Prelude of Twilight

Publicado: 23:48 17/07/2011 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Invitation of a Crazed Moon

La noticia de la desaparición de su hijo apenas cinco minutos después de encontrar a su esposa yaciendo gravemente herida en el centro de su piso destrozado fue demasiado para François, su rostro perdió toda expresión y su cuerpo cedió, quedando apoyado sobre sus manos y rodillas en el frío suelo, manchado por la sangre de Elisabeth. Luis, afligido y sintiéndose culpable por comunicarle la noticia, se sentó a su lado y trató de animarlo mientras Erik volvía a desaparecer en el interior del cuarto de invitados, no teniendo noticia de él hasta unos minutos después.
- ¡Eh! ¡Que alguien me ayude con esto!

Simon acudió al cuarto y se escuchó arrastrar de muebles, algunos quejidos y al poco los dos hermanos salieron, portando el somier de una de las camas.

- Qué… ¿Se puede saber qué hacéis? – los interrogó el Fernández, levantándose - ¡No es momento de liarse a mover muebles!

- De mover muebles no – respondió Erik – pero sí de buscar un sitio decente donde acostar a Elise ¿no te parece?

Como por encanto, Fran reaccionó inmediatamente a estas palabras, tomó a su esposa en brazos y la alzó, yéndose junto a los restos del destrozado sofá mientras los Belmont terminaban con el somier y pasaban a trasladar el colchón.

Mientras tumbaba a Elise con mucho cuidado, recuperó al fin el habla.

- Se ha salvado… ¿El cuarto de invitados? – preguntó, poniendo cuidado en la posición de la espalda de su mujer.

- En su mayor parte – informó el pelirrojo – las puertas del armario están destrozadas y una de las camas está partida en dos, pero ésta – señaló al lecho de la Kischine – y nuestras cosas están intactas.

- Venían buscando algo… - dedujo Simon.

- Sí – respondió el francés mientras la rabia comenzaba a dibujarse en su rostro – y caímos en su trampa como idiotas. Les dejamos el camino libre.

- ¿Trampa? – Simon levantó una ceja, confuso.

- ¡Vamos! ¡No me digáis que nadie lo notó! – saltó repentinamente François, alzando la voz - ¡Nos esperaban! ¡Estaban ahí sin hacer nada! ¡Y además…!

- …El ataque ocurrió muy lejos – completó el español.

- El ataque podría haber sido en cualquier parte – se apresuró a añadir Erik – eso es irrelevante, lo que sí es verdad es que podían haber continuado, eran suficientes como para dejar una larga estela de destrucción, y solo… - su voz se ralentizó, mientras hablaba se daba cuenta de lo que suponía su deducción – se quedaron… ahí… esperando…

Miró a Luis, que a su vez miró a Simon, y éste se adentró corriendo en el cuarto de invitados y salió de él con una gran caja en las manos y los ropajes de combate de Luis sobre ella.

Entregó las prendas al español y literalmente arrancó la parte superior de la caja de cartón, dejando al descubierto las mallas negra y azul que recibieron de los Fernández, así como lo que parecían ser varias piezas metálicas, unas de un brillante acero pulido y otras de color plúmbeo.

- Nuestras ropas de combate… - articuló el pelirrojo al verlas.

- Has dado en el clavo – se dirigió Luis al chico – vestíos inmediatamente, no volveremos sin dar caza a esos hijos de puta.

Los dos hermanos asintieron y comenzaron a desvestirse con gesto decidido al tiempo que Luis ya lucía sus botas militares, pantalones anchos, chaleco antibalas modificado y guante Agnea. François, sin separarse del lado de su mujer, los contemplaba con gesto indescifrable.

Al poco rato ya estaban listos, Erik lucía sobre la malla negra unas grebas plúmbeas de diseño sencillo con la parte delantera de los muslos protegida por una placa trapezoidal, sobre su cintura descansaba el doble cinturón cruzado que sujetaba la Salamander y, en el brazo derecho, una pieza que aún no había visto la necesidad de emplear: El brazalete alquímico de su antepasado Leon Belmont.

Simon por su parte vestía sobre la malla azul marino unas grebas de puro metal pulido decoradas con placas de elaborados diseños tanto bajo la rodillera como proteginedo el muslo y el empeine, el cinturón negro de hebilla dorada tenía una abrazadera metálica desabrochable que permitía sujetar el látigo enrollado y cubría sus manos con dos mitones negros de puro cuero.

- Perfecto – juzgó el Fernández – Nos vamos.

Se dieron la vuelta y encaminaron al umbral de la casa cuando François, con un serio “Yo también voy” se les unió inesperadamente.

- ¿¡Cómo!? – Luis se había volteado y lo enfrentaba directamente.

- He dicho que yo también voy – repitió el Lecarde, decidido – no esperarás que vaya a permitir que esto quede así ¿Verdad?

- Deberías – respondió escuetamente Luis.

- ¿Qué… has dicho?

- He dicho que deberías.

- ¡Tienes que estar de broma!

- En absoluto.

La paciencia de François no duró mucho más; furioso, avanzó para abrirse paso entre los hermanos y, cuando llegó hasta Luis, lo agarró del brazo izquierdo y tiró de él.

- ¡Mira! ¡Mira ahí! – exclamó, señalándole a Elisabeth - ¡La casa me da igual! ¡Puedo volver a comprar los muebles! ¡Pero dime si puedo quedarme quieto sabiendo que lo que le han hecho! ¡¡TEN LOS COJONES DE DECÍRMELO, LUIS!! ¡¡Y MI HIJO!! ¡¡SE HAN LLEVADO A MI HIJO, JODER!!

Luis no respondió, miraba fijamente a Elisabeth, aquella poderosa cazarrecompensas que había sido destrozada por quien quiera que fuera el hijo de puta que había atacado el hogar, y sus ojos viraron hasta toparse con lo que quedaba de la cuna de René.

- Eres gilipollas – se limitó a contestar finalmente.

- ¿Qué?

- He dicho – con un poderoso movimiento, se liberó de la presa del Lecarde y le propinó en la cara un puñetazo que lo estampó contra el suelo - ¡¡¡QUE ERES GILIPOLLAS!!!

Simon y Erik, cada uno a un lado, miraban la escena impasibles, con la severidad impresa en sus rostros, mientras François se levantaba con dificultad.

- Pero… ¿¡Qué mierda estás diciendo!? – respondió, con la nariz sangrando a causa del golpe - ¿¡Me estás llamando gilipollas por querer vengar lo que han hecho a mi mujer y recuperar a mi hijo!?

- ¡¡Exactamente!! – aunque sin gritar, el español mantenía su dureza – Antes me has dicho que la mire ¡Mírala tú, mejor! ¡Sabes quién era! ¿¡Verdad!? ¡Yo hasta he luchado contra ella en el pasado! ¡Y sé que tú, con tu nivel actual, no podrías ni tocar a quien la haya dejado así! ¡Harás mucho mejor quedándote aquí y cuidando sus heridas!

- ¿Sí? ¿¡Y cómo voy a hacerlo!? ¡La casa está destrozada! ¡No tengo nada con qué aten…!

Antes de que llegara siquiera a terminar, el español lo alcanzó de una zancada, lo agarró del cuello y, in apretar su mano, lo levantó hasta ponerlo a su altura.

- ¡Escúchame bien, IDIOTA! ¿¡Te has despertado alguna vez herido y derrotado encontrándote sólo porque la persona a la que amas no está!? ¿¡Has necesitado alguna vez una atención que Elisabeth no te haya prestado!? ¡¡CONTESTA!! – pegó su cara a la del Lecarde, hablándole entre dientes – Yo sí que he experimentado eso y no se lo deseo ni a mi peor enemigo, te lo aseguro.

Se miraron en silencio, François no hacía el menor gesto de resistencia pero no dejó de desafiar a Luis con la mirada aún cuando éste lo hubo dejado de nuevo en el suelo.

- Yo he dejado a mi novia en España para ir a rescatar a mi hermana – añadió finalmente el español – y cada mañana me levanto preguntándome cómo estaré al día siguiente porque por más que nos llamemos no sé cuando volveré a verla – su gesto era increíblemente severo, pero sus ojos ahora reflejaban una fuerte tristeza – Podría morir dentro de un mes, la semana que viene o esta misma noche intentando rescatar a René, y dejarla sola sin darle la oportunidad de saberlo siquiera – clavó sus ojos en los del Lecarde – Déjate de honores y mierdas y dedícate a tu verdadero deber como marido, suertudo de los cojones.

Dicho esto se dirigió a Simon y Erik con un “vamos” y el trío se encaminó hacia la puerta bajo la mirada del francés. Justo en ese momento, un débil gemido de dolor hizo que los cuatro se dieran la vuelta.

- ¡¡Elisabeth!!

François corrió a su lado, seguido de Luis y los Belmont, y sujetó su mano sin moverla.

- ¿Fran… çois? – la voz de Elise era muy débil, y por su tono parecía abrumada por el dolor – Cariño… estás aquí…

Esbozó una débil sonrisa mientras sentía las manos de su esposo cerrarse sobre la suya y abrió los ojos para mirarlo.

- ¡Si! – respondió él - ¡La batalla salió bien! ¡Vencimos y salimos vivos y con fuerzas!

- Vencisteis… - la tierna sonrisa que había mantenido hasta ese momento se transformó en una mueca de amargura y rabia – Yo… François… no pude… ¡Me superó!

- Está bien, Elisabeth – la interrumpió el Fernández – nosotros nos haremos cargo.

Pero la mujer no lo escuchaba, dolorosamente se inclinó hacia su marido y se ubicó hasta poder apoyar su frente en sus manos.

- No pude… hacer… ¡Nada! – sollozó – La vi llevarse a René… La… ¡La vi! Cuando me ganó… - Erik miró a su compañero y le hizo una seña con la cabeza, el tono de voz de la Kischine denotaba que empezaba a desvariar. Tal vez tenía fiebre – Era… ella… ¡Ella, Fran!

- Tranquila, cielo – nadie pudo verlo, pero la palabra “ella” cambió el rostro del Lecarde – todo estará bien, nos haremos cargo.

- Lo… ¡Lo siento! – Rompió en un llanto amargo - ¡Lo siento! ¡Lo…!

Elisabeth había caído en un bucle de llanto y disculpas, su voz estaba deformada y reafirmó la impresión de Luis y Erik de que estaba febril, quizá por alguna herida que había comenzado a infectarse.

- Suficiente – El español se adelantó y colocó junto a François, apenas pudo colocó su mano desnuda sobre la frente de Elise y realizó un hechizo de sueño que la acalló y durmió – Mi magia blanca es pésima – se dirigió a François – pero esto la dormirá y calmará su dolor durante unas horas, el resto depende de ti.

El francés no dijo palabra, sólo se quedó al lado de Elisabeth, mirándola en silencio.

- Luis, ya no podemos esperar más – lo llamó el pelirrojo – tenemos que irnos.

El aludido asintió y se dirigió de nuevo hacia la puerta, seguido de los hermanos; hubieron de detenerse de nuevo, pero en esta ocasión fue François quien los llamó.

- ¿Qué pasa? ¿Sigues pensando en venir con nosotros? – espetó el español, harto de interrupciones.

- Iré – decidió Fran – pero cuando mis abuelas lleguen y me aseguren que Eli se recuperará, mientras tanto… – se adentró en lo que quedaba de la cocina y lo oyeron rebuscar, quejarse y maldecir un par de veces hasta que finalmente salió con una botella de cristal llena de un extraño líquido translúcido y anaranjado – Pensaba daros una de estas a cada uno, pero “ella” también ha atacado la cocina, y ésta es la única que queda.

Lanzó la botella a Simon, que la atrapó al vuelo y miró al trasluz con curiosidad.

- ¿Esto no es una…?

- Poción, exacto – completó el Lecarde – hemos quedado bastante tocados. A mí me curará mi abuela Loretta, pero vosotros no esperaréis a que llegue ¿me equivoco?

Los tres asintieron a la vez.

- ¿Con una bastará para los tres? – lo interrogó el menor de los Belmont sin apartar la vista del mejunje.

- No, pero ayudará.

Se miraron los unos a los otros, la única opción era dividirla en tres tercios, pero no restauraría todas sus fuerzas ni mucho menos curaría sus heridas. Erik aceptó sin problema pero Luis, conociendo el estado de su compañero, se negó en rotundo.

- ¡Llevas dos días casi sin pegar ojo! – objetó - ¡Y has pillado hasta en el carné de identidad!

- Luis – El Belmont, que ya tenía la botella abierta, respondió irritado - ¡No estoy tan mal! ¡Y no soy yo quien tiene un garrazo de hombre lobo en plena espalda!

- Si hace falta bebeos mi parte – sugirió el menor – yo estoy fresco.

- ¡Tú pareces un arañadero de gatos, Simon!

- ¡¡¡BEBED UN TERCIO CADA UNO Y YA, JODER!!! – los interrumpió el Lecarde a voz en grito.

Se callaron al instante, no por el grito de François si no porque llevaba razón: Lo más primordial era ir a por René y los detalles importaban poco, de modo que cada uno tomó un tercio del contenido y, mientras sentían que apenas comenzaba a hacer efecto la poción en sus cuerpos, se echaron a la carrera.

Simon y Luis, pese a su decisión, se mostraron rápidamente desorientados, pero Erik mantuvo su seguridad y desde el primer momento corría en una dirección concreta. Finalmente, su compañero se decidió a preguntar.

- Parece que sabes más que nosotros, así que dime ¿Cuál es nuestro destino?

- ¿Recuerdas tus indagaciones con el rastro mágico de los sietes? – preguntó el pelirrojo a modo de respuesta – no ibas precisamente desencaminado.

- ¿A qué te refieres? ¿Al punto en que convergían los rastros mágicos?

- Exacto – confirmó – Si De Rais ha seguido lo que él mismo dictó para ese libro – apretó los dientes – el muy hijo de puta se ha estado riendo de nosotros todo este tiempo desde NOTRE DAME.

- ¿¡Notre Dame!? ¿¡Estás seguro!? – preguntó su hermano.

- Entonces no me equivocaba… - masculló el español a su vez.

- ¡Os lo explicaré todo cuando lleguemos! – indicó Erik, tajante - ¡Tenemos que darnos prisa!

Asintieron y continuaron. Por sus ropajes y estado – tal y como anticiparon, la poción de François no hizo gran cosa con sus heridas – no podían dejarse ver, de modo que callejeaban para evitar a la muchedumbre, lo que suponía un gasto de tiempo extra.

Al pasar por al lado de una callejuela, una voz femenina los hizo detenerse con la pregunta “¿A dónde vais tan deprisa?” Erik fue el primero en frenar, y por poco se ve envuelto en un triple impacto con su hermano y con Luis. En todo caso, los tres habían reconocido aquella voz.

- C… ¿¡Claire!? – exclamó el pelirrojo, recuperando la estabilidad.

No se equivocaba, del mismo callejón del que había surgido la voz ahora emergía de entre la oscuridad la propia muchacha, ataviada con la misma ropa que vistió en la batalla del Louvre, aunque en bastante mejor estado.

- ¡Oh, me habéis reconocido! – sonrió mientras se acercaba al trío.

- Mira, Claire – Luis tomó la palabra, en su rostro se marcaba la impaciencia – no quiero ser antipático, pero vamos con bastante prisa y no de buen humor…

- De caza ¿verdad? – preguntó ella, observándolos con detenimiento – Esas son ropas de batalla…

- Es… - Erik suspiró – una larga historia, vamos a algo más importante que a cazar.

- Bueno ¿Tenéis tiempo para contármela a grandes rasgos aunque sea? – solicitó la inglesa.

No perdían nada por ello, de modo que, tal y como ella había pedido, le explicaron lo sucedido añadiendo los detalles necesarios para hacer comprensible su actitud. No les llevó más de tres minutos, y cuando terminaron la muchacha los miraba pensativa, apoyada en la pared.

- Voy con vosotros – decidió tras unos segundos de reflexión.

Esperaba algún tipo de reacción adversa, un “¿¡Qué!?” por parte del impaciente Luis o algo por estilo, pero la reacción del trío le sorprendió.

- Por mí vale – respondió Simon.

- Ninguna objeción – añadió el pelirrojo.

- Nos vendrá bien alguien con tu poder – dijo por su parte Luis – siempre que nos ayudes, por supuesto.

- A eso voy – respondió ella – de hecho, voy a empezar con ello ahora mismo - Sin mediar palabra, puso su mano derecha sobre el tórax de Luis y, acto seguido, en el de Simon – Estáis tocados ¿Eh? – sonrió – creo que puedo solucionar eso.

Les hizo colocarse el uno al lado del otro y puso cada mano sobre el torso de cada uno de ellos, realizando un hechizo curativo con el que, esta vez sí, sintieron recuperar sus fuerzas y cesar el dolor de sus heridas.

- No puedo hacer mucho – admitió mientras se separaba de ellos – pero con esto debería bastar. Ahora – se dirigió hacia Erik, con quien cruzó una mirada cargada de complicidad – te toca a ti.

Al contrario que con los otros dos, gastó en el pelirrojo un total de diez segundos, tras lo que retiró la mano y lo miró asustada.

- Pero… ¿¡Qué te ha pasado!? – preguntó alarmada - ¡Estás mucho peor que ellos!

- Esa historia es mucho más larga que la otra – resolvió el Belmont - ¿Puedes hacer algo conmigo?

- Algo, pero no mucho – respondió mientras usaba ambas manos para sanarlo a él también – yo no puedo hacer milagros, Erik.

Igual que con la comprobación, tardó sus buenos segundos en terminar con él antes de partir, durante el camino el pelirrojo se hizo cargo de explicarle también su destino y cómo lo había averiguado.

- Vi lo de los niños en los periódicos – comentó ella una vez terminado el relato – Hacía tiempo que no sentía tanta rabia.

- Y si no es mucho preguntar – la interrumpió el español - ¿Por qué te nos has unido en esto? No tienes ninguna relación con los Lecarde ¿no?

- Os acabo de decir por qué lo hago – contestó Claire – Yo también quiero vengar a esos niños ¡Y me parece despreciable lo que han hecho con el hijo de vuestro amigo!

Erik sonrió ante estas palabras, mientras que Simon y Luis guardaban silencio.

Tras unos diez minutos de carrera el ambiente cambió, la malignidad que se había hecho presa del ambiente a lo largo del día ahora parecía amenazar con aplastarlos a los cuatro.

- ¡Ya estamos cerca! – Indicó la joven, acelerando el ritmo de su carrera junto a los hermanos Belmont y Luis.

Y en efecto así era, apenas dos minutos después la última de las callejuelas se abría y sólo un puente de piedra los separaba de la Île de la cité y, con ella, de Notre Dame; lo cruzaron y Simon fue el primero en observar que la habitual iluminación del monumento no estaba encendida aquella noche, como si el anfitrión quisiera darles la bienvenida con un festival de oscuridad en plena ciudad de la luz.

Ya caminando avanzaron hasta situarse frente a la puerta central de entre las tres que daban acceso a la construcción, y un decidido Luis avanzó hasta ella encontrándosela abierta.

- Acabas de poner una alfombra roja a los pies de tu verdugo, gilipollas.

Antichapel (part 1)

Luis abrió la puerta con decisión mientras hacía a los demás una seña de espera y se adentró para encontrar que la ausencia de iluminación en el exterior no era una simple casualidad.

- ¿Qué demonios…?

Como en el exterior, todas las luces estaban apagadas con una salvedad: Los candelabros, en los que descansaban velas encendidas que parecían recién puestas, dando al lugar un ambiente remarcadamente lúgubre.

Esperó unos segundos, se adentró unos pasos y, tras comprobar que efectivamente no les esperaba ninguna sorpresa, regresó al portón para permitir la entrada al trío.

- Qué apropiado… - masculló Simon mientras retomaban el camino.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Claire, intrigada.

- La puerta central – se adelantó el pelirrojo – es conocida como “El portal del juicio final” Supongo que Simon se refiere a entrar justo por esta puerta para acabar con De Rais.

El menor asintió mientras la joven esbozaba una momentánea sonrisa que se desvaneció apenas pusieron los pies dentro de la catedral.

- ¡Nos reciben con velas y todo! ¿No es romántico? – exclamó con sorna el español mientras se adentraban aún más.

- Como guerra psicológica no es mala táctica – opinó el mayor de los Belmont – pero… - desenvainó su Salamander y puso la funda boca abajo, dejando caer un papel cuidadosamente doblado – poco daño nos va a hacer un poco de oscuridad.

- El caso es que ya estamos aquí – resolvió la inglesa con las manos en la cintura - ¿Qué buscamos exactamente, chicos?

- A eso voy – El pelirrojo recogió el papel y lo desdobló - ¡Venid todos!

Claire, Simon y Luis se reunieron a su alrededor para descubrir lo que Erik había traído escondido en su arma: Un mapa, si bien no era un mapa muy común ya que, del tamaño de 4 folios unidos, tenía dibujados lo que parecían ser varios planos unidos entre sí por líneas, así como diversos bocetos y garabatos en general.

- ¿De dónde has sacado esto? – le preguntó su hermano tratando de guiarse entre las líneas

- Lo tracé mientras descifraba – explicó – estaba todo escrito, sin ninguna ilustración, así que lo guarree bastante ¿Os vais quedando con él?

Claire asintió sin pronunciar palabra, mientras que su colega sonrió y murmuró un “¡ahora me lo explico!”

- Bueno… es un mapa, sí – articuló la joven cuando deshicieron el corro – pero ¿de dónde?

- Precisamente del lugar a donde vamos ahora – respondió el pelirrojo volviendo a doblar el papel – seguidme y preparad vuestras armas.

El grupo se movió siguiendo a Erik hasta una losa anormalmente grande, del tamaño de dos lápidas unidas aproximadamente, y se detuvo ante ella.

- Tenemos que levantarla – indicó el Belmont – es la entrada.

- ¿Y cómo…?

- Por eso dije que prepararais vuestras armas – dijo mientras desenvainaba su Salamander para, acto seguido, insertarla en la junta de la baldosa – Tendremos que desencajar esto de algún modo ¿no?

Luis, que se colocó en el lado perpendicular al de su colega, lo imitó sin ponerlo en duda ni por un momento; Claire tardó un poco más, preguntándose para qué era todo aquello hasta que al final se encogió de hombros y, colocándose frente al pelirrojo, lo imitó también.

- Bien – articuló este - ¡Tirad!

El Belmont comenzó a tirar hacia atrás con su espada haciendo gala con todas sus fuerzas, Luis y la joven lo siguieron y, luchando contra la flexibilidad de sus propias armas y el peso de la lápida, finalmente lograron hacer que ésta comenzara a levantarse.

- ¡Simon, ve preparando el látigo! – indicó el español mientras se agachaba para meter los dedos en la abertura creada y tratar de levantarla a peso - ¡Y vosotros echadme una mano!

Erik y Claire se agacharon a su vez y sujetaron la losa, alzándola en peso entre los tres hasta dejarla lo suficientemente inclinada como para dejar pasar a un adulto agachado. A toda prisa el pelirrojo pidió el látigo a su hermano, lo desenrolló y rodeó la piedra con él, dándole los dos extremos a Simon.

- Sujeta hasta que yo te diga – indicó – vamos a ir bajando.

El muchacho obedeció y sostuvo con todas sus fuerzas mientras uno a uno se iban adentrando en el pasadizo: Primero Claire, después Luis y por último, siguiendo las indicaciones del pelirrojo, el propio Simon, mientras su hermano sostenía la piedra con todas sus fuerzas antes de acabar descendiendo él también, quedando el camino sellado sobre su cabeza.

Con la caída de la gigantesca lápida se cerró también la entrada de la única fuente de iluminación del pasaje, una especie de covacha excavada en la roca cuyos escalones parecían tallados sobre la misma, ninguno se movió hasta que se hubieron reunido los 4 y, una vez juntos, iniciaron el descenso en completa oscuridad.

- Debería sacar algo de luz – propuso Simon en los primeros minutos.

- Reservad vuestras energías – respondió Erik a eso – lo único que necesitáis saber es que esta escalera es de caracol y los escalones pueden ser un poco irregulares.

- Te lo has estudiado bien ¿eh? – comentó el español.

- A conciencia – se limitó a responder el Belmont.

- Es una batalla que hay que ganar sí o sí, así que Erik tiene razón – coincidió Claire – mejor reservemos todas las energías posibles.

Se hizo el silencio mientras continuaban descendiendo en la más completa oscuridad, la bajada se estaba haciendo eterna y la ya anunciada irregularidad de los escalones junto a la humedad ambiental provocaba más de un resbalón que obligaba a los cazadores a sostenerse unos con otros.

Finalmente acabaron divisando una luz que se reflejaba en las pulidas paredes del pasadizo, era una luz verdosa, casi mortecina, y casi al tiempo que la vislumbraban el ambiente parecía cargarse de un extraño olor.

- Se ha hecho más largo de lo que esperaba – comentó Simon, deseoso de terminar con las escaleras de una vez.

- Si interpreté bien los mapas – le respondió su hermano, que se colocó a la cabeza del grupo – vas a desear volver a las escaleras.

Al final alcanzaron un rellano franqueado por una puerta de madera completamente desvencijada, raída y carcomida a través de la cual se filtraba la luz, Erik la empujó y al atravesarla salieron a lo que parecía una gigantesca estancia muy tenuemente iluminada por unas teas en las paredes cuyo fuego era de color… verde.

Se detuvieron de inmediato, los cuatro sabían que se encontraban en un espacio donde cualquier enemigo podría atacarles y sus ojos aún habían de acostumbrarse a aquel escaso nivel de iluminación. Cada uno empuñó su arma mientras dejaban trabajar su vista y afinaban el oído.

No pasó ni un minuto hasta que uno de ellos hizo el primer movimiento: Claire, que lanzó 3 puñales a la oscuridad, escuchándose casi enseguida tres grititos agudos.

- ¿Murciélagos? – preguntó Erik sin moverse un milímetro.

- Sí, los escuché moverse – respondió ella - ¿Cómo lleváis lo de adaptaros a esta luz?

- Deberíamos ponernos en marcha – sugirió Simon – quedarnos aquí parados no nos va a servir mucho que digamos.

Se miraron unos a otros y asintieron, el pelirrojo se puso delante como portador del mapa que él mismo había trazado, pero su colega no tardó en ponerse a la par suya.

- En fila somos más vulnerables  - comentó mientras se colocaba al lado de Erik – así podremos protegernos mejor.

Caminaban despacio pero con paso seguro mientras sus ojos terminaban al fin de hacerse a aquella mortecina luz verdosa. Con los ojos puestos en su alrededor Luis fue el primero en notar la extraña superficie de parecía conformar las paredes y comentarlo al grupo, a lo que el mayor de los Belmont se limitó a reaccionar torciendo el gesto. Él sabía de qué estaban revestidas las paredes y el techo.

- ¿Hu…esos? – preguntó Claire repentinamente tras unos pocos minutos de andadura, llamando la atención de Simon y Luis.

- ¿Qué? – preguntó éste último, extrañado.

- Las paredes, parecen recubiertas de… huesos.

Una vez empezaban a acostumbrarse a la luz se iban dando poco a poco cuenta de las cosas: Se hallaban en un pasillo de gran envergadura iluminado por antorchas cuyo fuego casi no emitía luz y el lugar era anormalmente húmedo, no obstante la oscuridad era demasiado espesa como para vislumbrar gran cosa y Claire, que por alguna razón tenía menos problemas que ellos para adaptarse a aquel ambiente, era la que veía con más claridad, y no le gustaba lo que percibían sus ojos.

La muchacha se detuvo y empezó a mirar a su alrededor con detenimiento; en efecto y tal y cómo había vislumbrado las paredes y el techo estaban revestidas de huesos, concretamente de cráneos humanos en el caso de las primeras y una amalgama de cúbitos, radios, húmeros, fémures y otros componentes alargados del esqueleto recubriendo el segundo.

Se quedó lívida por un segundo, horrorizada mientras miraba a su alrededor, preguntándose de donde podrían haber salido tantos esqueletos.

- Mientras no os acerquéis a las paredes podremos pasar esta parte sin sobresaltos – informó el pelirrojo, aparentemente impasible pero también mirando el pasillo con cierta aprehensión.

- Vale, vale – respondió el menor, que ya había acostumbrado sus ojos a la escasa iluminación – Pero ¿Qué es todo esto?

- Restos humanos – comenzó a explicar Erik – restos de personas que murieron durante la pandemia de peste bubónica en el siglo XIV. Este lugar comenzó a construirse durante aquello y De Rais lo retomó y amplió en su momento.

- ¿¡ESTO está bajo Nôtre Dame!? – Exclamó Luis, sorprendido y asqueado.

- Cuesta creerlo – aceptó el pelirrojo torciendo el gesto – pero en su momento esto empezó como una especie de homenaje, de hecho… - se detuvo por un momento mientras, con ojos desorbitados, miraba por encima del hombro de su amigo - ¡Claire! ¿¡Qué haces!?

La chica había desobedecido el consejo de no acercarse a las paredes y se hallaba en aquel momento palpando uno de las calaveras engarzadas en el muro, la chica se sobresalto y lo miró extrañada.

- ¿¡Qué!? – preguntó – No va a pasar nada ¡Son cadáveres!

Erik se llevó la mano a la cara mientras cientos de cuencas vacías se encendían con fulgurantes ojos rojos, estuvo a punto de gritar a Claire que se apartara de ahí inmediatamente cuando la pared frente a ella estalló y el cráneo que estaba tocando empezó a flotar en el aire, rodeado por una llama azulada.

El grupo desenvainó sus armas de inmediato, la propia Claire se deshizo al instante del cráneo flotante con su No Name mientras que a su alrededor cada vez más y más cabezas volaban lenta pero directamente hacia ellos.

- ¡Fantasmas Calavera! – los informó dándose la vuelta antes de prepararse para repeler a los que la embestían.

- ¡Por esto dije que no os acercarais a las paredes! ¡Las almas de algunos de los muertos siguen aquí! ¡Y están al servicio de De Rais! – Erik, con su espada llameante encendida, hablaba mientras batallaba con los fantasmas que iban a por él - ¡Este lugar lleva 600 años siendo la guarida de Guilles De Rais!

- ¿¡Estas cosas llevan seis siglos inactivas aquí abajo!? – Luis, al igual que Erik y Claire, eliminaba de un solo tajo a cada uno de los fantasmas, Simon por su parte requería varios golpes con su látigo, que agrietaba poco a poco sus cráneos.

- ¡¡Vámonos de aquí  – Indicó el pelirrojo – antes de que esto empeore aún más!!

El grupo echó a correr con Erik a la cabeza y los fantasmas persiguiéndoles, no eran adversarios realmente peligrosos por sí solos, pero su número y el hecho de que no dejaran de salir uno tras otro los convertían en una trampa mortal.

Sin embargo aquello no era todo, mientras escapaban pudieron observar cómo varios esqueletos completos se desincrustaban de las paredes para lanzarse al ataque, la mayoría fallaban en su intento o eran dejados atrás, pero se vieron obligados a deshacerse a puñetazos de unos cuantos que emergieron frente a ellos.

Finalmente alcanzaron el final del camino, franqueado por un pesado portón de hierro chapado en madera que Erik y Luis abrieron rápidamente para después cerrar y asegurar a sus espaldas una vez Simon y Claire hubieron cruzado también.

- ¡Mierda, que pasillo más largo! – se quejó el Fernández mientras apoyaba la espalda contra la puerta – Claire ¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!?

- ¡Yo no tenía ni idea de que iba a pasar eso! – contestó ella - ¡Yo sólo…!

- Ya vale – los interrumpió inmediatamente el mayor de los Belmont – Claire – la miró directamente – dije explícitamente que no os acercarais a las paredes y Luis – ahora se dirigió a su colega – si el ser humano pusiera la prudencia por delante de la curiosidad aún estaríamos comiendo carne cruda y vistiendo pieles secadas al sol.

El español torció el gesto al verse reñido por su colega mientras Claire expelía aire por la nariz en un claro gesto de fastidio.

- Escuchad, así no vamos a ninguna parte – intervino Simon – si vais a discutir hacedlo cuando hayamos terminado.  No olvidéis – enfatizó el tono de sus palabras – que hemos venido a por René.

- Es cierto – reconoció Luis – ya tendremos tiempo de hablar cuando hayamos salido de ésta, lo primero es lo primero – se dirigió al pelirrojo, que ahora parecía pensativo - ¿Hacemos algún movimiento en particular, Erik?

Éste abandonó su abstracción y miró al resto del grupo.

- ¿Pasa algo, tío? – le preguntó su hermano menor, preocupado.

- Erik…

El Belmont frunció el ceño, separó su espalda del portón y miró a su alrededor.

- Luis, antes dijiste que el pasillo te pareció largo ¿verdad? – preguntó de inmediato.

- Eh… sí

- No lo era – lo contradijo al instante – según el libro ese pasillo no era más que una entrada que no debía medir más de 50 metros, siendo generosos.

- ¿Y eso qué significa? – Se interesó la muchacha.

- Significa que tenemos que andar con cuidado – informó – algo está alterando nuestra percepción espacial aquí – chasqueó la lengua – En el libro no venía nada de esto…

- Debe tratarse de algún tipo de hechizo protector – dedujo el español – siendo lo que es este lugar me extrañaría mucho que no lo tuviera.

- ¿Y no se puede saber de cual se trata? – Preguntó Simon – así veríamos si podemos quitárnoslo de encima o protegernos de alguna forma.

- Imposible – respondió Claire al instante – este sitio está cargado de magia ambiental, no puede distinguirse nada, ya lo he intentado.

Los cuatro quedaron pensativos mientras, sin que se hubieran dado cuenta, a su alrededor la estancia se había iluminado la misma leve iridiscencia verde que iluminaba el pasillo recién superado, eso les permitió comprobar el aspecto y dimensiones del lugar, que asombraron a todos salvo al propio Erik.

De hecho los cuatro abandonaron sus pensamientos para contemplarla, el lugar era grande, más incluso que la planta de la propia Notre Dame e imitaba la distribución de elementos de ésta, de hecho parecía una copia a escala, pero todo estaba anegado por el polvo y las telarañas, la decoración parecía tallada en una piedra negra y porosa - probablemente la propia roca subterránea – incluyendo los propios bancos y un pesado olor a humedad inundaba el ambiente.

- Bueno… - articuló Erik desde las espaldas de sus compañeros - ¡Bienvenidos a la Catedral del Dolor!

-----------------------------------------------

¡Hala! ¡Últimos dos episodios escritos! El 94 me ha tenido bloqueado muuuuuuucho tiempo porque por cojones quería alargarlo más allá de donde llegaba mi planificación. Es sólo una introducción a la Catedral del Dolor (a ver si alguien recuerda de donde ha salido ese nombre xd) por lo que tampoco tiene mucha chicha más allá de mostrar más o menos lo que les espera.

¡Oh! Y la concepción de la Catedral del Dolor no tiene nada que ver con CastleVania. Buscad Kostnice Sedlec en gúguel. Os dejo una fotico del lugar ;D

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Prelude of Twilight

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