Permitidme dedicar esta entrada en mi cumpleaños a un fenómeno que por tanto tiempo me perdí de vista, hasta hace unos diez días: las pelis de Chiquito de la Calzada. Específicamente, ese tour de force del frikismo titulado "Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera".

Conocí al torpedo por primera vez en un episodio del Gran Juego de la Oca, pero no sospeché de su enorme fama. Tuvieron que transcurrir dos décadas para que se unieran oportunidad y voluntad, atrayéndome hacia el legado cinematográfico chiquitesco. Un par de escenas de Condemor en Youtube me animaron a probar la saga de sus tres protagónicas, de las cuales me quedo con la primera, la síntesis más pura de la esencia jarl. Brácula es igual pero no es lo mismo, y me cae un poco claustrofóbica. Papa Piquillo es un intento de cine de verdad, por lo cual Chiquito no está desatado a tope. Es la aventura western la definitiva, la más impactante, la que le da al fistro pecador todo el espacio necesario para lucirse.



A Condemor la comparo con Musashi Gundoh, aquel anime del que una vez dije "es de lo peor que he visto, pero tiene magia". No es una obra hecha para ganar Goyas ni Oscars, sino para partirse el ojete, y vaya que lo logra. Todavía por momentos me entra la risa tonta e incontrolable al recordar escenas míticas como la de la serenata y la de los bisontes. Ni siquiera me ha molestado tanto el personaje de Lucas (una especie de mala copia de Cantinflas); al contrario, hace ver a Chiquito aún más grande.

Se trata de una experiencia irrepetible, una de esas que verdaderamente merecen el título de "good bad movie". Lástima del cuadro depresivo que Chiquito está atravesando, vayan desde el otro lado del charco los mejores deseos de que se recupere y siga al ataquerl por la gloria de su madre.

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Update: Descanse en paz. Lo perdemos, pero el más allá gana más risas.