Prelude of Twilight

Publicado: 08:55 30/10/2007 · Etiquetas: · Categorías: CastleVania: Twilight Rhapsodia
Untold Secrets

Simon despertó en medio de un dulce sopor, estaba tumbado en una cama sorprendentemente blanda y cómoda cuyo tacto no le resultaba conocido, estaba semidesnudo, o eso suponía, ya que sentía casi en toda su piel el tacto de las sábanas, y tapado por una tela similar al terciopelo.

Lentamente entreabrió los ojos y escudriñó, no quería abrirlos por completo ya que eso lo espabilaría, de modo que se conformaría con adivinar su entorno en función de las vagas sombras que vislumbraría.

En seguida se dio cuenta de que se encontraba en una habitación grande y rectangular, sólo había una ventana un metro a su derecha, y más allá otra cama, en la distinguió una sombra erguida, cuya peculiar forma le recordó inmediatamente a su hermano y, en frente de éste, de pie, un hombre robusto que daba vueltas sobre sí mismo, inquieto.

Parecían hablar, pero sus oídos aún no tenían ganas de recoger sonido alguno.

- ¿Estás totalmente seguro de que fue tu corazón?

- Al 100%

- …No puede ser ¿No te habías recuperado totalmente?

- Eso es lo que pensaba yo, pero hacía demasiado tiempo que no libraba un combate de semejante intensidad.

Las voces llegaban lejanas a los oídos de Simon; a pesar de saber que Luis y su hermano se encontraban en la misma habitación que él, tenía la sensación de que, en su somnolencia, estaba a cientos de kilómetros de ambos, de hecho, por un momento llegó a pensar que estaba soñando, pero el lacerante dolor de sus brazos – menor que al final de su batalla con las hermanas, todo había que decirlo – lo convenció de lo contrario.

- Dios mío ¿Y ahora qué hacemos?

- No lo sé, tú eres el que está al mando.

- …Deberías volver a casa

- No puedes decirme que haga eso.

La voz de Luis expresaba preocupación y la Erik, severidad, Simon no podía imaginar por qué, pero tenía la sensación de que hablaban de algo muy importante.

- Ya estuviste al borde de la muerte una vez ¿lo recuerdas? Si aún te quedan secuelas de aquella misión…

- Luis, sabes que no quiero hablar de eso.

- Si lo hicieras, te lo sacarías de encima de una vez.

La voz de Erik se apagó de repente

- Recordarlo sólo me hace sufrir.

Luis bufó.

- Mira, ya de por sí estuve en desacuerdo con que Simon viniera con nosotros, me preocupa ¿sabes? Esa herida puede ser muy peligrosa para él, y si ahora además resulta que tu corazón se debilita…

- ¡Estoy bien! ¿Vale? Ha sido sólo… un aviso, y en cuanto a Simon, es lo suficientemente fuerte como para sobreponerse a sus dificultades.

- En el próximo combate podrías sufrir un infarto – respondió Luis, exasperado – y en cuanto a Simon, no dudo de sus fuerzas, pero sabes tan bien como yo que esa herida, si no se cierra, se las irá mermando poco a poco.

- Tú lo has dicho – respondió Erik – si no se cierra, pero por ahora allá donde vamos encontramos un remedio provisional que ayuda a retrasarlo.

- Eso no me tranquiliza, Simon debería volver, y tú también.

- Puedo aseguraros que las vais a pasar putas si queréis convencerme de que vuelva – intervino el hermano menor con una voz tan débil que le hizo dudar de que fuera realmente la suya.

Los dos compañeros se sobresaltaron y miraron al muchacho.

- ¡Simon! – exclamó Erik, nervioso - ¿¡Desde cuando estás despierto!?

- Desde que a Luis se le ocurrió la chorrada esa de que deberíamos volver – mintió.

- No son chorradas – respondió inmediatamente el aludido – si tienes alguna objeción me gustaría que…

- ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? – lo interrumpió el joven, que no tenía la más mínima gana de escuchar sermones.

- Horas – respondió el Fernández – son las seis de la tarde así que imagina.

- Me cago en la puta…

- Bueno, esa es la mala noticia – continuó – la buena – alzó la mano que no tenía visible, la derecha, mostrando a Simon un montón de papeles que parecían haber estado doblados – es que no he perdido el tiempo, hace poco volví de comisaría con órdenes de registro para inspeccionar los escenarios de las otras cinco abducciones.

Simon sonrió y levantó el brazo con el pulgar extendido en señal de aprobación, momento en el que se dio cuenta de que sus brazos estaban vendados.

- ¿Y nuestro siguiente objetivo es…?

- Recuperaros – lo interrumpió una voz que a los tres se les hizo familiar.

La puerta, que se hallaba en la pared del fondo, al lado del joven Belmont, se abrió, y por ella apareció Loretta, con una serena sonrisa en el rostro.

Simon, que hasta ese momento se había mostrado distendido, se recostó, tenso.

- ¿Qué quiere? – preguntó con hostilidad.

- Sentí que tu aura ardía de nuevo – respondió ésta con total normalidad – así que subí a ver como estabas… dime ¿Qué tal tus brazos?

El chico no contestó, si limitó a mirarla con el ceño fruncido.

- Comprendo que desconfíes de nosotras – repuso la anciana – desde luego no ha sido el mejor recibimiento que podíamos brindaros, pero te aseguro que – miró a Erik – todo tiene una explicación, aunque por el momento haya algunas que no podamos otorgaros – se dio la vuelta para salir de la habitación – ahora será mejor que os relajéis, los ungüentos no tardarán en hacer efecto y os curarán con rapidez.

- ¡Espere! – la interrumpió Simon.

- ¿Sí?

- ¿Para qué no estamos preparados?

Loretta lo interrogó con la mirada, a la vez que Erik y Luis.

- Usted se lo dijo a su hermana cuando nos derrotaron.

- Ah, eso – su sonrisa se acentuó, aunque en su mirada parecía reflejar algo de culpa – me temo que es una de las explicaciones que aún no podemos daros, lo siento – se disculpó antes de cruzar la puerta y salir.

Simon se dejó caer sobre el colchón y bufó enfadado.

- Simon ¿Qué está pasando? – le preguntó Erik, extrañado.

- Francamente, eso quisiera saber yo – admitió el muchacho – desde que pasamos por la hermandad no dejan de pasarnos cosas raras.

- El aviso de Arikado, el comportamiento de Malaquías al final, la actitud de la policía francesa… - enumeró Luis.

- Y de la noche a la mañana nos vemos en casa de Stella y Loretta Lecarde, pasando una supuesta prueba (que vaya prueba, por cierto) sin ni siquiera saber por qué – completó el pelirrojo – lo único que sabemos es que se nos necesita.

Dejaron pasar un rato en silencio, sumergido cada uno en sus propios pensamientos, hasta que Simon se levantó repentinamente, poniendo en su rostro una mueca de dolor al sentarse, pero ávido de información.

- ¿A dónde vas? – le preguntó Luis - ¡Si no te puedes ni mover todavía!

Al llegar a la puerta, el joven Belmont se apoyó en el marco.

- Tenemos poco tiempo y muchas cosas que hacer ¡Y necesito respuestas! No pienso irme de esta mansión sin ellas.

Mientras, abajo, Loretta abría una puerta doble, dentro de la sala a la que daba que se hallaba su hermana mayor esperándola, sentada en un escritorio de espaldas a la puerta y frente a una pantalla enorme que tenía sobre sí una pequeña webcam, no había nada más, salvo un panel de botones sobre la mesa, unos pocos cuadernos desperdigados y un portafotos en cuyo interior había un retrato en el que un hombre de pelo largo castaño y rasgos duros y una mujer cuyo pelo corto rubio tenía algunos reflejos verdosos posaban para la cámara junto a un niño que apenas tendría unos dos o tres años.

- ¿Ya has llegado? – preguntó Stella a su hermana mientras ésta cerraba la puerta - ¿Qué tal están?

- Bien, pero Simon desconfía un poco…

La mayor chasqueó la lengua.

- Se nos coló un idiota.

- No seas así, hermana, la verdad es que tiene motivos ¿Está todo listo ya?

En la mesa, el pulsador amarillo del panel se iluminó.

- Si – respondió Stella mientras lo pulsaba.

La pantalla se encendió de repente, mostrando, con enorme nitidez una vista que daba a un gran ventanal desde el que podía verse la plaza central de la hermandad, segundos más tarde, una mujer rubia aparecía por la derecha, sentándose apresuradamente frente a la cámara.

- Uff – resopló – perdonad el retraso.

- ¡Rose! – Exclamó Loretta, sonriente – Cuanto tiempo, pequeña.

- Ya empezábamos a echarte de menos – repuso Stella – tienes tan buen aspecto como siempre.

Rose Morris sonrió mientras negaba con la cabeza.

- No tía Stella, no, ojalá… siento haber tardado tanto en ponerme en contacto con vosotras, pero ya sabéis como están las cosas… desgraciadamente.

- ¿Jonathan sigue enfermo? – preguntó la hermana mayor con cierto deje de preocupación en su voz.

Rose negó de nuevo con la cabeza.

- Sigue mal, muy mal, anoche hablé con mi madre, la batalla de 1944 y todo lo que ha sucedido posteriormente lo han consumido, aunque quiera, ya no puede más.

- Charlotte siempre decía – comentó Loretta con una sonrisa nostálgica – que la magia la consumiría a ella primero, o que al menos esperaba que así fuera… tiene que estar pasándolo mal… ¿Cómo lo llevan ella y tu hermana?

Una lágrima afloró en los ojos de Rose, ésta se la secó con rapidez.

- Mi madre bien – respondió – con estoicismo, Serina se está derrumbando.

Stella cruzó sus manos y apoyó la cabeza en ellas.

- Me pregunto si… alguna vez… Charlotte llegó a perdonarlo – susurró.

- De todas formas ten fé – aconsejó Loretta a la Morris – Jonathan es muy fuerte, siempre lo ha sido, y os quiere mucho, no os abandonará sin luchar.

Rose se secó las lágrimas de nuevo, su labio inferior temblaba y sonreía sin ganas; las hermanas Lecarde, que para ella siempre habían sido como sus tías – o incluso aún más cercanas – eran las únicas personas en el mundo que, para ella, tenían derecho a verla así, aplastada por el exceso de trabajo y hundida por sus propias circunstancias personales.

- En otro orden de cosas – su deseo de cambiar de tema era imperioso – hablé con François hace unas horas, me dijo que ahora Simon, Erik y Luis se encuentran bajo vuestra protección…

- Oh, es sólo algo temporal – aclaró Loretta – no creo que duren aquí más de un día, dos a lo sumo, pero tienen otras cosas que hacer.

- El caso de los niños – repuso Stella – ellos son los que están al cargo.

Rose asintió.

- Juanjo Fernández me informó de ello… ya que están con vosotras ¿Los habéis puesto a prueba?

- Si, pero no del todo – admitió Stella.

- Sólo las habilidades de combate de los Belmont – completó Loretta – y… me he tomado la libertad de hacer pasar a Simon por mi test particular.

- ¿Y bien? – preguntó Rose, expectante.

Las dos negaron con la cabeza

- Decepcionantes – contestó Stella de forma tajante.

- Sus capacidades de combate están por debajo de lo que esperábamos – explicó la hermana mayor – y psicológicamente tienen algunas… anomalías – pareció detenerse, pero cuando comprendió que esa expresión podía dar lugar a interpretaciones erróneas, decidió extenderse un poco más – les falta espíritu, hay algo que les cohíbe y les incapacita para luchar al 100%, en el caso de Simon es sólo baja autoestima, pero el problema de Erik temo que sea mucho más profundo.

Rose se llevó la mano a la barbilla.

- Ya veo, así que no están preparados… - dedujo con cierta aflicción.

- Yo creo que directamente no son los adecuados para éste cometido, no entiendo como habéis podido escogerlos, creía que los miembros de la alta esfera de la hermandad eran más juiciosos.

- ¡Stella! – la regañó su hermana menor.

- No es que hayamos elegido mal – replicó Rose – es que son los indicados para esto, tía Stella, no hay nadie más.

- Si, ya sé que Luis Fernández es el elegido por el Angelium, pero ¿y los Belmont?

- Ellos son la siguiente generación de su clan y, como ya hablamos la última vez, han de estar ahí.

- No puedo estar de acuerdo – intervino Loretta – con la desaparición de Drácula el clan Belmont ya no es necesario, y sin el Vampire Killer…

- ¿Estás segura de eso, tía Loretta? – la cortó Rose con tono sombrío – estoy segura de que tú también lo has notado… un inmenso poder crece en algún lugar de Europa…

- Cierto – convino ésta – pero las tres sabemos que es imposible que sea Drácula…

- Pero la pureza de ese poder es tal… sólo Simon y Erik se aproximan a ella.

- Cierto – admitió Stella – ni siquiera Julius poseía un aura tan limpia como la de Simon Belmont, el chico es débil, pero su poder es excepcional… si sólo fuera un poco más fuerte…

Loretta, que se había echado a pensar después de sus últimas palabras, levantó la cabeza.

- Sí, el aura de Simon es de una pureza impresionante, pero Erik…

Rose y Stella la miraron fijamente.

- Loretta, explícate por favor – le pidió su hermana mayor.

- Puede que tenga que ver con las anomalías de las que os hablé antes… ese muchacho se consume en su dolor… no lo exterioriza, pero he sentido que la tristeza lo invade, está pervirtiendo su aura… se está oscureciendo.

- Bueno – repuso Stella – mientras sea tristeza y no ansia de poder…

Rose guardó silencio durante unos segundos, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.

- Aún no ha sido capaz de superarlo – comentó en tono de exasperación.

- ¿Te refieres a…?

- ¡Si! ¡Ha tenido dos años el muy hijo de puta!

- Fue algo muy duro para él – argumentó Loretta, como si intentara excusarlo – es normal que aún no se haya repuesto.

- Kraus Van Helsing se recuperó con rapidez – replicó Rose con brusquedad - ¡Y Luis también! ¿Cómo puede ser más débil que ellos dos?

Stella suspiró.

- ¿Y qué esperabas? Es humano, como nosotras tres.

La muchacha echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo de su asiento, el cansancio extremo que la afectaba era en aquel momento bien visible.

- De alguna forma – murmuró – Erik DEBE recuperarse… la antigua coalición se reunirá pronto…

- ¿Él es el receptor del legado de Trevor? – preguntó Loretta con curiosidad.

Rose asintió con la cabeza.

- El es el único… reúne las condiciones necesarias para ello…

Se hizo el silencio, limitándose sólo a mirarse, las hermanas a Rose y Rose a las hermanas, ellas dos prácticamente eran sus otras madres.

- Rose… una cosa más – solicitó Stella de repente.

- ¿Sí?

- ¿Qué se sabe de… Sapphire?

El gesto de la muchacha se ensombreció

- La respuesta es la misma de siempre, tía… se la ha tragado la tierra… no se han tenido noticias de ella en 20 años, y nuestros activos siguen buscándola.

La anciana agachó la cabeza, con los puños cerrados sobre la mesa.

- Esa… ¡Zorra! Si algún día llegara a atraparla… yo…

Los ojos de Loretta se desviaron a la foto en la que una pareja posaba junto a su hijo.

- Tía Stella, créeme que lo comprendo, pero en estos mismos momentos debemos pensar en la situación actual…

- Lo comprendo, Rose – contestó la hermana menor – pero antes de que nuestro tiempo se acabe, nos gustaría… vengarlo – suspiró – se llevó algo muy preciado para las tres.

La Morris se pasó la mano por la cara con gesto de dolor, su mente se remontó a los años pasados, a sus recuerdos felices, aquellos que ahora le resultaban dolorosos…

- Sea como sea – replicó – ahora nuestra prioridad es el esclarecimiento de los sucesos actuales, os ruego que tengáis paciencia… ya en su momento juré encontrarla y hacerla pagar.

Las hermanas asintieron, en realidad lo comprendían, pero aquel día, vigésimo aniversario de la pérdida de Richard Lecarde, el dolor las ahogaba.

Sonrieron con resignación, alzaron la vista y miraron a la mujer que les devolvía la sonrisa tras la pantalla.

Por sus ojos sabían que ya no quedaban más temas que tratar.

- Saluda a Charlotte de nuestra parte ¿vale? – se despidió Stella.

- Pronto pasaremos a ver a Jonathan – indicó Loretta – si hay algún cambio, sea para bien o para mal, comunícanoslo.

Rose asintió con una sonrisa y se despidió con la mano para, acto seguido, pulsar una tecla del ordenador, tras lo que la pantalla quedó totalmente negra.

La habitación quedó en silencio junto a ellas, Stella había bajado la cabeza de nuevo, mirando sus manos, impotentes desde hacía dos décadas, mientras que Loretta se sumía en sus pensamientos.

Pasaron casi diez minutos hasta que la menor habló.

- ¿Crees que… deberíamos contárselo?

- ¿Qué y a quienes? – respondió la mayor con desgana.

- A Simon y a Erik, todo lo que está sucediendo.

- No – contestó tajante – no deben saber nada de esto, no hasta que estén preparados.

- Personalmente, no creo que puedan estarlo sin saber qué les espera.

Stella alzó la cabeza y cruzó sus ojos con los de Loretta.

- ¿Crees acaso que esos chicos están en condiciones de saber la verdad? – preguntó con brusquedad - ¿Crees que les sentará bien saber que la búsqueda de Alicia Fernández es sólo un pretexto? ¡Es una camisa de once varas! No podrán asimilarlo… son simples marionetas en manos de la iglesia.

- A veces… los hilos que sujetan a una marioneta pueden romperse… cuando toman conciencia de lo que son…

La hermana mayor frunció los labios, las dudas se apelotonaron en su mente, la iglesia era demasiado grande, demasiado poderosa, decírselo no merecería la pena.

Pensó en Erik concretamente, a quien tal vez le hubiera tocado la peor parte.

- Esa pobre muchacha… Claire Simons… - susurró – Si Erik supiera el por qué…

Loretta abrió la boca para hablar de nuevo, pero entonces la manija de la puerta giró, y por ella apareció repentinamente Simon, casi doblado de dolor.

- Vaya… al fin… que grande es esto leches…

Las dos hermanas se dieron la vuelta, Stella se levantó.

- ¡Simon!

- ¿¡Qué haces aquí!? – exclamó la mayor – ¡tendrías estar en cama!

El muchacho negó con la cabeza.

- De eso ni hablar… necesito respuestas ¡Y las necesito ahora!

Dead or Death

Loretta corrió a sujetar a Simon justo cuando a éste le fallaban las fuerzas y caía al suelo, Stella quedó atónita ante la escena.

- ¿¡Respuestas!? – le increpó la menor - ¡Deberías estar buscando reposo! ¡Estás hecho una piltrafa! ¿Es que no te has visto?

- ¡Ni hablar! – replicó él, exasperado - ¡Necesito saber que… está… pasando… con…!

La voz del Belmont se apagó y cayó inconsciente, la menor de las Lecarde negó con la cabeza mientras bufaba.

- ¡Menuda juventud! ¡Este niño está loco! ¿¡Qué le cuesta tener un poco de paciencia!?

Hizo un movimiento y el cuerpo del muchacho se elevó, quedando suspendido horizontalmente en el aire.

- Vamos a la habitación – sugirió – tengo que tratarlo o se le volverán a abrir las heridas.

Salieron al salón vacío, allí, Stella miró en dirección al dormitorio donde ahora se hallaban Erik y Luis y suspiró.

- ¿Puedes hacerlo aquí mismo? – pidió a su hermana menor – tengo algo que hacer y creo que podría estorbarte.

Loretta asintió y se dirigió al sofá empujando el cuerpo flotante del muchacho.

Arriba, Erik dormía plácidamente mientras Luis intercambiaba mensajes de móvil con su novia Esther, echando de vez en cuando el ojo a su colega, preocupado por su estado físico. Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe, estampándose contra la pared, Erik se despertó de un golpe, asustado, y se puso en guardia.

Ambos miraron hacia el umbral y, al ver a Stella Lecarde, se relajaron de golpe.

- ¿Qué quiere? – preguntó el pelirrojo disgustado.

- Hablar – contestó escuetamente la anciana – sobre ti… y lo sucedido hace dos años.

Erik tragó saliva, Luis por su parte se levantó.

- Con todos los respetos, doña Stella, no creo que sea el momento – espetó el Fernández con toda la educación y calma de la que pudo hacer gala – mi compañero necesita descanso, así que si es posible que…

Sin darle tiempo a terminar, Stella golpeó la pared con tal fuerza que el impacto resonó por toda la habitación.

- ES el momento, Luis – respondió con hostilidad – no hay otro, se trata de algo urgente.

Erik sacudió la cabeza.

- Mire, no quiero hablar de eso – contestó con tono hastiado – ni ahora ni nunca, así que por favor, no me de la murga ¿Quiere?

Tras estas palabras se volvió a tumbar en la cama, tapándose con la sábana de pies a cabeza.

- ¿Es así como el famoso Erik Belmont afronta sus problemas? – cuestionó Stella con sorna - ¿Huyendo? ¿Escondiendo la cabeza?

Ante estas palabras, el pelirrojo se volvió a levantar.

- ¡Déjeme en paz! ¿Quiere? – espetó bruscamente - ¡Usted no sabe nada! ¡No quiero rememorar aquel día!

- ¿No? – la anciana se cruzó de brazos - ¡Pero si lo haces a cada minuto!

El muchacho, que se estaba volviendo a tumbar, esta vez de espaldas a la Lecarde, se detuvo.

- ¿Cree que es fácil olvidar algo así? – preguntó en tono contenido.

- ¿El qué? – replicó ella - ¿La sangre? ¿Los cadáveres mutilados? ¿Las ruinas? ¿La impotencia? Joven ¡Yo viví la segunda guerra mundial, y no voy por ahí rumiando mi desgracia!

- Ah ¿Y yo sí?

- ¿No es evidente?

- Soy el mismo de siempre.

- El Erik Belmont de antaño al menos sabía sentir

Erik se levantó como un rayo, ignorando sus heridas, y lanzó un puñetazo a Stella que Luis detuvo por muy poco.

- ¡Cálmate! – ordenó a su colega - ¡Y usted! ¿¡A qué viene esto!? ¿¡No lo ha torturado ya bastante!?

El rostro de Stella se volvió severo.

- ¡Luis Fernández, mírate y luego míralo a él! ¡Tú te has mantenido sólido como una roca y en cambio él se ha derrumbado al instante! ¡El gigante con los pies de arcilla!

El pelirrojo se debatía para lanzarse sobre ella, pero afortunadamente para los tres el dolor limitaba sus fuerzas de tal forma que su compañero podía contenerlo con facilidad.

- ¿Qué quiere decir con… sabía sentir? – preguntó Luis movido por la curiosidad.

Stella miró a Erik a los ojos.

- Esta mañana, cuando Loretta y yo fuimos a visitaros a casa de mi nieto – explicó – pude meterme en su mente, y pude ver que se encontraba sumido en la incertidumbre, ya que ningún sentimiento lo había abrumado tras los sucesos de la madrugada… - clavó más sus penetrantes ojos en los del muchacho – dime Erik ¿Cuándo fue la última vez que sentiste verdadera pena? ¿Y alegría? Amor, odio… ¿Dónde ha quedado todo eso?

- Yo… aún…

Era incapaz de encontrar las palabras necesarias, ya ni siquiera forcejeaba con Luis.

- Estás muerto por dentro, muchacho – sentenció Stella.

Aquello lo hizo reaccionar, de un movimiento se libró de su compañero y embistió a la anciana.

- ¡¡¡¡ESO NO ES CIERTO!!!!

La atacó con todas sus fuerzas, pero el puñetazo ni siquiera llegó a tocarla, e incluso quedó atrapado por una energía invisible.

- ¿No? – preguntó ésta mientras andaba tranquilamente a su alrededor – Todavía recuerdo muy bien la ceremonia del funeral, a aquel Erik Belmont que, conteniendo como buenamente podía, contenía las lágrimas al tiempo que pronunciaba sus palabras de despedida en el atril, justo después de Kraus Van Helsing, aquella fue tu última emoción antes de sumirte en la tristeza, porque te negabas a olvidar a tus compañeros…

- Ellos… merecían ser recordados… - respondió mientras intentaba liberar su puño de aquella presa invisible.

- Sin duda, pero… ¿Cómo? ¿Cómo los héroes que lucharon valientemente o cómo aquellos patéticos cadáveres sanguinolentos a los que no pudiste salvar?

- ¡Basta!

- Por otro lado – Stella continuaba rodeándolo, hablándole sin parar, haciendo que cada una de sus palabras le taladrase el cerebro y se le clavara en lo más hondo de su ser - ¿Cómo ibas a salvarlos a ellos si ni siquiera fuiste capaz de salvarte a ti mismo? Debes pensar que eres débil por ello ¡Que eres patético! Es eso ¿Verdad?

- ¡Cállese!

- Pues sí – continuó mientras volvía a encararlo - ¡Eres patético! ¡Tan patético que has permitido que tu corazón muera y se pudra como esos restos que habrán alimentado a los cuervos durante mucho tiempo! ¡Más débil que tu hermano pequeño! ¡Más débil que un bebé! ¿Acaso el mundo acabó ahí? ¿Llegó a afectarte realmente la derrota de Simon frente a Orlox? ¿La desaparición de tu hermanastra? ¿Hay algo que te haga sentir alguna emoción? ¡No!

- ¡Por favor Doña Stella, ya basta! – suplicó Luis.

- SIGO SIENDO EL DE ANTES – gritó el Belmont.

Stella no contestó a ninguno de los dos, sólo se situó frente a ellos, sus ojos brillaron por un momento y Erik salió despedido contra la pared, cerrando los ojos al golpearse la cabeza.

Vaciló al abrirlos y, cuando lo hizo, se encontró en un lugar totalmente diferente, un paraje desolador, con el suelo teñido de color carmesí, piedras desperdigadas por todas partes y árboles secos y descoloridos.

Se levantó vacilante, las palabras de Stella Lecarde lo habían aturdido, el pecho le dolía con fuerza y la cabeza le daba vueltas.

Afectado, empezó a caminar sin rumbo y, según andaba, empezó a reconocer el lugar.

El color carmesí no pertenecía al suelo, si no a la sangre que lo cubría, los árboles fantasmales se agrupaban de manera que conformaban una muralla a su alrededor, y las piedras no eran tales, si no que resultaron ser otros bultos que le aterrorizaron.

Cadáveres.

Inclasificables restos humanos se extendían ante él, era incapaz de identificar el número de cuerpos, porque no eran tales, si no miembros, entrañas, torsos y cabezas desparramados, víctimas de la mayor carnicería que podría sufrir un ser humano.

Víctimas de la carnicería a la que él había sobrevivido.

El labio inferior le tembló junto al resto del cuerpo, se quedó paralizado en el sitio, los recuerdos vinieron en tromba a su mente, se llevó las manos a la cabeza, gritó de horror y se encogió, acongojado, llorando de pánico.

¿Por qué estaba allí? ¿Qué había pasado? ¿Era el único superviviente? ¿Por qué?

Acuclillado, se balanceaba adelante y atrás, tarareando una canción que habría jurado conocer, incapaz de mirar a ningún lado, deseando que la muerte le llegara pronto, tan pronto como fuera posible.

Entonces oyó pasos.

Eran pesados y cansinos, lentos y casi arrastrados, de alguien que parecía confuso pero que, al mismo tiempo, caminaba con seguridad entre los restos de la masacre.

Los pasos se detuvieron a pocos metros de él, y una voz masculina, entre infantil y adulta, lo llamó con un simple ¡Eh!

Alzó la vista tembloroso y divisó unos pies, aparentemente humanos, revestidos con unas grebas de color plúmbeo.

Ver esto le dio un poco más de seguridad, se levantó poco a poco, hasta erguirse completamente, y contempló al recién llegado.

No era muy alto, más o menos una cabeza menos que él, estaba cubierto de sangre de pies a cabeza y sujetaba una espada en la mano, vestía una especie de malla negra sobre la que reposaba un doble cinturón del que colgaba la vaina de una espada y su cabello, largo y apelmazado por la sangre, era algo más corto que el suyo.

Además pudo apreciar algunas heridas, un corte profundo en la muñeca del brazo izquierdo en el que portaba la espada, cortes diversos a lo largo de todo el cuerpo y una profunda herida bajo el pectoral izquierdo, justo en el centro del corazón.

Lo miraba fijamente, taladrándolo con sus ojos vítreos y carentes de vida, entrando en lo más profundo de su ser.

Pero lo más perturbador, es que aquel doble cinturón era el mismo que él usaba, y aquella espada, era su fiel Salamander.

Abrió la boca, dispuesto a hacer una pregunta cuya respuesta en realidad no quería conocer.

- Tú... ¿quién eres? - preguntó Erik casi sin voz, horrorizado por aquella visión.

- Yo soy tú - respondió aquel joven herido y sanguinolento

- Tonterías - el pelirrojo retrocedió - ¡estoy vivo! ¡Sobreviví a este infierno! ¿¡Cómo puedes ser yo!?

- Sí, sobreviviste, pero - lo señaló acusador con su brazo derecho, el único que podía mover - ¡me dejaste morir! ¡Nunca - se llevó la mano al corazón, a la herida abierta de estocada - dejaste que cicatrizase!

El pelirrojo se llevó la mano al mismo punto donde lo había hecho el adolescente, el punto donde, en su pecho, reposaba una cicatriz aún dolorosa.

- Yo… yo nunca quise…

El muchacho hundió su propia mano en la herida, y un horrible dolor cardiaco hizo doblarse al adulto.

- Ah ¿Has sentido algo? ¡Me alegro por ti! ¡Hace mucho tiempo que no siento nada!

- Q… ¿Qué es este lugar? ¿Qué hago aquí? ¿Qué haces aquí? – preguntó mientras recuperaba la compostura.

- ¿No lo reconoces? – preguntó el adolescente con resentimiento, mientras continuaba moviendo la mano dentro de la herida, torturando así al adulto – ¿ya te has olvidado de éste lugar? ¡Esto es lo que queda de todos nosotros! – cerró la mano apretando el órgano muerto, y el Erik adulto gritó de dolor - ¡Cadáveres!

Con la vista nublada miró a su alrededor, y poco a poco fue reconociendo, por diferentes rasgos, todos los restos esparcidos.

- ¿Por qué… estoy aquí?

- Porque deseabas volver a verlos ¿no? – contestó el joven - ¡LEVANTAD, HA VUELTO! - Gritó al aire.

A su llamada, todas las vísceras, miembros, charcos de sangre y restos humanos empezaron a moverse por sí mismas, reuniéndose para formar los cuerpos antaño enteros, sangrantes y destrozados, cubiertos de heridas, algunos ya en descomposición, las voces, guturales, viscosas e irreconocibles empezaron a inundar el lugar.

- Es él…

- Ha vuelto…

- Erik ha venido a vernos…

- Aún nos recuerda…

Los cuerpos se acercaron a él, rodeándolos, Erik miró a un lado y a otro, desesperado, contemplando la continuación de su pesadilla, contemplando lo que aún arrastraba a sus espaldas…

Contemplando… su propio reflejo en aquellos repugnantes cuerpos.

Se llevó las manos a la cabeza, se acuclilló, negó con la cabeza, sollozó, lloró, y sintió las manos bulbosas y sanguinolentas palparlo.

Un único grito salió de su garganta, un grito desesperado.

- BASTA YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

Luz y oscuridad fueron expelidas de su cuerpo, su entorno, como si de un cristal se tratara, se resquebrajó y se hizo añicos, disolviéndose en el aire, cerró los ojos, lloriqueando como un niño, deseando el fin de la pesadilla, y cuando los abrió, estaba arrodillado de vuelta a la mansión de las Lecarde, con Luis mirándolo, totalmente pálido, y con Stella contemplándolo impasible.

- ¿Y bien? – preguntó ésta - ¿Qué te ha parecido contemplar en primera persona tu propio corazón?

Erik tardó un rato en reaccionar y, cuando lo hizo, se levantó, agarrando del cuello a la anciana, totalmente fuera de sí.

- ¿¿¿POR QUÉ HA HECHO ESO??? – Gritó - ¿¿¿QUÉ DERECHO TENÍA??? ¿¿¿QUIÉN SE CREE QUE ES???

- Sé que ahora estás furioso – respondió ésta, serena – pero pronto comprenderás que lo he hecho por tu bien…

- ¿¿¿POR MI BIEN??? – lloraba desconsolado mientras gritaba a pleno pulmón, su voz estaba tan rota como su alma en aquellos momentos - SE HA ATREVIDO A… ¿¿¿POR MI BIEN???

- Como ya he dicho – insistió – pronto lo comprenderás.

El pelirrojo la miró por un momento con el rostro desencajado de pena, ira y confusión, después miró a Luis, que fue a ponerle la mano en el hombro, a lo reaccionó apartándolo con violencia y echando a correr hacia la puerta principal mientras lloraba, tropezando con todo.

Huyendo a toda velocidad, pero no de sus recuerdos.

Huía de sí mismo.

Luis quiso salir tras él pero Stella lo detuvo, estaba perpleja, y miraba a la puerta abierta totalmente sorprendida.

- Ha… - dijo – roto la ilusión con su propio poder, sin ningún tipo de ayuda…

Fuera, Erik seguía corriendo desesperado, bañado por la luz del atardecer, sin ver por donde iba, con los ojos nublados por las lágrimas y la mente por los recuerdos, se detuvo en una calle que no conocía llena de casas de planta baja, por la gente no transitaba mucho.

Se apoyó en una pared, jadeando, y se secó las lágrimas, sollozando aún.

Entonces una suave voz femenina se pronunció detrás suya, una voz que ya conocía.

- Vaya, vaya… qué pequeño es el mundo ¿Eh, Erik Belmont?

Alarmado, se dio la vuelta para encontrar sobre una las casas, perfilada en la anaranjada luminiscencia del ocaso, la silueta de una exuberante muchacha de abundante cabello dorado y dos espadas colgando a la altura de la cadera.
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Prelude of Twilight

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