Categoría: Un Libro - Werther Publicado: 02:11 02/09/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
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No intentamos describir ahora lo que pasaba en el corazón de Carlota y los sentimientos que en él despertaban su esposo y su desgraciado amigo, por más que el conocimiento que tenemos de su carácter nos permite formar una idea aproximada. Toda mujer dotada de un alma noble se identificará con ella y comprenderá lo que ha debido sufrir. Indudablemente, estaba decidida a hacer cuanto de su parte dependiera para alejar a Werther. Si aún vacilaba, su vacilación era hija de afectuosa piedad: sabía bien cuánto había de costar a su amigo aquel paso supremo, porque conocía hasta dónde llegaban sus fuerzas. Y, sin embargo, no tardó en verse obligada a tomar una resolución. Su marido continuaba guardando silencio sobre el asunto, y ella hacía otro tanto; pero esto era un nuevo motivo para que demostrase con hechos que sus sentimientos encerraban la misma dignidad que los de Alberto. El día en que Werther escribió a su amigo la última carta que hemos copiado era el domingo anterior a la Navidad. Fue por la tarde a casa de Carlota y la encontró sola, entretenida en preparar algunos regalos que pensaba hacer a sus hermanos el día de Nochebuena. Con este motivo él habló de la alegría que iban a experimentar los niños cuando abriéndose de pronto una puerta. viesen aparecer el árbol de la Navidad lleno de velitas, de dulces y de juguetes. —Vos también—dijo, ocultando con una sonrisa el embarazo que la presencia de Werther le causaba—tendréis vuestro aguinaldo si sois juicioso: una vela y alguna otra cosa. —¿A qué llamáis ser juicioso?—preguntó él—. ¿Cómo debo, cómo puedo yo ser, Carlota? —El jueves—repuso ella—es la víspera de la Navidad, y vendrán los niños con mi padre. Cada uno recibirá entonces su aguinaldo. Venid también ese día..., pero antes, no. Werther se quedó aterrado. —Os ruego—añadió Carlota—que lo hagáis así, y os lo ruego porque lo exige mi tranquilidad. Esto no puede continuar, Werther; no, no puede continuar. Él bajó los ojos y, paseándose por la habitación a grandes pasos, murmuraba entre dientes: "Esto no puede continuar." Carlota, al ver el violento estado en que habían sumido sus palabras, trató por mil medios de distraerle de sus pensamientos; pero fue en vano. —No, Carlota—exclamó—, no volveré a veros. —¿Por qué, Werther? Podéis y hasta debéis venira vernos, pero también debéis procurar ser más dueño de vos. ¡Ah! ¿Por qué habéis nacido con ese fuego indomable y esa apasionada violencia que mostráis en vuestras afecciones? Os suplico—añadió cogiéndole la mano—que procuréis dominaros. Vuestro talento, vuestras relaciones, vuestra instrucción os tienen reservados muchos goces. Sed hombre... y triunfaréis de esa fatal inclinación que os arrastra hacia una mujer que todo lo que puede hacer por vos es compadeceros. Werther rechinó los dientes y la miró con aire sombrío. Carlota, mientras tanto, retenía entre sus manos la de su amigo. —Tened calma—le dijo—. ¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? ¿Por qué he de ser yo, precisamente yo..., que pertenezco a otro hombre?... ¡Ah!, temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión. Werther retiró su mano y miró a Carlota con disgusto. —Está bien—asintió—; sin duda esa observación se le ha ocurrido a Alberto. Es profunda. . ., ¡muy profunda! . . . —Cualquiera puede hacerla—repuso ella. ¿No habrá en todo el mundo una joven capaz de satisfacer los deseos de vuestro corazón? Buscadla; yo os respondo de que la encontraréis. Hace bastante tiempo que deploro, por vos y por nosotros, el aislamiento en que os habéis condenado. Vamos, haced un pequeño esfuerzo; un viaje puede distraeros; si buscáis bien, encontraréis algún objeto digno de vuestro cariño, y entonces podéis volver para que disfrutemos todos de esa tranquilidad que da una amistad sincera. —Podrían imprimirse vuestras palabras—dijo Werther sonriendo con amargura—y recomendarlas a todos los que se dedican a la enseñanza. ¡Ah, querida Carlota!, concededme un corto plazo, y todo se arreglará. —Concedido; pero no volváis hasta la víspera de la nochebuena. Werther iba a responder cuando entró Alberto. Se saludaron en tono seco y desabrido, y ambos se pusieron a pasear, uno al lado del otro, visiblemente azorados. Werther habló de cosas insignificantes que dejaba a medio decir; Alberto, después de hacer otro tanto, preguntó a su mujer por algunos encargos que le tenía encomendados. Al saber que no habían sido terminados, le dirigió algunas frases que Werther encontró no sólo frías sino duras. Éste quiso marcharse, y le faltaron las fuerzas. Permaneció allí hasta las ocho, aumentándose su mal humor, cuando vio que ponían la mesa, tomó su bastón y su sombrero. Alberto le invitó a quedarse; pero él consideró la invitación como un acto de obligada cortesía, y se retiró dando fríamente las gracias. Cuando volvió a su casa tomó la luz de mano de su criado, que quería alumbrarle, y subió solo a su habitación. Una vez en ella, se puso a recorrerla a grandes pasos, sollozando y hablando solo, pero en voz alta y con calor; acabó por arrojarse vestido sobre el lecho, donde el criado le halló tendido a las once, cuando entró a preguntarle si quería que le quitase las botas. Werther consintió que lo hiciera, prohibiéndole al mismo tiempo que entrara en su cuarto al día siguiente antes de que él le llamase. El lunes 21 de diciembre, por la mañana, escribió a Carlota la siguiente carta, que se encontró cerrada sobre su mesa y fue remitida a la persona a quien se dirigía. La insertamos aquí por fragmentos, como parece que él la escribió: "Es cosa resuelta, Carlota: quiero morir y te lo participo sin ninguna exaltación romántica, con la cabeza tranquila, el mismo día en que te veré por última vez." Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en la tumba los despojos del desgraciado que en los últimos instantes de su vida no encuentra placer más dulce que el placer de pensar en ti. He pasado una noche terrible: con todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi resolución. ¡Quiero morir!" "Al separarme ayer de tu lado, un frío inexplicable se apoderó de todo mi ser; refluía mi sangre al corazón, y respirando con angustiosa dificultad pensaba en mi vida, que se consume cerca de ti, sin alegría, sin esperanza. ¡Ah!, estaba helado de espanto. Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí de rodillas, completamente loco. ¡Oh Dios mío!, tú me concediste por última vez el consuelo de llorar. Pero ¡qué lágrimas tan amargas! Mil ideas, mil proyectos agitaron tumultuosamente mi espíritu, fundiéndose al fin todos en uno solo, pero firme, inquebrantable: ¡morir! Con esta resolución me acosté, con esta resolución, inquebrantable y firme como ayer, he despertado: ¡quiero morir! No es desesperación, es convencimiento: mi carrera está concluida, y me sacrifico por ti. Sí, Carlota, ¿por qué te lo he de ocultar? Es preciso que uno de los tres muera, y quiero ser yo. ¡Oh vida de mi vida! Más de una vez en mi alma desgarrada ha penetrado un horrible pensamiento: matar a tu marido..., a ti..., a mí. Sea yo, yo solo; así será. Cuando al anochecer de algún hermoso día de verano subas a la montaña, piensa en mí y acuérdate de que he recorrido muchas veces el valle; mira luego hacia el cementerio, y a los últimos rayos del sol poniente vean tus ojos cómo el viento azota la hierba de mi sepultura. Estaba tranquilo al comenzar esta carta, y ahora lloro como un niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre corazón!" Werther llamó a su criado cerca de las diez. Mientras le vestía, le dijo que iba a hacer un viaje de algunos días, y que era preciso, por tanto, sacar la ropa y preparar las maletas; le mandó, además, arreglar las cuentas, recoger muchos libros que había prestado y dar a algunos pobres, a quienes socorría una vez por semana, el importe anticipado de la limosna de dos meses. Se hizo servir el almuerzo en su cuarto, y después de haber comido, se dirigió a la casa del juez, a quien no encontró. Se paseó por el jardín con aire pensativo que parecía indicar el deseo de fundir en una sola todas las ideas capaces de avivar sus amarguras. Los niños del juez no le dejaron solo mucho tiempo: salieron a su encuentro saltando de alegría y le dijeron que cuando llegase mañana y pasado mañana, y el día siguiente, Carlota les daría los aguinaldos: sobre esto le contaron todas las maravillas que les prometía su imaginación. "¡Mañana —exclamó Werther—, y pasado mañana..., y después otro día!" Los abrazó cariñosamente, se disponía a abandonarlos, cuando el más pequeño dio señales de querer decir algo al oído. El secreto se redujo a participarle que sus hermanos mayores habían escrito felicitaciones para el año nuevo: una para el papá, otra para Alberto y Carlota, y otra para Werther. Todas las entregarían por la mañana temprano el primer día del año. Estas palabras le enternecieron: hizo algunos regalos a todos y tras de encargarles que saludaran a su papá, montó a caballo y se marchó llorando. A las cinco volvió a su casa; recomendó a la criada que cuidase de la lumbre hasta la noche, y encargó al criado que empaquetase los libros y la ropa blanca y metiese en la maleta los trajes. Parece probable que después de esto debió de ser cuando escribió el siguiente párrafo de su última carta de Carlota: "Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecerte y a no volver a tu casa hasta la víspera de la Navidad... ¡Oh Carlota!..., hoy o nunca. El día de la Nochebuena tendrás este papel en tus manos trémulas y lo humedecerás con tus preciosas lágrimas. Lo quiero..., es preciso. ¡Oh, qué contento estoy de mi resolución!" Entre tanto, Carlota se encontraba en una situación de ánimo bien extraña. En su última entrevista con Werther había comprendido cuán difícil le sería decidirle a que se alejara, y había adivinado mejor quenunca los tormentos que el infeliz iba a sufrir separado de ella. Habiendo participado a su marido, como incidentalmente, que Werther no volvería hasta la víspera de la Navidad. Alberto se marchó a ver al juez de un distrito inmediato para ventilar un asunto que debía retenerle hasta el siguiente día. Carlota estaba sola, ninguna de sus hermanas se encontraba a su lado. Aprovechando esta circunstancia, se abandonó a sus ideas y dejó vagar su espíritu entre los afectos de su pasado y su presente. Se contemplaba unida a un hombre cuyo amor y fidelidad le eran bien conocidos y a quien amaba con toda su alma; a un hombre que por su carácter, tan entero como apacible, parecía formado para asegurar la felicidad de una mujer honrada. Comprendía lo que este hombre era y debía ser siempre para ella y para su familia. Por otra parte, le había sido tan simpático Werther desde el momento en que se conocieron, y llegó a serle tan querido, era tan espontáneo el afecto que los unía, y había engendrado tal intimidad el largo trato que medió entre ambos, que el corazón de Carlota conservaba de ello impresiones indelebles. Se había acostumbrado a contarle todo lo que pensaba, todo lo que sentía. Su marcha, por tanto, iba a producir en la vida de Carlota un vacío que nada podía llenar. ¡Ah!, si ella hubiera podido hacerle su hermano, ¡qué feliz habría sido! ¡Si hubiera podido casarlo con alguna de sus amigas! ¡Si hubiera podido restablecer la buena inteligencia que antes reinó entre Alberto y él! Pasó en su mente revista a todas sus amigas, y en todas encontraba defectos...; ninguna le pareció digna del amor de Werther. Después de mucho reflexionar concluyó por sentir confusamente, sin atreverse a confesárselo, que el secreto deseo de su corazón era reservárselo para ella, por más que se decía a sí misma que ni podía ni debía hacerlo. Su alma, tan pura y tan hermosa, y hasta entonces tan inaccesible a la tristeza, recibió en aquel momento una herida cruel. La perspectiva de su dicha se disipaba entre las nubes que cubrían el horizonte de su vida. A las seis y media oyó a Werther, que subía la escalera, preguntando por ella. Al momento reconoció sus pasos y su voz, y el corazón le latió vivamente por primera vez, podemos decirlo, al acercarse el joven. De buena gana habría mandado que le dijesen que no estaba en casa, y, cuando le vio entrar, no pudo menos que exclamar con visible azoramiento y llena de emoción. —¡Ah!, habéis faltado a vuestra palabra. —Yo nada os prometí—repuso él. —Pero debisteis haber atendido mis súplicas, teniendo en cuenta que os las hice para bien de amigos. No se daba cuenta de lo hacía, ni de lo que decía y envió por dos amigas suyas para no encontrarse sola con Werther. Éste dejó algunos libros que había llevado y pidió otros. Carlota esperaba con afán que sus amigas llegasen, pero un momento después deseaba lo contrario. Volvió la criada y dijo que ninguna de las dos podía complacerla. Entonces se la ocurrió dar a la criada orden de que se quedara en la habitación inmediata haciendo labor; pero en seguida cambió de idea. Werther se paseaba por la sala con visible agitación. Carlota se sentó al clavicémbalo y quiso tocar un minué; pero sus dedos se resistían a secundar su intento. Abandonó el clavicémbalo y fue a sentarse al lado de Werther, que ocupaba en el sofá su sitio de costumbre. —¿No traéis nada que leer?—dijo Carlota. No traía él nada. —Ahí, en la cómoda—prosiguió ella—, tengo la traducción que hicisteis de algunos cantos de Ossián. Todavía no la he visto, porque esperaba que vos me la leeríais; pero hasta ahora no se ha presentado ocasión. Werther sonrió y fue a buscar el manuscrito. Al cogerlo experimentó un involuntario estremecimiento; al hojearlo se llenaron de lágrimas sus ojos. Luego, esforzándose para que su voz pareciera segura, leyó lo que sigue: ... continuará Publicado: 04:20 29/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de recopilación de cartas de Werther a ...
--------------------------------------------------------------------------------- La tarde era apacible y el tiempo propendía al deshielo. Carlota y Alberto se volvieron a pie. De vez en cuando volvía ella la cabeza, como echando de menos la compañía de Werther. Alberto hizo recaer la conversación en su amigo y le censuró con justicia. Habló de su desgraciada pasión, y dijo que había debido alejarse por su propio interés. —Yo lo deseo también por nosotros—añadió—, Y te ruego, Carlota, que trates de dar otro giro a sus ideas y sus relaciones contigo, diciéndole que escasee sus visitas. La gente empieza ya a ocuparse de esto, y yo sé que somos objeto de juicios poco caritativos. Carlota guardó silencio, y Alberto creyó comprender el motivo de ésta reserva. Desde aquel momento no volvió a hablar de Werther: si ella, por casualidad o intencionadamente, pronunciaba el nombre de su amigo, él mudaba o interrumpía la conversación. La vana tentativa de Werther para salvar al infeliz aldeano, fue como el último resplandor de una llama moribunda. Cayó en un abatimiento cada vez más profundo, y una desesperación mansa se apoderó de él cuando supo que quizá le llamarían para declarar contra el asesino, que procuraba defenderse negando su crimen. Todo lo que había sufrido hasta entonces en el transcurso de su vida activa, sus disgustos en casa del embajador, sus proyectos frustrados, todo, en fin, lo que le había herido o contrariado, acudía en tropel a su memoria y le agitaba terriblemente. Creyéndose condenado a la inacción por tan repetidas contrariedades, todo lo veía cerrado a su paso y se sentía incapaz de soportar la vida. Así, pues, encerrado perpetuamente en sí mismo, consagrado a la idea fija de una sola pasión, perdido en un laberinto sin salida por sus relaciones diarias con la mujer adorada cuyo reposo turbaba, agotando inútilmente sus fuerzas y debilitándose sin esperanza, se iba familiarizando cada vez más con el horrible proyecto que bien pronto debía realizar. Insertaremos aquí algunas cartas que dejó y que dan exacta idea de su turbación, de su delirio de sus crueles angustias, de sus luchas supremas y del desprecio que sentía por la vida: 12 de Diciembre Querido Guillermo: Me encuentro en un estado que debe parecerse al de los que antiguamente se creían poseídos del espíritu maligno. No es el pesar, no es tampoco un deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre lo que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca. Sufro, quisiera huir de mí mismo, y paso las noches vagando por los parajes desiertos y sombríos de que abunda esta estación enemiga. Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe que el río se había salido de madre, que todos los arroyos de Walheim corrían desbordados y que la inundación era completa en mi querido valle. Me dirigí a él cuando rayaba la medianoche, y presencié un espectáculo aterrador. Desde la cumbre de una roca vi a la claridad de la luna revolverse los torrentes por los campos, por las praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo todo; vi desaparecer el valle; vi en su lugar un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes. Después, profundas tinieblas; después la luna, que aparecía de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito..., venían a estrellarse a mis pies violentamente... Un extraño temblor y una tentación inexplicable se apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Sí, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y sufrimientos. Pero ¡ay qué desgraciado soy! No tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males, mi hora no ha llegado todavía, lo conozco. ¡Ah, Guillermo! ¡Con qué placer hubiera dado esta pobre vida humana para confundirme con el huracán, rasgar con él los mares y agitar sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nunca esta dicha los que nos consumimos en nuestra prisión? ¡Qué tristeza se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio donde había descansado con Carlota bajo un sauce después de un largo rato de paseo! También allí había llegado la inundación, y a duras penas pude distinguir la copa del sauce. Pensé entonces en la casa del juez en sus prados... El torrente debía de haber arrancado también nuestros pabellones y destruido nuestros lechos de césped. Un luminoso rayo del pasado brilló ante mi alma, como brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le finge praderas ganado o grandezas de la vida. Yo estaba allí de pie... ¡Ah! ¿Es que me falta valor para morir? Yo debía... Y, sin embargo, heme aquí como una pobre vieja que recoge del suelo sus andrajos y va de puerta en puerta pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida. ____________________________________________ 14 de Diciembre ¿Qué es esto, amigo mío? Estoy asustado de mí mismo. El amor que ella me inspira, ¿no es el más puro, el más santo y el más fraternal de los amores? ¿He abrigado nunca en lo más recóndito de mi alma un deseo culpable? ¡Ah; no me atrevería a asegurarlo. ¡Si ahora mismo sueño! ¡Cuánta razón tienen los que dicen que somos juguetes de fuerzas misteriosas! Anoche..., temo decirlo..., la tenía entre mis brazos, fuertemente estrechada contra mi corazón... Sus labios balbuceaban palabras de cariño, interrumpidas por un millón de besos, y mis ojos se embriagaban con la dicha que rebosaba de los suyos. ¿Soy culpable, Dios mío, por acordarme de tanta felicidad y porque deseo soñar otra vez lo mismo? ¡Carlota!, Carlota! ... Hace ocho días que mis sentidos se han turbado; ya no tengo fuerzas ni para pensar; mis ojos se llenan de lágrimas. No me hallo bien en ninguna parte, y, sin embargo, estoy bien en todas. No espero nada, nada deseo. ¿No es mejor que me ausente?" ____________________________________________ * * * La resolución de abandonar este mundo había ido robusteciéndose y afirmándose en el ánimo de Werther. Desde su vuelta al lado de Carlota había considerado la muerte como el término de sus males y como recurso extremo de que siempre podría disponer. Pero se había propuesto no acudir a él de una manera brusca y violenta. No quería dar este último paso sino con mucha calma e impulsado por la más firme convicción. Sus incertidumbres, sus luchas se reflejan en algunas líneas que parecen ser el principio de una carta a su amigo. El papel no tiene ninguna fecha: Su presencia..., su situación..., el interés que manifiesta por mi suerte, arrancan lágrimas de mi cerebro petrificado. Levantar el vuelo y seguir adelante: esto es todo... ¿Por qué asustarse? ¿Por qué dudar? ¿Acaso porque se ignore lo que hay allá, porque no vuelve, o más bien porque es propio de nuestra naturaleza suponer que todo es confuso y tinieblas en lo desconocido? Cada vez se acostumbraba más a estos funestos pensamientos, y llegaron a hacérsele en extremo familiares. Su proyecto fue, al fin, determinado de una manera irrevocable. La prueba se encuentra en la siguiente carta de doble sentido que escribió a su amigo: 20 de Diciembre Agradezco, querido Guillermo, que tu amistad haya comprendido tan bien lo que yo quería decir. Tienes razón; lo mejor que puedo hacer es ausentarme. Pero la invitación que me haces para que vuelva a vuestro lado no está muy en armonía con mi pensamiento. Antes haré una corta excursión, a la que convidan el frío continuado que es de esperar y los caminos que estarán en buen estado. Tu deseo de venir a buscarme me agrada mucho; pero te ruego me concedas un plazo de quince días, y que esperes a recibir otra carta mía en la que te comunique mis últimas noticias. Di a mi madre que ruegue a Dios por su hijo; dile también que le pido perdón por todos los pesares que le he causado. Sin duda, entraba en mi destino apesadumbrar a las personas a quienes hubiera querido hacer fe luces. Adiós, mi querido amigo; el cielo derrame sobre ti sus bendiciones. ____________________________________________ Publicado: 18:46 28/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
EL EDITOR AL LECTOR
CUÁNTO hubiera deseado tener, respecto a los últimos días de nuestro desgraciado amigo, suficientes pormenores escritos de su propia mano, para no verme en la necesidad de intercalar relatos en la continuación de las cartas que él nos ha dejado! He puesto empeño en recoger los más exactos detalles de las personas que debían estar mejor informadas, y estos detalles tienen todos un carácter uniforme. Las narraciones convienen hasta en las menores circunstancias. Unicamente en la manera de juzgar los sentimientos de los personajes difieren algo tanto los pareceres. Sólo nos resta, pues, referir con fidelidad lo que nuestras averiguaciones nos han hecho conocer, añadiendo a esto las cartas o fragmentos de cartas que ha dejado aquel que ya no existe. No se debe despreciar el menor documento auténtico, teniendo en cuenta lo difícil que es profundizar y conocer los verdaderos motivos, los móviles secretos de una acción, por insignificante que sea, cuando emana de un individuo que sale de la esfera vulgar. El desaliento y el pesar habían echado profundas raíces en el alma de Werther, y poco a poco habían ido apoderándose de todo su ser. La armonía de sus facultades se había destruido por completo. El ciego y febril arrebato que las trastornaba causó en él los más fuertes estragos, concluyendo por sumirse en un triste abatimiento, más penoso aún de soportar que los males con que había luchado hasta entonces. Las angustias de su corazón agotaron las fuerzas que le quedaban. Su viveza y su sagacidad se extinguieron. Cada vez se mostraba más sombrío e insociable, y, a medida que iba siendo más desgraciado, se volvía más injusto. Así, al menos, lo aseguran los amigos de Alberto, los cuales dicen que Werther no había sabido apreciar a aquel hombre de corazón recto que, gozando al fin de una dicha largo tiempo deseada, sólo pensaba en afianzar el porvenir de su felicidad. ¿Como había de comprender semejante anhelo quien disipaba y entregaba al azar los tesoros de su alma, sin reservarse para lo sucesivo más que privaciones y sufrimientos? Afirman también que Alberto no había podido cambiar en tan poco tiempo, que era siempre el mismo hombre tan ponderado y estimado por Werther cuando empezaron a conocerse. Amaba a Carlota sobre todo en el mundo, estaba orgulloso de ella, y deseaba verla admirada por cuantos se le acercaban como la más perfecta criatura. ¿Podía vituperársele porque tratara de alejar de ella la sombra de una sospecha o porque rehusara ceder en lo más mínimo la posesión de tan preciado bien? Confiesan, ciertamente, que Alberto abandonaba con frecuencia la habitación de su mujer cuando Werther se presentaba en ella; pero no era, según dicen, ni por odio ni por indiferencia hacia su amigo, sino únicamente porque había notado el pesar secreto que su presencia ocasionaba a Werther. Un día, hallándose enfermo el padre de Carlota y habiendo tenido necesidad de guardar cama, mandó el coche en busca de su hija. Era una hermosa mañana de invierno. Las primeras nieves habían caído en abundancia y el campo estaba cubierto de blanca alfombra. Werther se puso en camino al día siguiente para ir a reunirse con Carlota y acompañarla a su casa si Alberto no iba por ella. El aire fresco y puro de la mañana hizo poca impresión en su ánimo. Un peso enorme oprimía su pecho; su espíritu se hallaba atormentado por las más tristes imágenes, y de sus ideas le hacía vagar entre crueles reflexiones. Como vivía en un perpetuo hastío de sí mismo, la situación de los demás le parecía tan violenta y agitada como la suya. Se imaginaba haber turbado la buena armonía de Alberto y Carlota, y se dirigía con este motivo los más severos reproches, mezclados de sorda indignación contra el marido. Durante el camino sus pensamientos tomaron este rumbo: "¡Ah!—se decía apretando los dientes con furor—, ya está rota esa unión tan íntima, tan cordial, tan espontánea. ¿Qué ha sido de aquel tierno interés, de aquella confianza tranquila que parecía inalterable? Hoy ya no es sino hastío e indiferencia. El menor asunto interesa a ese hombre más que su mujer, ¡una mujer tan adorable! Pero ¿sabe él acaso apreciarla? ¿Sospecha ni remotamente lo que vale? ¡Y ella le pertenece, es suya!... ¡Oh!, bien lo sé. Debía haberme acostumbrado ya a esta idea, y, sin embargo, me desespera y acabará por matarme. Y la amistad que Alberto me había prometido, ¿qué se ha hecho de ella? ¿No ve en mi adhesión a Carlota un ataque a sus derechos y en mis atenciones y cuidados, una embozada censura? Lo conozco y lo siento; me ve con disgusto; quisiera tenerme muy lejos de aquí: mi presencia es un peso para él." Razonando así, tan pronto aceleraba su marcha como la detenía. Algunas veces parecía querer volverse atrás; pero de nuevo emprendía el camino, sumido siempre en sombrías reflexiones que sólo se adivinaban por algunas palabras entrecortadas que salían de sus labios. De este modo llegó a la casa sin darse apenas cuenta de ello. Entró preguntando por el juez y por Carlota, y encontró a toda la gente en conmoción. El mayor de los hermanos de Carlota le hizo saber que había sucedido una desgracia en Wahlheim: un aldeano había sido asesinado. Esta noticia no hizo en él mayor impresión, y se dirigió a la sala inmediata, donde halló a Carlota esforzándose por retener a su padre, quien enfermo y todo como estaba, quería marchar en seguida al lugar del crimen, para instruir las primeras diligencias sobre aquel crimen, cuyo autor era aún desconocido. Se había encontrado el cadáver por la mañana muy temprano delante de la puerta de un cortijo y las sospechas recaían ya en alguno. La víctima había estado al servicio de una viuda, que poco antes despidió a otro criado con motivo de un grave disgusto. Cuando Werther supo estas circunstancias, se levantó de repente exclamando: —¿Es posible? Se impone que vaya yo sin perder un momento. Se dirigió a Walheim, convencido, luego que reunió todos sus recuerdos, de que el autor del crimen era aquel joven a quien él había hablado tantas veces y que le había inspirado grandes simpatías. Como era indispensable pasar por los tilos para llegar al figón donde habían depositado el cadáver, no pudo menos de experimentar cierta turbación a la vista de aquellos lugares que en otro tiempo le fueron tan queridos. El umbral de la puerta donde los chicos acudían a jugar frecuentemente estaba lleno de sangre. Así el amor y la fidelidad sentimientos los más bellos del hombre habían degenerado en violencia y asesinato. Parecía que para armonizar con este pensamiento, los corpulentos árboles, despojados de follaje, se habían cubierto de escarcha; el seto vivo que rodeaba las tapias del cementerio había perdido su hermoso color verde y dejaba ver, a través de anchos portillos, las piedras de los sepulcros llenas de nieve. Al aparecer Werther en el figón, adonde había acudido todo el pueblo, se dejó oír un grave murmullo. A lo lejos se distinguía un pelotón de hombres armados, y todos comprendieron que traían al asesino. No bien dirigió Werther una mirada sobre el preso, se disiparon sus dudas. Sí, era él; era aquel criado tan enamorado de su ama, a quien pocos días antes había visto presa de negra melancolía y luchando contra una secreta desesperación. —¿Qué has hecho, desgraciado?—le preguntó al acercarse. El preso miró a Werther sin despegar sus labios luego dijo fríamente: —Ella no será de nadie, ni nadie será de ella. Condujeron al asesino a presencia de su víctima y Werther se alejó precipitadamente. La extraña y violenta emoción que acababa de experimentar había trastornado su seso; se sintió arrancado de su melancólica apatía por el irresistible interés que le inspiraba aquel joven y por un deseo ardiente de salvarle. Comprendía tan bien la desesperación que le había impulsado al crimen; le encontraba tantas disculpas y se penetraba tan profundamente de la situación de aquel infortunado, que se creía capaz de hacer participar de sus sentimientos a todo el mundo. Ardía ya en deseos de defender a voz en grito al acusado, el discurso más elocuente pugnaba ya por brotar de sus labios. Corrió a casa del juez, ordenando mentalmente los apasionados argumentos con que pensaba inclinar su ánimo en favor del prisionero. Al entrar en el salón encontró a Alberto, cuya presencia le desconcertó por un instante; pero bien pronto se repuso, y dirigiéndose al juez, le manifestó su opinión sobre aquel trágico suceso, con la convicción de que se sentía animado. El juez movió varias veces la cabeza durante el relato y, aunque Werther hizo uso de toda la energía, todo el arte persuasivo que un hombre puede emplear en defensa de un semejante, el magistrado. como era lógico, no dio señales de sensibilidad ni vacilación. Sin dejar concluir a nuestro amigo, refutó con brío sus doctrinas y le censuró por mostrarse tan decididamente protector de un criminal. Le demostró que, con tal sistema, todas las leyes serian fáciles de eludir y la seguridad pública se vería comprometida constantemente. Añadió que, en un asunto de tal gravedad, no podía intervenir del modo que lo hacía sin incurrir en una gran responsabilidad, y que era preciso que el proceso siguiera su curso ordinario. Werther sin embargo, no se desanimó, y suplicó al juez que consintiese en hacer la vista gorda respecto a la evasión del prisionero; pero también sobre este punto fue inflexible el magistrado. Alberto, que hasta entonces había permanecido silencioso tomó parte en la discusión para apoyar lo dicho por el juez. Werther, en vista de esto, enmudeció y se alejó con el corazón traspasado de amargura mientras el juez repetía: —No, no; nada puede salvarle. No es difícil calcular la impresión que estas palabras hicieron en el ánimo de Werther, conociendo algunas frases escritas, sin duda, aquel mismo día que hemos encontrado entre sus papeles. "¡No es posible salvarte, desgraciado! No; bien veo que nada puede salvarnos." Lo que Alberto había dicho del criminal en presencia del juez, causó a Werther extraordinaria extrañeza. Creyó descubrir en sus palabras una alusión a él y sus sentimientos, y, por más que algunas maduras reflexiones le hicieron comprender que aquellos dos hombres podían tener razón, se resistía a abandonar su proyecto y sus ideas. Entre sus papeles hemos encontrado otra nota que se refiere a esta circunstancia y expresa tal vez sus verdaderos sentimientos para Alberto: "¿De qué sirve decirme y repetirme: es bueno y honrado? ¡Ah! Cuando así se me desgarra el corazón, ¿puedo yo ser justo?" ____________________________________________ Publicado: 04:08 28/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de recopilación de cartas de Werther a ...
--------------------------------------------------------------------------------- 24 de Noviembre No ignora Carlota lo que sufro. Su mirada ha penetrado hoy hasta lo más profundo de mi corazón. La encontré sola: yo no despegaba mis labios, y ella me miraba fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de afectuoso interés y dula compasión, no veía en aquel momento su seductora belleza ni la aureola de inteligencia que ilumina su frente. ¿Por qué no me arrojé a sus pies o la estreché en mis brazos cubriéndola de besos? Se puso al piano: a sus armoniosos acordes unió su dulce y melodiosa voz. No he visto nunca más adorables sus labios; parecía que se entreabrían lánguidamente para aspirar los dulces sonidos del instrumento, y exhalarlos de nuevo, suavizados por su hálito. ¡Ah, si yo pudiera hacer que compartieses conmigo lo que entonces sentí! Incliné la cabeza, desfallecido, y me juré no atreverme jamás a imprimir un beso en aquella boca..., en aquella boca donde revoloteaban los celestiales serafines. Y, sin embargo, yo quiero... No; hay una barrera inaccesible que la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza! .... Y luego, el castigo siguiendo al pecado... ¡Un pecado!... ____________________________________________ 26 de Noviembre Suelo decirme a mí mismo: Tu destino no tiene igual: comparados contigo, los demás hombres son felices; porque jamás mortal alguno se vio atormentado como tú. "Entonces leo a cualquier poeta antiguo y me parece que es el libro mi propio corazón. ¡Qué! ¿Aún me queda tanto que sufrir? ¿Y antes que yo ha habido hombres tan desgraciados?" ____________________________________________ 30 de Noviembre Nunca, nunca podrá tranquilizarse mi espíritu. Por dondequiera que voy encuentro algo que me pone fuera de mí. Hoy mismo..., ¡Oh destino!, ¡oh pobre humanidad...! Me había ido a pasear a la orilla del río, a la hora de comer, porque no tenía ningún apetito. No había nadie. El oeste frío y húmedo soplaba de la montaña; algunas nubes grises rodeaban el valle. A larga distancia distinguí un hombre mal vestido que andaba encorvado entre las rocas, como si buscase algo. Me acerqué a él, y al ruido de mis pasos se volvió. Tenía una fisonomía interesante, con cierta expresión de tristeza que revelaba un corazón honrado. Sus negros cabellos le caían en bucles sobre la frente, y los de atrás descendían hasta la espalda, formando una apretada trenza. Como su traje indicaba que era un hombre del pueblo, creí que no se disgustaría porque me ocupase de él, y le pregunté qué hacía. Dando un profundo suspiro, me contestó: "Busco flores y no las encuentro." "Lo creo—repuse sonriendo—; ahora no es tiempo de flores." "Hay muchas— añadió, acercándose a mí—. En mi jardín tengo rosas y dos especies de madreselvas... Una me la regaló mi padre; ésta crece con la rapidez que los hierbajos, y, sin embargo, hace dos días que busco una y no la encuentro. También aquí hay flores en todo tiempo: las hay amarillas, azules, rojas... y hay centenares que son unas florecillas muy lindas. Pues en vano las busco, no encuentro una siquiera." Yo notaba en sus palabras y en su aire un no sé qué zahareño y feroz, y mañosamente le pregunté para qué quería las flores. Una sonrisa extraña y convulsiva contrajo su semblante. "Si me prometéis no hacerme traición—dijo, poniéndose un dedo sobre la boca—, os diré que he ofrecido un ramo a mi novia." "Bien, muy bien", repliqué. "¡Oh!, ella tiene muchas cosas buenas...; es rica." "Y, aun así, hace caso de vuestro ramo." "Tiene diamantes... y una corona..." "Pues ¿quién es? ¿Cómo se llama?" Sin responder a esta pregunta, añadió: "Si el gobierno quisiera pagarme, yo sería otro hombre. Sí; hubo un tiempo en que yo estaba bien; pero hoy.... todo ha concluido. Ya no soy nada..." Sus ojos, preñados de lágrimas, se fijaron en el cielo con viva expresión. "¿Eras feliz entonces?", le pregunté. "¡Ah ojalá lo fuera ahora lo mismo! Sí; contento, alegre, dichoso, vivía en un verdadero paraíso." "¡Enrique!", exclamó en aquel instante una anciana que se aproximaba a nosotros, ¿dónde te metes? Ando buscándote por todas partes. Vamos, ven a comer." "¿Es hijo vuestro?", le pregunté adelantándome hacia ella. "Sí, señor, es mi pobre hijo. Dios me ha dado una cruz bastante pesada." "¿Hace mucho tiempo que está así?" "A Dios gracias, hace ya seis meses que ha recobrado la tranquilidad. Pero antes durante un año, ha estado furioso y fue preciso encerrarle en una casa de salud. Ahora no hace mal a nadie; pero siempre está soñando con reyes y emperadores . ¡Era tan bueno y tan cariñoso! Me ayudaba a vivir con el producto de su trabajo, porque tenía una letra preciosa... De repente dio en estar caviloso; cayó enfermo con una fiebre devoradora, y ahora... ya veis el estado en que se encuentra. Si el señor quiere que le cuente..." Interrumpí este flujo de palabras para preguntarle a qué época se refería su hijo, cuando decía que había sido muy dichoso. "¡Ah, señor! El pobre alude al tiempo en que estaba completamente loco: al que pasó en el hospital, cuando no tenía conciencia de sí mismo. No cesa de recordar aquellos días..." Estas palabras me hirieron como un rayo. Puse una moneda de plata en las manos de la anciana y me alejé casi corriendo. Entonces eras feliz—pensaba yo, caminando rápidamente hacia el pueblo. ¡Entonces vivías alegre en un verdadero paraíso! Pero, señor, ¿estará escrito en el destino del hombre que sólo puede ser feliz antes de tener razón o después de haberla perdido? ¡Pobre insensato! Envidio tu locura, envidio el laberinto mental en que te pierdes. Tú sales lleno de esperanza a coger flores para tu reina en medio del invierno, y te desesperas porque no las encuentras, y no comprendes la causa de que no las encuentres... Pero yo..., yo salgo sin esperanza, sin objeto, y vuelvo a entrar en mi casa como salgo. Tú sueñas en lo que serías si el gobierno te pagase ¡feliz criatura que sólo en un obstáculo material hallas tu desgracia, que no sabes que en el extravío de tu cerebro, en el desorden de tu espíritu estriba tu daño, del que todos los reyes de la tierra no podrían librarte! ¿Puede morir desesperado el que se ríe de los enfermos que, en su opinión, agravan sus enfermedades y aceleran su fin yendo lejos a buscar la salud en aguas minerales maravillosas? ¿Puede morir desesperado el que insulta a la pobre criatura, cuya alma oprimida hace voto de visitar el santo sepulcro, para librarse de sus remordimientos y calmar sus escrúpulos y cuitas? Cada paso que dé sobre la tierra dura e inculta por ásperos senderos que desgarran los pies, es una gota de bálsamo echado sobre la herida de su alma, y después de la jornada de cada día, se acuesta con el corazón aliviado de una parte del fondo que le agobiaba. ¿Y os atrevéis a llamar esto necia preocupación, vosotros, charlatanes felices?... ¡Preocupación!... Dios mío, tú ves mis lágrimas. ¿Cómo al crear el hombre tan pequeño, le das hermanos que hasta le despojan en sus amarguras, robándole la confianza que ha puesto en ti, en ti, que nos amas infinitamente? Porque la fe en la virtud de una planta medicinal, o en el agua que destila la vid después de podada, ¿qué es si no es fe en ti, que al lado del mal has puesto el remedio y el consuelo que tanto necesitamos? ¡Oh padre que no conozco! ¡Padre que otras veces has llenado toda mi alma, y que ahora te apartas de mí, llámame pronto a tu lado! No guardes silencio más tiempo, porque tu silencio no detendrá a mi alma impaciente. Y si entre los hombres no podría enojarse un padre porque su hijo volviese a su lado antes de la hora marcada, y se arrojase en sus brazos exclamando: "Héme aquí de regreso, padre mío; no os incomodéis porque haya interrumpido el viaje que me habéis mandado terminar; el mundo es igual por todas partes; tras el dolor y el trabajo, la recompensa y el placer... ¿Qué me importa? Yo no estaré bien más que donde vos estéis; en vuestra presencia es donde yo quiero gozar y padecer... Tú, padre celestial y misericordioso, ¿podrías rechazarme? ____________________________________________ 1 de Diciembre ¡Oh Guillermo! Ese hombre de que te he hablado, ese desdichado feliz, tenía un empleo en casa del padre de Carlota, y una desgraciada pasión que concibió por ella..., ¡por ella!, pasión que ocultó largo tiempo y que al fin descubrió, le hizo perder su destino. Éste ha sido el origen de su locura. Estas pocas palabras, llenas de sequedad, pueden hacerte comprender lo que esta historia me habrá trastornado, cuando Alberto me la refirió con tanta frialdad como acaso vas tú a leerla. ____________________________________________ 4 de Diciembre Te suplico que tengas piedad de mí, porque es un hecho que no podré soportar más tiempo mi situación. Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocaba diferentes melodías en su clavicémbalo, con una expresión.... ¡con una expresión!... ¿Cómo podría pintártela? La más pequeña de sus hermanas jugaba con sus muñecas sobre mis rodillas. De pronto se me saltaron las lágrimas y bajé la cabeza; vi entonces en su dedo el anillo de boda, y mi llanto corrió con más abundancia. En aquel mismo instante comenzaba a tocar aquella antigua melodía que tanto me impresionaba, y mi corazón sintió una especie de consuelo, recordando el tiempo en que aquella música había herido agradablemente mis oídos; tiempo de felicidad en que las penas eran pocas, horas de esperanza que pronto huyeron. Me levanté y empecé a pasearme por la habitación sin orden ni concierto. Me ahogaba. "¡Basta—exclamé—, basta, por Dios!" Carlota se detuvo y clavó en mí una mirada investigadora. "Werther—dijo, muy malo debéis estar, cuando vuestra música favorita os desagrada de ese modo. Retiraos, y haced por recobrar la calma." Me separé de ella y... ¡Dios mío!, tú que ves mis sufrimientos, debes ponerles fin. ____________________________________________ 6 de Diciembre Su imagen me persigue: duerma o vele, ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los párpados, en el cerebro donde se encuentra la potencia de la vista, dispongo claramente sus ojos negros. Es imposible que te explique esto. Me duermo, y los veo también: siempre están allí, siempre fascinadores como el abismo. Todo mi ser, todo, está absorbido por ellos. ¿Qué es pues, el hombre, ese semidios tan ensalzado? ¿No le faltan las fuerzas cuando más las necesita? Y cuando bate sus alas en el cielo de los placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado a convencerse de que es débil y pequeño, él, que esperaba perderse en lo infinito?" ____________________________________________ Publicado: 18:43 27/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de recopilación de cartas de Werther a ...
--------------------------------------------------------------------------------- 26 de Octubre Sí, amigo mío, cada día estoy más convencido de que la vida de una criatura vale bien poco. Ayer estuvo a ver a Carlota una amiga suya. Entré en una pieza inmediata y cogí un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza bastante despejada para fijarme en la lectura. Oí que hablaban en voz baja. Charlaron de cosas indiferentes, de las novedades que ocurrían en el pueblo, de que tal persona se había casado y tal otra se hallaba enferma, muy enferma. "Tiene una tos seca—dijo la amiga—, las mejillas hundidas, la cara más larga. No daría yo un ochavo por su vida." "M. N.—dijo Carlota— está también bastante echado a perder." "Es verdad—repitió la otra—; tiene el cuerpo hinchado de una manera que asusta." Así platicaban tranquilamente, mientras yo me transportaba con la imaginación al lado de estos desdichados y veía con cuánta ansiedad sentían escapárseles la vida, y cómo se asían a la más débil esperanza. Después de todo, Guillermo, estas jóvenes hablaban del asunto como habla todo el mundo cuando se trata de la muerte de un extraño. Yo paseando mi vista en torno mío, viendo echados acá y allá los vestidos de Carlota, y los papeles de Alberto sobre estos muebles que han llagado a serme familiares hasta el punto de notar la menor alteración, me decía a mí mismo: "Puede asegurarse que en esta casa eres todo para todos; tus amigos te honran, tú contribuyes a su alegría, y parece que no podríais vivir los unos sin los otros. No obstante, si tú te alejases de su lado, sentirían... ¿cuánto tiempo sentirían el vacío que tu pérdida dejaría en sus existencias? ¡Ah!, el hombre es tan versátil por naturaleza, que, aun donde tenga seguridad de ser apreciado en algo, aun allí donde pueda dejar un recuerdo profundo de su existencia o de su paso en la memoria y en el alma de los que le son queridos, aun allí debe extinguirse y desaparecer; y esto, ¡ay!, demasiado pronto." ____________________________________________ 27 de Octubre Es cosa de arañarse y romperse la cabeza considerar lo poco que valemos unos para otros. ¡Ay de mí! Nadie me dará el amor, la alegría, el goce de las felicidades que no siento dentro de mí. Y aunque no tuviera el alma llena de la más dulces sensaciones, no sabría hacer dichoso a quien en la suya careciese de todo. ____________________________________________ 27 de Octubre por la noche ¡Siento tantas cosas..., y mi pasión por ella lo devora todo! ¡Tantas cosas! . . . ¡Y sin ella todo se reduce a nada! ____________________________________________ 30 de Octubre Más de cien veces he estado a punto de arrojarme a su cuello. Sólo Dios sabe cuánto me cuesta mirar y remirar tantos encantos, sin atreverme a extender mis manos hacia ella. Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista y nos embelesa, ¿no es un instinto propio de la humanidad? ¿No se esfuerza el niño por coger cuanto le gusta? Y yo..? ____________________________________________ 3 de Noviembre Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento de nuevo el peso de mi existencia. ¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos maniquíes que se amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces, al menos, el insoportable fondo de mi desolación no pesaría sobre mí más que a medias. Por desgracia, comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa! No. Bastante es ya que lleve en mí la fuente de todos los dolores, como hace poco llevaba el manantial de todos mis placeres. ¿No soy siempre aquel hombre que otras veces se deleitaba con los más puros goces de una exquisita sensibilidad que a cada paso creía descubrir un paraíso, y cuyo corazón abierto a un amor sin límites, era capaz de abrazar el mundo entero? Este corazón está ahora muerto, cerrado a todas las sensaciones; mis ojos están secos, y mis acerbos dolores, que no tienen desahogo, llenan de prematuras arrugas mi frente. ¡Cuánto sufro! He perdido ese don del cielo, que por sí solo embellece mi vida, esa fuerza vivificante que hacía crear mundos a mi dolor. Cuando desde mi ventana contemplo el horizonte y tras la cumbre de las colinas el sol disipa las brumas matinales y desliza sus primeros rayos hasta el fondo de los valles, mientras el sosegado río corre mansamente hacia mí, serpenteando entre los viejos troncos de los sauces desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como una estampa de color, este espléndido espectáculo que otras veces ha hecho desbordarse mi corazón, no derrama ahora en él ni una sola gota de entusiasmo o de contento. Allí está el hombre, inmóvil, árido, frente a su Dios, siendo un pozo vacío, una cisterna cuyas piedras se han roto con la sequía. Muchas veces me he arrodillado para pedir lágrimas al Señor, como el labrador implora la lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo cobrizo y a sus pies la tierra muriéndose de sed. Pero, ¡ay!, Dios no concede la lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos. ¿Por qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí tan dichoso? Porque entonces yo esperaba, confiado en que el cielo no me olvidaría, y recogía las delicias con que me embriagaba un corazón lleno de reconocimiento. ____________________________________________ 8 de Noviembre Carlota ha censurado mis excesos... ¡pero con qué tierno interés! ¡Mis excesos! Porque después de apurar un vaso de vino, sigo algunas veces bebiendo hasta consumir una botella. "No volváis a hacer eso—me dijo—; pensad en Carlota." "¡Pensar!—exclamé. ¿Qué necesidad tenéis de recordármelo, puesto que, piense o no piense, siempre estáis presente en mi alma? Hoy me senté en el mismo sitio donde en otro tiempo os bajasteis del coche." Cambió la conversación para impedirme que hablase del asunto. Amigo mío, aquí me tienes en un estado tal, que esta mujer hace de mí cuanto quiere. ____________________________________________ 15 de Noviembre Te doy las gracias, Guillermo, por el tierno interés que me manifiestas y por los buenos consejos que me das; pero te ruego que no te alarmes, que me dejes arrastrar la crisis. A pesar de mi abatimiento, me siento aún con bastantes fuerzas para llegar hasta el fin. Respeto la religión, bien lo sabes: para el que desmaya es un apoyo; para el que se siente devorado por la sed es un bálsamo vivificante. Pero ¿puede ni debe dar a todos la salud? ¿A cuántos ha dejado de dársela, y a cuántos no se la dará jamás, conózcanla o no la conozcan? Y a mí, ¿me salvará? ¿El mismo hijo de Dios no ha dicho que sólo estarán con él los que su padre le dé? ¿Y si su padre quiere reservarme para sí, como presiente mi corazón . . .? No interpretes mal mis palabras ni veas, en lo que es una idea sencilla, la menor intención de mofarse, te lo suplico. Te hablo con el corazón en la mano. A no ser así, preferiría callarme, porque no me gusta perder el tiempo diciendo palabras vanas sobre materias de que los demás entienden tan poco como yo. ¿Qué otra misión puede tener el hombre más que la de llenar todo el camino con sus dolores, y apurar su cáliz hasta las heces? Y puesto que este cáliz fue amargo al mismo Dios del cielo cuando lo acercó a sus labios de hombre, ¿por qué he de fingir yo una fuerza sobrehumana haciendo creer que lo encuentro dulce y agradable? ¿Por qué no he de confesar mi angustia en este momento en que mi ser tiembla y fluctúa entre la vida y la muerte, en que el pasado se proyecta como un relámpago en el sombrío abismo del porvenir, en que todo lo que me rodea se desploma y en que el mundo parece acabarse conmigo? ¿No reconoces la voz de la criatura extenuada, desfallecida, que se hunde sin remedio, y a pesar de su inútil lucha, gritando con amargura: "¡Dios mío, Dios mio! ¿Por qué me has abandonado?" ¿Y ha de darme vergüenza esta exclamación. y he de temer que llegue el momento en que se escape de mi boca, cuando se escapó de la vida de aquel que, hijo de los cielos, se ha envuelto en ellos como un sudario? ____________________________________________ 21 de Noviembre Carlota no ve ni conoce que prepara por sí misma un veneno mortal para los dos, y yo llevo con voluptuosidad la copa fatal que ella me presenta. ¿Qué significa el aire de bondad con que frecuentemente me mira? ¡Frecuentemente! No, algunas veces. ¿Por qué muestra complacencia al notar el efecto que su vista me produce a despecho mío? ¿Qué causa reconoce la compasión que revela en sus ojos? Ayer, cuando me retiraba, me dio la mano diciéndome: "Buenas noches, querido Werther." ¡Querido Werther! Es la primera vez que me ha llamado así, y hasta en lo más hondo de mi alma he sentido una dicha inefable. Más de cien veces he repetido estas palabras, y por la noche, al acostarme, hablando conmigo mismo, exclamé, sin darme cuenta de ello: "¡Buenas noches, querido Werther!" No he podido menos de reírme de semejante puerilidad. ____________________________________________ 22 de Noviembre Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir: "¡Conservádmela!" Y, sin embargo, hay momentos en que creo que me pertenece. Tampoco puedo decir: "¡Dádmela!", porque pertenece a otro. Así es como me agito sin cesar sobre mi lecho de dolores. Basta; no sé adónde iría a parar si continuase. ____________________________________________ Publicado: 18:31 26/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
Libro escrito en forma de recopilación de cartas de Werther a ...
--------------------------------------------------------------------------------- 6 de Septiembre Mucho me ha costado resolverme a dejar el frac azul que llevaba cuando bailé con Carlota por primera vez; pero ya estaba inservible. Me he encargado otro idéntico, con cuello y vuelos iguales, y una chupa y unos calzones amarillos como los que tenía. Bien conozco que no es lo mismo llevar uno que otro; sin embargo..., ¿quién sabe? Me figuro que, con el tiempo, le tocará al nuevo su turno, y será el preferido. ____________________________________________ 12 de Septiembre Habiendo ido Carlota a ver a Alberto, ha estado ausente algunos días. Hoy, al entrar en su habitación, salió a mi encuentro y le besé la mano con indecible júbilo. Sobre un espejo había un canario que voló a sus hombros. Cogiéndole entre sus dedos, me dijo: "Es un nuevo amigo que destino a mis niños. Es muy bonito; miradle. Cuando le doy pan, divierte ver cómo agita las alas y picotea. También me besa; vedlo:" acercó su boca al pajarillo, y éste se plegó tan amorosamente contra sus dulces labios, como si comprendiese la felicidad que gozaba. "Quiero que también os dé un beso", dijo ella, acercando el pájaro a mi boca. Este trasladó su piquito desde los labios de Carlota a los míos, y sus picotazos eran como un soplo de celestial felicidad. "Sus besos—dijo—no son completamente desinteresados; busca comida, y cuando no la encuentra en las caricias que le hacen, se retira descontento" "También come en mi boca.", exclamó Carlota, presentándole algunas migajas de pan en sus labios entreabiertos, sobre los cuales sonreían con voluptuosidad el placer y el éxtasis de un amor correspondiente. Volví la cabeza. Ella no debía hacer lo que hacía, ella no debía inflamar mi imaginación con estos transportes candorosos de alegría purísima, ni despertar mi corazón del sueño en que le arrulla la indiferencia que siento por la vida. ¿Y por qué no? Es que se fía de mí, es que sabe de qué modo la amo. ____________________________________________ 15 de Septiembre En verdad, Guillermo, que hay para darse al diablo cuando se ven personas tan desprovistas de razón y de sentimientos, que desconocen cuanto tiene valor en este mundo. Tú recordarás aquellos nogales del presbiterio, a cuya sombra me sentaba yo con Carlota. ¡Cuánto me alegraba el corazón la vista de tan magníficos árboles y cómo embellecían el patio! ¡Cuánta frescura había en su sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran recuerdos vivos de los respectivos párrocos que, en un tiempo ya remoto, los habían plantado. El maestro de escuela nos ha citado muchas veces el nombre de uno de éstos, llevaba el mismo de su abuelo, y parece que era una persona dignísima. Por eso, cuando me sentaba debajo de aquellos nogales, en este recuerdo había algo querido y sagrado para mí. Ayer deplorábamos que los hayan cortado: el maestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo tal indignación que sería capaz de matar al miserable que les dio el primer hachazo. Si yo fuera dueño de dos árboles semejantes, me bastaría ver a uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por esto lo que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué sirve la conciencia a los hombres? Todo el pueblo murmura, y la mujer del cura actual comprenderá la herida que ha abierto en los instintos de los buenos aldeanos, cuando recoja la manteca, los huevos y los demás tributos voluntarios. Porque ella, la esposa del nuevo párroco (el que yo conocí ha muerto también) es la autora; ella, criatura flacucha y enclenque, que hace muy bien en no interesarse por nadie en el mundo, porque nadie comete la sandez de interesarse por ella, marisabidilla que se atreve a disertar sobre los cánones de la iglesia y a trabajar para la reforma crítico-moral del cristianismo, encogiéndose de hombros ante las ideas de Lavater, mujer, en fin, cuya salud raquítica no resiste la más inocente diversión. Sólo un bicho así hubiera sido capaz de cortar los nogales. ¿Comprendes que las hojas que se caían, sobre ensuciar el patio de esta señora, lo llenasen de humedad? Además, las ramas quitaban la luz, y cuando maduraban las nueces los chiquillos se entretenían en derribarlas a pedradas, lo cual alborotaba los nervios de la pobrecita, robándole el sosiego en sus profundas meditaciones, cuando acaso comparaba y pesaba juntos a Kennikot, Semler y Michaelis. Al avistarme con la gente de la aldea, después de tan importante descubrimiento, pregunté, sobre todo a los viejos, por qué lo habían consentido. "¿Y qué creéis—me respondieron—, cuando el alcalde manda una cosa, ¿quién ha de oponerse?" Hay, sin embargo, en este asunto un lado cómico. El alcalde y el cura (porque éste pensaba sacar algún provecho del disparate cometido por su mujer, que con frecuencia le quema la sangre) el alcalde y el cura, digo, pensaban repartirse el fruto de los árboles cortados; pero el administrador de rentas lo supo y dio con el plan en tierra, haciendo valer antiguos derechos sobre el patio del presbiterio donde habían estado los nogales, que fueron vendidos en pública subasta. En resumen, ya no hay nogales... ¡Oh, si yo fuera príncipe, ya les diría a la mujer del cura, al alcalde y al administrador...! ¡Príncipe! ... ¡Ah!, si yo fuera príncipe ¿qué me importarían los árboles de mi país? ____________________________________________ 10 de Octubre Me basta ver sus ojos negros para ser feliz. Lo que me apena es que Alberto no parece tan dichoso como él esperaba y como él mismo creía. ¡Ah! si yo... No me gusta emplear reticencias; pero no puedo expresarme de otro modo..., y me parece que me explico con bastante claridad. ____________________________________________ 12 de Octubre Ossián ha desbancado a Homero en mi espíritu. ¡A qué mundo nos transportan los sublimes cantos de aquel poeta! ¡Vagar por los matorrales, e aspirar el aire de fuego que columpia en las nubes las sombras del firmamento a los pálidos rayos de la luna, oír quejarse en la montaña la voz de trueno del torrente de la selva, y los gemidos de las plantas medio abrasadas por el viento, confundiéndose quejas y gemidos con los suspiros de la joven que agoniza al pie de cuatro piedras cubiertas de musgo, bajo las cuales reposa el héroe glorioso que fue su amante! ¡Oh!, cuando en aquel desierto contemplo al bardo encanecido por los años, que busca las huellas de sus padres y sólo encuentra sus sepulcros, mientras, sollozando, vuelve la vista hacia la estrella de la tarde, medio escondida entre el oleaje de una mar tempestuosa; cuando veo que renace el pasado en el alma del héroe, que como en los tiempos en que la misma estrella irradiaba sobre los bravos guerreros exploradores, o la luna ayudaba con su propia claridad al regreso de sus naves victoriosas, cuando leo en su frente un profundo dolor, y le veo solo en el mundo caminando trémulo hacia la tumba, saboreando una suprema y dolorosa alegría en la aparición de los fantasmas inmóviles de sus padres; cuando le oigo gritar, fijos los ojos en la tierra seca y en la hierba doblada por el viento: "El viajero vendrá; vendrá el que me ha conocido en mi esplendor, y preguntará dónde está el bardo, preguntará qué ha sido del hijo de Finga! Y su pie hollará mi tumba mientras su voz llamará en vano! ... Entonces, amigo mío, quisiera, como leal escudero, sacar la espada, y con ella librar a mi príncipe de las angustias de una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después a mí mismo para enviar mi alma en pos de la del héroe libertado." ____________________________________________ 19 de Octubre ¡Ay de mí! Este vacío, este horrible vacío que siente mi alma... Muchas veces me digo: "Si pudiera un momento, uno solo estrecharla contra mi corazón, todo este vacío se llenaría." ____________________________________________ Publicado: 00:39 26/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
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--------------------------------------------------------------------------------- 29 de Julio ¡Bien! ¡Muy bien! Todo marcha a maravilla. ¡Yo! ¡Su marido! ¡Oh Dios! si tú, que me has dado la vida, me hubieses reservado semejante felicidad, mi existencia hubiera sido una adoración continua. No quiero quejarme contra ti; perdóname estas lágrimas, perdona mis inútiles deseos. ¡Ella, mi mujer! ¡Si hubiera estrechado entre mis brazos a la criatura más amable que hay bajo el cielo! Guillermo, cuando Alberto abraza su talle esbelto, tiemblo de pies a cabeza. ¿Me atreveré a decirlo? ¿Y por qué no? Carlota hubiera sido conmigo más feliz que con él. No; no es éste el hombre que puede satisfacer todos los deseos de este ángel. Cierta falta de sensibilidad, cierta falta de... (traduce esto como te parezca). Yo veo que sus almas no simpatizan; lo veo cuando, leyendo uno de nuestros libros favoritos, laten al unísono el corazón de Carlota y el mío, y lo veo en otras mil ocasiones en que revelamos los sentimientos que nos producen las acciones ajenas. ¡Oh Guillermo! ¿Es verdad que él la ama con toda su alma..., y que, así y todo, no merece el amor de ella? Un importuno ha venido a interrumpirme. Mis lágrimas se han secado, mi melancolía ha desaparecido. Adiós, querido amigo. ____________________________________________ 4 de Agosto No soy el único que se queja. Todos los hombres ven burladas sus esperanzas y son engañados en lo que desean. Acabo de visitar a la buena mujer de los tilos: el mayor de los muchachos ha corrido a mi encuentro. Sus gritos de alegría han anunciado mi llegada a la madre, que está muy abatida. Sus primeras palabras han sido: "¡Ay, mi buen señor! Mi Juan ha muerto." Juan era el menor de los niños. Yo guardé silencio. "Mi marido—añadió— ha vuelto de Suiza con las manos en la cabeza a no ser por algunas buenas almas, se hubiera visto obligado a venir pidiendo limosna." No se me ocurrió decirle nada; pero hice un regalillo a su hijo. Ella me rogó que aceptase unas manzanas, las tomé y me alejé de aquel sitio de tan triste memoria. ____________________________________________ 21 de Agosto He cambiado por completo en un abrir y cerrar de ojos. Aunque todavía algunas veces se ilumina mi vida con la claridad de una luz suave, no es, ¡ay!, más que por un solo instante. Cuando me entrego a mis ensueños, no consigo desechar este pensamiento. "Pues qué, si Alberto muriese, ¿no podrías tú ser..., no podría ser ella...?" Y así continúo corriendo tras esta vaga sombra, hasta que me conduce al borde del abismo, donde me detengo con espanto. ¡Qué diferente me parece todo, cuando salgo de la ciudad por el camino que recorrí en coche el día que, para llevarla al baile, fui por Carlota la primera vez! Todo ha cambiado, todo ha desaparecido. Ni una señal en la naturaleza, ni un latido en mi corazón que recuerde aquel día. Soy como la sombra de un príncipe opulento que volviese al palacio edificado y decorado con todo lujo y magnificencia por él en otra época, para encontrar arruinadas las espléndidas maravillas que legó a un hijo queridísimo. ____________________________________________ 3 de Septiembre Hay ocasiones en que no comprendo cómo puede amar a otro hombre, cómo se atreve a amar a otro hombre, cuando yo la amo con un amor tan perfecto, tan profundo, tan inmenso; cuando no conozco más que a ella, ni veo más que a ella, ni pienso más que en ella. ____________________________________________ 4 de Septiembre Sí, así es. Al mismo tiempo que la naturaleza anuncia la proximidad del otoño, siento el otoño dentro de mí y en torno mío. Mis hojas amarillean, y las de los árboles vecinos se han caído ya. ¿He vuelto a hablarte de un joven aldeano que conocí cuando vino por primera vez a estos parajes? He pedido en Wahlheim noticias suyas, y me han dicho que, habiéndole echado de la casa donde servía, nadie ha vuelto a saber de él. Ayer le encontré, por casualidad, camino de otra aldea; le dirigí la palabra, y me ha contado su historia, que me ha impresionado mucho como comprenderás fácilmente cuando a mi vez te la refiera. Pero ¿a qué conducen estos pormenores? ¿No debía yo guardar para mí lo que me aflige y me angustia? ¿Por qué he de afligirte también? ¿Por qué he de darte sin cesar ocasión para que te quejes y me riñas? ¡Bah!, acaso no es mía la culpa, sino de mi estrella. Este hombre respondió a mis primeras preguntas con sombría tristeza, en la que me pareció ver alguna confusión; pero en breve, como si cayera en la cuenta de con quién hablaba, y me reconociese, me confesó con franqueza sus faltas y deploró su desdicha. ¡Que no pueda yo, amigo mío, recordar una por una sus palabras! Confesaba, refería (experimentando, al hacer memoria de ello, una especie de alegría y de placer) que su amor hacia su ama fue aumentando cada vez más hasta el punto de no saber lo que hacía ni, hablándote en su lenguaje, dónde tenía la cabeza. No podía beber, comer ni dormir; esto le martirizaba, y hacía lo que no debía hacer y olvidaba lo que le habían mandado, parecía que tenía los demonios en el cuerpo, y por último, un día que ella estaba en una habitación de un piso alto, lo supo él y la siguió, o más bien se sintió arrastrado en pos de ella. Rogó inútilmente y pretendió hacer uso de la fuerza. Ignoraba cómo pudo llegar a tal extremo y ponía a Dios por testigo de que siempre había pensado en ella con toda pureza y de que su más vehemente deseo había sido casarse para pasar la vida a su lado. Después de platicar un rato de este modo, titubeó, como aquel a quien aún le falta algo que decir y que no se atreve a continuar. Al cabo me confesó tímidamente que ella le solía tolerar ciertas confianzas y le había concedido algunos ligeros favores. Cortó dos o tres veces el relato para repetirme que no decía esto "por despreciarla"; que la quería tanto como antes; que jamás había hablado con nadie de estas cosas, y que sólo me las refería para que me convenciese de que él no era un malvado ni un insensato. Y ahora, amigo mío, vuelvo a mi eterno estribillo: ¡si yo pudiera pintarte a este muchacho tal como estaba, tal como todavía le ven mis ojos; si yo pudiera decirte perfectamente todo para que comprendieses cómo me interesa, cómo debo interesarme por él! Basta; conoces lo que me pasa, me conoces y sabes demasiado bien cuánto me interesan todos los desdichados, y, sobre todos, este de que te hablo. Leo lo escrito, y observo que se me olvidaba referirte el fin de la historia, que se adivina fácilmente. La viuda se defendió, llegó su hermano, que hacía mucho tiempo odiaba al criado y deseaba echarle de la casa, por temor de que un nuevo matrimonio de la hermana privase a sus hijos de una herencia que esperaban fundadamente, puesto que aquélla no tenía sucesión directa; este hermano plantó al criado en la calle, y armó tan completo escándalo sobre lo ocurrido, que aunque la viuda hubiera deseado recibir de nuevo al muchacho, no se hubiera atrevido a ello. Dicen que también ahora está que trina el hermano con otro criado que tiene la consabida, respecto al cual aseguran que se casará con ella, cosa que el antiguo está firmemente resuelto a no sufrir mientras aliente. No he exagerado ni embellecido esta historia; hasta puedo decir que la he contado débil, debilísimamente, y que ha perdido mucho de su sencillez, porque la he encerrado en el molde de nuestro lenguaje usual y circunspecto. Esta pasión, que encarna tanto amor y tanta fidelidad, no es una ficción poética; vive, centellea con toda su pureza en estos hombres que apellidamos incultos y groseros nosotros, gente civilizada hasta el punto de no ser ya nada. Lee esta historia con recogimiento, te lo suplico. Yo, escribiéndote hoy estas cosas estoy sosegado, ya lo ves: ni me precipito ni me embrollo, como acostumbro. Lee, querido Guillermo, y piensa quien que ésta es, además, la historia de tu amigo. Sí, esto es lo que me ha sucedido, esto es lo que me sucederá a mí, que no tengo la mitad del valor y la resolución de este pobre diablo, con el cual apenas me atrevo a compararme. ____________________________________________ 5 de Septiembre Carlota escribió una nota a su marido, que estaba en el campo, donde le retenían los negocios. La esquela comenzaba así: "Querido, queridísimo amigo: vuelve lo más pronto que puedas; te espero impaciente..." Uno que llegó trajo la noticia de que algunas ocupaciones impedirían a Alberto regresar tan pronto. La carta quedó sin concluir sobre la mesa, y por la noche vino a dar en mis manos. La leí y sonreí: Carlota me preguntó la causa. "La imaginación es una cosa divina—exclamé—, por un momento me había figurado que este escrito era para mí." No contestó nada; creo que le disgustó mi ocurrencia. Yo guardé silencio. ____________________________________________ Publicado: 03:44 24/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
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--------------------------------------------------------------------------------- Post Scriptum, 19 de Abril Te agradezco tus cartas. No las he contestado porque para enviarte ésta esperaba a recibir el cese de la corte, temía que mi madre influyera con el ministro y diese al traste con mis planes; pero ya está todo arreglado puesto que ha sido aceptada mi dimisión. No te diré la repugnancia con que han accedido a mis deseos ni lo que me escribe el ministro, porque aumentarían vuestras lamentaciones. El príncipe heredero me ha dado una gratificación, veinticuatro ducados, diciéndome palabras que me han enternecido hasta el punto de hacerme llorar. No necesito, pues, el dinero que últimamente había pedido a mi madre. ____________________________________________ 5 de Mayo Salgo mañana, y como sólo dista seis millas del camino el lugar donde nací, quiero volver a verlo y recordar los antiguos días de mi infancia, que pasaron como un sueño. Quiero entrar por la misma puerta por donde salí con mi madre cuando, después de quedarse viuda, abandonó esta querida y sosegada aldea para encerrarse en esa horrible ciudad. Adiós, Guillermo; ya tendrás noticias de mi viaje. ____________________________________________ 9 de Mayo He visitado el pueblo donde nací, con toda la devoción de un peregrino, impresionándome una porción de sentimientos inesperados. Hice detener el coche cerca del gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, a la parte sur; me apeé y mandé al cochero que fuese delante, con objeto de seguir yo a pie y saborear todos los recuerdos con toda viveza y plenitud de la novedad. Me detuve bajo el tilo que en mi infancia había sido objeto y término de mis paseos. ¡Qué diferencia! Entonces con una dichosa ignorancia me lanzaba impetuosamente hacia ese mundo desconocido en que esperaba hallar para mi corazón todo el alimento, todas las venturas que debían colmar y satisfacer la efervescencia de mis deseos. Ahora vuelvo ya de ese vasto mundo, y ¡oh amigo mío, cuántas esperanzas perdidas, cuántos planes destruidos! Aquí están delante de mí las montañas que mil veces contemplé como el único muro que se oponía a mis deseos. Entonces podía quedarme en estos sitios horas enteras, pensando en escalar esas alturas, llevando mi pensamiento al fondo de los valles y de las alamedas que divisaba entre las tintas suaves del crepúsculo; y cuando llegaba el momento de volver a mi casa, yo abandonaba este paraje querido con indecible pena. Al acercarme al pueblo, he saludado todos los viejos pabellones de los jardines. Los nuevos me desagradan, como todos los cambios que he observado. Pasé la puerta que da entrada a la población, y entonces sí que me encontré dentro de mis recuerdos. Amigo mío, no quiero detenerme en detalles, la relación sería tan pesada como grande ha sido el placer que he experimentado. Pensaba alojarme en la plaza, precisamente al lado de nuestra antigua casa. Observé al paso que la escuela, donde una buena vieja nos reunía cuando niños, se había convertido en una abacería. Me acordé de la inquietud, de los temores, los apuros y las aflicciones que yo había sufrido en aquella especie de agujero. No daba un paso que no me obligara a entusiasmarme. No encuentra un peregrino en tierra santa tantos lugares consagrados por religiosos recuerdos, y dudo que su alma experimente tan puras emociones. Bajé por la orilla del río adelante hasta una alquería adonde iba yo en otro tiempo muy a menudo: es un paraje reducido, donde los muchachos nos divertíamos en tirar piedras a la superficie del agua para ver quién las hacia singlar mejor. Recordé vivamente que me detenía algunas veces a ver correr el agua, formándome las ideas más maravillosas de su curso; recordé las caprichosas pinturas que me hacía de los países adonde aquella corriente debía ir a parar; recordé que pronto encontraba mi imaginación los límites de esos países, y que, sin embargo, yo iba más lejos, y acababa por perderme en la contemplación de un paisaje lejano y vagoroso. Amigo mío, de este modo con esta felicidad, vivieron los venerables padres del género humano; tan infantiles fueron sus impresiones y su poesía. Cuando Ulises habla de la mar inmensa y de la tierra, su lenguaje es verdadero, humano, intimo, sorprendente y misterioso. ¿De qué me sirve poder repetir con todos los colegas que la Tierra es redonda? ¡La Tierra! Sólo necesita el hombre algunas palabras para tener ocupación toda su vida, y menos todavía para volver a esta tierra de donde salió. Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive muy bien con este hombre: es la verdad y la sencillez personificada, pero está rodeado de gente singular que no acabo de comprender. Sin tener el aspecto de unos bribones, les falta el talento de los hombres de bien. Algunas veces me parecen muy respetables, y, sin embargo, no llego a fiarme de ellos. Me molesta que el príncipe hable con frecuencia de cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servilmente lo que lee y lo oye. Añade a esto, que tiene en más mi talento que mi corazón, este corazón, única cosa de que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda felicidad y de todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquiera lo puede saber; pero mi corazón lo tengo yo sólo. ____________________________________________ 25 de Mayo Tenía un proyecto del que pensaba hablarte cuando se hubiera realizado; ahora veo que no resultará nada, y voy a darte cuenta de mi secreto: quería entrar en el ejército. Mucho tiempo he acariciado esta idea, causa la más poderosa de cuantas me movieron a seguir al príncipe, que es general de las fuerzas de ... Paseando juntos le he descubierto mi designio; pero me ha disuadido, y sólo hubiera dejado de ceder a sus razones si fuera en mí una verdadera vocación lo que no pasa de simple capricho. ____________________________________________ 11 de Junio Di lo que quieras; pero necesito irme de aquí, donde no hago otra cosa que fastidiarme. El príncipe no puede ser para mi mejor dé lo que es; sin embargo, no estoy contento a su lado, y consiste en que en el fondo no hay nada semejante entre los dos. Es un hombre de talento, pero de talento vulgar. Su conversación no me causa mayor placer que una obra bien escrita. Permaneceré aún ocho días aquí: cuando hayan pasado volveré a vagabundear. Lo mejor que he hecho desde que vine, ha sido dedicarme al dibujo. El príncipe no es extraño al arte y aún lo sería menos si no estuviese forrado de fastidiosas fórmulas científicas y de una huera terminología. Más de una vez, arrastrándome mi loca imaginación por los caminos del arte y de la naturaleza, me muerdo los labios al ver que, convencido de que pone una pica en Flandes, me interrumpe a tontas y a locas para encajar en la conversación algún término técnico. ____________________________________________ 16 de Julio Sí; yo no soy otra cosa que un viajero, un peregrino en el mundo. ¿Y tú? ¿Eres algo más? ____________________________________________ 18 de Julio ¿Adónde quiero ir? Te lo diré en confianza. Tengo precisión de permanecer aquí otros quince días. Después, me he dicho a mí mismo que deseo visitar las minas de...; pero, en el fondo, no hay nada de esto: lo que quiero únicamente es aproximarme a Carlota. Esto es todo. Me río de mi corazón, y hago todo lo que me manda. ____________________________________________ Publicado: 16:14 23/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
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------------------------------------------------------------------------------ 15 de Marzo He sufrido una mortificación que me echará de aquí: estoy furioso. Lo dicho: esto es un hecho, y vosotros tenéis la culpa de todo; vosotros, que me habéis soliviantado, atormentado, obligado a tomar un destino que yo no quería. Nos hemos lucido. Y con el fin de que no me digas que lo echo todo a perder con mis ideas exageradas, voy, mi querido amigo, a exponerte lo sucedido, con la sencillez y exactitud de un cronista. El conde de C. me aprecia y me distingue, ya lo sabes, porque te lo he dicho cien veces. Ayer comí en su casa. Justamente era uno de los días en por las tardes tiene tertulia, a la que concurren las damas y caballeros más distinguidos. Yo no había pensado semejante cosa, y jamás pude figurarme que nosotros, los menos encopetados, sobrábamos allí. Adelante. Comí, y después de comer estuve paseándome y charlando con el conde en el gran salón. Llegó el coronel B. que terció en nuestras plática, y por fin, insensiblemente sonó la hora de la tertulia. ¡Bien sabe Dios que no pensaba en ello! Entró la nobilísima señora de S. con su marido y la pava de su hija, que tiene el pecho como una tabla y un talle que no es talle. Pasaron por delante de mí con el aire desdeñoso que los caracteriza. No inspirándome la gente de este linaje otra cosa que una antipatía profunda, resolví retirarme, y aguardaba sólo a que el conde se viese libre de su fastidiosa palabrería, cuando entró la señorita B. Como siempre que la veo se impresiona un poco mi corazón, me quedé, y fui a colocarme detrás de su asiento. Llegué a observar que me hablaba con menos franqueza que la acostumbrada y con algún embarazo. Esto me sorprendió. "Es ella como todas estas gentes?", me pregunté a mí mismo. Estaba picado y quería retirarme; sin embargo, me quedaba, esperando con alguna frase que me dirigiera llegaría a convencerme de que mi pregunta era injusta. Entre tanto, el salón se llenó. El barón F., que llevaba encima todo un guardarropa del tiempo en que se coronó a Francisco I; el consejero áulico R., que se anuncia haciéndose llamar su excelencia con su mujer, que es sorda, etcétera. No debo pasar por alto a J., el desaliñado, que tapa los agujeros de su traje gótico con retales del día. Estas y otras personas fueron entrando, mientras yo hablaba con algunas conocidas mías, que me parecieron muy lacónicas. Pensando y ocupándome exclusivamente de B., no advertí que las señoras cuchicheaban en un extremo del salón, y que algo extraordinario sucedía entre los caballeros; no advertí que la señora de S. hablaba aparte con el conde (Todo esto me lo ha dicho después la señorita B.) Por último, el conde se acercó a mí, y me llevó al hueco de una ventana. "Ya conocéis—me dijo—nuestras costumbres extravagantes. He observado que la tertulia en masa está descontenta de veros aquí, y aunque yo no querría por todo el mundo..." "Dispensadme, señor —exclamé, interrumpiéndole—. Debía haber caído en ello, lo sé, y sé también que me perdonaréis esta irreflexión— dije al mismo tiempo que le hacía una reverencia—. Yo ya había pensado retirarme, y no sé que espíritu me lo ha detenido." El conde me apretó la mano de un modo que daba a entender cuanto podía decir. Me escurrí pausadamente y, fuera ya de la augusta asamblea, subí a mi birlocho y fui a M., para ver desde la colina la puesta del sol, leyendo el magnífico canto en que refiere Homero cómo Ulises fue hospedado por uno que guardaba puercos. Hasta aquí todo iba bien. Ya de noche, volví a mi posada para cenar. Sólo encontré algunas personas que jugaban a los dados en el comedor, en un ángulo de la mesa, para lo cual habían levantado un poco los manteles. Entró el apreciable A. y dejó su sombrero, mirándome al mismo tiempo; se vino hacia mí y me dijo en voz baja: "¿Conque has tenido un disgusto?" "¿Yo?" "El conde te ha echado de su tertulia." "¡Cargue el diablo con ella! Me salí para respirar un aire más puro." "Me alegro de que no des importancia a lo que no la tiene; solamente siento que la cosa se haya hecho pública." Esto dio margen a que se desertase en mí el enojo. Conforme iba llegando la gente para sentarse a la mesa, me miraban, y yo decía para mi sayo: "Te miran por lo de la reunión." Y esto me quemaba la sangre. Y como ahora, donde quiera que me presentó, oigo decir que los que me envidian baten palmas, que me citan como un ejemplo de lo que sucede a los presuntuosos que se creen autorizados para prescindir de todas las consideraciones porque están dotados de algún ingenio, y oigo, además, otras majaderías semejantes, de buena gana me clavaría un cuchillo en el corazón. Digan lo que digan de los caracteres despreocupados, yo querría saber quien es el que puede sufrir que tanto bellaco murmure de él de este modo. Sólo cuando carece de fundamento la murmuración es fácil depreciar a los murmuradores. ____________________________________________ 16 de Marzo Todo conspira contra mí. Hoy he encontrado en el paseo a la señorita B. Me he visto obligado a acercarme y, apenas nos hemos alejado un poco de los demás, le he dado mil quejas por lo que anteayer me ocurrió con ella. "¡Oh Werther!—me dijo con la mayor ternura—. ¿Cómo interpretáis tan mal aquella turbación mía, vos que me conocéis tan bien? ¡Cuánto he sufrido por vos, desde el instante en que os vi en el salón! Todo lo adiviné; cien veces estuve a punto de decíroslo. Sabía que las señoras de S. y de T. se alejarían con sus maridos antes que permanecer en vuestra compañía; sabia que el conde no se atrevería romper con ellos..., ¡y ahora vos me pedís cuenta!" "¡Cómo señorita!", dije, ocultando mi turbación y sintiendo que algo como agua hirviendo corría por mis venas, a la par que recordaba todo lo que me había dicho A. al entrar en casa. "¡Cuánto me ha costado ya todo esto!", exclamó aquella hermosa criatura con los ojos llenos de lágrimas. Dejé de ser dueño de mí mismo, y faltó poco para que me arrojase a sus pies. "Explicaos", le dije. Sus lágrimas rodaron; yo estaba fuera de mí. Se enjugó el llanto sin cuidarse de ocultármelo. "Mi tía—prosiguió—, a quien ya conocéis, se hallaba presente. ¡Contenta se puso de veros a mi lado! Werther, ayer tarde y esta mañana he tenido que sufrir un sermón por ser amiga vuestra, y me he visto obligada a oír que os insultaban, que os humillaban, sin poder defenderos y sin atreverme a defenderos más que a medias." Cada palabra que profería era una espada que atravesaba mi corazón. Sin comprender el bien que me hubiera hecho ocultándome todas estas cosas continuó refiriendo lo que aún dirían de mí, y quiénes se gozarían en el triunfo, celebrándolo y haciendo saber que se ha castigado mi orgullo y mi desprecio hacia los demás, cosas que hace tiempo vienen echándome en cara. ¡Y oír todo esto de su boca, Guillermo; oírselo a ella, cuyo afecto para mí es verdadero y profundo! Quedé anonadado, y todavía fermenta la cólera en mi pecho. Quisiera qué alguno de ellos tuviera el valor de pronunciar una sola palabra delante de mí, para atravesarle de parte a parte con mi espada. Me sosegaría si viese correr la sangre. ¡Ah! más de cien veces he cogido un cuchillo para acabar con la asfixia que me ahoga. Se habla de una noble raza de caballos que, cuando están enardecidos y cansados con exceso, se abren por instinto una vena para respirar con más libertad. Muchas veces me encuentro en este caso; querría abrirme una vena que me proporcionase la libertad eterna. ____________________________________________ 24 de Marzo He pedido mi cesantía con esperanzas de obtenerla y sé que me perdonarás el que lo haya hecho sin consultarte. Necesito salir de aquí, y sé todo lo que pudieras decirme para evitarlo; así, pues, di a mi madre lo que ocurre, de modo que no ponga el grito en el cielo. Es preciso que lleve con paciencia el que no la satisfaga quien ni a sí mismo logro satisfacerse. No dudo que esto le causará mucha pena. ¡Ver que su hijo se detiene de pronto en la brillante carrera que le llevaba en línea recta a los puestos de consejero y embajador! ¡Ver que se desvía del camino!... Haz todas las objeciones que se te ocurran y cuantas combinaciones conduzcan a demostrar en qué casos podía y debía continuar aquí; he decidido irme, y me voy. Para que sepas adónde te diré que mi compañía es muy grata al príncipe de..., y que, cuando ha tenido noticia de mi determinación, me ha pedido que le acompañe a sus estados para pasar con él la primavera. Me ha prometido que tendré libertad absoluta; y como estamos de acuerdo casi en todo, voy a correr el albur y marcharme con él. ____________________________________________ Publicado: 23:12 22/08/2006 · Etiquetas: · Categorías: Un Libro - Werther
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-------------------------------------------------------------------------- 8 de Enero de 1772 ¡Qué pobres hombres son los que dedican toda su alma a los cumplimientos y cuya única ambición es ocupar la silla más visible de la mesa! Se entregan con tanto ahínco a estas tonterías que no tienen tiempo para pensar en los asuntos verdaderamente importantes. Una de tantas sandeces me aguó, la semana última, toda una fiesta. ¡Necios!, no ven que el lugar no significa nada y que el que ocupa el primer puesto hace muy pocas veces el primer papel. ¡Cuántos reyes gobernados por sus ministros! ¿Cuántos ministros por sus secretarios! ¿Y quién es el primero? Yo creo que aquel cuyo ingenio domina al de los demás, de que por su carácter y destreza convierte las fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus deseos. ____________________________________________ 20 de Enero Necesito escribiros, mi querida Carlota, aquí en un rincón de una pobre posada de aldea donde me he refugiado huyendo de una tempestad. Desde que me encuentro en este triste albergue de D., entre personas extrañas, completamente extrañas a mi corazón, ni un instante, ni uno siquiera, he dejado de sentir la imperiosa necesidad de escribiros. Vuestro ha sido mi primer pensamiento en esta cabaña, en esta soledad, en esta prisión, en tanto que la nieve y el granizo golpean contra mi ventana. Desde que entré aquí, ¡oh Carlota!, vuestra imagen y vuestro recuerdo, este recuerdo tan vivo y tan santo, se han apoderado de mí y he creído, ¡Dios mío!, sentir todas las alegrías de nuestra primera entrevista. ¡Si pudierais verme querida Carlota, en medio del torrente de distracciones que me asedian! Todas mis sensaciones se enervan y se embotan. Ni un solo momento de regocijo para mi corazón, ni el más insignificante solaz para mi alma. Nada, nada: estoy aquí como si asistiera a una función de sombras chinescas. Veo pasar y repasar delante de mí hombrezuelos y caballitos y me pregunto muchas veces si no es esto una ilusión óptica. Yo formo parte de los personajes y desempeño también mi papel: mejor dicho, se me obliga desempeñarlo, se me hace maniobrar como a un autómata. Si cojo la mano del que tengo más cerca, retrocedo con espanto, creyendo que es de madera. Por la noche hago proyecto de ir a ver la alborada del siguiente día: amanece y me quedo en la cama. De día acaricio la idea de ver después la luna, y cuando llega la noche, me olvido de ello en mi alcoba. Apenas me explico por qué me levanto y por qué me acuesto. El resorte que daba movimiento a mi vida, se ha roto; el encanto que me tenía despierto en las tinieblas de la noche y me desvelaba por las mañanas se ha desvanecido. Sólo una criatura he encontrado aquí digna del nombre de mujer: la señorita B. Se parece a mi querida Carlota, si es que alguien puede parecerse a vos. "¡Y qué—diréis—, ¿ahora venís con galanterías?" Sí, no es esto del todo falso: desde hace algún tiempo soy muy lisonjero... porque no puedo ser otra cosa. Me doy aires de ingenioso, y dicen las damas que nadie podrá hacer un elogio con más delicadeza que yo. Añadid: ni mentir, porque lo uno va siempre unido a lo otro. Os estaba hablando de la señorita B. En el fuego de sus ojos azules se adivina desde luego la energía de su alma. Su posición la mortifica, porque no basta a satisfacer ninguno de los deseos de su corazón. Aspira a alejarse del torbellino social, y soñamos horas enteras con una felicidad pura, en medio del campo. ¡Ah, cuántas veces, Carlota, la he obligado a que os admire! ¿Obligado? No, su admiración es espontánea. ¡Tiene tanto gusto en oír hablar de Carlota! ¡La quiere tanto! ¡Oh si yo estuviese sentado a vuestros pies en aquel gabinetito seductor y tranquilo, con los niños retozando a nuestro derredor! cuando os molestase el ruido que hicieran, yo los agruparía y obligaría a guardar silencio, refiriéndoles algún cuento pavoroso. El sol declina majestuosamente detrás de las colinas cubiertas de deslumbradora nieve; la tempestad ha pasado, y yo... es preciso que me vuelva a mi jaula. ¡Adiós! ¿Está Alberto a vuestro lado? ¿Qué digo? Dios me perdone esta pregunta. ____________________________________________ 8 de Febrero Hace una semana que el tiempo no puede ser peor, y me alegro de ello, porque desde que estoy aquí no he logrado ver un día bueno sin que algún cócora me lo estropee o me lo robe. Al menos, cuando llueve de firme, cuando nieva, cuando hiela o deshiela, me digo a mí mismo: "Mejor estoy en casa, que fuera." Pero si amanece con sol, si todo pronostica un buen día, nunca dejo de exclamar: "He aquí un favor del cielo, que podemos usurparnos unos a otros." No hay nada que los hombres no se quiten sin escrúpulos: salud, reputación, alegría, reposo. Por supuesto, casi siempre con la sonrisa en la boca, y, según ellos dicen, con las mejores intenciones. Algunas veces quisiera suplicarles que no se desgarrasen tan despiadadamente las entrañas. ____________________________________________ 17 de Febrero Sospecho que no podré continuar mucho tiempo al lado del embajador. Este hombre es completamente insoportable. Tiene una manera tan ridícula de trabajar, que no puedo menos de altercar con él y de obrar con frecuencia a mi capricho y a mi modo, cosa que, como es natural, jamás le deja contento. Últimamente se ha quejado a la corte, y el ministro me ha reprendido; con mucha blandura, por cierto, pero ello es que me ha reprendido, y ya tenía propósito de presentar mi dimisión, cuando ha llegado a mis manos una carta particular que me envía... (6), la carta que me ha hecho arrodillarme para adorar su espíritu noble, sabio y elevado. ¡Cómo elogia el espontáneo y juvenil ardor de mis exaltadas ideas de actividad, de influir en los demás y de energía en los negocios; buscando, sin destruir esas ideas, el medio de moderarlas y conducirlas al punto en que pueden encontrar su verdadero desarrollo y producir su efecto! Ya me tienes animado por ocho días y reconciliado conmigo mismo. ¡Qué hermosa es la paz del alma, y qué triste, amigo mío, que semejante joya tenga tanto de frágil como de bello y singular! ____________________________________________ 20 de Febrero Dios os bendiga, amigos míos, y os dé todos los días felices que a mí me niega. Alberto te agradezco que me hayas engañado. Aguardaba la noticia del día de vuestra boda, porque ese día tenía resuelto descolgar solemnemente de la pared el retrato de Carlota, y enterrarlo entre mis papeles. ¡Ya estáis casados y todavía tengo aquí su retrato! Aquí permanecerá. ¿Por qué no? Sé que también estoy con vosotros: sé que, sin perjuicio tuyo, tengo un lugar en el corazón de Carlota. Sí; ocupo en él el segundo puesto, y quiero y debo conservarlo. ¡Oh ! Me volvería loco si ella pudiese olvidar... Alberto, dentro de esta idea se encierra el infierno, adiós. Adiós, Carlota; adiós ángel del cielo. ____________________________________________ |
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