde el principio con sus correcciones pertinentes y el 94 casi terminado, pero esto hizo que me diera pereza abrir el Word para seguir con el 94 ya que no lo publicaría hasta pasados, como poco, 46 días (a un ritmo de dos capis por día, cosa que dejé de hacer al poco) para rematar mi vida se ha pueto un poco más difícil y entre el podcast y los blogs que manejo no doy abasto... total, un jaleo ^^U

Así que después de pensarlo lo he mandado todo a tomar por saco y vuelvo a publicar por aquí. Total, en ningún sitio como en casa xD

Tengo acumulados del 91 al 94 - ambos incluidos - por publicar, así que hoy voy con el 91 y el 92 y mañana con los otros ¡A disfrutar!

No place to Rest

El regreso de Erik a París fue casi triunfal. Al escuchar el mensaje del pelirrojo en su teléfono, Luis le devolvió inmediatamente la llamada y, tras estudiar los horarios, decidieron una hora en la que el Fernández lo recogería en la estación de tren de la ciudad de la luz, desde donde enfilaron al piso de los Lecarde para disfrutar de una opípara y merecida cena.

Las preguntas se sucedían una tras otra mientras daban cuenta de los platos preparados por Elisabeth y François, Simon no ocultó su entusiasmo ante lo ocurrido en Morimond ni Luis su sorpresa, sobre lo ocurrido en Gellome el Belmont les contó acerca de aquel Abad de poder defensivo casi milagroso, pero se calló todo lo referente al pasado de Maréchal, incluyendo su nombre. Aquel hombre, pensó Erik, se había retirado a aquel lugar para no ser encontrado, era justo dejarlo en paz.

Terminado el pequeño banquete, Erik se ofreció a quitar la mesa y pidió ayuda a su hermano menor, una vez en la cocina decidió preguntarle sobre lo único que el reconcomía en aquel instante:

- ¿Les has hablado de los agentes de la iglesia? – lo interrogó inmediatamente, mientras organizaba los platos sucios en el fregadero.

- ¿¡Lo sabes!? – Simon no ocultó su sorpresa - ¿Quién te lo ha…?

- Arikado – respondió el pelirrojo sin dejarle acabar – Vino a verme después de que te atacaran, por lo visto.

El chico guardó silencio por unos instantes, no esperaba que su hermano lo supiera, es más, pretendía avisarle de ello apenas tuviera la ocasión.

- ¿Por qué no les has dicho nada? – inquirió el pelirrojo, más curioso que inquisitivo – Pueden ir a por ellos también.

- No… no me pareció que fuera necesario. Lo siento.

Erik torció el gesto, pero no dio ninguna muestra de disgusto a su hermano, era un asunto suyo a fin de cuentas.

Pero debían saberlo, y con esta idea salió apresuradamente de la cocina y se apoyó en el marco de la puerta, un serio y escueto “Tengo que hablar con vosotros” bastó para llamar la atención de todos los presentes.

- Voy a ser breve – articuló cuando vió que Luis, Elise y Fran le prestaban la atención adecuada – Cuando nos embarcamos en este viaje Rose Morris me cogió por banda y me encomendó una misión proveniente de la iglesia, les he desobedecido y ahora mismo tengo a tres agentes detrás de mi cabeza.

Las reacciones fueron muy diversas, La Kischine sonrió con aparente orgullo sin apartar su mirada del pelirrojo, Luis se llevó la mano al rostro y suspiró y François casi tuvo que recoger su mandíbula inferior del suelo.

- Así que al final hiciste caso de tu instinto ¿eh? – comentó Elise sin perder aquella sonrisa que parecía gritar “¡Bien hecho!”

- ¿Sabes? Creo que era más feliz antes de saber esto – dijo el Fernández a su vez, descubriendo el rostro - ¿Hay alguna razón en particular por la que nos lo hayas contado?

- Sí – contestó Erik automáticamente – os lo cuento para que estéis en guardia porque yo todavía no me los he encontrado, pero según parece atacaron a Simon para interrogarlo.

Ojos como platos y miradas centradas en el adolescente, Elisabeth boqueó y Luis pareció súbitamente invadido por una ola de ira que contuvo, dejándose notar solamente en el temblor de sus puños.

- ¿Cuándo…? ¿Cuándo cojones ha ocurrido eso? – en énfasis en el taco evidenció su enfado más de lo que el mismo español habría deseado.

- El día que me fui a Morimond – aclaró Erik – Arikado me avisó de ello.

- También me ayudó – intervino Simon – Los mandó a otra parte y me curó, por eso pude volver sin problemas.

- Los… ¿mandó? – preguntó François, que hasta ese momento parecía estar tratando de asimilar la información - ¿Él los comanda?

- Según me dijo, sí – aclaró el menor.

- Sí, a mí también me lo dijo – confirmó el mayor, mirándolo – Pueden ir perfectamente a por cualquiera que esté relacionado conmigo – continuó, devolviendo su mirada al matrimonio y Luis – así que deberíais estar en guardia.

Elisabeth asintió rápidamente con la cabeza ante esto al igual que su atónito marido, al tiempo que el español suspiraba con la boca chica.

- Lo sé, tío – añadió Erik, sabiendo que aquel solía ser un gesto de fastidio de su amigo – he jodido la noche a base de bien, pero necesitabais saberlo.

- No, si no es eso lo que me jode – respondió – es simplemente que estaba esperando que pasara esto, y lo ha hecho antes de lo que creía. Es… una dificultad extra.

- ¡Eh! ¡Un momento! – saltó de repente François – ¿Puede alguien explicarme que ha hecho Erik exactamente? ¡Tengo la impresión de ser el único que no tiene puta idea de lo que está pasando!

- Es que lo eres, Fran – le contestó Luis mientras lo miraba de soslayo – Qué, Erik ¿Se lo explicamos?

- Lo estoy deseando – concedió el pelirrojo.

La siguiente media hora transcurrió con el grupo aclarando a François todo lo que ocurría y explicándole la progresión de los hechos. Al Lecarde parecía mucho costarle asimilar que su amigo se hubiera pasado tantas normas y estamentos por donde la espalda pierde su digno nombre.

- Entonces, a ver si lo he entendido bien – articuló una vez que la narración de los hechos llegó a la batalla del Louvre – Te encargan capturar a una asesina y tú –señaló al pelirrojo - en lugar de obedecer te dedicas a ayudarla y apoyarla sin disimular un ápice – dejó pasar unos segundos – Erik ¿¡Te has vuelto loco!?

El aludido soltó una carcajada

- ¡Cuantas veces habré escuchado eso ya! – exclamó mientras daba una palmada en el hombro del Francés.

Fran quiso contestar pero no tuvo tiempo de hacerlo, ya que Erik cogió el códice y se encaminó inmediatamente a la habitación de invitados.

- ¿A dónde vas? – preguntó el Lecarde, visiblemente molesto por la falta de respeto del pelirrojo.

- A ponerme inmediatamente con esto – Erik le mostró el libro – como mínimo quiero descifrar el alfabeto antes de echarme a dormir – Dicho esto abandonó el salón y se encerró en el cuarto acompañado por Luis, dejando solos a François, Elisabeth, Simon y un René dulcemente dormido.

Por supuesto el disgusto de François seguía patente e incluso se acrecentó con el rápido abandono del Belmont de lo que apuntaba a ser una discusión, como mínimo, considerable; afortunadamente Elise no estaba dispuesta a permitir que una noche ya estropeada se agriara todavía más.

- Fran ¿Se puede saber qué pasa? – lo interrogó con un remarcable tono de severidad.

- Está más que claro ¿No te parece? – bufó el muchacho.

- No, no lo está, y te agradecería una explicación ¿Es porque eras el único que no sabía nada?

El tono de su esposa era firme y severo, más propio de una madre que regaña a su hijo que el de una mujer pidiendo explicaciones a su marido.

- Pues mira, no es eso – contestó él – pero la verdad es que también me mosquea bastante que ni siquiera TÚ me hayas dicho nada.

Elise frunció los labios por un instante. No podía negar que ahí François estaba en lo cierto.

- Es por lo de Claire, entonces.

- Más bien – aclaró finalmente – es por lo de la iglesia.

Elisabeth, que se había inclinado hacia delante para confrontar a su esposo, se reclinó sobre el respaldo del sofá para escucharlo.

- ¡Joder, Elise! – exclamó en voz baja - ¡Míranos! ¡Mira – señaló la cuna donde dormitaba su hijo – ahí! ¡No estamos lo bastante preocupados por René como para que de remate nos echen encima a los agentes de la iglesia! ¡Por algo en lo que no tenemos nada que ver! ¡Y encima vaya luces las de ayudar ni más ni menos que a Claire Simons!

Simon, que maldisimulaba la atención que prestaba a la discusión, no pudo evitar fijarse en que Elisabeth arqueaba exageradamente las cejas en gesto de sorpresa.

- ¿Qué… tiene de malo que ayude a Claire Simons? – preguntó la mujer, atónita.

- Elise… - exhaló aire en una mezcla de suspiro y bufido – Has leído la correspondencia, has escuchado las llamadas, has visto los e-mails ¡Esa tipa es una fugitiva! ¡La misma iglesia anda tras ella! ¡Y no son pocos los asesinatos que lleva a cuestas!

La mueca de su esposa pasó entonces de sorpresa a disgusto.

- Cariño… ¿Ya has olvidado con quién estás casada? ¿O es que ahora mi pasado sí que te parece reprobable?

- Yo no he dicho…

- François, te recuerdo que soy – lo había interrumpido sin alzar el tono lo más mínimo, su voz era incluso dulce, tal vez para disimular su enervamiento – una ex-cazarrecompensas, he matado a más personas de las que le han cargado a esa pobre chica, y no sé quien decidió que eso no importaba, me defendió de todos los dedos acusadores y me integró en la hermandad - A estas alturas, el Lecarde estaba sin palabras – Consideraste injusto el trato que se me dio, cielo – aunque seguía manteniendo aquella dulzura forzada, sus ojos adoptaron una tierna expresión de cariño – y decidiste defenderme. Es obvio que a Erik le pasa algo parecido ¿no te parece?

- Pues… - François quedó sencillamente sin saber qué responder, era cierto lo que su mujer estaba diciendo, se reveló contra el odio que los cazadores sentían hacia los cazarrecompensas en lugar de mantener su relación en la sombra, aunque a su juicio tuvo mucho menos mérito del que ella hacía aparentar – Mira, mejor me voy a la cama.

Apresuradamente se levantó del sillón y encaminó a la habitación de matrimonio, esperaba algún tipo de reproche por parte de su esposa, pero ella se limitó a soltar una risita y articular un “¡ahora te sigo!”

Entre tanto, Erik y Luis llevaban ya unos minutos en la habitación de invitados, el pelirrojo se había enfrascado sin preámbulos en el descifrado del libro mientras su amigo se afanaba en su sesión de abdominales diaria.

- Parece… que… Fran… se ha… cabreado… bastante… - comentó el español en un momento dado, a ritmo de palabra por abdominal.

Erik se encogió de hombros.

- Bueno… - hizo un par de apuntes en una libreta que tenía sobre las piernas cruzadas y escribió algo en su portátil – si le molesto o se ve en peligro estoy a un par de clicks de reservarme una semana de noches de hotel y mantenerlo a salvo.

La estampa que ofrecía en aquel particular entorno de trabajo era, cuando menos, curiosa. Estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas, sobre las que descansaban una libreta y, encima de ésta, el códice, a su derecha el libro cifrado abierto y frente a él su ordenador portátil, cuya pantalla se reflejaba en los cristalinos ojos turquesa del Belmont.

- ¡No seas exagerado! – exclamó el español en respuesta a los planes de su colega, deteniendo su ejercicio – no hay necesidad de salir por patas.

- No es exageración – Erik hablaba sin desviar su vista un ápice de la pantalla – Te puedo asegurar que entiendo perfectamente la reacción de Fran. No se trata sólo de él, también tiene una mujer y un hijo.

- Una mujer que a día de hoy sigue pudiendo hacérnoslas pasar canutas – puntualizó Luis, recordando su pequeña escaramuza con Elisabeth en la azotea.

- Ya, no me dices nada nuevo, pero aún así… Jodeeeeeer

- ¿¡Y ahora qué pasa!? – preguntó el Fernández, alarmado por la exclamación de fastidio de su amigo - ¡No me irás a decir que el códice no sirve!

- Servir, sirve – contestó el pelirrojo – Pero el libro está en un idioma que no domino.

- Adelante, impresióname.

Erik suspiró.

- Es Vampiria – respondió – Vampiria antigua, no hace mucho que empecé a estudiar la moderna, y sé lo básico entre lo básico.

- ¡Puta madre! – profirió Luis - ¿¡Entonces estamos igual que al principio!?

- No… - El Belmont escribió un poco más en el ordenador – Tenemos el nombre que firma el libro. Hasta eso estaba codificado.

Aquello abrió las orejas del español.

- Y ese nombre es…

- De Rais. Guilles De Rais.

De vuelta al salón, Elisabeth veía tranquilamente la televisión a bajo volumen mientras Simon vigilaba al pequeño, que continuaba en el séptimo sueño; su sorpresa fue mayúscula al mirar a la TV y ver que Elise miraba una película porno, lo que le hizo pensar que no sólo mantenía el volumen bajo por su pequeño.

- ¿¡Pero cómo tienes redaños de ver esto en la misma sala que el crío!? – Preguntó escandalizado.

La Kischine rió entre dientes y miró al Belmont.

- ¡Oh, vamos, hablas como si nunca hubieras roto un plato! ¡Seguro que has pasado alguna que otra noche viendo una sesión golfa!

- Con el pantallazo que tenemos en el salón se ven de vicio – repentinamente se dio cuenta de lo poco acertado de su respuesta y volvió al tema - ¡Pero esa no es la cuestión!

Ahora sí, la mujer dejó escapar una carcajada que sofocó rápidamente.

- Además – continuó aún más serio – con la discusión que acabáis de tener y el mosqueo que lleva François no entiendo cómo puedes estar tan tranquila.

- Oh, eso es porque – apagó la TV y se puso a hacer ejercicios de calentamiento – François es un hombre muy apacible y reflexivo, nunca le duran mucho los enfados. Además – sonrió picaronamente – cuando se enfada le encanta desahogarse follando ¿Has oído alguna vez eso de que Francia es el país del erotismo? – Simon, que estaba atónito, se limitó a asentir con la cabeza - ¡Pues sólo con conocerlo a él te puedo decir que es verdad!

Tras unos segundos tratando de asimilar lo que acababa de oír, finalmente reaccionó.

- Er… vale, es la primera vez que hablas tan claramente sobre sexo.

- Querías una explicación y te la he dado – terminó sus ejercicios y se acuclilló justo frente al Belmont, quedando a su altura – cuando rescatéis a tu novia pasaos por aquí, me encantará enseñarle algunos truquitos.

Y tras decir eso, dejando a Simon con la cara de Póker más caricatuzable del mundo, se dirigió al cuarto en el que su marido había entrado hacía ya rato.

La voz que la recibió allí dentro, la de François, denotó en su “has tardado en seguirme” un claro disgusto, era evidente que su enfado no había remitido e incluso daba la impresión de que seguía molesto con ella.

- ¡Venga, Fran! ¿Por qué sigues estando así? Erik tiene el códice ¡Ya queda poco para que todo esto acabe!

Mientras ella se despojaba de su camiseta el francés, que estaba tumbado en la cama con una revista que presumiblemente había estado leyendo hasta hace poco, se recostó.

- Estoy preocupado, Elisabeth – respondió – por si no teníamos bastante con las desapariciones de los niños ahora Erik nos echa a la iglesia directamente encima. Lo veo un precio demasiado alto por su ayuda y qué quieres que te diga – añadió – lo creía más inteligente, oponerse a la iglesia no es buena idea.

La mujer, ya vestida solamente con un sencillo conjunto de ropa interior color crema, se sentó en su lado y acarició suavemente el brazo de su marido.

- Está siguiendo su instinto, nada más – lo defendió – Le pega más ser cazarrecompensas freelance que pertenecer a la Hermandad.

François dejó escapar una risita sarcástica. Ya en su momento, durante la misión que compartió con Luis, su mujer y el pelirrojo,  pudo ver la tendencia rebelde de éste, y algo le decía que de ser cazarrecompensas su primer objetivo sería ir contra todo el gremio. Apenas había regresado a su semblante ceñudo cuando la voz susurrante de Elise llegó a su oído.

- Oye… ¿Quieres que sigamos nuestro instinto nosotros también?

Se puso tan colorado como la pantalla de su lamparita. Sentía en su espalda los pechos, aún cubiertos por el sostén, de su esposa, y la mano de esta se había deslizado hasta acariciar suavemente su tórax.

El viejo truco ¡Y lo bien que le funcionaba a la maldita!

- ¿Sabes ese dicho Hippy que dice haz el amor y no la guerra? – continuó ella, con la misma melosidad insinuante – Pues a mí no me gusta. Aprovecha ese enfado y hazme el amor… y la guerra.

Lo que vino después podría resumirse en la necesidad de un Simon que no sabía dónde esconderse de subir el volumen del televisor hasta disimular el escándalo procedente de la habitación de matrimonio.

A  la mañana siguiente todo había vuelto a la normalidad y François habló tranquilamente con Erik sobre el asunto. Naturalmente la idea del Belmont de separarse del grupo lo escandalizó y sirvió para acabar con el último resquicio enfado que le quedaba. Por supuesto no dejaba de parecerle mal que el pelirrojo hubiera desafiado a la Iglesia, pero los terrenos quedaron perfectamente delimitados en aquella conversación.

Aquella mañana fue, además, el comienzo de un periodo de tres días sorprendentemente tranquilos. Erik solventó el escollo del idioma de las páginas descifradas entrando en continuas videoconferencias con Juanjo; el Fernández no sólo fue quien le metió el gusanillo de los idiomas, si no también quien supervisó su aprendizaje de los mismos y lo ayudó a llegar al nivel nativo y también quien pensó que sería buena idea que Erik aprendiera Vampiria, habiéndose visto el español obligado en su momento a aprenderla casi a la fuerza para algunas de las misiones de infiltración a las que fue enviado.

Por supuesto Juanjo Fernández no estaba siempre disponible, así que era Adela quien ayudaba al pelirrojo en ocasiones. La madre de Luis no estaba tan versada como su marido en lenguas como la Vampiria, pero poseía una lógica de traducción mucho mayor y siempre encontraba un sinónimo o expresión para las palabras que había de sacar por contexto.

Mientras el proceso continuaba el nombre de De Rais salía cada vez más y más, aunque Erik y Luis decidieron evitar que saliera de entre ellos y los padres del español para evitar alarmar aún más a François y Elisabeth.

Y es que si Guilles De Rais era quien andaba detrás de los raptos no les faltarían razones para preocuparse. Ese hombre, si es que alguna vez pudo ser considerado como tal, era una de las vergüenzas míticas de la historia Francesa, un noble que, como todos, de cara a la galería era un ser intachable, pero la realidad era bien distinta ya que fue condenado por los crímenes más repugnantes de torturas y abusos contra jóvenes muchachos y jamás mostró arrepentimiento.

Para Erik y Luis la aparición de su nombre fue motivo suficiente para apurar todo el tiempo que fuera posible en la traducción, y Juanjo y Adela llegaron a faltar a sus deberes, incluyendo varias noches de patrulla por parte del Fernández, para resolver el misterio lo antes posible.

Y entonces, sucedió.

Tras una tarde especialmente dura en la que el pelirrojo acabó desmayándose de puro cansancio, el tono del móvil de Luis despertó a todo el mundo a las 3:50 de la madrugada, el español descolgó con un “¿Sí?” quedó el silencio apenas unos segundos y después palideció, vistiéndose apresuradamente con su ropa de agente de paisano y saliendo del piso a todo correr ignorando las preguntas de la pareja y los hermanos, incapaces desde ese momento de conciliar el sueño, esperando cualquier noticia que llegó en forma de una llamada al teléfono de Erik, el pelirrojo respondió y, antes de poder articular siquiera un “¿Diga?” la voz quebrada de su amigo lo sobresaltó.

- ¡Pon la televisión, Erik! ¡Por lo que más quieras, ponla! ¡No importa qué canal! ¡Están todos aquí!

- Pero tío – lo interrumpió el Belmont, preocupado - ¿Se puede saber qué…?

- ¡¡¡NO PREGUNTES Y ENCIENDE LA PUTA TELE!!!

Y colgó.

Corriendo todo lo que pudo y luchando contra su agotado cuerpo y cerebro, Erik obedeció y encendió la televisión en un canal cualquiera. Estaban dando un informativo, por la hora debía ser un especial sin ninguna duda, y todo lo que se veía en pantalla era caos: Agentes de policía de acá para allá, periodistas y cámaras de todas las cadenas, movimientos rápidos de la propia cámara del canal que parecía seguir corriendo a la reportera, un grupo de gente afligida y… sábanas.

6 sábanas, cubriendo unos extraños bultos.

La reportera hablaba atropelladamente y su voz se mezclaba con las de los policías dando voces y las de otros periodistas, al fondo les pareció ver, iluminados por el alumbrado artificial, a Luis y al comisario Rousseau cruzar corriendo la pantalla. La información era confusa y la voz de la reportera apenas se escuchaba bien, pero fue suficiente para que un lívido Erik Belmont pronunciara un deseo que rogaba como nunca que se cumpliera.

- Por favor, decidme que he perdido todo mi nivel de comprensión auditiva en francés.

Estaba de pie frente a la televisión, formando una fila junto a un petrificado François, una Elisabeth que lloraba silenciosamente y un pálido Simon al que le temblaba la mandíbula inferior.

Entre todo el caos habían logrado entender claramente una única cosa:

Habían sido encontrados, en unas condiciones deplorables y con signos de haber sufrido torturas prolongadas, seis niños de edades comprendidas entre los 5 y los 10 años.

Los cuerpos descansaban bajo aquellas sábanas blancas.

Habían sido identificados por sus padres.

Eran los 6 niños desaparecidos.

War

El tiempo transcurrido desde el momento en que escucharon la noticia hasta que Luis llegó de nuevo al piso fue eterno, agónico; el matrimonio, junto a los dos hermanos, se sentó en el sofá, agarrando sus manos el uno a otro y mirando las noticias con una expresión de total incredulidad, Simon y Erik por su parte ocuparon cada uno un sillón, dejándose caer pesadamente en ellos y, mientras que el menor adoptaba una actitud similar a la del matrimonio, el mayor tan sólo dejó caer la barbilla sobre el pecho con expresión sombría.

Erik maldijo su conocimiento del Francés porque, al igual que Elise y Fran, estaba entendiendo absolutamente todo lo que se decía: Los lamentos de los padres, comentarios de testigos y curiosos, las palabras de Rousseau… todo.

Tan sólo abandonó el asiento cuando el Fernández, pálido y con una desgarradora expresión en el rostro, arribó a la vivienda, momento en que el pelirrojo le cedió su lugar, en el que Luis se dejó caer, lanzando sobre la mesita del centro una carpeta amarilla.

Nadie dijo nada, porque nadie sabía qué decir, tan sólo el propio Luis aportó algo de sonido a aquel silencio incómodo respirando pesadamente, encorvado y con el rostro hundido en las manos; nadie podía ver su expresión, pero sus manos crispadas daban una pista bastante certera acerca de su estado anímico.

Rabia.

- Luis ¿estás…? – articuló François tras algunos momentos de duda.

- ¿Tengo pinta de encontrarme bien? – Lo cortó el español con un hilo de voz – Habéis visto las noticias, supongo.

- La televisión estuvo puesta hasta hace apenas media hora – respondió Simon con voz falsamente firme.

- Entonces no necesito contaros nada – celebró arrastrando pesadamente las palabras – Si queréis algún dato más, está en esa carpeta. Yo me niego a volver a abrirla.

Erik, más movido por aquel instinto investigador que despertaban en él ese tipo de cosas que por una curiosidad real, asió la carpeta y la abrió.

Inmediatamente comprendió a su amigo, el contenido de ésta era increíblemente doloroso: Informes pre-autopsia, declaraciones transcritas y… fotos, muchas fotos, todas a tamaño Din A-4 y a una resolución excelente.

Una a una las observó con todo el detalle que le permitía su estómago, eran imágenes en detalle de las laceraciones, quemaduras, infecciones y otras erosiones que los cadáveres tenían a lo largo de su cuerpo. No es que no estuviera acostumbrado a ese tipo de cosas, pero… ¿Qué clase de sádico podía hacer algo así a unas pobres criaturas? Aquello estaba por encima de las leyendas de De Rais.

Estaba a punto de cerrar el archivo de puro asco cuando una fotografía llamó su atención: Era el torso de uno de los niños, y había algo grabado en él con algún tipo de objeto cortante.

- Luis, esto…

Fue a mostrarle la fotografía, pero el Fernández lo detuvo con un gesto.

- Los grabados ¿verdad?

- Sí

- Eso no se ha permitido que trascienda a la prensa – Explicó, sin elevar el tono de su voz por encima del que ya había usado antes – En el informe consta como señal de sacrificio ritual – descubrió su rostro y golpeó los brazos del sillón con los puños cerrados - ¡¡Panda de gilipollas!!

- No tiene nada que ver con la ritualidad – las siguientes fotos, haciendo un total de 6, contenían un grabado por torso – Esto es…

Calló antes de revelar nada más. Podía traducirlos todos, estaban escritos exactamente igual que el libro sustraído de la biblioteca: En Vampiria antigua codificada, que a estas alturas no encerraba ningún secreto para él.

- ¿Qué “es”? – Lo interrogó Elise, acuciante.

Erik se mordió el labio inferior, al tiempo que traducía mentalmente y se sentía invadido por una creciente ira.

“REY Y REINA SALEN DE ENTRE LOS PEONES”

“ALFIL  Y TORRE ACORRALAN A REY Y REINA”

“CABALLO Y TORRES PROTEGEN A REY Y REINA”

“CABALLO Y TORRES SON DISTRAÍDOS POR PEONES”

“REINA CAE. EL REY ES ACORRALADO”

“JAQUE MATE”

Eran pasos de una partida de ajedrez que no terminaba de comprender, seguramente estaban ahí tan sólo para acompañar a ese último y burlón mensaje, esa proclamación de victoria, ese “JAQUE MATE”

Una violenta llama se encendió en el interior del joven, la ira y el deseo de venganza se apoderaron de él, esa proclamación de victoria fue un claro desafío al que respondería ¡Vaya si lo haría!

Cerró la carpeta y la lanzó a la mesa antes de encaminarse hacia la habitación de invitados a toda prisa, sólo la voz de Luis, que se había dado la vuelta para llamarlo, lo detuvo.

- ¿¡A dónde vas!?

- A seguir – respondió – Tengo un libro que traducir.

- No se te ocurra entrar ahí si no es para dormir, Erik.

Aquello arrancó una exagerada expresión de sorpresa al pelirrojo, que no podía creer lo que estaba oyendo.

- ¿¡Estás en tus cabales!? – reaccionó, alterado - ¡Seis niños han aparecido muertos hace apenas unas horas! ¿¡Y quieres que me eche un sueñecito!?

- ¿¡Qué crees que podrás hacer en tu estado!? – contestó Luis, elevando el tono de su voz - ¡Te recuerdo que estos días has estado trabajando en ese mamotreto hasta desmayarte! ¿¡Qué harás si tienes que combatir!?

Erik apretó los dientes, no era una buena idea discutir con él cuando se encontraba tan alterado.

- ¡¡¡Pero tenemos que encontrar a ese hijo de puta!!! – replicó casi a voz en grito - ¡¡¡No pienso echarme a dormir por una nimiedad como esa!!! ¡Necesitamos resultados, Luis! ¡Y la policía también!

El gesto del Fernández se ensombreció aún más al escuchar aquello último.

- Olvídate de la policía, tío. Estamos fuera del caso.

- Qu… - Aquellas palabras bastaron para que el pelirrojo abandonara su iracundo estado de ánimo, dejando paso a un tremendo gesto de incredulidad – Luis… ¿Qué COÑO estás diciendo?

Aunque no dijeron nada, la reacción de los demás presentes fue exactamente la misma.

- Estoy diciendo exactamente lo que has oído: Tanto nosotros, como los Lecarde, Rousseau y los hombres designados por él hemos sido apartados oficialmente del caso. Consideran que sólo nos hemos dedicado a perder el tiempo y competir entre países.

- ¡Eso es estúpido! – saltó Elisabeth.

- ¡Malditos imbéciles! – exclamó François a su vez - ¡A nosotros también nos pusieron impedimentos y no venimos de España!

Los hermanos Belmont por su parte endurecieron el gesto, Simon incluso parecía albergar cierta satisfacción.

- Yo no veo ningún problema – comentó el menor – ahora podemos ir a nuestra bola.

- Exacto – corroboró el mayor – Ya no tenemos normas que seguir – tras estas palabras, dirigió la mirada a su amigo – NO pienso descansar un segundo, para mí ahora mismo es más importante dar con ese hijo de puta que tumbarme a dormir la mona. Esto es la guerra, Luis.

Dicho esto, entró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas, con la intención de no volver a abrirla hasta finalizar su cometido.

No pasó mucho rato hasta que Simon asintió con mirada decidida y abandonó también su lugar.

- ¿Y tú a dónde vas? – lo interrogó el español sin abandonar su tono de desánimo.

Simon, que estaba a las puertas de la habitación de invitados, donde descansaba su látigo, se detuvo y miró a su cuñado.

- Yo no soy una lumbrera como mi hermano – respondió – pero él lleva razón, esto es una guerra, y voy a prepararme para lo que puedo hacer mejor: Luchar.

Entró, dejando la puerta abierta, y salió con la misma celeridad, látigo en mano y cerrando la habitación de nuevo.

- Si alguien me busca, estoy en la azotea.

Una vez hubo salido por la puerta principal, Luis frunció los labios y cerró los ojos por un momento, él no sentía la misma animosidad que los hermanos Belmont. Sí, cierto, quería vengar a esos niños, pero… después de tantos combates, que habían desembocado en semejante fracaso, le pesaban demasiado los ánimos.

- Cariño ¿Te importa si me voy yo también?

Relajó el gesto y abrió los ojos, François se levantaba y entraba en la despensa para sacar de ella su lanza Alcarde. No sabía qué pretendía hacer, pero tenía cierta curiosidad.

- Luis ¿Tú que vas a hacer? ¿Te vas a quedar ahí?

Elisabeth, que sujetaba cariñosamente a su pequeño – ni se había dado cuenta de que René había despertado ya – lo miraba expectante, casi inquisitoriamente.

- Yo…

François salió por la puerta principal, pocos segundos después la voz y el rostro de la Kischine adoptaron un cálido matiz maternal.

- Tal vez – dijo mientras, sentando al niño en su rodilla, mantenía sus ojos clavados en él – quieras hablar de ello.

Entre tanto, Simon entrenaba bajo el naciente sol de la mañana, practicando movimientos con su látigo que solían ser demasiado difíciles para él y, de hecho, era raro cuando no acababa recibiendo un auto-latigazo, pero precisamente por ello sabía que había de mejorarlos.

Recientemente había estado pensando en uno, una forma de combinar su Holy Punch con el arma, pero su práctica sólia conllevar la necesidad posterior de acabar vendado hasta los bíceps. Aún así…

Cargó su brazo derecho y lanzó un latigazo, después otro, otro, y otro…

“Rápido, rápido ¡Más rápido!” Se repetía a sí mismo mientras su cabeza se cargaba de cálculos. No era cosa fácil manejar un arma como esa, debía tener bien claro cómo reaccionaría cada centímetro del cuerpo del látigo, la flexibilidad de cada sección, el peso del material… Era capaz de hacerlo porque podía pensar rápido, pero…

- ¡AGH! – Un latigazo en pleno costado, sintió la brisa pasar a través de su ropa rasgada y el escozor de la herida recién abierta. Había perdido el control del arma, y la velocidad de su ataque aún era apenas un tercio de la que sus puños eran capaces de desarrollar. No importaba, debía recuperar el control y continuar.

Debía mejorar, y continuó mientras su mente se agotaba; demasiados golpes seguidos como para controlarlos todos, y ya sentía escozor en su cuello, hombro derecho, espalda y ambas piernas. Fue a dar un latigazo más, pero entonces se detuvo bruscamente, aparentemente se había enganchado con algo.

- Suficiente – dijo una voz a su espalda - ¿Estás entrenando o flagelándote?

Sorprendido, se dio la vuelta para encontrar allí a François Lecarde acompañado de su lanza, en la que el látigo se había enrollado.

- ¿Fran? – preguntó extrañado - ¿Qué haces aquí?

- No tengo nada que hacer – respondió éste mientras liberaba el asta – y no me apetece quedarme de brazos cruzados, así que pensé en subir a acompañarte ¿Te apetece un combate de entrenamiento?

El Belmont sonrió, era justo lo que necesitaba.

- Por mí – se puso en guardia – vale.

El día transcurrió lento y pesado mientras el ambiente se teñía de una extraña aura de malignidad opresiva, nadie en casa de los Lecarde probó bocado, Simon y François incluso bajaron pasada la sobremesa, satisfechos y decaídos y, por parte del Belmont, anormalmente en guardia, respondiendo a la curiosidad de su cuñado respecto a ello con un simple “tengo un mal presentimiento”

Erik por su parte no había abandonado el cuarto más que para salir al baño, ni siquiera él comió nada aún cuando su expresión evidenciaba un hambre atroz, todos se preguntaban por qué esa dedicación enfermiza, pero ninguno sabía nada acerca de lo escrito en el torso de los niños.

El crepúsculo sucedió a la tarde y, tras éste, llegó la noche con la que Elise, harta del pesado silencio reinante en la casa, encendió la televisión a pesar de saber  que a esa hora sólo encontraría noticiarios, y que en todos se estaría hablando de lo mismo.

Por supuesto aquello sólo logró arrancar expresiones malhumoradas a los presentes, pero el matrimonio dibujó una idéntica expresión de asco cuando, en un debate, empezaron a mezclar los asesinatos con la política, Elisabeth llegó incluso a tirar el mando contra la televisión, pero Simon estuvo al quite y lo cogió antes de que la mujer provocara una desgracia.

Entonces las transmisiones se interrumpieron a causa de un informativo de última hora, otro de tantos que se habían visto en aquellos días pero, de nuevo, logró hacer palidecer a todos los presentes. Luis, que tenía en la mano una lata de cerveza, se contuvo para no estrujarla mientras llamaba a voces a su amigo que, de gesto agotado y con los ojos casi inyectados en sangre por la cantidad de horas forzándolos, salió corriendo al salón sin preguntar siquiera qué ocurría, no necesitaba hacerlo de hecho, las caras de los presentes hablaban por ellos.

Un reportero se dirigía aceleradamente a la cámara, estaba en una calle en la que, al fondo, se podía observar un tumulto acompañado de lo que parecían ser gritos de horror. La descripción del periodista NO podía ser falsa.

- ¡Todo estaba tan tranquilo hasta que unas extrañas criaturas han salido de la nada y han empezado a atacar a la gente! ¡Estábamos entrevistando allí y nos hemos salvado de pura suerte! ¡Nadie sabe lo que está pasado! ¡Es todo muy confuso!

En una ventana situada en la esquina superior derecha de la pantalla la presentadora del programa de debate le hablaba a su vez. Desde la seguridad del plató no parecía solidarizarse en absoluto con la situación de su compañero.

- ¿Pero habéis avisado a la policía? ¿Qué es lo que ha atacado a la gente?

- ¡No lo sabemos con seguridad! – respondió el locutor casi con desesperación - Esqueletos que se movían solos, lobos caminando a dos patas… ¡Ni siquiera sabemos si estamos a salvo aquí!

La cámara se movió por un momento hasta enfocar por encima de la cabeza del periodista, se oyeron gritos de horror a su espalda y el que parecía ser el propio cameraman gritó “¡Dios mío Claude! ¡¡¡MIRA ESO!!!”

François y Elisabeth se levantaron del sofá, Erik dio un paso hacia la televisión y Simon apretó los puños, por su parte, Luis se quedó lívido antes de adoptar un gesto de total seriedad en el rostro.

Y es que a lo que el cámara había enfocado era ni más ni menos que un gigantesco esqueleto homínido que se movía como un simio. Aún con todo el movimiento y la borrosidad de la cámara levemente desenfocada se podía distinguir un resplandor rojo en sus cuencas vacías.

En tan sólo un segundo el Fernández había desaparecido del salón para reaparecer empuñando las armas del trío.

- ¡Simon, Erik! ¡Cogedlas! - Lanzó al menor su látigo y al mayor la espada Salamander para después dirigir su mirada a la pareja – Y vosotros dos, decidid cual se queda con René, porque nos vamos YA.

El matrimonio se miró el uno al otro mientras Luis ajustaba su Yasutsuna al cinto, se movía con prisa y decisión, y finalmente fue él quien habló por los dos.

- Elise, deberías quedarte tú.

- ¿¡Eh!? ¿¡Por qué yo!? – protestó ella - ¡Soy tan capaz como tú o más, incluso!

- Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes – admitió – pero si hay alguien a proteger ahora mismo es a – señaló al infante – René. Tú podrías hacerlo mejor que cualquiera de nosotros, y eres su madre.

- ¡Pero…!

Para su sorpresa, su marido se adentró en la despensa y salió de ella con las dos armas, Espada Estelar y Lanza Alcarde, en la mano, entregando la primera a su esposa.

- Lo siento Eli, pero creo que llevan razón – admitió mientras le tendía el arma – y si he de dejar a René en las manos de alguien, que sea en las tuyas.

No dejaron de mirarse mientras la Kischine tomaba la espada, la cogía y la desenvainaba para comprobar su brillante filo antes de echar una mirada a su retoño. La televisión seguía encendida, y el ruido de fondo seguía siendo el de la emisión especial.

Envainó y encajó la hoja en su vaina y miró a François con ojos suplicantes. La idea preconcebida que tenía acerca de su debilidad y de que no fuera a ningún enfrentamiento sin ella le podía, pasó unos interminables segundos pensando en qué decir hasta que, alta como era, se abalanzó sobre él para abrazarlo y besarlo como si no lo fuera a soltar nunca.

- Por favor – le dijo tras separar sus labios de los de él – Ten muchísimo cuidado, no me gusta lo que se ve ahí.

- Lo tendré – respondió el francés – pero tenlo tú también ¿de acuerdo?

Se asintieron el uno al otro y, con premura, el cuarteto abandonó el piso; cuando se disponían a encaminarse escaleras abajo el Lecarde les sugirió subir y alcanzar su objetivo a través de los tejados.

- Hay que rodear mucho para llegar – avisó - ¡Por arriba llegaremos antes!

Nadie le discutió, siguiendo sus órdenes los tres jóvenes se dirigieron al punto donde se estaba llevando a cabo la masacre que tampoco tenía mucha pérdida, ya que fueran quienes fueran las criaturas atacantes habían hecho los suficientes destrozos como para que el fuego de los incendios provocados marcase el lugar con un inquietante resplandor anaranjado que teñía la ciudad de la luz con un aura sanguinolenta.

Al tiempo que avanzaban se alegraban cada vez más de haber hecho caso al Lecarde; aún en línea recta y abandonando los terrados sólo para usar farolas y otro mobiliario urbano como improvisadas plataformas allí donde no había apoyo disponible el tiempo que les restaba para alcanzar su objetivo era considerable, al menos 15 minutos a su velocidad, y no pudieron evitar ponerse nerviosos.

- Hay decenas de plazas y lugares de descanso en todo París - Comentó François en un momento dado - ¿¡Por qué tan lejos!?

Cuando finalmente llegaron a su destino contemplaron el lugar desde el más bajo de todos los edificios, encontrando un panorama desolador: Escaparates destrozados, cadáveres repartidos por todo el lugar, coches en llamas que, en algunos casos, habían comunicado su fuego con algún establecimiento o edificio que también ardía y por supuesto, dominando el lugar, las criaturas que lo habían tomado y se habían atrincherado en él, jugando con los agonizantes supervivientes, amenazando desde la lejanía a quienes se encontraban en las calles cercanas o simplemente ahí quietas, esperando, pero… ¿Esperando a qué?

François tardó en reaccionar ante la visión de la masacre, su mano se cerró con fuerza sobre la lanza Alcarde y empezó a hiperventilar con fuerza, no relajándose hasta que Luis puso la mano en su hombro.

- No pierdas los nervios – le dijo – en lugar de eso enséñales lo que pasa cuando atacan a tu gente.

Simon estaba preparado para entrar en acción, casi impaciente podría decirse, mientras que el cansado Erik observaba con atención el que sería el campo de batalla.

- ¿Qué puedes decirnos, tío? – le preguntó su colega al poco - ¿Cómo lo ves?

- Una manada de hombres lobo – informó – vampiros, esqueletos y – clavó su mirada en el gigantesco esqueleto simiesco, que reinaba en el lugar – el Silverback Skeleton.  Creo que podremos con ellos.

- ¿Alguna estrategia? – preguntó a su vez el francés, más calmado.

- Nos distribuiremos – explicó el pelirrojo – Si los atacamos según nuestras capacidades no serán rivales para nosotros.

Abajo, mientras el centro de la plaza aparentaba estar totalmente tranquilo, las calles colindantes eran un hervidero de curiosos, gente asustada y cuerpos de policía impotentes que, tras perder ya a unos cuantos hombres, eran increpados por la gente a causa de su “cobardía” Estaban todos tan ocupados que nadie pareció ver la explosión lumínica que se produjo en el mismo centro del lugar, donde una figura humana se alzaba entre los esqueletos, un poco más allá una llamarada verdosa hacía a los vampiros retirarse amedrentados y un rayo caía justo delante de la manada de hombres lobo, como colofón, un fuerte golpe detuvo el patrullar triunfante del esqueleto gigante, y poco después una potente llama se roja se encendía a sus pies.

Las criaturas tardaron en reaccionar y los esqueletos, animados con magia y carentes de emociones, se abalanzaron sobre el joven, que los repelió con un latigazo circular, logrando colarse uno de ellos al que Simon reventó literalmente el cráneo de un Holy Fist.

Los siguientes fueron los hombres lobo, movidos por su instinto salvaje, que atacaron a su recién aparecido adversario con sonoros gruñidos; Luis no vaciló un instante y recibió al primero de ellos con un rápido tajo desde la cintura en el que devolvió la Yasutsuna a su vaina inmediatamente para recibir a los dos siguientes cerrando sus alargados morros con ambas manos y haciendo chocar brutalmente sus cabezas para, acto seguido, lanzar una descarga eléctrica que, sin el filtro de la Agnea, no se lo puso muy difícil para tumbar a cinco o seis de ellos.

Los vampiros prosiguieron, siendo ensartados dos de ellos en una afilada asta mientras que otros tantos eran golpeados por el mango metálico de esta, los heridos se deshicieron en cenizas y François, antes de verse rodeado, empleó su lanza para impulsarse y saltar sobre sus cabezas, teniendo así una visión perfecta de su próximo movimiento: Crear una botella de agua bendita que destapó y derramó, teniendo efecto inmediato las gotas sobre los chupasangres que fueron bañadas por ellas.

Silverback Skeleton, como el pelirrojo lo había llamado, atacó a su adversario con el hueso que empuñaba a modo de maza, pero vio su embate rechazado por un puñetazo de la misma potencia del que había recibido en la cabeza, retrocediendo y casi elevándose hasta una pose erguida mientras Erik corría, puño derecho preparado, directo hacia su mano con el fin no de desarmarlo, si no de reducir su arma a pulpa.

Los cuatro luchadores lucían una mirada escalofriante en el rostro, mezcla de odio, concentración y sed de venganza. Fueran quienes fueran esos monstruos, y sin importar la razón por la que habían tomado la plaza, no existirían para ver la luz de un nuevo día.

Simon miró a su alrededor mientras las esqueletos se reagrupaban tras el primer ataque, sabía que no eran muy duros por separado, pero podían suponer un problema todos juntos, así que plantó su mano libre en el suelo y convocó un Holy Seal que paralizó a los más próximos y se lanzó contra ellos; por supuesto aún podían atacar, pero no podían escapar de los latigazos del joven que, cada vez con más celeridad, iba dando cuenta de ellos. Naturalmente el sello sagrado no había bastado para atraparlos a todos, no sólo eran demasiados si no que además el muchacho decidió no gastar más energías ya que, una vez terminada su parte, se lanzaría a asistir a alguno de sus compañeros, es por ello que, mientras sostenía la batalla contra los esqueletos paralizados, los que no se habían visto atrapados saltaban por encima de sus compañeros y corrían a atacar al Belmont que, inevitablemente, acabó recibiendo algunas heridas y cardenales antes de recuperar el control de la situación.

François por su parte cayó de nuevo al suelo, exactamente en el mismo lugar del que había despegado. La mayoría de vampiros alcanzados por el agua bendita se habían retirado del cerco o fueron reducidos a cenizas, pero habían sido sustituidos por otros sedientos de sangre que miraban amenazadoramente al francés. En vista de esto, François apuntó con su lanza al suelo, apoyó los pies en la parte posterior de la punta y, al caer, liberó una pequeña explosión turquesa que se llevó por delante a unos cuantos, extrajo la pica enseguida y, usando su cintura como eje, la hizo girar con un violento movimiento para terminar empuñándola con ambas manos y embestir hacia delante, eliminando a unos cuantos vampiros y escapando del cerco para adoptar una nueva estrategia.

Erik evitó otro huesazo y, en carrera, saltó y golpeó la rudimentaria arma con una patada descendente que abrió una pequeña grieta, subiendo acto seguido en ella y echando a correr mientras pisaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la mano, que atacó con su espada llameante abriendo una fisura chamuscada que, si bien parecía insignificante, bastó para que Silverback Skeleton respondiera con un manotazo que el pelirrojo, a causa del cansancio acumulado, no pudo evitar, cayendo al suelo con una voltereta gracias a la que terminó de pie, listo para volver a la carga.

Entre tanto, Luis continuaba su batalla sin duda ni piedad alguna, golpeaba a los licántropos en sus órganos vitales y usaba su espada contra los más fuertes. En un momento dado se despistó, habiendo visto por el rabillo del ojo el ataque sufrido por su colega, y se vio rodeado por tres bestias mientras que las demás empezaban a formar corro a su alrededor; de reacción rápida, el español no se dejó sorprender y atacó las gargantas de los que se situaron a sus respectivos lados con la mano de serpiente, rompiendo su nuez, se dobló hacia atrás para evitar un mordisco y sintió una garra clavarse y retorcerse en su espalda, a lo que respondió sujetando el peludo brazo, dándose la vuelta para retorcerlo y propinarle una poderosa descarga eléctrica mientras rechazaba a los que le atacaban por detrás a base de patadas. Finalmente, agobiado y viéndose superado por la numerosa manada, desenvainó su Yasutsuna y, partiendo de una estocada, se quitó de encima a unos diez hombres lobos en apenas un par de segundos.

- ¡¡¡HOLY PUUUUUUNCH!!!

Apenas volvía a envainar su katana cuando los licántropos situados a su espalda eran empujados hacia delante; reconoció la técnica y la voz, era Simon, y se permitió medio segundo para mirar a su espalda y comprobar que no quedaba ni rastro de los esqueletos.

- ¡Vi cómo te rodeaban! – explicó el muchacho mientras se colocaba a su lado - ¿¡Estás bien!?

- ¡Eso es lo de menos! – respondió, ignorando la herida de su espalda - ¡Me vienes de perlas!

Rechazaron a golpes a dos hombres bestia que se lanzaban sobre ellos, y Simon aprovechó para preguntar.

- ¿¡Cual es tu plan!?

- ¡¡¡Ataca – desenvainó su Yasutsuna y atravesó el corazón de dos hombres lobo – con todo lo que tengas!!!

El Lecarde ensartó en su pica a los últimos tres vampiros, que se deshicieron en cenizas, y miró a su alrededor; la gente se había acercado más a la plaza y los miraba, no le importaba, pero vio a Simon enzarzado junto a Luis en batalla contra los hombres lobo y a Erik contener el gigantesco hueso de Silverback Skeleton, que a lo largo de su cuerpo tenía diversas muescas chamuscadas y algunas grietas, con sus manos desnudas.

El mayor de los Belmont, esforzándose por repeler aquel ataque que le había cogido por sorpresa, se alegró al ver una serie de llamas turquesas engullir algunas de las articulaciones del gigantesco homínido, debilitándolo y permitiendo al pelirrojo rechazar la gigantesca maza ósea  a pulso y con sus propias manos.

- ¿¡Cómo vas, Erik!?

El Belmont no tenía demasiada buena pinta, no había sufrido demasiadas heridas pero sus ropas estaban rasgadas y sucias de haber caído varias veces al suelo y jadeaba de puro cansancio.

- Mas… o menos… - respondió Erik mientras trataba de recuperar el aliento – Gra… gracias…

Saltaron cada uno a un lado para esquivar un nuevo garrotazo, un vistazo cercano permitió a François comprobar que el arma estaba a punto de hacerse astillas, no pudo observar mucho más ya que el grito de “¡¡¡SALTA!!!” del pelirrojo lo advirtió de lo que seguía: Silverback Skeleton iba ahora a por él con un huesazo horizontal, y tuvo la suerte de saltar justo sobre el ataque y aterrizar desequilibrado, cayendo sobre los destrozados adoquines.

Fallido su nuevo embate, el esqueleto alzó su hueso y apuntó al francés, que apenas se estaba levantando, a lo que Erik respondió lanzando una llamarada al homínido con el fin de llamar su atención.

- ¡EH, MONO DE MIERDA! ¡TU ADVERSARIO SOY YO!

Tal y como esperaba, el esqueleto volvió a mirarlo y preparar su ataque, Erik se preparó para recibirlo pero, justo cuando el monstruo empezaba a lanzar su ataque, pareció darse cuenta de algo y se obligó a moverse. Sin embargo, el ataque nunca llegó.

- ¡¡¡LO TENGO, ERIK!!!

La voz de Simon llegaba desde atrás y, tal y como esas palabras indicaban, el muchacho sujetaba muy acertadamente el hueso con su látigo, pero no fue la única sorpresa, ya que Luis apareció de la nada por detrás de la criatura y cayó justo frente a ella, atacando verticalmente la calavera con su Yasutsuna que, contra todo pronóstico, no sufrió más daño que un corte limpio sin apenas profundidad.

- ¿¡ESTÁIS BIEN!? – preguntó el español mientras corría desde su posición hacia ellos.

Tanto François como el Belmont sintieron la tentación de devolverle la pregunta, el Fernández estaba casi cubierto de sangre y lucía una serie de zarpazos de aspecto preocupante.

- ¡Sí, tranquilo! – contestó finalmente el Lecarde.

- No… puedo… - la voz de Simon seguía sonando desde la espalda del homínido – sujetarlo… ¡MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!

El grito del muchacho precedió al ataque, Erik tomó posición y lanzó un puñetazo ascendente que se encontró con el hueso en un punto exacto, el golpe sonó vacío, hueco, casi de juguete, y el arma se hizo astillas sobre la cabeza del pelirrojo; la criatura tardó en darse cuenta de que había quedado desprovisto de su maza ósea y, cuando lo hizo, lanzó un bramido gutural y cacofónico que fácilmente podrían escuchar en media ciudad.  Apenas preparaba un nuevo ataque, esta vez con sus manos, cuando una cruz de abedul sesgaba el brazo, armado hasta hacía apenas unos segundos.

Era Simon de nuevo, el muchacho corría hacia ellos presentando un aspecto similar al de Luis pero con energías suficientes como para seguir combatiendo toda la noche.

- ¡Eso ha sido muy oportuno! – comentó François, aliviado, mientras el chico se les unía.

- Esta cosa es lo único que queda – informó Luis.

- Tranquilo, lo he dejado bastante tocado – contestó el pelirrojo – y habéis hecho justo lo que necesitaba – echó a correr, embistiendo directamente al esqueleto - ¡¡¡DEJÁDMELO A MÍ!!!

Atónitos, vieron cómo Erik corría hacia la criatura y evitaba dos ataques que ésta le lanzaba con la mano que le quedaba mientras se veía rodeado por su aura, que empezaba a concentrarse en su brazo derecho.

- El punto débil de los Silverback es – saltó hacia el esqueleto, encontrándose demasiado cerca como para que éste pudiera rechazarlo - ¡¡¡LA 7ª VÉRTEBRA!!!

Un resplandor rojizo precedió a la paralización total del gigantesco homínido que un segundo después empezó a desmoronarse, derrumbándose hasta quedar sólo un montón de huesos gigantes coronados por un enorme cráneo mientras que un par de metros más allá Erik abandonaba la posición arrodillada a duras penas y regresaba con sus tres compañeros de batalla, apenas había llegado con ellos cuando explotó una estruendosa ovación, y poco a poco la gente empezaba a entrar en la plaza, apenas controlados por la policía.

Podía ser una victoria celebrable, al propio Luis le pareció que no estaría de más disfrutar de un poco de gloria, pero cuando fue a dirigirse a François se dio cuenta de que éste estaba pálido, temblaba y miraba a la dirección de la que habían llegado.

- ¿Fran? – lo llamó el español, extrañado, alertando con ello a los hermanos Belmont.

- Fran ¿pasa algo? – preguntó Erik, posando su mano sobre el hombro del francés.

- François ¿estás bien?

- Tengo un mal presentimiento – respondió el aludido a los tres muchachos.

- ¿C-cómo ¿ - Erik sacudió la cabeza – Un… ¿mal presentimiento?

- Ha pasado algo – dijo entre dientes - ¡¡Ha pasado algo!!

Sin mediar palabra escapó de la multitud que se estaba formando a su alrededor hacia una callejuela desde la que sabía que podría escalar uno de los edificios más bajos a través del que acceder a los tejados, Simon, Erik y Luis lograron seguirlo a duras penas y se pusieron en camino.

- ¡Fran! ¡FRAN! – lo llamó Luis nada más alcanzarlo - ¿¡Qué sientes!? ¿¡Qué ha ocurrido!?

- ¡No lo sé, Luis! – se limitó a responder el Lecarde - ¡NO LO SÉ!

A pesar de su estado tras el combate, fue tal la velocidad de la carrera que hicieron el camino en apenas diez minutos, y apenas arribaron al tejado del edificio la preocupación del trío se sumó a la de François al encontrar algo que no debía estar así.

La puerta de la azotea había sido reventada, y la pared estaba seriamente dañada.

Ya asustados, bajaron los escalones de dos en dos encontrando diversos daños en el camino hasta llegar al piso, cuya puerta había sido literalmente arrancada y, una vez dentro, se les heló la sangre.

No quedaba nada intacto en el pequeño piso, absolutamente todo había quedado destrozado y el cuarteto se separó, yendo los hermanos a la habitación de invitados, Luis a la de matrimonio y François directamente al salón, en cuyo centro yacía Elisabeth, rodeada por los restos del mobiliario y tirada de cualquier manera en el suelo.

François se volvió loco, se arrodilló al lado de su esposa y la movió con cuidado, dejándola boca arriba y llamándola a voz en grito, ni siquiera se dio cuenta cuando Luis y los hermanos, tensos y jadeando, se reunieron con él y trataron de llamar su atención, de hecho Luis tuvo que arrodillarse tras él, agarrarlo del hombro y darle la vuelta de un tirón. Al ver la expresión de su cara, el francés se puso blanco como el papel.

- Fran… - el Fernández respiró hondamente antes de continuar - …No hay ni rastro de René.

------------------------------------

¡Hala! Abrimos el arco final. En su momento, recién empezada la saga, una vieja amiga mía y yo estuvimos hablando de cual era la utilidad de René en esta saga. Sí, vale, es el hijo de Elise y Fran, pero para algo más tenía que servir ¿no? en efecto, para terminar de tocarle los cojones a los tres protas xD

Mañana vengo con el 93 y 94 y como poco espero dejar el 95 a mitad (desgraciadamente mi vida actual sólo me permite escribir los fines de semana ^^U) En cuando a los Episodios, en su momento quedé satisfecho con ellos y lo sigo estando, quizá me habría gustado narrar la batalla de Erik contra el Silverback Skeleton de otra forma pero no, el pelirrojo todavía no es tan cheto.

¡Tamañana!
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23:42 16/07/2011
Echaba de menos esto. Gracias.
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Prelude of Twilight

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