Yisatsu
Publicado: 23:35 13/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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30 de Julio

Alberto ha llegado y yo me marcharé. Aunque él fuese el mejor y más noble de
los hombres, y yo me reconociera inferior bajo todos conceptos, me sería
insoportable que a mi vista poseyese tantas perfecciones. ¡Poseer! ... Basta,
Guillermo; el novio está aquí. Es joven bueno y honrado a quien nadie puede
dejar de querer. Felizmente, yo no he presenciado la llegada: me hubiera
desgarrado el corazón. Es tan generoso, que ni una sola vez se ha atrevido
aún a abrazar a Carlota en mi presencia. ¡Dios se lo pague! La respeta tanto,
que debo quererle. Se muestra muy afectuoso conmigo, y supongo que esto es
más obra de Carlota que efecto de su propia inclinación; las mujeres son muy
mañosas en este punto y están en lo firme; cuando pueden hacer que dos
adoradores vivan en buena inteligencia, lo que sucede pocas veces lo hacen, y
el provecho, indudablemente, es para ellas.

Sin embargo, no puedo rehusar mi estimación a Alberto. Su exterior tranquilo
forma marcadísimo contraste con mi carácter turbulento, que en vano desearía
ocultar. Tiene una sensibilidad exquisita y no desconoce el tesoro que posee
con Carlota. Parece poco dado al mal humor, que, como sabes es el vicio que
más detesto.

Me juzga hombre de talento, y mi amistad con Carlota, unida al vivo interés
que pone en todas sus cosas, da más valor a su triunfo y la quiere cada vez
más. No me meteré en averiguar si suele atormentarla a solas con tal o cual
chispazo de celos; pero confieso que si yo estuviese en su lugar, no dejaría de
sentirlos.

Sea lo que quiera, la alegría que yo experimentaba al lado de Carlota se ha
desvanecido. ¿Diré que esto es locura o ceguera? Pero ¿qué importa el
nombre? La cosa no puede ser más clara. No sé hoy nada que no supiera
antes de la llegada de Alberto; no ignoraba que no debía formar ninguna
pretensión respecto a Carlota y tampoco la había formado..., quiero decir que
únicamente sentía lo que es inevitable sentir al contemplar tantos hechizos, y
así y todo, no sé qué me pasa al ver que el otro llega y se alza con la dama.

Estoy que bramo, y mandaré a paseo a todo el que diga que debo resignarme,
y que esto no podía suceder de otro modo... ¡Vayan al diablo los razonadores!
Vago por los bosques, y cuando llego a casa de Carlota y veo a Alberto
sentado junto a ella entre el follaje del jardinillo, y tengo precisión de
detenerme, me vuelvo loco de atar y hago mil necedades. "En nombre del
cielo—me ha dicho hoy Carlota—, os ruego que no repitáis la escena de
anoche: estáis espantoso cuando os ponéis tan contento." Te diré, para entre
nosotros, que acecho todos los instantes en que él interviene; de un salto me
meto entonces en su casa, y me vuelvo loco de alegría siempre que ella está
sola.

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8 de Agosto

Te ruego, querido Guillermo, que te persuadas de que no pensaba en ti
cuando calificaba de insoportables a los que recomiendan resignación, siempre
que sucede lo que es lógico que suceda. Verdaderamente, no se me ocurría
entonces que tú fueses del mismo parecer. Tienes razón en el fondo; pero
escucha una palabra, amigo mío. En el mundo se sale pocas veces de un
apuro con un dilema. Los sentimientos y las acciones tienen tantos matices
como gradaciones hay entre una nariz aguileña y otra chata.

No creo que te enojes si, admitiendo tu argumento en todas sus partes,
procuro salvarme entre dos supuestos. "O tienes alguna esperanza respecto a
Carlota—me dices— o no tienes ninguna. En el primer caso, trata de realizarla,
esfuérzate para ver cumplidos tus deseos; en el segundo caso, ármate de valor
y haz por librarte de una pasión funesta que te aniquilará." Amigo mío, esto
está muy bien.... y se dice pronto.

¿Puedes exigir al desdichado cuya vida se extingue poco a poco por
irresistible influjo de una enfermedad lenta, puedes exigir, digo, que en un
instante ponga fin a sus dolores con una puñalada? El mal que debilita sus
fuerzas, ¿no le quita al mismo tiempo el valor necesario para librarse de él? Es
verdad que puedes contestarme con una comparación análoga. ¿Habrá quien
no prefiera cortarse un brazo a arriesgarse a perder la vida por indecisión y
cobardía? No lo sé; y como no hemos de entablar una lucha de
comparaciones, hago punto. Sí. Guillermo, tengo algunas veces momentos de
un valor súbito y vehemente, y cuando esto sucede, me bastaría saber adónde
he de ir..., para irme sin vacilar.

Por la tarde. Me he encontrado hoy con mi diario entre las manos, del que
apenas me ocupo hace tiempo, y noto con estupefacción el modo que he
tenido de avanzar a sabiendas paso a paso, en este asunto, conduciéndome
como un muchacho, a pesar de haber visto siempre con claridad mi situación.
Hoy mismo la veo tan clara como la luz, y, sin embargo, no hay un solo síntoma
de alivio.

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10 de Agosto

Si yo no fuese uno loco, podría pasarme la vida más feliz y sosegada. Pocas
veces se reúnen para alegrar un corazón circunstancias tan favorables como
las que me rodean. Esto afirma mi creencia de que nuestra felicidad depende
de nosotros mismos. Formar parte de esta amable familia ser querido de los
padres como un hijo, de los niños como un padre, y de Carlota... y de este
excelente Alberto que no turba mi dicha con celos ni mal humor, que me
profesa verdadera amistad y que ve en mí a la persona que más estima en el
mundo después de Carlota... Guillermo, es un placer oírnos cuando vamos de
paseo y hablamos de ella; nunca se ha imaginado nada tan dichoso como
nuestra situación, y, sin embargo, las lágrimas algunas veces humedecen mis
ojos.

Cuando me habla de la virtuosa madre de Carlota, y me refiere que poco antes
de morir dejó al cuidado de ella la casa y los niños, y al de él a Carlota; que
desde entonces la joven ha revelado dotes inusitadas; que se ha vuelto una
verdadera madre para la dirección de los asuntos domésticos, que todos los
momentos de su vida están esmaltados por la ternura y el trabajo, sin que
jamás hayan sufrido alteración su buen humor y su alegría... Yo camino junto a
él, cogiendo las flores que encuentro al paso, con las cuales hago un bonito
ramillete y lo arrojo al cercano río, siguiéndolo con la mirada mientras se aleja
sobre las ondas mansamente. No sé si te he dicho que Alberto permanecerá en
esta ciudad, y que espera de la corte, donde es muy querido, un buen empleo.
Conozco pocas personas que le igualen en el orden y el apego a los negocios.

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Publicado: 17:34 09/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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20de Julio

Vuestra idea de que me vaya con el embajador de... no es aún la mía. No me
gusta depender de nadie, y, además, sabemos que ese hombre es áspero en
su trato. Dices que mi madre se alegrará de verme ocupado. Deja que me ría.
¿No tengo ya bastante que hacer? Y, en el fondo, ¿no es lo mismo que yo
cuente guisantes que lentejas? Todas las cosas de este mundo vienen a parar
en bagatelas, y el que por complacer a los demás, contra su gusto y sin
necesidad, se fatiga corriendo tras la fortuna, los honores u otra cosa
cualquiera, es siempre un loco.

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24 de Julio

Dado el interés que manifiestas en que no descuide el dibujo, casi preferiría
callarme a decirte que desde hace mucho tiempo apenas me he ocupado de tal
cosa.

Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresionado la naturaleza tan
profundamente: hasta una piedrecilla, un tallo de hierba..., y, sin embargo, no
sé cómo expresarme. ¡Mi imaginación está tan débil! Todo vaga y oscila ante
mí de tal modo, que ni siquiera puedo captar un contorno. A pesar de ello, me
figuro que, si tuviese barro o cera, modelaría perfectamente cuanto concibo. Si
esto dura, me entretendré con barro común, aunque no haga más que bolitas.

Tres veces he comenzado el retrato de Carlota, y las tres me ha salido mal.
Esto me es tanto más sensible cuanto que hace poco tiempo tenía yo gran
facilidad para sacar el parecido. Últimamente he hecho su retrato de perfil;
preciso será que me contente con él.

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25 de Julio

Si, Carlota, yo cuidaré de todo y lo arreglaré todo; sólo os pido que me deis
más encargos y con más frecuencia. También tengo que haceros una súplica:
no uséis la salvadera cuando me escribáis. He besado con efusión la carta de
hoy, y todavía rechina la arenilla entre mis dientes.

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26 de Julio

Más de una vez me he propuesto no verla tan a menudo, pero ¿quién podría
cumplirlo? Todos los días me vence la tentación, y todos también me digo a mí
mismo solemnemente: "Mañana no iré"; pero, cuando mañana se vuelve hoy,
hallo un nuevo y poderoso motivo que me conduce a su casa antes de
haberme dado cuenta de ello. Ya porque me ha preguntado por la noche si nos
veremos al día siguiente, y sería una grosería no ir; ya porque me ha hecho
algún encargo y quiero yo mismo decirle el resultado; ya porque, estando la
mañana deliciosa, me voy a Wahlheim, desde donde sólo falta media legua
para llegar a su casa, y su atmósfera me atrae..., ¡zas!, me planto allí de un
brinco. Sabía mi abuela un cuento de una montaña de imán: los bajeles que se
acercaban demasiado perdían de pronto todo el herraje; los clavos volaban
hacia la montaña, y los pobres marineros perecían entre las tablas, que se iban
sumergiendo unas tras otras.

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Publicado: 18:18 07/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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16 de Julio

¡Ah qué sensación tan grata inunda todas mis venas cuando por casualidad
mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los
aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar
mío. El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia su alma
cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esta
insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos,
y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su divino aliento
se confunde con el mío, creo morir herido por el rayo, Guillermo y este cielo,
esta confianza, si llego a atreverme... Tú me entiendes. No, mi corazón no está
tan corrompido. Es débil, demasiado débil... Pero, en esto, ¿no hay corrupción?

Carlota es sagrada para mí. Todos los deseos se desvanecen en su
presencia. Nunca sé lo que experimento cuando estoy a su lado: creo que mi
alma se dilata por todos mis nervios.

Hay una sonata que ella ejecuta en el clavicémbalo con la expresión de un
ángel: ¡tiene tal sencillez y tal encanto! Es su música favorita y le basta tocar su
primera nota para alejar mi zozobra cuidados y aflicciones.

No me parece inverosímil nada de lo que se cuenta sobre la antigua magia de
la música ¡Cómo me esclaviza este canto sencillo! ¡Y cómo sabe ella ejecutarlo
en aquellos instantes en que yo sepultaría contento una bala en mi cabeza!
Entonces, disipándose la turbación y las tinieblas de mi alma, respiro con más
libertad.

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18 de Julio

Guillermo, sin el amor, ¿qué sería el mundo para nuestro corazón? Lo que una
linterna mágica sin luz. Apenas se introduce la lamparilla, cuando las imágenes
más variadas aparecen en el lienzo diáfano. Y aunque el amor no sea otra cosa
que fantasmas pasajeros, esto basta para labrar nuestra dicha cuando,
deteniéndonos a contemplarlos como niños alegres, nos extasiamos con tan
maravillosas ilusiones. Hoy no he podido ir a casa de Carlota; una visita
inevitable lo ha impedido.

¿Qué hacer? He enviado a mi criado, sin más objeto que el de tener cerca de
mi a alguno que la haya visto hoy. ¡Con cuánta impaciencia le he esperado!
¡Con qué alegría he vuelto a verle! Le hubiera besado, a no ser el colmo de la
locura.

Cuentan que la piedra de Bolonia, cuando se pone al sol absorbe los rayos y
puede luego alumbrar parte de la noche: en este caso se hallaba mi criado para
mí. La idea de que los ojos de Carlota se habían fijado en su cara, en sus
mejillas, en los botones de su casaca y en el cuello de su abrigo, hacía todo
esto tan sagrado y tan precioso para mí, que en aquel momento no hubiera yo
dado a mi sirviente por mil escudos. Su presencia me llenaba de gozo. ¡Dios te
libre de reírte! Guillermo, ¿se puede llamar ilusiones a lo que nos hace felices?

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19 de Julio

¡La veré!, exclamo con júbilo por la mañana cuando, al despertarme lleno de
alegría, dirijo mis miradas hacia el naciente sol; ¡la veré!, y no tengo otro deseo
en todo el día. Lo demás desaparece ante esta esperanza.

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Publicado: 23:30 06/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
(el día de mi cumpleaños escribió una carta! x )

Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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10 de Julio

Quisiera que vieses la cara estúpida que pongo cuando la gente habla de
Carlota, y, sobre todo cuando me preguntan si me gusta. ¡Gustarme! Odio de
muerte esta palabra. ¿Qué hombre habrá a quien no le guste, a quien no le
robe el pensamiento, todo el corazón?... ¡Gustar! El otro día me preguntaron si
Ossian me gustaba.

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11 de Julio

La señora M.... está muy mala. Ruego a Dios por su vida, porque sufro viendo
que Carlota sufre. No la veo sino alguna vez en casa de una de sus amigas
donde hoy me ha contado una historia singular. El señor M... es un viejo avaro,
perverso y repugnante, que ha tenido atormentada y muy sujeta a su mujer
toda la vida; ella, sin embargo, ha sabido sacar fruto de su situación.
Habiéndola desahuciado el médico hace algunos días, mandó a llamar a su
marido, y, en presencia de Carlota, le habló en estos términos: "Debo
confesarte una cosa que, después de mi muerte, podría ser motivo de inquietud
y pesares. Hasta hoy he gobernado la casa con todo el orden y economía
posible; pero debo pedirte perdón porque te he engañado durante treinta años.
Desde nuestro casamiento fijaste una cantidad muy pequeña para los gastos
de comida y demás de la casa. Cuando ésta ha prosperado, y nuestros
negocios han levantado el vuelo, no he podido lograr que aumentes la suma
destinada para cada semana; tú sabes que en el tiempo de nuestros mayores
gastos me obligabas a atender a todo con un florín diario. He obedecido sin
replicar, y cada semana he tomado del cofre del dinero lo indispensable para
cubrir mis atenciones, segura de que jamás se sospecharía que una mujer
robase a su marido. Nada he malgastado, y sin hacer esta confesión hubiera
entrado tranquila en la eternidad; pero sé que la que me suceda en el gobierno
de la casa no podrá manejarse con lo poco que tú das, y no quiero que llegues
a echarle en cara que tu mujer se contentaba con ello.

He hablado con Carlota sobre la increíble ceguera que hace que un hombre
no sospeche manejo alguno en una mujer que con siete florines cubre de
domingo a domingo todos los gastos cuando se ve que éstos pasan del doble.
Sin embargo, conozco gente que hubiera recibido en su casa, sin asombrarse,
la inagotable cántara de aceite del profeta.

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13 de Julio

No, no me engaño: leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran
mi persona y mi suerte. Conozco, y en esto debo creer en mi corazón, que
ella... ¡Oh! ¿Podré y me atreveré a expresar en estas palabras la dicha que
siento? Conozco que me ama.

¡Soy amado!... ¡Si vieras cómo me ofreció ahora; si vieras..., te lo diré, porque
tú sabrás comprenderme: si vieras lo mucho más que valgo a mis propios ojos
desde que soy dueño de su amor! Somos realmente el uno del otro por
sentimiento o sólo por vanidad? No conozco hombre alguno capaz de robarme
el corazón de Carlota, y, a pesar de ello cuando ésta habla de su futuro
esposo, con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el
desgraciado a quien despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a
entregar su espada.

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Publicado: 14:09 06/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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6 de Julio

Carlota está siempre al lado de su moribunda amiga, y siempre es la misma;
siempre esta criatura afable y benéfica, cuya mirada, dondequiera que se fija,
dulcifica el dolor y hace felices a las personas. Ayer tarde fue a pasearse con
Mariana y la pequeña Amelia. Yo lo sabía, me reuní con ellas y caminamos
juntos. Después de haber andado como una legua y media, volvimos hacia la
ciudad, y llegamos a la fuente, que ya me gustaba mucho y que ahora me
gusta mil veces más.

Sentóse Carlota sobre el pequeño muro, los demás estábamos de pie delante
de ella. Miré alrededor, y me acordé del tiempo en que mi corazón estaba
solitario. "¡Fuente querida!—me dije a mí mismo—; ¡cuánto tiempo hace que no
he gozado de tu frescura, y cuántas veces, pasando de prisa junto a ti ni
siquiera te he mirado!" Bajé los ojos y vi que subía la pequeña Amelia con un
vaso de agua, cuidando de no verterlo.

Miré a Carlota y comprendí todo lo que ella es para mí. En esto, llegó Amelia
con su vaso; Mariana quiso quitárselo.

"¡No!—exclamó la niña con la más dulce expresión—, ¡No! Lota, tú has de
beber antes que nadie."

La verdad, la bondad con que aquella muñeca pronunció estas palabras, me
arrebataron hasta el punto de que, para expresar mis sentimientos, no supe
hacer otra cosa que tomarla en mis brazos y besarla con tanta efusión, que
empezó a gritar y a llorar.

"Eso no está bien hecho," me dijo Carlota.

Quedéme confuso.

"Ven, Amelia—prosiguió, cogiéndola de la mano y haciéndole bajar los
escalones—. Lávate en seguida en esa agua fresca, y no te sucederá nada."
Fijé mi atención en la niña, que afanosa se frotaba las mejillas con sus manos
mojadas, convencida de que la fuente milagrosa la limpiaría de toda mancha,
quitándole la afrenta de haber sido tocada por una barba impura. Carlota le
decía: "¡Basta ya!" Y ella continuaba frotándose con nuevo brío, como si
mientras más lo hiciese, fuera mejor. Guillermo, te aseguro que no he asistido a
ninguna ceremonia con más respeto... Y cuando Carlota subió, de buena gana
me hubiera prosternado a sus pies, como ante los de un profeta redentor de los
pecados de un pueblo. No pude resistirme al deseo de contar por la noche lo
sucedido, con toda la alegría de mi corazón, a uno que yo creía sensible,
porque tiene agudeza. ¡Cómo me equivocaba! Censuró la conducta de Carlota,
dijo que no se debía hacer creer nada a los niños; que estos abusos eran
origen de errores y supersticiones sin número, que hay necesidad de evitar
desde muy temprano... Entonces recordé que ocho días antes había hecho
este charlatán bautizar a un niño, por lo cual, oyéndole como el que oye llover,
seguí siendo fiel con todo mi corazón a esta verdad: preciso obrar con los niños
como obra con nosotros el Señor, que nunca nos hace más felices que cuando
nos deja embriagarnos con una ilusión agradable.

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8 de Julio

¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos por una mirada!
Habíamos ido a pie a Wahlheim, las señoras salieron en coche, y durante
nuestro paseo creí ver en los ojos negros de Carlota... Soy un loco:
perdóname. Sería preciso que vieras estos ojos. Abreviaré, porque el sueño
cierra los míos.

Las señoras subieron en el coche, y al lado es tábamos el joven W., Selstadt,
Audran y yo. Charlaban por la portezuela con estos jóvenes aturdidos que son,
por cierto, locos y superficiales. Yo buscaba los ojos de Carlota. ¡Ay!, sus
miradas vagaban ya a un lado, ya a otro, sin dirigirse a mí, que sólo de ella me
ocupaba. Mi corazón le dijo adiós mil veces; pero ella no me veía. Pasó el
coche, y una lágrima humedeció mis párpados. Lo seguí con la vista. Carlota
sacó la cabeza por la portezuela y se volvió a mirar.... ¡Ah!..., ¿era a mí? Amigo
mío, floto en esta incertidumbre; esto me consuela. Acaso volvió para verme;
acaso... Buenas noches. ¡Oh, qué niño soy!

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Publicado: 13:41 05/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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29 de Junio

El médico de la ciudad estuvo anteayer en casa del Juez y me halló, entre los
hermanos de Carlota, echado en el suelo, donde unos gateaban sobre mí,
otros me pellizcaban y yo les hacía cosquillas, formando todos juntos un ruido
espantoso. El doctor, sabio maniquí que mientras se arregla los puños y una
chorrera que vale por dos, juzgó mi faena indigna de un hombre de seso; lo
conocí en su semblante. Sin turbarme ni mucho menos, le dejé mascullar
estupendos discursos, ocupándome, entre tanto, en levantar los castillejos de
naipes de los niños que éstos habían echado por tierra; él se apresuró a decir
en la ciudad que los hijos del juez estaban muy mal criados, y que Werther
acaba de echarlos a perder.

Sí, querido Guillermo, no hay nada en el mundo que interese a mi corazón
tanto como los niños. Cuando los observo y descubro en estos diablillos los
gérmenes de todas las virtudes, de todas las facultades que algún día les serán
necesarias; cuando veo en su terquedad la constancia y la entereza futuras en
su travieso desenfado el buen humor y la indiferencia con que más adelante
sortearán los peligros de la vida..., todo esto tan puro tan entero...., entonces
repito siempre, las admirables palabras del gran maestro de los hombres: "¡Si
no os hacéis semejantes a uno de ellos!" Y, sin embargo, amigo mío, nosotros
tratamos como a esclavos a estas criaturas, que son nuestros iguales, y que
debíamos tomar por modelos. No les concedemos voluntad propia; pero ¿la
tenemos nosotros? ¿Cuál es, pues, nuestra prerrogativa? ¿Acaso consiste en
la mayor edad e inteligencia? ¡Oh Dios eterno! Desde tu cielo ves niños viejos,
niños jóvenes, y nada más. Hace mucho tiempo que tu Hijo nos hizo saber
cuáles son los que Tú prefieres. Pero los hombres creen en Él y no le
escuchan—ésta es también una añeja costumbre—y hacen a sus hijos como
ellos son y...

Adiós, Guillermo: no quiero desatinar más sobre esta materia.

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1 de Julio

Mi corazón, que sufre más que el que se consume en el lecho del dolor,
comprende lo útil que debe de ser Carlota para un enfermo. Ésta va a pasar
ahora algunos días en la ciudad, cuidando a una excelente señora, que, al
decir de los médicos, está cerca de su fin, y desea llegar al amargo trance en
brazos de mi amiga. La semana pasada hicimos una visita al cura de ***,
aldehuela situada en la montaña, a una legua de aquí, Carlota llevaba consigo
a la mayor de sus hermanas, cuando entramos en el patio de la casa, al que
daban sombra dos grandes nogales; el buen anciano estaba sentado en un
escaño, delante de la puerta. Pareció reanimarse a la vista de Carlota; olvidó
su nudoso bastón, y se arriesgó a salir a recibirla. Carlota corrió hacia él le
obligó a sentarse, haciéndolo ella a su lado: le dio mil recuerdos de parte de su
padre y besó al hijo del cura, que es un mequetrefe muy mimado y muy sucio.
Si tú la hubieses visto cómo entretenía al pobre viejo, cómo alzaba la voz para
hacerla penetrar en sus oídos casi embotados; cómo le hablaba de jóvenes
robustos que habían muerto de repente, y de la excelencia de las aguas de
Carlsbad, aprobando la intención que tenía el cura de ir a tomarlas el verano
del año siguiente; cómo le manifestaba que tenía mejor semblante y un aire
más animado que la última vez que se habían visto... Mientras tanto, yo ofrecí
mis respetos a la mujer del sacerdote. Este se había puesto más contento que
unas pascuas, y no pudiendo yo resistir el deseo de alabar los hermosos
nogales que nos daban agradabilísima sombra, emprendió, no sin algún
trabajo, la tarea de contarnos su historia.

"No sabemos—dijo—quién ha plantado el más viejo; unos dicen que fue tal
cura, otros, que tal otro. El más joven tendrá cincuenta años cuando llegue
octubre: es de la edad de mi mujer. Su padre, que me precedió en este curato,
lo plantó una mañana, y ella vino al mundo la noche del mismo día. No podré
deciros cuánto quería él este árbol; pero os diré que no lo quiero yo menos.
Siendo un pobre estudiante, vine aquí por primera vez hace veintisiete años; la
que hoy es mi mujer estaba haciendo media debajo del nogal, sentada sobre
una viga."

Habiéndole preguntado Carlota por su hija, dijo que había ido con el señor
Schmidt al llano a ver a los trabajadores; luego continuó su discurso,
refiriéndonos cómo le habían tomado cariño en aquella casa, cómo llegó a ser
vicario de su antecesor y cómo, por último, lo había reemplazado. Apenas dio
punto a su relato, cuando vimos llegar por el jardín a su hija, acompañada del
señor Schmidt. Saludó a Carlota con la mayor cordialidad, y debo confesar que
me fue muy simpática. Es una morenita vivaracha y esbelta, capaz de hacer
pasar a cualquiera en el campo una deliciosa temporada. Su novio (pues el
señor Schmidt se presentó desde luego como tal) es un joven de buen aspecto,
pero taciturno; en vano le incitó varias veces Carlota a que tomase parte en
nuestra conversación. Lo que más me enfadó fue que creí notar en su tono que
aquella tenacidad con que se oponía a comunicarse, no era hija de la falta de
talento, sino del capricho y el mal humor. Por desgracia, tuve bien pronto
ocasión para convencerme de ello; pues mientras Federica paseaba y charlaba
con mi amiga, e incidentalmente conmigo, la cara del señor Schmidt, que era
de suyo algo morena tomó un tinte sombrío, tan pronunciado, que Carlota se
vio en el caso de llamarme la atención y hacerme comprender que no debía
mostrarme tan galante con aquella joven. No hay nada que me disguste tanto
como ver a los hombres martirizarse unos a otros, sobre todo cuando en la flor
de la edad, pudiendo abrirse fácilmente los corazones a todos los deleites del
contento, pierden por tonterías aquellos días hermosos, sin percatarse hasta
muy tarde de que semejante prodigalidad no tiene reparación posible. Esta idea
me atormentaba, y cuando al anochecer volvimos al presbiterio y nos sentamos
a una mesa, donde nos sirvieron lacticinios, aprovechando la circunstancia de
estar hablando sobre los placeres y penas de la vida, troné con todas mis
fuerzas contra el mal humor.

"Los hombres—dije—nos quejamos con frecuencia de que son muchos más los
días malos que los buenos, y me parece que casi nunca nos quejamos con
razón. Si nuestro corazón estuviera siempre dispuesto para gozar de los bienes
que Dios nos dispensa cada día, tendríamos bastante fuerza para soportar los
males cuando se presentan."

"El buen o mal humor no obedece a nuestra voluntad—exclamó la mujer del
cura—. ¡Cuántas cosas hay que dependen del cuerpo ! ... Todo nos fastidia
cuando no estamos bien."

Manifesté que pensaba lo mismo, y añadí:

"Consideremos ese fastidio como una enfermedad, y veamos si hay manera
de curarla."

"Eso es hablar razonablemente—dijo Carlota—y por mi parte, creo que
podemos hacer mucho: hablo por experiencia. Cuando alguna cosa me
mortifica y comienzo a ponerme triste, corro a mi jardín, me paseo tarareando
algunas contradanzas, y se acabó la pena."

"Eso quería yo decir—repuse al instante—. Sucede con el mal humor lo que
con la pereza. Hay una especie de pereza a la cual propende nuestro cuerpo,
lo que no impide que trabajemos con ardor y encontremos un verdadero placer
en la actividad, si conseguimos una vez hacernos superiores a esa
propensión."

Federica estaba muy contenta: su novio me replicó que no siempre es el
hombre dueño de sí mismo, y sobre todo, que no hay remedio conocido para
manejar los sentimientos.

"Aquí se trata—respondí—de una sensación desagradable, que ninguno
querría experimentar, y mal podemos conocer la extensión de nuestras fuerzas
si no las ponemos a prueba. Todo el que está enfermo consulta con los
médicos, y nunca rechaza el tratamiento más penoso ni las medicinas más
amargas, si cree recobrar la salud que desea."

Adivirtiendo que el buen anciano aplicaba el oído para participar en la
conversación, levanté la voz, y le dirigí estas palabras:

"Se predica contra muchos vicios; pero no sé que nadie haya predicado contra
el mal humor."

"Esto toca a los párrocos de las ciudades—dijo el padre de Federica—; los
aldeanos no tienen ni noticia de tal achaque. Sin embargo, no vendría mal
alguna que otra vez un sermoncito: a lo mejor, seria una lección para el juez y
para nuestras mujeres."

Todos nos reímos de este final; él mismo hizo lo propio, y tanto que rompió a
toser, con lo cual quedó interrumpida la conversación por algunos minutos.
Después tomó la palabra el señor Schmidt, y me dijo:

"Habéis dado el nombre de vicio al mal humor, y me parece que eso es
exagerar."

"De ningún modo—repliqué—, ¿cómo he de calificar una cosa que daña a
nuestro prójimo y a nosotros mismos? ¿No basta con que no podamos
hacernos felices los unos a los otros? ¿Es también preciso que acabáremos al
placer que cada uno puede procurarse aún a sí propio? Citadme un atrabiliario
que sepa disimular su mal humor y soportarlo sólo para no turbar la alegría de
los que le rodean. ¿no es más bien un despecho oculto, hijo de nuestra
pequeñez, un descontento de nosotros mismos loca vanidad? Vemos gente
feliz que no nos debe su felicidad, y esto nos es insoportable."

Carlota me miró, riéndose de la vehemencia conque yo hablaba y una lágrima
que sorprendí en los ojos de Federica me animó a continuar:

"¡Mal hayan—dije—aquellos que utilizan el imperio que tienen sobre un
corazón, para arrancarle las alegrías inocentes que brotan en él! Todos los
dones, todos los agasajos posibles, no bastan para pagar un instante de placer
espontáneo que suele convertir en amargura la envidiosa suspicacia de nuestro
verdugo."

Mi corazón estaba lleno de pasión en este momento, mil recuerdos acudieron
a mi alma, y el llanto se agolpó en mis ojos.

Continué: "¿Por qué no hemos de decirnos cada día: todo lo que puedes
hacer por tus amigos es respetar sus placeres y aumentarlos tomando parte en
ellos? ¿Puedes acaso ofrecerles una gota de bálsamo consolador, cuando sus
almas se hallan atormentadas por una pasión que aflige, despedazadas por el
dolor?... ¡Y cuando la última, la más espantosa enfermedad sorprenda a quien
hayas atormentado en sus horas de dicha cuando en el lecho, en el más triste
abatimiento levante al cielo sus apagados ojos, y el sudor de la muerte se
apodere de su frente lívida, y tú, de pie junto a la cama como un condenado,
veas que nada puedes con todo tu poder y sientas filtrarse la angustia hasta el
fondo de tu alma, pensando que lo darías todo por depositar en el seno del
moribundo un átomo de alivio, una chispa de valor!..."

Estas palabras me hicieron recordar de una manera vigorosa un suceso
parecido que yo había presenciado. Me alejé del grupo, llevándome el pañuelo
a los ojos, y sólo volví en mí cuando la voz de Carlota me gritó:

"¡Vámonos!"

¡Cómo me ha regañado durante el camino, por dedicar a todo un entusiasmo
vehemente! ... Dice que esto me matará si no consigo dominarme. ¡Oh, no,
ángel mío! Yo quiero vivir para ti.

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Publicado: 03:18 05/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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19 de Junio

"¿En qué punto de mi relato quedé el otro día? No lo recuerdo. y sólo puedo
decirte que eran las dos de la madrugada cuando me acosté, y que, si en vez
de escribirte, hubiera podido hablarte, alcaso te hubiera hecho pasar toda la
noche en claro."

"Nada te he dicho aún de lo que sucedió a nuestro regreso del baile, ni hoy
tengo disponible el tiempo que necesitaría para hacerlo."

"El día amaneció deslumbrador. Algunas gotas de agua caían de las hojas de
los árboles, y la campiña hacía gala de vivificante humedad. Nuestras
compañeras de viaje comenzaron a dar cabezadas y Carlota me dijo que, si yo
quería hacer otro tanto, no lo dejase por ella."

"Mientras vea esos ojos abiertos—le contesté, fijando en ella mi mirada—no
hay peligro de que yo me duerma."

"Uno y otro hemos llegado despiertos a su casa. La criada le abrió la puerta sin
hacer ruido, y habiéndole preguntado Carlota por su madre y hermanitos,
aseguró que todos seguían bien y durmiendo a pierna suelta. Despedíme de
ella, pidiéndole permiso para volver a verla el mismo día. Me lo concedió, fui,
desde entonces bien pueden el sol, la luna y las estrellas recorrer
sosegadamente sus órbitas, sin que yo sepa si es de día o de noche, porque
todo el universo ha desaparecido ante mis ojos."

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21 de Junio

"Paso unos días tan felices como los que Dios reserva a sus elegidos, y
sucédeme lo que me suceda, no podré decir que no he saboreado los placeres
más puros de la vida. Me he establecido enteramente en mi retiro de Wahlheim
que ya conoces, allí no me separa más que media legua de distancia de la
casa de Carlota; allí estoy siempre contento, y gozo cuanto el hombre puede
gozar en la tierra."

"Cuando elegí a Wahlheim por límite de mis excursiones, ¿cómo hubiera yo
podido figurarme que estuviese tan cerca del cielo? ¡Cuántas veces,
prolongando mis largos paseos, he visto más allá del río, ora desde la cima de
la montaña, ora desde lo hondo del valle, esa casa de campo que hoy es el
centro de todos mis deseos!"

"He hecho, mi querido Guillermo, mil reflexiones sobre el afán con que el
hombre trata de extenderse fuera de sí mismo, de hacer nuevos
descubrimientos y de correr sin objetivo fijo; después he meditado sobre la
oculta inclinación que le nace buscarse límites y seguir el camino trillado, sin
cuidarse de lo que hay a derecha o izquierda. Cuando yo vine aquí y contemplé
desde la colina este hermoso valle, me atrajo hacia él un encanto
inconcebible... Allá abajo, el bosquecillo... ¡Ah, si tú pudieras descansar a su
sombra! Allá arriba, la cumbre de la montaña. ¡Ah, si tú pudieras contemplar
desde ella este soberbio paisaje! Y estas cordilleras de colinas, y estos valles
solitarios... ¡Oh, quién pudiera perderse en su seno!... Yo iba y venía sin
encontrar jamás lo que buscaba. Con lo que está distante de nosotros sucede
lo que con el porvenir. Un horizonte inmenso y oscuro se extiende delante de
nuestro espíritu; en él, a la par que nuestras miradas, se sumergen nuestros
sentimientos, y, ¡ay!, ardemos en deseos de entregarle por completo nuestro
ser, soñando saborear en toda su plenitud las delicias de una sensación
grande, sublime, sin igual. Pero cuando hemos corrido para llegar, cuando el
allí se ha convertido en aquí, vemos que todo es como era antes;
permanecemos en nuestra miseria, encerrados en el mismo círculo, y el alma
suspira por la ventura que acaba de escapársele una y otra vez."

"Por eso el hombre más inquieto y vagabundo vuelve al fin los ojos hacia su
patria, y halla en su lugar, en los brazos de su esposa, en medio de sus hijos,
entregado a los cuidados que se impone para el bien de tan queridos seres, la
dicha que en vano ha buscado por toda la tierra."

"Cuando al despuntar el día me pongo en camino para ir a mi nido de
Wahlheim, y en el jardín de la casa donde me hospedo cojo yo mismo los
guisantes, y me siento para quitarles las vainas al mismo tiempo que leo a
Homero; cuando tomo un puchero en la cocina, corto la manteca, pongo mis
legumbres al fuego y me coloco cerca para menearlas de vez en cuando,
entonces comprendo perfectamente que los orgullosos amantes de Penélope
puedan matar, descuartizar y asar por sí mismos los bueyes y los cerdos. No
hay nada que me llene de ideas más pacíficas y verdaderas que estos rasgos
de costumbres patriarcales, y, gracias al cielo, puedo emplearlos, sin que sea
afectación, en mi método de vida."

"¡Cuán feliz me considero con que mi corazón sea capaz de sentir el inocente y
sencillo regocijo del hombre que sirve en su mesa la col que él mismo ha
cultivado, y que, además del placer de comerla, tiene otro mayor recordando en
aquel instante los hermosos días que ha pasado cultivándola, la alegre mañana
en que la plantó, las serenas tardes en que la regó, y el gozo con que la veía
medrar de día en día."

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Publicado: 18:58 04/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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30 de Mayo

"Lo que te dije el otro día sobre la pintura es aplicable a la poesía: basta con
conocer lo que es bello y atreverse a expresarlo. En verdad, no se puede decir
más en menos palabras. He asistido hoy a una escena que, fielmente referida,
sería el mesor idilio del mundo; pero poesía, escenario, idilio..., ¿qué falta
hacen? ¿Es preciso, cuando debemos interesarnos en una manifestación de la
naturaleza, que se halle artísticamente combinada?"

"Si después de este exordio esperas oír algo grande y sublime, te llevas un
gran chasco: es pura y simplemente una joven aldeana que me ha inspirado
esta irresistible simpatía... Como de costumbre, referiré mal, y, como de
costumbre me encontrarás, según creo exagerado. Culpa es de Wahlheim, y
siempre de Wahlheim el que suceda así."

"Se había formado una reunión bajo los tilos para tomar café. Esto no me hacía
gracia, e inventé un pretexto para echarme fuera."

"Salió un joven de una casa inmediata y se puso a componer el arado donde yo
había dibujado poco antes. Me agradó su aspecto y le dirigí la palabra
preguntándole por su manera de vivir. Pronto nos hicimos amigos, como
siempre sucede con esta clase de gente; en seguida hubo intimidad entre los
dos. Me contó que servía a una viuda que le trataba a maravilla. Por lo que de
esto me dijo y por los grandes elogios que hizo de ella, conocí al punto que el
pobre diablo estaba enamorado. Decía que no era joven, que había sufrido
mucho con el primer marido y que temblaba ante la idea de contraer segundas
nupcias. Su relato hacía verse de tal modo hasta qué extremo era a sus ojos
bella y encantadora, y con cuánto afán deseaba que se dignase elegirle para
borrar el recuerdo de las faltas de su primer marido, que yo debería repetírtelo
palabra por palabra, para darte cabal idea de la inclinación desinteresada, del
amor y de la fidelidad de este hombre. Necesitaría el talento del mejor poeta
para pintar, al mismo tiempo, de una manera expresiva, la animación de sus
gestos, la armonía de su voz y el fuego celestial de sus miradas. No, no hay
palabras que puedan reproducir la ternura que rebosaba todo su ser y su
lenguaje: cuanto yo te dijera sería pálido. Llamaba particularmente mi atención
verle temeroso de que yo pudiera formar injustos pensamientos sobre sus
relaciones o dudase de la intachable conducta de la viuda. El placer que
experimenté oyéndole hablar de su figura y de su belleza, que, sin tener el
encanto de la juventud, le atraía irresistiblemente y le encadenaba, no puedo
explicármelo más que con el corazón. Nunca había visto un deseo apremiante,
una pasión ardiente, unidos a tanta pureza; sí, puedo decirlo; nunca había
imaginado ni soñado que existiese tal pureza. No hagas burla de mí si te
confieso que al recuerdo de esta inocencia y de este candor me abraso en
oculto fuego, languidezco y me consumo. Ahora deseo encontrar pronto
ocasión de conocerla...; mejor dicho, y pensándolo bien, deseo evitarlo. Más
vale que la vea por los ojos de su amante: acaso los míos no la verían de la
manera que ahora la veo, ¿y qué gano en privarme de esta hermosa imagen?"

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16 de Junio

"¿Por qué no te escribo? Tú me lo preguntas; ¡tú, que te cuentas entre nuestros
sabios! Debes adivinar que me encuentro bien y que..., en una palabra, he
hecho una amistad que interesa a mi corazón. Yo he..., yo no sé..."

"Difícil me será referirte de por sí cómo he conocido a la más amable de las
criaturas. Soy feliz y estoy contento; por lo tanto, seré mal historiador."

"¡Un ángel! ¡Bah! Todos dicen lo mismo de la que aman, ¿no es verdad? Y, sin
embargo, yo no podré decirte cuán perfecta es y por qué es perfecta; en
resumen, ha esclavizado todo mi ser."

"¡Tanta inocencia con tanto talento! ¡Tanta bondad con tanta firmeza! ¡Y el
reposo del alma en medio de la vida real, de la vida activa!"

"Cuando digo de ella no es más que una palabrería insulsa, una helada
abstracción, que no puede darte ni remota idea de lo que es. Otra vez..., no
quiero contártelo en seguida. Si lo dejo, no lo haré nunca, porque (dicho sea
para nosotros), desde que he comenzado esta carta, tres veces he tenido ya
intención de soltar la pluma, hacer ensillar mi caballo y marcharme. Y, sin
embargo, esta mañana me había jurado a mí mismo no ir; así y todo, a cada
momento me asomo a la ventana para ver la altura a que se encuentra el sol."

.......................................

"No he podido vencerme: he ido a hacerle una visita. Heme ya de vuelta,
Guillermo, estoy cenando y escribiéndote."

"Si continúo de este modo, no sabrás al fin más que al principio. Escucha,
pues: procuraré sosegarme para poderte hacer una detallada relación de todo."

"Te dije últimamente que había hecho conocimiento con el juez S. y que me
había invitado a visitarle en su retiro, o por mejor decir, en su reinezuelo. No
me acordaba de esta visita, y acaso no la hubiera hecho nunca si la casualidad
no me hubiese descubierto el tesoro escondido en este paraje solitario."

"La gente joven había dispuesto un baile en el campo, al que debía yo asistir.
Tomé por pareja a una señorita bella y de buen genio, pero de trato indiferente,
y convinimos en que yo iría con un coche a buscar a esta señorita y a su tía,
que la acompañaba, para conducirlas al sitio de la fiesta y convinimos, además,
en que al paso recogeríamos a Carlota S. "Vais a conocer a una joven muy
guapa", me dijo mi pareja, mientras atravesábamos la gran selva y nos
acercábamos a la casa. "¡Cuidado con enamorarse!", añadió la tía. "¿Y por
qué?" pregunté yo. "Porque ya está prometida a un joven que vale mucho y
que, por haber perdido a su padre, ha tenido necesidad de hacer un viaje para
arreglar sus asuntos y solicitar un buen empleo." Escuché estos detalles con
bastante indiferencia."

"Descendía el sol rápidamente hacia las montañas que limitaban el horizonte,
cuando el coche se detuvo en la puerta del patio de la casa. Hacía un calor
sofocante, y las señoras tenían miedo de que descargase una tempestad, que
parecía formarse entre pardas y oscuras nubecillas que cercaban el horizonte.
Disipé los temores de mis compañeras, fingiendo tener profundos
conocimientos del tiempo, a pesar de que también yo presentía que se nos iba
a aguar la fiesta."

"Ya había yo bajado del coche, cuando llegó una criada a la puerta del patio y
nos dijo que hiciésemos el favor de aguardar un momento, que la señorita
Carlota no tardaría en salir. Atravesé el patio y avancé con desenfado hacia la
casa; cuando hube subido la escalera y franqueé la puerta, contemplaron mis
ojos el espectáculo más encantador que he visto en mi vida. En la primera
habitación, seis niños, desde dos hasta once años de edad saltaban alrededor
de una hermosa joven, de mediana estatura, vestida con una sencilla túnica
blanca, adornada con lazos de color de rosa en las mangas y en el pecho.
Tenía en la mano un pan moreno, del que a cada uno de los niños cortaba un
pedazo proporcionado a su edad y a su apetito. Les repartía las rebanadas con
la mayor gracia, y ellos, gritando, se lo agradecían, después de haber tenido un
buen rato las manecitas levantadas, aun antes que el pan estuviese cortado.
Por fin, provistos de su merienda, unos se alejaron saltando de contento; otro,
de carácter menos juguetón, se fueron sosegadamente a la puerta del patio
para ver a los forasteros y el coche que debía llevarse a Carlota. Esta me dijo:
"¿Me perdonaréis que haya causado la molestia de entrar y haber hecho
esperar a esas señoras? Distraída en vestirme y en tomar las disposiciones
que en la casa exige mi ausencia, me había olvidado de dar su merienda a los
niños, que no quieren recibirla sino de mi mano." Contesté con un cumplido
insignificante: mi alma estaba absorta en contemplar su talle, su rostro, su voz,
sus menores movimientos. Apenas pude volver de mi sorpresa al verla entrar
presurosa en otra habitación para tomar los guantes y el abanico. Los niños,
permaneciendo a cierta distancia, me miraban de reojo; yo me acerqué al más
pequeño, cuya fisonomía era sumamente interesante. Se retiraba huyendo de
mí, cuando Carlota, que salía ya por la puerta, le dijo: "Luis, da la mano a ese
caballero, que es tu primo."

"Obedeció el niño sonriendo, y, aunque tenía las narices llenas de mocos, no
pude resistir la tentación de darle algunos besos."

"¿ Primo?—dije a Carlota, ofreciéndole la mano—. ¿Creéis que yo merezca la
dicha de ser pariente vuestro?" "¡Oh!—exclamó ella jovialmente—; nuestro
parentesco es muy antiguo, y yo sentiría infinito que fueseis el peor de la
familia."

"Al salir, encargó a Sofía, niña de once a doce años y la mayor de las
hermanas que quedaban en la casa, que cuidase bien de los niños y saludase
a su padre cuando volviese de paseo. Recomendó a los pequeños que
obedeciesen a Sofía como si fuese ella misma, lo que muchos prometieron
terminantemente; pero una traviesa rubilla, que podría tener unos seis años, se
apresuró a decir: "Pero ella no eres tú, Lota, y nosotros queremos mejor que
seas tú." Los dos hermanos mayores se habían encaramado en el coche, y, por
mi intercesión, Carlota les permitió acompañarnos hasta la selva, aunque
haciéndoles prometer que se mantendrían firmes y que no se pelearían el uno
con el otro."

"Apenas nos habíamos colocado nuestros asientos; apenas las damas habían
cambiado el saludo y las lisonjas de costumbre sobre los trajes, especialmente
sobre los sombrerillos, y pasado revista a las personas que debían asistir al
baile, cuando Carlota hizo parar el coche y mandó a sus hermanos apearse.
Estos quisieron besarle de nuevo la mano: el mayor lo hizo con toda la ternura
de un adolescente; el más pequeño, con tanta viveza como atolondramiento.
Les encargó una vez más que saludasen a sus otros hermanos, y continuamos
nuestra marcha."

"La tía de mi pareja preguntó a Carlota si había concluido el libro que
últimamente le había prestado. "No—dijo ella—, no me gusta, y os lo devolveré
pronto; tampoco el anterior me hizo mucha gracia." Manifesté curiosidad por
saber de qué libros se trataba, y quedé sorprendido al contestar Carlota
y encontraba en cuanto decía un talento nada común; cada palabra añadía
nuevos encantos, nuevos fulgores de inteligencia a su rostro, y observé que se
explicaba con tanto más gusto cuanto que veía en mí una persona que la
comprendía."

"Cuando yo era más niña—me dijo—mi lectura favorita eran las novelas. Dios
sabe cuánto placer experimentaba yo cuando podía sentarme el domingo en
algún rinconcillo para participar con todo mi corazón de la dicha o de la
desgracia de alguna miss Jenni. No quiere esto decir que este género de
literatura haya perdido a mis ojos todos sus encantos; pero, como ahora son
contadas las veces que puedo leer, cuando lo hago deseo que la obra esté
perfectamente dentro de mi gusto. El autor que prefiero es aquel en quien hallo
el mundo que me rodea, el que cuenta las cosas como las veo en torno mío, el
que con sus descripciones, me atrae y me interesa tanto como mi propia vida
doméstica, que indudablemente no es un paraíso, pero sí una fuente de dicha
inefable para mí."

"Procuré ocultar la emoción que me causaban estas palabras, pero no lo
conseguí por mucho tiempo, pues cuando la oí hablar, incidentalmente, del
vicario de Wakefield, de... , no pudiendo contenerme, le dije cuanto se me
ocurrió en aquel instante, y sólo después de un rato, al dirigir Calota la palabra
a nuestras compañeras, caí en la cuenta de que éstas habían permanecido
como dos marmolillos, sin tomar parte en la conversación. La tía me miró más
de una vez con un aire de burla, del que no hice el menor caso."

"Hablamos entonces del baile. "Si bailar es un defecto—dijo Carlota—, confieso
ingenuamente que no concibo otro de más atractivos. Cuando alguna cosa me
desvela con exceso y me acerco a mi clavicémbalo, aunque esté desafinado,
me basta con mal tocar una contradanza para darlo todo al olvido." "¡Con
cuánto embeleso mientras ella hablaba, fijaba yo mi vista en los ojos negros!
¡Cómo enardecían mi alma la animación de sus labios y la frescura risueña de
sus mejillas! ¡Cuántas veces, absorto en los magníficos pensamientos que
exponía dejé de prestar atención a las palabras con que se explicaba! Tú, que
me conoces a fondo puedes formar una idea exacta de todo esto. En fin,
cuando el coche paró delante de la casa del baile yo eché pie a tierra
completamente abstraído. La hora del crepúsculo, el laberinto de sueños en
que vagaba mi imaginación, todo contribuyó a que apenas hiciese alto en los
torrentes de armonía que llegaban hasta nosotros desde la sala iluminada."

"El señor Audran y un tal... (¿quién puede retener en la memoria todos los
nombres?), que eran las parejas de la tía y de Carlota, nos recibieron en la
puerta y se apoderaron de sus damas, yo los seguí con la mía."

"Comenzamos por bailar varias veces el minué. Saqué una por una todas las
señoras y pude observar que las que valían menos eran las que hacían más
dengues antes de decidirse a ponerse a bailar. Carlota y su caballero
comenzaron una contradanza inglesa: puedes figurarte el placer que
experimenté cuando le tocó hacer la figura conmigo. ¡Es preciso verla bailar! Lo
hace con todo su corazón, con toda su alma; todo su cuerpo está en una
perfecta armonía, y se abandona de tal modo con tanta naturalidad, que parece
que para ella el baile lo resume todo, que no tiene otra idea ni otro sentimiento
y que, mientras baila, lo demás se desvanece ante sus ojos."

"Le pedí la segunda contradanza y me ofreció la tercera, asegurándome que
tendría mucho gusto en bailar la alemanda. "Aquí es costumbre—añadió—
cada cual baile la alemanda con su pareja, pero mi caballero valsa mal y me
agradecerá que le releve de esta obligación. Vuestra compañera tampoco la
sabe ni se cuida de ello, y he observado, durante la danza inglesa, que bailáis
a maravilla. Por lo tanto, si queréis bailar conmigo la alemanda, id a pedirme a
mi caballero mientras yo hablo a vuestra dama." Después le di la mano, y se
convino en que, mientras nosotros bailábamos juntos, su caballero
acompañaría a mi pareja."

"Se comenzó, nos entretuvimos un rato en hacer diferentes pasos y figuras.
¡Qué gracia, qué agilidad en sus movimientos! Cuando llegamos al vals y las
parejas, como las esferas celestes, empezaron a girar unas alrededor de otras,
hubo un momento de confusión, porque son contados los que valsan bien.
Tuvimos la prudencia de dejar pasar el primer ímpetu de los demás; pero
cuando los menos hábiles se retiraron, nos lanzamos de nuevo y dejamos bien
puesto nuestro pabellón, y seguidos de otra pareja, que eran Audran y su
compañera. Jamás he sido más ligero; yo era ya un hombre. Tener en mis
brazos a la criatura más amable, volar con ella como una exhalación,
desapareciendo de mi vista todo lo que rodeaba, y..., Guillermo, te lo diré
ingenuamente: me hice el juramento de que mujer que yo amase, y sobre la
cual tuviera algún derecho, no valsaría jamás con otro que conmigo; Jamás,
aunque me costase la vida. ¿Me comprendes?"

"Dimos algunas vueltas por la sala para tomar aliento; después ella se sentó y
le presenté, para que refrescase, unos limones que yo había separado cuando
se hacía el ponche, los únicos que quedaban. Observé que agradecía mi
atención; pero se hallaba al lado una dama indiscreta, a quien ella ofrecía
pedacitos por pura cortesía, y cada uno que tomaba era un puñal que me
atravesaba el corazón. En la tercera contradanza inglesa nos tocó ser la
segunda pareja. Cuando concluíamos de hacer la cadena y yo (¡Dios sabe con
cuánta voluptuosidad!) me adhería al brazo de Carlota, fijo en sus ojos, que
brillaban con la cándida expresión del placer más puro y espontáneo, nos
hallamos delante de una señora que, aunque ya se iba alejando de lo mas
florido de su juventud, me había llamado la atención por cierto aire de
amabilidad que hermoseaba su semblante. Miró a Carlota sonriendo, hizo
como que la amenazaba, y pronunció al paso dos veces el nombre de Alberto,
con un tonillo misterioso."

""¿Puedo dije a Carlota—sin cometer una imprudencia preguntaros quién es
Alberto?" Iba a responderme; pero tuvimos que separarnos para hacer la gran
cadena, y cuando llegamos a cruzar uno al lado del otro, me pareció que
estaba pensativa."

""¿Por qué os lo he de ocultar?—me dijo al darme la mano para hacer una
figura—. Alberto es un joven muy apreciable al cual estoy prometida."

"Aunque esto no era nuevo para mí, porque lo había sabido en el coche, me
causó tanta sorpresa como si lo ignorase, y es que no me había ocupado de tal
noticia con relación a Carlota, que en tan breves instantes llegó a serme tan
querida. En una palabra, me turbé, me desconcerté y embrollé de tal modo la
figura, que, sin la presencia de ánimo de Carlota y la oportunidad con que
enmendaba mis torpezas, no se hubiera podido continuar la contradanza. Aún
duraba el baile cuando los relámpagos que desde mucho antes esclarecían el
horizonte, y que yo achacaba sin cesar a ráfagas de calor se hicieron más
intensos, y el ruido del trueno apagaba el de la música. Tres señoras, seguidas
de sus caballeros, abandonaron la contradanza, se generalizó el desorden y
enmudecieron los instrumentos. Cuando repentino pavor o accidente imprevisto
nos sorprende en medio de los placeres, producen en nosotros, y es natural,
una impresión más honda que de ordinario ya sea por el contraste que se
destaca vigorosamente, ya porque, una vez abiertos nuestros sentidos a las
emociones, adquieren una sensibilidad exquisita. A esta causa debo atribuir los
gestos extraños que vi hacer entonces a muchas señoras. La más prudente
corrió a sentarse en un rincón, tapándose los oídos y volviendo la espalda
hacia la ventana; otra se arrodilló delante de ella y escondió la cabeza en su
regazo; una tercera se metió entre las dos ventanas y abrazaba a sus
hermanitas, vertiendo torrentes de lágrimas. Algunas querían volverse a sus
casas; otras, que estaban más amilanadas, ni siquiera tenían ánimo para
reprimir la audacia de los astutos jóvenes, que se ocupaban afanosos en robar
de los labios de las bellas afligidas las temidas plegarias que dirigían al cielo.
Algunos hombres habían salido a fumarse tranquilamente una pipa, y los
demás de la reunión acogieron con júbilo la feliz idea que tuvo la dueña de la
casa de trasladarnos a otra pieza donde las ventanas tenían postigos y
colgaduras. Carlota, apenas entramos en la nueva habitación, hizo poner las
sillas en corro y propuso un juego. Vi que varios caballeros, enderezándose
como para indicar que estaban prontos, se relamían de gusto, soñando ya en
las sentencias de las prendas. "Jugamos a contar —dijo ella—. Prestadme
atención. Yo iré pasando por toda la rueda, siempre de derecha a izquierda y
vosotros al mismo tiempo contaréis desde uno hasta mil, diciendo a mi paso
cada cual el número que le toque. Debe contarse muy de prisa, y el que titubee
o se equivoque recibirá un bofetón." Nada más divertido. Carlota, con el brazo
extendido, echó a andar dentro del corro. "¡Uno!", dijo el primero. "¡Dos!", el
segundo. "¡Tres!", el que estaba al lado, y así sucesivamente. Ella fue poco a
poco acelerando sus pasos, aquello ya no era andar: volaba. Uno se
equivocaba. ¡Plaf!, bofetón; el que le sigue lanza una carcajada. ¡Plaf!, nuevo
bofetón y Carlota corriendo cada vez más. A mí me alcanzaron dos sopapos, y
con inefable placer creí haber notado que me los aplicaba más fuerte que a los
otros. El juego concluyó en medio de una risa y una algazara general antes que
la cuenta hubiese llegado al número mil. Las personas que tenían más
intimidad formaron conversación aparte; la tempestad había cesado, y yo seguí
a Carlota, que se volvió a la sala. En el camino me dijo: "Los bofetones han
hecho que se olviden de la tempestad y de todo." Nada pude contestarle. "Yo
era—prosiguió—una de las más miedosas; pero aparentando valor para animar
a los demás, llegué a tenerlo de veras." Nos acercamos a la ventana; se oían
truenos lejanos y el ruido apacible de una abundante lluvia que caía sobre los
campos. Una atmósfera tibia nos acaricia con oleadas de los más suaves
perfumes."

"¡Carlota había apoyado los codos en el marco de la ventana y miraba hacia la
campiña, luego levantó los ojos al cielo; después los fijó en mí y vi que los tenía
cuajados de lágrimas; por fin, puso su mano sobre la mía y exclamó: "¡Oh
Klopstock!"

"Abismado en un torrente de emociones que esta sola palabra despertó en mi
espíritu, recordé al instante la oda sublime que ocupaba a la sazón el
pensamiento de Carlota. No pude resistir: me incliné sobre su mano, se la llené
de besos y de lágrimas de placer, y volvieron mis ojos a encontrarse con los
suyos. ¡Oh insigne poeta! Esta sola mirada, que debías haber visto, basta para
tu apoteosis. ¡Ojalá no vuelva yo a oír pronunciar tu nombre tan
frecuentemente pronunciado!"

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Publicado: 13:16 03/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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26 de Mayo

"Hace mucho tiempo que conoces mi modo de alojarme, mi costumbre de
hacerme una cabaña en cualquier punto solitario donde me instalo, sin ningún
género de comodidades. Pues bien, aquí he encontrado un rinconcito que me
ha seducido."

"A una legua de la ciudad está la aldea de Wahlheim. Su situación al pie de
una colina es muy agradable, y cuando, saliendo de la aldea, se sigue la
vereda de una loma, llega a descubrirse de cuatro años de edad, que se había
sentado en el todo el valle de una ojeada."

"Una viejecita muy servicial y de muy buen humor vende en un ventorrillo vino,
cerveza y café. Lo que más me encanta son dos tilos que dan sombra con su
amplio ramaje a una plazoleta que hay delante de la iglesia, rodeada de casas
rústicas, de cortijos y de chozas. Conozco pocos parajes tan ocultos y
tranquilos. Hago que desde mi albergue me lleven a él mi mesita y mi silla. y
tomo café y leo a Homero. La primera vez que la casualidad me condujo bajo
los tilos, era una hermosa siesta y encontré desierta la plaza: los aldeanos
estaban en el campo. Sólo vi a un muchacho, como de cuatro años de edad,
que se había sentado en el suelo, estrechando contra su pecho a otro niño de
seis meses. Le tenía entre sus piernas, formando así una especie de asiento. A
pesar de la vivacidad con que sus ojos miraban a todas partes, permanecía
sentado y tranquilo. Este espectáculo me cautivó. Sentéme yo en un arado que
había enfrente y dibujé con sumo gusto este episodio fraternal. Añadiendo los
setos cercanos, la puerta de una cabaña y algunos pedazos de ruedas de
carretas, todo con el desorden en que estaba; vi al cabo de una hora que había
hecho un dibujo bien compuesto y lleno de interés, sin haber añadido nada de
mi propia invención. Esto me aferró a mi propósito de no atenerme en adelante
más que a la naturaleza. Sólo ella posee una riqueza inagotable; sólo ella
forma a los grandes artistas. Mucho puede cacarearse en favor de las reglas;
casi lo mismo que en alabanza de la sociedad civil. Un hombre formado según
las reglas, jamás producirá nada absurdo y absolutamente malo, así como el
que obre con sujeción a las leyes y a la urbanidad nunca puede ser un vecino
insoportable ni un gran malvado; sin embargo, y dígase lo que se quiera, toda
regla asfixia los verdaderos sentimientos y destruye la verdadera expresión de
la naturaleza. "No tanto—dirás tú; la regla no hace más que encerrarnos en
justos límites; es una podadera que corta las ramas inútiles" Amigo mío,
permite que te haga una comparación. Sucede en esto lo que en el amor. Un
joven se enamora de una mujer, pasa todas las horas del día a su lado, le
prodiga sus caricias y sus bienes, y así le prueba sin cesar que ella es para él
todo en el mundo. Llega entonces un vecino, un empleado, que le dice:
"Caballerito, amar es de hombres; pero es preciso amar a lo hombre. Divide tu
tiempo; dedica una parte de él al trabajo, y no consagres a tu querida más que
los ratos de ocio; piensa en ti, y cuando tengas asegurado lo que necesites, no
seré yo quien te prohiba hacer con lo que te sobre algún regalo a tu amada;
pero no con mucha frecuencia; el día de su santo por ejemplo, o el aniversario
de su nacimiento..." Si nuestro enamorado le escucha, llegará a ser un hombre
útil, y hasta yo aconsejaré al príncipe que le dé algún empleo; pero ¡adiós el
amor!..., ¡adiós el arte!, si él es artista. ¡Oh amigos míos! ¿Por qué el torrente
del genio se desborda tan de tarde en tarde? ¿Por qué muy pocas veces
hierven sus olas y hacen que vuestras almas se estremezcan de asombro?
Queridos amigos: porque pueblan una y otra orilla algunos vecinos pacíficos,
que tienen lindos pabelloncitos, cuadrados de tulipanes y arriates de hierbajos
que serían destruidos, cosa que saben ellos muy bien, por lo cual conjuran con
diques y zanjas de desagüe el peligro que los amenaza."

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27 de Mayo

"Ahora caigo en que entregado al éxtasis, a las comparaciones y la
declamación, he dado al olvido referirte hasta el fin lo que fue de los dos
muchachos. Sumergido en el idealismo artístico de que en desaliñado estilo, te
daba razón mi carta de ayer permanecí dos horas largas sobre el arado. Una
joven, con una cesta al brazo, vino por la tarde a buscar a los pequeñuelos, y
gritó desde lejos: "Felipe, eres un buen chico." Me saludó, le devolví el saludo,
me levanté, me acerqué a ella y le pregunté si era la madre de aquellas
criaturas. Me contestó afirmativamente, y después de haber dado un bollo al
mayor, tomó al otro en sus brazos y le besó con toda la ternura de una madre.
"Había encargado a Felipe que cuidase de su hermanito—me dijo—, y yo con
el mayor de mis hijos he estado en la ciudad a comprar pan blanco, azúcar y un
puchero—todo esto se veía en la cesta, cuya tapa se había caído—. Quiero dar
esta noche una cena a mi Juan—éste era el nombre del más pequeño—. El
mayor es un aturdido que me rompió ayer el puchero, peleándose con Felipe
por arrebañarlo." Le pregunté dónde estaba el mayor, y mientras me
contestaba que corriendo en el prado detrás de un par de patos, apareció
dando brincos y trayendo a Felipe una varita de avellano. Seguí hablando
algunos momentos con esta mujer, y supe que era hija del maestro de escuela,
que su marido estaba en Suiza en busca de una herencia que le había dejado
un primo. "Querían engañarle—dijo—y no contestaban a sus cartas: por eso ha
ido. ¡Con tal que no le suceda nada malo! Hasta ahora no he recibido noticias
suyas." Me separé con pena de esta mujer; di un kreutzer a los niños mayores,
y otro a la madre para el más pequeño, diciéndole que cuando volviese a la
ciudad le comprase en mi nombre una tortita. Después de esto nos separamos.
Te juro, amigo mío, que cuando no estoy en calma basta para apagar mis
arrebatos la presencia de una criatura como ésta, que recorre en un abandono
feliz el círculo estrecho de su vida, sin pensar en el mañana, y sin ver en la
caída de las hojas de los árboles otra cosa que la proximidad del invierno."

"Desde ese día voy frecuentemente a aquel paraje. Los muchachos se han
acostumbrado a verme; yo les doy azúcar cuando tomo el café, y por la tarde
ellos parten conmigo su pan con manteca y su cuajada. Ningún domingo dejo
de darles un kreutzer, y si no estoy en casa cuando salen de la iglesia, lo
reciben de mi pupilera, a quien dejo el encargo de hacerlo."

"Son cariñosos; me cuentan toda especie de cuentos y me divierto, sobre todo,
con sus pasiones y la cándida explosión de sus deseos, cuando se reúnen con
otros chicos de la aldea. Mucho trabajo me ha costado convencer a la madre
que no debe inquietarse con la idea de que sus hijos puedan, como ella dice,
incomodar al señor."

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Publicado: 16:59 02/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo.
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17 de Mayo

"He hecho conocimientos de todos géneros, aunque sin formar sociedad con
nadie. Algún atractivo, que no me doy cuenta, debo de tener para muchas
personas que espontáneamente se me acercan con deseos de intimar; por mi
parte, siento el separarme de ellas cuando sólo un breve rato seguimos el
mismo camino. Si me preguntas cómo es la gente de este país, te diré: "Como
la de todos." La raza humana es igual en todas partes. La inmensa mayoría
emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y le abruma de tal modo la
poca libertad de que goza, que pone de su parte cuanto puede para perderla.
¡Oh destino de los mortales!"

"Por lo demás, la gente es buena. Si algunas veces me entrego con ella a
placeres que aún quedan a los hombres, como son el charlar alegre, franca y
cordialmente en torno a una mesa bien servida, organizar una expedición al
campo, un baile u otra diversión cualquiera, me encuentro en mi elemento, con
tal que no se me ocurra entonces la idea de que hay en mí otra porción de
facultades que debo ocultar cuidadosamente, por más que se enmohezcan no
ejercitándolas. ¡Ah!, esto desgarra el corazón, pero el hombre nace para morir
sin que le hayan conocido. ¡Ay! ... ¿Por qué no existe ya la amiga de mi
juventud? ¿Por qué la conocí? Me diré a mí mismo: "¡Insensato! Buscas lo que
nadie encuentra en la tierra." Y, sin embargo, yo lo he encontrado; yo he
poseído aquel corazón, aquella alma superior, en cuya presencia me figuraba
ser más de lo que soy, porque era cuanto yo podía ser. ¿Qué fuerza de mi
espíritu, Dios mío, estaba entonces paralizada? ¿No podía yo desplegar ante
ella la maravillosa sensibilidad con que mi corazón abraza el universo? ¿No era
nuestro trato una cadena continua de los más delicados sentimientos, de los
ímpetus más vehementes, cuyos matices, hasta los más superficiales, brillaban
con el esmalte del talento? Y ahora..., ¡ay! Tenía algunos años más que yo, y
ha llegado antes al sepulcro. Jamás olvidaré su privilegiada razón y su
indulgencia más que humana. Hace algunos días encontraré a M. V., joven
franco y expansivo, y de una fisonomía que revela felicidad. Ha acabado sus
estudios y, sin presumir de genio, está convencido de que no todos valen lo
que él. Mis observaciones atestiguan que es laborioso; en resumen, sabe algo.
Habiendo averiguado que dibujo y poseo el griego (dos fenómenos en este
país), cultiva mi amistad alardeando frecuentemente de erudito, pasa revista
desde Bateux hasta Wood, desde Piles hasta Winkelmann, y me ha asegurado
que conoce la primera parte de la teoría de Sulzer y que tiene un manuscrito de
Heine sobre el estudio del arte antiguo. Yo le dejo hablar."

"También he hecho conocimiento con el juez, hombre excelente y de un
carácter abierto y leal. Dicen que es delicioso verle rodeado de sus nueve hijos,
y todo el mundo se hace lenguas de la hija mayor. Me ha ofrecido su casa, y un
día de éstos le haré mi primera visita. Por permiso que le han concedido
después de la muerte de su mujer, vive en una casa de campo, del príncipe, a
legua y media de la ciudad. Ésta y la morada que en ella tenía habían llegado a
serle insoportables. Por último también he encontrado aquí algunos entes en
los cuales todo me parece fastidioso, y más fastidioso que nada, sus
demostraciones de afecto."

"Adiós: esta carta te agradará; es historia desde el principio hasta el fin."

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22 de Mayo

"Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no puedo desechar de
mí esta idea. Cuando considero los estrechos límites en que están encerradas
las facultades intelectuales del hombre; cuando veo que la meta de nuestros
esfuerzos estriba en satisfacer nuestras necesidades, que éstas sólo tienden a
prolongar una existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre ciertos
puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa que una resignación
meditabunda, y que nos entretenemos en bosquejar deslumbradoras
perspectivas y figuras abigarradas en los muros que nos aprisionan; todo esto,
Guillermo, me hace enmudecer. Me reconcentro en mí mismo y hallo un mundo
dentro de mí; pero un mundo más poblado de presentimientos y de deseos sin
formular, que de realidades y de fuerzas vivas"

"Cuantos se dedican a la enseñanza convienen en que los niños no saben
darse cuenta de su voluntad; pero, por más que para mí sea una verdad
inconcusa, no creerán muchos que los hombres como los niños, caminando a
tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y adónde van, son poco
menos que autómatas y, exactamente como los niños, se dejan gobernar con
juguetes, confites y azotes."

"Te concederé desde luego (porque sé que me lo puedes objetar) que los más
felices son los que no se curan del pasado ni del porvenir, los que pasean,
visten y desnudan su muñeca, y los que, dando cautelosas vueltas alrededor
del armario donde la madre ha encerrado las golosinas, cuando logran atrapar
el manjar apetecido, lo devoran a dos carrillos y gritan: "¡Más!" Estas criaturas
son envidiables. También lo son las que, encareciendo con títulos pomposos
sus frívolas ocupaciones, o tal vez sus pasiones, reclaman gratitud al género
humano, como si para su salud y su dicha hubieran llevado a cabo alguna
empresa gigantesca. ¡Feliz el que pueda vivir de este modo! Sin embargo, el
hombre humilde que comprende adónde va todo a parar; el que observa con
cuánta facilidad convierte cualquiera su huerto en un paraíso, y con cuánto
tesón el infeliz que gime encorvado bajo el fardo de la miseria prosigue casi
exánime su camino, aspirando, como todos, a ver un minuto más la luz del sol,
está tranquilo, crea un mundo, que saca de sí mismo, y también es feliz,
porque es hombre. Podrá agitarse en una esfera muy limitada; pero siempre
llevará en su corazón la dulce idea de la libertad y el convencimiento de que
saldrá de esta prisión cuando quiera."

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Publicado: 17:13 01/07/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
libro escrito en forma de cartas de Werther a un amigo
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13 de Mayo

"¿Me preguntas si debes enviarme mis logros? ¡Por Dios, hombre, no me
abrumes con ese aumento de equipaje! No quiero que me guíen, que me
exciten, que me espoleen: aquí me basta mi corazón. Sólo echaba de menos
un canto que me arrullase, y he encontrado en mi Homero más de lo que
buscaba. ¡Cuántas veces templo con sus versos el hervor de mi sangre!
Porque tú no conoces nada más desigual, ni más variable que mi corazón.
Amigo mío: ¿necesitaré decírtelo, a ti que has sufrido más de una vez
viéndome pasar de la tristeza a la alegría más alborotadora, y de una dulce
melancolía a la pasión más violenta? Trato a este pobre corazón como a un
niño enfermo, le concedo cuanto me pide. No se lo cuentes a nadie, que no
faltaría quien dijese que con ello cometo un crimen."

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15 de Mayo

"Ya me conoce y me quiere la gente humilde de estos lugares: sobre todo los
niños. Cuando al principio me acercaba a ella, le dirigía amistosamente tal o
cual pregunta, había quien, recelando que quería divertirme a su costa, me
volvía la espalda sin pizca de urbanidad. No me desanimaba esto, pero me
hacía pensar con insistencia en una cosa que antes de ahora he observado, y
es que los que ocupan cierta posición social se mantienen siempre impasibles
a cierta distancia de las clases inferiores del pueblo, como si temieran
mancharse con su contacto, habiendo también calaveras y bufones que fingen
acercarse a esta pobre gente, cuando su verdadero objeto es hacerle sentir
con más fuerza el peso de la voluntad."

"Bien sé que no somos iguales ni podemos serlo; pero, en mi opinión, el que
cree preciso vivir alejado de lo que se llama pueblo para que éste le respete, es
tan despreciable como el mandria que se oculta de sus enemigos por temor de
que le venzan."

"Hace poco estuve en la fuente y encontré en ella a una criadita, que, habiendo
colocado su cántaro al pie de la escalinata, buscaba con la vista a alguna de
sus compañeras para que le ayudase o colocárselo sobre la cabeza. Bajé, y
fijando en ella mi mirada le dije: "¿Quieres que te ayude, hija mía?" "¡Oh
señor!...", balbució, poniéndose roja como una amapola. "¡Bah!, fuera
escrúpulos..." La ayudé a salir del apuro, me dio las gracias y se fue."

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