¿No sería un poco más justo darle una sensación de familiaridad al usuario, de que se le está hablando en confianza?
Por ejemplo, se podría aprovechar el tirón de ciertas personalidades (aunque quedaríamos abiertos a demandas): Tomar en cuenta los amplios públicos latinoamericanos: O pillar la ruta 3XtR3mA y apelar a las juventudes sedientas de hAKziOn: Esto me lo contaba mi padre (y reitero, ocurrió de verdad).
Por aquellos tiempos, las comunidades rurales eran algo más que una gran familia. Los viajeros, conocidos o extraños, recibían atenciones y hospedaje en todas las estancias; siempre había espacio para alojarlos. Ejemplo de esta hospitalidad era don Julio Romualdo, próspero cabeza de familia. Una noche aparecieron dos hombres con un sospechoso bulto, que decidieron anclar en casa de don Julio para proseguir en la mañana su viaje hacia la capital. Disfrutaron de la amabilidad de la familia, como de costumbre, y cuando se disponían a dormir se quedaron cuchicheando algo en voz no tan baja: "Acuérdate que es un secreto, no podemos enseñarla, que estas cosas son muy caras... el hombre la está esperando". Don Julio, por precaución, no pudo evitar ser curioso, e indagó a los viajeros sobre ese bulto que traían y del que estaban hablando. Ellos, para no parecer ingratos, aceptaron revelar el misterio. Se trataba de una máquina de imprimir dinero. Hasta le hicieron una demostración en vivo: se toqueteaban un par de botones y clavijas, se giraba la manivela y zas, por arte de magia salían los billetes. A don Julio le brillaban los ojos. Después de muchos ruegos y condiciones de mantener el secreto, los viajeros resolvieron posponer la entrega original y venderle el equipo a su anfitrión por una cantidad de dinero que "valía lo que costaba" (o sea, enorme). Trato hecho, le dieron un breve tutorial, le desearon suerte y partieron en la madrugada. Casi inmediatamente, don Julio se apostó en una habitación aislada, sin que se enterase su familia (que tenía el sueño muy profundo) y en el más absoluto silencio. Pulsó sus botones, graduó sus clavijas, giró su manivela... y ahí estaba el billete. El entusiasmo crecía, siguió dándole... otro billete. Se veía ya como un hacendado, con grandes terrenos cultivados y montones de cabezas de ganado de su propiedad. Giró la manivela... y no salió nada. Tal vez no la había "configurado" bien, o no giró con suficiente ritmo. Corrigió lo que pudo... nada. Activó botones al azar... nada. Giró la manivela a lo bestia... nada. Desarmó la máquina y trató de meterle papel... nada. Y lo peor es que los estafadores ya iban demasiado lejos, riéndose hasta la muela de atrás de la ingenuidad de don Julio. Después de este suceso, cualquiera que se atreviera a llamarle "Julio Maquinita" estaba harto de vivir en este mundo. |
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