Yisatsu
Publicado: 17:09 13/09/2006 · Etiquetas: · Categorías: El Radiador
Ayer los de El Radiador parodiaron a Aragones y su supuesta intención de dejar el puesto de seleccionador con la famosa canción de Julieta Venegas.

Esta grabado y empiezo a compartirlo via 'emule'. Para todo el que se quiera echar unas risas.

El nombre del archivo es:

El Radiador 2006-09-12 Andujar Aragones cantando N8.WAV

Si alguien tiene problemas para encontrarlo, que avise a ver qué puedo hacer.

El N8 del final es una notilla que suelo poner a estos archivos. Se lleva el 8 sólo por el final, que es la canción.

Un saludo

Publicado: 02:11 02/09/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
* * *

No intentamos describir ahora lo que pasaba en el corazón de Carlota y los
sentimientos que en él despertaban su esposo y su desgraciado amigo, por
más que el conocimiento que tenemos de su carácter nos permite formar una
idea aproximada.

Toda mujer dotada de un alma noble se identificará con ella y comprenderá lo
que ha debido sufrir. Indudablemente, estaba decidida a hacer cuanto de su
parte dependiera para alejar a Werther. Si aún vacilaba, su vacilación era hija
de afectuosa piedad: sabía bien cuánto había de costar a su amigo aquel paso
supremo, porque conocía hasta dónde llegaban sus fuerzas. Y, sin embargo,
no tardó en verse obligada a tomar una resolución. Su marido continuaba
guardando silencio sobre el asunto, y ella hacía otro tanto; pero esto era un
nuevo motivo para que demostrase con hechos que sus sentimientos
encerraban la misma dignidad que los de Alberto.

El día en que Werther escribió a su amigo la última carta que hemos copiado
era el domingo anterior a la Navidad. Fue por la tarde a casa de Carlota y la
encontró sola, entretenida en preparar algunos regalos que pensaba hacer a
sus hermanos el día de Nochebuena. Con este motivo él habló de la alegría
que iban a experimentar los niños cuando abriéndose de pronto una puerta.
viesen aparecer el árbol de la Navidad lleno de velitas, de dulces y de juguetes.

—Vos también—dijo, ocultando con una sonrisa el embarazo que la presencia
de Werther le causaba—tendréis vuestro aguinaldo si sois juicioso: una vela y
alguna otra cosa.

—¿A qué llamáis ser juicioso?—preguntó él—. ¿Cómo debo, cómo puedo yo
ser, Carlota?

—El jueves—repuso ella—es la víspera de la Navidad, y vendrán los niños con
mi padre. Cada uno recibirá entonces su aguinaldo. Venid también ese día...,
pero antes, no.

Werther se quedó aterrado.

—Os ruego—añadió Carlota—que lo hagáis así, y os lo ruego porque lo exige
mi tranquilidad. Esto no puede continuar, Werther; no, no puede continuar.

Él bajó los ojos y, paseándose por la habitación a grandes pasos, murmuraba
entre dientes: "Esto no puede continuar."

Carlota, al ver el violento estado en que habían sumido sus palabras, trató por
mil medios de distraerle de sus pensamientos; pero fue en vano.

—No, Carlota—exclamó—, no volveré a veros.

—¿Por qué, Werther? Podéis y hasta debéis venira vernos, pero también
debéis procurar ser más dueño de vos. ¡Ah! ¿Por qué habéis
nacido con ese fuego indomable y esa apasionada violencia que
mostráis en vuestras afecciones? Os suplico—añadió cogiéndole la mano—que
procuréis dominaros. Vuestro talento, vuestras relaciones, vuestra instrucción
os tienen reservados muchos goces. Sed hombre... y triunfaréis de esa fatal
inclinación que os arrastra hacia una mujer que todo lo que puede hacer por
vos es compadeceros.

Werther rechinó los dientes y la miró con aire sombrío. Carlota, mientras tanto,
retenía entre sus manos la de su amigo.

—Tened calma—le dijo—. ¿No comprendéis que corréis voluntariamente a
vuestra ruina? ¿Por qué he de ser yo, precisamente yo..., que pertenezco a
otro hombre?... ¡Ah!, temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que
exalta vuestra pasión.

Werther retiró su mano y miró a Carlota con disgusto.

—Está bien—asintió—; sin duda esa observación se le ha ocurrido a Alberto.
Es profunda. . ., ¡muy profunda! . . .

—Cualquiera puede hacerla—repuso ella. ¿No habrá en todo el mundo una
joven capaz de satisfacer los deseos de vuestro corazón? Buscadla; yo os
respondo de que la encontraréis. Hace bastante tiempo que deploro, por vos y
por nosotros, el aislamiento en que os habéis condenado. Vamos, haced un
pequeño esfuerzo; un viaje puede distraeros; si buscáis bien, encontraréis
algún objeto digno de vuestro cariño, y entonces podéis volver para que
disfrutemos todos de esa tranquilidad que da una amistad sincera.

—Podrían imprimirse vuestras palabras—dijo Werther sonriendo con
amargura—y recomendarlas a todos los que se dedican a la enseñanza. ¡Ah,
querida Carlota!, concededme un corto plazo, y todo se arreglará.

—Concedido; pero no volváis hasta la víspera de la nochebuena.

Werther iba a responder cuando entró Alberto. Se saludaron en tono seco y
desabrido, y ambos se pusieron a pasear, uno al lado del otro, visiblemente
azorados. Werther habló de cosas insignificantes que dejaba a medio decir;
Alberto, después de hacer otro tanto, preguntó a su mujer por algunos
encargos que le tenía encomendados.

Al saber que no habían sido terminados, le dirigió algunas frases que Werther
encontró no sólo frías sino duras. Éste quiso marcharse, y le faltaron las
fuerzas. Permaneció allí hasta las ocho, aumentándose su mal humor, cuando
vio que ponían la mesa, tomó su bastón y su sombrero. Alberto le invitó a
quedarse; pero él consideró la invitación como un acto de obligada cortesía, y
se retiró dando fríamente las gracias. Cuando volvió a su casa tomó la luz de
mano de su criado, que quería alumbrarle, y subió solo a su habitación. Una
vez en ella, se puso a recorrerla a grandes pasos, sollozando y hablando solo,
pero en voz alta y con calor; acabó por arrojarse vestido sobre el lecho, donde
el criado le halló tendido a las once, cuando entró a preguntarle si quería que le
quitase las botas. Werther consintió que lo hiciera, prohibiéndole al mismo
tiempo que entrara en su cuarto al día siguiente antes de que él le llamase.

El lunes 21 de diciembre, por la mañana, escribió a Carlota la siguiente carta,
que se encontró cerrada sobre su mesa y fue remitida a la persona a quien se
dirigía. La insertamos aquí por fragmentos, como parece que él la escribió:

"Es cosa resuelta, Carlota: quiero morir y te lo participo sin ninguna exaltación
romántica, con la cabeza tranquila, el mismo día en que te veré por última vez."

Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en la tumba los
despojos del desgraciado que en los últimos instantes de su vida no encuentra
placer más dulce que el placer de pensar en ti. He pasado una noche terrible:
con todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi resolución. ¡Quiero morir!"

"Al separarme ayer de tu lado, un frío inexplicable se apoderó de todo mi ser;
refluía mi sangre al corazón, y respirando con angustiosa dificultad pensaba en
mi vida, que se consume cerca de ti, sin alegría, sin esperanza. ¡Ah!, estaba
helado de espanto.

Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí de rodillas, completamente loco.
¡Oh Dios mío!, tú me concediste por última vez el consuelo de llorar. Pero ¡qué
lágrimas tan amargas! Mil ideas, mil proyectos agitaron tumultuosamente mi
espíritu, fundiéndose al fin todos en uno solo, pero firme, inquebrantable:
¡morir! Con esta resolución me acosté, con esta resolución, inquebrantable y
firme como ayer, he despertado: ¡quiero morir! No es desesperación, es
convencimiento: mi carrera está concluida, y me sacrifico por ti. Sí, Carlota,
¿por qué te lo he de ocultar? Es preciso que uno de los tres muera, y quiero ser
yo. ¡Oh vida de mi vida! Más de una vez en mi alma desgarrada ha penetrado
un horrible pensamiento: matar a tu marido..., a ti..., a mí. Sea yo, yo solo; así
será.

Cuando al anochecer de algún hermoso día de verano subas a la montaña,
piensa en mí y acuérdate de que he recorrido muchas veces el valle; mira
luego hacia el cementerio, y a los últimos rayos del sol poniente vean tus ojos
cómo el viento azota la hierba de mi sepultura. Estaba tranquilo al comenzar
esta carta, y ahora lloro como un niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre
corazón!"

Werther llamó a su criado cerca de las diez. Mientras le vestía, le dijo que iba a
hacer un viaje de algunos días, y que era preciso, por tanto, sacar la ropa y
preparar las maletas; le mandó, además, arreglar las cuentas, recoger muchos
libros que había prestado y dar a algunos pobres, a quienes socorría una vez
por semana, el importe anticipado de la limosna de dos meses.

Se hizo servir el almuerzo en su cuarto, y después de haber comido, se dirigió
a la casa del juez, a quien no encontró. Se paseó por el jardín con aire
pensativo que parecía indicar el deseo de fundir en una sola todas las ideas
capaces de avivar sus amarguras. Los niños del juez no le dejaron solo mucho
tiempo: salieron a su encuentro saltando de alegría y le dijeron que cuando
llegase mañana y pasado mañana, y el día siguiente, Carlota les daría los
aguinaldos: sobre esto le contaron todas las maravillas que les prometía su
imaginación. "¡Mañana —exclamó Werther—, y pasado mañana..., y después
otro día!"

Los abrazó cariñosamente, se disponía a abandonarlos, cuando el más
pequeño dio señales de querer decir algo al oído. El secreto se redujo a
participarle que sus hermanos mayores habían escrito felicitaciones para el año
nuevo: una para el papá, otra para Alberto y Carlota, y otra para Werther.
Todas las entregarían por la mañana temprano el primer día del año. Estas
palabras le enternecieron: hizo algunos regalos a todos y tras de encargarles
que saludaran a su papá, montó a caballo y se marchó llorando.

A las cinco volvió a su casa; recomendó a la criada que cuidase de la lumbre
hasta la noche, y encargó al criado que empaquetase los libros y la ropa blanca
y metiese en la maleta los trajes.

Parece probable que después de esto debió de ser cuando escribió el siguiente
párrafo de su última carta de Carlota:

"Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecerte y a no volver a tu casa hasta
la víspera de la Navidad... ¡Oh Carlota!..., hoy o nunca. El día de la
Nochebuena tendrás este papel en tus manos trémulas y lo humedecerás con
tus preciosas lágrimas. Lo quiero..., es preciso. ¡Oh, qué contento estoy de mi
resolución!"

Entre tanto, Carlota se encontraba en una situación de ánimo bien extraña. En
su última entrevista con Werther había comprendido cuán difícil le sería
decidirle a que se alejara, y había adivinado mejor quenunca los tormentos
que el infeliz iba a sufrir separado de ella.

Habiendo participado a su marido, como incidentalmente, que Werther no
volvería hasta la víspera de la Navidad. Alberto se marchó a ver al juez de un
distrito inmediato para ventilar un asunto que debía retenerle hasta el siguiente
día.

Carlota estaba sola, ninguna de sus hermanas se encontraba a su lado.
Aprovechando esta circunstancia, se abandonó a sus ideas y dejó vagar su
espíritu entre los afectos de su pasado y su presente.

Se contemplaba unida a un hombre cuyo amor y fidelidad le eran bien
conocidos y a quien amaba con toda su alma; a un hombre que por su carácter,
tan entero como apacible, parecía formado para asegurar la felicidad de una
mujer honrada. Comprendía lo que este hombre era y debía ser siempre para
ella y para su familia. Por otra parte, le había sido tan simpático Werther desde
el momento en que se conocieron, y llegó a serle tan querido, era tan
espontáneo el afecto que los unía, y había engendrado tal intimidad el largo
trato que medió entre ambos, que el corazón de Carlota conservaba de ello
impresiones indelebles. Se había acostumbrado a contarle todo lo que
pensaba, todo lo que sentía.

Su marcha, por tanto, iba a producir en la vida de Carlota un vacío que nada
podía llenar. ¡Ah!, si ella hubiera podido hacerle su hermano, ¡qué feliz habría
sido! ¡Si hubiera podido casarlo con alguna de sus amigas! ¡Si hubiera podido
restablecer la buena inteligencia que antes reinó entre Alberto y él! Pasó en su
mente revista a todas sus amigas, y en todas encontraba defectos...; ninguna le
pareció digna del amor de Werther. Después de mucho reflexionar concluyó
por sentir confusamente, sin atreverse a confesárselo, que el secreto deseo de
su corazón era reservárselo para ella, por más que se decía a sí misma que ni
podía ni debía hacerlo. Su alma, tan pura y tan hermosa, y hasta entonces tan
inaccesible a la tristeza, recibió en aquel momento una herida cruel. La
perspectiva de su dicha se disipaba entre las nubes que cubrían el horizonte de
su vida.

A las seis y media oyó a Werther, que subía la escalera, preguntando por ella.
Al momento reconoció sus pasos y su voz, y el corazón le latió vivamente por
primera vez, podemos decirlo, al acercarse el joven. De buena gana habría
mandado que le dijesen que no estaba en casa, y, cuando le vio entrar, no
pudo menos que exclamar con visible azoramiento y llena de emoción.

—¡Ah!, habéis faltado a vuestra palabra.

—Yo nada os prometí—repuso él.

—Pero debisteis haber atendido mis súplicas, teniendo en cuenta que os las
hice para bien de amigos.

No se daba cuenta de lo hacía, ni de lo que decía y envió por dos amigas
suyas para no encontrarse sola con Werther. Éste dejó algunos libros que
había llevado y pidió otros.

Carlota esperaba con afán que sus amigas llegasen, pero un momento
después deseaba lo contrario. Volvió la criada y dijo que ninguna de las dos
podía complacerla.

Entonces se la ocurrió dar a la criada orden de que se quedara en la habitación
inmediata haciendo labor; pero en seguida cambió de idea.

Werther se paseaba por la sala con visible agitación.

Carlota se sentó al clavicémbalo y quiso tocar un minué; pero sus dedos se
resistían a secundar su intento. Abandonó el clavicémbalo y fue a sentarse al
lado de Werther, que ocupaba en el sofá su sitio de costumbre.

—¿No traéis nada que leer?—dijo Carlota.

No traía él nada.

—Ahí, en la cómoda—prosiguió ella—, tengo la traducción que hicisteis de
algunos cantos de Ossián. Todavía no la he visto, porque esperaba que vos me
la leeríais; pero hasta ahora no se ha presentado ocasión.

Werther sonrió y fue a buscar el manuscrito. Al cogerlo experimentó un
involuntario estremecimiento; al hojearlo se llenaron de lágrimas sus ojos.
Luego, esforzándose para que su voz pareciera segura, leyó lo que sigue:

... continuará

Publicado: 02:36 01/09/2006 · Etiquetas: · Categorías: Yisatsu
Nunca pensé que llegaría a ver algo así. El ambiente no podía ser más propicio, pero las probabilidades siempre fueron bajas. Es una situación extraordinaria como ninguna.

GO! DS GOO!!

1. Final Fantasy III (NDS): 503.051 (total vendidos: 503.051)
2. New Super Mario Bros. (NDS): 65.556 (2.901.264)
3. New Harvest Moon : Rune Factory (NDS): 42.210 (42.210)
4. More DS Brain Training (NDS): 41.784 (3.073.195)
5. Nintendo DS Talking Cooking Navi (NDS): 37.326 (384.045)
6. Tamagotchi Connexion Corner Shop 2 (NDS): 30.504 (430.934)
7. Mario Slam Basketball (NDS): 30.355 (233.762)
8. Animal Crossing Wild World (NDS): 30.023 (3.149.130)
9. Nintendo DS Brain Training (NDS): 22.866 (2.736.150)
10. DS English Training (NDS): 17.465 (1.401.669)

Qué máquina dios mio!!

4/10 para los juegos third, que levantaban cierto escepticismo entre algunos. xD Para que luego digan!

Nada más que decir... un NO COMMENT hasta hubiera quedado mejor, pero ¿quién se calla en su blog? xD

aDu

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