Publicado: 23:20 29/09/2012 · Etiquetas: · Categorías: Personal
Hola a todos, llevo un mes movidito y me apetecía escribir una entrada larga para explayarme un poco. No voy a hablar de mi, sino de mi abuela.
Ahora mismo tiene 77 años de edad, y ha estado conviviendo con el Parkinson 25 años. Es una persona muy dependiente de los demás y cada año que pasa una enfermedad de tan largo recorrido hace mella. Este último año, por ejemplo, ha ido dejando progresivamente de hablar. Le cuesta mucho y tiene que esforzarse bastante para ello. A finales de agosto la encontramos pachuchilla, pensamos que sería un catarro, ya que tenía unas décimas de fiebre y estaba pocha. Llamamos al 061 y un médico la vino a visitar, le recetó unos antibióticos y un antitérmico para bajar la fiebre. Unos días después, como no remitían los síntomas y le estaba doliendo el estómago, repetimos la llamada. Esta vez los médicos estimaron que tenía que ir a urgencias a Coruña, y ahí nos fuimos. No guardo muy buen recuerdo de este primer paso por urgencias, ya que tuvimos la mala fortuna de que nos atendió un médico que no escuchaba lo que le decíamos, ya que le cortó de raíz toda la medicación que estaba tomando (cosa que no es que sea especialmente recomendable, ya que puede derivar en que el paciente se muera por un fallo cardíaco). Durante esa tarde - noche del domingo hablamos con él tres veces, insistiéndole en que los síntomas que veía, como movimientos incontrolados muy fuertes, eran producto de que le había quitado de golpe la medicación. Incluso le llegó a hacer una punción lumbar para descartar una meningitis (todo ello sin consentimiento, of course), ya que estaba obsesionado con diagnosticarle Parkinson, de lo que ya estaba diagnosticada hace veinticinco años. No sé si el médico era novato o simplemente iba a lo suyo, pero duele mucho que un "profesional" no te escuche cuando le hablas de una persona con la que llevas 25 años conviviendo con su enfermedad. Tras un par de días, consiguió cama. Le hicieron pruebas y todo parecía venir de una anemia bastante fuerte, con lo que le pusieron un par de transfusiones, la estabilizaron y la mandaron para casa. Esto fue un viernes. El lunes estaba de nuevo pocha, así que hablamos con el especialista que la ha estado tratando el Parkinson todos estos años. Le envié por correo electrónico el informe de alta y al poco rato nos llamó; nos dijo que fuésemos a verlo ya, que no le gustaba nada lo que veía. Y así fue, la examinó y le realizó un TAC, una analítica y una ecografía. Y la verdad es que su presentimiento fue certero: encontró el problema. Estábamos mi madre y yo con él en su despacho y nos enseña el TAC, mostrando el culpable: un cuerpo extraño, de gran tamaño (como un melón, más o menos), ubicado entre el intestino y el hígado, oprimiendo todo y creciendo: era el que se llevaba todo el hierro de mi abuela. Un tumor hecho y derecho. Esto fue al final de la mañana. Partíamos de que nos quedaba un mes para estar con ella si no hacíamos nada. Así que con las imágenes fuimos de nuevo a urgencias y comenzamos de nuevo. Por fortuna, ya sabían dónde buscar, así que esta vez la cosa fue más tranquila. En un par de días consiguió cama, y el médico que la atendía nos dijo que tenía que hacer una biopsia para ver a qué se estaba enfrentado mi abuela. Se la hicieron el lunes de la semana pasada y este jueves tuvimos los resultados: era un tumor maligno, y aunque en un principio no contábamos con que tuviese tratamiento, la fortuna nos sonrió y nos brindó una oportunidad. El interfecto era un linfoma. Malo. Pero se podía tratar. Con quimioterapia y radioterapia. En casa ya habíamos vivido un caso así, con el cancer de mama de mi madre en 2000. Jugábamos con ventaja, ya sabíamos contra qué teníamos que luchar. Ayer por la noche le administraron su primera dosis de quimioterapia. Tras toda la tarde dándole un pretratamiento, para protegerla de todos los efectos secundarios, cerca de las nueve y media de la noche empezó la quimio en sí: una pequeña bolsita que una máquina se encargaba de mezclar con suero e ir introduciéndo el veneno en el cuerpo de mi abuela. Un veneno que mataría progresivamente al linfoma, si todo iba bien, pero que también la debilitaría mucho. A veces nos gustaría pasar nosotros el sufrimiento de nuestros seres queridos. Por desgracia, esto no es así, hay viajes que únicamente puede realizar uno mismo. Y es lo que le está pasando ahora mismo a mi abuela, se está enfrentando a un nuevo reto. Puede ser el último. Pero tiene que intentarlo. No cabe la rendición. Hoy me sorprendió que estaba muy bien. En absoluto se parecía a los síntomas que había tenido mi madre. Cada quimio es distinta, y los efectos sobre cada persona son distintos también, pero no ha habido vómitos. Le he dado de comer y de cenar sin problemas, cosa que con mi madre era imposible, ya que no aceptaba la comida. Estoy feliz porque, aunque está tremendamente cansada, no tiene dolor. No hay tortilla sin huevo, me dijo el jueves el hematólogo, no hay tratamiento sin sufrimiento. Les dije a mis padres cuando empezó todo que no podíamos permitirnos tener una lágrima o una cara triste delante de ella. Lo menos que se merece de nosotros es una sonrisa en nuestra cara. No una cara triste. El viaje es suyo, pero al menos debemos hacer que se sienta cómoda. Las lágrimas, al salir de la habitación. Rendirse no es una opción, ya que cada día que podemos disfrutar de ella es un regalo con el que ayer no contábamos. Así que si no me véis en exceso por aquí, espero que me disculpéis. Me gustaría dedicar más tiempo al foro, sobre todo por el tema del mural, pero este último mes no me ha sido posible, ya que prácticamente hemos vivido con ella en el hospital. Por fortuna ahora tengo un móvil con internet, así que no me aburro mucho y puedo leer y contestar cosillas. Pero espero que entendáis que mi falta es por motivos más importantes que vosotros. Gracias por vuestra atención. |
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